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Jara Martínez Víctor Lidio – Memoria Viva

Jara Martínez Víctor Lidio

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Fecha Detención : 12-09-1973
Comuna Detención : Santiago

Fecha Asesinato : 16-09-1973
Comuna Asesinato : Santiago


Edad : 40

Partido Político : Juventudes Comunistas (JJCC)
Oficio o Profesión : Folklorista

Estado Civil e Hijos : casado, 1 hija
Nacionalidad : chileno


Juez cerró caso Víctor Jara sin identificar a ningún autor

Fuente :La Nación 16 de mayo 2008

Categoría : Antecedentes del Caso

Con apenas un procesado, el ministro Juan Eduardo Fuentes Belmar cerró el sumario (fase indagatoria) del juicio que se instruye por el crimen del cantautor Víctor Jara, ocurrido en septiembre de 1973.

Sin embargo, es probable que la Corte de Apelaciones obligue al magistrado a reabrir la investigación, pues la parte querellante apelará por el cierre.

La viuda, Joan Jara, se mostró ayer "impactada" por la decisión de Fuentes, mientras el abogado querellante Nelson Caucoto expresó que aún falta por identificar a otros oficiales que participaron en las torturas y posterior asesinato del mítico artista, como también al autor material del crimen. En el ambiente judicial creció ayer la convicción sobre la falta de profundidad y dedicación del ministro Fuentes para indagar los crímenes de lesa humanidad en las causas que tiene en sus manos, actitud que los querellantes le han imputado también en otros procesos.

Una alta fuente de tribunales comentó ayer que "si esto lo tuviera el ministro Víctor Montiglio, ya habría identificado hasta el gato que se paseaba por el techo del Estadio Chile donde mataron a Víctor Jara".

El único encausado es hasta ahora en calidad de autor (no material) es el coronel (R) de Ejército Mario Manríquez Bravo, que era el comandante del Estadio Chile cuando fue usado como centro de detención en las horas posteriores al golpe de Estado de 1973. No obstante, el procesamiento fue dictado en diciembre de 2004 por el juez Juan Carlos Urrutia, quien tenía entonces la investigación a su cargo.

Si bien en ese recinto hubo varios oficiales jóvenes que se ensañaron con los detenidos y en especial con Víctor Jara, el ministro Fuentes no logró identificar a ninguno, a pesar de numerosos testigos que le han aportado información.

Entre los que falta por conocer y detener es al oficial apodado "El Príncipe" que, de acuerdo a prisioneros sobrevivientes, habría sido quien mató a Víctor Jara disparándole varios tiros. Se sospechó que este podría ser el oficial retirado Edwin Dimter Bianchi, pero Fuentes Belmar no pudo acreditarlo.

Contreras V/S Espinoza

En otro plano, producto de las rencillas internas al interior del Penal Cordillera entre el ex jefe de la DINA Manuel Contreras y el segundo Pedro Espinoza Bravo, el Mamo acusó a Espinoza de ser el autor de la muerte del cantautor, pero Espinoza lo negó y replicó a Contreras imputándole otros delitos. La rencilla por estas acusaciones cruzadas fue publicada por LND el 24 de junio de 2007.


Relatos de Los Hechos

Fuente :(Informe Rettig)  

Categoría : Antecedentes del Caso

Entre el 13 y el 16 de septiembre de 1973 se producen varias muertes y desaparecimientos ligados a la presencia de detenidos en el Estadio Chile. 

  Víctor Lidio JARA MARTINEZ, 40 años, cantante popular y director teatral, miembro del Comité Central de las Juventudes Comunistas. 

                En una comunicación del Ministerio de Relaciones Exteriores de fecha 27 de Marzo de 1974, respondiendo una nota de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la O.E.A.  se dijo:"Víctor Jara: Fallecido.  Murió por acción de francotiradores que, reitero, disparaban indiscriminadamente contra las Fuerzas Armadas como en contra de la población civil".

  Esta comisión recibió múltiples testimonios verosímiles que dan cuenta que desmienten esa versión oficial y hacen concluir que los hechos ocurrieron de otra forma. 

                Víctor Jara fue detenido el DIA 12 de septiembre en el recinto de la Universidad Técnica del Estado, lugar en el que prestaba sus servicios como director teatral, siendo conducido al Estadio Chile, donde tras ser separado de los demás arrestados junto a él, fue mantenido en los altos de una galería, junto a otras personas consideradas como peligrosas.  Entre el 12 y el 15 de ese mes, fue interrogado por personal del Ejército. 

El 15 de septiembre es el último día en que se le ve con vida, cuando en horas de la tarde Víctor Jara fue sacado de una fila de prisioneros que serían trasladados al Estadio Nacional.  Al día siguiente, el 16 de septiembre, en la madrugada, su cuerpo fue encontrado en las inmediaciones del Cementerio Metropolitano por unos pobladores, junto a otros cinco cadáveres, entre los que se hallaba el de Littré Quiroga Carvajal.

  Conforme expresa el informe de autopsia, Víctor Jara murió a consecuencia de heridas múltiples de bala, las que suman 44 orificios de entrada de proyectil con 32 de salida.

La Comisión se formó la convicción de que el afectado fue ejecutado al margen de todo proceso, constituyendo ello una violación a sus derechos fundamentales de responsabilidad de agentes del Estado.  Funda esa convicción en que se encuentra acreditado el arresto así como su presencia en el Estadio Chile; que se halla acreditada su muerte por una gran cantidad de heridas de bala, lo que demuestra que fue ejecutado junto a los demás detenidos cuyos cuerpos aparecieron junto a los de él.

Las torturas a que fue sometido Víctor Jara durante su detención se relatan en la Parte General de este período.

 


Ultimo Poema de Victor

Categoría : Antecedentes del Caso

Somos cinco mil
en esta pequeña parte de la ciudad.
Somos cinco mil
¿cuantos seremos en total
en las ciudades y en todo el pais?
Sólo aquí, diez mil manos que siembran y hacen andar las fabricas.
Cuanta humanidad
con hambre, frío, pánico, dolor,
presión moral, terror y locura.
Seis de los nuestros se perdieron
en el espacio de las estrellas.
Un muerto, un golpeado como jamás creí
se podria golpear a un ser humano.
Los otros cuatro quisieron quitarse todos los temore
uno saltando al vacío,
otro golpeandose la cabeza contra el muro,
pero todos con la mirada fija de la muerte.
¡Qué espanto causa el rostro del fascismo!
Llevan a cabo sus planes con precisión artera
sin importarles nada.
La sangre para ellos son medallas.
La matanza es acto de heroísmo.
¿Es éste el mundo que creaste, Dios mio?
¿Para esto tus siete días de asombro y de trabajo?
En estas cuatro murallas sólo existen un número
que no progresa,
que lentamente querrá más la muerte.
Pero de pronto me golpea la conciencia
y veo esta marea sin latido,
pero con el pulso de las maquinas
y los militares mostrando su rostro de matrona
lleno de dulzura.
¿Y México, Cuba y el mundo?
¡Que griten esta ignominia!
Somos diez mil manos menos
que no producen.
¿Cuantos somos en toda la patria?
la sangre del compañero Presidente
golpea más fuerte que bombas y metrallas.
Asi golpeará nuestro puño nuevamente.
¡Canto qué mal me sales
cuando tengo que cantar espanto!
Espanto como el que vivo
como el que muero, espanto.
De verme entre tanto y tantos
momentos del infinito
en que el silencio y el grito
son las metas de este canto.
Lo que vi,
lo que he sentido y lo que siento
hará brotar el momento…
Estadio de Chile


Oficializan nómina actualizada de violadores de derechos humanos prófugos de la justicia

Fuente :eldesconcierto.cl, 24 de Noviembre 2023

Categoría : Prensa

Se trata de una lista elaborada por el Estudio Jurídio Caucoto Abogados, que integran 14 criminales entre los que destacan personas vinculadas al homicidio de Víctor Jara, a la ejecución de 38 campesinos en el Caso Paine principal y al asesinato del diplomático español Carmelo Soria.

Este viernes, el Estudio Jurídio Caucoto Abogados oficializó la nómina actualizada de los exuniformados prófugos de la justicia condenados por diversos delitos de lesa humanidad.

Se trata de 14 personas, algunas de ellas involucradas en el crimen de Víctor Jara y Littré Quiroga, en la ejecución de 38 campesinos en el Caso Paine principal y el asesinato del diplomático español Carmelo Soria,  entre otras investigaciones, detalla un comunicado de la oficina especializada en derechos humanos.

Respecto del listadolo integran exmilitares, carabineros, exfuncionarios de la Armada, y civiles miembros de aparatos represores de la dictadura, como la Dirección Nacional de Inteligencia (DINA), la Central Nacional de Inteligencia (CNI) e inteligencia naval, quienes están acusados como autores y coautores de secuestro calificado, homicidio calificado, asociación ilícita y aplicación de tormentos, entre otros ilícitos.

Específicamente, este está integrado por:

1.   Jorge Octavio Vargas Bories (oficial en retiro del Ejército, CNI), sentenciado como coautor del asesinato de Federico Álvarez Santibáñez a 10 años y un día.

2. Rubén Aroldo Morales López (oficial en retiro de Carabineros), condenado a 10 años y un día de presidio mayor como autor del homicidio calificado de Jorge Vásquez Matamala.

3. Luis Enrique Barrueto Bartning, empresario condenado a 10 años y un día como coautor de siete secuestros calificados (desapariciones forzadas) perpetrados en la comuna de Santa Bárbara.

A ellos, se suman cuatro condenados en el episodio Conferencia II:

4. Federico Humberto Chaigneau Sepúlveda (oficial en retiro del Ejército, DINA)

5. José Miguel Meza Serrano (funcionario en retiro de la Armada, DINA)

6. Eduardo Alejandro Oyarce Riquelme (suboficial en retiro del Ejército, DINA)

Todos ellos, están sentenciados como coautores de los delitos de secuestro calificado de Fernando Navarro Allendes y Héctor Véliz Ramírez, a la pena de 12 años de presidio cada uno, a lo que se adicionan los delitos de secuestro simple de Juan Fernando Ortiz Letelier, Horacio Cepeda Marinkovic y Lincoyán Berríos, por lo que fueron condenados a tres años de presidio, respectivamente.

7. Víctor Álvarez Droguett (funcionario en retiro del Ejército, DINA), condenado como coautor de los delitos de homicidio calificado de Juan Fernando Ortiz Letelier, Horacio Cepeda Marinkovic y Lincoyán Yalú Berríos Cataldo, a la pena de 15 años y un día de presidio mayor en su grado máximo.

Además, está sentenciado como coautor de los delitos de secuestro calificado de Fernando Alfredo Navarro Allendes y Héctor Véliz Ramírez, a la pena de 12 años de presidio mayor en su grado medio.

Adicionalmente, fue condenado como autor de los delitos de secuestro simple en las personas de Juan Fernando Ortiz Letelier, Horacio Cepeda Marinkovic y Lincoyán Yalú Berríos Cataldo, a la pena de tres años de presidio menor en su grado medio.

Por último, Álvarez Droguett enfrenta una sentencia de 10 años de presidio por el secuestro calificado de Marta Ugarte Román.

8. Alberto Roque del Sagrado Corazón Badilla Grillo, oficial en retiro de la Armada, quien fue sentenciado como autor del homicidio calificado y la aplicación de tormentos contra Enrique López Olmedo, a las penas de 12 años y 541 días respectivamente.

9.  Juan Dionisio Opazo Vera (exconscripto) sentenciado como coautor de 38 homicidios calificados a la pena de 10 años y un día, en el Caso Paine, Episodio Principal.

10.  Nelson Edgardo Hasse Mazzei (oficial en retiro del Ejército)

11.  Juan Renán Jara Quintana (oficial en retiro del Ejército), quien junto a Hasse Mazzei está condenado como coautor de los secuestros calificados y homicidios calificados de Víctor Jara Martínez y Littré Quiroga Carvajal.  Por estos delitos, se les estableció una pena de 10 años y un día por los secuestros, además de 15 años de presidio por los crímenes.

12. Guillermo Salinas Torres (oficial en retiro del Ejército)

13. Pablo Belmar Labbé (oficial en retiro del Ejército)

14. René Patricio Quilhot Palma (oficial en retiro del Ejército)

En el caso de estos tres prófugos de la justicia, fueron condenados como coautores de los delitos de homicidio calificado de Carmelo Soria Espinoza, y como autores de una asociación ilícita. Por el primer cargo se impuso una pena de 15 años y un día a Salinas Torres, y de 10 años y un día a los dos restantes, mientras que el delito de asociación ilícita, se sentenció a todos a la pena de 541 días de presidio.

«Sentencias deben cumplirse»

Atendiendo a este listado, el abogado Francisco Bustos asegura que trata de una situación preocupante que debiera ser prioridad para las autoridades. “Los Estados tienen el deber de investigar, juzgar y sancionar delitos de lesa humanidad”, sostiene.

“Este deber no se agota con la mera dictación de un fallo condenatorio, estas sentencias deben cumplirse, y en ese sentido, que existan prófugos por cualquier delito, y especialmente 14 prófugos por crímenes de lesa humanidad, representa una falta grave a los deberes estatales”, agrega.

Por último, recalcó que “la judicatura y los querellantes en procesos por delitos de lesa humanidad deben extremar las medidas, incluyendo imposición de cautelares, a fin de evitar esta forma de impunidad”.


Detenido en Estados Unidos Pedro Barrientos, un exmilitar procesado en Chile por el crimen de Víctor Jara

Fuente :elpais.es, 11 de Octubre 2023

Categoría : Prensa

En 2013 la Corte Suprema chilena autorizó su extradición para que sea juzgado en el país sudamericano. En paralelo, en 2016 una corte de Miami lo declaró culpable de torturas y ejecución extrajudicial del cantautor

 El exteniente de Ejército Pedro Barrientos Núñez, quien se encuentra procesado por la justicia chilena hace más de una década como autor del crimen del cantautor Víctor Jara, asesinado en Santiago cinco días después del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 en que fue derrocado el presidente socialista Salvador Allende (1970-1973), ha sido detenido en Estados Unidos, lo que implicará que sea trasladado a Chile para ser juzgado pues su extradición fue visada en 2013 por la Corte Suprema.

Barrientos fue procesado por el juez chileno Miguel Vásquez en diciembre de 2012 y en ese entonces pidió su captura internacional, pues reside en Estados Unidos desde 1989. De acuerdo con el documento judicial de enero de 2013 de la Corte Suprema chilena que autorizó su extradición a Chile, “los múltiples antecedentes consignados por el tribunal instructor permiten tener por establecidas presunciones suficientes para afirmar que al requerido le cupo participación en los hechos investigados en la causa”.

El exmilitar fue detenido el 5 de octubre en un control carretero, ha informado la prefecta inspectora jefa nacional de Cooperación Internacional de la Policía de Investigaciones de Chile (PDI), Catalina Barría, quien explicó que Interpol tenía desde 2013 una notificación roja para su captura por el delito de homicidio calificado. Ahora se está a la espera de que un juez de migraciones determine el modo en que se ejecutará su expulsión desde Estados Unidos.

En 2016, una corte federal de Miami consideró a Barrientos culpable de torturas y ejecución extrajudicial del cantante y director de teatro chileno en el marco de una demanda civil que interpuso la familia de Víctor Jara, además de una compensación por daños y perjuicios. Además, en julio pasado, el juez Roy Dalton, del Distrito Central de Florida, despojó de la ciudadanía al exmilitar por su implicancia en el crimen del artista y porque, además, la había adquirido en forma ilegal. Con ello, quedó en condiciones de ser deporrtado.

A fines de agosto, y en la víspera de que Chile conmemorara los 50 años del golpe de Estado, la Corte Suprema confirmó las condenas de siete exmilitares del Ejército como autores del secuestro y homicidio de Víctor Jara, quien fue asesinado a golpes y balas junto a Littré Quiroga, quien era el director del Servicio Nacional de Prisiones del Gobierno de Allende, en el Estadio Chile, en el centro de Santiago, el 16 de septiembre de 1973. De acuerdo con los testimonios y la reconstrucción judicial, sus captores se ensañaron especialmente con ellos y durante al menos tres días los torturaron en en ese recinto deportivo: el cantautor tenía 56 fracturas óseas y 44 balas en su cuerpo, mientras Quiroga presentaba 47 fracturas y 23 balazos.

“Los prisioneros de cierta connotación pública fueron identificados por el personal militar y separados del resto, y, durante los respectivos períodos de su detención, tanto Víctor Jara Martínez como Littré Abraham Quiroga Carvajal, fueron reconocidos por los efectivos militares” y luego “apartados del grueso de los prisioneros y asignándoseles custodia especial, sufriendo en todo su cautiverio, constantes y violentos episodios de agresión física y verbal”, señala la sentencia de agosto.

Los cadáveres de Víctor Jara y Littré Quiroga, militantes comunistas, luego fueron lanzados a un terreno baldío cercano a la línea férrea, en las inmediaciones del Cementerio Metropolitano, el 16 de septiembre de 1973. Fueron algunos transeúntes quienes los identificaron y dieron aviso a sus familias.

Víctor Jara, autor de canciones como El derecho de vivir en paz y Te recuerdo Amanda, fue detenido un día después del golpe de Estado que perpetró el dictador Augusto Pinochet (1973-1990). El 11 de septiembre de 1973 había ido a la Universidad Técnica del Estado (UTE), donde trabajaba, tras escuchar un llamado del presidente Allende.


Policía estadounidense detuvo a autor material del crimen de Víctor Jara

Fuente :radio.uchile.cl, 10 de Octubre 2023

Categoría : Prensa

El hecho se produjo el pasado 5 de octubre en la localidad de Deltona en el estado de Florida. La decisión la dio a conocer el Servicio de Control de Migración y Aduanas de los Estados Unidos.

La policía norteamericana detuvo el 5 de octubre recién pasado a quien es sindicado como autor material del asesinato del cantautor y director de teatro chileno Víctor Jara Martínez, hecho ocurrido sólo días después del golpe de Estado contra el gobierno de Salvador Allende.

La noticia la dio a conocer el Servicio de Control de Migración y Aduanas de los Estados Unidos, que detalló que la aprehensión se realizó en la localidad de Deltona en el estado de Florida.

En julio pasado las autoridades norteamericanas determinaron que Barrientos obtuvo la ciudadanía de manera ilegal ya que en sus trámites para conseguirla omitió el haber participado en esta y otras ejecuciones, lo que habría provocado el rechazo de la solicitud.

Esto porque el exmilitar llegó a la nación norteña pocos meses después del fin de la dictadura civil y militar en 1990 con una visa de turista. Siete años después se casó con una norteamericana lo que le permitió iniciar los trámites para su nacionalización.

Sin embargo, las autoridades estadounidenses consideraron que Barrientos accedió a la legalización de su estadía en ese país de manera fraudulenta al no mencionar su participación en estos crímenes, algo que habría provocado además su expulsión.

Además de este exuniformado, de quien se espera sea extraditado en los próximos días a cumplir su condena por el asesinato del artista, la Corte Suprema ratificó las condenas contra otros siete exmilitares. A seis de ellos se les aplicaron penas de 25 años de presidio, mientras que al séptimo se le condenó a ocho años de cárcel por encubrimiento del homicidio ocurrido en el Estadio Chile, hoy Estadio Víctor Jara de la comuna de Estación Central.


Más de 20.000 personas rinden sentido homenaje a Víctor Jara tras 50 años de su asesinato

Fuente :elmostrador.cl, 20 de Septiembre 2023

Categoría : Prensa

El encuentro se realizó este martes en la Plaza de La Paz de Recoleta. Asimismo, con música, danza, teatro, poesía y artes plásticas, se realizó en Copiapó el evento “Te recuerdo Víctor”, una conmemoración de los 50 años del asesinato del reconocido cantautor popular.

Cerca de 20.000 personas se congregaron este martes en la Plaza de La Paz, frente al cementerio de Recoleta, en el centro de Santiago de Chile, para rendir un sentido homenaje al cantautor chileno Víctor Jara, quien fue torturado, mutilado y asesinado hace 50 años por las fuerzas represoras de la dictadura de Augusto Pinochet.

Jara, una de las voces más reconocidas del mundo, fue detenido en el centro universitario donde había acudido para ver los efectos del golpe de Estado dado apenas un día antes por las Fuerzas Armadas contra el gobierno legítimo y democrático del socialista Salvador Allende y trasladado al “Estadio Chile” junto a más de 5.000 personas, que pasaron días hacinadas y violentadas por los militares.

El cantante, conocido por sus letras sociales, fue torturado durante varios días y le quebraron las manos antes de asesinarlo a tiros y dejar su cadáver en una cuneta, donde fue encontrado cinco días después de la asonada.

Antiguos compañeros lo hallaron y lo reconocieron, y se lo entregaron a su viuda, Joan Jara, quien de forma clandestina logró que fuera enterrado.

Las mil guitarras

Desde hace once años, la municipalidad de Recoleta, uno de los barrios más populares del centro de Santiago, organiza el festival “Mil Guitarras para Víctor Jara”, que reúne a miles de personas anónimas que interpretan y cantan algunas de las canciones más icónicas del cantautor, como “Plegaria a un labrador”, “Te recuerdo Amanda”, “El Alma Llena De Banderas”, “El derecho de vivir en paz” y “El Arado”.

En la presentación, el alcalde de la comuna, el comunista Daniel Jadue, aseguró que el lema “nunca más” no solo sirve para Chile, sino para todos los países de Latinoamérica “que han sufrido golpes de Estado iguales desde que hace 200 años Estados Unidos lanzara la “doctrina Monroe”.

También, insistió en la necesidad de “pelear por el pasado para poder pelear por el futuro”, en un discurso de reivindicación de la memoria frente a quienes niegan e incluso se jactan de la dictadura de Pinochet, como los grupos de la derecha y la ultraderecha que han aprovechado la efeméride de los 50 años del Golpe para desmarcarse de los llamamientos del Gobierno a la condena del alzamiento militar, a la denuncia sin ambages de los derechos humanos y a la reconciliación.

Exposición de guitarras

Junto al coro de guitarras, dirigido por el maestro Pancho Villa y en el que participaron conocidos artistas como los integrantes del conocido grupo Inti Illimani, se expusieron cerca de una cincuentena de guitarras decoradas con dibujos y símbolos alusivos a Víctor Jara y a las letras de sus canciones.

Asimismo, se expusieron fotografías y se alzaron las guitarras al aire al cierre de la actuación, que como siempre cerró con un emotivo canto a los obreros.

Evento en Copiapó.

Asimismo, con momentos dulces y otros absolutamente conmovedores, se vivió el homenaje que artistas autoconvocados de la región de Atacama, decidieron hacer para conmemorar los 50 años del asesinato de Jara en Copiapó.

Es así como en una hora y media, el programa consideró música, danza, teatro, artes gráficas y poesía, dando valor al talento multidisciplinario del cantautor popular e inició con dos niños encendiendo una vela que acompañó toda la jornada, una luz que iluminó de forma constante la Sala de Cámara de Copiapó, que simbolizó el legado y presencia Víctor.

La organización del evento “Te recuerdo Víctor” comenzó como una conversación entre amigos, que veían a este artista como un referente, es así como hace dos meses socializaron esta idea con más gestores y talentos, quienes no dudaron en sumarse y dar forma a un espectáculo que concluyó con la emoción y ovación de los asistentes que repletaron la Sala de Cámara de Copiapó.

La instancia contó con la participación en música de Coro de Cámara de Copiapó, Agrupación “Las Cuerdas”, Wanako Banda, Irene Alvear Azcárate, Luis Martínez, Leo Carrizo, Oktagones y Sarkastico; en poesía a Gabriel Ocaranza; la Compañìa de Teatro “El Filtro”; mientras que en danza se presentaron María Isabel Neyra, Marianela Rivera y Andrea Peralta; finalmente en artes visuales contó con Zak. GEO2SET y Camila Maldonado, y se realizó el día 16 de septiembre, fecha en que se conmemoraron 50 años del asesinato del artista.

Esta apuesta artística culminará con el lanzamiento de un registro audiovisual, que presentará versiones de los temas icónicos del cantautor, material que se compartirá con la comunidad en las cuentas de Instagram y Youtube “Te Recuerdo Víctor”.

Ola expansiva

Irene Alvear, una de las precursoras del evento relató que “la idea original fue de Carlos Jimenez, y fue como una ola expansiva, el fue convocando y se generó este efecto dominó, y tiene que ver precisamente con lo multifacético de la creación de Víctor Jara, un ser creativo y revolucionario del arte, en el amplio sentido de la palabra, por ello teníamos teatro, danza, poesía, música, artes plásticas, todo lo que Víctor Jara hacía, todo lo que aportó a la cultura de nuestro país”.

Camila Maldonado, quien también formó parte del equipo organizador, reflexionó que “fue un bonito y necesario ejercicio de activación de la memoria. Recordar a Víctor, un referente creativo, sensible y consciente desde la creación colectiva es un acto que implica mucha voluntad, conectar, equilibrar, aunar diversos sentires. La dictadura tiene vestigios que nos calan cotidianamente y, justamente no podemos permitirnos reprimir expresar esos sentires que reman hacia una sociedad más justa y libre“

Por su parte, Gabriel Ocaranza, poeta copiapino que se presentó en el evento, confesó que “me quedo con una amarga dulzura, dulce es la memoria, pero es una memoria traída desde la amargura de nuestra patria que sin embargo nos llena de preciosos recuerdos pero al mismo tiempo seguir instaurando el mensaje respecto al respeto de los derechos humanos, creo que esa es la opinión que persiste en torno a todo esto que es arte que durante un periodo de nuestro país se quedó callada de golpe”.

Marianela Rivera, bailarina, manifestó que “Víctor Jara fue un maestro, es un referente para los artistas y para los profesores que seguimos este legado de enseñar, una de las primeras cosas que se nos viene a la mente es que nuestra memoria está intacta, a través de nuestros ancestros, padres, madres y de Víctor que en sus canciones está su legado”.

Por parte de la comunidad se valoró la iniciativa, Maurició Soto destacó que “fue un bonito espectáculo, todo muy bien, recordando la memoria de Víctor Jara, quien demostró lo que arte representaba para Chile y ojalá se repitan estas instancias en Copiapó. Asimismo, José Colman comentó que “fue espectacular, emotivo, por todo lo que fue Víctor Jara y lo que representa para todos los chilenos”. Por su parte, Viviana Villalobos dijo que “fue un evento lindo, bien preparado, se notó el conocimiento y bastante expresión corporal, además que esta es una conmemoración muy significativa, tiene una connotación muy importante para un gran grupo de chilenos, agradecer de este espacio, este momento y este momento tan lindo”.

La iniciativa contó con la organización del Estudio de Grabación Bajo el Chañar y la Fundación Mal de Pampa; y la colaboración de la Ilustre Municipalidad de Copiapó, la Agrupación de Artistas de Atacama AGATA, la Corporación Municipal y Luna Negra.

Los recuerdos y registros de “Te Recuerdo Víctor” están plasmados en el instagram oficial que la comunidad puede encontrar bajo el mismo nombre, momentos que sin duda sus participantes recordarán por un largo tiempo, tanto por la sincera honra a Víctor Jara como por la recepción del público que valoró esta creación colectiva.


Suprema: 25 años para asesinos de Víctor Jara y Littré Quiroga

Fuente :elmostrador.cl, 28 de Agosto 2023

Categoría : Prensa

La Segunda Sala confirmó lo anteriormente decidido por la Corte de Apelaciones De Santiago y mantuvo las condenas que suman 25 años, por el secuestro y el homicidio calificado de ambas víctimas, que fueron ejecutadas el 15 de septiembre de 1973 en el Estadio Chile, luego de haber sido torturados, tras lo cual sus cuerpos acribillados fueron lanzados a la calle, en las cercanías de Cementerio General de Santiago.

En el marco de las sentencias emblemáticas de violaciones a los Derechos Humanos que la Corte Suprema se encuentra dictando (con el objetivo de emitirlas antes del 11 de septiembre, como informó El Mostrador), la Segunda Sala del máximo tribunal emitió esta tarde una dura sentencia en contra de los homicidas del cantautor Víctor Lidio Jara Martínez y del director general de prisiones en 1973, Littré Abraham Quiroga Carvajal.

Seis de los condenados por los homicidios de Víctor Jara y Littré Quiroga  fueron sentenciados como autores de secuestro calificado y homicidio calificado en ambos casos. La decisión de la segunda sala (integrada por los ministro Haroldo Brito, Jorge Dahm, la ministra Eliana Quezada y las abogadas (integrantes Carolina Coppo y Leonor Etcheberry) confirmó de ese modo la sentencia de segunda instancia, que había condenado a penas de 15 años y un día a los acusados, por los homicidios, y a 10 y uno por ambos secuestros.

De este modo, se confirmaron las sentencias en contra de los exmilitares Raúl Jofré González, Edwin Dimter Bianchi, Nelson Haase Mazzei, Ernesto Bethke Wulf, Juan Jara Quintana y Hernán Chacón Soto. En tanto, el exfiscal militar Rolando Melo Silva fue condenado a cinco años y un día y tres años y un día de presidio, como encubridor de los homicidios y los secuestros, respectivamente.

