Alias : Adolfo Sponne
Rut: 3871850-9
Cargos: Jefe de Londres 38 Jefe de la Brigada Regional Sur (BIRS) Jefe Brigada Lincoyan Jefe de la Brigada Michimalongo
Grado : Teniente Coronel
Rama : Ejército
Organismos : Dirección Nacional de Inteligencia (DINA)
Casa Parral
Colonia Dignidad
Regimiento Chacabuco
Cuartel General calle Belgrado
Londres 38
Punta Peuco II: Los cachureos del Guatón Romo
Fuente :ciper.cl, 19 de Abril 2012
Categoría : Prensa
Todo lo que queda del ex agente de la Dirección Nacional de Inteligencia (DINA) Osvaldo Romo, está en una caja de cartón que lleva años arrumbada en la oficina del juez Alejandro Solís. Los actuarios la llaman “los cachureos del Guatón Romo”. Adentro hay cientos de hojas sueltas escritas a mano, plagadas de faltas de ortografía y una veintena de cuadernos de tapas de colores –cuadernos de niños– llenos con la misma letra abigarrada. Romo los escribió en los siete años que estuvo preso en Punta Peuco. Todos los escritos tratan de lo mismo: recuerdos dispersos sobre el Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR) y sus militantes a los que persiguió y ayudó a masacrar. Reflexiones a veces delirantes y otras veces salvajes, mezcladas con ataques de culpa. Entre líneas se respira el pánico que tuvo a morir en la cárcel.
Sobre Agustín Reyes, militante del MIR de 23 años, detenido el 27 de mayo de 1974 y a quien Romo llevó al centro de tortura Londres 38, el ex agente escribió: “no puedo olvidarlo”. Dice que era un hombre con “garra como mirista”, que tenía “la postura de un buen soldado aguerrido y valiente”. A Ramón Martínez, miembro del Comité Central del MIR, y a quien Romo detuvo y trasladó herido de bala al centro de tortura Villa Grimaldi, le pide que le guarde “un puesto en tu ejército de la otra vida, tú designa cuál”.
Al morir en 2007, Romo cumplía condena por el secuestro calificado de siete miembros del MIR hoy desaparecidos (Jorge Espinosa, Ricardo Troncoso, Diana Arón, Manuel Cortes Joo, Hernán González, María Elena González y Elsa Leuthner). Según los datos del Programa de Derechos Humanos del Ministerio del Interior, desde 1992 –cuando Romo fue arrestado en Brasil y deportado a Chile- el ex agente arrastraba procesos como autor de 34 secuestros calificados, coautor de 22 secuestros calificados y autor de 14 casos de tortura.
Una insuficiencia cardíaca acabó con Romo. Su cuerpo ocupó el nicho 32 del Cementerio General y sus textos fueron a parar a la caja de los cachureos. Nadie fue a despedirlo al cementerio y la fotografía de su ataúd en un carro, arrastrado por un único enterrador, sin cortejo, sin familia ni camaradas, sin los homenajes de los que se sirvieron de su trabajo, es el retrato de la más completa soledad y de la forma cómoda en que una parte de la sociedad chilena espera que desaparezca esta pavorosa parte de nuestra historia.
La caja con los escritos de Romo la heredó Basclay Zapata, El Troglo, otro feroz agente de la DINA que cumplía condena en Punta Peuco y con quien el Guatón Romo trabajó en tres centros de tortura: Londres 38, Villa Grimaldi y José Domingo Cañas. Zapata tiene un prontuario tan vasto como el de Romo: tres condenas como cómplice de cuatro secuestros calificados, siete condenas como autor de 12 secuestros calificados y una condena como cómplice de un homicidio calificado. Entre sus procesos pendientes figura uno como coautor de 46 secuestros calificados y otros 12 casos de tortura en Villa Grimaldi.
El juez Alejandro Solís le incautó la caja a El Troglo mientras investigaba “Villa Grimaldi”, pensando que podía haber algo que lo ayudara a esclarecer las desapariciones ocurridas en aquél temido recinto. Pero no. Lo que quedó ahí era la conversación de Romo con sus fantasmas.
Dentro de esa caja hay una agenda del año 2003 que tiene en la portada la cara del ratón Mickey. Romo la usaba como diario de vida. Cada día copiaba el santoral y las temperaturas máximas y mínimas. Cuando le traían mantequilla y té no olvidaba anotar ese acontecimiento. También los días en que debía ir a declarar por alguno de sus crímenes. Y están sus notas de los fines de semana, en los que esperaba una visita y no llegaba nadie. El resto son páginas en blanco. Solo las temperaturas y los santos permiten notar que ha transcurrido un día. Las jornadas en blanco probablemente las pasaba escribiendo los cuadernos donde habla con sus fantasmas.
19 de enero: No vino nadie. La Sra. Paty me dijo que venía. No-no-no.
21 de marzo: comienzo del otoño. San Eugenia y Clementina.
2 de mayo: Fui al 8 juzgado. Careo con la Sra. Periodista del (MIR) Gladys Armijo (Gladis Díaz) que realizó acusaciones fuertes en contra de mí. San Atanasio.
29 de junio: no vino nadie. Colo-Colo 3 / U. de Concepción 2. River Plate Campeón de Argentina. 5°C – 18 °C. San Pedro- San Pablo.
16 de julio: hoy falleció Celia Cruz de Cuba a los 78 años. 3°C- 17°C. Nuestra Señora Del Carmen.
“Don Osvaldo se sentía traicionado por los militares. Decía que estaba preso por ellos, que él no debería estar preso. A uno que siempre le tuvo mucha rabia era al coronel Marcelo Moren Brito. Él sabía que no iba a durar mucho en Punta Peuco y no quería morir ahí”, dice Víctor Varas, un ex militar y enfermero de Gendarmería.
