Alias:Quetropillán
Ubicación:Vía Naranja N°4925 Vitacura Región Metropolitana
Organismos:Dirección Nacional de Inteligencia (DINA)
Geolocalización: Google Maps Link
Descripción General
Categoría : Otra Información
La Brigada Mulchen de la DINA utilizaba varios recinto para la detencion y tortura de presos politicos. Uno de estos recintos era la casa de los agentes de la DINA Michael Townley y Mariana Callejas.
En este recinto, ubicado en Vía Naranja N°4925, Lo Curro, estaba una de las unidades de la Brigada Mulchen que llevaba el nombre "Quetropillán".
En este lugar funcionaba un laboratorio químico en el que ambos Michael Towley e Eugenio Berrios desarrollaron la versión chilena del gas sarín y otros venenos, como las toxinas botulínicas.
Este lugar aparecia oficialmente como el “Centro de Investigación y Desarrollo Técnico Quetropillán”. En este lugar fue tambien asesinado ell diplomático español Carmelo Soria, quien luego de ser detenido por falsos carabineros habría sido llevado al recinto de Vía Naranja.
Fuentes de información Consultadas: La Nacion; El Mostrador; CiperChile; Memoriaviva;
Caso Berríos: Los objetivos que persigue el juez en su viaje a Washington
Fuente :El Mostrador, 19 de Junio 2006
Categoría : Prensa
En la semana del próximo 10 de julio, el ministro en visita Alejandro Madrid, a cargo de investigar el asesinato del ex químico de la DINA Eugenio Berríos, tiene proyectado su viaje a Washington, EE.UU., para interrogar a uno de los estrechos ex compañeros de Berríos en la llamada unidad Quetropillán de este organismo represivo, el estadounidense Michael Townley.
Si bien este ex integrante del disuelto organismo de seguridad fue expulsado del país por orden de Augusto Pinochet, en marzo de 1978, su testimonio se transforma en “clave” para dilucidar los reales motivos para que Berríos se transformara en un peligro para el ex jefe de la junta militar, situación que llevó en última instancia a decidir su muerte.
Junto a ello, el magistrado tiene la intención de recabar antecedentes que constan en las investigaciones realizadas en la nación del norte con motivo del asesinato del ex canciller Orlando Letelier y su secretaria Ronnie Moffit en 1976, los cuales también entregarían luces sobre los vínculos internacionales con que actuó la ex DINA en el exterior.
Fuentes consultadas al respecto, explicaron que también esos antecedentes dan luces acerca de los proveedores de las materias primas con que se fabricaron dichos elementos, así como también la constatación de en cuáles crímenes fueron utilizadas esas sustancias fabricadas por estos ex agentes.
En la sentencia del ministro Adolfo Bañados, por el caso Letelier, se afirma que Virgilio Paz, un terrorista cubano condenado en Estados Unidos por su complicidad en el homicidio del ex canciller, estuvo en la residencia en Lo Curro de Townley, en compañía de Berríos y del dueño de casa. En el considerando número 106 del expediente se describe el inmueble, detallándose sus dependencias por medio de planos y fotografías.
Mariana Callejas -ex esposa de Townley- y otros funcionarios de la DINA relatan que en un nivel inferior, separado del cuerpo principal del edificio, funcionaba el laboratorio. La secretaria Alejandra Damiani declara que allí se realizaron experimentos para elaborar un compuesto venenoso que provocaba convulsiones y la muerte.
Unidad Quetropillán
Los antecedentes más recientes que se han recopilado en la investigación han confirmado que Townley, al igual que Berríos, pertenecían a la mencionada repartición de la ex DINA, la unidad Quetropillán, la cual era parte de la Brigada Mulchén y funcionó en la vivienda ubicada en calle Vía Naranja N°4925, domicilio de Townley y Callejas, que en ese entonces era su esposa.
Diversos testimonios dan cuenta de que la Quetropillán estuvo a cargo de la fabricación de armas bioquímicas, para lo cual contaban con un laboratorio totalmente equipado para dichos efectos. Entre otras sustancias, ahí se elaboró gas sarín, descubierto por científicos nazis durante la segunda guerra mundial, y se comenzó la experimentación con bacterias. De hecho, algunos de los ex uniformados que han comparecido recordaron que, en alguna ocasión, se produjo una explosión al interior del recinto y todos los presentes debieron abandonar la casa para no aspirar químicos peligrosos.
Pero también los encargados de estas tareas trabajaron ligados a las operaciones de la Brigada Mulchén, la cual habría estado integrada en la época por el brigadier (r) Jaime Lepe Orellana, el capitán (r) Guillermo Salinas Torres, coronel (r) Paulo Belmar, y el comandante Manuel Pérez Santillán, entre otros.
Caso Soria
Entre las operaciones llevadas a cabo por este grupo operativo se encontrarían el asesinato del diplomático español Carmelo Soria, quien luego de ser detenido por falsos carabineros habría sido llevado al recinto de Vía Naranja, donde se le habría dado muerte después de someterlo a distintos flagelos. Ex uniformados que han declarado ante Madrid aseguraron que, sólo después de eso, fue desbarrancado junto a su vehiculo, en el canal San Carmen.
Estos testimonios desvirtúan la autopsia que se le practicó el 16 de julio de 1976, la cual fue realizada por forenses del Instituto Médico Legal, quienes concluyeron que había muerto producto de los traumatismos producidos por el accidente de tránsito.
“Mi padre no muere por un traumatismo causado por un accidente automovilístico, mi padre muere porque le rompen la cervical, meten su cabeza entre dos peldaños de una escalera y lo jalan hacia atrás, es bastante horrible. Pero, también hay antecedentes de que se le aplicó gas sarín porque se le vio con convulsiones y falta de oxigeno”, ha sostenido en varias ocasiones su hija Carmen Soria al acusar falta de voluntad de los gobiernos de la Concertación para investigar este caso.
Asimismo, existen declaraciones que también atribuyen a la Brigada Mulchén ocupar estas armas químicas en el caso del Conservador de Bienes Raíces, Renato León Zenteno, del cabo de Ejército y ex agente de la DINA Manuel Leyton y en reos de la cárcel pública.
La reunión con Pinochet
En tanto, aunque el ex Auditor General del Ejército, general Fernando Torres Silva, es uno de los pocos que ha negado la existencia de una reunión convocada por Augusto Pinochet para tratar la situación de la investigación por el asesinato de Letelier, sustanciado por el ministro Bañados, hay varios testimonios que han confirmado la existencia del encuentro.
En octubre de 1991, mientras se encontraba de viaje en Iquique, el entonces comandante en jefe del Ejército convocó a una reunión a un grupo de generales, entre los cuales se encontraban Torres Silva, el director de la Dirección de Inteligencia (DINE), Hernán Ramírez Rurange, el jefe del Estado Mayor, Rodrigo Sánchez Casillas, el general Sergio Moreno y el general Jorge Ballerino, entre otros.
La cita se llevó a cabo un día sábado en la residencia de los comandantes en jefe, ubicada en calle Presidente Riesco, comenzando a eso de las 20.30 horas, según declaraciones de testigos.
Antes de convocar al encuentro, Pinochet encargó a funcionarios de la Auditoría General del Ejército (Auge) la elaboración de una minuta que resumiera todos los avances que estaba obteniendo el juez Bañados en la investigación Letelier, así como los escenarios posibles que podrían ocurrir con la declaración de testigos claves, como era considerado Berríos.
Ya con esta información en su mano, el objetivo del ex jefe militar habría sido sondear el grado de lealtad de estos funcionarios de confianza, ya que preguntó los mismos antecedentes que tenía en conocimiento, mientras un integrante de la Auge debía asentir o negar discretamente ante las respuestas dadas por los uniformados.
Según estas versiones, la instrucción para todos los asistentes fue mantenerlo al tanto del mencionado proceso en forma diaria, mientras que respecto a la orden que habría dado Pinochet para sacar a Berríos del país, no hay dudas que fue instruída en forma directa al ex director de la DINE.
Vuelco en Caso Calama: cómo la CNI intentó financiarse a sangre y dinamita
Fuente :Ciperchile, 15 de Diciembre 2008
Categoría : Prensa
El ministro Alejandro Madrid sigue arrojando sorpresas. A punto de terminar la pesquisa sobre la extraña muerte de Eduardo Frei Montalva, acaba de concluir una investigación que entrega una nueva versión sobre el robo de una sucursal bancaria en Calama, que terminó en 1981 con dos empleados dinamitados y un botín de $45 millones desaparecido. Los autores, dos agentes de la CNI, fueron fusilados y su jefe, el mayor Juan Delmas, se suicidó. El equipo policial de Madrid descubrió que Delmas fue asesinado por otros hombres de los aparatos represivos –tal como en las mejores historias de espías- para impedir que se develara que el robo fue parte de un plan organizado por los propios mandos CNI para financiarse. Y para ello debieron seguir matando a otros agentes, crímenes que hoy son investigados por un juez de Arica. El factor común: la temible Brigada Mulchén, hasta ahora intocable, la que siguió operativa años después de su disolución en 1977.
La historia oficial dice que la penúltima vez que se aplicó la pena de muerte en Chile fue el 22 de octubre de 1982. Ese día fueron fusilados los agentes de la CNI Gabriel Hernández Anderson y Eduardo Villanueva Márquez. Ambos robaron $45 millones de la sucursal Chuquicamata del Banco del Estado luego de dispararle en la nuca a dos ejecutivos de esa oficina y dinamitarlos en pleno desierto el 9 de marzo de 1981. Detenidos en junio de ese año, fueron condenados y –contra todo pronóstico de la época- finalmente fusilados en la cárcel de Calama. Un cómplice de ambos, Francisco Díaz Meza, fue condenado a presidio perpetuo y hace cuatro años obtuvo el beneficio de la salida diaria. El jefe del grupo y de la CNI de Arica, el mayor Juan Delmas, apareció muerto en el desierto. Suicidio, concluyó la justicia. Con esos datos, el caso quedó cerrado.
Pero 27 años después, una nueva investigación judicial revela que éste fue mucho más que un robo y homicidios impactantes. Con un botín equivalente a $ 830 millones de pesos de hoy, fue el primer y frustrado intento de una cadena de asaltos que planificó la CNI para financiar la represión y la ampliación de sus operaciones al exterior. En momentos que la economía se derrumbaba y la oposición comenzaba a organizar las primeras protestas y un paro nacional, asegurar financiamiento para mantener el miedo fue prioritario.
La nueva pista asomó cuando rastreando el uso que hizo del mortal gas sarín la Brigada Mulchén de la DINA, se investigó –esta vez de verdad- el extraño suicidio del mayor de Ejército y jefe de la CNI en Arica en 1981, Juan Alberto Delmas Ramírez, quien quedó caratulado como el jefe del estremecedor robo. La trama oculta indica que, como sus autores fueron descubiertos, la CNI decidió eliminar a quienes podían destapar el plan de “financiamiento”. El primero de la lista fue Delmas. El ex integrante de la Brigada Mulchén de la DINA, no se suicidó: fue asesinado de un tiro en la cabeza. En los días y meses siguientes también fueron ultimados al menos otras tres personas –entre ellas el cuñado de Delmas, que también era agente de la CNI- en diversos puntos del país.
Esto fue lo que descubrió en una exhaustiva investigación el juez Alejandro Madrid al develar la masiva cacería humana contrarreloj ordenada por los altos mandos de la CNI y de la Dirección de Inteligencia del Ejército (DINE) apenas se enteraron de que Hernández y Villanueva –los dos asesinos de Calama y agentes de la CNI- habían confesado actuar por órdenes de Delmas, su jefe zonal. Tres días después de que se hiciera pública dicha confesión, Delmas apareció con el cráneo perforado en pleno desierto. La versión del “suicidio” dejó las cosas hasta ahí, nada más se sabría sobre el Caso Calama. Un fleco quedó para el misterio: los cerca de $15 millones del botín que nunca aparecieron.
Lo que ocurrió entre el día de la desaparición de Delmas (12 de junio de 1981) y el hallazgo de su cadáver (15 de junio), es la historia no contada de una operación secreta en la que aparecen como protagonistas algunos de los más connotados represores de la dictadura: Francisco Ferrer Lima (Caso Tucapel Jiménez y caso Berríos), Marcelo Moren Brito (Caravana de la Muerte y Villa Grimaldi, entre otros), Carlos Parera Silva (ex jefe del Departamento Exterior de la DINA, Caso Boinas Negras de Peldehue) y Raúl Eduardo Iturriaga Neumann (Ex jefe del Departamento Exterior de la DINA, Brigada Mulchén y Purén, Casos Prats, Leighton, Dagoberto San Martín; por este último estuvo prófugo casi dos meses el año pasado). El reparto de una historia de terror.
El deportivo rojo de dos puertas
Cuando Delmas llegó a Arica como jefe de la CNI, después de disolverse la DINA en 1977, iba acompañado de una leyenda. Experimentado comando de elite, experto en inteligencia y en manejo de explosivos, en 1976 fue uno de los ejecutores del crimen de Carmelo Soria junto a sus compañeros de la Brigada Mulchén. Una noche de julio salió desde el cuartel de la DINA en Lo Curro, donde vivían Michael Townley y Mariana Callejas, disfrazado de carabinero y a bordo de un vehículo –en el que iba el cadáver de Soria– junto al hoy ex brigadier Jaime Lepe, quien escalaría alto al convertirse a comienzos de los ’90 en secretario privado de Augusto Pinochet y secretario general del Ejército.
La Mulchén adquirió experiencia en muertes que no dejan huella por el uso del letal gas sarín. El veneno ya había sido “probado” en los asesinatos del conservador de bienes raíces Renato León Zenteno (1976) y del cabo Manuel Leyton (1977), ejecutado por violar el pacto de silencio y ventilar los crímenes de la DINA. La marca registrada de la Brigada Mulchén tuvo como otra de sus víctimas al propio Delmas, al químico Eugenio Berríos (1993) y al coronel Gerardo Huber (1992). La lista sigue sumando nombres. Pero en Arica muy pocos sabían el verdadero nombre de Delmas. Operando bajo la identidad falsa de “Carlos Vargas Casella” se hizo conocido en la zona. La chapa era un guiño al hoy retirado teniente coronel del ejército uruguayo Tomás Casella Santos, involucrado en el secuestro y asesinato de Eugenio Berríos en Uruguay.
