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Lagos Aguirre Luisa Mónica – Memoria Viva

Lagos Aguirre Luisa Mónica

Alias : Liliana Walker Martínez;

Rut: 6282945-1

Cargos:

Grado : Empleada Civil

Rama :

Organismos : Dirección Nacional de Inteligencia (DINA)

Hoy lleva el nombre Paula Anik Kaister de Dior
Caso Letelier


El día que la DINA quiso implicar a Kissinger en un escándalo sexual

Fuente :elmostrador.cl, 18 de Septiembre 2015

Categoría : Prensa

Un relato detallado del uso de meretrices por parte de la policía secreta de Pinochet emana de una supuesta confesión de “Liliana Walker”, la mujer clave del caso Letelier, contenida en los últimos documentos liberados por Estados Unidos respecto del crimen contra el ex canciller de Allende.

Detalles inéditos sobre las operaciones de la DINA surgieron a partir de los documentos desclasificados por el Departamento de Estado de Estados Unidos respecto del caso Letelier y la enigmática mujer –clave en el crimen contra el ex canciller– que usó la chapa de “Liliana Walker”, detrás de cuya historia aparece el retrato de una de las técnicas más perversas de la DINA: el uso de prostitutas de lujo como parte de sus métodos “antisubversivos”. 

En medio de un inédito documento almacenado por años por Estados Unidos, y que contiene una supuesta confesión de “Liliana Walker”, incluso aparecen antecedentes acerca de un montaje orquestado por la policía secreta de Augusto Pinochet, y que buscaba implicar a Henry Kissinger, el poderosísimo secretario de Estado de EE.UU., en un escándalo sexual en Chile.

Al respecto, el periodista que finalmente dio con la identidad real de “Liliana Walker”, Manuel Salazar, y que además ha investigado exhaustivamente a la DINA, señala que “Contreras sabía perfectamente la importancia de las mujeres bonitas en el trabajo de inteligencia. La decisión de armar la brigada femenina la tomó por sí mismo”. Del mismo modo, explica que al inicio “eligió a Ingrid Olderock para que las seleccionara y adiestrara”, aunque luego “se sumaron al entrenamiento algunos oficiales de inteligencia de la Armada y del Ejército”, los cuales entrenaban a dichas mujeres en Rocas de Santo Domingo y posteriormente en la Escuela de Inteligencia que creó la DINA en Cajón del Maipo.

“Ya en servicio –agrega Salazar– operaban en diversos departamentos del centro y de Providencia. Varias de ellas vivían en las Torres San Borja. También trabajaban en los hoteles caros y frecuentaban algunos clubes nocturnos del barrio alto”.

El contexto

Para entender el contexto de toda la historia, es necesario ir a abril de 1990, fecha en que fue emitido el cable desclasificado C05883323, en el cual se relata que Arturo Román, en aquel entonces editor de La Tercera, dijo al agregado de prensa de la Embajada de EE.UU. en Santiago que un sujeto se le había aproximado el 04 de abril de ese año, ofreciendo dar a conocer la identidad de “Liliana Walker”, agregando que además poseía una “confesión” de esta, de 47 páginas de extensión.

“La información que Román dio a conocer es muy similar a la historia que Clemente Ponce dio a oficiales políticos en varias ocasiones (aunque el documento que Ponce dio a la embajada es de 26 páginas)”, señala el texto, sin dar más detalles acerca de quién era Ponce.

Dicho cable, además, señala que Ponce visitó la embajada en varias ocasiones, incluyendo el 30 de marzo de 1990, fecha en la cual preguntó acerca de la respuesta a una oferta de Walker para “cooperar” con la investigación por el crimen, “a cambio de pago y asilo”.

La confesión de Walker

El documento de 26 páginas entregado por Ponce a los norteamericanos, y al que se alude en el cable anterior, está fechado en marzo de 1988. Se trata de un texto escrito a máquina y en español, firmado por una tal “Mónica Lagos Ledesma” (nombre que difiere de “Mónica Luisa Lagos”, con el cual fue identificada Liliana Walker por parte del diario La Epoca, el 17 de abril de 1990), quien se describía a sí misma como de “altura mediana, peso 52 kg, pelo rubio, cara redonda, ojos azules, tez blanca, con esqueleto grande (espaldas) y medidas anatómicas aproximadas 92-58-90”. Respecto de su personalidad, decía que hacia los 1975 y 1976 era “de carácter variable, con accesos de alegría a pena con gran facilidad, vehemente, algo frívola, muy aspectada por mi signo del zodíaco, fácilmente apasionable”.

Del mismo modo, reconocía “siempre me ha gustado vivir con las mayores comodidades, superiores a las posibilidades reales que he tenido, sin importarme los medios para alcanzar los bienes que anhelo ardientemente”.

[cita tipo= «destaque»]“Como operativo de inteligencia lo de la OEA fue horrendo. Lo único trascendente fue una gran fiesta y tomatera escandalosa en un club de Gran Avenida, en la cual participaron delegados, funcionarios del ministerio, fuerzas de seguridad y nosotras. Todo lo anterior se hizo premeditadamente para vincular al señor Kissinger con actitudes escandalosas. Informado de lo que podría ocurrir, o al menos instruido, el señor Kissinger y Sra. no asistieron a la fiesta de Gran Avenida”.[/cita]

Fue en medio de todo ello que “en una fiesta de unas amigas conocí a un oficial de Ejército, quien planteó que me conseguiría un trabajo en la Pesquera Arauco, donde yo tendría que ser ‘acompañante’ (así se me dijo al inicio) y que por eso se me cancelarían honorarios como funcionaria de esa empresa”.

La promesa se concretó y, según su versión, en la pesquera quedó bajo el mando de alguien que ella identificaba como un ex militar llamado Huber Fuchs. “Cuando se me necesitaba, me llamaban por teléfono y debía concurrir a los más variados lugares públicos”, relataba, agregando que “junto con los honorarios por acompañante, si tenía alguna información de interés para el señor Fuchs, se me daba una ‘propina’ superior a mis honorarios”, agregando que “cada llamado me significaba sobre $3.500 como mínimo”, una pequeña fortuna para la época.

En la confesión, decía que a fines de 1975 se había dado cuenta “del sincero amor que sentía por Pato Walker”, aludiendo a un supuesto músico de ese nombre (que no es el actual parlamentario), cuyo apellido usaría posteriormente para crear el personaje de “Liliana Walker” y viajar a Estados Unidos junto al oficial de la DINA Arturo Fernández Larios, previo al crimen del ex canciller de Allende.

Asimismo, relata que en las mismas fechas se enteró de que ocurriría algo muy importante: “La conferencia de la OEA en Santiago, aquella en que me parece que vino el señor Kissinger. Lo último repercutió en el acceso definitorio mío a la prostitución y a la acción operacional en DINA”.

De acuerdo a su relato, “es muy importante para la comprensión del acceso a lo operativo de la DINA, describir el mundo de prostitución que viví, antesala de todo, repito, de absolutamente todo”.

Los departamentos de lujo

Según el texto, junto con el trabajo formal que tenía como escort pagada por la pesquera Arauco, comenzó a trabajar en otros locales, de algún modo manejados por la DINA. Según describe, “la mayor ‘casa de putas’ que ha existido en la historia de Chile estaba en calle Marcoleta, al cabrón le decían Memo”, local que según ella era frecuentado por oficiales de Ejército.

Asimismo, detalló que “los departamentos en que nos juntábamos eran tres. El primero está o estaba ubicado en Mosqueto casi al lado del restaurante Maistral; allí cumplimos nuestro trabajo y muchas de las veces obteníamos información interesante”.

El segundo departamento estaba en San Antonio con Merced, en los altos del café Dante, y era dirigido por una mujer llamada Carmen, que según “Liliana Walker” frecuentaba también las oficinas de la pesquera Arauco, así como las oficinas del coronel Jerónimo Pantoja (oficial de la DINA). La mujer afirmó que en el departamento de San Antonio “se ganaba doble, ya que la dueña aseveraba la existencia de informaciones interesantes; aun cuando estas no existieran, se inventaban y salía la ‘propina’ DINA”.

El tercer departamento al que acudía frecuentemente quedaba en Tenderini con Moneda, en un noveno piso, frente a las antiguas oficinas de La Tercera, lugar en el cual “me acredité como una excelente trabajadora y permanentemente eran pedidos mis servicios por oficiales adjuntos a DINA”. De acuerdo a la confesión, varias de las prostitutas que frecuentaban ese departamento eran de la policía secreta, pero “la mayor de las curiosidades de este ambiente, era que una de las pocas mujeres que iba y no era DINA, decía a su vez ser la mujer de un conocido traficante de cocaína, expulsado del país, que odiaba al gobierno”. Frente a ello, expresó que pudo tratarse de “una doble agente o lo que en DINA sabíamos que existía, una agente de control, de contrainteligencia”.