18 de septiembre: buena comida- almuerzo bueno. Carne y Ensalada. Tedeum- Nunca más, el Cardenal. Repitió las palabras de Cheyre. 9°C-17°C. Fiestas Patrias.
19 de septiembre: Día del Ejército. 8°C-19°C
30 de septiembre: Salí 9° juzgado Sra. Raquel Lermanda sobre dos miristas. Uno vivo me vino acusar de que yo lo torturé- el jefe gordo. Creo que fue el equipo de los gordos, no yo. 10°-24°c. San Gerónimo.
11 diciembre: desocupan tres piezas llega gente. Me comunicaron que esta concedido el permiso del teléfono de Brasil. 11°-29°C. San Dámaso.
13 de diciembre: fue detenido Sadam Hussein 12°C-29°C Sta. Lucia- Aurora.
24 de diciembre: 43 años casado. 12°C- 31°C. Sta. Adela.
Ese año, 2003, se cumplieron 30 años del Golpe de Estado, el momento en que Osvaldo Romo se comenzó a transformar en el feroz criminal que terminó siendo. En su agenda, el 11 de septiembre sólo anotó: “No salí. Doctor Cosme: peso 86,400. Glicemia 138. 4C 22C. Orlando – Rolando”. Al final agregó tres lugares de Santiago, que tal vez tengan algo que ver con lo que hizo ese día: “En Lo Hermida. La Pincoya. Estadio Víctor Jara”. Nada más.
Las palabras de la filósofa Hannah Arendt, escritas a propósito del criminal nazi Otto Adolf Eichmann, se respiran en cada línea de la cotidianeidad de Romo: “Lo más grave en el caso de Eichmann es que hubo muchos hombres como él, y que estos hombres no fueron pervertidos ni sádicos, sino que fueron, y siguen siendo, terrible y terroríficamente normales”.
Aunque esperamos que en los criminales la maldad deje un rastro fácilmente reconocible, lo cierto es que la capacidad de hacer mucho daño a otros puede ser algo que personas comunes y corrientes hagan solo en sus ocho horas de trabajo y pensando en que sólo se trata de sus obligaciones laborales. El mal, sugiere Arendt, tienen una gran capacidad de encarnarse en las vidas banales.
«NO PUEDO OLVIDAR A ESTOS VALIENTES»
La mayoría de las páginas escritas por Romo en la cárcel hablan sobre el MIR, el movimiento fundado en 1965 y al cual Pinochet ordenó eliminar. Sus miembros -estudiantes y trabajadores de 20 a 30 años- comulgaban con el “derrocamiento del sistema capitalista” según reza la declaración de principios. Querían reemplazar el sistema por un gobierno de obreros y campesinos, cuya tarea fuera reconstruir el socialismo “y extinguir gradualmente el Estado hasta llegar a la sociedad sin clases”. Para lograrlo el MIR declara en sus principios que es necesario “un enfrentamiento revolucionario de las clases antagónicas”. De ahí que la DINA se preocupará durante los primeros años del golpe, de hacer desaparecer a sus miembros a los cuales Romo conocía bien.
Antes de ser agente de la DINA, Romo militó en la Unión Socialista Popular (USOPO), encabezada por Raúl Ampuero y se convirtió en dirigente revolucionario de la mítica Población Lo Hermida, donde llegó a emplazar al propio Salvador Allende. Desde allí estableció estrechos lazos de confianza con los dirigentes del MIR que hacían trabajo político en las poblaciones. Entonces nadie se habría imaginado que el “Comandante Raúl”, como le decían a Romo, sería capaz de saltar a los 36 años de un bando a otro después del Golpe y transformarse en el verdugo de sus amigos. Muchos de los jóvenes hoy desaparecidos fueron delatados, detenidos y torturados por él. La traición fue, sin duda, un capítulo de la dictadura que Romo escribió en primera persona. Todavía no queda claro por qué lo hizo.
En una declaración del 2001 que dio en tribunales a propósito de su rol en la desaparición de la periodista y militante del MIR, Diana Arón, Romo se refirió a ella como una mujer “encantadora” a quien había conocido en 1969 en “una toma de terrenos de La Bandera”. Años más tarde, a esta misma mujer que en ese momento estaba embarazada, Romo la detuvo para llevarla al centro de torturas Villa Grimaldi. Pero antes, según dicen los testigos en el proceso, le propinó unos disparos mientras ella escapaba de los agentes de la DINA; tal vez pensando en ese maldito día en que conoció en La Bandera al camarada que la hizo desaparecer.
La traición de Romo -si es que la traición puede entenderse- es una de las menos digeribles. Tiene un sabor distinto a la de Marcia Merino, ex militante del MIR, que luego de ser brutalmente torturada por la DINA terminó colaborando con ellos. Romo, en cambio, no fue forzado a entrar al infierno. Él vio la puerta abierta y quiso cruzarla. En el libro “Confesiones de un Torturador” de la periodista Nancy Guzmán, se relata que a días del Golpe, Romo fue detenido y llevado a la Escuela Militar donde iba a ser fusilado.
Julio Rada, un funcionario de investigaciones, lo reconoció pues lo había interrogado años antes por el robo de un auto. Rada se dio cuenta de que podía usarlo. Lo llevó a un cuartel de la policía. “Si quieres salvarte debes colaborar”, le dijo. Lo puso en una celda donde había detectives sospechosos de ser de izquierda y Romo delató a los policías.
Poco después, seguramente recomendado por Rada, el interventor militar de Madeco, Jaime Deichler, integrante de la red DINA en Buenos Aires, lo contrató para que hiciera lo mismo en esa empresa, la que financió parte de la planilla de colaboradores de la DINA. Su reguero de sangre se hizo conocido. Y en 1974, el oficial Miguel Krasnoff reclutó a Romo para que integrara la agrupación “Halcón I” de la DINA, cuyo objeto era aniquilar al MIR. Fue un año y medio sangriento; toda la carga criminal de la que se lo acusa la acumuló entre 1974 y 1975, año en que finalmente los servicios de seguridad del régimen militar decidieron enviarlo a Brasil con una beca de por vida.