Muchos de sus subordinados han declarado que “Carlos Vargas” contaba con múltiples contactos en la frontera y en Perú y tenía un alto ascendiente en las filas. Incluso algunos han dicho –más de veinte años después- que lo consideraban su “formador” y “un líder al que todos seguían”. Bajo su mando, hicieron cursos de comando, buzo táctico y entrenamiento para operaciones de infiltración y combate, dada la cercanía con Perú.
“Carlos Vargas” no pasaba inadvertido. Se desplazaba por Arica y sus alrededores en su deportivo Mazda 929 rojo de dos puertas. Y los ojos se centraron en sus desplazamientos cuando se supo que dos de sus subordinados -Gabriel Hernández Anderson y Eduardo Villanueva Márquez- eran los autores del robo al Banco del Estado de Chuquicamata. Ambos convencieron al jefe y cajero de la sucursal de que iban a simular un asalto ya que un reciente robo les obligaba a aumentar las medidas de seguridad.
En una declaración judicial hoy olvidada, Hernández Anderson declaró el 3 de agosto de 1982 –poco más de dos meses antes de morir fusilado-, que Delmas lo visitó en Calama en enero de 1981, para ordenarle que participara “en una importante misión en beneficio y ayuda para el servicio”. La explicación que según Hernández le dio Delmas fue clara: “La CNI se encontraba desfinanciada a nivel nacional, porque todo el envío de agentes del servicio, tanto de oficiales, personal de planta y empleados civiles a las embajadas del extranjero en distintos países debieron ser canceladas por el mismo servicio, siendo que esto correspondía hacerlo al Ministerio de Relaciones Exteriores”. También hizo mención a que se habían suspendido “las contrataciones de personal, reencasillamiento y otras medidas atingentes al orden económico”.
La declaración de Hernández no fue considerada ni por jueces ni policías. Y ello, a pesar de que a comienzos de 1981 todo indicaba que la economía tambaleaba. El recorte fiscal se generalizó, pero no alcanzó a la CNI. Cuando en 2007 la ministra Amanda Valdovinos investigó los flujos y usos de gastos reservados que manejaba la dictadura, descubrió que sólo en el ciclo 1979-1984 se asignaron al organismo represor unos 13 mil millones de pesos, según declaró el ex ministro Sergio de Castro. Informes oficiales incautados en distintos procesos indican que tanto Pinochet como los altos mandos de la CNI sabían que a mayor crisis económica, más importante sería la rebeldía que ya se empezaba a palpar en las calles. Con la cesantía en alza, no había presupuesto que alcanzara para pagar a informantes y agentes suplementarios que la CNI requería con urgencia para bloquear el paro nacional que en esos días organizaba el líder sindical Tucapel Jiménez.
La necesidad de reforzar la represión determinó que Pinochet sacara del mando de la CNI al general Odlanier Mena, quien reemplazó a Manuel Contreras luego de los coletazos del caso Letelier (consumando así una lucha a muerte entre ambos), y en su lugar nombrara al frío y obediente general Humberto Gordón. Para los sucesos de Calama, Gordón ya le había dado un nuevo impulso a la acción represiva, sepultando la interdicción que pesaba sobre los hombres más duros de Contreras.
Lo anterior abre nuevas interrogantes para el juez titular del 2° Juzgado de Letras de Arica, Julio Aguilar, que deberá concluir ahora el proceso. Y la más importante es el destino de los entonces $15 millones del botín del banco de Chuquicamata que nunca aparecieron, unos $278 millones de hoy. La pista que podría probar cuán institucional fue la decisión de allegar fondos en forma ilícita a la CNI, o si se trató de una pantalla para encubrir actos de corrupción. Sobre eso, Madrid adelantó en gran parte el camino.
La sangrienta “Teletón” de la CNI
Hernández Anderson y Villanueva Márquez siguieron al pie de la letra las instrucciones de Delmas. El día del crimen se hicieron acompañar por el taxista Francisco Díaz, quien sólo la jornada anterior se había incorporado a la CNI, aceptando una vieja oferta. Luego de dinamitar al jefe de la sucursal del banco (Luis Martínez Araya) y al cajero de la misma (Sergio Yáñez Ayala), se repartieron una pequeña fracción del botín: $200 mil para Díaz, $100 mil para el ex CNI Juan Arenas Cortés y $300 mil para Delmas. Los dos homicidas también se dejaron montos menores para cada uno, le entregaron unos $8 millones al hermano de Villanueva y escondieron el grueso del dinero en distintos lugares, usando bidones.
El grupo alcanza a disfrutar poco más de tres meses del secreto y de la plata. En ese período Delmas incluso recibe en Arica a Augusto Pinochet, quien llega de visita unos 15 días antes de que se descubra el crimen: junto con personal de la CNI, el mayor forma el segundo anillo de seguridad durante los tres días que el dictador permanece en la ciudad.
La versión más conocida dice que Hernández y Villanueva cayeron por los típicos errores: Villanueva gastaba en regadas fiestas en las que incluso pagaba a músicos para que le cantaran “El Rey”, la misma canción que tanto le gustaba a Pinochet. Además, el rumor de música fuerte y una orgía con prostitutas en el empobrecido poblado de Chiu Chiu corrió rápido. Pero en su pesquisa, el equipo del juez Madrid se encontró con la sorpresa que el crimen fue resuelto casi por casualidad.
Son policías civiles de Calama los que detienen a comienzos de junio al taxista Díaz por un asunto menor y ajeno al crimen. Al registrar su auto, aparecen gruesos fajos de billetes, cuyos números de serie coinciden con los que ya estaban encargados tras el robo al banco. Al poco rato, el detenido confiesa y pone los nombres de sus nuevos jefes sobre la mesa.
Hasta ese momento, los empleados bancarios llevaban casi tres meses desaparecidos, al igual que los $ 45 millones. Y según la prensa partidaria de la dictadura eran los responsables del robo. Con la confesión de Díaz, los policías tenían a dos cadáveres dinamitados por encontrar y una bola de fuego en las manos que les podía costar la cabeza. Deciden telefonear al entonces prefecto Víctor Lillo Monsalve a Arica, y soltar la bomba recurriendo al viejo truco de “Jefe, le tenemos una noticia buena y una mala”. Eran casi las 4 de la mañana y al otro lado del teléfono el prefecto elige saber primero la buena.
– La buena es que tenemos resuelto el robo al Banco del Estado.
– Excelente. ¿Y la mala?
– Es que fueron los “Charlies” (clave para “CNI”).
Lillo dispone terminar la investigación en la más completa reserva: sólo avisaría a la CNI cuando tuviera todo amarrado. Para eso basta que Díaz aparente cumplir las órdenes que le habían dado: que cada 15 días cambiara la plata en Perú por soles, y de regreso al lado chileno de la frontera la volviera a cambiar por pesos para hacer entrega del botín saneado. Vigilado de cerca por Investigaciones, el taxista llega al “punto” y ahí cae Hernández Anderson, jefe de la CNI en Calama. Después es el turno de Villanueva.
Sólo entonces Lillo da aviso al entonces director de Investigaciones, general Fernando Paredes, y éste a su vez al general Humberto Gordon. La alarma es total.
¿Delmas o Vargas? Un gol de media cancha
Apenas enterados del desastre, los mandos en Santiago ordenan un amplio despliegue. Gordon instruye a Paredes para que disponga dos aviones de la policía civil que trasladen a personal de la CNI al norte. A las pocas horas aterriza en Arica el coronel Héctor Bravo Letelier (ex DINA), jefe de las Brigadas Regionales del organismo, acompañado de otros efectivos. Bravo llega con la misión de intervenir la oficina CNI de Calama y hallar el botín. Sobre la marcha también llega el capitán Juan Vidal Ogueta, jefe de la Contrainteligencia de la CNI. El espía de los espías.
Como zonas fronterizas, tanto Arica como Calama son centro de múltiples unidades de espionaje castrense, a las que se suman los “corresponsales” que cada alto oficial de Santiago tiene apostados allí. Así, al momento de ser “intervenida”, el área ya era monitoreada por la CNI y por el Destacamento Especial de Inteligencia (DEI), con base en Arica; repartición de la Dirección de Inteligencia del Ejército (DINE). A toda la red descrita se sumaron varios agentes del Servicio Secreto de la DINE que reportaban a Santiago.
Si por el tiempo transcurrido se ha hecho difícil saber exactamente quién actuó primero, sí hay constancia de los hechos gruesos. Uno de los primeros en tomar medidas es el capitán Vidal Ogueta. Adelantándose a los interrogatorios de Investigaciones, visita al entonces recién detenido Hernández Anderson. El Jefe de la Contrainteligencia CNI llevaba dos tareas: que le dijera qué sabía y había dicho; y ordenarle callar para siempre. Suicidarse.
Pero Hernández Anderson, hijo de un connotado juez de Arica, no obedece la instrucción de Vidal Ogueta. Y apreta play. Su padre juega un rol principal en esa decisión. Y declara que fue su superior quien le ordenó todo (más de un año después diría que el mayor le había garantizado que la detención y los primeros interrogatorios eran parte del show y que todo saldría bien). Sólo se guarda una munición: dice que su superior era “Carlos Vargas”. En tiempos en que era casi imposible que un juez consiguiera el nombre real de un agente, no es un olvido pequeño.
Enterado de la confesión de Hernández, Vidal Ogueta telefonea a Santiago: hay un mayor experto en inteligencia involucrado en varias operaciones secretas anteriores, directamente acusado en el robo. Al otro lado escucha el general Gustavo Rivera Toro, segundo jefe nacional de la CNI, quien al instante transmite la orden “detenga a Carlos Vargas”. Quien la recibe, según varias versiones es nada menos que el coronel Marcelo Moren Brito, jefe del DEI en Arica.
Moren, más conocido como el “Ronco” o “El Coronta”, le transmite la misma orden al prefecto Lillo: “Hay que detener a Vargas”.
En 1981, Moren arrastraba un amplio prontuario como ex alto mando de la DINA y hombre de confianza de Contreras (fue cabeza de la Brigada Caupolicán y jefe de la Villa Grimaldi). Después se confirmaría en los tribunales su brutal rol en los crímenes de la Caravana de la Muerte, Calle Conferencia, casos Alfonso Chanfreau, Lumi Videla y Alberto Bachelet, entre varios otros.
Sólo ahora –y gracias a la confesión de varios protagonistas de la época- se sabe que fue una de estas dos llamadas telefónicas, o ambas, lo que le permitió huir a Vargas/Delmas. Los detalles de cómo se entera Delmas de la orden de captura, difieren. Una de ellas es hasta graciosa: cuando el prefecto Lillo recibe en su oficina la llamada de Moren Brito, se encuentra precisamente acompañado de Delmas, quien lo visitaba constantemente para informarse de los avances de la diligencias y ofrecer su ayuda. Pero Lillo no sabía que Delmas y Carlos Vargas eran uno solo. El hecho cierto es que el coronel Moren dispone el cierre de la frontera para evitar que Delmas aproveche sus contactos en Perú.
Como quiera que sea, el viejo juego de las “chapas” le ha pasado un golazo a medio aparato de inteligencia, en plena dictadura militar, y en la zona más vigilada del país: Delmas se esfuma. Toma un alto de vales de bencina, instruye a la telefonista del cuartel de la CNI de Arica para que lo mantenga conectado con las llamadas entrantes y salientes, se sube a su Mazda rojo y se va. Pasadas las 8 AM del 12 de junio de 1981, el ex escolta de Pinochet desaparece para siempre.
Nadie sabe para quién trabaja
En Santiago las alarmas siguen encendidas. Que Delmas sea el jefe del robo le indica a Gordon que cualquier esfuerzo por capturarlo es poco. Y despacha a otro enviado especial. Tan urgido está el director de la CNI que incluso saca de sus vacaciones al jefe del aparato ultra secreto para que se una a la cacería. Nadie tiene idea cómo ni cuándo llega a la zona el entonces mayor Francisco Maximiliano Ferrer Lima, recién llegado de Buenos Aires, donde había estado operando con la Secretaría de Inteligencia del Estado trasandina (SIDE).
Ferrer Lima, alias “Max Lerou” entonces era un oficial experto en espionaje, capacitado en Brasil y en la Escuela Nacional de Inteligencia (ENI), además de haber integrado la Brigada Caupolicán de la DINA. Meses después, ordenaría el asesinato de Tucapel Jiménez –lo que le costó una condena a 8 años de presidio- y luego llegaría a ser jefe del Servicio Secreto Exterior de la DINE, tras haber sido instruido en el MI-5 en Inglaterra como recompensa por los servicios prestados por Pinochet durante la guerra de Las Malvinas. Entre 1983 y 1992, fue el motor del “despacho” al extranjero de agentes comprometidos en juicios.
Luego de aterrizar en Arica en un vuelo comercial, Ferrer se mueve por su cuenta y se instala en una habitación con vista al mar en el Hotel “La Lisera”. Al día siguiente interviene la unidad CNI local. Su misión: encontrar a Delmas y el dinero. Para eso se hace ayudar, entre otros, por el suboficial José Aqueveque Pérez, ex compañero de Delmas en la escolta de Pinochet y en la Brigada Mulchén, a quien Ferrer le tiene plena confianza desde los tiempos del Curso de Paracaidistas.
“Max Lerou” se reúne con su viejo conocido Moren Brito a cotejar datos y luego su pista se pierde por completo. Después, Ferrer declarará que regresa a los pocos días a Santiago, lo que varios otros contradicen.