La OEA y Kissinger

En junio de 1976, se realizó en Santiago la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA), cuyo organizador fue un hombre muy cercano al régimen: el fallecido empresario Ricardo Claro, quien se preocupó de preparar un encuentro privado entre el dictador Augusto Pinochet y el entonces secretario de Estado de Estados Unidos, el todopoderoso Henry Kissinger, quien asistiría a la asamblea de la OEA.

Dicho encuentro era más que clave para Pinochet, que desde el año anterior venía sintiendo con mucha fuerza la presión de Naciones Unidas y Estados Unidos en materia de Derechos Humanos, lo que en 1975 había llevado al régimen a cometer la chambonada de enviar a Washington, a defender a la dictadura y su política de Derechos Humanos, a Manuel Contreras.

La reunión entre Pinochet y Kissinger finalmente se efectuó el 8 de junio de 1976 y de ella quedó una transcripción, que fue desclasificada años más tarde. Ambos compartieron sus impresiones respecto del comunismo y Kissinger alabó al entonces mandatario, señalándole que “en Estados Unidos, como usted sabe, sentimos simpatía por lo que usted está tratando de hacer aquí. Yo pienso que el gobierno anterior iba en la dirección del comunismo. Nosotros deseamos que a su gobierno le vaya bien”. Pese a esa declaratoria de amor, Kissinger no obvió lo que estaba sucediendo en el Congreso de su país, “acerca del tema de los Derechos Humanos. Como usted sabe, el Congreso está ahora debatiendo posibles restricciones a la ayuda a Chile. Nosotros nos oponemos”, luego de lo cual le dijo que esa tarde hablaría sobre Derechos Humanos ante la asamblea y que no atacaría directamente a Chile.

Pinochet respiró aliviado. En ese momento faltaban solo cuatro meses para el crimen del ex canciller Letelier en Sheridan Circle, muy cerca de la Casa Blanca, y el dictador respondió a Kissinger con un mensaje que, visto a la luz del tiempo y de los hechos, es incriminatorio respecto de ello: “Estamos regresando a la institucionalidad paso a paso, pero estamos siendo atacados constantemente por los Demócratas Cristianos. Ellos tienen una voz fuerte en Washington, no en el Pentágono, pero sí tienen acceso al Congreso. Gabriel Valdés tiene acceso. Letelier también”. Luego de ello recalcó nuevamente que, junto a Radomiro Tomic, “Letelier tiene acceso al Congreso. Sabemos que están entregando información falsa”.

Pese a que Kissinger evidentemente respaldaba a Pinochet, en paralelo se planificaba una operación de inteligencia que tenía por objetivo desacreditarlo, de acuerdo al relato de “Liliana Walker”, quien señaló que “se me ofreció que, con motivo de la conferencia de OEA, organizara un grupo de amigas-agentes para intimar con los principales delegados y obtener de ellos la mayor información posible en lo que respectaba a Chile. Debíamos, también, con el mayor tino y discreción, dejar la idea de que el coronel Contreras era una excelente persona, de gran capacidad y con un poder superior al que tuviera el Presidente”.

Siempre de acuerdo a ese documento, “en esta operación, la de mayor importancia que se me había encargado, traté de aplicar todos los conocimientos que había adquirido; seleccioné a las amigas, de preferencia aquellas más libres, e incluí a mi hermana”, señaló.

No obstante, las cosas no salieron como se planeaban, ni el principal objetivo cayó en la jugarreta de la DINA: “Como operativo de inteligencia lo de la OEA fue horrendo. Lo único trascendente fue una gran fiesta y tomatera escandalosa en un club de Gran Avenida, en la cual participaron delegados, funcionarios del ministerio, fuerzas de seguridad y nosotras. Todo lo anterior se hizo premeditadamente para vincular al señor Kissinger con actitudes escandalosas. Informado de lo que podría ocurrir, o al menos instruido, el señor Kissinger y Sra. no asistieron a la fiesta de Gran Avenida”.

El coronel Espinoza

Luego de un tiempo, “Liliana Walker” relató que comenzó a estrechar su relación con el segundo hombre de la DINA, el brigadier en retiro Pedro Espinoza, “al cual logré atraer bastante, generándose ciertas obligaciones mías de mujer hacia él”. Siempre de acuerdo al documento entregado a EE.UU., cuando Espinoza le encargó viajar a Estados Unidos junto a Fernández Larios, el primero advirtió al segundo que aunque deberían hacerse pasar por una pareja normal y dormir juntos, “estaré informado de todo lo que pasa, y si le tocas un dedo te mato”.

Ya en el avión con Fernández, este le preguntó qué sabía de Orlando Letelier y “comenzó a contarme antecedentes de la vida política de Letelier. En resumen, era un comunista con buenos contactos en Estados Unidos, que estaba perjudicando al gobierno chileno. Era tan canalla, que pronto se le quitaría de por vida su nacionalidad chilena. En definitiva, era un traidor a Chile”.

Pese a ello, cuando logró conocerlo en Washington se llevó una impresión muy distinta, pues lo recordó como “un hombre atrayente, varonil y (que) daba la sensación de un gran señor”. Por cierto, el objetivo inicial era seducirlo, con el fin de obtener información de inteligencia respecto de sus hábitos y costumbres, pero no lo consiguió.

Por el contrario, quien sí intentó intimar con ella en Estados Unidos fue Fernández Larios, a pesar de la advertencia que le había realizado su superior: “Me dijo que no comprendía a un hombre como Espinoza, que enviaba a participar en un crimen a la mujer que ama. Allí supe que de lo que se trataba era de asesinar a Orlando Letelier”.

Tras el atentado, relata que “tuve un periodo de vacaciones rentado por la DINA” y que el organismo la había retirado de sus “antiguas tareas”, a las que solo regresaba “cuando el bolsillo estaba débil”.

Sin embargo, a inicios de 1978 la presión de la justicia norteamericana por lograr la extradición de Contreras y de Michael Townley (el autor material del atentado) ya estaba a punto de reventar. En ese contexto, Espinoza citó a la mujer cierto día y le dijo: “Te tengo una excelente noticia, que dará gran tranquilidad. ¿Te acuerdas que tu pasaporte fue hecho en acuerdo con el Ministerio de RR.EE.? Pues bien, el encargado del ministerio me consta que ya no vive”, precisa el texto, en alusión al funcionario de la cancillería Carlos Guillermo Osorio, que Michael Townley confesaría había sido asesinado por saber demasiado. Lamentablemente, no fue el único, pues como diría la misma “Liliana Walker”: “No me consta, pero se hablaba de más de 10 asesinatos directos”.

El declive

Pese a que durante varios años siguió siendo funcionaria de la CNI, “Liliana Walker” afirmaba en su relato que al final “la CNI ya no me cancelaba nada” y que “incluso en los departamentos del centro, que se habían enterado de mis anteriores actividades, me empezaron a negar la posibilidad de trabajar, hasta que de frentón me echaron”. Ante ello, señalaba que “me incorporé al mundo sórdido de la prostitución, en otro nivel, donde era indispensable consumir alcohol, drogas y realizar todo tipo de locuras”, para lo cual comenzó a trabajar en un cabaret de calle Miraflores.

“Hoy pienso lo arriesgado que era esa actividad para mí, ya que no puedo garantizar si en medio de los efectos de los tragos o de las drogas, habría dicho cosas que me comprometieran. Al parecer, lo anterior aconteció, porque aproximadamente en el invierno de 1984 llegó al local un cliente que me buscaba. Compartimos varios tragos, indagó sobre mi real identidad, en forma absolutamente indiferente, y cuando ya era tarde me invitó a pasar la noche juntos. Acepté. De esa aceptación a septiembre de 1985 es muy poco lo que recuerdo. Puedo informar con absoluta seriedad que estuve en el psiquiátrico, en estado vegetal”, aseveraba.

Respecto de su confesión escrita, decía que “tengo la absoluta certeza que para los servicios de seguridad (FBI) y las agencias de inteligencia (CIA) poseo una importante información, la cual colaboraría con el esclarecimiento del crimen de Orlando”, agregando que para ello “sería fundamental establecer ciertos convenios con la autoridades norteamericanas, que me otorguen algunas inmunidades y por sobre todo una nueva identidad”.