“Una insuficiencia cardíaca acabó con Romo. Su cuerpo ocupó el nicho 32 del Cementerio General y sus textos fueron a parar a la caja de los cachureos. Nadie fue a despedirlo al cementerio y la fotografía de su ataúd en un carro, arrastrado por un único enterrador, sin cortejo, sin familia ni camaradas, sin los homenajes de los que se sirvieron de su trabajo, es el retrato de la más completa soledad”.
El detective Luís Henríquez, que lo capturó en Brasil en 1992, recuerda que la DINA se vio obligada a enviar al ex agente al extranjero. “Romo cometió errores y dejo varias huellas” explica. Luego de las detenciones, Romo volvió varias veces a las casas de los familiares de los militantes del MIR secuestrados a pedirles comida y dinero para los presos. En esas visitas, Romo obviaba un dato esencial: ya estaban desaparecidos.
-Romo era un delincuente -subraya Henríquez.
Como algunos familiares lo conocían de sus tiempos de militante de izquierda, escribieron su nombre cuando estamparon las denuncias por las desapariciones en tribunales. “Sólo un juez se atrevió en 1975 a dictar una orden de detención en contra de Osvaldo Romo, la que nunca se cumplió. Eso fue lo que alertó a la DINA y lo que finalmente motivó que lo enviaran a Brasil, uno de los países que en ese entonces pertenecía a la Triple A, la Liga Anticomunista”, dice Henríquez.
En un peritaje psiquiátrico de 2003, Romo habló sobre su misión en la DINA. La diligencia médica está anexada en el expediente por el homicidio de Lumi Videla, una importante dirigenta del MIR asesinada por la DINA en 1974, durante una sesión de tortura mientras estaba detenida en el Cuartel Ollagüe, cuyo cuerpo fue arrojado luego a la embajada de Italia. Romo le dijo al psiquiatra Roberto Araya, que aceptó colaborar con la dictadura con la condición de que «no cayeran inocentes» y de «minimizar las bajas». Según transcribió el siquiatra, “su labor era confeccionar un ‘mapa’ y delatar a cada miembro del MIR y aclarar el organigrama de este grupo. Se excusa diciendo que él no mató a nadie y que el MIR había buscado ese destino previamente”.
La descripción de su ingreso a la DINA como una hazaña heroica, contrasta con el relato que hizo en 1995 frente a las cámaras de la cadena Univisión de la forma -con lujo de detalles- en que les aplicaba corriente a los detenidos para hacerlos hablar. En un país donde algunos no saben cómo llamar al periodo dónde Romo era uno de los miles de agentes operativos, sus frases pueden aclarar el punto: «Se les amarra y se les ponen perros metálicos en la vagina, en los pezones, en la boca y en los oídos, y se les da vuelta la máquina. Se les moja un poquito para que sea más fuerte el primer golpe y hablen rápido…”
El Romo de las declaraciones es descrito en la ficha médica como un obeso mórbido, enfermo de diabetes. Un hombre común de 64 años que «camina aparatosamente, arrastrando los pies». El siquiatra no observa rasgos de demencia: “Habla de sí mismo con deleite, a sabiendas de haberse transformado en un personaje histórico (¿mitológico?). Su actitud también demuestra una convicción de privilegio ante la ley y una seguridad excesiva en su impunidad”.
En 1992, la jueza Dobra Lusic, que investigaba la desaparición del militante del MIR Alfonso Chanfreau Oyarce, detenido el 30 de julio de 1974, logró ubicar a Romo en Brasil y consiguió que fuera deportado. Era uno de los primeros procesos por violaciones a los derechos humanos que se investigaba en democracia. Y Romo uno de los primeros agentes en ser detenido. Su familia se quedó allá. Romo creía que en Chile tendría el apoyo del Ejército. Pero él no era militar. Y pronto entró a cumplir condena a la cárcel pública de Colina como un reo especial, pero reo al fin. Sólo su abogado Enrique Ibarra -coronel (r) del Ejército e integrante del equipo jurídico de esa institución- lo visitaba. Entonces fue cuando se hizo amigo de Víctor Varas, un ex militar y enfermero de Gendarmería.
Varas se refiere a Romo como “Don Osvaldo”.
-Don Osvaldo se sentía traicionado por los militares. Decía que estaba preso por ellos, que él no debería estar preso. A uno que siempre le tuvo mucha rabia era al coronel Marcelo Moren Brito, su jefe en la DINA. Él se portó muy mal con Don Osvaldo, nunca le tendió una mano. Y él me decía: “Ubique al coronel Moren Brito”. Lo llamé muchas veces por teléfono y al final, nunca hizo nada. Don Osvaldo quería que lo fuera a ver y que lo ayudara a salir de la cárcel a causa de su enfermedad, porque él sabía que no iba a durar mucho y él no quería morir ahí. Él quería irse con su familia a Brasil -contó Víctor Varas a CIPER
Hasta que llegó el minuto en que Romo decidió entregar en tribunales los nombres de los miembros de la DINA. Tal como lo hizo en los ’70, volvió a delatar. Los jueces y policías consultados por CIPER concuerdan que Osvaldo Romo se convirtió en una pieza clave para resolver muchos casos de desaparecidos y ejecutados. El 21 de enero de 1999 declaró en el proceso por la desaparición de Luis Dagoberto San Martin e identificó a Ciro Torré, un ex agente operativo de la DINA: “Estuvo en la Venda Sexy, era oficial y llevaba detenidos a Villa Grimaldi”.