Arica se ha convertido en la “zona cero” de la dictadura. Allí se ha dado cita la selección nacional de la represión: Moren Brito (DEI), Ferrer Lima (DINE), Vidal Olgueta, Bravo Letelier y Aqueveque (los tres CNI) además del capitán Jorge Camilo Mandiola Arredondo (segundo jefe del DEI en Arica). Con los días se agregan el capitán Manuel Pérez Santillán (Cuartel “Las Machas”, de dotación del Regimiento “Rancagua” de Arica, también ex miembro de la Mulchén), el coronel Carlos Parera Silva (Regimiento de Artillería “Dolores”) y varios otros.
La misión es contra el tiempo: el mismo día de la confesión de Hernández y Villanueva, se hace público que hay gente de la CNI involucrada en el crimen de Calama. Se filtran tantos datos, que en Santiago, Gordon tiene que optar por algo insólito: sacar un comunicado de prensa con “la mala” noticia, estableciendo que Delmas era cómplice y cerebro del crimen, y que tanto él como los dos agentes comprometidos han sido expulsados de las filas.
Cada uno de los oficiales involucrados indaga por su cuenta qué pasó, qué se sabe y qué corre riesgo de quedar al descubierto. Casi todos operan en forma compartimentada. Nadie confía en nadie. Ferrer Lima y Vidal Ogueta se han alojado en el mismo hotel ariqueño, donde se topan brevemente y apenas se confiesan estar trabajando en la zona, sin especificar en qué. El suboficial Aqueveque se suma a las pesquisas sin que se sepa claramente para quién trabaja: mientras algunos lo sitúan colaborando con “Max Lerou”, otros lo muestran operando por cuenta propia o para alguien más.
Las pesquisas recientes establecen que muy pocos o ninguno de los involucrados sabe qué hizo exactamente el capitán de contrainteligencia CNI Vidal Ogueta en los tres días que duró la búsqueda de Delmas. Las mismas dudas corren respecto de Aqueveque y Ferrer Lima.
Mientras algunos interrogan infructuosamente a los familiares de Delmas, otros se dedican a “peinar” la zona desde una o más avionetas militares, buscando en el desierto el famoso Mazda 929 rojo del mayor. En este punto tampoco hay coincidencias. Según personal de la CNI local, el agente Carlos Ortega León –especialista en infiltración al otro lado de la frontera- sobrevuela la zona acompañado de un piloto y forzosamente acompañado por Aqueveque. Otra versión dice que había una sola aeronave y que ésta fue utilizada para los mismos fines por Moren Brito, quien dice haber viajado a Iquique para rendir cuentas. Lo importante es que la o las avionetas eran indispensables para cubrir rápidamente los puntos críticos de Arica, Calama, Iquique y sus alrededores.
Entre el 12 y el 15 de junio el destino de Delmas es un misterio. Sólo ahora se sabe, por algunas declaraciones y otros indicios, que es altamente probable que se haya refugiado en la unidad “Solo de Saldívar”, del Regimiento “Rancagua” de Arica. Más conocida como “Cuartel Las Machas”, es un reducto en la salida norte de la ciudad, pero disimulado entre las dunas y la playa. En apariencia inocente, terminará siendo clave en la historia.
Mientras el “Rancagua” estaba bajo el mando del coronel Carlos González Coderch, el comandante de “Las Machas” era el capitán Manuel Pérez Santillán, otro ex integrante de la Brigada Mulchén de la DINA, y por tanto viejo conocido de Delmas. Hay versiones que dicen que desde el mencionado cuartel lo sacan en horas de la madrugada hacia la Parcela del Lluta, que dependía del “Rancagua”.
Las sospechas también apuntan al Coronel Carlos Parera Silva, entonces muy amigo de Delmas y comandante del Regimiento “Dolores”. Entre los últimos testimonios algunos sostienen que Delmas fue a refugiarse a su lado y luego se pierde su pista. Parera se libró por el pacto de silencio de ser involucrado en el caso Letelier y se haría famoso en 1990, cuando como comandante de la guarnición de Santiago se negó a pedirle la venia al Presidente Patricio Aylwin para iniciar la primera Parada Militar en democracia.
La tesis de la justicia es que Delmas debió haber sido ubicado por alguien de su confianza, con similar preparación y perfil y que la misma persona lo eliminó. Dichos parámetros dejan en la lista de sospechosos a Vidal Ogueta (quien si no lo mató, en último caso habría ordenado su asesinato), José Aqueveque y Manuel Pérez Santillán (ambos ex compañeros suyos en la Brigada Mulchén de la DINA). También se menciona a Ferrer Lima -tanto él como Aqueveque se culpan mutuamente en sus declaraciones judiciales- y a Raúl Iturriaga Neumann, también ex alto mando de la DINA y de la Mulchén, a la fecha comandante de la guarnición de Putre.
Sobre este último, ninguno de los involucrados sabe o recuerda qué hizo. Una de las pistas es que la bitácora de operaciones aéreas militares de esa zona muestra que el día 9 de junio –dos días antes que se sepa públicamente el rol de la CNI en el robo y doble homicidio- un avión despega precisamente con destino a Putre, llevando nada menos que a Augusto Pinochet.
Sobre el resto del botín, las pesquisas apuntan a Moren Brito. Hay testimonios que aseguran que el “Ronco” se quedó con una bolsa con dinero que habría sido ocultada en un basural por un suboficial del “Rancagua”, quien a su vez la recibió de Delmas. Moren declaró que nunca vio los billetes. Pero no le creen: a pesar de los múltiples testimonios y pruebas que lo incriminan, también ha dicho siempre que nunca torturó ni hizo desaparecer a nadie.
Un último dato respecto del dinero. Si bien las declaraciones de Aqueveque son contradictorias en lo que toca a su actuación, sí entrega un antecedente clave sobre las platas robadas. Dice que en 1981 estaba en Los Andes y Delmas lo llamó para que lo fuera a buscar al Aeropuerto de Pudahuel: allí le entregó un maletín lleno de dólares, que “provenía de un operativo de drogas y que debía entregárselo al Jefe de la DINA en calle Belgrado, lo dejé ahí y me retiré”. Aqueveque agrega que al día siguiente Delmas le ofreció irse a trabajar con él a Arica, lo que aceptó y “al mes salió mi destinación”. Finaliza contando que al tercer día de su llegada al cuartel ariqueño se enteró de lo que habían hecho Hernández y Villanueva.
Aunque dicho testimonio tiene un error –la DINA fue disuelta en 1977 y reemplazada por la CNI-, lo cierto es que muchos de sus antiguos agentes siguieron llamándola así. Y en cuanto al fondo, lo declarado por Aqueveque indicaría que Delmas llevó el dinero a Santiago alrededor de un mes antes de recibir un tiro en la cabeza. El viaje es confirmado por la viuda del mayor, quien declaró que “unas tres semanas” antes de su muerte “él tuvo que viajar a Santiago, vía aérea, sin darme explicaciones, fue todo rápido y como a los tres días regreso”.
“Perdón mamá, perdón. Perdón, mi general Pinochet”
La insólita cacería termina la tarde del 15 de junio. Una mujer y su hijo entran y salen de Arica por el camino a Ticnamar. En ambos trayectos les llama la atención un destello rojo bajo el sol. Se acercan y avisan a la prensa local: es el Mazda 929 de Delmas.
¿Quién se enteró primero? Hernández Anderson, en su declaración de 1982 da a entender que fue el corresponsal de La Tercera y director del diario La Defensa de Arica, Juan Carlos Poli, “que también es informante de la CNI de esa ciudad”.
Los primeros en llegar son el capitán Jorge Mandiola Arredondo (segundo jefe del DEI en Arica), acompañado de dos suboficiales, más el jefe del OS-7 ariqueño, teniente Juan Ortega. Ninguno cumple con la norma de avisar al juez y Mandiola hasta se da tiempo para revisar el auto y abrir el portamaletas, sin hallar nada de importancia, según él. Al atardecer de ese día se dejan caer en el lugar personal de Investigaciones, de la CNI, del DINE, del DEI, además del fiscal militar de la guarnición local, Sergio Rodríguez Moraleda y el juez Humberto Retamal Arellano.
Mandiola también es el primero que ve una serie de frases escritas sobre el vaho del parabrisas del Mazda: “Perdón mamá, perdón. Perdón, mi general Pinochet. Perdón, Rosita”. Con el correr de las horas, en torno al vehículo se arma un tumulto compuesto al menos por el juez, el fiscal militar, el prefecto Lillo, los inspectores Juan Barrera y Zvonco Tocigl, el capitán Vidal Ogueta, el coronel Moren Brito, el suboficial Aqueveque y el agente CNI Carlos Ortega. Las distintas declaraciones colocan nombres de más o de menos, especifican distintas horas de hallazgo y condiciones del sitio y hasta expresan disímiles sospechas respecto de los otros presentes.
Ferrer Lima sólo aparecerá por ahí conducido por Aqueveque cuando no quede ni el auto. Según su versión, su conspicuo acompañante le indicará excavaciones que se hicieron allí mismo en busca del botín.
En lo que todos coinciden es en lo que sale al día siguiente en la prensa: Delmas se hallaba inclinado en el asiento del conductor, con un balazo en su sien derecha y salida de proyectil por la izquierda. En su mano derecha estaba su pistola con otra bala pasada en la recámara –que los que llegaron primero se apuraron en disparar al aire-, y una vainilla en el asiento trasero. El cuerpo estaba hinchado y recién comenzando a despedir hedor. Uno de ellos atestigua en las recientes pesquisas que Delmas tenía una de sus piernas quebradas.
Bastaba observar su cadáver para que asomaran numerosas dudas, varias de las cuales se filtraron inmediatamente a los medios. Un auto rojo como ese era fácilmente visible desde la carretera con luz de día; en pleno desierto, la carrocería estaba impecable y sin polvo. En el asiento trasero había una parka salpicada de sangre, que nunca fue periciada. Lo más grave es que la bala no aparece por ninguna parte y que los primeros peritajes indican que el disparo se produjo desde unos 65 centímetros de distancia (la autopsia después dirá que fue a quemarropa). Para colmo, Delmas era zurdo hasta para disparar.
En pocos días, hasta la prensa oficialista dirá que el oficial ha sido asesinado. Un trascendido paraliza los comentarios: el recién sepultado cadáver había sido misteriosamente retirado del cementerio de Arica. La CNI se ve obligada a sacar un nuevo comunicado: el mayor era ambidiestro, el clima del lugar impedía la formación del polvillo que todos echaban de menos, Delmas se había suicidado y no había nada más que investigar.
Las diligencias forenses no aportaron mucho. Los policías que llegaron al sitio ahora reconocen que no examinaron el cadáver y ni siquiera practicaron el básico examen de detección de residuos de nitratos en las manos, necesario para confirmar o descartar si alguien disparó o no un arma. La explicación: “carecían de laboratorio”.
Tampoco se puede hablar de autopsia. El médico legista que la hizo, Carlos Villavicencio, recordó recientemente que tampoco examinó restos de pólvora en las manos porque el juez Retamales no sólo no se lo indicó, sino que además le ordenó que “todo debía realizarse rápidamente”. El certificado de defunción fija la data de muerte el 13 de junio, es decir, dos días antes de su “hallazgo” y al día siguiente de su misteriosa desaparición.
Todos los antecedentes recabados por el equipo policial que trabaja con el juez Madrid han formado la convicción de que el mayor CNI fue asesinado y luego dispuesto en un sitio fabricado para que pareciera un homicidio. El magistrado derivó el caso Delmas a la Corte de Apelaciones de Arica, y ésta dejó la causa en manos del titular del 2° Juzgado de Letras de dicha ciudad, Julio Aguilar. Éste ha hecho varias diligencias, entre ellas, diversos exhortos que en octubre pasado envió al resto del país para recabar nuevos testimonios; ya ha recibido cuatro.
La sangre sigue corriendo
Las muertes no pararon ahí, y en su momento sólo fueron mencionadas y relacionadas por la RevistaCauce, opositora a la dictadura. Una de las primeras queda al descubierto cuatro días después del hallazgo de Delmas. Ese día fue hallado flotando en el mar Mario Barraza Molina, uno de los informantes más cercanos al mayor.
El 31 de octubre de ese mismo año, José Rienzi Zumaeta Dattoli, gerente de una distribuidora avícola local, muere asesinado de un balazo en la frente a la entrada de su casa. La nueva víctima también era muy cercana a Delmas.
A esas alturas, el pánico se había apoderado de los funcionarios menores de la CNI en Arica y Calama. Algunos fueron trasladados. Uno de ellos fue el segundo de Delmas en la CNI de Arica, el capitán Sergio Saldivia Millar: fue destinado a Puerto Montt como jefe de la CNI local. La noche del 26 de octubre de 1982 salió en su vehículo oficial y horas después murió en un extraño accidente de tránsito que hoy se investiga. Pero el caso más oscuro es el del cuñado de Delmas, Gonzalo Fort Arenas, agente de la CNI en Arica y trasladado a Antofagasta y más tarde a Osorno, contra su voluntad. Sus cercanos han declarado que su nueva destinación fue producto de fuertes presiones del suboficial José Aqueveque. En el sur, Fort se empecinó en averiguar qué había sucedido realmente con Delmas y también oyó –entre otras- las historias que vinculaban a su fallecido cuñado con el coronel Parera.
No pudo seguir con su investigación. El 27 de abril de 1984, Fort se encontraba en su casa. Entre las 2 y las 2.30 AM, su esposa lo encontró tendido en una cama, con un balazo en el pecho y sobre éste una foto arrugada de Juan Delmas; en sus manos había un papel y un lápiz. Los teléfonos de la casa estaban cortados. El caso fue etiquetado como suicidio. Años más tarde, el caso del agente CNI fue propuesto a la Comisión Rettig, que luego de investigarlo lo declaró “sin convicción”.