Por cierto, ello nunca sucedió. “Liliana Walker” solo salió de su anonimato en abril de 1990, cuando Manuel Salazar, entonces editor nacional del diario La Epoca, la entrevistó y publicó un histórico titular que rezaba “Yo soy Liliana Walker”.

El doble agente

Antes de ello, sin embargo, un hombre que se identificó como Marco A. Linares Baseden, llegó el 10 de junio de 1988 a la embajada de EE.UU., diciendo saber quién era y dónde estaba “Liliana Walker”. Además, entregó una foto de ella, en la cual se la identificaba como “Mónica”.

Según la versión que Linares entregó en dicho momento, contenida en el cable desclasificado C05883350, su única motivación era ayudar a un amigo llamado “Raúl”, vinculado al Partido Radical, quien en esas fechas tenía una casa en Melipilla, donde habría estado viviendo “Liliana Walker”.

No obstante, el único “Raúl” que figura en la información recientemente desclasificada figura en el cable C05883473, en el cual se relata una conversación sostenida el 9 de noviembre de 1976 por el oficial político de la Embajada de EE.UU., Félix Vargas, con Pablo Keller, “líder juvenil” del Partido de Izquierda Radical (PIR) y una secretaria identificada como María Inés Ramírez, quien fue llevada ante Vargas por Keller.

Según el relato de Ramírez, su esposo, que en aquel tiempo trabajaba en la financiera “Solución”, era “muy buen amigo del agente de la DINA Raúl Baden”, el cual supuestamente había viajado a Vancouver (Canadá) una semana antes del atentado en contra del ex canciller. Desde allí, según Baden, debería viajar en auto a Washington, junto a un “superior” del gobierno y al igual que Townley, Fernández y “Walker”, “Baden mencionó que viajaría con un pasaporte con un nombre falso”.

Según ella, a fines de octubre se lo encontró de nuevo, pero Baden cambió la versión. Le dijo que había estado viajando, pero entre México y Argentina. Ella describió al sujeto como “alto, musculoso, con pelo levemente rojizo. Es de ascendencia alemana”.

Quizá lo más singular, sin embargo, es que “ella declaró que Baden perteneció al GAP (Grupo de Amigos Personales), los guardaespaldas de Allende”. Fue arrestado brevemente después del golpe, pero liberado pronto con un nuevo trabajo. Baden está obsesionado con las cosas materiales y el dinero. María Inés dijo de él que es un hombre sin principio y moral, un mercenario que se vende a sí mismo al mejor postor”.

por Carlos Basso


Orlando, en crudo

Fuente :quepasa.cl, 16 de Septiembre 2016

Categoría : Prensa

Los muertos son santos. Las más de las veces, sin embargo, los muertos no son santos. Orlando Letelier, asesinado hace 40 años en Washington DC, por encargo del régimen de Pinochet, no fue un héroe. Ex prisionero político, exiliado, bravo opositor y mártir. Un ser humano, como todos.

Mostrar trazos de la humanidad del ex embajador chileno en E.E.U.U. (1971-1973) y ex ministro de Salvador Allende, es una de las tantas gracias del clásico libro Assassination on Embassy Row (1980) de Saul Landau y John Dinges (Asesinato en Washington: El caso Letelier). Es, sin duda, la mejor investigación sobre el caso. Actualmente sólo puede ser encontrada en sitios web de libros usados. Un verdadero thriller político que hace sostener la respiración.
Releer el libro, con el foco en Orlando, el hombre, es revelador.

El día del golpe militar —11 de septiembre de 1973— Letelier no pudo ingresar al ministerio de Defensa que dirigía. Fue detenido y trasladado después a isla Dawson, en el Estrecho de Magallanes. Una isla solitaria a cinco horas de navegación desde Punta Arenas. Estaba junto a otros jerarcas del gobierno de Salvador Allende y soportaron, mejor o peor, las temperaturas antárticas y vientos que llegaban a los 120 kilómetros. Llegó a pesar 59 kilos con su 1,82 m de altura.

Tras un mes, cartas y fotos de familiares comenzaron a llegar al campo de concentración. Los detenidos las esperaban con ansias. Letelier, en cambio, no quería ni verlas. Hubiese preferido no recibir. Lo desconcentraban y entristecían. “Sobrevivir” era su mantra, lo repetía día y noche. Debía concentrarse sólo en él mismo. La nostalgia no servía para nada. Sin duda, fue el más pragmático de todo el campamento.

En Washington, la vida del exiliado Orlando Letelier —de 44 años en 1976—, no era glamorosa. Vivía en un chalet sencillo en un buen vecindario en los suburbios de Washington, pero con cuatro hijos y como empleado de una ONG, la plata casi no alcanzaba. Vivían con lo justo.

Él sentía miedo, sabía que lo espiaban. Como el más activo organizador de la oposición chilena al régimen militar en el exterior, le pisaban los callos. Aunque jamás imaginó que pondrían una bomba debajo de su Chevrolet Chevelle azul en plena Massachusetts Avenue. La policía secreta de Pinochet, la DINA, ya había iniciado la temporada de caza de sus objetivos internacionales. Letelier fue sólo uno, pero el que hacía más ruido y estaba mejor conectado internacionalmente. Sabía mover los hilos del poder político y contaba con la inteligencia para lograr que la voz del exilio chileno fuese escuchada en EE.UU., Europa y América Latina.

Poco fue el tiempo que le quedó para estar con sus cuatrohijos varones cuando eran niños. La cantidad de viajes que hizo para promover su causa, se lo impidieron. En ese época, sin embargo, un padre como Letelier era lo común.

Letelier era atractivo, pero en Washington la abundancia de hombres arios, altos y con mucho pelo, hacían que este abogado casi calvo, pasara desapercibido.

El hombre tenía un vicio. Era un fumador compulsivo que aspiraba hasta tres cajetillas de cigarros en un día. Insomne, lograba dormir hasta cinco horas en la noche. El resto del tiempo, fumaba.

Libre de tensiones, era un conversador encantador y sofisticado. Poseía charm (carisma) y wit (agudeza), dice el libro.

Parte de los 13 años que antes del exilio vivió en Washington, trabajó en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Esta experiencia fue su gran capital en el Hemisferio Norte. Era un latino, pero con un conocimiento y comprensión tan acabado de los estadounidenses, que —como embajador durante la UP— mantuvo el diálogo con Washington hasta el final, cuando el gobierno de Richard Nixon optó por secundar el golpe militar en Chile. Nunca perdió el respeto y los contactos dentro del gobierno.

En 1974, después de la vida semipolar en Dawson, Letelier pasó por el campo de detenidos de Ritoque y salió al exilio a Venezuela gracias a que su compadre Diego Arias, gobernador de Caracas, presionó al régimen chileno. La familia Letelier, sin embargo, demoró meses en llegar a acompañarlo. Estaba solo en el país tropical. En una fiesta se le acercó una bellísima millonaria venezolana. Era una mujer muy fina. “Caridad” fue el nombre de fantasía escogido por Landau y Dinges para referirse a ella. Letelier fue frágil. Venezuela quedaba lejos, había estado a punto de morir de frío e inanición, y seguía solitario en el exilio ¿Cómo detenerlo?

El intenso affaire con Caridad —describen los autores del libro— se extendió y provocó que con su esposa, Isabel Morel, se separasen cuando la familia completa se reunió en Washington. Instalado en un diminuto departamento de soltero, cerca de su oficina en Sheridan Circle, Letelier no había logrado dejar de verse con la otra mujer, pese a que se lo había prometido a su esposa.

Al final de sus días, en septiembre del 1976, ya estaban juntos y reconciliados con Isabel.

Uno de los inculpados en el crimen de Letelier, ocurrido el 21 de septiembre de 1976, fue el agente de la DINA capitán Armando Fernández Larios. Él voló a EE.UU. con la atractiva Liliana Walker, que en realidad se llamaba Mónica Luisa Lagos y era prostituta.

Ella —que trabajaba para la DINA— se acercaría a Letelier en algún lugar público de Washington para sacarle información. El plan decía que tenía que conquistarlo. “Aunque ese plan no se hizo así, la idea de la DINA fue porque Letelier —dice el periodista Dinges— tenía fama de mujeriego. Nosotros no lo escribimos así en el libro, pero lo recuerdo bien. Deben haberlo investigado”.

La debilidades de Orlando Letelier casi no están en Assassination on Embassy Row, dice John Dinges. “Hicimos un retrato favorable y expresamente poco inquisidor de Orlando. Saul Landau(el co-autor, fallecido) era su amigo y colega”. Pero la fineza para mostrar un rostro menos ideal de un mártir, se agradece.