También aportó a la investigación por la Operación Colombo, como se llamó a la detención, tortura y desaparición de 119 personas, mayoritariamente del MIR, que la DINA (usando medios de comunicación extranjeros) hizo parecer asesinados por sus propios camaradas. Romo declaró ante el juez Juan Guzmán que uno de los 119, Teobaldo Tello Garrido, fue detenido y muerto en Villa Grimaldi por Marcelo Moren, el jefe que lo olvidó. (Moren hoy está recluido en el Penal Cordillera cumpliendo 21 condenas por secuestros calificados y homicidios que suman 103 años de presidio).
Romo también acusó a Manuel Contreras, el jefe del aparato represivo que obedecía e informaba a Augusto Pinochet, de las desapariciones de: Luis Gajardo Zamorano, Sergio Tormen, Manuel Ramírez Rosales, Jorge Elías Andrónico Antequera, Jacqueline Binfa, Carlos Cubillos Gálvez y Luis Fernando Fuentes, entre otros.
“La mayoría de estas detenciones fueron programadas por un organismo que se denominó Dirección Nacional de Inteligencia con la sigla DINA, que estaba a cargo del entonces coronel Manuel Contreras Sepúlveda y como subjefe está Pedro Espinoza Bravo, quien fue reemplazado en octubre de 1975 por Raúl Iturriaga Neunmann. La DINA tenía centros de funcionamientos denominados José Domingo Cañas u Ollagüe a cargo de Marcelo Moren Brito y Maximiliano Ferrer Lima; Londres 38 o Yucatán a cargo de Eduardo Nekelmann y Gerardo Urich; y Villa Grimaldi o Terranova, a cargo de Cesar Manríquez Moyano, Benyerot y Patricia Almuna. La DINA operaba con dos grandes grupos, el grupo Caupolicán a cargo de Marcelo Moren Brito y el grupo Tucapel, de cuyo jefe no recuerdo el nombre”.
Así como antes había hecho un mapa del MIR, Romo entregó a la justicia un mapa de la DINA.
A partir de entonces algunos ex agentes se acercaron a Osvaldo Romo, quien había sido trasladado a Punta Peuco el 2000. En la caja de los cachureos hay una lista con las visitas que Romo recibió el 24 de febrero de 2007: Ricardo Lawrence Mires y Eduardo Neckelmann Schultz, ambos ex miembros de la DINA. Lawrence pertenecía la Brigada Lautaro y Neckelmann, según lo declarado por Romo, estuvo a cargo de Londres 38. A Lawrence de poco le valió esa reunión. En 2008 fue condenado como coautor del secuestro calificado de Ariel Santibáñez, militante del MIR. A la fecha está procesado como autor de dos homicidios calificados, coautor de 46 secuestros calificados correspondientes a la Operación Colombo, además del proceso donde el sobreviviente Félix Lebrecht lo sindica como autor de su detención ilegal.
Los últimos años de encierro, Romo estuvo casi todo el tiempo solo. A veces lo iban a ver una monja y también Patricia Obando, la esposa de Víctor Varas. Enemistado con los otros presos y transformado en el peor monstruo de la dictadura, el antiguo poblador de una precaria casita de Lo Hermida, describía aquellos militantes del MIR que masacró:
“Yo hoy quiero preguntar, el porqué Los Mataron. Estos jóvenes que eran profesionales, que eran Idealistas yo podría hasta decir que ellos podían ser fanáticos con los pobres del campo y de la ciudad, en todos los centros de trabajo del país. Ellos están todos hoy muertos, esto porque ellos tenían vínculos con personal uniformado de todo Chile, esto fue un trabajo sucio, de los elementos que pensaron con la cabeza torpe que solo tenía musculo, ellos no tenían Postura ni Conducta, ellos no saben que es el arte y que es la ciencia, y al final que ética profesional, yo no puedo olvidar a estos valientes, a ninguno de ellos que tenían gran talento y tenían virtud en la sangre» (Las mayúsculas corresponden al texto de Romo)
Son páginas delirantes, en las que parecen fundirse el miedo, la soledad, la culpa y los fantasmas.
por Verónica Torres
Los secretos de las fichas de Colonia Dignidad
Fuente :elmostrdor.cl, 12 de Diciembre 2014
Categoría : Prensa
Schäfer, para quien eran elaboradas las fichas, quería tener información de todo el mundo, y así es como la gran mayoría de las fichas están relacionadas con personas sin ninguna connotación política o militar. Hay fichas sobre estibadores del puerto de Lirquén, sobre taxistas, sobre profesores y profesoras (muchos) de liceos y universidades, sobre trabajadores de servicentros, de industrias, de supermercados e, incluso, sobre prostitutas.
En las 45 mil fichas desclasificadas este año hay de todo: espionaje a los “amigos” y “enemigos” de la colonia, rumores descabellados, obsesiones con los rosacruces, los masones y la Iglesia, evidencias del compadrazgo con la DINA e, incluso, fichas sobre trabajadores portuarios, profesores y profesoras, atendedores de servicentros y hasta prostitutas, mostrando un mundo maniqueo y lleno de prejuicios.
Me faltarían adjetivos para describir lo que he leído en los últimos cinco meses, en que he estado sumido en la revisión de las 45 mil fichas de inteligencia de la Colonia Dignidad que fueron desclasificadas este año por el ministro Jorge Zepeda, luego de que las mantuviera en secreto por nueve años, tras el hallazgo del archivo en 2005.
Lo primero que es necesario decir al respecto es, tal como me lo explicaba el abogado Hernán Fernández en un artículo que escribí tiempo atrás respecto de un episodio particular contenido en las fichas (el asedio de parte de Paul Schäfer a las monjas de San Manuel), la colonia era tres cosas al mismo tiempo: una secta erigida en función de las ansias pederastas de su líder supremo, una asociación ilícita dedicada a la tortura, la desaparición forzada de personas y el tráfico de armas (como lo ha establecido la justicia) y, además, un organismo de inteligencia.