Hasta allí, parte de la oscura trama que descubrió el equipo policial que trabaja bajo las ordenes del juez Alejandro Madrid. El magistrado logró determinar que, pese a la disolución de la DINA en 1977, la Brigada Mulchén siguió operativa varios años después. Su última operación fue el acoso y apremio ejercido sobre uno de sus integrantes, Remigio Ríos San Martín, hasta obligarlo a cambiar su testimonio judicial en el que había revelado los detalles del asesinato de Carmelo Soria, para eludir la prisión. Y tuvieron éxito porque el crimen fue amnistiado. Un crimen que involucró al grupo de escoltas mas selectos de Pinochet, hombres que conocían todos sus secretos. Como el brigadier Jaime Lepe, quien fue también escolta de Lucía Hiriart y que muy probablemente ahora no podrá escapar de la prisión.
El poder oculto y los crímenes de la Brigada Mulchén
Pocas unidades represivas de la dictadura han permanecido tanto tiempo secretas, aún preservan crímenes ocultos y seguirán dando tanto que hablar. Conocida como uno de los dispositivos letales más selectos de la DINA, el historial de la Brigada Mulchén –bautizada con este nombre de origen mapudungún, al igual que la "Caupolicán" y la "Lautaro"– inició su amarga fama con el asesinato del funcionario de la Cepal y diplomático español Carmelo Soria (1976).
En la tortura y homicidio de Soria participaron también miembros de la célula "Quetropillán", “el diablo que mata” en idioma mapuche, aunque otros la traducen como “Dios volcán”, posiblemente en referencia al inactivo cráter de 2.360 metros ubicado en el límite de las regiones de Araucanía y los Ríos.
Como apéndice de la Mulchén, la Quetropillán operaba básicamente en manos de Michael Townley y Eugenio Berríos (“Hermes”) en la casa de la DINA que habitaba el primero, en Vía Naranja No 4925, Lo Curro. Allí funcionaba un laboratorio químico en el que ambos desarrollaron la versión chilena del gas sarín y otros venenos, como las toxinas botulínicas. En la fría formalidad del papel, la agrupación figuraba como “Centro de Investigación y Desarrollo Técnico Quetropillán”.
La sola mención de Townley y Berríos vincula a la Mulchén con los asesinatos de Orlando Letelier (Washington, 1976), del general Carlos Prats y su esposa (Buenos Aires, 1974), y del propio Berríos (Uruguay, 1993). Otra de sus agrupaciones -“Alacrán”- eliminó usando el sarín al conservador de bienes raíces Renato León Zenteno (1976) y al cabo Manuel Leyton (1977). Hasta hoy, uno de sus principales jefes, el alto oficial de Ejército Guillermo Salinas, se mantiene lejos de cualquier presidio. Pero será por poco tiempo.
No ha sido fácil para ningún juez confeccionar la nómina de los integrantes de la Brigada Mulchén. Lo que sí es un hecho cierto es que lo peor que le puede pasar hoy a un oficial activo del Ejército es que lo pongan en la lista. Es lo que le sucedió al general Eduardo Ludovico Aldunate Hermann cuando se encontraba al mando de la misión militar en Haití. Al final, resultó que Aldunate no pasó por la Mulchén, pero sí por el grupo escolta de Pinochet que estuvo en su origen. También sirvió en la CNI. Aldunate se fue a retiro recientemente.
La importancia de determinar sin margen de error si el ex Presidente Eduardo Frei Montalva fue eliminado con sustancias toxicas fabricadas por la DINA, obligó al ministro en visita Alejandro Madrid a profundizar en el historial de la Mulchén y en sus crímenes. Con esa base, se sabe hasta ahora que entre quienes pasaron por sus filas figuran los entonces oficiales Guillermo Salinas Torres (su primer comandante), Pablo Belmar Labbé, Jaime Lepe Orellana, Raúl Eduardo y Alfredo Iturriaga Neumann, Patricio Quiloth Palma, Manuel Pérez Santillán, Juan Delmas Ramírez, Rolf Wenderoth Pozo y los suboficiales José Remigio Ríos San Martín, José Aqueveque Pérez, Jorge Hernán Vial Collao y Bernardino del Carmen Ferrada Moreno ( en servicio activo en 1992). Con el tiempo varios de sus integrantes terminaron siendo ascendidos y obtuvieron la amplia confianza de Augusto Pinochet, a quien prestaban seguridad en los anillos más cercanos al general.
Sólo de la lista anterior, cuatro miembros de la Mulchén aparecen implicados de una u otra forma en el crimen del Caso Calama: Delmas, Iturriaga, Pérez Santillán y Aqueveque.
A Madrid le interesa determinar si después de la disolución de la DINA (1977) la Mulchén siguió o no operativa. Además del Caso Calama, hay otros hechos que demuestran que los viejos compañeros siguieron por lo menos hasta bien entrados los ‘90 borrando huellas, obstruyendo pesquisas judiciales –para lo cual contaban con el fiscal Torres Silva, que tuvo un sillón en la Corte Suprema como auditor del Ejército hasta fines de esa década- y asegurándose que nadie los pusiera como acusados frente a un tribunal.
Así ocurrió precisamente con el caso Soria en 1993, cuando los ex Mulchén se enteran por uno de sus infiltrados en Investigaciones que uno de ellos, José Remigio Ríos San Martín, había confesado los detalles del crimen ante dos detectives. Sabiendo que para que la declaración fuera válida debía ser ratificada ante el juez, iniciaron la cacería dirigida por el brigadier Jaime Lepe, desde su privilegiada posición de secretario general del Ejército. Tanto Lepe como Patricio Quiloth, entonces en el Batallón de Inteligencia del Ejército (BIE), debieron ocupar todos los medios a su alcance para encontrarlo y presionarlo para que cambiara su testimonio. Sólo no lo mataron porque habría sido muy evidente la mano de sus autores.
Había urgencia. No solo porque implicaba al anillo más cercano a Pinochet, sino también por un párrafo de la confesión de Ríos: “El mismo día que detienen y matan a Soria el comandante Guillermo Salinas me presentó a un visitante en la casa de Lo Curro, posteriormente el señor Quilot me informó que se trataba del cubano Virgilio Paz (asesinó a Orlando Letelier en Washington). Conozco a Eugenio Berríos alias “Hermes”. Yo utilizaba la chapa ALBERTO ARROYO QUEZADA hasta mediados del ’82 cuando era su escolta”.
En un restaurante en Ñuñoa se produjo finalmente el encuentro entre Ríos y sus ex compañeros. Afuera vigilaban los escoltas de Pinochet. Cada detalle fue como una película de espías. De allí salió Ríos con una nueva camioneta y una pensión. Días más tarde cambiaría su versión judicial sobre el crimen de Soria. Aunque Ríos después lo reconoció ante un juez, eso no logró cambiar el destino del Caso Soria: se aplicó la Amnistía en 1996. Pero Lepe no pudo llegar a integrar el cuerpo de generales, como era su sueño. El Presidente Eduardo Frei se negó a ascenderlo y se fue de baja como brigadier.
Mariana Callejas: “Es tan triste escribir y que no te publique nadie”
Fuente :ciper.cl, 7 de Julio 2010
Categoría : Prensa
Semanas antes del fallo de la Corte Suprema que rebajó la sentencia de primera instancia del juez Alejandro Solís de 20 años de cárcel a sólo 5 y sin cárcel para la coautora del crimen del general Carlos Prats y su esposa, Sofía Cuthbert, Mariana Callejas abrió la puerta de su departamento de dos ambientes en Providencia para conversar sobre su promisoria carrera literaria, que se vio truncada por su participación en la DINA. Sólo pidió una condición: “A mí no se me trata de usted”, advirtió.
-¿Qué estás leyendo?
He estado leyendo unos libros de Alice Miller que me prestó un amigo. Tratan de los sufrimientos de los niños mientras están creciendo y lo que repercute en la personalidad de los adultos. No sé por qué se le ocurre a mi amigo que yo voy a encontrarme a mí misma; yo ya me encontré hace rato (ríe). Es una autora que atribuye los defectos a la niñez, ¿y tú estás por eso?
-Supongo que depende de la experiencia de cada uno. A mí me hace sentido.
A mí me gusta la ficción, los libros que no sean ficción me aburren. A mi amigo yo le presté un libro que se llama Raise and fall of socialismo. Eso sí que me hace sentido… Ahora también estoy releyendo a Juan Rulfo, que lo puedo leer al menos una vez al año. Y tengo unos libros que me han llegado últimamente de Estados Unidos. Hay uno que en español se llama Las cenizas de Ángela, una biografía estupenda, entretenida, trágica, amarga, chistosa, bien escrita… las tiene todas. Este es el tipo de libros que me gusta leer.
-No parece que tengas muchos libros acá.
En Lo Curro perdí todos los libros, me los robaron, se los llevó la gente que me cuidaba la casa después de que yo me fui. Además, cuando me quitaron la casa me sacaron todo. Nunca he tenido una biblioteca muy grande, tengo la mala costumbre de prestar libros y después no me los devuelven.
-¿Tenías cosas valiosas ahí?
¿Cosas valiosas? Yo nunca he tenido cosas valiosas.
-Me refiero a libros que fueron importantes para ti.
Sí, tenía una antología de cuentos cortos. Ahí es donde leí el cuento de Juan Marín El hombre de medianoche, un cuento magnífico que no ha leído nadie. A Juan Marín lo conocen por astrónomo, no por escritor. En esa antología de cuentos del mundo aparecía también un cuento de Salvador Reyes, magnífico.
-¿Qué te pareció el cuento de Carlos Iturra, Caída en desgracia, que habla de los talleres literarios en tu casa de Lo Curro?
Me lo mostró antes de publicarlo y no lo encontré para premiarlo. Carlos escribe muy denso, pero ese cuento estaba por lo menos más claro. Y por lo menos para él era real. Tiene un final que no me gustó, una persona que termina muy triste. Yo no he terminado triste ni pienso terminar triste. Me voy a reír hasta el último minuto del día. Así que no tenía ningún derecho a ponerme como a una pobre, triste y solitaria vieja. Eso me molestó, pero no le dije que lo cambiara tampoco. El es dueño de su cuento.
GENTE TERRIBLE
-¿Cómo has estado de ánimo respecto al fallo que se viene?
Mira, yo pienso que no pueden condenarme. El juez Solís, que me cae muy bien, entre paréntesis, escribió lo que quería escribir. No tenía ningún abogado conmigo, así que no sé qué pensarán hacer. Que prueben. La prueba que tenían en mi contra es que no se encontraba en ninguna parte mi salida de Argentina; en cambio había entradas. Fuera de eso, nada más.
-Está la declaración de Michael Townley, que dice que estuviste con él cuando hizo detonar la bomba contra Carlos Prats y su esposa.
Pero esa no es ninguna prueba. Eso es lo que se llama en inglés hear say, porque alguien lo dijo, lo que se escucha de otros, los rumores.
-¿Quién es tu abogado?
Yo había contratado una niña de la Defensoría. Si yo nunca pensé que iba a necesitar abogado, así que ni me preocupé en buscar uno. Pero mis niños andaban preocupados, andaban buscando algún abogado que se hiciera cargo. A mí no me preocupa tanto porque sé que no puede haber una prueba, y no puedo creer que a uno la condenen sin pruebas. Así que he estado tranquila en el último tiempo.
-¿Entonces tus hijos han estado más preocupados que tú?
Ellos se preocupan. Se preocuparon harto cuando me encerraron (en 2003) y me mandaron al COF (Centro de Orientación Femenino), y yo les decía Pero no se preocupen, si yo lo estoy pasando bien. La verdad que no fue ningún sacrificio para mí estar en el COF.
-¿Y cómo te sientes al verte enfrentada a volver a la cárcel?
Me tendrían que poner en alguna parte, no sé dónde. Y me tendrían que poner un techo y darme de comer. Y podría escribir.
-No parece que te apremie mayormente.
No, no. Lo lamento por mis niños, y más que por mis niños lo lamento por los medios, por el escándalo. Porque mis niños me conocen, ellos saben que yo me las arreglo, pero es pesado para ellos tener una mamá como yo.
-¿Qué opinan ellos de tu historia, qué percepción tienen de ti en cuanto a tu participación política?
Es que ellos saben que mi participación política no fue tal. Yo me vi envuelta en este asunto, no es que yo haya dicha Ah, voy a pelear por esto, me voy a meter a la DINA y voy a hacer cosas, no. Yo por mí no hubiera hecho nada.
-¿Qué significa verse envuelta?
Que si Michael no hubiera insistido en que lo acompañara, yo no habría tenido por qué figurar en ninguna cosa. Pero, como era muy celoso, insistía en que lo acompaña en sus viajes.
-En sus misiones.
En sus viajes, no todas eran misiones. Y llevaba gente a la casa que era muy desagradable y que yo tenía que atender. Eso es verse envuelto. Porque yo podría haber vivido en otra parte en Santiago: en vez de haber vivido en Lo Curro, podría haber vivido en una casita en Ñuñoa y haberme desenvuelto como un ama de casa cualquiera. Me habría gustado ir a la Argentina a comprar libros, pero fuera de eso… no tenía ningún interés en viajar a Europa ni conocer a esa gente terrible que conocí.
LA ELEGIDA
-¿Cuándo te diste cuenta de que querías escribir? ¿Hubo alguien que te alentara, que te aplaudiera?
Enrique Lafourcade. Porque cuando llegamos a Chile, busqué a Bob Borowitz para reanudar mis amistades con Bob y su grupo, y Bob se había casado y encontré en el diario el aviso del taller literario de Enrique en el Instituto Cultural de Las Condes.
-¿Eso fue el año 74?
Así es. Entonces pensé: Si pude escribir en la Universidad de Miami, cómo no voy a poder escribir en un taller chileno. Y fui a ver si podía. Éramos 60, el lote, gente muy simpática.
-Eran bastantes…
Pero se le fueron retirando, y como él recibía un sueldo por cada alumno, no le fue conveniente seguir. Me acuerdo que Enrique se paraba en la Avenida Las Condes, a la salida del Instituto Cultural, y como era común que su mujer lo dejara plantado, que no lo pasara a buscar, Mike y yo lo íbamos a dejar a su casa.