En la investigación, el ministro en visita de la Corte de Apelaciones de Santiago Miguel Vázquez Plaza explicó que en la noche del 11 de septiembre de 1973 Quiroga fue detenido en su oficina por una patrulla de la Tercera Comisaría de Santiago, tras lo cual lo llevaron al Ministerio de Defensa y luego al Regimiento Blindados N° 2, donde fue torturado, tras lo cual lo trasladaron hasta el Estadio Chile.

Al día siguiente llevaron allá también a Víctor Jara, quien fue detenido el 12 de septiembre en el interior de la Universidad de Santiago (Universidad Técnica del Estado, en ese tiempo, de la cual era profesor e investigador), luego de que dicho recinto fuera sitiado y atacado por efectivos del Regimiento “Arica”, al mando de quienes posteriormente sería uno de los más importantes oficiales de la DINA: Marcelo Morén Brito. De acuerdo con lo investigado por el ministro en visita, cuando Jara llegó al Estadio Chile junto a los demás prisioneros, “fue reconocido de inmediato por el personal militar que se ubicaba en el acceso al recinto, siendo agredido verbal y físicamente desde su llegada, para ser temporalmente ubicado en el sector de las graderías, junto a las personas detenidas en esa casa de estudios, sin formulársele cargo alguno”. Tras ello, fue separado de los demás, lo mismo que sucedió con Littré Quiroga.

Este, de hecho, sufrió durante “todo su cautiverio, constantes y violentos episodios de agresión física y verbal por parte de los oficiales de Ejército allí presentes”, puesto que lo acusaban de “haber sido responsable de la prisión y maltrato que habría sufrido el general de Ejército Roberto Viaux, lo que agravaba el castigo que le fue propinado por quienes pasaban a su lado, alentándose incluso a los propios conscriptos a tomar parte en dicho castigo, y, de manera muy similar, respecto de Víctor Jara Martínez, las agresiones tuvieron como principal aliciente la actividad artística, cultural y política del mismo, estrechamente vinculada al recién derrocado Gobierno, quien fue sometido a idénticas torturas físicas, siendo los golpes más severos, aquellos que recibió en la región de su rostro y en sus manos, ambas víctimas fueron objeto de patadas, golpes de puño y golpes de culata con D armas”.

De este modo, ambos fueron torturados arduamente entre el 13 y el 15 de septiembre, siendo además interrogados en forma constante por militares y también (en varias ocasiones) por personal de la Segunda Fiscalía Militar de la época.

El día 15 Jara y Quiroga fueron separados de un grupo de prisioneros que estaban siendo llevados al Estadio Nacional u “se les dio muerte a ambos, hecho que se produjo a consecuencia de, al menos, 44 y 23 impactos de bala, respectivamente, en todos los casos de calibre 9,23 milímetros, según se precisa en los correspondientes informes de autopsia y pericias balísticas, lo que corresponde al armamento de cargo que era utilizado por los oficiales del Ejército que se encontraban en dicho recinto”.

Luego de ello, ambos cuerpos fueron lanzados a la vía pública y encontrados “el 16 de septiembre de 1973 por pobladores que pertenecían a organizaciones comunitarias y sociales, en las inmediaciones del Cementerio Metropolitano, en un terreno baldío cercano a la línea férrea, los que limpiaron sus rostros y pudieron reconocerlo”.

En lo civil, se condenó al fisco a pagar a cada uno de los demandantes, cónyuge e hijos de Littré Quiroga, la suma de 150 millones de pesos, y a cada uno de sus hermanos la suma de 80 millones. En tanto, a la viuda e hijos de Víctor Jara se deberá pagar 150 millones a cada uno.


Los asesinos de Víctor Jara: el último secreto

Fuente :ciper.cl, 13 de Abril 2014

Categoría : Prensa

Más de 5500 chilenos estuvieron detenidos en el Estadio Chile luego del Golpe. Uno de ellos fue el cantautor y director de teatro Víctor Jara, quien fue asesinado tras ser salvajemente golpeado por oficiales y soldados durante días. La identidad de uno de los que más se ensañó con él, “El Príncipe”, sigue siendo hoy un misterio. Pero, además, ha sido muy difícil derribar el manto de silencio sobre la identidad de los otros oficiales que estuvieron ahí, debido a que eran parte de la elite del Ejército chileno, muchos de los cuales lideraron la represión en la DINA y la CNI. En el siguiente relato, el más completo y extenso que se ha escrito hasta ahora sobre el asesinato de Víctor Jara -que inspira en parte el capítulo 5 Los archivos del cardenal– se reproducen varias de las declaraciones del expediente por la muerte del cantautor que lleva actualmente el ministro en visita Miguel Vásquez, así como entrevistas realizadas por la autora, quien ha investigado el tema durante años. Aquí, además, se reconstruye paso a paso qué pasó en la UTE y el Estadio Chile en las horas posteriores al Golpe.

l 16 de septiembre [de 1973], a las 7:00, el cuerpo de Víctor Jara, junto con cinco cadáveres más, fue encontrado al lado del Cementerio Metropolitano, cerca de la línea del tren. De los seis cuerpos, pobladores reconocieron a dos: a Víctor y a Litre Quiroga, quien también había sido visto por testigos como prisionero en el Estadio Chile. Los nombres de esos testigos los daré oportunamente al tribunal. Algunos de esos testigos conocían personalmente a Víctor y a Litre Quiroga, tal es así que uno de ellos sabía que Litre tenía una cicatriz en el pecho, al lado izquierdo. Esto lo constató abriendo sus ropas. Y con respecto a Víctor, palparon las callosidades de sus manos, propias de intérpretes de guitarra y que en ese momento estaban llenas de moretones e hinchadas”. Así se leía en la primera denuncia judicial que presentó Joan Turner pidiendo que se esclareciera la muerte de quien fuera su marido: Víctor Jara Martínez, nacido el 28 de septiembre de 1932, hijo de Manuel y Amanda.

El juicio para identificar a los autores materiales e intelectuales de su muerte se inició el 12 de septiembre de 1978, por denuncia de su esposa, de nacionalidad británica y profesora de danza, con quien se casó el 27 de enero de 1965. Al momento de ser asesinado tenía 41 años y dos hijas: Manuela, de 13 años y Amanda, de 9.

Debieron transcurrir 40 años para que al fin el cerrojo del secreto que envolvía el asesinato de Víctor Jara, Litre Quiroga y otras decenas de ciudadanos chilenos y extranjeros que encontraron la muerte en el Estadio Chile, cuya identidad y número aún se desconoce, comenzara lentamente a descorrerse.

El Estadio Chile y la planificación del Golpe
Hasta las últimas horas de la noche del 10 de septiembre de 1973, la casa central de la Universidad Técnica del Estado (UTE, hoy Universidad de Santiago) fue el epicentro de una gran ebullición. Todo quedó listo para que, a las 11:00 de la mañana siguiente, el Presidente Salvador Allende inaugurara la exposición “Por la Vida Siempre”, con una esperada actuación del cantautor Víctor Jara. Solo unos pocos sabían lo que Allende anunciaría desde la UTE: un plebiscito con el que pretendía evitar el Golpe de Estado. Dos días antes el Presidente le había dicho al general Carlos Prats, comandante en jefe del Ejército hasta el 23 de agosto de 1973: “Es la única solución democrática para evitar el Golpe o la guerra civil”. Allende sabía que de ese veredicto popular no saldría vencedor.

Lo que los profesores y estudiantes de la UTE no imaginaban, y tampoco Allende, era que precisamente ese anuncio de plebiscito, que rápidamente fue informado a quienes querían derrocarlo, había sido el gatillo acelerador del Golpe. Y menos que a esa misma hora, otra ebullición pero para fines muy distintos, envolvía varios pisos del ministerio de Defensa, ubicado a pocos metros del palacio presidencial. En su interior, un grupo de militares bajo el mando de los generales Herman Brady y Sergio Arellano Stark, ultimaba los detalles para el ataque a La Moneda y la ocupación de Santiago que se desencadenaría sólo horas después.

El mando de las operaciones militares en Santiago quedó configurado esa misma mañana. Bajo la conducción del general Brady, al frente de la Guarnición Militar de Santiago, se alinearon: el general Sergio Arellano, a cargo de la Agrupación Santiago-Centro; el general César Benavides, en la Agrupación-Este, y el coronel Felipe Geiger, en la Agrupación-Norte. La Agrupación Reserva le fue entregada al general Javier Palacios, quien tendría un rol protagónico el 11 de septiembre.

Alrededor de una mesa en una de las oficinas del ministerio, un grupo de oficiales de la Academia de Guerra del Ejército y de Inteligencia adscrito al Estado Mayor de la Defensa Nacional, núcleo estratégico del Golpe de Estado en marcha (encabezado por el almirante Patricio Carvajal), revisaba por enésima vez los detalles de los planes de seguridad “Cobre” y “Ariete”, con las primeras órdenes de qué hacer con los partidos de la Unidad Popular, sus dirigentes y los campos de prisioneros que se habilitarían.

“Debo indicar que me tocó ordenar alfabéticamente un listado de personas que debían presentarse en los regimientos del país y el cual fue leído mediante un bando militar. Este listado me fue pasado por el almirante Carvajal”, declaró más tarde Álvaro Puga, quien fue uno de los pocos civiles que participó en esos preparativos el mismo día 10 (1).

Puga se encontraría también en el ministerio de Defensa con el mayor Pedro Espinoza, quien vestía de civil y estaba a cargo del principal grupo de Inteligencia del Estado Mayor de la Defensa Nacional, unidad que había secundado la planificación secreta de los golpistas en esos meses de 1973.

En el cuarto piso del edificio, otro grupo, en el que destacaba Pedro Ewin Hodar (secretario del Estado Mayor de la Defensa Nacional) y el alumno de la Academia de Guerra, coronel Roberto Guillard (2), y que integraban también civiles, revisaba los borradores de los primeros bandos militares que se transmitirían por una cadena radial encabezada por la Radio Agricultura (de propiedad de la Sociedad Nacional de Agricultura, el principal gremio patronal agrícola).

Que allí estuvieran oficiales de la Academia Guerra, la llamada elite del Ejército, no era sorpresivo. Fueron esos oficiales los primeros que se integraron a la preparación del Golpe de Estado en las reuniones clandestinas con oficiales de la Fuerza Aérea y la Armada, que tenían el liderazgo. Ya desde el 7 de septiembre estaban informados de la inminencia del Golpe, por lo cual los alumnos de los tres cursos de la academia fueron destinados a distintas unidades para asegurarse de que el día definitivo fuera exitoso.

La importancia de la Academia de Guerra en el Golpe quedó nítidamente reflejada cuando Arellano le encomendó la organización del cuartel general de la Agrupación Santiago-Centro, al coronel Enrique Morel Donoso (3), director de la Academia de Guerra desde agosto, cuando el titular, Herman Brady, asumió la comandancia de la Guarnición de Santiago. Fue también ése el momento en que la academia se convirtió en el brazo armado de los golpistas en el Ejército, con informaciones que transmitía el coronel Sergio Arredondo González (4), profesor de la academia y uno de los primeros conjurados. Arredondo tendría también un rol preponderante en las acciones del Golpe como jefe del Estado Mayor de la Agrupación Santiago-Centro.

Fue así como ese día 10, Arellano Stark, Morel y Arredondo tomaron los últimos y sigilosos contactos con los jefes de las fuerzas que actuarían sobre La Moneda y Santiago: Escuela de Infantería, Escuela de Suboficiales, los regimientos Tacna, Yungay (de San Felipe), Guardia Vieja (de Los Andes), Coraceros (de Viña del Mar), Maipo (de Valparaíso) y Escuela de Ingenieros (de Tejas Verdes).

Ese mismo día 10, en las dependencias del Comando Administrativo del Ejército (CAE), el general Arturo Viveros (5), otro de los primeros partícipes de la preparación del Golpe, citaba al comandante Mario Manríquez Bravo, para ordenarle habilitar el Estadio Chile (ubicado en Pasaje Boxeador Arturo Godoy Nº 2750, entre la calle Unión Latinoamericana por el oriente y Bascuñan Guerrero, por el poniente) como campo de prisioneros. Antes de ocuparse del Estadio Chile, Manríquez debió cumplir una delicada misión el mismo día 11 de septiembre: hacerse cargo del entierro de Salvador Allende y de su autopsia, la que permanecería secreta por 28 largos años.

Al mayor Hernán Chacón Soto, otro de los oficiales de la Academia de Guerra, también se le encomendó la organización de los campos de prisioneros, bajo las órdenes del general Viveros. Pero la orden la había recibido antes: el 8 de septiembre.

Para entonces, el mando de los golpistas ya había decidido que el Regimiento Tacna sería el primer y principal centro de reclusión, pues hasta allí se llevaría a los que integraban las nóminas que había preparado el grupo de Inteligencia del Estado Mayor de la Defensa Nacional, encabezado por el mayor Pedro Espinoza. El comandante del Tacna, coronel Luis Joaquín Ramírez Pineda, ya se preparaba.

Lo mismo hacía en la Escuela de Ingenieros de Tejas Verdes, el mayor Manuel Contreras Sepúlveda. Uno de los conscriptos de su escuela relató lo siguiente en el juicio que busca establecer quiénes son los responsables materiales e intelectuales del asesinato de Víctor Jara:

“El 10 de septiembre de 1973, alrededor de las 19:00, llegó un helicóptero a la Escuela de Ingenieros de Tejas Verdes, donde venía un oficial de Marina, quien fue a conversar con el director de la escuela, coronel Manuel Contreras, y éste da la orden de formar en el patio. En la formación, se nos ordena que preparáramos nuestra mochila y armamento de guerra, que consistía en un fusil SIG, con cien tiros cada uno. Alrededor de las 20:00, nos fuimos a dormir y aproximadamente a las 02:00 del día 11 fuimos despertados por el cabo de servicio y se nos ordenó formar en el patio. El personal de planta estaba acuartelado. El coronel Contreras nos señala que íbamos a un combate y que no quería bajas de parte nuestra. Junto a mi sección, nos subimos a unos camiones institucionales y nos dirigimos a Santiago. Los que íbamos a Santiago eran: la Segunda Compañía, a cargo del capitán Germán Montero Valenzuela, integrada por la primera, segunda y tercera sección, a cargo de los tenientes Pedro Barrientos Núñez, Rodrigo Rodríguez Fuschloger y [Jorge] Smith, respectivamente. Además de la Tercera Compañía, a cargo del capitán Víctor Lizárraga Arias, y la primera, segunda y tercera sección de esa compañía, a cargo del teniente Orlando Cartes Cuadra (6). A cargo de todo este contingente iba el mayor Alejandro Rodríguez Fainé” (7).

 

El conscripto R.A., relata: “Una vez que llegamos a Santiago,nos dirigimos al Regimiento Tacna, pero éste estaba ocupado por el Regimiento Maipo, motivo por el cual nos llevaron a una cancha de básquetbol, en Arsenales de Guerra. Lo primero que nos dieron fue desayuno y alrededor de las 07:00 nos formaron y nos pasan un cuello de color salmón y un brazalete de color blanco con tortugas verdes y un oficial, de quien ignoro nombre y grado, nos indica que íbamos a derrocar al Presidente comunista Allende y el que no quiere ir que diera un paso al frente. Nos miramos con nuestros compañeros: nadie quiso salir. Posteriormente, la compañía que iba completa, nos dirigimos al costado del ministerio de Defensa [diario Clarín], tomamos posición de este edificio y comenzamos a tener fuego cruzado con francotiradores de otras azoteas”.

El relato del conscripto R.A. fue complementado por el del conscripto C.A.P.: “Después del desayuno, el teniente coronel Julio Canessa, comandante de Arsenales de Guerra, nos señala que habría un hecho importante en el país y el teniente Pedro Barrientos Núñez nos dio mayores detalles y nos indicó que el que no quería ir, que diera un paso adelante: obviamente no salió nadie. Posteriormente nos dirigimos hacia La Moneda, por calle San Diego, allanando todos los edificios de los alrededores del ministerio de Defensa” (8).

Enrique Kirberg, rector de la Universidad Técnica, durmió poco y mal esa noche. A las 6:30, el repiquetear del teléfono lo hizo saltar de su cama. “Un grupo de civiles armados atacó las instalaciones de la radio de la universidad, inutilizando la antena”, fue el escueto anuncio que recibió. Luego de cerciorarse que no había heridos, Kirberg se fue directo a la universidad.

El ataque fue perpetrado por el contingente de la Armada apostado en la Estación Naval de Quinta Normal, desde donde el almirante Patricio Carvajal, jefe del Estado Mayor de la Defensa Nacional, digitaba paso a paso el desarrollo de los planes golpistas. El día 10 de septiembre la Armada dispuso que un grupo de infantes de Marina y personal de Inteligencia se trasladara a Santiago. Entre ellos estaban los tenientes Miguel Álvarez y Jorge Aníbal Osses Novoa, del Servicio de Inteligencia de la Armada. En Santiago, ya se encontraba el oficial Pedro Castro Bustos, quien dependía directamente del capitán de fragata Víctor Vergara” (9).

En La Serena, otro grupo de militares del Regimiento de Artillería Nº 2, “Arica”, se preparaba para marchar a Santiago. Al mando de la Agrupación Serena se apostó el mayor Marcelo Moren Brito (10), segundo comandante del regimiento que dirigía el coronel Ariosto Lapostol, quien no viajó. Entre los escogidos estuvo el capitán Fernando Polanco, quien era el jefe de Inteligencia del regimiento y comandaba una compañía de infantería de unos 120 hombres.

Poco después de que el rector Kirberg ingresara a la UTE, el sector de calle Ecuador se convirtió en un hormiguero. Mientras las primeras tropas se desplegaban en el entorno, estudiantes y profesores recorrían patios y dependencias intentando obtener más información de lo que estaba ocurriendo. Desde radios a pilas que emergieron por doquier se podía escuchar los sones del himno de la Unidad Popular “Venceremos”, que la Radio Magallanes difundía una y otra vez acompañado de consignas para defender el gobierno.

Alrededor de las 10 de la mañana, Víctor Jara se despidió de su esposa, Joan Turner, y de sus hijas Manuela y Amanda, y salió de su casa en calle Piacenza Nº 1144. A sabiendas de que estaba en marcha un Golpe de Estado, decidió estar en su lugar de trabajo: la UTE. Joan recordará por siempre la imagen de Víctor con su pantalón negro y su suéter de alpaca negro, tomando las llaves de su renoleta para luego partir raudo en dirección a la universidad. Llevaba consigo uno de sus objetos más preciados: su guitarra.

Poco después, Víctor Jara ingresaba a la Vicerrectoría de Comunicaciones de la UTE, ubicada al frente de la casa central, allí donde trabajaba como investigador folklórico y director de teatro. Se fue directo a la oficina de Cecilia Coll, jefa del departamento de Extensión Artística, su amiga y compañera de muchas jornadas de cultura llevada a las poblaciones y fábricas. Y también de trabajo voluntario, en los que se descargaba harina y otros productos de primera necesidad que escaseaban.

“‘¿Qué hago?’, fue lo primero que me dijo. Lo vi llegar empuñando su guitarra y con su rostro preocupado. Pero me habló con esa convicción que me impresionaba, de estar profundamente convencido de lo que hacía ya sea en la música, en el teatro y en su actitud militante. Lo escuché en un momento hablar esa mañana con su mujer, Joan, lo que me reafirmó que Víctor tenía claro cuál era su responsabilidad ese día”, recuerda Cecilia en entrevista con la autora.

Esa llamada fue confirmada por la esposa de Víctor Jara, Joan Turner, quien dijo: “Víctor me llamó por teléfono alrededor de las 11:30 para decirme que había llegado bien, a pesar del movimiento de tropas. Que estuviera tranquila y que cuidara a las niñas”.

Cecilia Coll no olvida que fue ella quien le dijo a Víctor que se fuera a la Escuela de Artes y Oficios, el edificio antiguo y de construcción sólida que podría resistir en mejor forma un ataque militar, ya que a esas horas se escuchaban muchos disparos. Para entonces, ya eran cientos los profesores y alumnos que permanecían en la UTE.

A esa misma hora ya habían sido liberados los oficiales que habían protagonizado el 29 de junio de 1973 la rebelión del Regimiento Blindado Nº 2, conocida como el “Tanquetazo”. La asonada, un borrador del Golpe de Estado que se ejecutaría tres meses más tarde, dejó varios muertos y heridos, y fue organizada y llevada a cabo por un grupo de militares en concomitancia con el movimiento de extrema derecha Patria y Libertad. Sus líderes fueron: el coronel Roberto Souper Onfray (11), quien era el comandante del Blindado Nº 2; el capitán Sergio Rocha Aros (12), comandante de la Compañía de Tanques del regimiento; el capitán Carlos Lemus y los tenientes Raúl Jofré González, Antonio Bustamante Aguilar, Mario Garay Martínez (13), Edwin Dimter Bianchi, René López Rivera (14), Carlos Souper Quinteros y Víctor Urzúa Patri. La mayoría estaba en prisión militar en distintas unidades de Santiago, acusados de sublevación y sedición.

La vorágine de los acontecimientos del 11 asfixió la liberación de los militares sediciosos. Pero el secreto se mantuvo largos años. Había motivos para ello. El principal: ocultar los nombres de quienes ordenaron las misiones que les fueron encomendadas a los oficiales que recién salían de la prisión militar, masticando el fracaso de su operación y de reconocida vocación violentista y de extrema derecha. Pero hubo otros hechos que rodearon esa liberación y que conectaron a esos hombres con el Estadio Chile y el destino de Víctor Jara.

Uno de esos oficiales fue el entonces teniente y hoy brigadier (R) Raúl Aníbal Jofré González, quien fue dejado en libertad en la Escuela de Telecomunicaciones del Ejército, junto al también teniente sublevado Edwin Dimter Bianchi. Jofré relató:

“El 11 de septiembre, alrededor de las 18:00, me fueron a buscar y me trasladaron a la Comandancia de Guarnición, ubicada en el sexto piso del entonces ministerio de Defensa. El mismo día, a distintas horas, llegaron el resto de los oficiales que estábamos detenidos, con excepción del coronel Souper, a quien no vi. Al día siguiente fui enviado junto al teniente Edwin Dimter al Estadio Chile…” (15).

Otro oficial sublevado y liberado sí vio al coronel Souper esa mañana en el mando central del Golpe. El ahora coronel (R) Antonio Roberto Bustamante Aguilar (16), relata:

“El 11 de septiembre de 1973, alrededor de las 11:00, me comunican que estoy en libertad y me trasladan a Zenteno Nº 45 donde funcionaba el ministerio de Defensa. Fui directo al sexto piso, donde quedé en calidad de disponible junto con los demás oficiales que habíamos participado en el llamado ‘Tanquetazo’: coronel Roberto Souper, capitán Sergio Rocha, los tenientes Raúl Jofre, Edwin Dimter, Mario Garay y René López. En la tarde fuimos destinados a distintas unidades. Desconozco a qué unidad fue destinado el coronel Souper. El capitán Rocha fue enviado al Comando de Área Jurisdiccional de la Zona de Seguridad Interior (CAJSI) de Puente Alto, donde había estado preso (el entonces Regimiento Ferrocarrilero Nº 2); Jofré y López fueron enviados al Estadio Chile; respecto de Dimter, tengo dudas, y sobre Garay, me parece que fue enviado a la Segunda División del Ejército. Yo fui destinado al Comando de Áreas Jurisdiccionales de Seguridad Interior, o CAJSI de Santiago, que funcionó en el sexto piso, ala sur del ministerio de Defensa (Departamento Quinto, Asuntos Civiles). Todas las actividades de seguridad tanto de Ejército, Armada y Fuerza Aérea, como de Carabineros e Investigaciones, se subordinaban al CAJSI. El Departamento Quinto de Asuntos Civiles, al cual fui asignado, estaba a cargo del capitán de Ejército, Ramón Castro Ivanovic, alumno de tercer año de la Academia de Guerra” (17).

Pero hubo otro hecho que todos callaron por muchos años y que el teniente Edwin Dimter, otro de los sublevados y liberados, decidió revelar ante el tribunal 31 años más tarde, cuando la figura de Víctor Jara regresó con inusitada fuerza:

“Al mediodía del 13 de septiembre de 1973, todos los oficiales que habíamos participado en el alzamiento del 29 de junio, fuimos recibidos por el general Augusto Pinochet, quien nos dirigió unas breves palabras y luego nos dijo que íbamos a recibir instrucciones. Estábamos presentes en esa reunión: el coronel Roberto Souper, el capitán Sergio Rocha; y los tenientes Raúl Jofré, Antonio Bustamante, René López, Mario Garay y el que habla. A continuación, fui destinado al Estadio Chile, recinto al cual fui trasladado en un jeep el mismo día” (18).

La partida de Dimter y Jofré al Estadio Chile fue confirmada por el entonces teniente y ahora teniente coronel (R) Mario Garay Martínez, otro de los sublevados del Blindados Nº 2: “Los tenientes Jofré y Dimter fueron enviados al Estadio Chile… En mi caso, fui mantenido en la Segunda División para cumplir labores administrativas y a disposición de los oficiales superiores del Estado Mayor” (19).

A las 10:20, después de haber difundido por segunda vez el último discurso de Salvador Allende, la Radio Magallanes enmudeció para siempre. A las 11:52 caía la primera bomba sobre La Moneda. Víctor Jara evidenció el impacto y llamó a su esposa. Joan relatará más tarde que en esa conversación le dijo que estuviera tranquila, que intentaría regresar a la casa, pero más tarde…

Poco antes de las 14:00, las tropas de ocupación, encabezadas por el general Javier Palacios, con contingente del Tacna y de las Escuelas de Suboficiales e Infantería, ingresaron a La Moneda. A cargo de las cinco baterías del Regimiento Tacna, que luego descerrajaron el ministerio de Educación, estaba el mayor Enrique Cruz Laugier (20).

Palacios dijo más tarde que recibieron balazos desde el interior de La Moneda en llamas y que la rápida actuación de su ayudante, el teniente Iván Herrera López (21), evitó que fuera alcanzado por otros proyectiles. Y agregó en entrevista con María Eugenia Oyarzún: “El teniente Armando Fernández Larios me vendó con un pañuelo que yo mismo le pasé para cubrir la herida. ¿Por qué estaba allí? Creo que el Servicio de Inteligencia del Ejército (SIM) envió gente por su cuenta para identificar a los prisioneros”. Palacios tenía razón. Armando Fernández Larios pertenecía ya en ese momento al equipo de inteligencia del Estado Mayor de la Defensa Nacional, que encabezaba el mayor Pedro Espinoza, grupo que había confeccionado la lista de dirigentes de personeros de la UP que había que hacer prisioneros como primera prioridad. Una tarea que los efectivos de Inteligencia del Estado Mayor del Golpe seguirían desarrollando después en el Estadio Chile.

Al interior de la UTE la gente se convulsionaba. El rector Kirberg aún no podía convencerse de que el palacio de gobierno ardía en llamas. De pronto, se escucharon gritos: “¡Al Paraninfo! ¡Al Paraninfo! ¡Ampliado general!”. En entrevista con la autora, Kirberg relata:

“Se realizó la asamblea. Estábamos todos juntos, profesores, alumnos, trabajadores. Habló el presidente de la Federación de Estudiantes de la UTE, Osiel Núñez, quien llamó a detener el Golpe… La mañana había transcurrido de manera vertiginosa. Una delegación de profesores y estudiantes democratacristianos vino a decirme que se ponía a mi disposición. Cuando aún estábamos bajo el impacto del bombardeo, llegó una patrulla de infantes de Marina. Reclamaban por una bandera a media asta que alguien había puesto. ‘O la suben, o la bajan!’, ordenaron. Acordamos quedarnos en la universidad. Éramos alrededor de mil personas.”

La estudiante Iris Aceitón no olvida esos momentos: “El grito de la UTE traspasó las paredes del Paraninfo hasta elevarse en el cielo brumoso. Un gran escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Los rostros de mis compañeras estaban llenos de lágrimas. Nos abrazábamos… Los hombres no escondían su sobrecogimiento. Fueron muy pocos los que se fueron” (22).

Todos se organizan para lo que venía y que no era otra cosa que permanecer allí, en la casa que les daba identidad. Víctor Jara era uno más.

“Allí en el patio, junto a una gran columna de concreto, apoyado en su inseparable guitarra, diviso a Víctor Jara. Está con Patricio Pumarino. Me invitan a acercarme. Víctor me habla y lo abrazo agradecida”, recuerda Iris.

Poco después, un mayor de Carabineros al mando de una patrulla llegó hasta la UTE y le comunicó al rector que estaban acordonados: “Nadie puede salir, ni siquiera pasar de un edificio a otro, porque van a recibir fuego. Estamos en Estado de Sitio y ya entró en vigencia el toque de queda”, dijo escueto.

Víctor Jara, fiel a su carácter, había decidido quedarse. Como a las 16:30 se volvió a comunicar con su esposa: “Después de algunas dificultades logré hablar con él. Me dijo que no podría llegar a la casa por el toque de queda, que tendría que quedarse en la UTE esa noche, que esperaba verme en la casa a la mañana siguiente. Que me quería mucho… Esa fue la última vez que hablamos”, relata Joan Jara.