Orlando Letelier, claramente no era un santo, ni tampoco un héroe, pero tenía humanidad para regalar.

por Andrea Lagos A.


La verdadera historia de cómo fue encontrada Liliana Walker

Fuente :interferencia.cl, 22 de Abril 2020

Categoría : Prensa

Después de los datos entregados por un informante confidencial, los periodistas del diario La Época lograron dar en 1990 con el domicilio de la agente de la DINA involucrada en los preparativos para asesinar a Orlando Letelier en Washington en 1976.

Alas 14 horas del domingo 15 de abril de 1990, uno de los móviles del diario La Época se acercó precavidamente a la esquina de las calles Amapolas y Montenegro, en el sector suroriente de la comuna de Providencia, muy cerca de Ñuñoa. Había llegado el momento de iniciar la aproximación definitiva al domicilio de Luisa Mónica Lagos Aguirre, la verdadera identidad de Liliana Walker Martínez, la desaparecida agente de la DINA involucrada en los preparativos para asesinar a Orlando Letelier en Washington en 1976. 

Varias semanas antes, una fuente confidencial -cuya identidad pertenece al campo del secreto profesional- se había contactado con el editor nacional del diario, el periodista Manuel Salazar -hoy redactor de INTERFERENCIA- para entregarle algunos datos sobre la misteriosa mujer. 

Al día siguiente, el periodista concurrió en la mañana, con una carpeta roja en sus manos como identificación, a un costado de la Quinta Normal donde se encontró con el informante. Éste le entregó un legajo con parte de la historia de Liliana Walker. Tras revisarlo en unos pocos minutos, Salazar concluyó que los datos allí incluidos eran suficientes para iniciar una investigación

Horas más tarde, el director de La Época, Emilio Filippi; el editor general, Ascanio Cavallo; y Salazar acordaron crear un pequeño grupo de investigación para verificar los datos recibidos e iniciar una nueva búsqueda de la mujer, protagonista clave de los preparativos para asesinar al canciller del presidente Salvador Allende en la capital de Estados Unidos.

El diario había reunido ya un material abundante sobre la misteriosa Liliana Walker y fue el primero en revelar el único retrato hablado de la mujer, publicado el 4 de febrero de 1989.

Salazar, quien encabezó la investigación, recurrió a una serie de fuentes que le permitieron en pocos días confirmar varios de los antecedentes entregados e iniciar la reconstrucción de los episodios más importantes de la vida de Liliana Walker.

Muy pronto el núcleo de reporteros que trabajaba en el tema supo de la azarosa vida que la Walker había tenido en su juventud y de su paso como bailarina por la televisión y diversos centros nocturnos de la capital. También se enteraron de sus vínculos afectivos y de su ingreso a un secreto grupo de agentes femeninas de la DINA, utilizadas para obtener información de hombres importantes en las diversas esferas de influencia en el Santiago de esos años.

Diplomáticos, empresarios, banqueros, altos oficiales de las fuerzas armadas, visitantes extranjeros, funcionarios internacionales, entre otros, fueron víctimas de las atractivas mujeres que formaban parte de aquella estructura de la DINA, que disponía de muy reservados departamentos en diversos sectores del centro y del barrio alto de la capital. 

Las indagaciones de los periodistas se efectuaron con extremo cuidado. Ninguna de las personas consultadas supo qué buscaban los hombres y mujeres de La Época.

A comienzos de abril ya casi no tenían dudas. Todo indicaba que la mujer buscada, Mónica Lagos Aguirre, era efectivamente la agente Liliana Walker.

Si iniciaron entonces los preparativos para abordar a la mujer y se previeron los riesgos involucrados en la operación. Filippi decidió sumar al equipo original al gerente general, Pablo Berwart, y al de producción, Rodolfo Raventós, para que se hicieran cargo de la logística. Cuando todo pareció a punto, se ordenó a Salazar iniciar la parte final de la tarea.

El momento decisivo

El barrio de Amapolas era muy tranquilo. La rutina semanal era casi tan apacible como la de una provincia, y los domingos no había otro movimiento que el de algunas visitas y los almuerzos familiares. Aquel 15 de abril, el frío otoñal mantenía a casi todos en sus casas. Nada en las calles flanqueadas de árboles, nadie en los jardines ni las puertas.

Salazar, el fotógrafo Alejandro Hoppe y el periodista Juan Gonzalo Rocha, llevaban ya 48 horas vigilando la zona donde se ubicaba una casa al fondo de un pasaje, rodeada de otras siete viviendas de dos pisos.

El editor nacional de La Época bajó del auto y se dirigió a la casa: Amapolas 4338 C. Una reja de mediana altura cerrada con cadena y candado separaba la propiedad del pasaje. Las cortinas de las ventanas estaban semi cerradas y una perra pequeña salió a recibir al intruso. 

El periodista pulsó el timbre y esperó. En el segundo piso se abrió una ventana y un joven de unos 18 años, moreno, preguntó: 

-¿Qué desea? 

-Buenas tardes. ¿Estará Mónica Lagos? 

-¿De parte de quién? 

-Quisiera hablar con ella. Es algo importante. 

-Un momento. 

A los pocos segundos el joven abrió la puerta de la casa y se acercó a la reja. 

– ¿Para qué sería? 

-Mire, es algo importante, que me gustaría hablar con ella… 

-Pero, dígame de qué se trata. 

-Es sobre un viaje que ella hizo a Estados Unidos. En verdad es algo que le va a interesar… Por favor dígale… 

-¿Quién es usted? 

-El periodista extrajo una tarjeta y la entregó al muchacho. 

-Espere un momento.

Ingresó a la casa con la tarjeta en la mano. A los pocos segundos salió. 

-Ella no está. 

-Dígale por favor que es muy importante que hable con ella. Es de vital importancia… 

-No está. Estoy solo con mi abuelita que acaba de almorzar. 

-¿Puedo hablar con su abuelita? 

El joven dudó un instante. 

-Por favor no insista. Mónica no está. 

-¿Puedo esperarla? 

-No sé cuánto se va a demorar. Vuelva mañana. 

-Pero… 

-Vuelva mañana, ¿ya? 

Y se alejó hacia la casa. 

El muchacho se había demorado demasiado poco en ingresar a la casa y salir con la respuesta. Había dicho que estaba solo con su abuelita y que ésta estaba acostada. Era evidente que alguien más había allí, y que se había negado. 

Vigilancia estrecha 

Había que tomar una decisión. Esa tarde, Juan Gonzalo Rocha recibió la orden más extraña de su carrera de 30 años en el periodismo: había que mantener estricta vigilancia sobre una casa desconocida, habitada por desconocidos, con fines desconocidos. Lo acompañaría Francisco Barrenechea, reportero gráfico. 

El auto quedó clavado frente al pasaje, todo el día. Una niña se acercó a Rocha al anochecer. 

-Dígame quiénes son; no se lo contaré a nadie. 

Los periodistas respondieron con evasivas. Es casi seguro que ella creyó que se trataba de policías. 

Pasó el domingo entero, y la madrugada del lunes. Mónica Lagos no llegó. Nadie llegó. Pareció evidente que la mujer estaba adentro. 

Al amanecer de ese lunes, Salazar retomó la vigilancia. Poco después de las 9, una mujer de unos 60 años salió de la casa. Llevaba una bolsa para el pan. Salazar se acercó a ella y la abordó. 

-Buenos días, señora. Usted es la madre de Mónica Lagos. 

-Sí, señor… 

 -Desde ayer estoy tratando de hablar con ella. Es algo importante… 

-¿Qué será? 

-Se trata de un viaje que ella hizo a Estados Unidos. Creemos que ella es Liliana Walker, que trabajó para la DINA… 

-¿Usted quién es? 

-Soy periodista del diario La Época. 

En los ojos azules de la mujer aparecieron unas lágrimas. 

-¿Por qué no vamos para la casa? Ella ha estado muy enferma, ha tratado de suicidarse varias veces, se cortó las venas… Hemos tenido que vender el auto y otras cosas. Nos va quedando sólo la casa… 

La mujer hizo ingresar a Salazar al antejardín. Al disponerse a traspasar la puerta de la vivienda, otra mujer lo impidió.  

-¿Quién es, mamá? ¿Qué quiere?…  

Estaba muy nerviosa. La mamá intentó explicar, pero la mujer insistió.  

-No, no. Váyase. Váyase, por favor. Mamá, cierre la puerta… No queremos…  

-Por favor, déjenme hablar con ella. Es muy importante saber si ella es quien creemos-, argumentó el periodista. 

La mujer se alteraba cada vez más. La madre temblaba. De pronto una voz se escuchó desde una habitación interior del primer piso. 