-¿Tú no andabas sola?
No. Mike era un individuo extremadamente celoso y posesivo.
-¿Tú le dabas razones?
En realidad no, para nada. De todo el grupo creo que no me hubiera interesado ninguno. Ningún sujeto ni sujeta. Pero él lo hacía como un acto de cariño, me iba a dejar, a veces no podía, pero a buscar siempre iba porque salía de noche.
-¿Tú eras la regalona de ese grupo de Lafourcade?
Éramos 60, así que era difícil ser la regalona, pero yo creo que era la que escribía mejor, porque los demás escribían muy mal o no escribían. Había gente que no sé por qué iba en realidad. Había comerciantes, niñas que iban a mirar qué cosa encontraban, gente rara. Pero con Lafourcade nos fuimos haciendo amigos por eso mismo, porque lo íbamos a dejar a su casa.
-¿Vivían ya en Lo Curro?
No, vivíamos en Pío X. Y Lafourcade vivía en Pedro de Valdivia Norte.
-Así fue como empezaron a ser cercanos con Lafourcade…
Había leído de él por revistas que me mandaban de Chile. Entonces yo creía que este era un señor último de intelectual, serio, inalcanzable. Y cuando lo conocí lo encontré encantador, simpático, bueno para la talla, bueno para tomarse un traguito de vez en cuando… Cuando quería ser pesado, era pesado. Pero con nosotros nunca fue pesado, todo lo contrario. Hasta la última vez.
-¿Cuándo fue eso?
La última vez que lo vi fue en el lanzamiento del libro de Carlos Iturra, en el Café Literario. Se fueron todos y quedé sola con Lafourcade y Lafourcade me dijo Bueno, vámonos en taxi. Y me dio mucha risa la idea de estos dos viejos, él con bastón ya, cruzando desesperadamente lento la Avenida Providencia, con mucho tráfico, tratando de llegar al otro lado para tomar un taxi. Y me reía para adentro de pensar cuántos años habían pasado y qué jóvenes habíamos sido… Yo acababa de llegar a este departamento y no tenía teléfono fijo, así que le di el teléfono celular, sabiendo perfectamente que no me iba a llamar. Y así fue.
TALLERES LITERARIOS
-¿La gente de la DINA sabía que hacías esos eventos sociales y literarios?
No les interesaba. Nunca me lo comentaron. Por eso a mí me divertía mucho cuando los literatos empezaron a decir que la DINA seguramente los espiaba. Si ellos no tenían el menor interés en esa gente, jamás me preguntaron ni el nombre. No había nadie de la DINA cuando llegaban ellos, porque se hacían los talleres cuando Michael estaba abajo o fuera del país. A la DINA no le interesaba ni la literatura ni los políticos.
-¿Porque una cosa eran las actividades literarias y otra las sociales?
Sí, se mezclaban. A veces alguien leía un cuento y después del cuento poníamos música y tomábamos vino caliente o pisco sour. Era entretenido.
-¿Efectivamente se traían cuentos y se leían? Es decir, ¿efectivamente hacían trabajo de taller?
Sí, pero ya no iba Lafourcade. Todos guiaban.
-Aparte de Iturra, Franz y Contreras, ¿quiénes asistían a los talleres?
Es que no me acuerdo quienes más estaban. Verónica Ortiz, que le decíamos la Coreana. Por ahí anda, subió como cien kilos después que la dejé de ver, era muy amiga mía… Después del asunto Letelier, cuando volví, empezaron a llegar los no literatos: Emilio Torrealba, Emilio López, que acaba de morir, ¿lo conoces tú? Emilio López era un psicólogo, amigo de Emilio Torrealba, escritor y abogado. Gloria Gálvez, que era muy amiga mía. Angélica Cofré, que también era muy amiga, pero gente que en realidad no escribía. Magdalena Vial, que era muy amiga mía.
-¿Y cómo fue ese periodo en que regresas de Estados Unidos, tras el juicio a Townley, y retomas las relaciones sociales?
Fíjate que no fue complicado. Porque yo no sé si los amigos habían tomado conciencia de lo serio que era este asunto o no, o les gustaba mucho Lo Curro, pero siguieron yendo. Entre ellos Carlos Franz y Gonzalo Contreras, todos siguieron yendo. Había piscina, lo pasábamos muy bien. Yo había traído discos nuevos, bailábamos, carreteábamos toda la noche.
-¿Cuándo se produce la ruptura con ellos?
De repente se les ocurrió a Gonzalo (Contreras) y a Iturra y a Franz ir a unas clases que estaba dando (José) Donoso, y el pobre Iturra, ingenuo, le preguntó a Donoso si podía llevarme a mí, y Marco Antonio de la Parra se indignó y dijo que si iba yo, no iba él. Se enojó muchísimo. Aplastaron al pobre Iturra, y lo divertido es que no me había preguntado a mí y yo no tenía el menor interés. A mí no me gusta Donoso. Después los demás empezaron a correrse, empezaron a llegar no tan seguido a Lo Curro. Ahí se acabó mi carrera literaria. Seguí navegando contra la corriente hasta que me botaron, y seguí escribiendo sola, y sigo.
LO CURRO
-Da la impresión de que en algún momento, en esos años, le tomaste el gusto al vértigo de la vida de agente.
Pero yo nunca hice el papel de agente, nunca me dieron a mí una misión. Entonces no tenía por qué tomarle el gusto. Acompañar a mi marido, sí, a veces… No, si lo pasaba mal, de qué estoy hablando… Lo que daban de viático era tan miserable que apenas alcanzaba para comer, y yo había viajado antes, siempre les había traído algún regalito a mis niños, y lo había pasado bien. Y cuando se encontraba con esa gente espantosa, y no conocía gente a quien podía acudir… Así que no, en realidad no me gustó. Preferiría haber ido al África y haber hecho otra cosa más interesante.
-¿Como recuerdas hoy todo eso?
Como una feroz lata, feo, desagradable. Los italianos, desagradables. Los cubanos, hiper desagradables. Maleducados.
-¿En qué sentido?
Esto te va a parecer bien tonto, pero yo soy tonta en cierto sentido… Yo a mis niños los eduqué bien, no vamos a decir que como príncipes, pero bien educados. Y este señor, Virgilio Paz, se sentaba a la mesa con nosotros y jugaba con la saliva. Hacía esto: glip, glup, glip, glup, una cosa así, se escuchaba la saliva, y a mí me daban unas ganas de decirle Por favor, no hagas eso. ¡Me daba asco! Además escupía… Los hermanos Novo eran más caballeros.
-Y a los italianos, ¿cómo los recuerdas? Entiendo que había un profesor de literatura, académico o algo así…
-No, era un tipo que sabía mucho, Stefano delle Chiaie. El sabía muchas historias, pero por supuesto, desde su perspectiva, O sea, era nazi. Imagínate cómo me caía a mí.
-Pero en la DINA también eran nazis.
Para mí no, por lo menos a mí nunca me dijeron una palabra que pudiera implicarse que era eso. ¿Yo tratando de construir Israel a los 17 años iba a aceptar que alguien dijera algo que se asemejara al nazismo? No. Stefano además, tenía condiciones físicas que a mí me desagradaban: se perfumaba mucho. No soporto a un hombre con mucha colonia. Había uno solo que se podía llamar buenmozo, pero a ese le tomé más tirria que a ninguno porque andaba engañando a chiquillas en Santiago.
-¿Llevaba mujeres a tu casa?
Noooo. Mike no lo habría permitido. Mike era bien duro con ellos y con la gente que no pertenecía a la familia. Cuando yo acusaba a alguien o le decía algo que me molestaba, era bastante estricto, porque de cuando en cuando los milicos chicos se desbandaban.
-Esos eran los subalternos, los pelados que estaban asignados a la casa de Lo Curro, ¿no?
Los subalternos, los pelados. No querían a Mike, si dijeron toda clase de cosas, de mí más que nada. Sabían que yo era la del mal genio. A mí me destruyeron dos autos, porque no sabían manejar y aprendieron a manejar en los que eran de la familia. Y otra cosa que hicieron que me indignó mucho fue encerrar a una diuca, a un pájaro, que había hecho nido en un árbol. Y pusieron una red alrededor de un árbol para que la diuca no pudiera escaparse.
-¿Y con qué propósito?
¿Dime tú? Crueldad nomás. Y mis niños casi se murieron, estaban indignados, entonces se lo dijimos a Mike y Mike inmediatamente los mandó a sacar, sacarlo todo. Estaban tan ociosos, no hallaban qué hacer.
-Ahora, no fue eso lo más fuerte que tuviste que presenciar ahí…
Eso fue lo más fuerte. Que se habla mucho que se torturaba, que llevaban gente… Yo nunca vi, y te lo digo con toda sinceridad, nunca vi llevar a nadie, nunca vi a un extraño, un civil, jamás. Y no se me ocurre dónde podrían haber torturado a alguien. No había dónde. Dicen en los subterráneos, y la casa no tenía subterráneos.
-Pero está acreditado que a Carmelo Soria lo mantuvieron detenido ahí, lo torturaron ahí y que lo mataron en esa casa.
Pero nada que ver conmigo. Yo ni supe, estaba en Santo Domingo. A Soria lo liquidó la brigada Mulchén. ¿Qué tuve que ver yo con Soria?
-Él murió en tu casa.
Porque lo dijeron los mismos agentes de la brigada Mulchén. Pero por eso me queda claro, no porque lo haya visto. Entonces, ¿de dónde sacan las prueba para incriminarme a mí en hechos que sucedieron en Lo Curro si yo no estaba presente?
-También está el caso de un cura al que le sacaron fotografías allá con dos mujeres…
El sacerdote Zañartu. A él lo pescaron porque estaba en la cama con una de las mujeres y lo llevaron para allá. Y Mike y Roxana (la secretaria) se enojaron mucho, porque Lo Curro no era para eso.
-¿Para qué era Lo Curro entonces?
Habría que preguntarle a Manuel Contreras. Dicen que Contreras lo tenía en secreto, creo que para relaciones diplomáticas.
PATADAS EN EL TRASTE
-Imagino que hoy en día debe resultar doloroso para ti haberle hecho pasar a tus hijos por todo lo que pasaron.
Pero por supuesto, eso es lo peor. Lo peor de lo peor. Es para arrepentirse el resto de la vida. Para darse de patadas en el traste el resto de la vida. ¿Cómo pude aguantar esto yo? ¿Por qué dejé que Mike hiciera esto? Pero… no se puede repetir la historia. Fue un mal momento, fue un mal momento cuando no encontró trabajo y estaba desesperado, estábamos desesperados, había que pagar arriendo, colegios, tú sabes cómo es. Sin trabajo, sin apoyo, y de repente aparece (Pedro) Espinoza.
-¿Y porqué crees que no fuiste capaz de detenerte, de haberte salido?
Tendría que haberme separado, tendría que haber dejado a Mike. No lo iba a dejar, primero porque lo quería, después porque los niños habrían estado indignados, porque no habrían entendido. Eran muy chicos para entender Y por la situación económica: ¿de qué vivían sino de eso? Así que seguí en el baile. Pero claro, habría sido la solución.
-Más allá de esta impresión inicial que te llevaste de esta gente de la DINA, con el tiempo tú te fuiste enterando de lo horrores que pasaban en sus cuarteles, ¿o no?
Fíjate que yo no estoy segura. No estoy segura de que fueron tales horrores. Y no tengo idea de quién podría haber torturado… Fíjate que hay una cosa bien extraña. De toda la gente de la DINA figura una mujer: yo. ¿Y quién más?
-La Flaca Alejandra, por ejemplo.
No la conocí.
-¿Pero qué me quieres decir con eso?
Que lo encuentro muy extraño. ¿Quién torturaba? ¿Quién estaba a cargo de los prisioneros, entre comillas? ¿Dónde? No tengo idea. Yo no conocí ningún cuartel.
-¿Pero estás diciendo que te caben dudas de que en esos cuarteles se torturaba y se hacía desaparecer gente?
Me caben dudas.
-¿En serio, todavía?
Todavía. Todavía porque han salido demasiado. De repente aparecen (desaparecidos) de la pared y hay que creerles, ¿pero será verdad?
EL REGRESO
-¿Esperarías algo de este gobierno?
Sí, esperaría que cambiaran algunos agregados culturales.
-¿Como Carlos Franz?
-Como Franz (ríe) No le tengo mala especial a Carlitos, encuentro no más que es una tontería decir lo que el dijo: que yo era una señora que iba a la Biblioteca Nacional a reclutar gente. Y apenas conozco la Biblioteca Nacional. Lo que siempre me ha extrañado es por qué Bolaño me tenía tan mala a mí, Bolaño, que no conocía esto, que no me conoció a mí.
-Al parecer te duele el hecho que Carlos Franz y Gonzalo Contreras hayan renegado de ti.
Fíjate que cuando tu dices me duele, te digo con toda sinceridad que a mí ninguna cosa me duele. Me pasan las cosas por encima. Yo sé lo que hago. Ahora, si he dejado algunas cagadas, eso me molesta, pero lo que hacen los demás me tiene sin cuidado. Me producen curiosidad más que nada. Pienso: Qué pensarán, cómo es posible que no se den cuenta que las cosas salen a la luz, que las verdades salen y que van a quedar de mentirosos. Podría escribir mucho más, pero para qué. Con lo que escribí en el último libro sobre los talleres literarios me basta. No me interesa dejar mal a nadie. De ellos dos sé mucho más de lo que ellos quisieran, pero nada que tenga importancia.
-¿Como es tu vida hoy?
Tranquila, bonita, lo paso bien. Vivo sola aquí. Tengo a la familia, los principales: mi hija, que vive en Viña, y los chiquillos que viven acá: Bryan es uno de ellos y el otro también es un encanto. Tengo uno que trabaja en Nueva York y otro que es abogado en Washington, así que están todos bien.