No es que la colonia poseyera un equipo de inteligencia, sino que en sí misma era una agencia de inteligencia, paralela a la DINA y la CNI, con las que cooperaba estrechamente, a tal punto que compartían las mismas fobias y rivalidades, por ejemplo, hacia el Servicio de Inteligencia Militar (SIM); es decir, el aparataje formal de inteligencia del Ejército, que nunca fue visto con buenos ojos por parte de la DINA. Al igual que este organismo, la colonia contaba con un buen número de informantes, con agentes operativos (alemanes en su mayoría) que efectuaban seguimientos y fotografiaban a personas, y llevaba un enorme Kardex con información, que contenía –entre muchas otras cosas– el listado casi completo de quienes formaron parte del SIM en distintas épocas, con mayor énfasis en los militares que desempeñaban dichas funciones en regimientos de Concepción, Chillán, Talca, Los Ángeles y otras ciudades ubicadas dentro de la zona de influencia de la colonia.
No obstante, también espiaban a los amigos, pues hay muchas fichas relativas a los agentes de la DINA y la CNI. Las dos más particulares son las referidas a los hombres que la DINA instaló al lado de los alemanes, en Parral: Fernando Gómez Segovia y su sucesor, Eduardo Guy Neckelmann Schütz. Las fichas de ambos son las únicas que muestran secuencias de algún tipo de código. La de Gómez Segovia contiene un código alfanumérico, mientras que la de Neckelmann, por increíble que parezca, posee una escritura a mano (la única ficha que posee algo escrito de esa forma, pues todo era escrito a máquina), con unas inscripciones que parecen ser alfabeto rúnico, como el que usaban los antiguos pueblos germánicos, tal cual se aprecia en la foto principal.
“Don Mamo”
La simbiosis entre la DINA y la colonia, que a ojos de la justicia formaba una sola asociación ilícita, se grafica muy bien en las dos fichas dedicadas a Eduardo Soto Henríquez, un cabo de Ejército perteneciente a las filas de Manuel Contreras y destacado al interior del enclave, en cuya ficha número 1 se señala que “este funcionario ha demostrado hasta la fecha un excesivo interés en averiguar o indagar actividades que son netamente privadas en la Colonia, con lo que ha causado la desconfianza y el temor por parte de sus habitantes”.
[cita]Por cierto, lo más relevante de toda la información contenida en las fichas es la que dice relación con los Detenidos Desaparecidos y con aquellas personas que fueron torturadas e interrogadas al interior de la colonia. Además de mantener fichas de todos quienes fueron hechos desaparecer en medio de la “Operación Colombo”, los archivos de Dignidad contienen transcripciones de numerosos interrogatorios efectuados al interior del enclave y constan hechos que hasta antes del hallazgo de 2005 no estaban totalmente confirmados.[/cita]
Entre esas actividades se contaba el haberse mostrado “vivamente interesado en conocer la clave correspondiente” luego de pasar por una puerta que obviamente contaba con un sistema de seguridad. Amén de ello, “preguntó a dos personas diferentes cuál era la procedencia de los fusiles”.
Pero no fue su único pecado. El punto 4 del informe señala que “comenzó a abrir cajones, de un equipo de emergencia, mirando su contenido” y que (punto 5) “pese a que su acompañante le manifestó que iban a continuar viaje de inmediato, se bajó del vehículo en que viajaban y levantó la carpa en una puerta de entrada para mirar el interior”.
“Por suerte que las cosas que ya conoce don Mamo no se encontraban ahí en ese momento”, dice el documento en forma intrigante, sin explicar qué era aquello que ya conocía el todopoderoso jefe de la DINA, Manuel Contreras, más conocido como “El Mamo”. El texto prosigue con varias otras “faltas” cometidas por el indiscreto visitante, y luego señala que “se deja a criterio de don Mamo si debe continuar trabajando con la colonia o ser cambiado”.
Afortunadamente para Soto, como señala la misma ficha, solo fue sancionado “por su comportamiento en el fundo”. Ni él ni su polola, cuya dirección figuraba en la ficha, sufrieron daños (que se sepa), a diferencia de otros agentes díscolos, como Miguel Angel Becerra, asesinado al interior del predio con elementos tóxicos compatibles con gas sarín, o como Juan René Muñoz Alarcón, el “encapuchado del Estadio Nacional”, que pasó largas temporadas en la colonia, para terminar asesinado a puñaladas en Santiago, luego de que decidiera contar en la Vicaría de la Solidaridad lo que había visto en el imperio de Paul Schäfer y en los cuarteles de la DINA.
Una Stasi de derecha
Y esto es lo segundo que hay que entender: fichaban a cualquier persona y cualquier información les servía. En las fichas relativas al mayor de Carabineros Carlos Dondero, que fue comisario de Parral, se lo resalta como “un hombre derecho”, que había sido escolta de Allende en la UP y que desde allí “informaba sobre el GAP”. Además de ello, se relataba que había estado un año en Irán y que desde allá se había traído un auto Volkswagen.
Asimismo, la ficha lo describe como “alto y delgado” y también se señala algo aún más irrelevante y que incluso suena un tanto fantasioso: “… el informante nunca ha visto alguien que goza en comer tanto. Una vez comió 24 empanadas, con otra ocasión 8 a 10 hot dogs”.
Schäfer, para quien eran elaboradas las fichas, quería tener información de todo el mundo, y así es como la gran mayoría de las fichas están relacionadas con personas sin ninguna connotación política o militar. Hay fichas sobre estibadores del puerto de Lirquén, sobre taxistas, sobre profesores y profesoras (muchos) de liceos y universidades, sobre trabajadores de servicentros, de industrias, de supermercados e, incluso, sobre prostitutas.
