.

Fellay Fuenzalida Jorge Roberto Luis – Memoria Viva

Fellay Fuenzalida Jorge Roberto Luis

Rut: 3301062-1

Cargos: Segundo Comandante del Regimiento de Infantería de Marina "Cochrane" Comandante del Campo de Concentracion Isla Dawson

Grado : Comandante

Rama : Armada

Organismos : Servicio de Inteligencia Naval (SIN)


Extracto: "Paginas en blanco, el 11 de septiembre en la Moneda"

Fuente :Libro: Paginas en Blanco, 29 de Octubre 2001

Categoría : Prensa

Fellay fue el oficial del campo de prisioneros de la Isla Dawson, a cargo de los detenidos del gobierno de la Unidad Popular.

El 27 de julio 1974, un ex detenido de Dawson, lo denunció durante una visita de la Comisión de Derechos Humanos de la OEA al campo de prisioneros de Ritoque.

Los ex prisioneros de la Isla Dawson lo describieron como un hombre de personalidad amenazadora y restrictiva.

Varias veces, les prohibió abrir la puerta de la barraca sin previo permiso.

"El que aparece, desaparece", solía gritarles. 

Fue comandante del Destructor "Blanco".


Extracto: En el Extremo del Mundo

Fuente :Libro: Paginas en Blanco, 29 de Octubre 2001

Categoría : Prensa

Este Capítulo ha sido elaborado en base de entrevistas realizadas con algunas de las personas que sobrevivieron al ataque a La Moneda, por sus declaraciones judiciales en diversos procesos, por la lectura acuciosa de los libros de Sergio Bitar "Isla 10" y el de Sergio Vuskovic Rojo "Dawson" y de la revisión de numerosas entrevistas dadas a diversos medios de prensa por sobrevivientes de la Isla Dawson, entre ellos la de Maximiliano Marihoz. En algunas oportunidades nos referiremos a las obras citadas al final del texto; en otras, pondremos entre comillas lo expresado por los sobrevivientes.

Nos parece importante empezar este capítulo con el testimonio de uno de los miembros del GAP que logró sobrevivir, pues él nos enfrenta dramáticamente con las innumerables técnicas de tortura que muy temprano se instalaron en Chile.

Se trata de Julio Hernán Soto Céspedes, quién fue uno de los choferes de los tres autos que llegaron con el Presidente Allende a La Moneda esa mañana. Esto es un extracto de la declaración que él realizó en octubre de 1999, ante el Juzgado Central de Instrucción Nº 5 de Madrid:

"El día 11 se septiembre de 1973 conduzco el auto en que viajaba el presidente constitucional de Chile, Salvador Allende, desde su residencia en Tomás Moro hasta el Palacio de la Moneda.

Una vez que llegamos a la Moneda nos dirigimos a los diferentes puntos de trabajo que estaban preasignados: los choferes teníamos que ir al garaje y dejar los coches en posición de salida para posibles emergencias y el resto de los escoltas ubicarse en sus puestos de guardia dentro de la Moneda.

Después de dejar el auto en el garaje (situado frente al edificio de la Moneda), me dirijo a la Moneda para recibir instrucciones e información de lo que estaba ocurriendo.

La información sigue siendo la misma: la Marina es la que está alzada contra el Gobierno de Salvador Allende…o sea, que estamos frente a un golpe militar y asumimos una actitud de defensa del Palacio de la Moneda bajo órdenes directas del Presidente Salvador Allende. Se me da orden de que debo ocupar el Ministerio de Obras Públicas. Esto debía hacerlo con los seis choferes que estábamos en ese momento, más dos compañeros de apoyo que vinieron a ayudarnos.

Nos mantuvimos en esa posición hasta cerca de las tres de la tarde, tiempo durante el cual intentamos impedir que la infantería pudiera tomar el Palacio de la Moneda por asalto. Después del bombardeo aéreo, hubo un ataque de tropas terrestres de infantería que tomaron la Moneda y se produce la salida y la toma de prisioneros.

Nosotros, desde Obras Públicas nos preparamos para tratar de salir de ese Ministerio mezclados con el personal que había en este lugar. Pudimos ver, desde nuestra posición, cómo sacaban a nuestros compañeros en condición de prisioneros e identificar algunos que son trasladados al Regimiento Tacna, entre los cuales se encontraban además Pablo Zepeda; Juan Osses y Hugo García. Estos se encuentran vivos en la actualidad.