“Nos organizamos en dos grupos, uno de ellos en la Escuela de Artes y Oficios y otro en la casa central, repartidos en diferentes dependencias. De los que estábamos en la casa central, algunos se encontraban en el sector de los ingenieros industriales y otros en el Paraninfo. La casa central cuenta con subterráneo, por lo cual nos sentíamos seguros. Víctor Jara permaneció en la Escuela de Artes y Oficios, donde estaba el mayor grupo de personas. La noche la pasó en una de sus salas”, relató el dirigente estudiantil Mario Aguirre Sánchez (23).

Efectivamente, Víctor Jara permaneció en el Laboratorio de Física de la Escuela de Artes y Oficios de la UTE. El estudiante Juan Manuel Ferrari Ramírez también estaba allí y no lo olvidó:

“Esa noche me quedó grabada su expresión porque se veía muy sereno, preocupado y triste. Estaba abrazado a su guitarra lo que lo hacía muy particular, a diferencia de las demás personas que estaban asustadas o con pánico” (24).

Luego de que el rector Kirberg llegara a un acuerdo con un contingente de Carabineros para que a la mañana siguiente se desalojara la universidad en completa calma, se inició la noche más larga que se haya vivido en la Universidad Técnica. Ni Víctor Jara ni Kirberg ni ninguno de los estudiantes y profesores que habían decidido permanecer en la UTE, podían imaginar que a esas mismas horas y a todo motor los militares golpistas preparaban el Estadio Chile para recibir a sus primeros prisioneros. Y ellos serían sus próximos moradores.

El oficial David González Toro, del Comando Administrativo del Ejército, recibió una orden que lo ligó de por vida al Estadio Chile:

“El día 11 mi general Viveros me ordenó hacerme cargo de la intendencia de un centro de prisioneros que se iba a crear. Horas más tarde se me informó que debía concurrir junto al comandante Mario Manríquez, el mayor Sergio Acuña y los sargentos Sergio Etcheverry, Caupolicán Campos y el cabo Héctor Bernal, hasta el Estadio Chile. Cuando llegamos en horas de la tarde, no había ninguna persona… Cuando llegan los detenidos, tengo claro que había personal de la Escuela de Ingenieros de Tejas Verdes, del CAE y del Regimiento de Calama. Ignoro si había personal de otra unidad… Recuerdo haber visto al comandante Manríquez en una oficina de pequeñas dimensiones ubicada siguiendo un pasillo ancho, a un costado de unos baños” (25).

El mayor Hernán Chacón Soto recibió otras órdenes respecto al Estadio Chile:

“A eso de las 16:00 del 11 de septiembre, se me ordenó por intermedio del jefe del Departamento Habitacional del Comando Administrativo del Ejército, el teniente coronel Mario Pérez Paredes, que debía hacerme cargo de una sección de la Escuela de Ingenieros de Tejas Verdes. En compañía del teniente coronel Pérez, debí trasladarme, con esta sección a cargo, hasta el Estadio Chile, constituyéndome en el lugar a eso de las 19:00, donde fui informado de que tenía a cargo la seguridad exterior del gimnasio… En esta labor y con esta sección permanecí hasta el día 15 de septiembre de 1973, según mi recuerdo, en que todos los detenidos del Estadio Chile fueron trasladados hasta el Estadio Nacional”.

Uno de los conscriptos de Tejas Verdes, M. C., relató lo que en esas horas ocurría en el Estadio Chile:

“Alrededor de las 19:00 del día 11 se nos ordena a toda la sección concurrir al Estadio Chile, a cargo del teniente Rodríguez Fuschloger y del teniente Jorge Smith Gumucio [y da los nombres de todos los sargentos, cabos y conscriptos que iban con él]. Al llegar observé varios buses con detenidos a los que bajaban con las manos arribas y eran apuntados por soldados. A mí se me ordenó apostarme en la entrada del estadio, ordenando la fila de detenidos que ingresaba. Esto duró varias horas hasta que el estadio estuvo casi lleno. De repente, junto a la fila de detenidos, vi a un hombre de avanzada edad y le permití descansar en el suelo. Fui sorprendido por el teniente Smith, quien me increpó y quiso mandarme detenido por desobediencia. Intercedió el teniente Rodríguez Fuschloger en mi favor. Posteriormente, me fui a descansar unas pocas horas en una sala en el segundo piso, y después, al regresar, el cabo R. me ordenó quedarme como centinela en la galería que estaba al frente de la entrada principal, en el pasillo que dividía la galería baja y alta” (26).

El conscripto R. A., de la Escuela de Ingenieros de Tejas Verdes, también afirma haber recibido la orden de concurrir al Estadio Chile a las 19:00 del día 11. Y recuerda que va toda su sección, la que era dirigida por el teniente Rodrigo Rodríguez Fuschloger (27). Al llegar al estadio, dice que están con él los sargentos Víctor Heredia Castro, Exequiel Oliva Muñoz y los cabos Nelson Barraza Morales, Homero Reinoso Valdés, Carlos Sepúlveda Moreno, José Galdames Arteaga, Jaime Sepúlveda López y 38 conscriptos (da todos sus nombres). También iban los sargentos Sergio Montiel Díaz y Manuel Rolando Mella San Martín, que no eran de su sección, pero que sí estaban en el Estadio Chile:

“Una vez que llegamos al estadio, a un costado estaban unos buses de Carabineros con detenidos, esperándonos a que nosotros tomáramos posición en el recinto. Para custodiar el lugar nos dividimos en turnos de seis horas. Los cabos nos ordenaban dónde teníamos que estar como centinelas. Recuerdo que estuve apostado en la entrada principal, en el costado externo. Desde mi posición podía observar la entrada de los detenidos. Era una gran cantidad. Sus pertenencias personales las dejaban en un pañuelo o cualquier otra cosa en un costado de la entrada. Toda la noche del 11 y la madrugada del 12 de septiembre llegaron detenidos. El día 12, alrededor de las 06:00, fui relevado y me fui a dormir, para asumir luego mi turno en el mismo lugar”.

No muy lejos de allí, al interior de la UTE, se vivían horas de terror: “Al final, éramos unos 600 docentes, estudiantes y auxiliares los que permanecimos en la universidad, la que fue tiroteada en forma persistente con arma de larga distancia durante toda la noche. Vehículos recorrían los alrededores disparando para atemorizarnos”, cuenta un estudiante de Ingeniería en entrevista con la autora.

Enrique Kirberg: “A la medianoche, llamaron de la Escuela de Artes y Oficios. Me informaron que había un herido: un camarógrafo, al que llamaban El Salvaje, había recibido un balazo en la espina dorsal que le comprometió los riñones. Estaba muy grave. Pedí asistencia hospitalaria, insistí frente a los militares, esperamos toda la noche… Nuestro hombre se nos murió… Y debo decir que no había armas dentro de la universidad y tampoco hubo resistencia. Se ha creado un mito: se cree que resistimos… Me da un poco de pena desilusionarlos”.

El presidente de la Federación de Estudiantes de la UTE, Osiel Núñez, también recordó muy bien esos momentos en que fue herido el camarógrafo y fotógrafo de la revista Presencia de la universidad, Hugo Araya Araya, El Salvaje: “El rector hizo varios llamados solicitando una ambulancia para trasladar al herido. Fue inútil. Como a la una de la madrugada nos informaron que Hugo Araya había muerto desangrado”, relató ante la Comisión Rettig (28).

El grupo del Regimiento “Arica” que llegó desde La Serena para reforzar las operaciones militares del Golpe, estaba conformado por dos compañías de Infantería y una batería de Artillería formada por cuatro piezas al mando del mayor Marcelo Moren Brito. Su primera misión fue “desalojar y ocupar todas las dependencias de la UTE”.

“La información de inteligencia que manejaba la Guarnición Militar de Santiago era que al interior de esa casa de estudios había entre 300 a 500 personas, muchos de ellos armados. Personal de la Armada, dependiente de la Estación Naval de Quinta Normal, en conjunto con carabineros de la Comisaría de calle Ecuador, no habían logrado el desalojo, informando que habían recibido disparos desde el interior”, recuerda el subteniente (R) Pedro Rodríguez Bustos, quien participó de la ocupación de la UTE (29).

El oficial Fernando Polanco también forma parte del contingente que estaba listo para atacar la UTE, al mando del mayor Moren Brito: “Pernoctamos ese día en el Regimiento Buin. En la madrugada del día 12, a través de una orden que presumo fue dada por el comandante del Regimiento Buin, el coronel Felipe Geyger, todo nuestro grupo fuimos a allanar y ocupar el recinto de la Universidad Técnica del Estado…El mayor Moren era quien se entendía con la superioridad y recibía las órdenes directamente del comandante de la Agrupación Santiago-Centro. Nuestra misión fue únicamente evacuar el recinto y coordinar el traslado al Estadio Chile. Aproximadamente en octubre de ese año se creó la DINA, a la que pasó directamente y únicamente dentro de nuestra agrupación, el mayor Moren Brito” (30).

Lo que no dice Polanco, más conocido en el Ejército como “El Polaco”, es que en esos mismos días también estuvo a la caza de dirigentes de la Unidad Popular. Así llegó hasta el domicilio de Félix Huerta, uno de los miembros del comité asesor más secreto de Salvador Allende. Huerta estaba inválido y Polanco lo extorsionó para que entregara la identidad de sus compañeros a cambio de la vida de su hermano, Enrique Huerta (a quien, sin embargo, ya habían asesinado). Polanco, finalmente, no mató a Félix Huerta, pero siguió su carrera en servicios de inteligencia, en el BIE, el grupo más secreto de la Dirección de Inteligencia del Ejército. Otras muertes, entre ellas la del coronel Huber, miembro de la DINA, le serían adjudicadas a lo largo de los años. Huber fue asesinado cuando se descubrió la venta ilegal de armas a Croacia una vez recuperada la democracia.

Como a las 6:00 del día 12 de septiembre, Enrique Kirberg se cambió de camisa y se afeitó. Quería estar preparado para recibir a la delegación militar que ayudaría al desalojo:

“De repente sentí un estruendo terrible. Lanzaron un cañonazo hacia el edificio de la universidad. El obús abrió un boquete inmenso y estalló dos oficinas más allá de donde yo estaba. Quedé masticando trozos de concreto. Me asomé y vi tropas atrincheradas que disparaban hacia la universidad. Los vidrios del frontis se quebraron haciendo un ruido espantoso. Nos tuvimos que tender en el suelo para esquivar los disparos. Como el ataque no cesaba, tomé mi camisa blanca, me acerqué a la ventana y la saqué hacia fuera. Oí gritos: ‘¡Salgan con los brazos en alto!’. Una mujer empezó a llorar… Me escuché decir: ‘¡No es hora de llorar!’”.

“Aproximadamente a las 7:00, yo me encontraba en las oficinas de la administración, junto a unas cien personas y vimos cuando instalaron un cañón frente al edificio principal y tiraron tres obuses. Enseguida descargaron un ataque de ametralladoras durante más de 30 minutos. Por altoparlantes un oficial pidió que nos rindiéramos. Salió todo el mundo con las manos en alto y en fila india entre dos hileras de soldados armados”, relató el profesor Carlos Orellana (31).

Enrique Kirberg: “La gente empezó a salir con los brazos en alto, pero aún así no dejaban de disparar. Mi impresión fue que los soldados estaban más asustados que nosotros. En forma violenta obligaban a la gente a tenderse en el suelo. Yo también lo hice, pero el comandante me hizo parar a punta de culatazos y me gritó: ‘¡Así que tú eres el rector, tal por cual! ¡Ahora vas a ver lo que es la autonomía universitaria!’. Violentamente me tomó de un brazo, me tiró contra una pared, amartilló su arma y me apuntó: ‘Tienes 15 segundos para decirme dónde están las armas, ¡de lo contrario disparo!’. Tuve muy claro que estaba frente a mi universidad, profesores y estudiantes me escuchaban. No sé de dónde saqué fuerzas, pero muy sereno respondí: ‘Las armas de la Universidad son el conocimiento, el arte y la cultura’. Pasaron los 15 segundos y el hombre que me apuntaba no apretó el gatillo. Llamó a un soldado y le dijo: ‘¡Apúntalo!, y si no dice dónde están las armas, tú sabes…’. Dispararon un segundo cañonazo y luego se llevaron el cañón hacia la Escuela de Artes y Oficios. Mi gente seguía tendida en el suelo. El soldado seguía apuntándome, se oían gritos y órdenes mientras las tropas derribaban puertas y ventanas y entraban disparando a los edificios”.

Apenas ingresaron, los militares pidieron que se identificaran los dirigentes estudiantiles. Osiel Núñez, presidente de la Federación de Estudiantes de la UTE, lo hizo. Fue separado inmediatamente y los golpes se iniciaron. “¿Dónde están las armas?”, era el grito que se repetía:

“Me golpeaban y me amenazaban de muerte. Me dispararon en dos oportunidades a un costado para que me decidiera a hablar. Yo insistía en que en la universidad no había armas. En ese momento llegaron a informarle al oficial al mando que se estaba produciendo un enfrentamiento en la Escuela de Artes y Oficios. Yo le pido a este militar que me permita concurrir para evitar una matanza. Acepta. Llego al lugar, pidiéndole a los estudiantes que abandonen la escuela, asegurándoles que no se les dispararía, comenzando a salir principalmente funcionarios. Luego soy llevado hasta otro sector, donde hago lo mismo, pero los estudiantes no alcanzan a salir pues los militares ingresan violentamente, disparando. Pido al oficial al mando que cesen los disparos para evitar muertes innecesarias. Se detienen los disparos y comienzan a salir estudiantes. Pero los militares continúan los disparos” (32).

El estudiante Boris Navia Pérez relata: “Los militares sacaron a estudiantes, profesores y funcionarios, hombres y mujeres, y entre culatazos nos obligan a tendernos en la calle, frente a la casa central, incluyendo al propio rector. En este lugar, permanecimos durante toda la mañana y parte de la tarde. A lo lejos se veían bultos acostados, lo que hizo pensar al vecindario que estábamos todos muertos. Entre estas personas, también se encontraba Víctor Jara” (33).

Muchos de los estudiantes y profesores que permanecieron en la UTE vieron a Víctor Jara tendido en el suelo y con las manos en la nuca, como todos sus compañeros. Así lo recuerda uno de los estudiantes que fue hecho prisionero:

“Nos trasladan a la cancha de baby fútbol de la Escuela de Artes y Oficios. Víctor queda en mi misma fila. Pasaron horas antes de que nos hicieran subir a los buses. Nos colocaron de rodillas en el suelo de la micro, con la cabeza agachada y las manos en la nuca. Víctor viajó en la misma micro que yo”.

Mario Aguirre Sánchez: “La actuación de Osiel Núñez logró disuadir a los militares y los convenció de moderar su comportamiento para que la gente pudiera salir y no ser ametrallada. En una cancha de la Escuela de Artes se nos mantuvo en el suelo, siendo golpeados por los militares que nos custodiaban mientras se allanaban diferentes dependencias. No hubo resistencia. Cerca del mediodía, termina el allanamiento y comienza el traslado de los detenidos en unos buses. Nos condujeron con la cabeza agachada, para evitar que viéramos el lugar de detención”.

Enrique Kirberg: “Después, me subieron a un jeep. A un costado de la calle, las mujeres con los brazos en alto formaban una fila. Alguien sacó a mi mujer de la fila para que se despidiera. Nos dimos un apretado abrazo. No la volvería a ver en largos once meses…”.

El rector Kirberg fue llevado al Regimiento Tacna, donde escuchó fusilamientos y se convenció de que muy pronto sería su turno. “Y como soy enemigo de las cosas tragicómicas, dudaba en si gritar algo o no antes de la descarga. Noté que tenía el cuerpo húmedo y el corazón me latía con rapidez. Quise sacar un papel y dejar un mensaje a mi familia… Me arrepentí… Cuando ya estaba preparado, me vinieron a buscar y me subieron a un jeep”. De allí fue llevado a un subterráneo del ministerio de Defensa, donde nuevamente presenció golpes e insultos. “De rodillas, vi a un cabo que recorría el recinto con un yatagán en la mano. Un oficial me sacó, me subieron a un jeep y me llevaron al Estadio Chile”.

Cuando los prisioneros de la Universidad Técnica llegaron al Estadio Chile en las últimas horas de la tarde del 12 de septiembre, fueron recibidos por un contingente militar cuyas características recuerda el entonces suboficial del Regimiento Arica de La Serena, Pedro Rodríguez Bustos, quien había participado en el asalto a la UTE:

“Quienes recibieron a los detenidos de la UTE en el Estadio Chile fueron el capitán Rafael Ahumada Valderrama, el capitán Joaquín Molina Fuenzalida [quien fue asesinado el 9 de noviembre de 1988] y el subteniente Jorge Herrera López [todos del Regimiento Tacna]. A estos oficiales los pude observar en los momentos en que me tocó entregar los detenidos de la UTE el 12 de septiembre. Ellos recibieron a los prisioneros en su calidad de encargados del recinto. El capitán Ahumada era oficial de Inteligencia, por lo que presumo le tocó participar en los interrogatorios con otros oficiales del Tacna”.

Un régimen de terror
Entre los casi 600 prisioneros de la Universidad Técnica que llegan al Estadio Chile, hay una joven de 16 años, estudiante de 4º Humanidades del Liceo Darío Salas (ubicado en Avenida España). El día 11, con algunos de sus compañeros de colegio, Lelia observó estremecida y a la distancia el bombardeo a La Moneda. Poco después, junto a otros 12 liceanos, decidieron partir a la Escuela Normal Abelardo Núñez, ubicada a pocas cuadras de la UTE. Allí pasaron la noche.

A las 6:00 de la mañana siguiente, irrumpió un contingente de carabineros en la escuela y los detuvieron. Permanecieron tendidos en el suelo de la calzada, boca abajo y manos en la nuca durante unas dos horas. De improviso, los carabineros los hicieron parar y los llevaron hasta el frontis de la UTE, donde los entregaron a un grupo de militares con brazalete color naranja. Lelia no olvida a ese sargento que les dio de comer y los hizo pasar a una casa para que pudieran llamar por teléfono a sus familias y entrar al baño. Por la conversación supieron que venían de La Serena (Regimiento “Arica”). No sabían que muy pronto ingresarían al infierno. Lelia recordó:

“Al ingresar al Estadio Chile, nos colocan en una fila con las manos en la nuca y saltando. A la entrada había cuatro o cinco mesas atendidas por personas de civil que vestían terno y corbata. Preguntaban nuestros nombres, militancia y el por qué de nuestra detención. También nos quitaban nuestra cédula de identidad, la que después debíamos retirar en el ministerio de Defensa, según nos instruyeron. Nos separan: los hombres a una galería, las mujeres a otra. En la tarde del día 12, un funcionario de Ejército nos dio un discurso: dijo que los días del marxismo habían terminado…”

El estudiante de la UTE Mario Aguirre Sánchez, también recordó esa arenga: “Un militar que se identificó como el encargado del recinto, tomó un micrófono e hizo una arenga diciendo que él tenía autorización para matar y no quería ser privado de ese gusto. Nos intimidó diciendo que los soldados también contaban con esa autorización con las ametralladoras que disparaban 30 proyectiles por segundo y eran conocidas como ‘las sierras de Hitler’ ya que cortaban a los que asesinaban”.

Años más tarde (2004), el coronel Mario Manríquez Bravo (34) reconocerá en un careo: “Es efectivo que les manifesté a los prisioneros que estas armas se habían conocido en la Segunda Guerra Mundial como ‘las sierras de Hitler’, caracterizadas por una cadencia de tiro alta que podían cortar una persona en dos”.

El conscripto C.E., de la dotación de Tejas Verdes, ingresó al Estadio Chile alrededor de la 11:00 del 12 de septiembre. Recuerda: “Iban llegando camiones con prisioneros. El teniente Pedro Barrientos nos ordena formar un cordón para la fila de detenidos a los que muchos dan culatazos. Una vez que los detenidos ingresaron al estadio, el sargento Mella nos distribuyó en diferentes sectores para custodiar a los presos, ubicados en la platea y en la cancha, ya que en la galería había una ametralladora punto 30, a cargo de un soldado que tenía la orden de disparar en caso de cualquier cosa. A mí me correspondió estar en el costado sur poniente de las galerías, donde se encontraban alrededor de unos 70 extranjeros de distintas nacionalidades [Y da los nombres de los oficiales Jorge Smith Gumucio, Rodrigo Rodríguez Fuschloger y Jorge Garcés Von Hohenstein, que los comandaban (35)]. La estadía en el recinto no era buena, ya que no recibimos comida durante unos tres días y menos los detenidos, además que no había agua y los baños eran insalubres”.

Enrique Kirberg: “Apenas llegué al Estadio Chile, me ubicaron contra la pared, con los zapatos pegados a la muralla y los brazos en alto. Un soldado me apuntaba. Vi llegar más gente, en fila y con las manos en alto y trotando. Vi pasar a Víctor Jara a mi lado. Me dirigió esa sonrisa ancha que lo caracterizaba. Le hice señas con mi mano… Una hora más tarde me subieron a otro jeep y me llevaron de regreso al Regimiento Tacna (36)”.

El profesor de la UTE Carlos Orellana también está manos en la nuca en la fila de prisioneros que esperan su ingreso al estadio: “Éramos varios miles de prisioneros. Los militares habían constituido grupos y cada detenido llevaba un número. Víctor Jara quedó en mi grupo. Vi cuando un oficial lo golpeó. Parece que el oficial lo reconoció, se acercó a él y le dio un puñetazo en el rostro. Víctor recibió el golpe sin caerse. El oficial llamó a unos soldados y les ordenó que se lo llevaran. Eso sucedió en los corredores del estadio. Los soldados tomaron a Víctor por los brazos y lo condujeron al subsuelo. Antes de este incidente Víctor no presentaba ninguna herida”.

El profesor Ricardo Iturra Moyano: “A la llegada al Estadio Chile, en la misma fila que yo, unas quince personas más adelante, estaba Víctor Jara. En el momento en que ingresaba al estadio, un uniformado lo detuvo y lo proyectó violentamente contra el muro, mientras lo insultaba y le propinaba golpes… Después, cuando Víctor Jara vino a sentarse frente a mí, noté que llevaba las manos adelante, con los dedos encogidos y parecía sufrir terriblemente” (37).

El profesor de la UTE César Fernández Carrasco también estaba en esa fila de prisioneros: “Víctor Jara se encontraba en la fila cuatro o cinco hombres detrás de mí. Un soldado lo identificó e informó a su superior. Víctor Jara fue retenido por varios soldados y golpeado. Su pecho fue golpeado tan fuerte con las culatas de los fusiles que cayó al suelo… ” (38).

Julia Fuentes dice no haber visto a Víctor Jara al interior del Estadio Chile, pero como casi todos los conscriptos, soldados y oficiales que dominaban el recinto, supo que allí estaba. Julia no era una prisionera, aunque en cierto sentido también lo fue. Porque Julia era cocinera del estadio antes del día 11 de septiembre y el 12 llegó hasta su casa una patrulla militar que la condujo directo al recinto deportivo. Durante un mes, sin derecho a salir, cocinó para los oficiales y algo para los conscriptos a cargo del Campo de Prisioneros. Ingresó escoltada al local que ella tanto conocía, por un pasillo ubicado al costado derecho de las boleterías. Le advirtieron que caminara al frente sin mirar:

“Fue inevitable, lo hice…había un grupo de hombres semidesnudos, tirados en el suelo, amontonados uno encima del otro. No supe si estaban vivos o muertos, pero la piel se las vi de color muy oscuro, no pudiendo precisar si era por hematomas o moretones. Vi también manos, muchas manos que se agitaban y pedían agua. Subí al segundo piso directo al casino y a la cocina y por donde transité no tenía visión a la cancha. En el comedor comían los militares, pero en mesas separadas los oficiales. Los primeros 15 días dormí en una colchoneta en la misma cocina. Después me dieron una pieza. Recuerdo haber visto desde la cocina cuando los soldados juntaban todas las mesas del comedor y de sus bolsillos sacaban puñados de billetes que habían robado a los prisioneros. Recuerdo haber visto en un pasillo a prisioneros que eran empujados por los soldados que les clavaban las bayonetas. También haber sentido muchos disparos al interior todo el día, tanto de fusiles como de ametralladoras, las que reconocía por su tableteo inconfundible…Varios días después que me llevaron al estadio, un soldado me comentó secretamente en la cocina: ‘Se nos terminó el cantante Víctor Jara, porque lo mataron’. Ese mismo soldado me comentó días después en privado: ‘Esta noche van a sacar del estadio 40 camiones cargados con muertos que van a ir a dejar al Cerro Chena’” (39).

El dibujante técnico Guillermo Orrego Valdebenito no fue hecho prisionero en la UTE, pero él sí vio a Víctor Jara en el Estadio Chile. En 1973 trabajaba en la empresa Standard Electric, ubicada en el cordón industrial Vicuña Mackenna. Fue detenido en Textil Progreso en la tarde del 12 de septiembre junto a otros 60 trabajadores, los que fueron llevados en buses al Estadio Chile por carabineros y personal de Ejército:

“Aproximadamente el 13 o 14 de septiembre recuerdo haber pasado junto a Víctor Jara, a quien reconocí inmediatamente puesto que, además de ser un artista reconocido, se desempeñaba como profesor en la UTE donde yo tomaba clases vespertinas de dibujo técnico. Se notaba a simple vista que había sido maltratado y muy golpeado en la cara, aunque se encontraba de buen ánimo. Víctor estaba rodeado de estudiantes y gente de la UTE. Muy cerca de ellos, estaba un grupo proveniente de la CORFO”.

Uno de esos profesionales detenidos en la sede de la Corporación de Fomento de las Producción (CORFO), el ingeniero Julio Del Río Navarrete, recuerda:

“El 12 de septiembre fui detenido en la oficina central de la CORFO, ubicaba en Ramón Nieto con Moneda, junto con los demás profesionales que allí estábamos, entre los cuales puedo citar a Alfredo Cabrera Contreras, ingeniero comercial; Hugo Pavez Lazo, abogado; Gustavo Muñoz López, ingeniero comercial, y otros cuyos nombres no recuerdo. Fuimos trasladados a pie por el centro de Santiago hasta La Moneda y enviados al ministerio de Defensa, donde fuimos interrogados y golpeados en los subterráneos. En la tarde del día 13, fuimos trasladados al Estadio Chile en microbuses. Ingresamos por el acceso de calle Unión Latinoamericana, en donde vimos por primera vez al oficial Mario Manríquez, quien nos recibió y preguntó de dónde veníamos. Cuando le respondimos, dijo que nosotros éramos los ‘ideólogos del sistema o del gobierno’ y que éramos comunistas. Desenfundó una pistola, pasó bala, me la puso en la sien y preguntó cuál era mi militancia. Al responderle que era independiente, dijo que estaba mintiendo y que ahora todos éramos independientes. En ese momento sacaron el cadáver de un niño que no debe haber tenido más de 12 o 13 años, a lo cual Manríquez nos dijo que nos iba a pasar lo mismo si no decíamos la verdad. Luego nos envió al subterráneo donde había un grupo de ocho oficiales jóvenes con boina roja. Nos colocaron contra la muralla. Nos amarraron las manos atrás y nos golpeaban en la espalda con puños y pies. Un oficial nos golpeaba con un linchaco. Nos preguntaban dónde se encontraban las armas y especialmente por el paradero de Pedro Vuscovic, quien había sido ministro de Economía y hasta ese momento vicepresidente ejecutivo de la CORFO. Incluso preguntaban por la remuneración que recibíamos. Hasta que llegó Mario Manríquez, comandante del recinto, acompañado de su plana mayor, formada precisamente por los oficiales que nos golpeaban. Se produjo un diálogo que duró aproximadamente dos horas, en donde se discutió y conversó acerca del gobierno de la Unidad Popular. Le hice presente a Manríquez que yo estaba a cargo de la parte logística que abastecía al Ejército, Armada y Fuerza Aérea, por lo cual había tenido mucho contacto con oficiales de las Fuerzas Armadas, lo que además cumplía por instrucciones directas del Presidente de la República. En medio del diálogo, Manríquez dijo que nosotros éramos ‘recuperables’. En la conversación intervino un oficial que manifestó haber estado preso hasta el día 11 de septiembre por los hechos conocidos como el ‘Tanquetazo’, igual situación de otros de los oficiales, dijo. Como le manifestáramos a Manríquez nuestra preocupación por los robos reiterados de los que habíamos sido objetos, éste dijo que se hacía cargo. Le entregamos nuestro dinero y él le entregó a Alfredo Cabrera una tarjeta donde figuraba su lugar de trabajo habitual: el Comando de Apoyo Administrativo del Ejército, ubicado en Alameda al llegar a Portugal. Nos dijo que concurriéramos después a buscar el dinero a este lugar y que nos lo devolvería. Y así ocurrió efectivamente, cuando recuperamos la libertad. Una vez que terminó la conversación, Manríquez ordenó que nos trajeran comida y nos dieran unas colchonetas para dormir, ante el reclamo de los oficiales. Nos dormimos. Pasado un tiempo que no puedo precisar, fui despertado por Souper, un oficial de contextura delgada, baja estatura y rostro muy fino. Dijo que debíamos subir a las graderías porque allí corríamos peligro…Entendimos de inmediato: ya habíamos experimentado el interrogatorio. Una vez que nos subieron a las graderías, fuimos situados en las del lado norte, donde se encontraba un grupo seleccionado de prisioneros. Allí estaba también Víctor Jara. Se encontraba solo, sin gente a su alrededor y en la parte alta, cerca de una caseta de transmisión. Horas antes, cuando aún estábamos en el subterráneo, lo había divisado en un camarín. Su cara era muy conocida. Estaba muy mal, golpeado y con un ojo prácticamente cerrado. Con mis compañeros decidimos ir a verlo para saber qué necesitaba. Tenía su rostro hinchado por los golpes y un ojo cerrado, parece que el derecho. Sus manos no las podía mover, se le notaban fracturadas, hinchadas y llagadas. Permanecimos con Víctor alrededor de una o dos horas hasta que a nosotros nos bajaron a la cancha para ser trasladados al Estadio Nacional” (40).