-Voy a salir, pero vamos a hablar afuera. 

"Entren a la casa" 

Una mujer rubia, delgada, con el pelo tomado en un moño, vistiendo un overol de mezclilla azul y con los ojos enmarcados por gruesas líneas de rimmel, enfrentó al periodista. 

-¿Qué quiere? ¿Quién es usted? ¿Puedo ver su credencial?… 

-Creemos que usted es Liliana Walker, la mujer que acompañó al capitán Armando Fernández Larios en Un viaje a Estados Unidos en los días previos al asesinato de Orlando Letelier… 

-Están equivocados… yo…. 

-Sabemos que usted salió a Estados Unidos desde la Posada El Salvador (en Eliodoro Yáñez con José Miguel Infante), que allí vivía con un hombre que se llamaba Charly Walker, que de él tomó el apellido, que usó… 

Desde dentro, la otra mujer pidió que se bajara el tono de la voz. 

-Mejor entren a la casa, para que los vecinos no escuchen-, dijo. 

El grupo ingresó al living, pero todos permanecieron de pie. El diálogo prosiguió por varios minutos. 

-¿Tiene miedo, no? -dijo el periodista, de pronto-. Si tiene desconfianza, dígame en quién podría confiar y yo lo traigo aquí. 

Mónica Lagos dudó. Pensó un minuto y dijo: 

-Alejandro Hales. ¿Puede traer a don Alejandro Hales? 

-Podemos intentarlo. Deme dos horas. 

El periodista salió de la casa y a través del rudimentario celular que usaba avisó a Ascanio Cavallo, que el contacto se había hecho.  

A los pocos minutos, el editor general salió desde la redacción del diario rumbo a la oficina del abogado Alejandro Hales. 

por Manuel Salazar Salvo


“Yo soy Liliana Walker”, la portada con que 'La Época' conmovió al país

Fuente :interferencia.cl, 23 de Abril 2020

Categoría : Prensa

Los periodistas y Alejandro Hales convencieron a Mónica Lagos de hablar. Tras corroborar la identidad de esta agente clave de la DINA en el asesinato de Orlando Letelier, fotografiar su pasaporte y llevarla a un hotel, el diario imprimió la portada con uno de los golpes periodísticos más recordados de su tiempo.

Pasado el mediodía del martes 16 de abril de 1990, ingresaron a la casa de Mónica Lagos, en la calle Amapolas, el editor general y el editor nacional de La Época, acompañados de Alejandro Hales. Esta vez quien abrió la puerta fue un hombre de unos 33 años, que se presentó como el hermano de la mujer. 

Ella se había cambiado de ropa. Lucía otro peinado y estaba maquillada.

–¿Don Alejandro, se acuerda de mi?

Alejandro Hales la miró detenidamente, tratando de rememorar su cara.

Mónica Lagos le recordó el nombre de una mujer que tiempo atrás se había suicidado. 

–Claro, claro. Ahora recuerdo –dijo Hales. 

Los periodistas propusieron que Mónica Lagos hablara a solas con Alejandro Hales. Lo que le dijera quedaría protegido por el secreto profesional del abogado. Casi una hora después, cuando los editores regresaron, la mujer comenzó a responder preguntas. Admitió su viaje con Fernández Larios a Estados Unidos en agosto de 1976 para preparar el asesinato de Orlando Letelier, reconoció su relación con la DINA, dio nombres y circunstancias. 

Antes de irse, Hales le recomendó decir la verdad. Descargaría un peso soportado por muchos años, encontraría el apoyo de otras personas, se sentiría más segura… 

En los meses previos la casa de la mujer había sido visitada por personas sospechosas, según la familia, y en toda la década del 80 Mónica había sido virtualmente abandonada por sus jefes y amigos de la DINA. No tenía trabajos ni ingresos, vivía en un estado de semi encierro y estaba consciente de que su vida no tenía mucho futuro. 

Esa tarde, Mónica Lagos narró extensamente a Manuel Salazar su participación en el caso Letelier. 

En la preparación del atentado a Letelier hubo que realizar la denominada inteligencia preoperativa. Había que ubicar el domicilio del objetivo, su lugar de trabajo, observar, registrar hábitos, rutinas, costumbres, identificar amistades, hacer croquis de los desplazamientos y otros detalles. Para esa tarea la DINA eligió al teniente Armando Fernández Larios. 

El coronel Pedro Espinoza, a cargo de la misión, le propuso a Manuel Contreras enviar a Washington, además, a una agente femenina que colaborara en el seguimiento de Letelier e incluso, posiblemente, atrajera a Letelier a una fugaz aventura amorosa que les daría buenos dividendos. Propuso a Mónica Lagos Aguirre, a quien ambos conocían de cerca. 

El equipo de agentes femeninas de la DINA estaba a cargo del mayor Rolf Wenderoth y de la mayor de Carabineros Viviana Palmira Almuna Guzmán. Se desempeñaban en el departamento de contrainteligencia, bajo el mando del mayor Vianel Valdivieso, amigo personal del director de la DINA. 

Las jóvenes y atractivas mujeres operaban en varios lugares, entre ellos dos departamentos, uno en calle San Antonio, entre Huérfanos y Merced; el otro, en calle Seminario, a la entrada de la comuna de Providencia. En ambos lugares efectuaban fiestas especiales para los jefes de la DINA o llevaban a importantes personajes públicos para conseguir información.

Luisa Lagos, de 23 años en 1976, rubia y ojos verdes, tenía un cuerpo que difícilmente pasaba inadvertido; piernas torneadas, caderas sinuosas, pechos generosos y mirada coqueta, eran sus principales atractivos. Había sido bailarina en Televisión Nacional y en el conjunto Onda Brava, un cuarteto que animaba las noches en los hoteles Carrera y Crillón. 

A comienzos de 1975 conoció a Vianel Valdivieso, quien le propuso colaborar con la DINA y ella aceptó. La joven, además, había sido alumna del teniente Fernández en las clases de tiro que éste dictó en la escuela de inteligencia de la DINA, en un recinto ubicado en el cajón del Maipo

El 25 de agosto de 1976, bajo las identidades falsas de Armando Faúndez y de Liliana Walker Martínez, la pareja viajó a Nueva York. El 8 de septiembre los siguió Michael Townley; en uno de los bolsillos de su chaqueta llevaba un pequeño frasco de perfume Chanel N°5 que contenía gas sarín.

El 9 de septiembre, Fernández Larios y Townley se juntaron en el aeropuerto Kennedy. En pocos minutos el primero relató todo lo que había podido averiguar sobre Letelier y le entregó al estadounidense varios mapas y planos. Poco después, Fernández y Mónica Lagos regresaron a Santiago.

Una misión periodística

A eso de las 17 horas, el vecindario de calle Amapola ya no daba más de curiosidad. Los autos que habían llegado al lugar, el movimiento de personas, radios, teléfonos celulares, eran demasiado para una zona apacible.

Alguien llamó a Carabineros. Un furgón con cuatro funcionarios al mando de un sargento se detuvo junto al auto de La Época. Los policías se aproximaron con pistolas desenfundadas y provistos de chalecos antibalas. 

El sargento pidió la identificación. Consultó a su unidad, devolvió las credenciales y preguntó que hacían allí.

–Misión periodística –contestó Juan Gonzalo Rocha, lacónico.

–¿Y dónde está la noticia aquí? –preguntó el policía.

–Más cerca de lo que usted cree y más lejos de lo que yo quisiera –respondió Rocha, recordando un viejo dicho campesino de su padre.

El policía se retiró con su gente.

No se podía esperar más. Mónica Lagos entendía que en cualquier instante el sector se llenaría de periodistas, policías y quien sabe cuántas personas más. Estaba dispuesta a hablar, a contar con detalles su historia y su pesadilla personal, pero bajo ciertas condiciones de seguridad. Temía a sus antiguos jefes de la DINA. 

Hablaría; pero fuera del hogar. La gerencia general y la gerencia administrativa del diario proporcionaron la solución: un lugar discreto y seguro. 

El propio gerente general, Pablo Berwart, se trasladó hasta la calle Amapolas para ayudar en la operación. El hermano de Mónica Lagos, Luis, decidió acompañarla. 

Pasadas las 19 horas, Berwart, Salazar y la mujer abordaron el taxi de Luis Lagos. Tras ellos partió un auto Nissan gris, con otros dos hombres de La Época. 

Había comenzado una carrera contra el miedo.

Ambos vehículos se dirigieron al centro de Santiago. Nadie los seguía. Se detuvieron en un estacionamiento ubicado en Diagonal Paraguay esquina de Portugal, junto a una estación de combustibles.