-¿Y tu círculo de amigos?
Mmm…, tengo nuevos y tengo los bien antiguos, los de antes de, que tenían la misma ideología. Y los que conozco de 40, 50 años, siguen igual, y con ellos me las arreglo de lo más bien, no necesito más.
-¿Pero tienes gente cercana que te visita, que tú visitas?
Sí, sí. Tengo familia acá en La Reina, en Viña, mis hijos, y amigos no, amigos no mucho, fuera de un amigo geólogo.
-¿Te reconocen en la calle?
A veces, pero nunca he recibido una mala palabra o un mal gesto. No me puedo quejar, la gente es muy cordial, así que no llevo una mala vida. Escribo, leo, escucho música, ¿y qué más se hace en esta vida?
-El otro día, hablando por teléfono, me contabas que habías dejado de escribir.
Estoy escribiendo, pero escribo aquí (apunta a su sien) Tengo un libro escrito, pero lo tengo que poner en letras. Además tengo escrita una novela y saqué personajes de casi todos los italianos que pasaron por Lo Curro. Tengo una cantidad de personajes que son reales, bueno, todos mis personajes son reales.
-¿Qué cuentas ahí en particular en esa novela de los italianos?
Fíjate que es bien interesante, y es una cosa que se puede hacer, sino uno es malo, realmente malo. Ellos secuestran a un ex jefe de policía, y de una manera muy cleaver, muy inteligente. Julius es uno de los secuestradores, pero es un tonto. Además le gusta mucho comer. Entonces, se pasa la vida cocinando y cocinándole a los demás y buscando comida, esa es su gran falla, casi al final, cuado los están interrogando, el suplicio para Julius es que no le dan de comer. Entonces le sacan todo lo que tenían que sacarle haciéndolo pasar hambre.
-¿Esa novela está ambientada en Chile?
Está ambientada en Frankfurt, Alemania.
-¿Y los secuestradores?
Son argentinos e italianos. Algunos son los mismos italianos. Hay un Gigi, pero un Gigi mucho más compuesto que el verdadero Gigi, un caballero. En fin, es una novela sobre un movimiento que se dice político pero que no tiene claro por qué están luchando, es decir, yo no tengo claro en la novela por qué no sabía qué poner. En fin, es medio nazi la cosa. Pero mueren todos así que no importa.
-¿Y cómo se llama esa novela?
El regreso. La he tenido completa años, pero la tengo que corregir.
MEMORIAS DISPERSAS
-Me llama la atención que varios de tus cuentos sobre Nueva York hablen de personajes solos, abandonados, incomprendidos.
Son todos de mi familia, de la familia de mi ex marido. Casi todos son reales, gente que conocí y les cambié nombre. La vieja que recoge porquerías de la calle, esa es una tía de mi marido. Cuando llegué a Nueva York, en la década de los ‘50, el barrio al que llegué era noventa y nueve por ciento judío, los únicos que no, eran cubanos o latinos. Así que conocí muy bien a esa gente.
-¿Esos cuentos de Nueva York son los que más aprecias?
Sí. Era una etapa de mi vida en que vi mucho. Una etapa en que estoy escribiendo una especie de novela biográfica –Memorias dispersas, Skater memories-, que fue cuando llegué a Nueva York y lo recorría de noche. Andaba sola, entonces sí que andaba sola y se podía andar sola, y me iba a los teatros y conocía gente extraña no sólo de mi barrio. De repente me iba al Village y conocía gente de obras de teatro, de orquestas de cámara que me gustan a mí. Fue como abrir los ojos a una cosa diferente.
-¿No te han dado ganas de escribir en clave de ficción lo que fue tu historia en la DINA?
Es que no sé tanto de la DINA, me sería muy difícil. Mi experiencia ya la escribí y eso es todo lo que sé de la DINA. No sabría cómo, no soy tan buena escritora. No tengo la imaginación que se requiere para escribir novelas de espionaje, como las novelas inglesas de John Le Carre que son mis favoritas. ¿Lo has leído? El espía que regresó del frío es una de mis favoritas.
-¿Dices que no te consideras una escritora destacada?
No, te dije que no tengo imaginación. Tengo que escribir sobre lo que sé, porque la imaginación no me da para más. Yo jamás en la vida podría escribir un cuento como los que escribe Isabel Allende, por ejemplo, me podrían matar y no podría escribir una novela de ese tipo. Tampoco las puedo leer, confieso.
-¿Leíste Nocturno de Chile, el libro de Roberto Bolaño sobre los talleres literarios de Lo Curro?
Algo leí: cuando yo estaba presa, a una de las compañeras le llevaron un libro de Bolaño. Entonces ella me lo pasó para que leyera la parte donde figuraba yo. Y nada, escribe bien Bolaño, escribía bien, pero nada que ver conmigo. Leí esa parte.
-Bueno, el libro trata de eso. De los talleres literarios y del cura Valente.
Mira, ¿será cierto eso? Yo le tengo antipatía al cura Valente, pero nada más que por las críticas de El Mercurio. No me gusta el caballero, no me gustan los curas, pero él me gusta menos. ¿Todavía escribe en El Mercurio?
-Parece que sí.
Yo no leo El Mercurio, no lo recibo. No tengo Internet. No sé manejar el computador. Tengo un computador en la pieza pero no le gusto, es muy poco amistoso. Mi hermano compra El Mercurio y me guarda el de los domingos, lo traigo pero casi nunca lo leo. He estado por suscribirme a La Tercera, pero tampoco lo he hecho por esta incomodidad de vivir en edificio. No sé a qué hora me voy a levantar el domingo, si es que me levanto.
-¿Dónde escribes?
Escribo en cuadernos universitarios, esos grandotes. Escribo una página, escribo en otra, la rompo. No me hago mala sangre. Tengo una cantidad de cuadernos universitarios que ni te imaginas. Siempre le digo a Carlos (Iturra) que si yo me muero, por favor él los queme todos. Que no me haga el chiste de Max Brod.
-Puede ser injusto que discriminen tu literatura por tu pasado en la DINA, pero es natural que sea así, ¿no crees?
Es comprensible… Pero yo me conformo porque a Günter Grass le pasó lo mismo (ríe) Y él era mejor que yo. A Borges también. Pero mira tú, Hemingway: le fue muy bien y no era una especie de santo. Y el tiempo pasa tan rápido, eso es lo que asusta. Me habría gustado dejar obras completas, pero parece que ya no va a poder ser. Algún día voy a ordenarme. Es que es tan triste escribir y que una encuentre que lo hizo bien y trate de publicarlo y no te lo publica nadie. Y por razones ajenas a la literatura. Que tú sabes que está bien escrito, que está mejor que muchos otros que andan por ahí dándose vueltas, entonces yo trato de no hacerme mala sangre por eso. Pero no me dan ganas de escribir.
-Me refiero a que es una consecuencia de tu pasado, de lo que fue tu actuación en la DINA, es lo que has tenido que pagar en ese sentido.
Sí, pero he pagado mucho más de lo que hice, he pagado por dos, porque Michael la sacó mucho más fácil que yo, estuvo seis años en la cárcel y las cárceles en Estados Unidos son de lujo y con eso terminó su historia de DINA y vive una vida tranquila y feliz para siempre. En fin, todo sea por lo niños.
-Y tú, ¿por qué dices que has pagado?
Porque para mí lo más importante era escribir, esa era mi vida. Escribir y escribir hartos libros. Fuera de la familia y los niños que, claro, vienen primero, pero eso y escribir. Y bueno, los niños crecen y se van y lo escrito no sale a letra de molde, así que me fallaron los dos proyectos.
-O sea, ¿ese es el principal castigo?
Eso es.
-¿Y qué te provoca eso?
No te voy a decir que tristeza, porque no soy una persona triste, pero me provoca un poco de…un sentimiento de injusticia, de que las cosas no debieran ser así, de que alguien que hace algo debiera ser juzgado por lo que hizo y no por lo que no.
CASA CUARTEL
-¿Cómo era para ti eso de combinar esto de escritora aficionada o aspirante a escritora, con la otra posición de agente?
-Es que nunca tuve nada… no me dieron nunca nada que hacer como agente. Como agente me trataban muy distante. A mí nunca me dijeron secretos o me instruyeron en algo.
-Y en el caso de tus amigos especialmente vinculados a la literatura, ¿cómo no veían con extrañeza el hecho de que vivieras con militares y en ese ambiente?
No se veía ningún militar en mi casa. Nunca se veía ningún militar.
-Pero en el día ellos circulaban por ahí…
Pero no en uniforme. Nunca se vio a nadie con uniforme. Los pelados eran como los jardineros del barrio. Y los oficiales que iban lo hacían en camiseta y jeans. Así que los amigos míos nunca vieron militares en esa casa.
-¿Nunca vieron nada que pudiera haberlos hecho sospechar algo raro? ¿Te comentaron algo?
Absolutamente nada. Estaba Mike en una pieza más o menos de este porte, con un escritorio y con una especie de pizarra en la pared con cositas colgando, cositas electrónicas, enchufes, alambritos… Pero cosas que cualquier puede tener, además de jugueras, planchas, cosas que arreglaba… Había que conocer la casa para darse cuenta que no podían tener relación.
-A ver, ¿cómo era?
Ocupábamos dos pisos. Dos pisos habitables. Lo otro, lo que los chiquillos les ha dado decir que era un subterráneo, era un garaje para tres autos. Entonces del segundo piso había una escalera de cemento, se bajaba y se llegaba al garaje principal, y en el garaje principal había una piececita que era para la servidumbre y otra para guardar. Una bodeguita. Y pare de contar, no había más. En el primer piso había una pieza grande donde trabajaba Mike.
-Sobre la cochera.
Sobre la cochera. Y otra pieza un poco más grande que esta, que tenía un linóleo como este pero que nunca se le compraron muebles. Así que tenía unos escritorios, sillas, pero era como una familia que compra una casa grande y que no tiene plata para amoblarla, más o menos. Y después se subía por una escalera media torcida y se llegaba al tercer piso, que en realidad venía a ser el segundo, y ahí estaba el taller. Y ese piso estaba bien diseñado: había un living grande, como dos veces esto, y tres dormitorios, dos medianos y uno chiquito, y baño. Después, Mike, en esa misma pieza grande puso la cocina, entonces quedó la casa completa para vivir nosotros en ese piso. No teníamos necesidad de siquiera ir a los otros pisos, porque había pasillo que daba directamente afuera.
-¿Tenía entrada independiente el último piso?
No completamente independiente, como un pasadizo.
-Y los pelados, ¿donde dormían?
Abajo, en la cochera.
-Y el laboratorio de Eugenio Berríos, ¿dónde estaba?
Afuera, en la casa de cuidadores, completamente aparte de la casa.
-Por tanto, cuando llegaba la gente invitada, ¿entraba por la cochera?
No. Había una escalera larga que daba a un pasillo, donde estaba la puerta de entrada. Y entraban a las oficinas o a los talleres. Muchas veces Mike tenía la puerta abierta y entraron gente del taller a conversar con él. Y él los acogía como a cualquier visitante. Así que todos conocían esa especie de oficinita que tenía Mike con sus planchas y sus cosas electrónicas. Era fea la casa, mal diseñada, de material muy antiestético, de concreto, pintada blanca, como los cuarteles, mal pintada, no había nada de atractivo en esa casa.
-¿Y a ti acaso no te incomodaba o no te preocupaba llevar a la gente para allá a sabiendas de que era un cuartel de la DINA?
Es que a mí no me preocupaba que fuera un cuartel de la DINA. Yo no sabía nada de la DINA. Yo sabía que había un servicio secreto que se llamaba DINA porque cuando Mike entró le dijeron que era un servicio secreto que se iba a llamar DINA, pero no le dijeron de qué se trataba. Así que no tendría por qué haberme preocupado de que fuera eso un cuartel de la DINA.
-¿Qué impresión tenía Michael Townley de tus reuniones sociales en Lo Curro?
Es que él no tenía nada que ver. El pobre trataba siempre de hacer lo que yo hacía. Entonces, de repente se ponía a escribir. Y escribía harto mal. Con su mal castellano. Todavía tengo guardadas algunas cosas que me escribió.
-¿Escribía ficción?
No, cartas amorosas, poemas.
-¿Cuándo es que la relación se empieza a deteriorar?
Cuando empezó a funcionar más la DINA en la casa. Entonces empezó a ponerse más pesado el asunto. Y otra cosa que siempre me molestó, y que puede destruir un matrimonio, aprende de esto: llegaba atrasado, siempre, nos invitaban a comer a las nueve, llegábamos a las diez; nos invitaban a las diez, llegábamos a las once. Todo el tiempo. Yo estaba lista, siempre, y él se demoraba, se demoraba. Se daba unas duchas de 45 minutos. Son cosas que parecen tan nimias, pero que van socavando, molestando. A mí me daba vergüenza llegar a una casa con una hora de retraso y saber que nos habían estado esperando todo ese tiempo. Ya la vida social se nos fue a la cresta. Y cosas tontas también, como el asunto de la comida. Cuando empezaron a cocinar para esa gente que llegó, y que (Manuel) Contreras insistía en mandar a Lo Curro, empezaron a cocinar en unos tiestos tan grandes que al último la comida no tenía gusto a nada. Y no alcanzábamos a cocinar para toda la gente. Entonces, de repente miraba a mis niños, y tenían un plato de carbonada así chiquitito, y carbonada todos los días. Me decían: Mamá, por qué estamos comiendo tan mal. En realidad estábamos comiendo pésimo. Y le alegaba a Mike, y Mike se enojaba. Mike solía enojarse. Esas fueron las tonterías que fueron minando la relación. Lo otro: él trabajaba hasta las dos de la mañana. Yo ya estaba durmiendo cuando subía. Así que ni lo veía ni conversaba con él. Si tenía que decirle algo, se lo dejaba por escrito. O se lo pasaba a la Alejandra (la secretaria). Eso me aburrió. Y lo otro que fue la gran desilusión, que cuando estalló el asunto de (Orlando) Letelier y se pusieron a buscarlo, entonces dependía demasiado de mí. Yo habría esperado de él que fuera más valiente. Que se las arreglara solo. O con sus amistades, pero quería que siempre lo ayudara yo.