Logramos salir mezclados entre el personal. Se nos exigió la entrega del carnet de identidad y se nos obligó a retirarnos por el sector de La Alameda dejándonos en libertad.

Desde ese día hasta el día 29 de septiembre de 1973 me mantuve en la clandestinidad colaborando con el refugio de dirigentes sindicales en la sede de embajadas extranjeras. A causa de esta tarea fui reconocido por personal de Carabineros en la Embajada de México al acompañar a uno de ellos. Fui reconocido debido a que este personal militar era el mismo que prestaba servicio de custodia en la residencia presidencia de la calle Tomás Moro.

Fui trasladado a la 24ª Comisaría de Carabineros, en Las Condes, Santiago. Allí fui sometido a los primeros interrogatorios por oficiales de Carabineros a los que podría llegar a identificar fotográficamente por no recordar los nombres.

Los interrogatorios se basaban en la obtención de información mediante la aplicación de torturas que consistían básicamente en la aplicación de la picana eléctrica o instrumento similar que producía quemaduras en los puntos donde era aplicada. También me produjeron quemaduras por la aplicación de cigarrillos sobre la piel. Con instrumental quirúrgico producían cortes en los laterales del rostro a la altura de las orejas, produciendo levantamiento de la piel y con la amenaza de producir el despellejamiento. Durante la noche del día 29 al 30 de septiembre de 1973, fui sacado de la celda donde estaba preso y trasladado a un patio interior. En dicho lugar se me tapó el rostro con una prenda de vestir y procedió a amarrarme a una pared. Una vez allí dieron instrucciones a lo que yo supuse era una pelotón de fusilamiento. El oficial a cargo dio la orden de fuego. En ese mismo momento recibí un golpe en el estómago y dicho oficial rió a carcajadas.

En el informe policial producto de los interrogatorios fui identificado positivamente como chófer de la presidencia, concretamente de Salvador Allende, y como miembro del GAP.

En la madrugada del día 30 de septiembre soy trasladado al campo concentración que estaba localizado en el Estadio Nacional donde me entregan junto al informe que había realizado el cuerpo de Carabineros en la Comisaría 24.

En el Estadio Nacional soy introducido en uno de los camarines usados como vestuarios por los deportistas. Allí soy interrogado por un grupo de cuatro oficiales que pertenecían a un organismo ad hoc de inteligencia conocido como Coordinación (integrado por los cuerpos de inteligencia del Ejército, Aviación y Carabineros, que fue el embrión de la después conocida DINA). Estos oficiales volvieron a reiterar los interrogatorios y los métodos. En este caso fui colgado por los pies del techo del camarín, con las manos atadas a la espalda con cuerdas y a cara descubierta. En esta posición era golpeado en forma permanente mediante patadas, puñetazos, golpes y simultáneamente golpes de corriente en cualquier lugar del cuerpo.

Este sistema se repetía sin solución de continuidad en todos los cambios de personal que supongo correspondían a los turnos militares. El interrogatorio se basaba explícitamente en tratar de conocer los lugares donde ellos suponían se encontraba almacenado armamento y en tratar de identificar a otros miembros de la custodia presidencial.

En una oportunidad fui sacado de la celda por los soldados de guardia y llevado a los baños donde restregaron mi cara contra los excrementos que allí había, obligándome a ingerirlos a causa de la asfixia. Simultáneamente era golpeado.

Estos métodos fueron aplicados durante aproximadamente una semana. En el período que pasé por este centro de detención el responsable militar del mismo lo identifiqué como el coronel Pedro Espinoza. Debo destacar que los oficiales y otro personal militar no llevaba placas de identificación personal de ningún tipo. Sin embargo llevaban uniforme con los galones con su grado militar a efectos de su propia organización interna".

Como lo hemos dicho, las primeras personas detenidas el día 11 de septiembre de 1973 fueron militares. El primero fue el Almirante Raúl Montero Cornejo, retenido en su domicilio de Santiago desde la medianoche del día 10 de septiembre.

En su libro "El día decisivo" Pinochet relata cómo hizo detener a su ayudante, el comandante Zavala. Fue el segundo militar detenido, siendo el tercero, el general Alberto Bachelet. Seguramente la reconstrucción de la historia entregará más nombres de militares que no aceptaron el golpe y a consecuencia de ello, fueron destituidos, perseguidos, hechos prisioneros y algunos torturados.

El primer civil detenido, fue posiblemente el Ministro de Defensa, Orlando Letelier del Solar quién al ingresar al Ministerio a primeras horas de la mañana fue aprehendido.