El dibujante técnico Guillermo Orrego fue testigo de otro hecho que grafica lo que en esas horas vivían Víctor Jara y los más de cinco mil prisioneros del Estadio Chile:

“En una oportunidad, un militar me mandó a la enfermería con otro detenido que tuvo un ataque de nervios y que trabajaba en Textil Progreso. En la enfermería, como asimismo en el foyer que da al acceso del estadio, perpendicular a la Alameda, pude ver a varias personas tendidas en el suelo que no se movían. Podrían haber sido alrededor de 20. Algunas estaban cubiertas con sábanas blancas, pero todos estaban ensangrentados. Escuché algunos quejidos. Nadie los custodiaba. Los oficiales a cargo eran del Ejército, usaban uniforme verde oliva con boinas de color rojo granate. El militar a cargo del recinto era un oficial que habrá tenido entre 40 y 50 años, de bigote y un poco corpulento, al que posteriormente reconocí en la prensa como un oficial de apellido Manríquez. Había otros oficiales, más de 20, que se distinguían porque daban órdenes y se imponían por su voz de mando. Algunos de ellos llevaban boina negra y otros una especie de quepis color verde oliva. Con mayor certeza recuerdo a un oficial de boina negra, bigote grueso y negro y tez morena, quien disparó una ráfaga de metralleta al aire y a otro que se autodenominó ‘El Príncipe’, ya que cuando se dirigía a los prisioneros no tenía necesidad de usar micrófonos: decía que tenía ‘voz de príncipe’. Era un oficial alto, de contextura mediana, tez muy blanca, sin bigote, cabello rubio y liso. No recuerdo que usara boina ni quepis. Portaba un linchaco con el que les pegaba a los detenidos, siendo especialmente cruel y vulgar en su trato” (41).

Avanzada la investigación judicial y cuando ya el comandante Mario Manríquez no pudo seguir negando los muertos en el Estadio Chile y tampoco que él era el oficial al mando, afirmó:

“Al momento de constituirme en el Estadio, llamé por teléfono a mi superior jerárquico del CAE, el coronel Martínez, a quien le informé que estaba operando personal de Inteligencia en el subterráneo del Estadio, que pertenecía a las cuatro ramas de las Fuerzas Armadas. Me ordenó que los dejara funcionar, ya que éstos realizaban una labor importante considerando el estado del país…Tengo la certeza interna de que la gente de Inteligencia del subterráneo también retiraba prisioneros y los sacaba fuera del estadio, puesto que tenían sus propios vehículos y no había ningún control sobre ellos: obedecían solamente a sus mandos institucionales. Recuerdo que uno de los tenientes jóvenes del Regimiento Blindado siempre andaba con un linchaco. No es parte del entrenamiento del Ejército el uso de un arma como el linchaco” (42).

“Había un teniente de características germánicas, de boina granate, quien era muy loco y golpeaba mucho a los detenidos. Los mismos soldados y cabos se preocupaban por él, ya que no se sabía su reacción. Nadie aprobaba su acción, pero al ser oficial nadie le decía nada. Incluso el comandante, el coronel Manríquez, no sabía qué hacer con él. Los conscriptos le decían ‘El Príncipe’”, relata un soldado en el expediente del caso.

A la joven estudiante Lelia le costó años sacarse la voz y las manos de “El Príncipe” de encima: “Estuve en el Estadio Chile hasta el 18 de septiembre. Durante esos días sufrí múltiples vejámenes, agresiones sexuales y torturas en sesiones de interrogatorios. Los interrogatorios se hacían en los camarines y baños del estadio, y los interrogadores cambiaban. Entre ellos recuerdo a uno que llamaban ‘El Príncipe’, el que me torturó en varias ocasiones” (43).

Uno de los prisioneros del Estadio Chile complementa los relatos y describe a ‘El Príncipe’: “Alto y rubio y con pañuelo naranja al cuello. Alardeaba con voz potente que ahora tendrían que pagársela estos marxistas por haberlo tenido detenido el 29 de junio [el día del ‘Tanquetazo’]”.

Y sí, precisamente en el Estadio Chile estaba un grupo de los oficiales que protagonizaron la rebelión del Regimiento Blindados Nº 2. Habían sido destinados al campo de prisioneros apenas fueron liberados el mismo día 11, ya que se encontraban procesados por el delito de sublevación militar. Interesante resulta contrastar las declaraciones de los testigos acerca de la descripción física de “El Príncipe”, con la que hizo el entonces teniente y hoy brigadier (R) y próspero empresario Raúl Jofre, de los oficiales que afirmó que lo acompañaban en el Estadio Chile Edwin Dimter, Rodrigo Fuschloger y Luis Bethke Wulf (44). Jofré, también protagonista de la rebelión del Blindado Nº 2, dijo:

“Edwin Dimter era delgado, alto, tez blanca rubio y con voz potente y fuerte. Debe haber tenido una estatura de un metro ochenta y cinco centímetros, y no creo que haya utilizado boina granate, debe haber utilizado quepis. Luis Bethke, del arma de Infantería, era fornido, un poco más bajo que Dimter, de tez blanca, pelo rubio y con un tono de voz fuerte. Rodrigo Rodríguez Fushlocher era alto, de un metro noventa centímetros, había sido seleccionado nacional de básquetbol, tenía el pelo castaño oscuro y no era de tez blanca… Recuerdo a estos oficiales porque con Rodríguez Fuschlocher y Bethke dormíamos en la misma pieza en el estadio”.

El brigadier (r) Raúl Jofré (45), quien no recordó ante la justicia que hubiera ametralladoras emplazadas en la parte alta del Estadio Chile, sí hizo acopio de su memoria y afirmó:

“El oficial que puede responder a estos rasgos es Edwin Dimter (46), con quien serví un año en el Regimiento Blindado, pero siempre tuvimos una relación estrictamente profesional y no fuimos amigos. La personalidad de Dimter era la de una persona de difícil trato, muy inteligente, pero con poco criterio y tenía una gran prestancia física. No tengo muy claro qué actividades desarrolló en el Estadio Chile” (47).

En el proceso, Dimter negó toda relación con ‘El Príncipe’. Dijo que mientras estuvo en el Estadio Chile utilizó “tenida de combate: parka reglamentaria de color gris azulino y como cubrecabeza el quepis del reglamento. No usé boina”. Y repetirá: “Yo no soy el oficial que se ha descrito ni tampoco maltraté ni di muerte a prisionero alguno en el Estadio Chile”. Y a continuación se explayará sobre otros oficiales que podrían corresponder a esas características:

“Un teniente menos antiguo que yo, de apellidos Rodríguez Fuschlocher, que era de Concepción y basquetbolista, más alto que yo, de contextura atlética y de pelo castaño claro. Asimismo, había otros dos oficiales que tenían apellidos alemanes: el teniente Bethke, quien era como de mi estatura, delgado y de cabello claro. El otro oficial, era un teniente más antiguo que yo, de apellido Haase [se refiere a Nelson Haase (48), de Tejas Verdes que sí estaba en el Estadio Chile], del arma de Ingenieros, quien se encontraba en Santiago en tratamiento médico en el Hospital Militar por una enfermedad relacionada con la salud mental, según él me refirió” (49).

Pero el conscripto C.A., de la dotación de Tejas Verdes, sí vio al teniente Edwin Dimter (50) torturar y asesinar a un prisionero: un joven al que describe “bien vestido y con apariencia de provenir de una familia de buena situación económica, que decía ser estudiante de Arquitectura”. Dimter había llegado con un block de dibujos que pertenecía al joven y lo acusó de “hacer planos de instalaciones militares”. El conscripto fue testigo de cómo Dimter lo interrogó en alemán, para luego asesinarlo “de un disparo en su cabeza con un fusil SIG”. C.A. recordó la escena que siguió y que le quedó grabada: “Saltó masa encefálica del joven a la pared… Luego, el teniente Dimter le sacó el reloj marca Seiko que el joven portaba en su muñeca, y se lo entregó al comandante Manríquez diciéndole: ‘¡Es un trofeo de guerra!’”.

Un incidente ocurrido alrededor del 14 de septiembre conmocionó a los conscriptos de Tejas Verdes. Casi todos lo recuerdan:

“Cuando estaba de servicio fui relevado por otro conscripto y me dirigía hasta el pasillo de las galerías, cuando escucho un disparo y concurro hacia donde se había producido, observando que el soldado M. le había disparado a un joven que se había abalanzado contra él, quedando el soldado muy mal anímicamente”, recuerda el conscripto C.E.

El autor del disparo también lo relató: “Aproximadamente el 15 de septiembre, alrededor de las 20:00, un detenido que había sido fuertemente golpeado por otros funcionarios, trato de quitarme el fusil SIG, forcejeando con él pues trataba de sacármelo. Instintivamente se me escapó un tiro, dándole en el pecho o en el estómago. Fui llevado hacia la salida por un grupo de funcionarios de Ejército de distinto grado. Incluso llegó el jefe del recinto, el coronel Manríquez, quien me señaló que estaba bien lo que había hecho, ya que el detenido podía haberme quitado el fusil y habría sido un mal mayor”.

Víctor no vuelve a casa
Joan Jara esperó ansiosa el regreso de su esposo. Pero Víctor Jara no regresó el 12 de septiembre. Junto a sus hijas intentó seguir el curso de los acontecimientos desde su hogar. Hasta que en la tarde, la televisión le dio la noticia de que la Universidad Técnica había sido tomada por los militares y que “un gran número de extremistas había sido detenido”. El jueves 13 se enteró que profesores y alumnos de la UTE habían sido llevados al Estadio Chile. Esa misma tarde recibió un llamado:

“A las 16:30 un muchacho llamó por teléfono. Me dijo que él había estado en el Estadio Chile, que había podido salir y que tenía un recado para mí de Víctor. El último mensaje que me mandó Víctor fue que tuviera valor, que cuidara a las niñas, que él pensaba que no iba a poder salir del estadio, que pensaba en nosotras… Estábamos encerradas en la casa sin saber qué hacer, sin información”.

Joan Jara jamás mintió. Cada uno de sus testimonios se apegaron siempre a la verdad. Años más tarde aparecería esa última persona que le transmitió el mensaje de su marido: Hugo González González

“Fui detenido el 12 de septiembre en la vía pública por toque de queda y llevado al Estadio Chile. El 13 de septiembre me encontré con Víctor Jara en una especie de pasillo, a un costado de la cancha. Estaba solo y sentado, sin custodia militar, con señales físicas de haber sido muy golpeado, siendo las de su rostro las heridas más notorias. Me acerqué a hablar con él. Me contó que había sido detenido en la Universidad Técnica y que había sido reconocido en el estadio por el comandante del recinto: un militar con bigotes, un poco macizo, de pelo negro y de mediana edad. Que este militar lo había apartado de los demás detenidos, siendo posteriormente sometido a apremios físicos por el mismo oficial. Víctor Jara me indicó que fue amenazado por el comandante del Estadio Chile, sin precisarme qué tipo de amenaza. Y me solicitó que llamara a su cónyuge, Joan Turner, a fin de comunicarle dónde se encontraba su renoleta, la que había dejado estacionada en las cercanías de la Universidad Técnica. Salí libre el 14 de Septiembre de 1973. Ignoro si Víctor Jara seguía en el lugar donde lo vi, ya que con posterioridad a nuestro primer encuentro solo lo divisé una vez más, en el mismo sitio, sin poder precisar el día exacto. Luego de salir en libertad, cumplí con lo que le había prometido a Víctor Jara y le di su recado a Joan Turner. La llamé desde un teléfono público que estaba en la Alameda al número que Víctor Jara me señaló. Le dije a la señora Turner la ubicación de la renoleta y ella me preguntó por el estado de Víctor. Le respondí que se encontraba bien… (51)”.

La amenaza que recibió Víctor Jara y que guardó en su memoria Hugo González, tuvo otro testigo: Wolfgang Tirado, entonces prisionero en el Estadio Chile:

“En la mañana del 13 de septiembre pude cambiarme de ubicación en el Estadio Chile y acercarme a las rejas donde tenían lugar los procedimientos de liberación. Allí vi nuevamente a Víctor Jara. Advertí que estaba conversando con un oficial de Ejército que lo había reconocido. Vi que lo empujaron y le dieron golpes con los pies. Recuerdo que el oficial hizo un gesto con su mano a través de su cuello, indicando a Víctor que le cortaría la cabeza. El oficial ordenó a dos soldados que lo llevaran aparte. En ese momento fue que le dieron puntapiés y culatazos. No volví a ver a Víctor después de eso” (52).

El arquitecto Miguel Lawner también vio a Víctor Jara el 13 de septiembre. Lawner, quien era el principal directivo de la Corporación de Mejoramiento Urbano (CORMU), había sido detenido en su oficina, donde permaneció junto a otros trabajadores de la misma entidad hasta el 12 de septiembre. Fue llevado al Estadio Chile y salió de allí gracias a la intervención del general Arturo Viveros, a raíz de la relación entablada entre ambos por un convenio firmado entre el Ejército y la CORMU. Lawner lograría salir con vida del Estadio Chile para ser enviado, al igual que el rector de la Universidad Técnica, Enrique Kirberg, como prisionero a Isla Dawson. Jamás imaginó que el episodio de su encuentro con el general Viveros en esos días del Estadio Chile sería importante para identificar 30 años más tarde al comandante del Estadio Chile. Esto es lo que Miguel Lawner relató en el proceso:

“Al regresar a la sala de acceso al estadio, cargando las colchonetas, en una escalera con un pasamano de hierro, a unos 6 o 7 metros, pude observar a Víctor Jara. Estaba solo. Soldados lo custodiaban en las cercanías, por lo que me acerqué, pudiendo apreciar que estaba muy golpeado y torturado, pese a lo cual permanecía de pie. Lo que recuerdo es que debe haber sido muy tarde. Ese 13 de septiembre de 1973 fue la última vez que pude ver a Víctor Jara con vida” (53).

Boris Navia: “El jueves 13, en horas de la tarde, se produjo un gran revuelo en el estadio al llegar varios buses trayendo pobladores de La Legua. Se dijo que habían resistido con armas a las fuerzas militares. Hubo gente muerta, algunos muy malheridos y otros llevados a los subterráneos. Se produjo un olvido transitorio de la existencia de Víctor Jara. Y entonces, los profesores y funcionarios de la UTE que vigilábamos de cerca la suerte de Víctor, aprovechamos ese momento para arrastrarlo a las galerías y tratar de hacerlo uno más de los prisioneros. Él miraba por un solo ojo, ya que el otro lo tenía totalmente inflamado. Le limpiamos la sangre de su cara y un carpintero de la UTE le pasó su vestón para darle abrigo. En nuestro intento de disfrazar su figura, alguien nos proporcionó un cortaúñas y con mucho cuidado empezamos a cortarle su ensortijado pelo tan característico. Un soldado le regaló un huevo crudo. Dijo que se lo comería como lo hacían los campesinos de Lonquén: lo perforó en la parte inferior y luego lo succionó. Víctor se reanimó. Pese a sus heridas, compartió sus temores respecto de su familia y de sus amigos”.

Carlos Orellana: “El jueves 13 me encontré con Víctor Jara cuando los militares comenzaban a organizar a los presos en grupos. Tenía el rostro muy maltratado, hinchado y sangre en la cara y en la ropa. Sus manos estaban muy hinchadas y solo podía moverlas con gran dificultad. Nos contó que había sido golpeado durante gran parte de la noche por el mismo oficial del ingreso. Y nos dijo que este oficial lo reconoció y era hermano de un hombre con el cual había tenido un altercado dos o tres años antes en el Colegio Saint George de Santiago, donde había cantado Preguntas por Puerto Montt, produciéndose un incidente con algunos alumnos, entre ellos el hermano del oficial y uno de los hijos del ministro al que aludía la canción [Edmundo Pérez Zujovic, quien fue ministro del Interior del Presidente Eduardo Frei Montalva y que fuera asesinado por un comando extremista el 8 de junio de 1971]. El oficial había evocado este hecho en el transcurso de la noche…Víctor permaneció con nosotros durante dos o dos días y medio”.

El relato de Orellana es corroborado por otro prisionero: “El jueves 13, cuando Víctor Jara subió por fin a las graderías, junto a Carlos Orellana y otros detenidos, curamos como pudimos sus heridas. Nos turnábamos para ir al baño y mojar nuestros pañuelos con los cuales hacíamos compresas para calmar la hinchazón. El viernes 14, alrededor de las 11:00 de la mañana, un familiar me envió con un sargento unas galletas y un tarrito de mermelada. Las galletas eran fáciles de repartir, ¿pero cómo repartir la mermelada? Se nos ocurrió que cada uno tenía el derecho de meter el dedo en el tarro, darlo vuelta y sacarlo para chuparlo… Me parece ver hoy el dedo de Víctor chorreando de mermelada… Él estaba mucho mejor: sus labios y su cara se habían deshinchado un poco”.

Cuesta que algún conscripto u oficial que estuvo en esos días de septiembre en el Estadio Chile hable de Víctor Jara. Todos saben que era uno de los prisioneros, pero callan. Pareciera que, con los años, el secreto que ha rodeado su muerte, impuesto por el Ejército, ha permeado a cada uno de los hombres. Pero también, hay culpa. Mucha culpa y recuerdos de todos esos hombres y mujeres que allí murieron, de los que se desconoce su identidad y cantidad. Pero en esos días de 1973 lo que imperaba era la impunidad total. Porque el poder mayor lo tenían los oficiales y soldados que accedían al recinto donde se interrogaba a los detenidos. Allí donde a los pocos días, según los testimonios judiciales más fidedignos, llegaron oficiales de la Academia de Guerra del Ejército.

El entonces subteniente Pedro Rodríguez Bustos, quien participó del asalto a la UTE y cuya unidad fue después asignada como refuerzo al Regimiento Tacna, relata:

“Recuerdo que el día 16 o 17 de septiembre, me correspondió ir por segunda vez al Estadio Chile, donde pude constatar que las condiciones de los prisioneros eran malas, se notaba que era gente cansada, aunque no puedo asegurar que habían sido golpeados. En esta oportunidad constaté que la situación del estadio había variado. La guardia del mismo seguía correspondiendo a personal del Ejército, del Regimiento Tacna, pero los encargados de los interrogatorios dentro del estadio y de chequear a los detenidos, era personal del área de Inteligencia de la Guarnición de Ejército de Santiago, con refuerzo de alumnos de Segundo y Tercer Año de la Academia de Guerra, con el grado de mayor y teniente coronel, con la misión de dirigir los interrogatorios”.

Entre esos oficiales de la Academia de Guerra que llegan al Estadio Chile a reforzar los equipos de interrogatorios, se repiten dos nombres: el mayor Hernán Chacón Soto, entonces alumno de primer año de la academia, y Víctor Echeverría Henríquez, del segundo año. Este último, quien se fue a retiro como coronel, sería visto después en Villa Grimaldi, una de las principales cárceles secretas de la DINA (su hija sería más tarde subsecretaria de Marina, en el ministerio de Defensa del gobierno de Michelle Bachelet, 2006-2010, pero no podría asumir como subsecretaria de Fuerzas Armadas en 2014 luego de que se hicieran públicas otras acusaciones de tortura contra su padre).

El coronel (r) Juan Jara Quintana, quien también estuvo destinado en esos días en el Estadio Chile, relató:

“Se encontraban en el Estadio Chile, además, unos 40 oficiales de la Academia de Guerra del Ejército, del Primero y Segundo año, quienes cumplían un horario de cuatro horas y eran relevados por sus mismos compañeros ya que la academia les quedaba muy cerca: en García Reyes con Alameda. Entre quienes se desempeñaban en el control de ingreso de detenidos del Estadio Chile, recuerdo a los oficiales Rubén Burgos Vargas, Víctor Echeverría Henríquez (quien fue mi segundo comandante en el Regimiento Rancagua en Arica a fines de 1980), Sergio Urrutia Francke, Patricio Vásquez Donoso y Hernán Chacón Soto, entre otros” (54).

El testimonio de Jara fue ampliado por otro de los oficiales de la Academia de Guerra que sería destinado al Estadio Chile: el oficial Alejandro González Samohod, quien llegó a ser un importante general del régimen militar. González reconoció haber estado en el estadio y afirmó también haberse encontrado allí con su compañero de la Academia de Guerra, Richard Quass:

“Días antes del 11 de septiembre, siendo alumno de Conducción Estratégica, Tercer Año, en la Academia de Guerra, fui destinado como integrante del cuartel general del comandante de las Fuerzas Militares de la Región Metropolitana, bajo el mando del general Sergio Arellano Stark. Durante los 10 días que allí me desempeñé, alrededor de tres debí cumplir funciones en el Estadio Chile, ya que fui enviado a colaborar en la seguridad del recinto, sin contacto directo con los detenidos”.

Raúl Jofré corroboraría el rol de los oficiales de la Academia de Guerra en la instalación de los campos de prisioneros, cuando declaró: “Fue a la hora de almuerzo del 12 de septiembre, cuando mi coronel Oscar Coddou, en ese tiempo jefe de un Cuartel General de la Comandancia de Guarnición y profesor de la Academia de Guerra, me envió a reforzar el Estadio Chile, el que se estaba creando como centro de detención provisorio en espera del Estadio Nacional”. Jofré también diría que entre los interrogadores había “un oficial de reserva de la Armada, de apellido Prieto [Daniel Prieto Vidal, quien actualmente se presenta como ‘consultor de asuntos internacionales’, declaró el 26 de octubre 2007. Tiene un largo historial en Inteligencia de la Armada]”.

“En la puerta de acceso a la cancha del estadio, precisamente en el costado nororiente, se encontraba el acceso al subterráneo. En dicha puerta había un oficial con tenida de salida del Ejército, el cual mandaba a pedir a los distintos presos. En este subterráneo se interrogaban a los detenidos. Era un sector cerrado y con un solo acceso. En una oportunidad, por curiosidad, traté de bajar a dicho sector, pero otro soldado me señaló que no me lo recomendaba, ya que recientemente habían matado a alguien y estaba lleno de sangre. Desde afuera, no se escuchaban los disparos. En este lugar había personal muy probablemente de Inteligencia del Ejército”, cuenta el conscripto C.E.

El conscripto M.C., recuerda: “Los interrogatorios se realizaban en un subterráneo que se ubicaba en la planta baja donde estaban los camarines. A este lugar no teníamos acceso, pero sí los oficiales, entre ellos, Rodrigo Rodríguez y Jorge Smith, además de civiles y otros oficiales de Ejército. Para ser llevados a este lugar, los detenidos comúnmente eran sacados de las galerías por los soldados que custodiaban ese sector. Regresaban en muy mal estado…En una oportunidad, en horas de la noche, no podría señalar fecha, estando de guardia centinela en la galería ubicada frente a la entrada, la que tenía una pequeña visión a la puerta de la sala de interrogatorios que daba hacia la salida del estadio, observé que sacaban varios cuerpos, casi desnudos. Fueron subidos a una ambulancia, la que se fue con rumbo desconocido. Era un comentario común que desde ese lugar, en horas de la noche, sacaban los cadáveres del subterráneo. Por comentarios de los mismos soldados se sabía que Víctor Jara estaba recluido en el estadio, pero ignoro en qué lugar. Un día, alrededor de las 14:00, otro conscripto me señaló que Víctor Jara había muerto… No quise consultar más”.

El conscripto C.E.: “En el estadio yo estuve a cargo de cuidar a los extranjeros, alrededor de 60, entre ellos, dos mexicanos que estaban en el hall en malas condiciones físicas. En una oportunidad, puede ser entre el 13 o 14 de septiembre, en horas de la tarde, un oficial de boina granate de la especialidad blindado, me mandó a custodiar a dos detenidos que él mismo me dijo que eran mexicanos. Después de aproximadamente veinte minutos, me señala que lo acompañe junto con los detenidos, conduciéndome hacia el exterior, precisamente a calle Bascuñan Guerrero, donde estaba apostada una ametralladora. El teniente me dijo que dejara a los detenidos en el trayecto y que él los llevaría ‘a dar un paseo’, y se dirigió hacia la ametralladora. Era el término para señalar que serían fusilados. A los pocos minutos sentí la ráfaga, presumiendo que les dieron muerte. Era común sentirla disparar, principalmente en la noche. Los muertos eran tirados a la excavación de los trabajos del Metro, los cuales eran recogidos por una ambulancia que pasaba diariamente, la cual pude ver a distancia: un vehículo blanco como de hospital. Se comentaba que el teniente que me dio la orden de cuidar a esos dos mexicanos, era el mismo que había chocado con su tanque las puertas del ministerio de Defensa para el ‘Tanquetazo’. Se distinguía del resto de los oficiales porque usaba boina granate”.

“Sacar a pasear”. Una expresión que hasta hoy estremece a muchos de los soldados que pasaron por el Estadio Chile. Para la mayoría significa fusilamiento. Pero también, dónde se procedería a la ejecución. El conscripto G.M., dice corto y directo: “La frase significaba que a los detenidos los iban a fusilar o en la calle que daba hacia la Alameda o en el subterráneo”. “Significaba que a los detenidos los iban a fusilar en la calle hacia la Alameda”, dice el soldado M.T.

Las graderías del Estadio Chile se fueron repletando de prisioneros. Los baños colapsaron, no había agua ni alimentos. Muchos venían de las industrias de los cordones industriales. Manuel Bustos, quien era en septiembre de 1973 dirigente sindical democratacristiano y presidente del sindicato de la industria textil intervenida Sumar, también vio a Víctor Jara:

“En la mañana [del 11 de septiembre] hicimos en Sumar una asamblea para repudiar el Golpe. En mi turno había unos mil trabajadores y yo sostuve que debíamos retirarnos. Pero como muchos no alcanzaron a llegar muy lejos porque ya no hubo locomoción colectiva, volvieron a la fábrica buscando refugio. Como presidente del sindicato, decidí quedarme en la fábrica con unas 300 personas que no alcanzaron a retirarse cuando se anunció el toque de queda. El día 12, como a las 6 de la mañana, llegaron los militares en camiones. Nos lanzaron a todos al suelo y comenzaron a golpearnos. Traté de explicarles, pero me llegaron más golpes. Fui detenido junto a unos 150 trabajadores. Nos sacaron manos en la nuca y a punta de golpes nos llevaron al Estadio Chile. Recuerdo que muy cerca mío mataron a un trabajador. Nunca supe su nombre, pero la imagen me quedó grabada. Pasaban militares por los pasillos y con la metralleta uno le golpeó la cara. El hombre le gritó ‘¡fascista!’ y le dispararon. Estaba pegado a mí. Dos compañeros de Sumar se volvieron locos por lo que vieron. Uno ya murió y el otro anda vagando por ahí…A Víctor Jara lo divisé desde lejos”.

La llegada de los nuevos prisioneros tiene otros testigos. Como los protagonistas de los peculiares cargamentos que empezarían a salir desde el Regimiento Tacna en dirección al Estadio Chile. Al Tacna habían llevado a los prisioneros que sobrevivieron del ataque a La Moneda, a los que muy pronto se sumarían, tal como lo había establecido el comando de guerra golpista –conformado también por oficiales de la Academia de Guerra del Ejército–, otros centenares de prisioneros provenientes de los cordones industriales. La orden fue que en el Tacna quedaran solo los prisioneros de La Moneda. Poco después serían asesinados en Peldehue.

El subteniente Iván Herrera López, del Regimiento Tacna, participó en esas ejecuciones sumarias. Recibió la orden del comandante del regimiento, Joaquín Ramírez Pineda de trasladar los prisioneros de La Moneda a Peldehue, junto al subteniente de reserva Castillo. Quien recibió en ese campo de entrenamiento militar a los prisioneros, fue el teniente Julio Vandorsee Cerda, del Arma de Artillería (55).