Asimismo, cualquiera que tuviera algún contacto con la colonia, o que fuera de su interés, era fichado, espiado de cerca (en ciudades como Concepción o Chillán) y/o fotografiado por los alemanes, lo mismo que pasaba con casi todos los visitantes del “casino familiar”, en la comuna de Bulnes, donde además fotocopiaban los documentos de identidad de muchos de quienes llegaban allí.
La mayoría de las informaciones que hay procede de una centena de fuentes que eran definidas con siglas. La que más se repite es la que –con distintas variantes– se refería al entonces mayor de Ejército Fernando Gómez Segovia, el primer jefe que tuvo la DINA en Parral, y que funcionaba en una casa que era propiedad de la colonia. Dichos datos muestran que la DINA y la colonia funcionaban como una suerte de Stasi chilena, controlando los movimientos de todo el mundo, confeccionando listas de sospechosos de cualquier cosa y, sobre todo, recogiendo cualquier rumor que se escuchara e incorporándolo en sus bases de datos.
Por cierto, la mayoría de los rumores retratan un mundo bipolar, en el cual todos los opositores (supuestos o reales) a Pinochet eran personas inmorales, sucias, ladronas, dedicadas a negocios truculentos, que escondían armas en sus casas y que no dudaban en engañar a cualquiera para cumplir con sus perversos objetivos, descalificaciones que se repiten respecto de una serie de sacerdotes católicos y de oficiales del Ejército y Carabineros que, de un modo u otro, no eran adictos a la colonia, los cuales, si no se mostraban sumisos a los dictados de Schäfer no era porque estuvieran haciendo su trabajo, sino porque eran izquierdistas (o eso creían los alemanes).
Un ejemplo de ello es la ficha relativa al mayor de Carabineros Manuel Valdebenito Remsses, uno de cuyos funcionarios controló (en 1974) un camión cargado de armas, que iba destinado a la Colonia Dignidad. Dice la tarjeta (en la cual, por supuesto, no hay mención alguna a las armas) que “antes del 11-9-73, Valdebenito compraba el Clarín y en su lenguaje usaba términos de la UP”.
Los “nacionalistas”, en cambio, eran buenas personas, probas e íntegras, ejemplos de virtud y rectitud. Ello queda de manifiesto, por ejemplo, en el caso de los ex generales de Ejército Bruno Siebert y Julio Canessa, ambos calificados como “persona excelente” en sus respectivas fichas.
Como en toda secta, en este mundo paranoico y maniqueo lo “bueno” era el líder y sus acólitos, o aquellos que él sancionara como elementos positivos para la comunidad, mientras que lo “malo” era lo relacionado con lo que fuera que representara un pensamiento distinto del de ellos, partiendo por la Iglesia Católica, siguiendo por Silo e incluso por la Antigua y Mística Orden Rosacruz (Amorc), que parecía tener muchos miembros en la ciudad de San Carlos, y que se hizo acreedora a que uno de los más célebres informantes chilenos de la colonia, Óscar Muñoz Hildebrandt, más conocido en las fichas con sus iniciales (“OMH”), se “infiltrara” al interior de ese grupo, con el fin de obtener detalles de quienes lo formaban.
Lo mismo ocurría con la masonería. Hay muchas personas señaladas como tales y en la ficha de un profesor de apellido Godoy, de San Carlos, se señala que es “el único Godoy en la lista de masones”.
Además, no perdían la oportunidad de escribir “judío” en la ficha de cada persona que ellos creían era de dicha ascendencia.
Y un dato no menor es que en las diversas fichas se atribuye a distintas personas todo tipo de delitos: tráfico de drogas, homicidios, robos, hurtos, apropiaciones indebidas, manejos en estado de ebriedad, etc., pero no hay una sola ficha en la cual se hable de abuso sexual, el pecado favorito del pederasta Schäfer.
Los desaparecidos
Por cierto, lo más relevante de toda la información contenida en las fichas es la que dice relación con los Detenidos Desaparecidos y con aquellas personas que fueron torturadas e interrogadas al interior de la colonia. Además de mantener fichas de todos quienes fueron hechos desaparecer en medio de la “Operación Colombo”, los archivos de Dignidad contienen transcripciones de numerosos interrogatorios efectuados al interior del enclave y constan hechos que hasta antes del hallazgo de 2005 no estaban totalmente confirmados.
Una muestra de ello es lo que aconteció con Mile Mavrosky, un empresario de pompas fúnebres de San Carlos que fue detenido en diciembre de 1973, acusado de encabezar un plan llamado “Pascua Negra”, por medio del cual el MIR supuestamente iba a asesinar a todos los personajes connotados de dicha comuna; es decir, una suerte de “Plan Zeta” localizado, tan irreal y absurdo como el original.
Acusado de ello, Mavrosky estuvo 11 meses prisionero en un lugar que siempre creyó era la colonia. Nunca lo supo con detalle, pues permaneció todo ese tiempo solo en una especie de calabozo, sometido a torturas casi diarias, privado de alimentos y agua, tendido en una especie de cama, engrillado de pies y manos y con la vista vendada. Lo interrogaban a diario hombres que hablaban español, pero de fondo él escuchaba el murmullo constante de gente que conversaba en alemán.
Lo entrevisté hace poco. Muy cuidadoso, me dijo que creía haber estado en la colonia, pero no estaba seguro de ello, pues no vio a nadie. Solo oía las voces aquellas. No obstante, en las fichas está el detalle de los interrogatorios a los que fue sometido, las sospechas que tenían respecto de que era un peligroso marxista y varias cosas más, todo lo cual fue finalmente desvirtuado, al punto que quedó en libertad tras ser devuelto al regimiento de Chillán, “solo” con una fractura en su muñeca izquierda, visible hasta hoy.