Esa mañana del 11 de septiembre de 1973, ciento nueve personas llegaron a La Moneda: funcionarios de gobierno, periodistas y asesores, ministros, médicos, familiares del Presidente Allende , miembros de la Secretaría, miembros de las Fuerzas Armadas, Carabineros, detectives y guardia civil del Presidente (GAP).

En el curso de esa mañana, varias de estas personas abandonaron el Palacio Presidencial por petición expresa del Presidente. Algunos, para seguir acompañándolo desde sus respectivos lugares de trabajo; otros, para cumplir tareas que les permitieran denunciar lo que estaba pasando. Muy significativo es el caso del jurista español Joan Carees, quién no quería abandonar al presidente en esos momentos. Allende le solicitó entonces, que se fuera, que salvara su vida para que "más adelante, él contara lo que había pasado en Chile e informara lo que en esos momentos estaba sucediendo". Ante esta súplica Joan Carees abandonó La Moneda. A través del tiempo, se ha demostrado que él cumplió y sigue cumpliendo lo que Salvador Allende le solicitó.

Sus hijas, Beatriz e Isabel, junto a otras mujeres, entre ellas, Verónica Ahumada, periodista, y Nancy Jullien, esposa de Jaime Barrios Meza, abandonaron el Palacio, cediendo a las exigencias de Allende que, enterado ya del inminente bombardeo de La Moneda, quiso salvar sus vidas.

Los acontecimientos, las palabras, las vivencias, emociones y dolores de las personas que abandonaron La Moneda están registradas en artículos y publicaciones de prensa, en libros, que años después de ese día se escribieron y que en la actualidad se siguen escribiendo.

Finalmente desde momentos antes de iniciarse el bombardeo al Palacio Presidencial quedaron junto al Presidente o en otras dependencias al interior de La Moneda un número importante de personas que decidieron permanecer junto a Allende. El inspector Juan Seoane expresó ante la Comisión Rettig "…Una defensa era imposible, había pocas armas, ninguna de ataque, creo que más que un acto de guerra, el permanecer ahí era un acto de dignidad…". Por su parte, en su libro "El día decisivo", Pinochet dice:

"…Allende quedó absolutamente solo, con excepción de un pequeño grupo de fanáticos que aceptó ciegamente una lucha para ellos, sin destino".

Después del bombardeo salieron por la puerta de Morandé 80 un grupo de ellos. Al salir a la calle fueron agredidos, obligados a tenderse en el suelo, con las manos en la nuca, amenazados de ser aplastados por un tanque e insultados vilmente. El general Javier Palacios ordenó que los médicos se identificaran y se pusieran de pie. Fueron liberados o enviados a sus casas, algunos con arresto domiciliario, los doctores Patricio Arroyo, Danilo Bartulín, Alejandro Cuevas, José Quiroga, Hernán Ruiz Pulido, Víctor Hugo Oñate y Osear Soto. Quedaron detenidos los doctores Patricio Guijón y Arturo Jirón, siendo ambos trasladados primero a la Escuela Militar y más tarde a la Isla Dawson. Patricio Guijón quedó bajo arraigo en Chile durante todos los años de régimen militar.

De los médicos liberados, dos son detenidos al día siguiente al presentarse voluntariamente al saber que sus nombres figuraban en un bando militar que les requería: Oscar Soto y Danilo Bartulín, siendo liberados a las pocas horas. Oscar Soto se asiló, en tanto el doctor Bartulín fue nuevamente detenido, enviado al Estadio Chile y posteriormente a Chacabuco. Luego de meses de prisión se ve obligado a abandonar el país. Los demás médicos fueron citados a mediados de octubre al Ministerio de Defensa a declarar. "Fuimos tratados con deferencia en la Fiscalía Militar. Allí nos interrogan adecuadamente y entienden que nuestra presencia en La Moneda era de orden profesional", relata el doctor Patricio Arroyo. Sin embargo, él fue detenido días más tarde a instancias del Fiscal del Servicio de Salud, doctor Díaz Doll, compañero de curso y de carrera, quién había hecho detener a innumerables médicos. Permaneció cincuenta y siete días detenido en un local de la calle Agustinas, en donde se encontraban más de cien médicos, en igual situación.

La presión ejercida sobre el equipo de médicos que cuidaban de la salud del Presidente continuó durante meses. Varias veces detenidos por días, interrogados en innumerables ocasiones con la intención de hacerlos declarar calumnias acerca de la vida privada de Allende, sucesivamente debieron partir al exilio Hernán Ruiz Pulido, Alejandro Cuevas, Víctor Hugo Oñate y José Quiroga.