LA RUPTURA
-¿Sigues en contacto con Townley?
No, los niños sí… Después él estuvo en la cárcel y se suponía que yo iba a ir a Estados Unidos y que iba a irme a vivir con él una vez que saliera de la cárcel. Pero yo no tenía la menor intención de quedarme a vivir en Estados Unidos, porque se iba a quedar a vivir como testigo protegido, y eso es horrible. Yo no tenía intenciones de hacer eso y tampoco de quedarme con él, la verdad de las cosas. Yo había encontrado un… ¿cómo lo describo?, un pololo, un inglés que había pasado por acá y me aproveché de eso para decir que yo no me quería quedar en EE.UU.
-¿Y después no se comunicaron?
En realidad nos comunicamos. Fui yo también como testigo y nos juntaron. Él había salido de la cárcel y estaba como testigo protegido. Esa fue la última vez que estuvimos juntos. Conversamos, le expliqué mi punto de vista, por ningún motivo me iba a ir vivir a Estados Unidos. Pasara lo que pasara yo de Chile no me movía, porque en Chile se quedaban los niños y mi mamá, que es muy importante en mi vida. Me podría haber quedado allá. Y podría no haber pasado las rabias que he pasado ahora. Pero no, prefiero enfrentar lo que viene. Encontré terriblemente aburrida la vida en Minnesota. Y sé que Michael seguramente vive en una ciudad como Minnesota, como Minneapolis, esas ciudades del centro de Estados Unidos que son enfermas de aburridas y llenas de campesinos. A los testigos generalmente los mandan a esos pueblos del oeste donde la vida es más barata y la gente es más piadosa. Así que ahí estará. Sé que ha subido de peso y que pesa más de cien kilos. Está hecho un cerdo. Se ha casado dos veces desde la última vez que lo vi. Se me ocurre que no me gustaría.
-Entiendo que enviudó.
Una vez.
-¿Y ahora está emparejado de nuevo?
Uf, cuatro meses después de muerta la señora. No se demoró nada en encontrar otra.
-Él no sólo reconoció que fue el autor material del asesinato de Prats, sino que además dijo que tú estabas al lado de él al momento de detonar la bomba.
Sí, ¿pero cuánto de cierto hay en eso? El dijo eso, pero también sé que había mucha gente involucrada en eso y que él trató de proteger a cuanta gente pudo. Y que hay muchos que gozan de plena libertad y que estuvieron involucrados en eso y yo no sé hasta qué punto.
-¿Y qué te parece a ti que él haya dicho eso?
Una estupidez. No sólo una estupidez, sino también una falta de criterio tremenda. Pero lo que él me dijo -porque él me llamó por teléfono para darme explicaciones- es que pensó que por ser yo su mujer a mí no me podían tocar. Porque en Estados Unidos creo que la ley es así, que los cónyuges no pueden acusarse entre sí.
-¿Y tú te sentiste traicionada por él?
(Silencio) Me sentí molesta, más que nada. Me dio lata, hastío, y no por mí, porque yo ya estaba demasiado metida en este baile: por los niños. Porque que yo fuera a la cárcel para mí no significó mucho. Significó más conocimientos, significó un lote de… ¿cómo te dijera?… beneficios. Si no hubiera sido por los niños yo hubiera estado feliz de ir a la cárcel. Pero por los niños lo sentí mucho y me dio mucha rabia con él, porque no pensó en los niños.
-¿Eso provocó un problema, una distancia entre tus hijos con su padre?
(Silencio) Hay una distancia, claro que sí. Me llamó una noche y me dijo que estaba muy, muy, muy triste. Pero no me dijo por qué ni me dijo qué pensaba hacer. Pero yo tampoco le pregunté. No le pregunté nada. Lo escuché y le dije qué lástima, trata de sobreponerte, en fin. Ya todo está dicho, todo está terminado.
por Juan Cristóbal Peña
Lo Curro: un cuartel familiar
Fuente :casosvicaria.udp.cl, 16 de Octubre 2011
Categoría : Otra Información
Una casa de familia habitada por un matrimonio y sus tres hijos. Una casa del barrio alto, donde los hijos invitaban a sus amigos del colegio Saint George a pasar la tarde y la dueña de casa organizaba tertulias literarias. Difícilmente la DINA pudo haber encontrado una mejor fachada para montar un cuartel secreto, y no uno cualquiera. El cuartel Quetropillán se destinó a las operaciones de exterminio de opositores de elite, y ahí se montó el laboratorio en que los agentes experimentaron creando armas químicas. Esa casa fue recreada en el capítulo sexto de Los archivos del cardenal.
a casa de Lo Curro, en cierto modo, significó un reconocimiento. Un ascenso institucional para el matrimonio formado por el estadounidense Michael Townley Welsch y la chilena Mariana Callejas Honores. En septiembre de 1974, unos meses antes de mudarse a Lo Curro, la pareja viajó a Buenos Aires por encargo de la DINA y mató al ex comandante en jefe del Ejército chileno, general (r) Carlos Prats, y a su esposa Sofía Cuthbert con una poderosa carga explosiva instalada en el chasis del auto de la pareja. La acción, la primera en el extranjero del matrimonio de agentes, les valió el traslado a Lo Curro. «Una especie de pago o tranquilizante» por los servicios prestados, declarará Callejas a la justicia chilena a comienzos de los años noventa.
La casa era enorme y tosca, una nave de concreto que parecía haber sido construida por etapas, sin seguir un patrón arquitectónico definido. Tres pisos, quinientos metros cuadrados construidos y cerca de cinco mil de terreno. A fines de los noventa fue demolida, pero quedó el peritaje fotográfico realizado en octubre de 1991 por encargo del juez Adolfo Bañados, que instruyó el proceso por la muerte del ex canciller Orlando Letelier.
En la planta inferior estaban las cocheras y piezas de servicio, habitadas por un matrimonio que se ocupaba del aseo, el jardín y la cocina. Ocasionalmente dormían ahí también alguno de los dos choferes, funcionarios del Ejército y la Armada, asignados por la DINA al servicio de los dueños de casa. Además de participar de operativos y oficiar de correos y estafetas, solían ir a buscar y a dejar a los niños al colegio.
En la segunda planta, a la que se accedía por una escalera exterior de concreto, estaba el taller de electrónica de Townley y la oficina de su secretaria, una soldado primero de Ejército que respondía al apodo de «Roxana». Su verdadero nombre es María Rosa Alejandra Damiani. Tenía a cargo las cuentas y la administración del cuartel y, como cualquier secretaria, cumplía horario de oficina.
La tercera planta se conectaba a la segunda por una escalera y estaba reservada a la familia. Ahí dormían los dueños de casa y sus hijos: Susan, Christopher y Brian. Los dos últimos son hijos del matrimonio Townley Callejas. La primera había nacido de un primer matrimonio de ella con otro norteamericano. La familia acostumbraba almorzar en el comedor del tercer piso junto con Roxana y el tío Hermes, un químico que pasaba buena parte del día encerrado en un laboratorio que funcionaba en un cuarto exterior a la casa.
El «tío Hermes», alias de Eugenio Berríos Sagredo, era sonriente y querendón con los niños. Un encanto de persona, según lo retrató Callejas en su autobiografía Siembra vientos (1995). Había llegado a esa casa para experimentar con gases tóxicos que serían usados en la eliminación de opositores al régimen. Su producto estrella fue el gas sarín, una suerte de pesticida letal que paraliza el sistema nervioso casi inmediatamente después de ser respirado. En el laboratorio de Lo Curro «Hermes» probaba los efectos del sarín en ratas y conejos, sin preocuparse mayormente de guardar las apariencias.
En 1991, al ser llamado a testificar en el caso Letelier, el jardinero José Eleazar Lagos Ruiz recordó que «muchas veces, mientras hacía el aseo del jardín, me di cuenta [de] que al lado de afuera del laboratorio había ratas y conejillos de Indias muertos, pero sin señales de haber sufrido cortes u otras formas de violencia».
Viaje de trabajo
A principios de 1975, a poco de la mudanza a Lo Curro, los dueños de casa emprendieron un segundo viaje de trabajo. Tenían la misión de trasladarse a la capital mexicana para matar a un grupo de dirigentes políticos chilenos que coincidirían en el DF. En esa lista se contaban figuras como Carlos Altamirano, Volodia Teitelboim y Hortensia Bussi, la viuda de Salvador Allende. Parte de lo más simbólico de la izquierda chilena.
En Miami se unieron al cubano anticastrista Virgilio Paz, con quien viajaron a México en una casa rodante. En su libro de memorias Callejas dirá que en ese viaje de varias semanas, que resultó un completo fiasco, se mantuvo al margen de las actividades de los hombres. Más por aburrimiento que por temor. Dirá que mataba el tiempo leyendo revistas y modelando animalitos con el explosivo plástico que portaban. Que su verdadero interés estaba en la literatura, no en sus obligaciones de agente secreto.
En 1974, siendo ya parte de la DINA, Callejas participó del taller literario que Enrique Lafourcade dio en uno de los locales de las Torres de Tajamar. El taller tuvo corta vida y fue ella quien propuso a sus compañeros seguir las actividades en su casa. Primero se reunían en Providencia, donde vivía al momento de participar del crimen de Prats. Después los invitó a la casa de Lo Curro.
En una entrevista de 2010 sostenida con este autor, el escritor Gonzalo Contreras recordará que mientras Townley se lo pasaba encerrado en su taller de electrónica «haciendo huevaditas con las manos», los invitados al taller literario asistían en el tercer piso a «una mise en scène preparada por la anfitriona». En ese grupo, del que saldrán exponentes de la Nueva Narrativa Chilena como Carlos Iturra, Carlos Franz y el propio Contreras, era ella quien más escribía y llevaba la voz cantante. También era quien tenía más pedigrí literario, pues a mediados de la década ganó el concurso de cuentos Rafael Maluenda de El Mercurio con el relato «¿Conoció usted a Bobby Ackerman?», un nostálgico y bello monólogo de un judío en Nueva York.
En la visión de Callejas, su vida de agente era tediosa y, de cierto modo, accidental. Una actividad mal remunerada, a la que se comprometió más por curiosidad que por convicción.
Esa imagen ausente y pasiva que la autora construye de sí misma, asignándose un papel secundario en las actividades de la DINA, de comparsa, vuelve a aparecer en su relato autobiográfico al momento de hacerse cargo de la misión que emprendió en Europa en compañía de su marido. En este tercer viaje, de mediados de 1975, que coincide con el atentado que dejó gravemente heridos al líder de la Democracia Cristiana Bernardo Leighton y a su esposa Ana María Fresno, ella se mostrará como una esposa fiel, obligada a sacrificarse por las obligaciones de su marido.
«Durante años fui capaz de imponer mi voluntad sobre la suya, sin que él se diera cuenta. Pero en el caso de la DINA perdí», escribió.
La imagen es muy distinta de la que propone Manuel Fuentes Wendling, jefe de propaganda de Patria y Libertad, que trató a la pareja durante el gobierno de la Unidad Popular. «Era ella la que empujaba a su esposo, la que lo instigaba, no al revés», dice hoy el ex militante de la agrupación de ultraderecha. «Ella mandaba y el gringo la seguía, siempre detrás. Yo notaba en ella una fascinación perversa por la aventura, por la adrenalina, por querer ir siempre más allá. Pese a ello siempre se ha empeñado en hacerse la inocente, en aparecer como que no hizo nada, poco menos que como víctima».
El soldado Townley
Callejas era diez años mayor que Townley. Se habían conocido en 1961 en Santiago y al poco tiempo se casaron, contra la oposición de la familia de él. Su padre era gerente de la Ford en Chile y agente de la CIA. De ahí que el director de la DINA, general Manuel Contreras, no se haya cansado de repetir que Townley cometió las atrocidades por encargo de la agencia estadounidense.
Lo que está comprobado es que la inquietud por la política comenzó con Callejas. Antes él se interesaba por los motores y los botes. Según Fuentes Wendling, durante la Unidad Popular fue ella quien vinculó a su marido a Patria y Libertad. Y quien tuvo que ver con la muerte de un obrero que custodiaba una antena que interfería las transmisiones de Canal 13 en Concepción. Por esta acción Townley tuvo que abandonar el país de manera ilegal y solo pudo retornar tras el golpe de Estado. Poco después ingresaba a la DINA junto a su esposa. A él lo llamaron Andrés Wilson. A ella, Ana Luisa Pizarro.
En una de sus tantas declaraciones a la justicia chilena, Mariana Callejas dirá que «Michael sentía mucha lealtad para con el Gobierno chileno». Sin embargo, aparentemente, esa lealtad no era correspondida. Ni económica ni simbólicamente.
«Roxana», la secretaria, definió al norteamericano como «un mercenario, pero muy mal remunerado». Le habían prometido un grado militar que nunca llegó. Tampoco consiguió que le prestaran el Club Militar para que Susan, la hija de su esposa, se casara ahí. Según Callejas, él se empeñaba en ser reconocido como un oficial más, aun cuando «al coronel Contreras no le gustaba que Michael fuera al cuartel general (…) Michael iba por cuanto sentía bien estar entre camaradas».
En su afán de pertenencia, de congraciarse con sus superiores, en 1975 tuvo la ocurrencia de raptar a un sacerdote y dos secretarias del grupo Fluxá-Yaconi, que en ese entonces atravesaban por problemas económicos y eran buscados por la justicia. Los tres llegaron a la casa de Lo Curro y permanecieron dos o tres días detenidos en la segunda planta. «Roxana», la secretaria de Townley, dirá a la justicia que a las mujeres «yo misma las atendí, las tranquilicé y les dije que no iban a tener ningún problema». Las mujeres y el cura permanecían vendados, sometidos a duros interrogatorios.