Gran suerte la de don Mile, la misma que le fue tan escasa a tantos otros, como las más de 100 desaparecidos que el mismo “encapuchado del Estadio Nacional” dijo que se hallaban vivos al interior del predio de Parral hacia 1977, los mismos que hoy siguen engrosando los listados de Detenidos Desaparecidos y cuyo rastro se perdió en los contrafuertes de la precordillera de la Séptima Región.
por Carlos Basso
Investigan edificio donde funcionaba cuartel de la DINA en Colonia Dignidad
Fuente :elmostrdor.cl, 23 de Febrero 2025
Categoría : Prensa
Erick Zott, que pasó una semana recluido en las dependencias de la secta, hace 50 años, fue interrogado por un sujeto de acento portugués, sometido a torturas muy peculiares y, además, utilizado en medio de un entrenamiento de inteligencia destinado a miembros de la policía secreta de la dictadura.
Durante muchos años, el exoficial del Ejército y agente de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), Fernando Gómez Segovia (ya fallecido), negó que la oficina de dicho organismo que él dirigía en Parral tuviera alguna relación de trabajo con la secta de Colonia Dignidad, la cual, a su vez, efectuaba también trabajos de inteligencia en la época de la dictadura militar, manteniendo un inmenso kárdex con fichas de “enemigos” de la colonia, pero también de quienes consideraban sus amigos, al tiempo que realizaban seguimientos, vigilancias y hostigamientos en el mismo sector, pero también en ciudades como Chillán, Concepción y Los Angeles, como ha quedado en evidencia gracias a las 46 mil fichas que fueron encontradas por la PDI en 2005.
Sin embargo, Gómez Segovia, más conocido como “GURMIR” dentro de la colonia, fue dejando caer algunas piezas de información en varios de los procesos judiciales en que estuvo imputado. En varios de ellos relató que en 1974 fue destinado como jefe de la Brigada Regional Sur (BIRS) de la DINA, con asiento en Parral, y que esta se instaló en una casa ubicada en el centro de esa comuna que Paul Schäfer, líder de la secta, les ofreció en forma gratuita. También, en declaraciones prestadas en el marco de la investigación por la muerte del expresidente Eduardo Frei Montalva, dijo que su segundo en dicha unidad era el exoficial de Ejército Gerardo Huber (asesinado en el Cajón del Maipo en 1991) y que otros oficiales que se desempeñaron como jefes de la BIRS, que tenía jurisdicción en toda la zona centro sur de Chile, fueron Eduardo Neckelmann y Maximiliano Peppi.
Quizá lo más sorprendente de todo lo que alguna vez dijo fue -en el marco de la investigación por el secuestro de Alvaro Vallejos Villagrán, caso por el cual Gómez Segovia fue condenado a 10 años- que un día Schäfer le pidió acompañarlo hasta un inmueble ubicado dentro de la villa, cerca de la entrada del predio, “y allí me exhibió una construcción que desde fuera parecía un establo, pero al ingresar era impresionante, pues prácticamente habían reproducido la oficina que yo usaba en Parral, con todas las comodidades, diciéndome que esa era mi oficina, lo cual reproché, pues nuestro trabajo era reservado. Schäfer se molestó y luego se la ofreció a Guy Neckelmann, quien me sucede en el cargo”, pero el Mamo no la quiso”, aseveró.
La mención a esa kafkiana réplica de la oficina citadina de la DINA al interior del enclave era la única declaración que existió durante muchos años en torno a lo que siempre fue un secreto a voces: que la DINA contó con instalaciones propias al interior de la colonia, en las cuales operaron agentes de gran relevancia, como Pedro Espinoza, Marcelo Morén Brito, Fernando Laureani y otros. De hecho, varias personas que fueron aprehendidas en los años ‘70 por la DINA estaban convencidas de que al ser conducidas a la colonia habían estado dentro de esa oficina, pero esta nunca pudo ser ubicada.
Sin embargo, hace un par de semanas uno de los sobrevivientes de la colonia, Erick Zott, quien hoy reside en Austria, participó de una diligencia clave dentro del villorrio, la que fue encabezada por la ministra en visita para causas de derechos humanos de la Corte de Apelaciones de Santiago, Paola Plaza, así como con personal de la PDI, en medio de la cual el exprisionero político pudo reconocer el lugar, diligencia que hoy cobra una nueva relevancia, dadas las diligencias que la jueza ha realizado durante el último año en búsqueda de pistas que permitan dar con el paradero de al menos 30 personas que fueron hechas desaparecer al interior de la secta, entre 1974 y 1975.
El regreso
Hacia inicios de 1975 Erick Zott era jefe del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) en Concepción y, junto a varios otros miristas, se encontraba en Valparaíso, ocasión que la DINA -apoyada por miembros del Servicio de Inteligencia Militar del Regimiento Maipo- aprovechó para tomarlos detenidos. Los recluyeron en el Regimiento Maipo, donde tuvo lugar un episodio nunca esclarecido, que culminó con la muerte del capitán Osvaldo Heyder, y luego de ello Zott fue llevado hasta Villa Grimaldi, pero hacia la segunda o tercera semana de febrero lo trasladaron hasta la Base Naval de Talcahuano, donde operaba el SIRE (Servicio de Inteligencia Regional), que tenía detenido a otro miembro del MIR de Concepción, Luis Peebles (quien falleció a fines de enero de este año).
Desde allí, ambos fueron movilizados hacia un destino desconocido, por parte de la DINA. A poco de llegar a ese lugar, sin embargo, comenzaron a notar que estaban un recinto de detención distinto de todos los que habían conocido hasta ese momento, pues el vehículo en que iban entró a un camino de ripio y luego les pusieron algodones con agua en los oídos. Luego de ello, cuando la camioneta se detuvo, los hicieron subir hacia una especie de rampa de cemento, y después de ello los recluyeron en una oficina. Aunque llevaban semanas con una venda en los ojos, el suboficial que conducía la camioneta permitió a Zott sacársela por algunos minutos, a fin de que se pudiera limpiar los ojos. Así fue como el prisionero alcanzó a ver que estaba en una oficina que tenía una ventana que daba hacia el exterior.