Fueron trasladados al Regimiento Tacna los doctores: Enrique París, Jorge Klein y Eduardo Paredes. La historia de sus calvarios, de sus muertes y desaparecimientos fue narrada antes.

Sólo dos mujeres se encontraban en el grupo que salió por Morandé 80: Miria Contreras Bell y Marta Silva. Esta última era una mujer joven, secretaria de Daniel Vergara, a quienes los médicos encontraron en una Oficina de la Subsecretaría del Ministerio del Interior, sola y aterrada. Le pusieron un delantal blanco y fue sacada del lugar en una ambulancia hacia la Posta Central, de donde pudo escapar inmediatamente. Posteriormente salió al exilio.

Miria Contreras, Payita, en cambio, sale con el último grupo. Llevaba en el bolsillo de la chaqueta la Declaración de Independencia que se la había entregado momentos antes el Presidente Allende para que la salvara del incendio provocado por el bombardeo. En el primer piso, antes de salir por Morandé 80, un soldado le arrebata el pergamino y lo destruye, a pesar de los gritos de ella diciéndole de qué se trataba. Una vez en la calle, cuando todo el grupo es empujado a tenderse en el pavimento con los pies hacia la cuneta, y mientras pasan disparando desde el aire unos helicópteros, un soldado la hace ponerse debajo de la cornisa para que se resguarde de las balas, incluso le dice que se ponga las manos en la cara para protegerla. Gracias a ese soldado, que la separa del grupo, fue vista por el hermano del secretario del Presidente Allende, Osvaldo Puccio, el mayor de Sanidad Dental del Ejército y dentista del personal de La Moneda, Jaime Puccio quién había llegado temprano a La Moneda ese día. Por petición del Presidente Allende , salió del palacio, fue a su casa y se vistió con el único uniforme que tenía -el de gala- y regresó a La Moneda en los momentos en que los detenidos salían por Morandé 80. Cuando ve a Miria Contreras, tendida en el suelo, con un soldado encañonándola, le dijo que se pusiera tiesa, que se hiciera la muerta, y acto seguido le ordenó al soldado que llamara a la ambulancia que estaba en la esquina, diciendo: "…esa mujer está herida". Miria se pone tiesa, los camilleros la agarran de los pie y de las manos y la tiran a la parte de atrás de la ambulancia. La ambulancia se va sin detenerse hasta la Posta Central. Cuando los médicos se acercan para atenderla, ella les da su nombre y les dice que viene de La Moneda y que se tiene que ir. Pero el doctor Alvaro Reyes y una enfermera, se lo impiden y deciden protegerla.

Miria Contreras estuvo días peregrinando de casa en casa, sin poder comunicarse con sus hermanas, ni con sus hijos y más aún, ignorando la suerte corrida por su hijo Enrique. Finalmente, el embajador de Suecia Harald Eidelstam la rescató y la llevó a la Embajada de Cuba. Permaneció meses asilada. Finalmente logró salir del país en junio de 1974 hacia el exilio.

Esa mañana se encontraban además en La Moneda "Carlos Briones, Ministro del Interior; Clodomiro Almeyda, Ministro de Relaciones Exteriores; el Ministro de Educación, Edgardo Enríquez, los ex Ministros y hermanos José y Jaime Tohá; Hugo Miranda, Senador del Partido Radical y Aníbal Palma, ex Ministro de Educación", momentos antes del bombardeo, se trasladan al sector del Ministerio de Relaciones Exteriores, ubicado en el mismo edificio del Palacio de La Moneda. En las bóvedas del Ministerio soportaron el bombardeo. A las cinco de la tarde fueron sacados, en medio del humo y de las llamas del incendio, por la calle Morandé. Allí tuvieron el primer encuentro con las fuerzas militares. Algunos de ellos fueron conducidos al Ministerio de Defensa. Los trasladaron de piso en piso, de oficina en oficina, sin decidir qué hacer con ellos. Fueron así testigos que en el Ministerio de Defensa se encontraba personal de la Misión Norteamericana, trabajando en conjunto con los militares chilenos que dirigieron el golpe.

Previamente habían salido en horas de la mañana desde La Moneda hacia el Ministerio de Defensa como delegados de Allende, con la misión de parlamentar con los militares. Dice Pinochet en su libro "El día decisivo": "…el Almirante Carvajal me informa que se encuentran el Subsecretario Vergara y el Secretario Puccio y que son portadores de una serie de condiciones de Allende…además me comunica que han llegado numerosos funcionarios de la Unidad Popular. A medida que ingresan se les detiene. Así Vergara, Flores y Puccio, padre e hijo y otros quedan en calidad de detenidos".