El grupo entró a uno de los edificios, subió las escaleras e ingresó a un departamento de dos ambientes. Muy luego llegarían al lugar provisiones suficientes para dos días.

Esa noche, Mónica Lagos continuó con su relato. Aceptó que se tomara una foto de su pasaporte, escribió el nombre "Liliana Walker" en una tarjeta de visita para facilitar un eventual peritaje caligráfico de Estados Unidos, y pidió que en esta primera dramática instancia se la llamara Luisa (su primer nombre), con la inútil esperanza de que sus vecinos no la reconocieran. 

Ni ella ni nadie podía sospechar en ese momento que Estados Unidos no tendría interés en su persona. Esa misma noche funcionarios de la embajada en Santiago recibieron la información de lo que estaba ocurriendo, pero no hicieron movimiento alguno.

En Amapolas continuó esa noche del lunes 16 la vigilia del móvil de La Época. Cerca de las 20 horas llegó un segundo furgón policial, esta vez de la Décimo Octava Comisaría de Los Guindos. Los funcionarios repitieron el procedimiento del primero, y se fueron.

A las 22, un nervioso vecino se acercó al redactor Juan Gonzalo Rocha. 

–Ustedes son de Investigaciones, ¿no es cierto? –preguntó. Y, sin esperar palabra, se respondió a sí mismo:

–No, si yo que sé que son. No me diga nada. 

Rocha, consciente de que es delito suplantar funciones, trató de ser evasivo: 

–¿Usted tiene algún problema?

–No, no, limpio como un yogurt. 

–Entonces no se preocupe. Somos gente honorable. 

–Lo que pasa es que mi mujer está histérica. Los niños no pueden dormir. 

–Váyase tranquilo. Esta noche dormirá resguardado. 

El vecino se retiró muy confortado. Tres horas más tarde, retornó. Rocha le habló primero: 

–Usted trae toda la cara de venirnos a ofrecer un café. 

–Efectivamente. Eso es lo que venía a hacer. 

El vecino se retiró y al poco rato volvió con su mujer, sus niños y la nana, en caravana, con sendos tazones de café, más cuatro sandwiches de huevo frito. 

–Ya sé que ustedes no pueden pasar a la casa, ¿no? –expresó la gentil señora. 

–Así es la vida –contestó Rocha, agradecido. 

El redactor pasó toda la noche allí, aunque ya no era necesario. A las 6 de la mañana llamó para pedir instrucciones. "A dormir", le dijeron.

Poco rato después de la salida de Mónica Lagos, y ante la inminencia de la publicación del golpe periodístico, ella pidió que la familia fuese sacada también de la casa, al menos por un día. El diario dispuso vehículos para todo el grupo: sus padres, dos hermanas y cuatro menores de edad, incluida su hija Paula, de 8 años. 

Partieron hasta un hotel céntrico, en calle Estado. Pero no estuvieron tranquilos. Su vida regular y apacible había comenzado a cambiar abruptamente. 

Pasada la medianoche comenzaron a rodar las prensas de la empresa donde se imprimía La Época, en avenida Pajaritos. Los camiones del diario partieron en la madrugada con los paquetes a recorrer el país, portando el mayor golpe noticioso de los últimos años: "Yo soy Liliana Walker". 

La cruda verdad 

A las 6.30 de la mañana del martes 17, Mónica Lagos encendió una radio para escuchar El Diario de Cooperativa. La voz de Sergio Campos repetía insistentemente la primicia de La Época. La mujer se intranquilizó. Su hermano salió a comprar el periódico. Al ver la portada del matutino, Mónica Lagos se estremeció y tuvo por primera vez una noción clara de lo que estaba enfrentando. Era la verdad, la cruda verdad, tanto tiempo escondida. 

Lo que vino después fue un torbellino, una frenética huida de los fantasmas del pasado y de las amenazas sombrías. La publicidad del caso era una buena protección, pero se necesitaba todavía más, mucho más: una protección oficial. 

Pasadas las 9, la familia anunció que no quería permanecer en el hotel y que prefería trasladarse a la casa de unos parientes. Otra vez el grupo fue trasportado fuera del centro.

En La Moneda también había inquietud. Salazar recibió un llamado del Ministerio del Interior. Le pidieron que acudiera a la sede de gobierno de la manera más discreta posible.

–Entra por los estacionamientos de la Plaza de la Constitución. Te vamos a estar esperando. Aquí está lleno de periodistas –le pidieron.

El editor nacional de La Época fue conducido a las oficinas del ministro del Interior, Enrique Krauss, quien lo esperaba con el abogado Luis Toro, jefe de la División Jurídica. El ministro quería conocer de primera fuente lo que estaba sucediendo con la buscada Liliana Walker.

Escucho atentamente y casi no hizo preguntas.

–A Lucho Toro le he pedido que se haga cargo de lo que haya que hacer. Él tiene toda mi confianza y la autoridad para proceder como estime conveniente –dijo Krauss.

Salazar se retiró del palacio de gobierno luego de acordar con Toro una visita al departamento donde estaba Mónica Lagos en las cercanías de las torres San Borja.

Esa mañana, el impacto de la revelación se dejó sentir en todos los ámbitos del acontecer nacional. Periodistas de todos los medios locales y de las agencias internacionales de noticias intentaban en vano conseguir algún dato que los condujera al paradero de Liliana Walker.

Empezaron entonces a circular los más diversos rumores. 

En la tarde, Salazar llevó hasta el departamento donde permanecía Mónica Lagos con su hermano y Alejandro Hoppe, fotógrafo de La Época, a Luis Toro y a Eduardo Vío Grossi, abogado del Ministerio de Relaciones Exteriores. Ambos investigaban el caso en niveles diferentes.

Durante dos horas Mónica Lagos abundó en pormenores de su trabajo en la DINA y sus diversas salidas al extranjero. También mostró el pasaporte con el que había viajado a Estados Unidos en 1978.

Primera entrevista formal

Esa noche, Mónica Lagos accedió a dar su primera entrevista a Salazar, formulada como tal y autorizada para publicarse exactamente en los mismos términos en que apareció en La Época el miércoles 18 de abril.

Mientras esto ocurría, la familia de Mónica Lagos había señalado que no podía permanecer en la casa de sus parientes. El equipo de apoyo los había trasladado a otro departamento en las inmediaciones del Parque Bustamante. Pero la situación volvía a hacer crisis: el lugar era muy estrecho para casi una decena de personas. Caía ya la noche del martes 17. Mónica Lagos se impacientó. Rechazó otra oferta sobre un lugar más seguro, pero para ella sola, y pidió estar junto con todos, padres, hermanos, sobrinos y su hija Paula. 

Por tercera vez en el día se movilizó todo el equipo de apoyo dispuesto por el gerente administrativo, Rodolfo Raventos. Ahora se dirigirían a un discreto lugar en la comuna de Vitacura.

por Manuel Salazar Salvo


El montaje chileno para implicar a Kissinger en un escándalo sexual

Fuente :helpwithdiy.com, 22 de Enero 2020

Categoría : Prensa

Detalles inéditos sobre las operaciones de la DINA surgen de los documentos desclasificados por el Departamento de Estado de Estados Unidos respecto del caso Letelier y la enigmática mujer –clave en el crimen contra el ex canciller– que usó la chapa de “Liliana Walker”, detrás de cuya historia aparece el retrato de una de las técnicas más perversas de la DINA: el uso de prostitutas de lujo como parte de sus métodos “antisubversivos”. 

En medio de un inédito documento almacenado por años por Estados Unidos, y que contiene una supuesta confesión de “Liliana Walker”, incluso aparecen antecedentes acerca de un montaje orquestado por la policía secreta de Augusto Pinochet, y que buscaba implicar a Henry Kissinger, el poderosísimo secretario de Estado de EE.UU., en un escándalo sexual en Chile.

Al respecto, el periodista que finalmente dio con la identidad real de “Liliana Walker”, Manuel Salazar, y que además ha investigado exhaustivamente a la DINA, señala que “Contreras sabía perfectamente la importancia de las mujeres bonitas en el trabajo de inteligencia. La decisión de armar la brigada femenina la tomó por sí mismo”. Del mismo modo, explica que al inicio “eligió a Ingrid Olderock para que las seleccionara y adiestrara”, aunque luego “se sumaron al entrenamiento algunos oficiales de inteligencia de la Armada y del Ejército”, los cuales adiestraban a dichas mujeres en Rocas de Santo Domingo y posteriormente en la Escuela de Inteligencia que creó la DINA en Cajón del Maipo.