Tras ello, le taparon la vista nuevamente y comenzaron los interrogatorios, muy distintos de los que ellos ya conocían a esas alturas.
Zott relata que pasaban casi todo el día amarrados -con cintas de cuero- a catres metálicos, imposibilitados de moverse por completo y con la luz encendida día y noche, por lo cual perdieron la noción del tiempo. De cuando en cuando, además, los sometían a una tortura de la cual nunca habían escuchado: los metían en una caja de madera muy pequeña, de pie, donde apenas cabía una persona, y los dejaban ahí por horas. A esa técnica, por cierto, se sumaban las clásicas golpizas y administración de electricidad.
Sin embargo, los interrogatorios eran muy distintos a los que habían conocido hasta ese momento. En el caso de Zott, quien lo hacía era un sujeto de acento portugués y, a diferencia del modus operandi de la DINA, que solo quería nombres, este sujeto primero les preguntaba todos sus datos personales, como si quisiera saber de ellos, entenderlos, saber de sus vidas, sus temores, etc.
Además, el sujeto de acento portugués y otros más los interrogaban en forma simultánea con otros miembros de la DINA que estaban en Villa Grimaldi, por medio de una radio de alta potencia. El lugar además era desconcertante porque cuando no estaban siendo interrogados, el único sonido que les llegaba, como un sordo rumor, era el chicharreo de la radio que usaba la DINA, pero nada más. Incluso, ambos prisioneros tenían en forma constante a un guardia, que se ubicaba detrás de sus cabezas, pero nunca los oyeron emitir palabra alguna.
Permaneció cerca de una semana allí y cuando lo llevaban de regreso a otro centro de detención en Santiago el mismo suboficial del Ejército, la única persona que tuvo un trato humanitario con él, le dijo que había estado en Colonia Dignidad y no solo eso, sino que además le explicó que habían estado allí en medio de una instrucción “de una instrucción para oficiales en el ámbito de interrogatorios” (hasta el día de hoy Zott lo ha intentado encontrar, lo que ha sido en vano).
Lo anterior cobró sentido casi 40 años después, cuando la PDI encontró en la colonia un cuadernillo que evidenciaba que en noviembre de 1974 la DINA había realizado un entrenamiento de inteligencia para suboficiales al interior de la colonia.
Hoy, Zott entiende que tanto él como Peebles fueron básicamente utilizados como los sujetos a ser interrogados en dicho entrenamiento, en el cual todo indica que el sujeto extranjero era Carlos Camacho Matos, un funcionario del Ejército brasileño que a inicios de los años ‘70 se infiltró en el MIR, en Concepción, y que posteriormente fue situado en la colonia junto a otros brasileños.
La oficina
Zott está seguro de que el sitio donde él y Peebles permanecieron dentro de la colonia no era la famosa “Bodega de las papas”, donde fueron recluidos muchos otros prisioneros detenidos por la DINA en Santiago, Talca, Parral o Coronel, y por mucho tiempo le carcomió la duda de dónde había estado exactamente. En 2007 estuvo al interior de la colonia, tratando -entre otras cosas- de ubicar el lugar, pero no tuvo éxito. Sin embargo, algo peculiar sucedió en dicha visita, que fue autorizada por el delegado que el gobierno de la época designó para la secta, Hermán Schwember, y que era guiada por Udo Hopp, el hermano mayor del médico Hartmutt Hopp.
En medio de ello, Zott me dijo quién era:
-Yo soy un sobreviviente de aquí, yo estuve preso aquí. Yo me llamo tal y cual -le explicó. Para su sorpresa, Hopp se emocionó.
-Me quedó mirando como un shock. Y me vuelve a mirar, se me acerca y me da un abrazo, mil por ciento emocional. Se le caen lágrimas y me volvía a mirar la cara como diciendo “lo conozco, no lo conozco, lo reconozco”.
Tras ello, el guía le dijo que le iba a mostrar algo.
-Me llevó a un lugar que yo ahora, lamentablemente, no puedo reconocer. Sé cómo se ve por dentro, pero yo no me acuerdo desde qué parte llegamos a ese lugar, y me dice, este es el laboratorio donde mi hermano trabajaba con la gente de la DINA y me dice, tú sabes, son todos esos químicos que se elaboraron, etc. -en referencia a las armas químicas y probablemente bacteriológicas que se produjeron al interior de la DINA. Sin embargo, el recorrido quedó interrumpido, debido a la oposición de otros colonos y de la propia esposa de Hopp.
Cincuenta años más tarde de su reclusión en la secta, Zott pudo finalmente identificar el lugar. Se trataba de una construcción que hoy se encuentra casi en ruinas, pues está llena de materiales de desecho, y que antes era conocida como la Hildegard Halle (el galpón de Hildegard), la cual posee en su parte posterior (por donde se ingresa) la rampa de cemento que Zott menciona, “la típica rampa de una bodega en la cual los camiones descargan”, explica. Se trata de una edificación de un piso, de madera, de gran tamaño, dividida en tres naves y que luego de que fuera identificada como el lugar en que estuvo Zott, está siendo en estos momentos estudiada por la PDI, especialmente ante la sospecha de que posea un subterráneo oculto, pues cabe recordar que solo en los últimos dos meses la ministra Plaza, junto a los detectives con los cuales trabaja, ha logrado encontrar ya dos búnkeres subterráneos e interrogar a una serie de testigos que estarían entregando antecedentes de utilidad para la reconstitución de la actividad represiva en conjunto de la DINA y la Colonia Dignidad, con el fin de encontrar a las víctimas que fueron allí ejecutadas
por Carlos Basso Prieto