Quien certificó las muertes en el sitio mismo, para luego informarles a los jefes del Estado Mayor del Golpe, fue el mayor Pedro Espinoza, del mismo grupo de Inteligencia del Estado Mayor. El ahora brigadier (R), afirmó: “Lo único que me correspondió realizar en forma extraordinaria en septiembre de 1973, fue que el 12 se me ordenó, por parte del general Nicanor Díaz, concurrir a la Comandancia de Guarnición, donde se me entregaría un documento para ser llevado al comandante del Regimiento Tacna. Concurrí a la oficina del ayudante del general [Herman] Brady, comandante de la Guarnición, el que me entregó un sobre cerrado que trasladé al Regimiento Tacna y se lo entregué al segundo comandante de apellido Fernández. Le dije, también por instrucciones del general Díaz Estrada, que debía dejar en libertad a todo el personal de Investigaciones. Debo añadir que al día siguiente recibí la orden del mismo general de presenciar la ejecución de los detenidos de La Moneda, con la obligación de informar al regreso el resultado” (56).

No fue, sin embargo, la única ejecución de prisioneros a la que Pedro Espinoza estuvo vinculado en esos días. Según investigación de la autora, el día 14 de septiembre llegó hasta la sexta comisaría, ubicada en calle San Francisco, para llevarse a miembros del GAP y al hijo de Mirya Contreras, la secretaria y compañera de Salvador Allende, detenidos en la mañana del 11 en las puertas de La Moneda. Todos ellos fueron asesinados y después botados en alguna calle de Santiago. (57)

El resto de los detenidos en el Tacna fue llevado hasta el Estadio Chile, salvo excepciones, que aún siguen sin ser aclaradas. El funcionario civil del Ejército Eliseo Cornejo, que trasladó algunos de esos cargamentos, relata:

“Yo era chofer de un bus, un camión y un jeep asignado a la Batería Logística del Regimiento Tacna. Y me correspondió conducir a detenidos que se encontraban en los boxes del regimiento… Creo que muchos de ellos provenían del cordón industrial, especialmente recuerdo a Madeco y las textiles Hirmas y Sumar. Había también otras personas detenidas por toque de queda. En esa ocasión, manejé el bus con aproximadamente 60 personas, siendo escoltado por dos jeep con personal del regimiento, un oficial y personal de planta. Todos los vehículos se estacionaron en calle Unión Latinoamericana y escoltados por dos conscriptos se hizo bajar a los detenidos y avanzar por el pasaje por el cual se ingresa al estadio, distante a unos 100 metros. Como chofer me correspondió efectuar alrededor de tres viajes al Estadio Chile conduciendo el mismo bus y trasladando detenidos” (58).

El soldado C.A. reconoció haber visto a Víctor Jara en el Estadio Chile. Y afirmó haberse cruzado con él el día 14 de septiembre entre las 17:00 y las 18:00 “en el sector del hall, pasillo oriente, al volver de ronda, cuando venía en compañía del comandante de mi sección, Rodrigo Rodríguez Fuschloger”. Y agrega que después vio a una persona de civil llamarlo “a un interrogatorio”. C.A. también vio a Litre Quiroga, el que fuera director de Prisiones del gobierno de Allende, en el mismo estadio.

El conscripto G.B., de la dotación de Tejas Verdes, fue testigo directo de cómo el teniente Edwin Dimter interrogaba a Litre Quiroga:

“En el deambular por los pasillos vi matar a muchas personas… Un día, en horas de la mañana, estando de guardia en el sector del pasillo de la entrada oriente que da vista hacia la cancha, vi al teniente Dimter que junto a su grupo de escoltas mencionaba el nombre de Litre Quiroga. El detenido estaba junto a otras siete personas tendidas boca abajo con sus manos en la nuca. Dimter procedió a golpearlas tanto con el pie como a culatazos en sus cuerpos… Pasada la medianoche y estando de guardia en el techo del recinto, en la esquina norponiente, vi cuando salía Litre Quiroga y las otras siete personas hacia la calle. Iban caminando, una tras otra, por calle Arturo Godoy, en dirección al poniente, donde había soldados dispuestos en dos filas, quedando el medio libre y un jeep, al parecer blindado, con una reimetal (59) en su parte posterior. Cuando los detenidos pasaban comenzaron a dispararles, luego todos se marcharon quedando los cuerpos tendidos en el suelo… Yo identifiqué claramente a Litre Quiroga, ya que lo conocí cuando lo interrogaban en el estadio. Y sé que eran siete porque después los conté y certifiqué que estaban muertos… Al cabo de unos minutos llegó un camión grande, blanco, térmico, tipo congelador, con militares. Subieron los cuerpos y se los llevaron”.

El soldado G.M. de Tejas Verdes: “A los dos o tres días después que llegamos, me ordenan custodiar a un detenido que después se comentó que era Litre Quiroga, director de Prisiones, quien se encontraba en el hall de entrada y a quien los soldados que pasaban lo golpeaban. Estuve en su custodia todo el turno, el que retomó otro soldado cuyo nombre no recuerdo”.

Conscripto R. A.: “Por comentarios de los conscriptos, me enteré que en el interior del estadio estaba el director de Prisiones (hoy Gendarmería), don Litre Quiroga, quien le había sacado las uñas al general Roberto Viaux Marambio para el ‘Tacnazo’ [sublevación que Viaux encabezó en el gobierno de Frei Montalva]. Era característico, porque era grande y gordo. No recuerdo fecha, pero debería haber sido entre el día 14 o 15 de septiembre, en momentos que cambiaba turno, observé en el hall de acceso a Litre Quiroga, el cual estaba tendido en el suelo, en malas condiciones físicas, pero vivo. Esto me consta porque se quejaba mucho. No observé a nadie más a su alrededor. Con el correr de los días no lo volví a ver ni tampoco supe qué le paso”.

Carlos Orellana: “El sábado 15, estando en las graderías, vino un soldado a buscar a Víctor Jara. Esto nos angustió mucho. Ese mismo día, en la tarde, vino un prisionero a decirme que Víctor Jara quería hablarme. Fui a los urinarios arreglándomelas para pasar delante de la oficina donde estaba detenido. Al pasar, le hice señas para que me siguiera. Se me reunió en los urinarios bajo la guardia de un soldado, quien se quedó delante de la puerta. En ese momento, Víctor estaba muy débil, caminaba con mucha dificultad. Su nariz estaba quebrada. Su rostro estaba aún más hinchado. Su camisa estaba llena de sangre. Hablaba con dificultad. Me dijo que había sido golpeado nuevamente. Lo que quería decirme principalmente era que, en su opinión, se nos había colado un espía en el grupo. Efectivamente, cuando era interrogado, advirtió a un empleado de la universidad que hablaba muy libremente con los militares y quería advertirnos de este hecho. El soldado puso fin a la conversación. Nunca más lo volví a ver. Cuando partíamos hacia el Estadio Nacional, un brasileño nos dijo que lo había visto la noche anterior, en el subterráneo, tendido en el suelo. Ya no podía hablar. Tenía sangre en el vientre”.

César Fernández: “Había otro grupo también separado del resto de los detenidos, en la parte alta de la galería sur. Ambos grupos habían sido separados por ser personas mas conocidas. Reconocí allí a Osiel Núñez, presidente de la Federación de Estudiantes de la UTE, y a un periodista y profesor cuyo nombre no recuerdo que hacia un programa de concursos de conocimientos muy famoso en radio y televisión [Mario Céspedes]. Víctor Jara se quedó con nuestro grupo aproximadamente un día completo. Se produjo entonces una reorganización de los prisioneros en grupos con el objeto del traslado al Estadio Nacional. Y en esas circunstancias, un par de horas antes que nuestro grupo partiera, unos tres o cuatro militares vinieron a buscar a Víctor Jara, lo golpearon y se lo llevaron con destino desconocido” (60).

Otro de los prisioneros relata: “El viernes 14 en la tarde nos hicieron constituirnos en grupos de unos 200 para ser trasladados al Estadio Nacional. Víctor quedó en mi grupo. Escribió en un pequeño papel un poema que titulo Somos cinco mil. Luego supe que el poema salió al exterior, pero con otro título. El original que Víctor escribió fue entregado a un compañero que continúa viviendo en Chile y que lo escondió en uno de sus calcetines, donde fue descubierto por los militares en el interrogatorio que le hicieron en el tristemente célebre velódromo del Estadio Nacional. Nuestro grupo fue el antepenúltimo que salió hacia el Estadio Nacional el viernes 14, como a las 22:00. Alrededor de dos horas antes una patrulla vino a buscar a Víctor y en medio de golpes e insultos lo apartaron de nosotros. Cuando nuestro grupo abandonó el Estadio Chile, por un pasadizo lateral, divisé a Víctor en el hall de entrada del estadio. Se encontraba en el suelo y sangraba… Fue la última vez que lo vi. Víctor no llegó esa noche al Estadio Nacional. Ni esa noche ni en los días siguientes…”.

El abogado Hugo Pavez: “El viernes 14 de septiembre fuimos subidos a las graderías y allí, a pocos metros, vi a Víctor Jara quien se encontraba con la mitad de la cara muy amoratada e hinchada producto de los golpes recibidos. Estaba sentado y sin hablar. Cuando nos colocaron en las graderías ordenaron que nos inscribiéramos y luego en distintos grupos fueron sacados del estadio. El grupo en que yo me encontraba fue el último en inscribirse. A Víctor lo volví a ver al día siguiente cuando estábamos formados en la cancha a punto de subir a una micro que nos trasladó al Estadio Nacional. El Estadio Chile ya prácticamente estaba vacío. Solo quedó un grupo pequeño entre los que estaban Víctor Jara y Danilo Bartulín, médico del staff de Salvador Allende” (61).

Boris Navia Pérez: “En la noche del viernes 14 estuvimos a punto de subir a los buses que llevaban a la gente al Estadio Nacional. Víctor estaba con mi grupo. Sin embargo, una última orden nos hizo retroceder y volvimos a la galería en donde pasamos la noche. La mañana del sábado 15 de septiembre, salieron algunos prisioneros en libertad y todos empezamos a redactar pequeñas notas dirigidas a nuestras familias para informar que estábamos vivos, con la esperanza de que algunos de los afortunados pudiera llevar nuestras cartas. Víctor me pide lápiz y papel y empieza a escribir lo que todos pensamos era una nota para Joan, su mujer. En ese momento, él estaba sentado entre el profesor Carlos Orellana y yo, cuando de improviso se acercan dos soldados y uno le pega un fuerte culatazo en la espalda y el otro lo toma por el cuello de su chaqueta y lo arrastra hasta la parte superior del estadio. Víctor suelta el lápiz y el papel, y a duras penas puede dar unos pasos entre sus captores. Ese mismo sábado, a las 14:00, nos sacaron del Estadio Chile y en el foyer presenciamos un espectáculo dantesco: 40 o 50 cadáveres tendidos a la entrada, casi todos manchados de blanco por el yeso que había en los subterráneos, recinto en aquel momento en reparaciones. Entre esos cuerpos estaba el de Litre Quiroga, director de Prisiones y nuestro querido Víctor Jara. Su cuerpo estaba tendido de lado, podíamos ver su cara y su ropa manchadas de sangre… Al llegar al Estadio Nacional, golpeados, torturados y entristecidos por la muerte de Víctor, comprobamos que el papel y lápiz que él me pidió en el Estadio Chile, no estaba destinado a escribir una carta, sino que dio vida a la última expresión de su canto y poesía, escribiendo su último poema”.

La estudiante de Ingeniería de la UTE, Erika Osorio: “Volví a ver a Víctor Jara el día viernes 15 de septiembre, cuando fui bajada por segunda vez al subterráneo, a interrogatorio. Cuando me sacaron, un oficial le ordenó al militar que me custodiaba que me trasladara a donde estaba el grupo de la UTE que permanecía en el mismo subterráneo, ya que nos iban a matar a todos. Pude ver, al final de una especie de pasillo en ese sector, a varias personas muertas. Sus cadáveres estaban sobrepuestos. Otras estaban aún vivas, pero todas con señales de maltrato físico o heridas. Entre estas personas se encontraba Víctor Jara. Estaba sentado en el piso, mirando hacia el suelo. Su cara estaba muy herida y sobretodo sus manos, las que tenía ensangrentadas. A instancias del militar que me conducía afortunadamente pude ser devuelta a las graderías del Estadio Chile, saliendo libre el día siguiente, junto a un grupo de mujeres que venían del Cordón Industrial de Cerrillos” (62).

Transcurridos 40 años del Golpe de Estado aún se abren compartimentos secretos de lo que ocurrió aquel 11 de septiembre de 1973. Porque hubo otras tropas destinadas al Estadio Chile que aquellas que hasta ahora se conocían. Es el caso preciso del contingente que llegó desde Antofagasta, del Regimiento “Esmeralda”. El coronel (R) Juan Quintana era teniente y segundo al mando de la Segunda Compañía de Fusileros de ese regimiento en esa fecha, unidad a cargo del capitán Jorge Ramón Durand González y que también integraban los subtenientes José Luis Contreras Mora, Fernando Daguerrasar Franzani y Rolando López Álamos. Sería ese grupo de soldados venidos de Antofagasta uno de los últimos en retirarse del Estadio Chile. Una ventana que abre nuevos testigos.

El coronel (R) Quintana relató:

“Salimos de Antofagasta a las 00:00 horas, llegando a las 4:00 horas al Grupo 10 de Cerrillos, con un total de 160 hombres. Una vez en Cerrillos, a eso de las 7:00 horas, fuimos trasladados en buses hasta el Estadio Militar, ubicado en Rondizzoni [hoy Club de Campo de Suboficiales del Ejército] encontrándonos en el lugar con una fuerza de 6500 hombres de todo Chile. A la Primera Compañía de Fusileros del Regimiento ‘Esmeralda’ se le ordenó embarcarse a Santiago 24 horas antes, viniendo a cargo del teniente Alexander Hananías Barrios… El día 15, a eso de las 8:00, por orden del capitán Durand, la compañía completa debió dirigirse al Estadio Chile donde fuimos recibidos por el comandante Mario Manríquez Bravo quien nos señaló, junto al capitán Durand, que en el recinto había un total de 5500 detenidos que provenían principalmente de las empresas del Cordón Cerrillos y que nuestra misión era la custodia de la totalidad de los detenidos distribuidos únicamente en las tribunas y en la cancha… Tengo la certeza absoluta de que además de los alumnos de la Academia de Guerra, estaba el 1º y 2º curso de Aspirantes de Ayudantías de la Escuela de Telecomunicaciones en el Estadio Chile. Pero la Primera Compañía de Fusileros del ‘Esmeralda’, a cargo del teniente Hananías, no puso un pie en el Estadio Chile ya que les correspondió constituirse en La Moneda con posterioridad al pronunciamiento militar. Estuvimos en el Estadio Chile la Segunda Compañía completa, desde las 8:00 del sábado 15 hasta las 9:00 del domingo 16, cuando se inició el traslado total de los 5500 prisioneros políticos hacia el Estadio Nacional. Quienes realizaban los interrogatorios en el subterráneo del recinto o camarines eran los tenientes Edwin Dimter y Raúl Jofré, entre otros… Conocí en el interior del estadio a Litre Quiroga, director general de Prisiones, a quien vi junto a unos 30 detenidos extremistas en un hall a la entrada del recinto, llamado Patio Siberia. Estaban todos amarrados de manos y de pies, boca abajo en el suelo. Litre Quiroga vestía un terno color gris oscuro con rayas blancas, se encontraba en malas condiciones físicas y le perdí el rastro en el traslado al Estadio Nacional. Cuando nuestra compañía llegó al Estadio Chile, ya se encontraban allí los cursos de la Academia de Guerra, siendo nosotros los últimos en llegar y los últimos en irnos” (63).

Osiel Núñez: “El sábado 15 me encontraba aislado del resto de los detenidos, junto a un matrimonio uruguayo y a un argentino con el pelo rasurado que finalmente fue ejecutado según la versión de un soldado. Aproximadamente a las 19:00, se constituyó una fila de prisioneros frente a una puerta lateral derecha. En esa fila distinguí, entre otros 20 o 30 prisioneros, a Carlos Naudón, Mario Céspedes, Danilo Bartulín y Víctor Jara. Momentos antes de salir, pasó un oficial joven, de tez blanca, casi rubio y voz de mando, y sacó a Danilo Bartulín y a Víctor Jara de la fila. A Víctor lo ubicó en una sala contigua y se nos hizo salir. Víctor me sonrío… A nosotros nos trasladaron al Estadio Nacional donde habilitaron un camarín para los llamados ‘peces gordos’. A este camarín llegó Bartulín, por lo que Víctor habría quedado solo”.

Esa fue la última vez que Víctor Jara fue visto con vida.

El último eslabón
Fue un día de mayo de 2009 cuando el que fuera conscripto de Tejas Verdes, José Paredes Vásquez, se decidió. Paredes fue asignado al Estadio Chile y por 36 años guardó el secreto de lo que vivió allí, hasta llegar donde un juez y revelar lo que vio un día en los subterráneos: Víctor Jara y Litre Quiroga eran lanzados contra la pared. Detrás de los prisioneros, Paredes vio llegar al teniente Nelson Haase y al subteniente a cargo de los conscriptos. Este fue parte de su relato ante la justicia:

“El teniente Jorge Smith comenzó a jugar a la ruleta rusa con un revólver que portaba. Se acercó a Víctor Jara, quien se encontraba de pie, mirando hacía la pared, con las manos en la espalda, por lo que Smith hizo girar la nuez del revólver, lo cerró, apuntó a la cabeza de Víctor Jara, en la región parietal derecha, y disparó. Luego de recibir el tiro, Víctor Jara cayó al suelo, hacia el costado. Comenzó a convulsionar en el suelo y el teniente Smith me ordenó rematarlo en el suelo… Cuando esto ocurría los otros detenidos que se encontraban en el lugar, entre los que estaba Litre Quiroga, estaban arrinconados, manteniéndose en silencio. Luego de los disparos llegaron al camarín otros oficiales para ver si los uniformados nos encontrábamos bien. Luego de esto, el teniente Smith llamó por radio a una ambulancia, llegando luego de un corto rato un camillero, quien nos entregó una bolsa plástica de color café con mimetismo, por lo que procedimos a meter el cadáver de Víctor Jara en la bolsa y lo subimos a la camilla, para luego ser retirado del lugar, ignorando qué harían con el cadáver…”.

Smith y Nelson Haase, junto a otros oficiales, habrían asesinado a los otros prisioneros que se encontraban al interior del camarín, entre los que se encontraba Litre Quiroga. Según el protocolo de autopsia, el cuerpo del cantautor tenía aproximadamente 44 impactos de bala en su cuerpo. El de Quiroga indica 38 impactos de proyectiles.

José Paredes diría más tarde que todo lo inventó. Porque es fantasioso. Otros oficiales dirían que robaba, lo que contrasta con la hoja de vida de los empleadores de Paredes, el hijo de un suboficial de Carabineros. Y muchos han reiterado que Paredes no viajó a Santiago con el contingente de Tejas Verdes y que jamás estuvo en el Estadio Chile. Nada calza. No solo porque el relato de Paredes es consistente con los más de cien testimonios acumulados de cómo y quiénes interrogaban, torturaban y asesinaban al interior del Estadio Chile. Por muy fantasioso que fuera Paredes, es difícil creer que su imaginación recreara tanto nivel de detalles de lo que allí ocurrió. Porque lo más importante es que hay a lo menos otros tres testimonios que certifican que José Paredes sí viajó a Santiago desde Tejas Verdes y estuvo en el Estadio Nacional.

El cadáver de Víctor Jara fue lanzado en una calle de Renca en la mañana del domingo 16 de septiembre. El informe de autopsia, firmado por el doctor Exequiel Jiménez Ferry, indica que Víctor Jara medía 1,67 y pesaba 66 kilos. “En la región parietal derecha hay dos orificios de entrada de bala. En la región torácica, 16 orificios de entrada de bala y 12 orificios de salida de diferentes tamaños. En el abdomen, hay 6 orificios de entrada de bala y 4 de salida. En la extremidad superior derecha, hay 2 heridas de bala transfixiante. En las extremidades inferiores, hay 18 orificios de entrada de bala y 14 de salida. Causa de muerte: heridas múltiples a bala”.

Hasta hoy el juicio para identificar a los hombres que torturaron y dieron muerte a Víctor Jara sigue abierto. En una de sus carátulas se lee: “Está establecido que en el último grupo que quedó en el Estadio Chile y en el que se encontraba Víctor Jara, también estaban Manuel Cabieses, Laureano León (subsecretario de Previsión Social), Waldo Suárez, Darío Pérez, Adriana Vásquez y Danilo Bartulín (64).

La Academia de Guerra y la DINA
En septiembre de 1973, Manuel Contreras obtuvo de Pinochet el consentimiento para su gran obsesión: la organización de una nueva estructura de inteligencia para iniciar la lucha antisubversiva. Y sería él quien la comandaría. Había nacido la DINA y su primer cuartel sería la Academia de Guerra, institución que muy pronto dirigiría. De hecho, las primeras comisiones de servicio de los oficiales escogidos por Contreras para integrar el alto mando del organismo secreto, llevan el rótulo “destinado a la Academia de Guerra”: Raúl Iturriaga Neumann, Gustavo Abarzúa (65) y Rolf Wenderorth (66), todos ellos alumnos de la academia.

Hasta hoy no se sabía que altos oficiales de la Academia de Guerra participaron en los equipos de interrogadores y torturadores del Estadio Chile. Quizás esa sea una clave que explique por qué el Ejército por más de 35 años se negó a entregar las nóminas de quienes estuvieron destinados al Estadio Chile y sus mandos, las que fueron solicitadas en innumerables ocasiones por diversos jueces. Lo mismo ocurrió con la lista de los alumnos que estaban en la Academia de Guerra en 1973.

Esa persistente obstrucción a la justicia por parte del Ejército, que se mantiene hasta hoy, adquiere otro significado cuando queda al descubierto que los nombres protegidos formaron parte de la que fuera la elite militar en 1973. Porque a partir de septiembre de ese año ellos fueron los que mantendría el control del Estado por los siguientes 17 años. Esa generación, ubicada estratégicamente en la Academia de Guerra, tendría el mayor poder jamás desplegado en la historia del régimen militar. De sus alumnos, 28 llegaron a ser generales y ocuparon los más altos puestos del Estado y la institución. Y otros 14 oficiales lideraron los servicios secretos, ya sea en la DINA o en la CNI (ver nómina). Allí está, en parte, el origen del secreto en torno a quiénes asesinaron a Víctor Jara, Litre Quiroga y todos los que murieron y fueron brutalmente torturados en el Estadio Chile.