Cómo, cuándo y en qué forma fueron tomados prisioneros, está relatado en numerosos libros. A nosotros nos interesa en este punto tan sólo destacar que todos ellos junto con las personas que fueron detenidas al salir de La Moneda, como el doctor Arturo Jirón, el periodista y asesor presidencial, Carlos Jorquera, y el doctor Patricio Guijón sobrevivieron.

La mayoría de ellos fueron trasladados al Ministerio de Defensa. En ese Ministerio "…un Teniente que se identificó con el apellido de Zamorano del Estado Mayor" les informó la calidad de prisioneros en que se encontraban y que serían trasladados a la Escuela Militar. Allí se les sumó Hernán Soto, Subsecretario de Minería, que había sido detenido en un control callejero.

Sergio Bitar, que se presentó voluntariamente junto con Jorge Tapia el día 13 de septiembre también fue trasladado a la Escuela Militar. "…Mi primera gran sorpresa fue ver a varios que los días 11, 12 y 13 se les daba por muerto o fusilados, se encontraban detenidos en la Escuela Militar…". Venían de La Moneda, Clodomiro Almeyda, Ministro de Relaciones Exteriores; Fernando Flores, ex Ministro de Economía; Patricio Guijón, médico; Arturo Jirón, médico; Orlando Letelier, Ministro de Defensa; Hugo Miranda, senador; Aníbal Palma, ex Ministro de Educación; Osvaldo Puccio G., secretario de Salvador Allende, Osvaldo Puccio H., estudiante de Derecho, Adolfo Silva, fotógrafo de La Moneda; Jaime Tohá, Ministro de Agricultura; José Tohá, ex Ministro de Defensa y del Interior y ex Vicepresidente de la República, Daniel Vergara, Subsecretario del Interior y Hernán Soto, ya mencionado.

En la Escuela Militar se encontraban o llegaron horas después. Orlando Budnevic, abogado; José Cademártori, diputado; Jaime Concha, ex Intendente de Santiago; Edgardo Enríquez, Ministro de Educación; Alfredo Joignant, Director de Investigaciones; Carlos Jorquera, Secretario de Prensa de Salvador Allende; Enrique Kirberg, Rector de la Universidad Técnica del Estado, UTE; Erick Schnacke, dirigente del Partido Socialista, Miguel Lawner, Director de la Corporación de Mejoramiento Urbano; Miguel Muñoz, funcionario del Banco Central; Carlos Matus, ex Ministro de Economía; Carlos Lazo, Vicepresidente del Banco de Estado; Luis Matte, ex Ministro de la Vivienda; Vladimir Arellano, Director de Presupuesto; Carlos Morales, ex diputado; Camilo Salvo, diputado; Aniceto Rodríguez, senador; Héctor Olivares, diputado; Julio Palestro, Gerente de la Polla Chilena de Beneficencia; Tito Palestro, Alcalde de San Miguel; Anselmo Sule, senador; Jorge Tapia, ex Ministro de Educación y de Justicia y Benjamín Tepliski, Secretario Ejecutivo de la Unidad Popular.

En la Escuela Militar los dejaron en piezas separadas. Sólo pudieron verse en las horas de comida, en esos momentos pudieron contarse lo que cada uno había vivido. En esos relatos se distingue nuevamente la oposición entre la dignidad y la brutalidad. Por ejemplo, José Tohá cuenta que cuando llegó a La Moneda se encontró con un militar que le preguntó: " Qué viene a hacer Ud. aquí, si este lugar va a ser bombardeado? contestándole "Vengo a estar junto al Presidente. Esa es mi responsabilidad".

Desde un principio los prisioneros viven la mentira, la falsedad, la tergiversación. Los militares, en tono de sorna, les dicen lo que según ellos habían encontrado en Tomás Moro, "…drogas y fotografías pornográficas…". Todos sabían "…por la relación con el Presidente, que era falso…".

Ya desde la Escuela Militar se inician los malos tratos, la violencia, "…la permanente hostilidad de los alféreces". El hostigamiento, los gritos de amenaza, la interrupción del sueño.