Ya en servicio –agrega Salazar– operaban en diversos departamentos del centro y de Providencia. Varias de ellas vivían en las Torres San Borja. También trabajaban en los hoteles caros y frecuentaban algunos clubes nocturnos del barrio alto”.

El contexto

Para entender el contexto de toda la historia, es necesario ir a abril de 1990, fecha en que fue emitido el cable desclasificado C05883323, en el cual se relata que Arturo Román, en aquel entonces editor de La Tercera, dijo al agregado de prensa de la Embajada de EE.UU. en Santiago que un sujeto se le había aproximado el 04 de abril de ese año, ofreciendo dar a conocer la identidad de “Liliana Walker”, agregando que además poseía una “confesión” de esta, de 47 páginas de extensión.

La información que Román dio a conocer es muy similar a la historia que Clemente Ponce dio a oficiales políticos en varias ocasiones (aunque el documento que Ponce dio a la embajada es de 26 páginas)”, señala el texto, sin dar más detalles acerca de quién era Ponce.

Dicho cable, además, señala que Ponce visitó la embajada en varias ocasiones, incluyendo el 30 de marzo de 1990, fecha en la cual preguntó acerca de la respuesta a una oferta de Walker para “cooperar” con la investigación por el crimen, “a cambio de pago y asilo”.

La confesión de Walker

El documento de 26 páginas entregado por Ponce a los norteamericanos, y al que se alude en el cable anterior, está fechado en marzo de 1988. Se trata de un texto escrito a máquina y en español, firmado por una tal “Mónica Lagos Ledesma” (nombre que difiere de “Mónica Luisa Lagos”, con el cual fue identificada Liliana Walker por parte del diario La Epoca, el 17 de abril de 1990), quien se describía a sí misma como de “altura mediana, peso 52 kg, pelo rubio, cara redonda, ojos azules, tez blanca, con esqueleto grande (espaldas) y medidas anatómicas aproximadas 92-58-90”. Respecto de su personalidad, decía que hacia los 1975 y 1976 era “de carácter variable, con accesos de alegría a pena con gran facilidad, vehemente, algo frívola, muy aspectada por mi signo del zodíaco, fácilmente apasionable”.

Del mismo modo, reconocía “siempre me ha gustado vivir con las mayores comodidades, superiores a las posibilidades reales que he tenido, sin importarme los medios para alcanzar los bienes que anhelo ardientemente”.

Fue en medio de todo ello que “en una fiesta de unas amigas conocí a un oficial de Ejército, quien planteó que me conseguiría un trabajo en la Pesquera Arauco, donde yo tendría que ser ‘acompañante’ (así se me dijo al inicio) y que por eso se me cancelarían honorarios como funcionaria de esa empresa”.

La promesa se concretó y, según su versión, en la pesquera quedó bajo el mando de alguien que ella identificaba como un ex militar llamado Huber Fuchs. “Cuando se me necesitaba, me llamaban por teléfono y debía concurrir a los más variados lugares públicos”, relataba, agregando que “junto con los honorarios por acompañante, si tenía alguna información de interés para el señor Fuchs, se me daba una ‘propina’ superior a mis honorarios” y que “cada llamado me significaba sobre $3.500 como mínimo”, una pequeña fortuna para la época.

En la confesión, decía que a fines de 1975 se había dado cuenta “del sincero amor que sentía por Pato Walker”, aludiendo a un supuesto músico de ese nombre (que no es el actual parlamentario), cuyo apellido usaría posteriormente para crear el personaje de “Liliana Walker” y viajar a Estados Unidos junto al oficial de la DINA Arturo Fernández Larios, previo al crimen del ex canciller de Allende.

Asimismo, relata que en las mismas fechas se enteró de que ocurriría algo muy importante: “La conferencia de la OEA en Santiago, aquella en que me parece que vino el señor Kissinger. Lo último repercutió en el acceso definitorio mío a la prostitución y a la acción operacional en DINA”.

De acuerdo a su relato, “es muy importante para la comprensión del acceso a lo operativo de la DINA, describir el mundo de prostitución que viví, antesala de todo, repito, de absolutamente todo”.

Los departamentos de lujo

Según el texto, junto con el trabajo formal que tenía como escort pagada por la pesquera Arauco, comenzó a trabajar en otros locales, de algún modo manejados por la DINA. Según describe, “la mayor ‘casa de putas’ que ha existido en la historia de Chile estaba en calle Marcoleta, al cabrón le decían Memo”, local que según ella era frecuentado por oficiales de Ejército.

Asimismo, detalló que “los departamentos en que nos juntábamos eran tres. El primero está o estaba ubicado en Mosqueto casi al lado del restaurante Maistral; allí cumplimos nuestro trabajo y muchas de las veces obteníamos información interesante”.

El segundo departamento estaba en San Antonio con Merced, en los altos del café Dante, y era dirigido por una mujer llamada Carmen, que según “Liliana Walker” frecuentaba también las oficinas de la pesquera Arauco, así como las oficinas del coronel Jerónimo Pantoja (oficial de la DINA). La mujer afirmó que en el departamento de San Antonio “se ganaba doble, ya que la dueña aseveraba la existencia de informaciones interesantes; aun cuando estas no existieran, se inventaban y salía la ‘propina’ DINA”.

El tercer departamento al que acudía frecuentemente quedaba en Tenderini con Moneda, en un noveno piso, frente a las antiguas oficinas de La Tercera, lugar en el cual “me acredité como una excelente trabajadora y permanentemente eran pedidos mis servicios por oficiales adjuntos a DINA”. De acuerdo a la confesión, varias de las prostitutas que frecuentaban ese departamento eran de la policía secreta, pero “la mayor de las curiosidades de este ambiente, era que una de las pocas mujeres que iba y no era DINA, decía a su vez ser la mujer de un conocido traficante de cocaína, expulsado del país, que odiaba al gobierno”. Frente a ello, expresó que pudo tratarse de “una doble agente o lo que en DINA sabíamos que existía, una agente de control, de contrainteligencia”.

La OEA y Kissinger

En junio de 1976, se realizó en Santiago la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA), cuyo organizador fue un hombre muy cercano al régimen: el fallecido empresario Ricardo Claro, quien se preocupó de preparar un encuentro privado entre el dictador Augusto Pinochet y el entonces secretario de Estado de Estados Unidos, el todopoderoso Henry Kissinger, quien asistiría a la asamblea de la OEA.

Dicho encuentro era más que clave para Pinochet, que desde el año anterior venía sintiendo con mucha fuerza la presión de Naciones Unidas y Estados Unidos en materia de Derechos Humanos, lo que en 1975 había llevado al régimen a cometer la chambonada de enviar a Washington, a defender a la dictadura y su política de Derechos Humanos, a Manuel Contreras.

La reunión entre Pinochet y Kissinger finalmente se efectuó el 8 de junio de 1976 y de ella quedó una transcripción, que fue desclasificada años más tarde. Ambos compartieron sus impresiones respecto del comunismo y Kissinger alabó al entonces mandatario, señalándole que “en Estados Unidos, como usted sabe, sentimos simpatía por lo que usted está tratando de hacer aquí. Yo pienso que el gobierno anterior iba en la dirección del comunismo. Nosotros deseamos que a su gobierno le vaya bien”.

Pese a esa declaratoria de amor, Kissinger no obvió lo que estaba sucediendo en el Congreso de su país, “acerca del tema de los Derechos Humanos. Como usted sabe, el Congreso está ahora debatiendo posibles restricciones a la ayuda a Chile. Nosotros nos oponemos”, luego de lo cual le dijo que esa tarde hablaría sobre Derechos Humanos ante la asamblea y que no atacaría directamente a Chile.

Pinochet respiró aliviado. En ese momento faltaban solo cuatro meses para el crimen del ex canciller Letelier en Sheridan Circle, muy cerca de la Casa Blanca, y el dictador respondió a Kissinger con un mensaje que, visto a la luz del tiempo y de los hechos, es incriminatorio respecto de ello: “Estamos regresando a la institucionalidad paso a paso, pero estamos siendo atacados constantemente por los Demócratas Cristianos. Ellos tienen una voz fuerte en Washington, no en el Pentágono, pero sí tienen acceso al Congreso. Gabriel Valdés tiene acceso. Letelier también”. Luego de ello recalcó nuevamente que, junto a Radomiro Tomic, “Letelier tiene acceso al Congreso. Sabemos que están entregando información falsa”.