NOTAS

(1) Álvaro Puga fue el primer subsecretario general de Gobierno, hasta junio de 1976 y fue miembro del Departamento de Operaciones Sicológicas de la DINA. Su acción en esos años aparece en varios de los documentos de la DINA encontrados por la autora en el Archivo Judicial de Argentina y que pertenecían a Enrique Arancibia Clavel. Parte de su declaración judicial del 21 de septiembre de 2007.
(2) Roberto Guillar fue el locutor oficial del Golpe el 11 de septiembre. Integró la CONARA y en 1976, fue subsecretario de Guerra. En 1981, dirigió el COAP (Consejo Asesor de la Presidencia), que luego se transformó en Estado Mayor Presidencial. En 1980, fue nombrado por Pinochet ministro Secretario General de la Presidencia, desde donde protagonizó graves cortocircuitos con la Iglesia Católica. Desde 1979 hasta 1982, fue director de la Compañía de Teléfonos. Ministro de Vivienda en 1982 y 1983. Intendente de Santiago en 1984, y agregado Militar en Estados Unidos hasta 1986. En 1985, ascendió a mayor general y en 1987, asumió la Dirección de Logística del Ejército. En 1988, pasó a retiro y fue nombrado por Pinochet cónsul general en Los Ángeles.
(3) Enrique Morel Donoso ascendió a general en 1974 y dejó de ser edecán de Pinochet. En 1977, fue el jefe militar de la Zona en Estado de Emergencia de Santiago. Fue presidente de Soquimich y en 1979 le dejó su cargo a Julio Ponce Lerou, yerno de Pinochet. En 1981, fue designado embajador extraordinario y plenipotenciario ante todas las sedes diplomáticas de Chile en el extranjero. En 1982, fue presidente de Codelco y director del Banco del Estado (1982-1989). Fue rector de la Universidad de Chile por pocos meses. En 1986, ascendió a mayor general y en 1989 reemplazó a Pedro Ewing en la Dirección de Frontera y Límites de la Cancillería. Su hermano Alejandro fue jefe de Zona en Angol para el 11 de septiembre de 1973 y más tarde efectivo de la CNI. También fue gerente general de Chilectra y alcalde designado de Ñuñoa, además de agregado Militar de Chile en Honduras y Guatemala.
(4) Al momento de partir en la Caravana de la Muerte, como segundo de Arellano, Arredondo ya había sido informado por Pinochet de su próxima destinación: director de la Escuela de Caballería, un regalo para quien era conocido por su pasión por los caballos. Pero nunca se desligó de la DINA, cumpliendo funciones secretas en el extranjero, principalmente en Brasil (donde fue agregado militar); y Estados Unidos. En 1976, haría un importante viaje con Manuel Contreras a Irán, junto al traficante de armas Gerhard Mertins y un general brasileño. Fue procesado por los crímenes de la comitiva de Arellano, siendo el segundo al mando y por la ejecución de 9 personas en Quillota, a las que se hizo aparecer como muertas en un enfrentamiento.
(5) El general Arturo Vivero fue el primer ministro de Vivienda de la dictadura.
(6) Yerno de Manuel Contreras.
(7) Declaración del conscripto R..A., del 14 de enero de 2009. Ingresó a realizar el servicio militar el 2 de abril de 1973, hasta abril de 1975, fecha en la cual regresó a la vida civil.
(8) C.A.P. declaró el 30 de enero de 2009. En su caso y en otros similares, se optó por utilizar solo las iniciales de conscriptos ya que fueron de alguna manera obligados a cumplir determinadas misiones.
(9) Declaración del 20 de abril de 2007 del capitán de fragata (R) Guillermo Segundo González Salvo.
(10) Marcelo Moren, en 1973, era mayor de la dotación del Regimiento Arica de La Serena y se incorporó, en septiembre, a la DINA, a la que perteneció hasta 1977. Fue el segundo jefe de Villa Grimaldi y jefe de la Brigada «Caupolicán» de la DINA. En 1976 cumplió misión en Brasil, donde estaba instalado el principal centro de adiestramiento para la dotación DINA. Desde 1977 y hasta 1981, siendo coronel, fue asignado a la comandancia en jefe del Ejército. Del ‘81 al ‘84 estuvo en la Guarnición de Arica y del ‘84 al ‘85 en el Estado Mayor General del Ejército. Se fue a retiro en 1985. Ha sido sometido a proceso y condenado en múltiples oportunidades por su responsabilidad en la detención y desaparición de personas y cumple condena en una prisión militar.
(11) El teniente coronel Roberto Souper Onfray asumió como comandante del Regimiento Blindados Nº 2, el 14 de enero de 1970. El 3 de enero 1972 fue designado en comisión de servicio para que concurra a Cuba como invitado del gobierno de ese país por un total de 17 días a presenciar maniobras militares. El 29 de junio de 1973 pasa a la Comandancia General de la Guarnición Militar de Santiago. El 23 de octubre de 1973, pasa al Comando de Tropas del Ejército y el 1 de enero de 1974, asciende a coronel. El 2 de diciembre de 1974 fue destinado a la Dirección General de Reclutamiento y Estadísticas de las FF.AA. Se fue a retiro el 2 de mayo de 1978.
(12) El mayor (r) Sergio Rocha Aros, fue destinado al Regimiento Blindado Nº 1 “Granaderos”en 1974 y se fue a retiro recién el 30 de junio de 1990.
(13) El coronel (r) Mario Garay Martínez registra la siguiente Hoja de Vida en el Ejército: “24 noviembre 1972, destinado a Regimiento Blindado Nº 2; 5 febrero 1975, teniente, destinado a Escuela de Blindados Antofagasta; entre el 1 de marzo y el 30 de junio de 1976, a la Escuela de Inteligencia del Ejército, hasta 1978; En 1979, comisión extrainstitucional comando en jefe del Ejército (lo que significa enviado a la CNI, hasta 1988; 16 febrero 1990, a la DINE. Se fue a retiro el 31 julio 1991.
(14) El capitán (r) René Eduardo López Rivera, registra la siguiente Hoja de Servicio en el Ejército: “En abril de 1973, al Regimiento Blindado Nº 2; el 24 de diciembre de 1973, destinado a EE.UU. para que “cumpla actividades determinadas por el Ejército desde el 15 al 27 diciembre de 1973; 7 septiembre de 1978, comisión de servicio a Sevilla; 28 de mayo de 1991, deja de pertenecer al Ejército a contar del 29 de marzo de 1981, por fallecimiento”.
(15) El 8 de noviembre de 2004 declaró Raúl Aníbal Jofré González.
(16) El coronel (r) Antonio Roberto Bustamante Aguilar, registra la siguiente Hoja de Vida: “Enero 1976, Dirección de Inteligencia del Ejército, hasta 1979; 1980, comisiones de servicio a Panamá y Londres; 1981, a Sudáfrica; en 1982, Cuerpo de Inteligencia del Ejército; abril de 1983, comisión de servicio a Argentina, Paraguay, Perú, Panamá, Honduras, Salvador, Corea y China. Se fue a retiro en abril de 2000.
(17) El coronel (r) Antonio Roberto Bustamante Aguilar, declaró el 9 noviembre de 2004 (55 años) y dijo haber estado destinado al CAJSI de Santiago hasta el 17 de enero de 1974, cuando fue destinado al Depósito de Municiones y Explosivos Batuco”.
(18) El teniente (r) Edwin Armando Dimter Bianchi, declaró el 10 de noviembre de 2004.
(19) El 9 noviembre 2004 declaró el teniente coronel (r) Mario José Garay Martínez (57 años).
(20) El mismo mayor Enrique Cruz Laugier sería quien apoyaría horas más tarde el desalojo de la fabrica Yarur en calle Club Hípico.
(21) Iván Herrera fue uno de los oficiales que ejecutó a los sobrevivientes de La Moneda en Peldehue, después de que los sacaron del Regimiento Tacna. Lo confesó ante el tribunal 30 años más tarde.
(22) Relato que figura en su libro: Y todavía no olvido.
(23) El 9 de octubre de 2001 declaró Mario Aguirre Sánchez, dirigente entonces de la Federación de Estudiantes de la UTE y más tarde empresario, quien permaneció como prisionero en el Estadio Nacional hasta noviembre de 1973, cuando fue cerrado. “Me liberaron junto a otros 12 compañeros salvándonos de ser conducidos al Campo de Prisioneros de Chacabuco”.
(24) Juan Manuel Ferrari Ramírez declaró el 12 de agosto de 2008.
(25) David Miguel González Toro, mayor de Ejército (r) de Intendencia, declaró el 25 de marzo de 2009 y dijo haber estado en el Estadio Chile durante “cinco a seis días, hasta que se produjo el traslado de detenidos hacia el Estadio Nacional”.
(26) Manuel Isidoro Chaura Pavez, conscripto de Tejas Verdes, declara el 28 de enero de 2009, fue asignado a la Segunda Compañía de Combate, a cargo del capitán Luis Montero Valenzuela, Tercera Sección, a cargo del teniente Rodrigo Rodríguez Fuschloger. Salió licenciado a mediados de 1975.
(27) El subteniente de Ejército, Rodrigo Rodríguez Fuschloger, falleció en Santiago, el 15 de marzo de 1974, en un accidente.
(28) Osiel Núñez declaró en el proceso por la muerte de Víctor Jara en varias oportunidades. Este relato es parte de su declaración ante la Comisión Rettig, el 18 de enero de 1991.
(29) El subteniente (r) Pedro Rodríguez Bustos, declaró el 4 de abril de 2002, y pertenecía al grupo de Operaciones del Regimiento “Arica” de La Serena.
(30) Fernando Polanco declaró el 29 enero de 2008, cuando tenía 66 años
(31) Carlos Orellana, quien fue editor en el exilio de la Revista Araucaria y más tarde un reconocido editor de la Editorial Planeta, declaró por exhorto desde Francia para el juicio en Chile el 11 de septiembre de 1979, estuvo detenido en el Estadio Chile desde el 12 hasta el 17 de septiembre de 1973 y luego en el Estadio Nacional hasta el 25 de octubre de 1973.
(32) Osiel Núñez permaneció un mes en el Estadio Nacional y de allí pasó a la Cárcel Pública acusado de ser el organizador de la resistencia armada en la UTE. Allí estuvo dos años detenido. Fue sobreseído y trasladado a Tres Álamos donde permaneció tres meses. Quedó con registro domiciliario hasta lograr autorización para salir del país. Regresó a Chile en 1982.
(33) El abogado Boris Navia Pérez era jefe del Departamento de Personal y Nombramientos de la Universidad Técnica del Estado, en esa calidad conocía bien al profesor Víctor Jara. Fue también detenido en la UTE y llevado como prisionero al Estadio Chile. Declaró el 23 de octubre de 2001.
(34) El comandante Mario Manríquez, ya fallecido, se desempeñó durante 10 años como gerente de Seguridad de ENTEL.
(35) También la identidad de 31 conscriptos, 9 cabos y 4 sargentos que estuvieron con él en esas funciones en el Estadio Chile.
(36) Enrique Kirberg fue llevado finalmente al Campo de Prisioneros de Isla Dawson con los principales dirigentes de la Unidad Popular. Murió el 22 de abril de 1992, de un coma hepático, Todos sus testimonios son parte de una extensa entrevista hecha por la autora.
(37) Ricardo Iturra era profesor y funcionario de la UTE, conoció a Víctor Jara en 1970 en la UTE, en el desempeño de su trabajo, cuando Jara llegó como director de Teatro y cantante y él era director del Programa de Educación Permanente. Declaró por exhorto desde París el 3de septiembre de 1979 para el juicio en Chile por la muerte de Víctor Jara.
(38) Cesar Fernández Carrasco declaró por exhorto desde Alemania, era profesor de la UTE donde estaba el 11 de septiembre.
(39) Julia Fuentes declaró el 19 de julio de 2003. En su declaración dijo también: “Cuando el Estadio Chile fue desocupado, me enviaron a Tres Álamos (otro Campo de Prisioneros), siempre como maestra de cocina. Recuerdo haber trabajado para Conrado Pacheco Cárdenas y para un mayor de apellido Salgado”.
(40) Julio Guillermo Del Río Navarrete, ingeniero, 60 años, declaró el 11 de enero de 2005. Fue uno de los prisioneros que identificó a Miguel Krassnoff Martchenko como “El Príncipe”. Del Estadio Nacional salió en libertad el 2 de octubre de 1973, junto con el resto de sus compañeros, salvo seis de ellos que fueron trasladados a Investigaciones. A muchos de ellos les cambio la vida para siempre. Su testimonio ha sido corroborado por la autora con otras dos personas que estuvieron prisioneros con él.
(41) El 24 de abril 2008, declara Guillermo Orrego Valdebenito (59 años).
(42) Declaración del 31 marzo de 2006.
(43) El 28 diciembre de 2007 declaró Lelia, identificó en las fotos al oficial Edwin Dimter como “El Príncipe”. Así relató el hecho que le permitió salir en libertad: “En una ocasión, llegó al estadio un grupo de los mismos militares que venían de La Serena y al que nos habían entregado los carabineros en la UTE, a lo menos el sargento, quien nos dijo que al responder la lista de la mañana siguiente debíamos indicar que estábamos detenidos por toque de queda. Así, nos dejarían en libertad. Y así ocurrió”.
(44) El teniente coronel (r) Luis Bethke Wulf, en septiembre de 1973 era teniente de Infantería en el Regimiento Nº 2 “Maipo”, de Valparaíso. Durante la Unidad Popular, su familia sufrió la expropiación de sus tierras. Se acogió a retiro en 1985. Declaró el 1 de febrero 2005.
(45) El brigadier (r) Raúl Aníbal Jofré González, registra la siguiente Hoja de Vida: “En 1970, curso de paracaidista en la Escuela de Paracaidistas, y es teniente el 1 de enero de 1971. Enero 1972, al Regimiento Blindado Nº 2. Primero de marzo de 1974, curso por correspondencia “Aplicación Básico del Oficial Subalterno” hasta el 31 de mayo ’74; 7 septiembre ’74, comisión de servicio a Israel, Jordania, Líbano y Siria; 14 octubre ’74, curso extraordinario “Aplicación Avanzado del oficial Subalterno de Blindados”, hasta el 31 octubre ’74 en la Escuela de Blindados (Antofagasta); 1 enero ’75, capitán; 6 marzo ‘75, complementa Decreto Supremo, destinado a la Escuela de Blindados (Santiago). Se retiró el 30 de abril de 1998.
(46) El mejor y principal perfil del oficial Edwin Dimter ha sido una investigación de la periodista Pascale Bonnefoy, publicada en 2006.
(47) El 8 de noviembre de 2004 declara Raúl Aníbal Jofré González. Cuando los prisioneros del Estadio Chile fueron trasladados al Estadio Nacional, él sería el ayudante del comandante del nuevo Campo de Prisioneros; el coronel Jorge Espinoza Ulloa.
(48) El coronel (r) Nelson Edgardo Haase Mazzei, en septiembre de 1973 tenía el grado de teniente y se desempañaba como ayudante del subdirector de la Escuela de Ingenieros Tejas Verdes, de San Antonio, cuyo director era el coronel Manuel Contreras Sepúlveda. En 1976 ascendió a capitán y pasó a la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA). En 1990 se fue a retiro con el grado de coronel. Declaró el 27 de enero de 2005, tenía 58 años.
(49) El teniente (r) Edwin Armando Dimter Bianchi, declaró el 10 de noviembre de 2004.
(50) El teniente Edwin Dimter Bianchi, registra la siguiente Hoja de Vida en el Ejército: “El 21 enero 1972, destinado como subteniente al Regimiento Blindado Nº 2 en Santiago; el 10 enero de 1974, es nombrado teniente y pasa al Reg. Blindado Nº 1 “Granadero” en Iquique, al año vuelve a Santiago, al Blindado Nº 2. El 31 diciembre 1976 se le concede retiro absoluto.
(51) Hugo González González declaró el 17 de junio de 2008.
(52) Wolfgang Tirado declaró por exhorto el 11 de marzo de 1980. Conocía bien a Víctor Jara pues “trabajábamos en el mismo departamento en la UTE: él en la sección Música y yo en la de Películas.
(53) El arquitecto Miguel Lawner declaró el 31 de agosto de 2004
(54) El coronel (r) Juan Jara Quintana, quien se fue a retiro en 1994, declaró el 1 de agosto de 2013.
(55) Al subteniente Herrera lo que vio e hizo le provocó un fuerte conmoción. Se fue a retiro como capitán en 1983. Declaró el 30 de mayo de 2002.
(56) Declaración de Pedro Espinoza del 10 de enero de 2008.
(57) Testigo de ese retiro fue el entonces mayor de Carabineros Jorge Retamal Berríos.
(58) El 6 de febrero 2007 declaró Eliseo Cornejo (64 años).
(59) Potente ametralladora de piso de 11 o más kilos, de 1.300 metros de alcance, con una cinta con 50 proyectiles a modo de cargador.
(60) El 2 de marzo de 2006, declaró César Leonel Fernández Carrasco, quien era profesor de la UTE y miembro de su Consejo Superior.
(61) Extraído de la declaración judicial de Hugo Pavez del 15 de octubre de 2002, quien fue detenido en la CORFO y llevado al Estadio Chile.
(62) El 14 mayo 2008 declaró Erika Osorio, estudiante de Ingeniería de la UTE quien fue detenida y llevada al Estadio Chile.
(63) El coronel ( r) Juan Quintana declaró el 1 de agosto de 2013. Se fue a retiro en 1994.
(64) Danilo Bartulín, médico de Salvador Allende, fue liberado cuando La Moneda ardía, a las 16:00 del 11 de septiembre de 1973, junto a los médicos: Oscar Soto, Patricio Arroyo, Alejandro Cuevas, Hernán Ruiz, Víctor Oñate y José Quiroga. Después fue nuevamente detenido y llevado al Estadio Chile y luego al Estadio Nacional.
(65) Gustavo Abarzúa, artillero, fue secretario de estudios de la DINA y de ahí pasó a la Dirección de Inteligencia del Ejército (DINE), luego fue agregado Militar en Uruguay y volvió a la DINE, donde estaba en 1984, siendo coronel. Llegó al generalato en 1987, siendo nombrado jefe de la DINE. Desde allí, en marzo de 1988, amenazó con un nuevo 11 de septiembre. En 1989 tuvo también la dirección de la CNI. En marzo del ‘90, en la reestructuración por el traspaso del poder, continuó como director de la DINE, pero en octubre pasó a retiro. Se lo vinculó con el escándalo de La Cutufa, una financiera ilegal que se formó al interior del Ejército y que terminó con homicidios nunca aclarados. Fue procesado por haber dado la orden de asesinar al dirigente Jecar Neghme, en 1989, según confesó uno de sus victimarios, pero la Corte Suprema lo absolvió en 2009.
(66) El coronel (R) Rolf Wenderoth, ingeniero, formó parte del alto mando de la DINA, como subdirector de Inteligencia Interior. En 1995, fue jefe de Villa Grimaldi. Fue destinado después a la CNI. En 1986, participó de la creación de una unidad especial antisubversiva. En 1987, fue agregado Militar en República Federal Alemana y a su regreso, en 1989, se fue a retiro. Fue condenado a 5 años y 1 día por la muerte de Manuel Cotez Joo, en 1975. Ha sido sometido a proceso en varias oportunidades por su participación en la detención y desaparición de personas e invariablemente ha pedido que se aplique la Ley de Amnistía.


Censura en acto por DD.HH. en colegio de Malloco: Mandela sí, Víctor Jara y el “Che” no

Fuente :CIPER 9 de Diciembre 2013

Categoría : Prensa

Todos los cursos del Liceo Técnico Profesional de Malloco tienen a su cargo la presentación de un acto cívico a lo largo del año. Según las fechas que correspondan, el tema varía. Y el pasado viernes 29 de noviembre, el acto era sobre el día internacional de los derechos humanos, que debía ser preparado y presentado por el Primero Medio A. Así estaba programado desde marzo.

Como su profesor de Historia, me correspondía guiar y dirigir la presentación del acto, desde la confección del libreto (ver libreto) hasta la elaboración de la escenografía. Aquí es donde me detengo, pues es precisamente éste el punto “conflictivo” para la dirección del liceo.
En la escenografía se incluían los rostros de Nelson Mandela, Víctor Jara y Ernesto “Che” Guevara (icono pop a estas alturas), todas en stencil. El papelógrafo, de aproximadamente 2×2 metros, fue colgado frente al escenario al día anterior durante el ensayo general, realizado entre las 16:00 y las 17:15 horas. Terminamos el ensayo y dejamos el papelógrafo colgado, listo para la presentación del día 29.
Cuando llegué al liceo cerca de las 7:45 del día siguiente, me sorprendí al ver que el papelógrafo no estaba. Apenas crucé la entrada, se me acercó un par de alumnos del Primero Medio A para decirme que el inspector general, Fernando Aguilera, sacó el papelógrafo, lo enrolló y se lo llevó sin dar ninguna explicación.

Ante la consulta de los alumnos, la directora les indicó que no podrían ensayar para el acto cívico, de nuevo sin explicar nada más.
Todavía un tanto incrédulo, fui al libro de firmas y luego a la sala de profesores, donde saludé a mis colegas mientras digería lo sucedido. Me parecía que, como encargado del acto cívico de ese viernes, las autoridades del liceo deberían haberme dicho algo antes de tomar cualquier decisión. Esperé cerca de 15 minutos, pero nadie de la dirección se acercó para aclararme lo que había pasado. Entonces, fui a la oficina de la directora Marisol Meléndez para aclarar el asunto. Ante mi consulta, la explicación de mi interlocutora fue la siguiente:
“No tenemos ningún problema con la figura de Nelson Mandela, pero nos parece que las figuras del “Che” y de Víctor Jara, un cantor popular relacionado con la izquierda, están dentro de un acto político, y como los actos políticos están prohibidos en los colegios, me podrían revocar la autorización para ser sostenedora“.

La escuché muy tranquilamente, sin interrumpirla. Pero apenas terminó, le aclaré que no entraría en una discusión político/ideológica sobre ese punto –en el que claramente no estamos de acuerdo– y que lo que realmente me preocupaba era que se procediera maltratando un material que los alumnos habían elaborado tras dos semanas de trabajo. Y, claro, también que se tomaran decisiones sin siquiera discutir el asunto con el encargado del acto cívico ni consultarle acerca de la pertinencia de estas imágenes. No me cierro a flexibilizar determinadas decisiones que me parecen discutibles, pero lo que no puedo aceptar es que se tomen decisiones arbitrarias basadas en prejuicios.
De ahí en adelante la discusión siguió sólo con argumentaciones poco plausibles por parte de la directora. Antes de terminar, se integró a la reunión otra profesora de Historia del liceo, la encargada de todos los actos cívicos –aún no entiendo para qué la llamaron–. La directora comenzó a dirigirse a ella para entregarle los mismos argumentos que ya me había dicho a mí. Mi colega parecía no entender bien que era lo que pasaba. Al final me molesté frente a lo absurdo de toda la situación y le dije a la directora: “Le informo que Nelson Mandela también tomó las armas en determinado momento, por lo que dentro de su lógica tampoco debería estar en ese papelógrafo”. Luego de eso, me pidió que me retirara.

Minutos después, la directora, el inspector, mi colega de Historia y el profesor jefe fueron a la sala del Primero Medio A para informarles de la situación. Nuevamente, me dejaron fuera de la discusión sin una explicación coherente.
Sin que yo estuviera allí, les dijeron a los alumnos que no podrían utilizar el papelógrafo. Por supuesto, los estudiantes se negaron, especialmente su presidenta de curso, quien se enfrentó a la directora. Ese encuentro le significó a la niña la cancelación de su matrícula para el año 2014.

Este es el relato de lo sucedido. Ahora, me permito esgrimir una opinión en mi calidad de docente y formador. Todo lo anterior responde a visiones miopes de nuestra realidad que se sustentan en prejuicios anacrónicos que se resisten a ser extirpados del discurso de ciertos sectores. La intención por inhibir el diálogo y la discusión ante decisiones inconsultas es lo grave, pues priva a una comunidad educativa del enriquecimiento a instancias del intercambio de ideas. El ejemplo para los alumnos es pésimo. Tampoco se puede dejar de lado la absoluta falta de criterio para abordar un tema puntual, que sin duda podría haberse resuelto a través de mecanismos dialogantes y no impositivos, más aún si consideramos que los profesores del colegio somos adultos y no se nos puede tratar como adolescentes. Claramente la dirección equivocó el camino comportándose de manera autoritaria en lugar de mostrar instancias democráticas de discusión como ejemplo educativo para los estudiantes.

Me declaro ignorante, pues no sé si se viola alguna norma con todo lo acontecido. Pero de lo que sí estoy seguro es que se establece un pésimo precedente para estudiantes que esperamos se reconozcan en una comunidad educativa inserta en una sociedad que ha establecido como consenso el diálogo y la presentación de argumentos legítimos en cualquier tipo de discusión o debate público o privado. No podemos pensar que la prohibición y la censura (si corresponde aplicar este concepto para este caso) siguen siendo instrumentos válidos para resolver conflictos o discordancias.


Piden detención de ex militares por asesinato de Víctor Jara

Fuente :El Nuevo Herald 22 de Diciembre 2010

Categoría : Prensa

El gobierno pidió la detención de cuatro oficiales del ejército retirados acusados del secuestro y asesinato calificados del folclorista chileno Víctor Jara, acribillado en septiembre de 1973. La solicitud fue presentada al juez Juan Fuentes Belmar, que lleva el caso de Jara desde el 2006, por el abogado Cristián Cruz, del Programa de Derechos Humanos del Ministerio del Interior.

La querella afecta a los ex oficiales del ejército, jubilados, Edwin Dimter, Hugo Sánchez, Raúl Jofré y al ex fiscal Rolando Melo, informó a la AP una fuente que pidió anonimato para no perjudicar el caso.

Jara fue detenido en el interior de la Universidad Técnica del Estado el mismo día del golpe militar dirigido por el general Augusto Pinochet el 11 de septiembre de 1973. Estuvo detenido en el Estadio Chile junto a unos 5,000 prisioneros.

Testigos que estuvieron en el estadio declararon en la investigación judicial que cuando Jara y otras 14 personas fueron reconocidas por sus captores, fueron trasladadas a los camarines subterráneos del recinto. Ninguno salió vivo.

La demanda señala que Dimter, Sánchez y Jofré estaban en el interior del estadio cuando el folclorista fue baleado.
El resultado de la autopsia de Jara, realizada en noviembre del 2009, señala que murió por «múltiples heridas de proyectil, en todo el cuerpo, cráneo, piernas, brazos, tórax, y que significaron un shock hemorrágico agudo, provocado por una situación violenta de tipo homicida''.
El jefe del Servicio Médico Legal, doctor Patricio Bustos, agregó que Jara fue torturado antes de ser asesinado. «Tenía también fracturas provocadas por otro tipo de objeto contundente, no por balas. Todas producidas en el momento en el cual fue ejecutado este homicidio''.

Dimter ha sido vinculado por múltiples testigos a «El Príncipe'' del estadio Chile, y sindicado como autor de torturas y asesinatos.
Hasta ahora el único procesado por el homicidio es el ex conscripto José Paredes Márquez, de 56 años, que alega inocencia. Paredes
dijo a la AP en una entrevista el año anterior que el responsable del crimen debe ser un oficial porque los conscriptos usaban fusiles, y un cuerpo humano habría sido despedazado por una arma. La viuda, Joan Jara, señaló que no tuvo dificultad para reconocer los restos del artista en la morgue, en septiembre de 1973. 


SML entrega informe antropológico de los restos óseos del asesinado cantautor

Fuente :La Nación Sábado 18 de julio de 2009     

Categoría : Prensa

El documento del Servicio Médico Legal (SML)ratifica las múltiples lesiones provocadas por decenas de disparos, especialmente los hallados en el cráneo. Dos proyectiles fueron entregados a peritos del Laboratorio de Criminalística de la PDI para establecer su calibre.

pasos agigantados avanzan las pericias para determinar la causa y circunstancias en las que fue asesinado Víctor Jara. Esto, luego que el Servicio Médico Legal (SML) informara ayer que ya está en poder del juez Juan Fuentes el informe antropológico realizado al cuerpo del cantautor, tras la exhumación de sus restos realizada el 4 de junio pasado en el Cementerio General.

Los avances confirmarían la tesis de que el artista recibió el impacto de un arma de fuego en su cabeza producto de la "ruleta rusa" jugada por un teniente del Estadio Chile. Sin embargo, este informe no señala si ésta fue la causa de su muerte, la cual se obtendrá en las próximas semanas tras las pericias tanatológicas.

El director de la entidad legista, Patricio Bustos, confirmó que el Programa de Derechos Humanos del SML entregó hace tres días las conclusiones del informe al magistrado. Sin embargo, no quiso profundizar en los contenidos de éste.

Versión de "El Loco"

Fuentes judiciales afirmaron que el documento ratifica una severa herida en el cráneo con dos orificios, pero que no se pudo establecer si corresponde a uno o dos proyectiles de bala.

Sin embargo, la fijación de dicha lesión por parte de los profesionales da sustento a la tesis de que el cantautor murió luego que un teniente apodado "El Loco" le propinara un mortal tiro jugando a la "ruleta rusa", según declaró en primera instancia el ex conscripto procesado por este crimen, José Paredes Márquez.

Asimismo, trascendió que el cuerpo posee múltiples heridas de balas alojadas en sus extremidades y vértebras, lo que hace pensar a los legistas que los impactos fueron ocasionados por un ametrallamiento.

Pericias balísticas

El escenario para concluir la procedencia de los proyectiles alojados en el cuerpo del cantautor está ahora en manos del Laboratorio de Criminalística (Lacrim) de la Policía de Investigaciones (PDI). Tras los diversos exámenes que se le han realizado al exhumado cuerpo de Jara, fuentes de la causa aseguraron que dos balas halladas en la autopsia ya fueron enviadas por el juez Fuentes a los laboratorios de la Policía Civil para que ésta señale si se trata de proyectiles calibre 7.65 de un fusil SIG, como han señalado algunas tesis policiales.

Esto último basado en el antiguo protocolo de autopsia que arrojó dos disparos en la sien derecha "16 orificios de entrada y 12 orificios de salida de diferentes tamaños; en el abdomen hay 6 orificios de entrada de bala y 4 de salida; en la extremidad superior derecha hay 2 heridas a bala transfixiante; en las extremidades inferiores hay 18 orificios de entrada de bala y 14 de salida".

La labor de los peritos del SML ha sido de largo aliento, pues las condiciones en las que se encuentra el cadáver de Jara, a 36 años de su muerte, han complejizado el escenario para rescatar los proyectiles. A pesar de éstos, la entidad espera determinar en los próximos días si la causa de muerte fue el impacto de una bala en la cabeza del cantautor o ésta fue luego de su muerte como un tiro de gracia propinado por un oficial de la época.


La historia de Mónica Salinas, la persona que halló su cadáver

Fuente :La Nación Domingo 14 de junio de 2009 

Categoría : Prensa

“Yo encontré a Víctor Jara”

La mujer contó en exclusiva a LND cómo el 18 de septiembre de 1973, junto a una amiga hoy fallecida, dieron con el lugar donde la noche anterior una patrulla militar había arrojado cuatro cadáveres. Luego de reconocer a tres de ellos, alertaron a través de un contacto a Joan Turner para que rescatara el cuerpo del cantautor. En esta crónica, al fin se rompe el secreto guardado durante 36 años.

Era fría la mañana y no había pan para el desayuno. Ambas mujeres, cada una en su casa, miraban nerviosas un rato hacia la ventana, otro hacia el reloj.

A las 08 horas, por fin terminó una noche más de toque de queda. La Mónica y la Maiga se juntaron, como siempre, en lo que hoy es la Avenida Central, en plena Población José María Caro.

La Mónica se sorprendió cuando su amiga la tomó del brazo y, a tirones, la condujo en dirección al peladero que estaba al final de la Población Lo Sierra.

-¿A dónde me llevai, Maiga?, le preguntó.

-Vamos a ver si es cierto que están botando muertos atrás del cementerio, le contestó.

Mónica Salinas (hoy de 69 años) no sabía en ese momento que pocos minutos después de cruzar corriendo, y a veces gateando, los montículos de tierra que separaban la población de la línea del tren, encontraría cuatro cadáveres tirados entre piedras y maleza. Tampoco olvidaría que uno de ellos era el de Víctor Jara.

La mujer es hoy la única testigo presencial del hallazgo de los restos del renombrado artista. LND la encontró. O, para ser justos, ella nos buscó.

Hasta ahora, tanto para la policía como para la justicia, era un misterio cómo se supo que el cantante había terminado tirado atrás del Cementerio Metropolitano, en la comuna de Lo Espejo.

Sólo se sabía que un trabajador del Servicio Médico Legal, había dado el aviso para que la familia concurriera a la morgue a reconocerlo entre las decenas de cadáveres acribillados, que eran recogidos de la calle.

Cuando el abogado de la viuda de Víctor Jara, Joan Turner, supo que esta testigo había aparecido, reaccionó con sorpresa. "¿Pero dónde está?", preguntó Nelson Caucoto.

"Una de las primeras diligencias que solicitamos cuando se abrió la investigación por el crimen de Víctor fue que se ubicara a las personas que habían visto los cuerpos atrás del cementerio, pero nunca encontraron a nadie", comentó el profesional.

La señora Mónica recuerda como si fuera hoy esa mañana de septiembre. "Era una cosa que yo me guardé dentro de tantos dolores que se me vinieron en esos tiempos. Al principio todo nos daba miedo, después pasaron tantas cosas que me lo guardé. Mis hijos siempre me decían que por qué no contaba lo que había visto, pero no podía".

Un sorpresivo encuentro la hizo cambiar de opinión: "Un martes, creo, me llevaron el diario La Nación y me impactó mucho el titular que traía sobre los asesinos de Víctor Jara. Leí entero el reportaje y ahí me decidí, busqué un teléfono y llamé".

La mujer, bajita y canosa, representa más edad de la que tiene. Pero pese a su aspecto de anciana temprana, camina y habla con agilidad. Mónica cuenta que su vida "se dividió entre las labores que por obligación a las mujeres nos tocaba como madres, dueñas de casa, esposa de obrero, y el trabajo como dirigente vecinal".

El 11 de septiembre de 1973, a las nueve de la mañana, lejos de esconderse, Mónica Salinas partió a pie hacia el centro de Santiago donde se encontraba la sede del MAPU.

"Los militares se habían levantado y nosotros no sabíamos qué hacer. Por eso yo decidí ir al partido a pedir instrucciones".

Después de hacer dedo y caminar durante dos horas, al llegar al recinto ubicado en calle Dieciocho, todo era caótico.

"Me preguntaron qué hacía ahí y me dijeron que me fuera pa’ mi casa y quemara toda la documentación que comprometiera al partido. Así que vuelta de nuevo". Esta mujer caminó e hizo dedo hasta llegar otra vez a su hogar, dos horas después. Ya era pasado el mediodía.

Cuando volvió, su marido lloraba sentado en el piso. Nadie podía creer lo que sucedía.

"A mí me acusaron algunos vecinos de comunista, de que en mi casa se hacían reuniones con importantes dirigentes del MIR y del Partido Comunista (PC). Pero cuando los militares me llevaron al lado de un camión y me interrogaron, yo les negué. Era tan ridículo que me acusaban de regalar remedios. Entonces, yo le preguntaba al suboficial cuál era el delito o lo malo de entregar remedios, si yo era conocida como una dirigente vecinal. Al rato me dejaron libre y no me molestaron más", cuenta.

La casa de Mónica Salinas, en realidad, fue lugar de encuentro de los dirigentes de varios partidos.

"En mi casa estuvo el Miguel Enríquez y el Pascal Allende comiendo porotos, al igual que muchos otros. Y a mí me encantaba ese tiempo, que teníamos tanto que hacer y se estaban logrando muchos beneficios para nosotros, que éramos los más pobres de Santiago".