El día 15 de septiembre todo el grupo fue subido a buses, sin explicaciones. Nadie sabía hacia dónde los llevaban "…Los alumnos de la Escuela Militar que los custodiaban iban vestidos con trajes de batalla, con metralletas y granadas". "…Las advertencias que les hacían y las duras palabras pronunciadas eran de muerte "cualquier movimiento iba a ser objeto de disparo.. ante toda acción dudosa serían aniquilados". Bitar expresa en su libro "…Nuestras vidas corrían peligro" y el "sentimiento de muerte fue el más intenso que tuvimos".

En el aeropuerto de Los Cerrillos fueron entregados, entre vejaciones y golpes, al Grupo 7 de la Fuerza Aérea de Chile, que se encontraba allí. "Con groserías e insultos nos instaron a descender rápidamente". Al bajar de los buses los empujaban, los agredían, los amenazaban y algunos de sus guardianes pronunciaron las primeras palabras que demostraban la penetración del odio que anidaban en sus mentes, "…Así que tú querías destruir al país desgraciado". Los tironeaban, les rompieron sus ropas, los ultrajaban; era la deshumanización, la invasión del sí mismo, la agresión a la dignidad personal que así se iniciaba.

Sergio Bitar, en su libro (8) señala que "…a la distancia pude distinguir a un Oficial extranjero que observaba esta maniobra". Por su parte, Hernán Soto recuerda que: "Había un avión brasileño y en la losa oficiales de esa nacionalidad."

Todos, en una forma o en otra, relatan que la idea de la muerte inminente rondaba en sus mentes y frente a esta idea formas muy diversas de respuestas psicológicas surgieron en ellos: la toma de conciencia absoluta de lo que se vivía y por tanto la angustia consecuente o la negación de la realidad y la no realización de los significados, la no comprensión y a través de ella, la negación de la realidad que permite sobrevivir a "esos trágicos momentos".

En el aeropuerto los llevaron hacia un avión, los subieron y los ubicaron en el centro del mismo. Hombres con metralletas en las manos se instalaron a cada extremo. Cuando se inició el vuelo se dieron cuenta que se dirigían al sur.

¿Cuál iba a ser su destino? Nadie decía nada, ¿cuál era el propósito de todo eso? La comunicación, el diálogo humano había desaparecido, sólo existía el discurso de la amenaza y la violencia. "…Una sensación de pánico nos invadió a todos", especialmente cuando a los insultos y a los malos tratos, se agregó el silencio. Era un trato brutal, sin palabras, sin gestos, sólo el de los gritos, de los fusiles apuntándolos.

Al llegar a Punta Arenas, ya de noche, las armas se dirigían directamente al cuerpo de cada uno. Al descender, potentes focos los alumbraban, encegueciéndolos. Sólo adivinaban la presencia del numeroso contingente que los rodeaba. A esta estimulación luminosa y al robo de parte de su identidad, al fotografiarlos, se agregó enseguida la privación de la vista y del aire. Los encapucharon. A la pérdida del principal sentido de orientación del espacio cognitivo se agregó el ahogo, el desconcierto, la duda y en algunos el pánico y el terror. Era la apropiación por el otro de la libertad, de la vida. "La percepción de algo terrible" expresa Sergio Bitar, "se hizo agobiante". Todos tuvieron la vivencia inminente de la muerte, de que esos eran sus últimos momentos.

"En absoluto silencio fueron trasladados en blindados a unas barcazas". En uno de los carros acorazados, el disparo de un guardia hirió accidentalmente en una mano a Daniel Vergara, que fue llevado en esas condiciones a Dawson. "El no dijo nada. Guardó silencio, su mano sangraba".

Esta vez eran marinos, con metralletas, los que los custodiaban. Era la tercera rama de las Fuerzas Armadas que ahora se hacía cargo de ellos. Un Oficial les advirtió: "…Aquí no se puede hablar, no se puede conversar, no se puede dormir, nadie puede moverse..". Entre cada uno de las órdenes que daba, decía con voz fuerte "Right". Giraba apuntándolos con una metralleta a modo de amenaza. Algunos soldados estaban aterrados.

A las seis de la mañana llegaron a lo que más tarde reconocerían como la Isla Dawson, isla situada en el extremo sur de Chile, más allá del paralelo 54.

En la madrugada del 16 de septiembre la barcaza atracó a una playa desierta. Agotados, maltratados, fueron recibidos en medio de la nieve, de un frío intenso, en la semioscuridad por un nuevo contingente de las Fuerzas Armadas, "…estábamos agotados, tensos y entre nosotros Daniel Vergara herido…".