Pese a que Kissinger evidentemente respaldaba a Pinochet, en paralelo se planificaba una operación de inteligencia que tenía por objetivo desacreditarlo, de acuerdo al relato de “Liliana Walker”, quien señaló que “se me ofreció que, con motivo de la conferencia de OEA, organizara un grupo de amigas-agentes para intimar con los principales delegados y obtener de ellos la mayor información posible en lo que respectaba a Chile. Debíamos, también, con el mayor tino y discreción, dejar la idea de que el coronel Contreras era una excelente persona, de gran capacidad y con un poder superior al que tuviera el Presidente”.

Siempre de acuerdo a ese documento, “en esta operación, la de mayor importancia que se me había encargado, traté de aplicar todos los conocimientos que había adquirido; seleccioné a las amigas, de preferencia aquellas más libres, e incluí a mi hermana”, señaló.

No obstante, las cosas no salieron como se planeaban, ni el principal objetivo cayó en la jugarreta de la DINA: “Como operativo de inteligencia lo de la OEA fue horrendo. Lo único trascendente fue una gran fiesta y tomatera escandalosa en un club de Gran Avenida, en la cual participaron delegados, funcionarios del ministerio, fuerzas de seguridad y nosotras. Todo lo anterior se hizo premeditadamente para vincular al señor Kissinger con actitudes escandalosas. Informado de lo que podría ocurrir, o al menos instruido, el señor Kissinger y Sra. no asistieron a la fiesta de Gran Avenida”.

El coronel Espinoza

Luego de un tiempo, “Liliana Walker” relató que comenzó a estrechar su relación con el segundo hombre de la DINA, el brigadier en retiro Pedro Espinoza, “al cual logré atraer bastante, generándose ciertas obligaciones mías de mujer hacia él”. Siempre de acuerdo al documento entregado a EE.UU., cuando Espinoza le encargó viajar a Estados Unidos junto a Fernández Larios, el primero advirtió al segundo que aunque deberían hacerse pasar por una pareja normal y dormir juntos, “estaré informado de todo lo que pasa, y si le tocas un dedo te mato”.

Ya en el avión con Fernández, este le preguntó qué sabía de Orlando Letelier y “comenzó a contarme antecedentes de la vida política de Letelier. En resumen, era un comunista con buenos contactos en Estados Unidos, que estaba perjudicando al gobierno chileno. Era tan canalla, que pronto se le quitaría de por vida su nacionalidad chilena. En definitiva, era un traidor a Chile”.

Pese a ello, cuando logró conocerlo en Washington se llevó una impresión muy distinta, pues lo recordó como “un hombre atrayente, varonil y (que) daba la sensación de un gran señor”. Por cierto, el objetivo inicial era seducirlo, con el fin de obtener información de inteligencia respecto de sus hábitos y costumbres, pero no lo consiguió.

Por el contrario, quien sí intentó intimar con ella en Estados Unidos fue Fernández Larios, a pesar de la advertencia que le había realizado su superior: “Me dijo que no comprendía a un hombre como Espinoza, que enviaba a participar en un crimen a la mujer que ama. Allí supe que de lo que se trataba era de asesinar a Orlando Letelier”.

Tras el atentado, relata que “tuve un periodo de vacaciones rentado por la DINA” y que el organismo la había retirado de sus “antiguas tareas”, a las que solo regresaba “cuando el bolsillo estaba débil”.

Sin embargo, a inicios de 1978 la presión de la justicia norteamericana por lograr la extradición de Contreras y de Michael Townley (el autor material del atentado) ya estaba a punto de reventar. En ese contexto, Espinoza citó a la mujer cierto día y le dijo: “Te tengo una excelente noticia, que dará gran tranquilidad. ¿Te acuerdas que tu pasaporte fue hecho en acuerdo con el Ministerio de RR.EE.? Pues bien, el encargado del ministerio me consta que ya no vive”, precisa el texto, en alusión al funcionario de la cancillería Carlos Guillermo Osorio, que Michael Townley confesaría había sido asesinado por saber demasiado. Lamentablemente, no fue el único, pues como diría la misma “Liliana Walker”: “No me consta, pero se hablaba de más de 10 asesinatos directos”.

El declive

Pese a que durante varios años siguió siendo funcionaria de la CNI, “Liliana Walker” afirmaba en su relato que al final “la CNI ya no me cancelaba nada” y que “incluso en los departamentos del centro, que se habían enterado de mis anteriores actividades, me empezaron a negar la posibilidad de trabajar, hasta que de frentón me echaron”. Ante ello, señalaba que “me incorporé al mundo sórdido de la prostitución, en otro nivel, donde era indispensable consumir alcohol, drogas y realizar todo tipo de locuras”, para lo cual comenzó a trabajar en un cabaret de calle Miraflores.

Hoy pienso lo arriesgado que era esa actividad para mí, ya que no puedo garantizar si en medio de los efectos de los tragos o de las drogas, habría dicho cosas que me comprometieran. Al parecer, lo anterior aconteció, porque aproximadamente en el invierno de 1984 llegó al local un cliente que me buscaba. Compartimos varios tragos, indagó sobre mi real identidad, en forma absolutamente indiferente, y cuando ya era tarde me invitó a pasar la noche juntos. Acepté. De esa aceptación a septiembre de 1985 es muy poco lo que recuerdo. Puedo informar con absoluta seriedad que estuve en el psiquiátrico, en estado vegetal”, aseveraba.

Respecto de su confesión escrita, decía que “tengo la absoluta certeza que para los servicios de seguridad (FBI) y las agencias de inteligencia (CIA) poseo una importante información, la cual colaboraría con el esclarecimiento del crimen de Orlando”, agregando que para ello “sería fundamental establecer ciertos convenios con la autoridades norteamericanas, que me otorguen algunas inmunidades y por sobre todo una nueva identidad”.

Por cierto, ello nunca sucedió. “Liliana Walker” solo salió de su anonimato en abril de 1990, cuando Manuel Salazar, entonces editor nacional del diario La Epoca, la entrevistó y publicó un histórico titular que rezaba “Yo soy Liliana Walker”.

El doble agente

Antes de ello de todo lo relatado, sin embargo, un hombre que se identificó como Marco A. Linares Baseden, llegó el 10 de junio de 1988 a la embajada de EE.UU., diciendo saber quién era y dónde estaba “Liliana Walker”. Además, entregó una foto de ella, en la cual se la identificaba como “Mónica”.

Según la versión que Linares entregó en dicho momento, contenida en el cable desclasificado C05883350, su única motivación era ayudar a un amigo llamado “Raúl”, vinculado al Partido Radical, quien en esas fechas tenía una casa en Melipilla, donde habría estado viviendo “Liliana Walker”.

No obstante, el único “Raúl” que figura en la información recientemente desclasificada figura en el cable C05883473, en el cual se relata una conversación sostenida el 9 de noviembre de 1976 por el oficial político de la Embajada de EE.UU., Félix Vargas, con Pablo Keller, “líder juvenil” del Partido de Izquierda Radical (PIR) y una secretaria identificada como María Inés Ramírez, quien fue llevada ante Vargas por Keller.

Según el relato de Ramírez, su esposo, que en aquel tiempo trabajaba en la financiera “Solución”, era “muy buen amigo del agente de la DINA Raúl Baden”, el cual supuestamente había viajado a Vancouver (Canadá) una semana antes del atentado en contra del ex canciller. Desde allí, según Baden, debería viajar en auto a Washington, junto a un “superior” del gobierno y al igual que Townley, Fernández y “Walker”, “Baden mencionó que viajaría con un pasaporte con un nombre falso”.

Según ella, a fines de octubre se lo encontró de nuevo, pero Baden cambió la versión. Le dijo que había estado viajando, pero entre México y Argentina. Ella describió al sujeto como “alto, musculoso, con pelo levemente rojizo. Es de ascendencia alemana”.

Quizá lo más singular, sin embargo, es que “ella declaró que Baden perteneció al GAP (Grupo de Amigos Personales), los guardaespaldas de Allende”. Fue arrestado brevemente después del golpe, pero liberado pronto con un nuevo trabajo. Baden está obsesionado con las cosas materiales y el dinero. María Inés dijo de él que es un hombre sin principio y moral, un mercenario que se vende a sí mismo al mejor postor”.

Su nueva identidad

Este texto fue publicado en 2015 en El Mostrador. Posterior a ello surgió información que indica que Mónica Lagos cambió su nombre a Paula Anik Kaister de Dior. Pese a los apellidos, su certificado de nacimiento demuestra que es Mónica Luisa Lagos Aguirre, dado que sus padres son Francisco Arturo Lagos Cofré y Edelmira Mercedes Aguirre. 

Lagos/Kaister es, a su vez, madre de Paula Pavic Kaister, quien está casada con el extenista Marcelo Ríos Mayorga.

por Carlos Basso