Fue así como llegó la mañana del 18 de septiembre. A una semana del golpe de Estado asestado por el general Augusto Pinochet, noche tras noche se escuchaban las ráfagas y se hacían más intensos los allanamientos y las detenciones arbitrarias.

"La Maiga me pasó a buscar como todos los días para ir a comprar el pan, pero fuimos hacia otro lado, porque a ella le habían dado el dato de que esa noche los milicos habían ido a botar unos muertos atrás del cementerio", relata.

La casa de la señora Mónica se ubica a unas 12 cuadras de la línea del tren. Pese a sus años y nuestro ofrecimiento de hacer el recorrido en auto, prefiere rehacer a pie el doloroso camino que hizo el día del hallazgo.

"Yo me pegaba estas caminatas muchas veces para ir a comprar o cuando iba a reuniones. Esta ruta que vamos a hacer es la que seguía la gente que acortaba camino para ir al cementerio", aclara.

En la actualidad, el lugar está más poblado: "en ese tiempo no estaban estas calles y Lo Sierra llegaba hasta aquí y luego empezaba el peladero".

El recorrido comienza en Avenida Central con calle Pegaso. Después de varias cuadras y de pasar una pequeña plazoleta, enfilamos por Venus, una estrecha callecita.

"Aquí terminaba la población y empezaba un terreno donde no había nada más que montículos de tierra, pasto y piedras. Esa mañana encontramos a un hombre que estaba sentado en el suelo, con la cabeza apoyada en las rodillas, que tenía un bolso al lado. Pensamos que estaba durmiendo. La Maiga le pegó un empujoncito en el brazo para ver si despertaba, pero se cayó para el lado. Estaba muerto y en la espalda tenía varios hoyos".

A ratos, pareciera que Mónica Salinas se transporta en el tiempo, acelerando el paso y mirando hacia todos lados, como si en cualquier momento fuese a aparecer una patrulla militar.

Ahora todo el sector está densamente poblado. La calle Venus, en dirección este-oeste, tiene largas cuadras de pasajes y al frente una hilera de edificios de departamento de cuatro pisos, que están vacíos y custodiados por carabineros para evitar tomas.

Al final, topamos con la avenida Ferrocarril, que corre paralela a la línea del tren. Hay que atravesar los rieles por un pequeño paso, dejado por la entrada del puente que atraviesa la Circunvalación Américo Vespucio.

"Ya está, por aquí es la cosa. ¿A ver? Déjeme mirar un poquito", pide la anciana. Estamos a la entrada de una franja de unos 30 metros de ancho, que separa la pared poniente del Cementerio Metropolitano y la línea férrea. Hoy es un lugar seco, pedregoso e irregular, transformado en un basural clandestino.

"En ese tiempo aquí no había basura, sólo había un pasto largo y verde y tierra", aclara.

Se toma cerca de tres minutos para recordar y sola comienza a subir y bajar el terreno con asombrosa agilidad. Nunca trastrabilla, pese a las piedras filudas que hay en el suelo, dejadas por el paso de cada convoy.

De pronto se detiene y se queda petrificada mirando uno de los muros del campo santo: "Aquí estaban".

Mónica Salinas, la mujer que temerosa salió esa mañana a comprar el pan, sintió un frío penetrante. "Los cuerpos estaban en el suelo, boca abajo y alineados uno junto a otro, separados así tanto (con las manos dibuja en el aire una huincha de medir imaginaria, que simula un metro)".

Ella reconoce que la más audaz era su amiga. "Era del PC y estaba casada con un dirigente del comité central", recuerda. Su nombre era Margarita Riquelme y no sabe cuándo falleció.

"Mi amiga me dice que los demos vuelta, y que cortáramos pasto húmedo para limpiarles la cara".

La señora Mónica conocía perfectamente al cantautor. Sólo dos meses antes lo había visto, guitarra en mano, interpretar su música frente a un grupo de pobladores.

"Yo ubicaba a Víctor Jara y le dije a la Maiga que lo conocía. Le limpiamos bien la cara, porque la tenía llena de sangre seca, roja oscura. Tenía puesto, no recuerdo bien si era un chaleco o algo parecido, de color verde, y se notaban agujeritos en la ropa, de donde le había salido sangre".

Entonces, "le revisamos las manos para ver si le encontrábamos una argolla o algo y no podíamos creer cómo se las habían dejado: las tenía todas hechas tira y yo le movía los dedos, pero era como si no tuviera hueso. La cabeza la tenía hecha tira también".

Comenta luego que "no estaban tiesos, porque los dimos vuelta con facilidad. No vimos balas en el suelo, porque había mucho pasto".

Las mujeres siguieron con el segundo cuerpo, el que resultó ser de Litré Quiroga, ex director de Prisiones.Al tercero no lo pudieron identificar. Al ver el siguiente cadáver, relata Mónica, "mi amiga me dice que era el del Coco (Paredes), que tenía un hoyo en el estómago, de donde se le salían las tripas".

Hasta ahora, se sabía que después de ser detenido en La Moneda, el otrora director de la Policía de Investigaciones fue conducido al Regimiento Tacna, y asesinado junto a los miembros del GAP en Peldehue.

Pero el abogado Nelson Caucoto dice que "no es la primera vez que escucho acerca de esto, habría que verlo".

El panorama era dramático. Las mujeres habían confirmado el rumor que les llegó durante la madrugada y el peligro de que apareciera alguna patrulla a retirar los cuerpos era inminente.

"Decidimos dejar los cuerpos boca arriba, para que si alguien los veía los pasara a buscar. Luego buscamos un negocio o una casa con teléfono, y lo encontramos a media cuadra de la panadería. La Maiga le habló a un contacto que tenía con un nombre en clave para que le avisaran a la Joan (Jara) que Víctor estaba en ese lugar", relata.

Mónica Salinas acaba así con el secreto que guardo durante 36 años. Después de relatar, sin pausas, qué sucedió esa mañana y de indicar la manera en que estaban los cuerpos, se aleja con calma, y su ausencia transforma otra vez el terreno en un basural, fétido y pedregoso. Allí no hay cruces ni animitas que recuerden a Víctor Jara.


Identifican a presuntos autores del homicidio de Víctor Jara

Fuente :La Nación Martes 26 de mayo de 2009     

Categoría : Prensa

José Adolfo Paredes Márquez (54) y Francisco Quiroz Quiroz (54) están incomunicados desde el viernes en la Cárcel de Alta Seguridad. El juez Juan Fuentes Belmar decide hoy si los procesa o los deja en libertad.

¿Qué habrá pensado Víctor Jara cuando apenas, entre la penumbra de sus ojos hinchados de dolor y huesos machacados, pudo ver los rostros de jóvenes conscriptos descargando la furiosa munición?

Ráfagas interminables. 44 gruesas balas, disparadas por un pelotón de fusilamiento, acabaron por atravesar su cuerpo. Nadie supo quiénes eran ni quién los comandaba. Hasta hoy no tenían rostro.

Pasaron exactamente 35 años y 8 meses para que se comenzara a develar uno de los secretos mejor guardados de la dictadura: los autores del crimen de Víctor Jara, ocurrido el 15 de septiembre de 1973.

El viernes último, mientras medio Chile gozaba el día "sandwich" que dejó el feriado del 21 de mayo, dos personas fueron llevadas en horas de la tarde ante la presencia del ministro de fuero Juan Fuentes Belmar en el Palacio de Tribunales.

Ambos poseían dos cosas en común: para el golpe militar tenían 18 años y los dos cumplían servicio militar obligatorio.

Hasta ahora nadie conocía sus nombres, porque no pertenecían a ninguna de las dotaciones militares que se había chequeado y que participaron en las detenciones ilegales de alumnos y académicos de la Universidad Técnica del Estado (UTE) y en la custodia de los prisioneros en el Estadio Chile.

Tras varias horas de interrogatorio, José Adolfo Paredes Márquez (54) y Francisco Quiroz Quiroz (54) quedaron detenidos y el juez Fuentes Belmar ordenó que fueran trasladados hasta un recinto penitenciario.

Los libros de ingreso de detenidos de la entidad carcelaria registran la llegada de ambos a la Cárcel de Alta Seguridad (CAS), en calidad de incomunicados.

Como es una investigación que se instruye bajo el antiguo sistema procesal penal, el magistrado tiene plazo hasta hoy para resolver si los somete a proceso, en calidad de autores, cómplices o encubridores, o si los deja en libertad por falta de méritos.

Al detectar estos nombres en los libros de registros, con el rol de la causa por la muerte de Víctor Jara, La Nación indagó respecto a sus vinculaciones.

Algunas fuentes los ubicaron dentro del contingente militar que pertenecía a la Guarnición de Santiago, encargada de la seguridad de la capital tras el golpe de Estado.

Dentro de las mismas indagaciones, trascendió que existe una lista de no más de seis personas investigadas que son buscadas por la PDI.

Todos ellos estarían siendo investigados a partir de la identificación de los efectivos militares que escoltaron al entonces coronel Pedro Espinoza Bravo en su recorrido por Santiago, durante las horas en que ocurre el crimen del artista.

Uno de los detenidos estaría confeso de su participación en el fusilamiento del cantante y colaboró con la descripción del trágico episodio que terminó con la vida de Víctor Jara.

Hasta ahora, se identificó a un oficial que estuvo a cargo del destacamento.

Los detenidos han sido sometidos, en las últimas horas, a intensos careos para zanjar sus contradicciones respecto al grado de participación en el hecho.

Horas finales

Todo fue muy confuso ese 11 de septiembre de 1973. Víctor tenía agendado un acto en la Universidad Técnica del Estado. La idea: luchar contra la guerra civil en Chile.

De pronto, ese martes cambió de rumbo. Por la radio se escuchó sobre el ataque a La Moneda y el levantamiento de los militares. Allende estaba pronunciando su discurso histórico cuando Víctor decidió salir a la calle.

“Era un día extraño, con los relatos de la radio, y todo hacía que fuera un día especial, pero nadie pensó que la situación llegaría a tal extremo. Nadie pensó que chilenos terminarían matando chilenos”, recordó la hija de Víctor, Amanda Jara, en una entrevista con LND.

Ese día, Víctor salió de la casa rumbo a la UTE.

Las últimas horas de vida de Víctor Jara fueron relatadas por un pequeño grupo de prisioneros que estuvieron con él durante todo el tiempo que duró el cautiverio, al interior del improvisado campo de prisioneros.

Una vez que fue identificado por un soldado que custodiaba al grupo fue separado del grupo, brutalmente golpeado y sometido a largas sesiones de tortura.

Tras tres días en el lugar, llegó la orden de trasladar a todos los prisioneros al Estadio Nacional.

Cubierto de sangre y desfigurado por los hematomas, algunos de sus amigos lograron sacarlo del rincón donde estaba tirado. Lo limpiaron e intentaron disfrazar para que ya no fuera identificado.

Sin embargo, a pocos metros del camión que los llevaría al recinto de Ñuñoa, fue separado de la fila junto al director de Prisiones, Litre Quiroga, y otras tres personas.

Aquí comienza la laguna que se mantuvo durante estos 36 años. La actual indagación indica que los prisioneros segregados del grupo fueron llevados nuevamente al interior del Estadio Chile y fueron fusilados en ese lugar, uno a uno.

Constatadas sus muertes, fueron subidos a un camión y llevados a un costado del Cementerio Metropolitano, donde fueron arrojados semidesnudos.

El mito del Príncipe

Durante años se tejió el mito de que un personaje apodado “el Príncipe” era el responsable de la muerte de Víctor Jara. Los prisioneros lo apodaron de esa forma por sus ojos azules, su estatura, el pelo rubio y porque él también se autodenominada de esa forma. Un reportaje de la periodista Pascale Bonnefoy recuerda el testimonio de los prisioneros.

Era el único de los oficiales que no necesitaba usar micrófono: “¿Me escucha la cloaca marxista? ¿Me oyen los comemierda? ¡Ahora se acabaron los discursos, chuchas de su madre! Ahora van a tener que trabajar. Los que se nieguen a trabajar, los fusilaremos. ¿Me escuchan los vendepatria?… ¡Tengo voz de Príncipe!”, exclamaba.

El 23 de mayo de 2006, un grupo de personas subió hasta el piso 14 de la Superintendencia de AFP para gritarle en su cara que era un asesino. En su oficina de la calle Huérfanos con Teatinos, Edwin Dimter Bianchi -que en ese entonces se desempeñaba como jefe del departamento de control de instituciones- respondió agresivo la acusación de los manifestantes que habían llegado a “funarlo”.

La denuncia era clara: Dimter era, según los protestantes, “el asesino del Estadio Chile” y respondía a un alias: “el Príncipe”.

Dimter no es el único que ha sido sindicado como el sangriento oficial del estadio. El mito del Príncipe se vio acrecentado luego que se develara que el secuestro del coronel Carlos Carreño, ocurrido en septiembre de 1987, tenía como primer objetivo al coronel Gerardo Ramírez Chovar, que formaba parte de la escolta de Pinochet.

El Frente Patriótico Manuel Rodríguez, autor del plagio, sindicó al comandante como el autor del homicidio de Jara. La tesis hoy pone en duda la existencia de este personaje.


Los estremecedores testimonios de cómo y quiénes asesinaron a Víctor Jara

Fuente :ciper.cl, 26 de Mayo 2009   

Categoría : Prensa

A casi cuatro meses de conmemorarse 36 años de la muerte del destacado folclorista chileno, el tesón de su viuda Joan Turner y de sus hijas, logró que la investigación judicial llegara al punto que se creía imposible: individualizar al grupo de oficiales y conscriptos que perpetraron el asesinato. Las confesiones de los involucrados, entre ellos un conscripto que participó en forma directa en el crimen, permiten conocer las estremecedoras últimas horas de vida de Víctor Jara: un subteniente jugó a la ruleta rusa con él hasta que le descerrajó un tiro en su cabeza. Después ordenaron acribillarlo en un camarín de un subterráneo del Estadio Chile. También revelamos la historia nunca antes contada de cómo se rescató su cuerpo desde la Morgue. Junto al artista, fueron acribilladas otras 15 personas, entre los que se encontraba el ex Director de Prisiones, Litre Quiroga. Los detalles del homicidio fueron recabados en la presente investigación de CIPER.

El caos, la incertidumbre y el miedo que reinaron en el país durante los primeros días tras el golpe militar de 1973 parecían, hasta ahora, haberse conjugado de manera perfecta para que el asesinato del destacado folclorista Víctor Jara siguiera siendo un enigma judicial, llevando incluso al juez que instruye el proceso, Juan Eduardo Fuentes, a cerrar el caso a mediados del año pasado, con un solo procesado como responsable del crimen: el comandante (r) César Manríquez Bravo, jefe del improvisado campo de prisioneros que se instaló en el Estadio Chile a partir del 12 de septiembre de ese año.

La decisión del magistrado fue cuestionada por los querellantes del caso, quienes incluso obtuvieron el respaldo del entonces subsecretario del Interior Felipe Harboe, para pedir la reapertura de la investigación, llamado al que se sumaron varios parlamentarios de la Concertación. La urgencia por revocar la decisión de Fuentes fue tal que incluso la autoridad gubernamental se sumó al emplazamiento público que hizo la viuda del artista, Joan Turner, para que cualquiera de las cerca de 6.000 personas que pasaron por el recinto deportivo en esa fecha (entre detenidos y uniformados), que pudiera tener antecedentes del asesinato se acercara a entregarlos, incluso, bajo la más estricta reserva.

Nelson Caucoto, abogado de la familia Jara Turner, relata que se recibieron muchas colaboraciones que podían aportar a esclarecer el homicidio, lo cual le permitió presentar un escrito solicitando más de 90 nuevas diligencias al juez. Y Juan Eduardo Fuentes reabrió el caso.

Sin embargo, ninguno de estos datos entregó pistas concretas para llegar a los responsables del crimen, cuyas identidades quedaron bajo el secreto de un grupo reducido de oficiales y conscriptos que estuvieron a cargo de interrogar a los detenidos en los camarines ubicados en los subterráneos del Estadio Chile. Fue la exhaustiva búsqueda de los conscriptos de distintos regimientos que estuvieron después del golpe en el Estadio Chile, la que terminó por dar las pistas de quienes fueron los uniformados que ultimaron con ráfagas de fusil a los cerca de 15 detenidos -entre ellos Víctor Jara- que fueron apartados de los restantes prisioneros al producirse su traslado al Estadio Nacional, entre el 16 y 17 de septiembre de 1973.

Las primeras horas del final

En la madrugada del 11 de septiembre de 1973, personal de varios Regimientos militares ubicados en regiones se trasladaron a Santiago, bajo la excusa de realizar los preparativos de la Parada Militar, para conmemorar el día de las Glorias del Ejército. Así arribaron a Santiago las unidades de La Serena y el Maipo, las que se constituyeron en el Regimiento Tacna. Otros efectivos provenientes de Calama y de la Escuela de Ingenieros de Tejas Verdes – comandada por el coronel Manuel Contreras Sepúlveda, quien a los pocos días iniciaría la organización de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA)- lo hicieron en las dependencias de Arsenales de Guerra.

Cerca de las cinco de la mañana de ese día, las tropas apostadas en esta última repartición fueron informadas del golpe de Estado, bajo la arenga del teniente Pedro Barrientos, quien los emplazó a participar en la toma del territorio capitalino bajo la premisa que en esa misión no habían rangos, que todos eran importantes en ese crucial y patriótico acontecimiento. El episodio ha sido relatado en las declaraciones judiciales de varios conscriptos de los regimientos Maipo y Tejas Verdes que llegaron desde la Quinta Región.

Tras el bombardeo a La Moneda y la muerte de Salvador Allende, cerca de 600 estudiantes y profesores se amotinaron en la Universidad Técnica del Estado (UTE, actual USACH) para resistir la ocupación militar. Sin llegar a producirse enfrentamientos, ya que casi no tenían armas, fue muy poco el tiempo durante el cual pudieron oponerse a la entrada de los uniformados.

Pasadas las dos de la tarde del 12 de septiembre comenzó el desalojo de los académicos y alumnos. Entre escenas de gran violencia y dramatismo fueron detenidos y trasladados al Estadio Chile. En ese grupo se encontraba Víctor Jara Martínez, profesor de esa casa de estudios. El procedimiento fue dirigido por el entonces capitán Marcelo Moren Brito, quien luego se transformaría en uno de los más temidos agentes operativos de la DINA. Al momento de ingresar al Estadio Chile, convertido en campo de prisioneros, a los detenidos se les quitaban sus especies de valor, se les anotaba su nombre y filiación política.

Antes de ello, durante la tarde del 11 de septiembre, después de encargarse del funeral de Salvador Allende, el comandante César Manríquez fue encomendado por el general Arturo Viveros -jefe del Comando de Apoyo Logístico y Administrativo del Ejército (CAE)- para crear el primer recinto de detención que se debía instalar en el Estadio Chile. A la mañana siguiente, Manríquez se constituyó en el recinto. Poco después comenzaron a llegar los miles de detenidos que arribaban en buses de la locomoción colectiva y camiones del Ejército.

Según las propias declaraciones de Manríquez que, hasta ahora, era el único procesado en el caso, lo ocurrido al interior del recinto deportivo –construido sólo cuatro años antes de los hechos- era un escenario “dantesco” debido a la gran cantidad de prisioneros (5.600, según sus cálculos). El ex uniformado asegura que sólo contó con personal de apoyo del CAE para custodiar el recinto, pero que en los subterráneos del edificio se constituyeron oficiales de Inteligencia de las distintas Fuerzas Armadas, cuyas identidades desconocía, ya que no habrían estado bajo su mando.

Esa es la razón con la que justificó haber montado una escena de terror para amedrentar a los detenidos. Colocó dos ametralladoras punto 50 –usadas en la Segunda Guerra Mundial- en los balcones del edificio, las que eran publicitadas por los parlantes como las “sierras de Hitler, capaz de partir a una persona en dos”. En el segundo piso también se instalaron potentes focos de luz, que permanecían encendidos día y noche, provocando que todos los que permanecieron al interior del Estadio perdieran la noción del tiempo.

Los primeros días de encierro fueron caóticos, ya que incluso se reventaron algunos alcantarillados, generando problemas de insalubridad. Tampoco tenían alimentos ni para los soldados ni menos para los prisioneros. La escasez de comida incluso provocó que los mismos militares saquearan negocios aledaños al recinto. Sólo al cuarto día, el 16 de septiembre, se recibieron algunas raciones para los soldados, según declaró el capitán David González Toro, encargado de abastecimiento del recinto.

Se desconoce la hora a la que ese miércoles 12 de septiembre arribaron los miembros de los servicios de Inteligencia de las Fuerzas Armadas. Lo que sí se sabe es que, tras su llegada, comenzaron a interrogar a los detenidos. Todo se anotaba en una ficha previamente confeccionada, donde se consignaba el nombre, la cédula de identidad, domicilio, filiación política, antecedentes de la detención y observaciones. En la parte inferior del documento, se añadía un pronunciamiento del interrogador en el que debía calificarlo como prisionero bajo las siguientes premisas: ley de control de armas, marxista o comunista y sobre la necesidad o no de someterlo a Consejo de Guerra.

Según diversos testigos que han declarado en el caso, previo al traslado al Estadio Nacional hubo muchos hechos de violencia en contra de los prisioneros. Se ha determinado que al menos tres personas habrían perdido la vida en las graderías del recinto. Una persona de contextura pequeña y delgada que muchos confundieron con un niño y que en un acto de desesperación se abalanzó sobre un conscripto, quien reaccionó descargando una ráfaga en su abdomen. Según testimonios, el comandante Manríquez felicitó al soldado por su “heroica labor”. Otro prisionero se lanzó del segundo piso gritando ¡Viva Allende!, mientras que un hombre joven fue muerto a golpes de culata en su cabeza por haberse negado a cumplir órdenes de los militares.

A esta cifra se suman otras 15 personas que habrían sido acribilladas junto a Víctor Jara en los subterráneos del Estadio, según la confesión del primer hombre en ser individualizado por la justicia como uno de los autores del asesinato del destacado folclorista.

Los hombres de Tejas Verdes

En sus declaraciones, todos los conscriptos que viajaron desde la Escuela de Ingenieros de Tejas Verdes (dirigida entonces por el coronel Manuel Contreras) a Arsenales de Guerra, en Santiago, coinciden en que las tropas venían bajo el mando del capitán Germán Montero Valenzuela, sumando un contingente de aproximadamente un centenar de soldados y una veintena de oficiales.

El 12 de septiembre, al llegar al Estadio Chile, el contingente quedó a cargo del comandante Mario Manríquez. Entre los oficiales que participaron en esta misión, los conscriptos mencionan a los tenientes Nelson Haase y Rodrigo Rodríguez Fuschloger, y a un subteniente que tendrá un papel decisivo en el asesinato de Víctor Jara.

La primera confesión que obtuvo el juez Fuentes sobre el crimen fue la del ex conscripto José Alfonso Paredes Márquez (55 años). El entonces joven de 18 años llegó a Santiago durante la madrugada del 11 de septiembre de 1973, proveniente de la Escuela de Ingenieros de Tejas Verdes, donde desde abril de ese año realizaba su servicio militar.

Durante el día en que la vida de los chilenos se partió en dos, su sección fue enviada, al mando del teniente Pedro Barrientos, a custodiar el camino Padre Hurtado. Paredes dice haber sido una suerte de guardaespaldas del teniente Barrientos.

Al mediodía del 12 de septiembre, el contingente se trasladó, primero a Arsenales de Guerra y luego a la Universidad Técnica (actual USACH). Allí, pasadas las dos de la tarde, procedieron a trasladar a los detenidos al Estadio Chile. El mencionado oficial, junto a Paredes, acompañaron a bordo de un jeep la caravana de buses de la locomoción colectiva que trasladaron a los prisioneros. Una vez la misión cumplida, regresaron a Arsenales de Guerra.

El 16 de septiembre, cerca de las 18:00 horas, el escuadrón de militares llegó hasta el Estadio Chile, donde se presentaron ante un oficial de rango superior cuya identidad desconoce, quien les ordenó vigilar las casetas de transmisión del recinto. Y en el interior del Estadio, los otros conscriptos comentaban que ahí estaban detenidos el Director de Prisiones, Litre Quiroga; el cantautor Víctor Jara y el Director de Investigaciones, Eduardo “Coco” Paredes.

Siempre según la confesión de Paredes, al día siguiente fue enviado al sector del subterráneo. Y permaneció como centinela en la puerta de uno de los camarines destinados a los detenidos. En ese camarín había 5 ó 6 oficiales de otros regimientos, con tenida de combate, cuya identidad desconoce. Los vio escribir en unos papeles los datos que le respondía un detenido al que observó sentado frente a un escritorio. En otro ángulo del camarín, Paredes vio a otros prisioneros mirando hacia la pared.

Unas horas después, llegaron a la habitación el teniente Barrientos y el subteniente que bajo las órdenes de Haase y Rodríguez estaba a cargo de los conscriptos. Traían a un detenido. Fue entonces que dice haber sido llamado, junto al conscripto Francisco Quiroz Quiroz (55 años), y que se les comunicó que el detenido era Víctor Jara. El grupo lo comenzó a insultar por su condición de comunista. Paredes lo miró y lo reconoció. Víctor Jara quedó allí, en ese camarín, custodiado por Quiroz.

Más tarde, recordará el principal testigo, el teniente Barrientos lo mandó nuevamente al subterráneo, al mismo camarín. Pero esta vez Paredes no encontró a nadie: ni interrogadores ni detenidos y tampoco a Víctor Jara. Pasaron las horas hasta que Paredes vio nuevamente llegar a los oficiales interrogadores. La orden fue precisa: traer a los detenidos que figuraban en una lista que uno de los oficiales le entregó a un cabo. Y nuevamente el mismo procedimiento: interrogatorio y las anotaciones en cada una de las fichas.

Y llegó la noche. Paredes se encontraba de centinela en el mismo camarín del subterráneo cuando observó el ingresó de unos quince detenidos. Y entre ellos reconoció a Víctor Jara y también a Litre Quiroga. Ambos fueron lanzados contra la pared. Detrás de los prisioneros, Paredes vio llegar al teniente Nelson Haase y al subteniente que también estaba a cargo de los conscriptos. Y fue testigo del minuto preciso en que el mismo subteniente comenzó a jugar a la ruleta rusa con su revólver apoyado en la sien del cantautor. De allí salió el primer tiro mortal que impactó en su cráneo.

El cuerpo de Víctor Jara cayó al suelo de costado. Paredes observó cómo se convulsionaba. Y escuchó al subteniente ordenarle a él y a los otros conscriptos que descargaran ráfagas de fusiles en el cuerpo del artista. La orden se cumplió. Todo lo que ocurrió fue presenciado por Nelson Haase, quien se encontraba sentado detrás del escritorio de interrogación. Según el protocolo de autopsia, el cuerpo del cantautor tenía aproximadamente 44 impactos de bala en su cuerpo.

Pocos minutos después, el mismo subteniente que le disparó en la cabeza solicitó el retiro del cuerpo. Llegaron unos enfermeros con camilla, lo levantaron y metieron al interior de una bolsa y luego lo cargaron hasta la parte trasera de un vehículo militar estacionado en el patio del recinto, al costado nororiente.

No fue fácil para José Alfonso Paredes Márquez confesar ante el juez lo que vio y protagonizó. Primero fue renuente a reconocer su real participación en los hechos. Y finalmente se quebró, empezó su relato y ya no paró. Este obrero de la construcción que fabrica casas en la zona del litoral central, reveló haber guardado el secreto durante casi 36 años, sin siquiera habérselo contado a su mujer. También hizo una aclaración ante el juez: durante los días posteriores al golpe, y como trabajaban casi 24 horas al día, la oficialidad les entregaba estimulantes para evitar el sueño y el hambre, por lo cual su relato podía no ser exacto en las fechas.

Lo que Paredes y otros conscriptos sí recordaron fue lo que pasó luego que el cuerpo de Víctor Jara desapareció del camarín. Los otros 14 detenidos que venían con el cantautor y director teatral fueron acribillados con fusiles percutados por los propios conscriptos y oficiales presentes. Entre las víctimas cayó asesinado Litre Quiroga. Sus cuerpos también fueron cargados en el mismo vehículo. Poco después y al amparo de la noche, todos ellos fueron abandonados en la vía pública.

El último vía crucis de Víctor Jara

Durante la reconstitución de los hechos, los testigos pudieron recrear el miedo y el caos reinante en el Estadio Chile, clima al que tampoco escapaban. Escenas que enlazadas permiten reconstruir en forma difusa las últimas horas de vida de Víctor Jara y en las que aparecen nuevamente personajes ya conocidos.

Durante sus cuatro días de cautiverio, Jara fue reconocido por un oficial de Ejército que se hacía llamar “El Príncipe”. Otros testigos señalan que ese reconocimiento lo hizo un militar que no coincide con las características del mítico personaje del Estado Chile, quien fue descrito como de una estura superior a 1.80 metros, rubio, de tez blanca, cara redondeada y de contextura atlética.

En lo que sí coinciden los testimonios de los prisioneros es en que Víctor Jara fue interrogado al menos dos veces en los camarines del recinto, ubicados en la zona nororiente del subterráneo. Allí fue sometido a diversas torturas, entre ellas la fractura de sus manos a golpes de culata.