Caminaron varios kilómetros sobre el ripio y la nieve. Al llegar a una especie de ensenada los recibió el Comandante del campo Jorge Fellay (68). Para los uniformados, por las palabras que les dijeron, ellos eran como los generales de un ejército enemigo. Estos generales que "nunca tuvimos armas ni trajes de guerra y nuestros gestos y palabras jamás fueron voces de orden y ni menos de amenazas".

Las órdenes fueron trasmitidas a los prisioneros con palabras brutales, difíciles de asumir porque jamás antes las habían escuchado, "…si no obedecíamos, seríamos dados de baja inmediatamente…".

Treinta y seis personas fueron introducidas en una barraca de treinta y dos metros cuadrados. Por abrigo sólo les dieron una frazada. Era la base de la Compañía de Ingenieros de la Infantería de Marina, Compingin, construida con paneles prefabricados. El viento penetraba sin compasión. Ahí, encerrados e incomunicados, un sentimiento de irrealidad, del sin sentido, del desconcierto entre lo verdadero y lo desconocido los invadió.

"Un sentimiento de incredulidad me invadió, en pocas horas, nos habían cambiado la imagen de lo que pensábamos era Chile, algo increíble". Era la ruptura traumática con el medio de referencia habitual. Fueron individualizados con una letra y un número, con prohibición absoluta de tratarse por sus nombres o referirse a ellos.

Luego de cinco horas de encierro, en un lugar construido sólo para ocho personas fueron sacados a un patio con ripio, cercado con alambres de púas. El comandante Jorge Fellay, nuevamente les dirigió un discurso de amenazas, órdenes y restricciones. No podían ni siquiera abrir la puerta de la barraca sin antes pedir permiso para hacerlo. Las siguientes palabras que resultaron míticas fueron dichas a gritos, "el que aparece, desaparece".


Roll C-22561-2018: caso Aguero/Fisco de Chile

Fuente :Poder Judicial, 12 de Mayo 2020

Categoría : Judicial

1. Descripción del campo de concentración Compingim.

El Campo de Concentración Compingim estaba ubicado en la base de la Compañía de Ingenieros de Infantería de Marina (Compingim)) en la isla. Este campo de concentración había sido construido con anterioridad al 11 de septiembre de 1973, como parte del plan Martillo con el que la Armada participó en la preparación e implementación del Golpe Militar por la RMA en Magallanes. Compingim empezó a funcionar el mismo 11 de Septiembre de 1973 con la llegada de los primeros 60 prisioneros políticos que habían sido concentrados en Destacamento Cochrane de Punta Arenas para ser trasladados a Isla Dawson. Este traslado se llevó a cabo en la Barcaza Orompello de la Armada. El relato de un prisionero político ilustra el traslado de la siguiente manera:

“Rápidamente nos embarcaron en una barcaza de la Marina, sin saber nuestro destino y aproximadamente a las 18 horas de aquel fatídico día 11 de Septiembre de 1973, zarpamos con rumbo desconocido para nosotros. Nos ubicaron en diferentes lugares de la embarcación, apuntando a nuestras cabezas con sus fusiles- ametralladoras y tomando todas las medidas de seguridad imaginables. No debíamos hablar entre nosotros y cualquier movimiento de nuestra parte, significaba lisa y llanamente la muerte, según palabras de nuestros guardianes”

“Pasada la medianoche, la embarcación acostó y luego de un momento de espera, donde nos damos cuenta de la gran agitación existente, de los preparativos de desembarque y movimiento de armas, se nos ordena bajar a tierra. Esto lo hacemos a través de una estrecha pasarela, compuesta de un tablón que iba de la orilla del mar a la Barcaza y que se movía al ritmo de las olas, teniendo como primera consecuencia, que muchos compañeros cayeran al mar en una gélida noche, con viento de más de 100 kilómetros por hora. Además, habíamos sido encandilados con enormes focos que nos alumbraban desde la orilla de la Isla.

Nos hicieron marchar por un camino de piedras sólo recibiendo órdenes, consignas, amenazas y golpes de culatas de fusiles durante el trayecto. Los compañeros que habían caído al agua, temblaban de frío”.

“Delante de la columna de prisioneros, un camión con los focos encendidos nos iba señalando el camino, lo que nos permitía ver a través de luces y sombras la tétrica escena, solo comparable con los films de guerra que habíamos visto alguna vez…soldados apertrechados, tanto para el clima imperante, como para la labor que se les había encomendado…vigilarnos y matarnos si era necesario o si encontraban un pretexto para ello. La marcha era cerrada por otro camión que nos alumbraba por la espalda. El temor era generalizado pues no sabíamos donde nos conducían nuestros captores. El camino era de piedra y estaba lleno de placas de hielo que hacían más difícil nuestra marcha. El vaho que salía de nuestra respiración era el indicador del frío de aquella noche, donde la mayoría de los compañeros estábamos vestidos con ropas ligeras, inadecuadas para aquella experiencia.