Tras la segunda de esas sesiones, Víctor Jara logró acercarse a personas que habían sido detenidas en la UTE, quienes lo limpiaron y trataron de cambiar su aspecto cubriéndolo con una chaqueta azul y cortándole su pelo negro rizado con un cortaúñas. Los últimos detenidos que lo vieron con vida han dicho que estaba muy golpeado, con la cara hinchada y sus manos fracturadas. Muchos coinciden en que durante el traslado al Estadio Nacional, que duró muchas horas, su cuerpo sin vida fue visto en el hall del recinto, junto a otros cadáveres.

Se estima que el cuerpo de Víctor Jara fue encontrado el 17 de septiembre en las afueras del Cementerio Metropolitano, por funcionarios de la Primera Comisaría de Carabineros de Renca, quienes lo trasladaron como N.N. al Instituto Médico Legal.

Un funeral sin flores y en silencio

En los últimos meses de la investigación se han rescatado reveladores testimonios inéditos que ayudan a entender por qué, a diferencia de los otros prisioneros asesinados en el Estadio Chile, el cuerpo de Víctor Jara fue encontrado por su familia y pudo ser enterrado de manera clandestina en el Cementerio General.

Herrera calcula que había unos 300 muertos apostados en ese lugar, entre los cuales vio niños y mujeres. Unos veinticinco estaban rapados. Todos eran jóvenes. Le dijeron que correspondían a extranjeros. Durante todo el día Herrera vio llegar camiones del Ejército con más cuerpos. Y cada vez los mismos movimientos: los conscriptos los tiraban al suelo al interior del estacionamiento y luego, con algo más de delicadeza, funcionarios del IML los recogían y los apilaban en distintas partes de ese sector.

La investigación deberá determinar la fecha exacta en que fue asesinado Víctor Jara. Pero lo cierto es que el ex funcionario del Registro Civil recordó ante el juez que el 16 de septiembre, alrededor de las 9.00 horas, una persona a la que identifica como “Kiko”, oriundo de Chiloé, le señaló que entre los cuerpos apilados parecía estar el de Víctor Jara. Y con sigilo lo llevó frente al cuerpo. Al principio Héctor Herrera dudó que se tratara del mismo famoso cantautor. Estaba muy sucio, con tierra en las heridas, el cabello apelmazado entre tierra y sangre. A simple vista se le notaban heridas profundas en ambas manos y en la cara. Y tenía sus ojos abiertos, pero con una mirada tranquila. En una de sus muñecas vio un alambre con un pedazo de cartón donde estaba anotado “Octava Comisaría”.

Para salir de la duda, Héctor Herrera a escondidas anotó su número de ficha, sus características físicas y sus huellas dactilares. Para ello tuvo que abrir sus manos. No fue fácil: las tenía empuñadas, muy rígidas. Lo hizo con la ayuda de “Kiko”, comprometiéndose ambos a no decirle a nadie lo ocurrido. Terminada la misión, dejaron el cuerpo en el mismo lugar.

A primera hora del día siguiente, Herrera se fue directo a la sección dactiloscópica del Registro Civil, en calle General Mackenna. Allí y en la más completa reserva, le pidió a la funcionaria Gelda Leyton, que le buscase la ficha de Víctor Jara. A eso del mediodía, ambos comprobaron que efectivamente habían asesinado a Víctor Jara. Volvió a revisar los registros del cantautor. Y se percató que era casado. Anotó los datos de su esposa, Joan Turner Robert, y su dirección.

Ya había amanecido cuando el 18 de septiembre, en la casa de Víctor Jara, en calle Plazencia, en Las Condes, Joan Turner escuchó que alguien llamaba a su puerta. Salió a mirar desde una ventana del segundo piso. Un hombre al que no conocía le dijo que necesitaba hablar con Joan Turner. Ella bajó y se acercó a la reja de la casa. Herrera recuerda haberla visto muy nerviosa. Se identificó como funcionario del Registro Civil y le relató lo que había vivido.

Poco después ambos partieron de la casa en la renoleta de Joan Turner en dirección al IML. Entraron juntos. Pero no encontraron el cuerpo de Víctor Jara en el lugar donde Herrera recordaba muy bien haberlo dejado la tarde anterior. Se inició la búsqueda. Y llegaron al segundo piso del edificio, sitio a donde habían llevado los cadáveres que estaban para las llamadas “autopsias económicas”. En el lugar Nº 20 estaba el folclorista. El cuerpo fue abrazado por su esposa, quien lloró en silencio tratando de no despertar sospechas. Estaba muy consciente de que no tenía autorización alguna para estar ahí.

El trámite del certificado de defunción lo realizaron en el primer piso. Para poder sacar el cuerpo en día feriado, Herrera invocó su calidad de funcionario del Registro Civil. Al ser consultado en la ventanilla por la causa de muerte y fecha de la misma, requisito indispensable para llenar el documento de defunción, Herrera sólo atino a decir que falleció por herida de bala el 14 de septiembre a las 5:00 horas. Fue el apresurado cálculo que logró hacer en esos pocos minutos al recordar que el cuerpo de Víctor Jara habría llegado al IML antes que él lo descubriera. La hora la sacó de un poema que le vino a la memoria sobre fusilados.

Como el cuerpo debía ser sacado en una urna y la esposa de Víctor no tenía dinero para comprarla, Héctor Herrera se contactó con su amigo Héctor Ibaceta Espinoza, a quien le pidió ayuda. Juntos fueron hasta calle Agustinas, en el centro de Santiago, a buscar el dinero. Pero Ibaceta decidió acompañarlos.

Alrededor del mediodía de ese 18 de septiembre, llegaron con el ataúd al IML. Sólo los dos hombres ingresaron a buscar el cuerpo de Víctor Jara. Su cadáver desnudo fue trasladado en una camilla metálica con su ropa doblada a los pies. Recogieron el cuerpo y lo pusieron dentro de la urna. La ropa fue depositada a sus pies. Lo cubrieron con un poncho nortino que traían y encima la mortaja. Cerraron la urna. El ataúd lo ubicaron en una sala que se utilizaba como velatorio.

-Nos prendieron unas cuatro ampolletas e hicimos entrar a Joan para que se quedara a solas con él, para que se despidiera de su marido. Estuvo alrededor de una hora –recordó el ex funcionario del Registro Civil.

Herrera agregó: “Posteriormente, concurrí al Cementerio General, ubicado al frente, para solicitar un carrito para trasladar el cuerpo, ya que era muy caro hacerlo en una carroza. Una señorita me indicó que no se podía hacer eso, pero al ver el nombre del occiso me dijo que para él sí se podía. Volví al IML en compañía de un funcionario del Cementerio. Entre los cuatro colocamos el ataúd en el carro y lo trasladamos al campo santo, enterrando a Víctor Jara en un modesto nicho al final del recinto donde se encuentra hasta hoy. Fue enterrado sin flores y con la sola presencia de nosotros tres”.

Héctor Herrera siguió trabajando en el Registro Civil hasta 1975. Desde 1969 y hasta el día en que se fue se desempeñó en el departamento de Carné de Identidad. Debió abandonar el país como miles de otros chilenos llevando consigo un secreto que Joan Turner también guardó para protegerlo y que hoy le pertenece a todos los chilenos que podrán cantar con nuevas esperanzas “Levántate y mírate las manos. Para crecer, estréchala a tu hermano”.

El oficial al que llamaban “Príncipe”

Casi como mito urbano, la figura de un despiadado oficial de Ejército, de contextura atlética, estatura superior a 1.80 metros, ojos claros y pelo rubio, quien habría vociferado entre los detenidos que no necesitaba micrófono para hablar porque tenía “voz de príncipe”, ha sido adjudicada a por lo menos dos ex militares que habrían estado entre los uniformados que custodiaron el Estadio Chile.

Varios de los detenidos han declarado que este fue el uniformado que más se ensañó con Víctor Jara, siendo uno de los primeros que apartó desde el grupo de detenidos de la UTE. Algunos de los testimonios apuntaron al ex agente de la DINA Miguel Krassnof Martchenko como el que actuó en contra del cantautor. Sin embargo, otros lo niegan rotundamente, ya que señalan que es más bajo de estatura (1.70 metros aproximadamente) y que su color de pelo es más oscuro que el militar que se ha tratado de identificar.

Con el correr de los años, surgió otra identidad que podía corresponder a “El Príncipe”, la del ex teniente Edwin Dimter Bianchi, quien fue uno de los militares detenidos por la sublevación del Regimiento Tacna en junio de 1973, movimiento golpista que fue desarticulado, dando origen al llamado “Tanquetazo”. En ese episodio Dimter ingresó con un tanque hasta el Ministerio de Defensa.

Efectivamente, Dimter coincide con las características del Príncipe, pero varios de los testigos que estuvieron detenidos en el Estadio Chile también han descartado que se trate de la misma persona.

Lo importante es que fue el propio Dimter, con su primera declaración judicial de 2006, quien dio luces sobre otros oficiales que también podrían corresponder a la identidad de “El Príncipe”. El ex uniformado, quien fue expulsado del Ejército en 1976 por diversos actos de indisciplina, reconoce haber custodiado a los prisioneros de ese recinto, pero asegura no haber tenido relación con las golpizas y el asesinato de Víctor Jara.

Acto seguido, señala que él no era el único oficial con esas características, y que al menos habían otros dos que podían coincidir con las señas de “El Príncipe”: los entonces tenientes Rodrigo Rodríguez Fuschloger y Nelson Edgardo Haase Mazzei, ambos de la Escuela de Ingenieros de Tejas Verdes. Este último oficial (R) fue mencionado en la declaración del primer conscripto confeso de participar en el crimen.

Aunque Haase, al ser interrogado en el caso, negó rotundamente haber estado en el Estadio Chile, declaraciones de otros oficiales presentes en el recinto respaldan la versión de Dimter.

Haase fue uno de los hombres de confianza del ex jefe de la DINA, Manuel Contreras, y fue jefe del recinto de detención clandestino ubicado en calle Bilbao, conocido como “Cuartel Bilbao”. Diversos testimonios y documentos, entre ellos el entregado por la agente de la DINA Luz Arce, indican que el inmueble –habilitado desde 1976- tenía como fachada un aviso luminoso que decía “Implacate”.

El historial del teniente también lo registra como miembro de la Sociedad Pedro Diet Lobos, pantalla comercial de la DINA para encubrir actividades tanto en Chile como afuera del país. A lo largo de los años, quienes sobrevivieron lo han descrito como arrogante, prepotente y despiadado; de hecho se llegó a decir que se enorgullecía de llevar permanentemente en su automóvil una picota para usarla en los allanamientos.

Las pocas veces que Haase salió de su anonimato en los últimos años fue cuando –junto a otros ex uniformados- manifestó públicamente su total respaldo a la sublevación del general (r) Raúl Iturriaga Newman, quien intentó evadir la primera condena de cárcel efectiva en su contra, por el crimen del militante del MIR Dagoberto San Martín Vergara, según consta en la página del “Movimiento 10 de septiembre”.

Tras retirarse del Ejército, el ex uniformado formó en 1994 una empresa de cajas de madera para vinos de exportación, llamada Envases Haase o Envases Exportables. Desde entonces es proveedor de varias de las empresas del rubro, lo que le ha permitido codearse con ese ambiente. De hecho, el 2007 participó en el Quinto Campeonato de Golf “Copa Viñas de Chile”, en el Club de Golf Los Leones, a beneficio de la Fundación Escúchame. En el website de esta última aparece una foto del equipo de “Envases Exportables”, en la que Nelson Haase figura junto al ex vicecomandante en jefe del Ejército, general (r) Guillermo Garin, el brigadier general (r) Juan Lucar y el ex jefe del Estado Mayor del Ejército, general (r) Richard Quaas.

La esposa de Haase, María Isabel Blaña Lüttecke, recibió del Ministerio de Agricultura $ 5.595.466 en febrero y abril de este año, en virtud de un “Programa Sistema de Incentivos para la Recuperación de Suelos Degradados”, según consta en la información de transparencia activa de esa cartera.


El encuentro de Víctor Jara con El Príncipe

Fuente :La Nación Domingo 22 de junio de 2008        

Categoría : Prensa

Un oficial de rasgos alemanes ordenó que el cantautor diera un paso al frente y se identificara, pero Víctor Jara guardó silencio. El ex prisionero Wolfgang Tirado relata lo que ocurrió después.“Ahora me muero”, dijo luego el artista a unos obreros.

El mediodía del 13 de septiembre de 1973 la puerta que comunicaba la cancha y graderías del Estado Chile con el hall de ingreso se abrió. Víctor Jara apareció, buscaba algo. Wolfgang Tirado lo conocía bastante y no distinguió en él rasgos visibles de maltrato. De hecho, caminaba sin dificultades. Sorpresivamente irrumpió en el lugar un oficial arrogante y de rasgos alemanes, de ojos claros.

Wolfgang no sabe si el encuentro fue fortuito o si el oficial buscaba al cantautor. Víctor Jara era Víctor Jara, pero allí adentro en las graderías y la cancha había cientos de prisioneros y no era imposible pasar inadvertido, al menos por algunas horas.

Ese encuentro entre el cantautor y el oficial cambiaría el destino del artista para siempre. Y Wolfgang Tirado fue testigo privilegiado de lo que nunca olvidó.

El militar, de pelo rubio, "aunque no tan encendido", primero se quedó mirando al artista y lo indicó con el dedo. Luego hizo el gesto de tocar la guitarra, sonriéndole burlón. "En segundos su sonrisa desapareció y alzando su mano derecha se la llevó al cuello en acto de degollar", relató el testigo.

Tirado escuchó cuando el oficial gritó entonces: "¡Qué hace este huevón aquí!", y ordenando a dos subalternos volvió a rugir: "¡A éste no me lo muevan de aquí, cuídenmelo!". El testigo alcanzó a ver cuando el oficial dio la orden de que lo pusieran contra la pared con las piernas abiertas y los brazos extendidos, y empezaron a golpearlo. En el hall había unos 30 o más prisioneros formados en una fila. Wolfgang no sabe más porque se fue en libertad en ese mismo instante. "Todo transcurrió muy rápido", dijo a LND al teléfono desde México.

Por el correo electrónico observa la fotografía de la época en blanco y negro del teniente (R) Edwin Dimter Bianchi que LND publicó el pasado 8 de junio.

En 1979, Tirado había dicho en una declaración redactada en Londres, donde se exilió, que el hombre era "un rubio lampiño, de ojos claros, por decir, de aspecto chileno-alemán. Era un individuo con mando alto en el lugar, arrogante, irónico, satisfecho de sí mismo, y de ademanes principescos. A este oficial lo podría identificar en cualquier momento, a pesar de los años".

Ahora al teléfono mira y mira la fotografía enviada. Pide tiempo todavía. "Claro que no han pasado seis años, como en 1979, sino casi 35", dice y vuelve a tomarse unos minutos para volver a observar la foto. "¿No tienes una de Krassnoff de la época que me mandes para comparar?", consulta. Le decimos que, por lo que se sabe, aquel personaje nunca habría estado en el Estadio Chile.

"Entonces, en un 70-80%, yo diría que se trata del oficial que aparece en esta foto", afirma Tirado, cineasta detenido en la Universidad Técnica del Estado.

La descripción que de ese oficial hace Tirado detenido en las primeras horas del 12 de septiembre de 1973 junto a Víctor Jara y decenas de personas, llevados luego al Estadio Chile, es la más detallada y fina que se conoce públicamente hasta ahora. Sabe que no se trataba del comandante del estadio, Mario Manríquez Bravo, "porque yo había hablado con él ese día 13 por la mañana. Tenía familiares que eran altos oficiales de Carabineros, entonces por mis contactos logré salir del estadio", comentó.

Consultado por qué Víctor Jara podría haber andado circulando por el estadio ese día 13 sin estar aún identificado y maltratado, Tirado explica que "él apareció ahí porque me parece que buscaba la oficina donde había un teléfono al cual algunos presos podían tener acceso. Todos los prisioneros que eran mantenidos en el hall tenían un trato especial, por decirlo de alguna manera, eran medio VIP, y aunque Víctor no lo era, bien pudo haber conseguido con algún guardia que lo dejaran pasar a buscar el teléfono para llamar a Joan".

Después que Wolfgang Tirado salió del estadio ese mediodía del miércoles 13 de septiembre, un grupo de obreros de la industria Textil Progreso que permanecía detenido fue testigo del regreso de Víctor Jara al interior del recinto. Un relato de aquellos con el sello "Reservado" que sirvió de sustento a la Comisión  Rettig, da cuenta de ese instante.

"Ese día 13 vimos cuando llevaban a Víctor Jara. Al volver [al interior del estadio] parecía como que venía sin uñas en las manos, le habían volado unos dientes y lo llevaban con la camisa abierta. Se veía lleno de marcas como si fueran quemaduras de cigarrillo y apenas podía moverse", declaró un obrero de apellido Sepúlveda, cuyo nombre completo LND desconoce.

El mismo obrero relató que, antes de presenciar aquello (no dice si esta otra situación ocurrió el día 12 o la mañana del 13) en las graderías del estadio, "un militar alto, rubio, con gran vozarrón, dijo: ‘Yo sé que aquí está Víctor Jara y quiero que se presente sin que tenga que llamarlo’. Entonces se produjo un gran silencio muy largo, pero Víctor Jara no se presentó".

Lo descrito por este testigo indicaría que, de alguna manera, durante las primeras horas el cantautor trató de sumergirse entre la gran cantidad de prisioneros, advirtiendo lo que podría sucederle.

Sepúlveda añade: "Ese día 13, Víctor Jara habló después con nosotros. Dijo que lo habían golpeado brutalmente y le habían aplicado electricidad. Y en un momento nos dijo: ‘Sé que este es mi último día, ahora me muero’".

Mientras tanto, los militares tocaban cuecas por los parlantes del recinto. Era la chingana que apagaba los gritos de dolor y sufrimiento de quienes yacían tirados ensangrentados. LND


Uno de los enigmas que esconde el Ejército sobre la muerte de Víctor Jara: El “príncipe” que no aparece

Fuente :La Nación Domingo   18 de mayo de 2008 

Categoría : Prensa

La investigación de los asesinatos del Estadio Chile (hoy Víctor Jara) no ha arrojado resultado en su caso más emblemático: el horrendo crimen del cantautor que inspiró uno de los movimientos musicales más potentes de la historia chilena. El caso fue cerrado, pero se da por hecho que la Corte de Apelaciones lo reabrirá con nuevas diligencias, donde aparecen un par de sospechosos

Era alto, rubio, de ojos azules, pelo engominado hacia atrás: un perfecto pije que se paseaba en los pasillos superiores del Estadio como pavo real, siempre balanceando un linchaco, permanentemente amenazando e insultando a los prisioneros". Así describía en LND la periodista Pascal Bonnefay al legendario personaje que aterrorizó a los cinco mil prisioneros políticos que el Ejército mantuvo en el Estadio Chile, a partir del golpe de 1973.

"¿Me escucha la cloaca marxista? ¿Me oyen los comemierda? ¡Ahora se acabaron los discursos, chuchas de su madre! Ahora van a tener que trabajar. Los que se nieguen a trabajar, los fusilaremos. ¿Me escuchan los vendepatria?… ¡Tengo voz de Príncipe!", se le escuchaba decir.

"Subía y bajaba gritando por las escaleras del Estadio. Aparecía de improviso en cualquier sector alto del estadio y los prisioneros debían hacerle silencio. Llevaba siempre en sus manos un linchaco, y al pasar por las hileras de presos que por horas y horas esperaban con las manos en la nuca", contó Boris Navia, detenido en el Estadio Chile.

Era un teniente de 23 años, aproximadamente. Con estas características, muchos de los testigos que han declarado ante la justicia, identifican mayoritariamente al teniente (R) Edwin Dimter Bianchi. Otros, fundamentalmente ex miembros del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, levantaron en un momento la idea de que en 1987, el objetivo primario fue el secuestro de quien sindicaban como el responsable de la muerte de Víctor Jara, el entonces coronel, Gerardo Ramírez Chovar. ¿Quién es el príncipe?

El abogado Nelson Caucoto hizo el jueves un emotivo llamado a que los conscriptos que estuvieron en el Estadio Chile para que se acerquen a la justicia y ayuden a identificar al responsable. Todos ellos fueron obligados a servir de celadores durante los oscuros días posteriores al 11 de septiembre de 1973, en el recinto deportivo, que se transformó en uno de los íconos del horror de la dictadura.

El llamado tenía como causa el cierre de la investigación del caso, decretado por el ministro Juan Eduardo Fuentes Belmar. El magistrado, a cargo de varias causas de DDHH, consideró agotadas todas las diligencias, estableciendo un único responsable: el teniente coronel (R) Mario Manríquez Bravo, jefe de plaza del recinto.

Pero en rigor no fue la gestión de Fuentes Belmar la que permitió, incluso esta responsabilidad. Manríquez Bravo fue descubierto por el juez Juan Carlos Urrutia, que hace unos años era el titular del Quinto Juzgado del Crimen de Santiago, y permitió a los detectives de DDHH de Investigaciones darles facilidades para indagar el hecho.

Luego de un reordenamiento de las causas, heredadas por el ex ministro Juan Guzman, Fuentes Belmar quedó a cargo de las torturas y homicidio del cantautor.

En diciembre de 2004, el juez Juan Carlos Urrutia procesó al teniente coronel en retiro por el homicidio de Jara.

Autor material

La responsabilidad atribuida a Manríquez es sólo de mando, que no es menor. Pero el juez no terminó por develar quién fue el autor material de la muerte de Jara. Los testimonios de los detenidos son dramáticos, cuando relatan que entre varios oficiales y soldados, se turnaban para torturar al artista que le había cantado al derecho de vivir.

Tras varias sesiones de golpes, de todo tipo, electricidad, fue acribillado de 44 balazos y su cuerpo arrojado en las cercanías del Cementerio Metropolitano, en La Cisterna.

Edwin Dimter Bianchi estuvo asignado al Estadio Chile. Su nombre y situación pasaron desapercibidos hasta que en mayo de 2006 fue descubierto trabajando para la Superintendencia de Administradoras de Fondos de Pensiones (SAFP), como jefe del Departamento de Control de Instituciones.

Dimter Bianchi fue uno de los oficiales que se sublevó en el tanquetazo del 29 de junio de 1973, bajo el mando del sedicioso coronel Souper. Tras estar detenidos, fueron liberados el mismo día del golpe y destinados al Estadio Chile, donde según testigos fueron el grupo de oficiales más crueles.

Una carrera más exitosa tuvo el general (R) Gerardo Ramírez Chovar. Frentistas que tomaron parte de las tareas de exploración previas aseguran que antes del coronel Carreño (secuestrado en septiembe de 1987) no era el principal candidato, sino que Gerardo Ramírez Chovar. Formaba parte de la escolta de Pinochet. También era un experimentado comando que había instruido a varios agentes de la CNI en técnicas de lucha antisubversiva. En su caso, dicen las fuentes consultadas, era altamente probable que el secuestro no fuera "amigable".

Ramírez Chovar, actualmente coronel en retiro, vivía en una casa de avenida Salvador, a media cuadra de José Domingo Cañas. El grupo de exploración chequeó sin problemas sus movimientos. Sin embargo, el secuestro se abortó porque el día escogido "había un lechero, un barrendero, tipos que durante los chequeos previos nunca habían aparecido", dice un miembro del grupo. "Fue ahí que Carreño tuvo prioridad", se sostuvo.


Tras 31 años, canto de Víctor Jara tiene justicia

Fuente :La Nacion 10 de Diciembre 2004

Categoría : Prensa

¡Mira mis manos, mira mis manos… me las machacaron para que nunca más volviera a tocar la guitarra¡”. Fue la respuesta de Víctor Jara cuando el periodista Sergio Gutiérrez Patri le preguntó cómo estaba, al encontrarse con él en un pasillo del Estadio Chile el 12 de septiembre de 1973. El cantante también estaba demolido por la tortura. Horas después, oficiales del Ejército le dispararon 34 balazos y salieron a botar su cuerpo a la calle. Nacía una trágica leyenda. Hoy, 31 años después, quien era el comandante del Estadio Chile usado como centro de prisión, teniente coronel (R) Mario Manríquez Bravo, fue procesado como autor intelectual de homicidio calificado por el crimen de Víctor Lidio Jara Martínez.

Hasta el 5 de diciembre de 2004 -la resolución del juez del Quinto Juzgado del Crimen Juan Carlos Urrutia tiene fecha 6 de diciembre- el Ejército nunca entregó al tribunal los nombres de los oficiales que estuvieron a cargo de los prisioneros del Estadio Chile y la identidad de quien fue su comandante. La persistente negativa del comandante en jefe, general Juan Emilio Cheyre, fue destacada ayer por el abogado querellante Nelson Caucoto.

Sin embargo “al ver que el Ejército seguía negándose a entregar esa información, decidimos recurrir a la gente, a los testigos, a los ex prisioneros del Estadio Chile, para que nos ayudaran a nosotros y al juez Urrutia, y finalmente lo logramos gracias a los medios de comunicación”, dijo Caucoto. El abogado querellante que representa a Joan Jara, la viuda del artista, estaba ayer simplemente feliz.

“Hoy es un día de fiesta para la cultura nacional. Víctor Jara sigue siendo un ícono irremplazable en todo el firmamento cultural y artístico. Lo mataron simplemente por dedicar sus canciones, su arte y su folclor al mundo popular. Su muerte fue tomada casi como un trofeo por los militares, pero ahora Víctor Jara puede descansar en paz”, expresó Caucoto y agregó “ahora iremos por los autores materiales de los disparos y las torturas”. El abogado espera que ahora el general Cheyre entregue esa lista de oficiales “no creo que sea necesario que realice un nuevo seminario”, dijo con ironía, el abogado que lleva más de 25 años defendiendo a los familiares de las víctimas.

“Víctor Jara fue golpeado de inmediato con pies, puños y culatazos de fusil por parte del personal militar. A continuación fue arrastrado al interior del recinto deportivo hacia un pasillo de grandes dimensiones donde continuó siendo objeto de maltratos y vejaciones, como golpes en distintas partes del cuerpo y en especial en sus manos, golpeadas con culatas de fusiles quedando reducidas a una sola llaga”, estableció el juez Urrutia en su resolución de tres carillas.

El magistrado no hizo valer ni la amnistía ni la prescripción y a pesar de que se sabe que el cuerpo de Víctor Jara está sepultado en el Cementerio General, dictó el procesamiento por el delito de homicidio calificado. Para Caucoto, esa decisión jurídica “es la correcta porque (…) fue un prisionero de guerra y su asesinato es un grave crimen de guerra y un delito de lesa humanidad. De acuerdo a la legislación internacional de derechos humanos es inamnistiable e imprescriptible”. El dictamen del magistrado es similar a otro dictado hace días por el ministro de fuero Jorge Zepeda, quien tampoco aplicó la amnistía al dictar condena por el caso de tres campesinos, aún cuando algunos de los cuerpos están sepultados.

Guitarra por fusil

 El 11 de septiembre de 1973, el periodista Sergio Gutiérrez se encontró con Víctor Jara en la Universidad Técnica del Estado (hoy Usach), como lo recuerda en sus escritos. Allí se inauguraba una exposición y varios entregarían su música, entre ellos también Quilapayún con la Cantata Santa María de Iquique. Había unas 600 personas entre alumnos, profesores e invitados. Pero cerca de las diez de la mañana se dieron cuenta de la gravedad del momento. En Valparaíso la Armada ya se había alzado y controlaba la ciudad. Frente a La Moneda, los tanques tomaban posición. Entonces Gutiérrez le dijo a Víctor “compañero, parece que llegó el momento de cambiar la guitarra por el fusil”. El cantante contestó “no compañero, yo no sé disparar. La guitarra siempre sirve, aunque sea para animar a los combatientes”. A las seis de la mañana del 12 de septiembre, las centenas de personas que habían sido autorizadas por los militares a pernoctar en le UTE, fueron detenidas y conducidas al Estadio Chile.

El plan de Caucoto y el comandante Manríquez

Ante la negativa del Ejército para entregar los nombres de los oficiales a cargo del Estadio Chile, el abogado Caucoto, quien sostiene que es imposible que la institución no tenga esa información “y otras que sigue sin entregar en otros procesos”, trazó un plan. Solicitó al juez Urrutia citar a declarar a una serie de altos mandos en retiro -entre ellos al ex dictador Pinochet- que cumplieron funciones en Santiago los primeros días del golpe. Esa solicitud la hizo pública a través de la prensa. Al día siguiente, a Caucoto lo llamaron cuatro ex prisioneros del estadio, entre ellos el senador Nelson Avila. Le dijeron quién era el comandante. Así llegaron al teniente coronel (R) Manríquez Bravo. No fue necesario citar a Pinochet. Los cuatro se carearon con Manríquez y lo reconocieron. Ahora Caucoto espera llegar a los oficiales autores materiales de masacrar a Víctor Jara, de la misma forma.

El periodista Gutiérrez afirma que en el Estadio, Manríquez les dijo “yo puedo torturarlos y lo haré. Puedo matarlos y lo haré. Para eso estoy autorizado por la Honorable Junta de Gobierno”.