Después de unos 40 o 50 minutos divisamos una construcción que se erguía en medio de la oscuridad.”

Este campo de concentración estaba a cargo del comandante de la base Compingim, el Capitán de Corbeta Jorge Fellay Fuenzalida y era asistido por el teniente Barriga. Alrededor de 80 magallánicos fueron confinados en Compingim. Desde el 16 de Septiembre de 1973, en este campo también se confinó a un grupo de dirigentes políticos del derrocado gobierno de la Unidad Popular (35 prisioneros). A su arribo al campo, los prisioneros fueron notificados personalmente por al Comandante Fellay que eran considerados prisioneros de guerra y que los desacatos a las órdenes militares serían severamente castigados y que cualquier intento de fuga sería castigado con la ley marcial. El campo de concentración Compingim estaba compuesto por cuatro barracas y carpas. Las barracas estaban ubicadas en una pequeña altura del terreno. Había además una construcción que se utilizaba como cocina y un pañol de herramientas. La entrada del campo de concentración estaba flanqueada por un portón. El entorno estaba cubierto por un cerco de latones de zinc y sendas alambradas de púas. El campo contaba con varias garitas de vigilancia con guardias que rotaban regularmente. Compingim era custodiado por guardias fuertemente armados apostados en lugares estratégicos afuera, dentro y en los alrededores del campo. Comandantes de las guardias militares rondaban dentro del campo acompañados con perros adiestrados

Los prisioneros políticos magallánicos estaban divididos en dos grupos confinados en dos diferentes barracas. Estas barracas tenían literas metálicas como camarotes que se alineaban en dos corridas una frente a otra, con un pequeño espacio de menos de medio metro como pasillo

Tenían un portón como única entrada y salida. Al fondo había una pequeña ventanilla que estaba tapiada. Cerca de las barracas de los prisioneros magallánicos, se levantaba una alta tapia construida con planchas de zinc y madera. Esta tapia separaba la prisión que concentraba a los prisioneros políticos que habían sido traídos del norte, constituidos por un grupo de connotado líderes nacionales del gobierno de la Unidad Popular.

No había agua corriente en este campo de concentración. Un riachuelo que corría en la parte afuera de la alambrada es utilizado como suministro de agua y para lavados. Las letrinas consistían en un puente formado por troncos y cercas de madera, las cuales estaban localizadas en el mismo riachuelo usado como fuente de agua. A cada prisionero se le suministró una sola frazada para cubrirse del frío. El uso de las letrinas se hacia bajo previa autorización y vigilancia de la guardia. La alimentación fue pobre y deficiente durante la mayor parte del funcionamiento de este campo. Generalmente eran restos de la comida del personal militar, mezclada con lentejas o porotos salados. Se comía en una carpa, donde se colaba el frío y el viento austral que congelaba a temperaturas que llegaban a 10 grados bajo cero.

C. Campo de Concentración Clandestino Galpón del Cochrane, Punta Arenas, 1973-1975.

1. Descripción del campo de concentración Galpón del Cochrane El Destacamento de Infantería de Marina Nº 4 “Cochrane” en Punta Arenas fue utilizado entre 1973 y 1975 como campo clandestino de concentración e interrogatorios de prisioneros políticos por las fuerzas armadas y agentes de sus servicios de inteligencia. El campo de concentración Galpón del Cochrane constituyó un importante eslabón en la implementación y la sistematización de la prisión política y la tortura de prisioneros políticos en Magallanes durante este periodo de la Dictadura militar. Este recinto esta ubicado en el sector de Río Los Ciervos, en el kilómetro 10 al sur de Punta Arenas. El comandante del Destacamento de Infantería de Marina Cochrane era el Capitán de Fragata Roberto Ramírez Olivari y el Segundo Comandante era el Capitán de Corbeta Jorge Fellay Fuenzalida, quien también era el Comandante de la compañía de Ingenieros de Infantería de Marina (Compingim) en Isla Dawson. El Destacamento Cochrane dependía de la III Zona Naval cuyo comandante era el Contra-almirante Horacio Justiniano Aguirre en Septiembre de 1973.