Del secuestro también se enteró José Lagos, el jardinero que residía en la casa. Según le contó al ministro Adolfo Bañados, al constatar la presencia de las dos mujeres, que no habían comido ni sabían dónde se encontraban, se apiadó de ellas y fue a buscarles sándwiches y vasos de leche. «En el momento en que me disponía a pasárselos a través de un boquete que había, me sorprendió Andrés Wilson (Townley) y me reprendió severamente».
Más tarde, al hacer la denuncia y entregar datos sobre el lugar en que habían sido secuestradas, las dos mujeres recordarán haber escuchado voces de niños.
Montaje mediático
No es claro si esa noche de julio de 1976, cuando el diplomático español Carmelo Soria fue llevado a la fuerza a Lo Curro, había niños presentes en la casa. De lo que sí hay pruebas es que en algún momento de esa noche, ante los fuertes gritos provenientes de la cochera, Michael Townley tuvo que bajar a pedir silencio. Así lo relató él mismo en la entrevista televisiva que dio en 1993 al programa televisivo Informe Especial.
Por ese relato, y por el testimonio del agente José Ríos San Martín, se sabe que Soria fue golpeado duramente en uno de los garages de la casa. Como suponían que el español tenía vínculos con el Partido Comunista chileno, querían saber nombres y acerca de flujos de dinero. Querían eso y, sobre todo, matarlo.
El operativo fue dirigido por el capitán de Ejército Guillermo Salinas Torres. Asistía permanentemente a Lo Curro, casi a diario, y era conocido como «Freddy». También era de los que se sentaba a almorzar en la mesa familiar. Bajo el mando de Salinas, Soria fue torturado y rociado con alcohol y obligado a beberlo en grandes dosis. Y en un momento, cuando consideró que el detenido había dado todo lo que podía dar, que no era mucho, Salinas apoyó la cabeza de Soria en unos escalones y lo desnucó con un golpe de karate.
Aunque no está acreditado judicialmente, se cree que también fue expuesto a gas sarín.
Entonces comenzó el despliegue de un burdo montaje al que la prensa chilena contribuyó notoriamente.
El cuerpo de Soria y su auto fueron conducidos al sector de La Pirámide, en las faldas del cerro San Cristóbal. Ya había sido forzado a beber alcohol y alguien se encargó de escribir en letras de molde una carta en que la víctima era informada de que su esposa le era infiel. La carta fue introducida en uno de los bolsillos de su chaqueta y el auto desbarrancado, para simular un accidente de tránsito.
El lunes 19 de julio, cinco días después de que Soria fuera raptado, los diarios nacionales dieron cuenta del «accidente». El Mercurio incluso precipitó una conclusión: «El cadáver no presenta lesiones atribuibles a terceros».
En El diario de Agustín, un libro de investigación periodística, se da cuenta del papel cómplice o solícito de la prensa chilena en casos de violaciones a los derechos humanos. En el capítulo dedicado a Soria, el libro repara en la visión más crítica y distante de la versión oficial que asumió La Tercera en relación con los diarios de la cadena de El Mercurio. Mientras el primero tituló «EXTRAÑA MUERTE DE FUNCIONARIO INTERNACIONAL, ¿CRIMEN O ACCIDENTE?», el segundo destacó con cierta asepsia: «INVESTIGAN MUERTE DE FUNCIONARIO DE LA ONU».
Al día siguiente, citando a Relaciones Públicas de la Policía de Investigaciones, El Mercurio reforzó la versión oficial, asegurando que «el caso no se está investigando como homicidio». La Segunda se sumó a esta versión al informar que «no hay antecedentes para estimar que se trate de un crimen». Si bien también se hizo eco de la hipótesis de un accidente, La Tercera al menos dio cuenta de amenazas de las que había sido objeto el diplomático en los días previos a su muerte.
El martes 27, una semana después de la primera cobertura, El Mercurio aseguró que «se descarta homicidio o suicidio» y adelantó un dato fundamental en que se funda el montaje: «El examen de autopsia confirmará el hecho de que Carmelo Soria ingirió alcohol en la tarde del miércoles 14». Al día siguiente, dando cuenta de una conferencia de prensa del director de Investigaciones, general Ernesto Baeza, tituló: «ESPAÑOL CARMELO SORIA MURIÓ POR ACCIDENTE. INVESTIGACIONES DIO SU VEREDICTO». La nota es fecunda en antecedentes ficticios: «Soria fue objeto de un chantaje emocional. Llamadas anónimas y misivas le decían que alguien se había inmiscuido en su felicidad conyugal».
El seguimiento de prensa que hace de este caso El diario de Agustín es minucioso, además de agudo. El libro repara en que las semanas siguientes al crimen, al menos en las páginas de El Mercurio, el nombre del diplomático español «se perdió bajo el manto de la información oficial luego del “veredicto” de la Policía de Investigaciones».
Solo un par de años después, El Mercurio informó que la jueza a cargo de la investigación había estableciado la muerte de Carmelo Soria como un «homicidio por terceros no habidos».
Vista y oído
En Lo Curro nadie tuvo dudas de lo que había ocurrido con Carmelo Soria. El gásfiter Martín Melián González, que durante varios meses realizó trabajos en esa casa, testificó haber «escuchado versiones de un señor que llegó una tarde y le aplicaron algo que yo no sé y empezó a tiritar y se murió (….). Por noticias aparecidas en el diario, al parecer sobre un señor Soria que lo habían botado cerca de un canal del cerro San Cristóbal, yo concluí que podía ser la misma persona que había muerto en la casa de Lo Curro».
Más explícita fue «Roxana», la secretaria. Ante la justicia recordó que el día en que secuestraron a Soria la obligaron a retirarse temprano. Y a la mañana del día siguiente, cuando llegó a trabajar, al encontrarse en el comedor familiar con varias botellas de alcohol vacías, Townley le contó que la noche anterior había ocurrido un operativo en la casa. «Por operativo entendí inmediatamente que se trataba de la eliminación de una persona», declaró la secretaria. También declaró haber escuchado comentar a los dueños de casa que «la operación había sido un éxito».
Para quienes vivían en esa casa o la frecuentaban, los horrores estaban a la vista y a la orden del día. José Lagos, el jardinero, vio y escuchó muchas cosas. Al igual que su esposa, encargada de la cocina. Pero lo que vio un día en una de las cocheras, un gran charco de sangre, resultó decisivo para que se convenciera de que debían abandonar la residencia. Ya habían visto y oído demasiado. Ratas y conejos muertos sin signo de haber sido violentados. Pasos apresurados subiendo o bajando las escaleras de madrugada. Gritos, golpes, charcos de sangre. Además, por uno de los choferes se enteraron de que todas las conversaciones que tenían en la cochera eran grabadas por el dueño de casa.
Un año después de abandonar Lo Curro, cuando creía estar a salvo, el jardinero fue abordado en la calle por tres civiles que lo subieron a un auto, lo vendaron y llevaron a un sitio sombrío y de paredes frías. Permaneció cinco días en un lugar que jamás pudo identificar. En su declaración a la justicia por el caso Letelier dijo que «durante la detención me preguntaban sobre si recordaba mi trabajo en Lo Curro y si a alguien le había contado lo que había visto en ese lugar. Yo a nadie le conté lo que vi».
Años de soledad
Lo que ocurrió en Lo Curro comenzó a revelarse en marzo de 1978, cuando El Mercurio publicó las fotos de Michael Townley Welsch y Armando Fernández Larios, los dos principales implicados en el crimen de Orlando Letelier y su secretaria, Ronnie Moffitt, ocurrido en septiembre de 1976. Solo tres meses después del asesinato de Soria.
La nota estaba basada en una información de The Washington Post, que daba cuenta de las últimas novedades de la investigación judicial del caso Letelier, y, aunque en el artículo de El Mercurio se los identificaba como Juan Williams Rose y Alejandro Romeral Jarano, los nombres falsos que usaron en los documentos con que entraron a Estados Unidos, no pasaron más que unos días antes de que se supiera quiénes aparecían verdaderamente en esas fotografías.
El 8 de abril de 1978, Michael Tonwley fue expulsado de Chile y en Estados Unidos logró negociar dos condenas de diez años cada una, de las cuales cumplió menos de la mitad de cárcel efectiva. El acuerdo estableció que no podía ser juzgado por ningún otro crimen que no fuera el de Letelier.
Gracias a la colaboración prestada por su esposo, Callejas también consiguió impunidad en Estados Unidos. Y para asegurarse de que su vida y la de sus hijos no corrieran peligro en Chile, confió a terceros información comprometedora para el régimen.
Las señales de resguardo también fueron literarias. Larga noche, un libro de cuentos autoeditado que incluye relatos de torturas y asesinatos políticos, contiene mensajes en clave. El más explícito está en el relato «Parque pequeño y alegre», sobre un sujeto al que se le encomienda instalar una bomba. «Un baleo es un baleo, la gente está acostumbrada. Tiene que ser algo grandioso, para que aprendan los otros como él, los enemigos», reflexiona el protagonista.
A contar de 1978, entonces, la condición de agente de la DINA de Mariana Callejas quedó al descubierto. Pero ella siguió viviendo en Lo Curro. Sus hijos crecieron y dejaron la casa. También la abandonó la mayoría de sus antiguos compañeros de taller literario. En 1985, cuando el periodista Óscar Sepúlveda, de La Segunda, llegó a entrevistarla, ella la dijo que la suya era «una soledad compartida con cosas lindas, como almendros y aromos que florecen en medio del invierno». Al periodista le sorprendió el estado de abandono en que se encontraba la casa. Vidrios quebrados, resquebrajamiento de escalones y paredes. La maleza y las ramas crecían a su antojo.
Los conejos, apuntó el periodista, corrían libremente por el jardín.
por Juan Cristobal Peña
La venganza del «Mamo» Contreras: La DINA y el asesinato del Conservador de Bienes Raíces de Santiago
Fuente :elciudadano.cl, 14 de Enero 2023
Categoría : Prensa
Renato León Zenteno le había negado la inscripción de propiedades a Contreras, a la fecha jefe de la primera policía secreta de la dictadura de Pinochet.
La ministra en visita de la Corte de Apelaciones de Santiago Paola Plaza procesó en enero a cuatro exagentes de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) por el asesinato en 1976 del abogado Jorge Renato Francisco León Zenteno (69 años), el entonces Conservador de Bienes Raíces de la capital, que le había negado la inscripción de propiedades a Manuel Contreras, a la fecha jefe de la primera policía secreta de la dictadura de Pinochet.
La magistrada, en la causa rol 4.975-2021, encauzó y ordenó la prisión preventiva en el Regimiento de Policía Militar N° 1 de Peñalolén de los exoficiales de Ejército Guillermo Humberto Salinas Torres, Pablo Fernando Belmar Labbé, Manuel Antonio Pérez Santillán y René Patricio Quilhot Palma.
En la investigación judicial queda de manifiesto que el crimen de la víctima fue perpetrado por agentes de la DINA utilizando gas sarín para consumar el asesinato del abogado de 69 años de edad.
Los ahora procesados eran oficiales capacitados en inteligencia provenientes del Curso de Comandos de la Escuela de Paracaidistas y Fuerzas Especiales, quienes fueron destinados en Comisión Extra Institucional a la DINA en donde conformaron una unidad especial destinada a realizar acciones y operativos dirigidos a silenciar y/o neutralizar a personas opositoras a la dictadura militar. Esta unidad especial recibía la pomposa denominación de «Agrupación de Seguridad Adelantada Indirecta», luego fue denominada Brigada Mulchén de la DINA, antecesora de la Unidad Antiterrorista de la CNI.
Este grupo de agentes dependía directamente de Manuel Contreras, el director del ente criminal represivo, y operativamente eran comandados por el entonces capitán de ejército Guillermo Humberto Salinas Torres, el de mayor antigüedad entre sus integrantes, además de los capitanes Jaime Enrique Lepe Orellana, Pablo Fernando Belmar Labbé, y los tenientes Manuel Antonio Pérez Santillán y René Patricio Quilhot Palma.
Colaboraban también con actividades particulares del grupo el oficial especialista en transporte Juan Alberto Delmás Ramírez, y los suboficiales Jorge Aqueveque Pérez, José Remigio Ríos San Martín y Bernardino Ferrada Retamales, entre otros.
En la misma época, funcionaba en el inmueble ubicado en Vía Naranja N° 4925, sector de Lo Curro, actualmente comuna de Vitacura, domicilio de los agentes civiles DINA Michael Townley, de origen estadounidense, y su esposa Mariana Callejas, un laboratorio a cargo del agente civil Eugenio Berrios Sagredo, integrante de la «Brigada Quetropillán» de la DINA – integrada por los tres antes mencionados, entre otros- en el «rubro» de las armas químicas, que tuvo a su cargo el desarrollo del gas sarín, descubierto por científicos nazis durante la Segunda Guerra Mundial, para convertirlo en un veneno no rastreable y usarlo en la eliminación de opositores, plan conocido como el “Proyecto Andrea”.
En ese marco, la magistrada dio por establecido que, «entre las últimas horas del 29 y la madrugada del 30 de noviembre de 1976», los oficiales integrantes de la «Agrupación de Seguridad Adelantada Indirecta», en apoyo a un operativo de «Quetropillán», concurrieron a un edificio ubicado en calle Holanda, en Providencia, donde se emplazaba el domicilio del conservador de Bienes Raíces de Santiago.
El abogado, «al abrir la puerta del inmueble, es conducido por la fuerza hasta su dormitorio» por los represores, quienes dejaron «su cuerpo extendido sobre la cama maniatado e inmovilizado«.
En ese momento, «los agentes que se encontraban en el lugar dan aviso por radio a los demás integrantes de la Agrupación, los que acompañados por el químico Eugenio Berríos Sagredo, facilitan las maniobras para que la víctima inhale por medio de spray el gas sarín, contra su voluntad, causando su muerte en breve tiempo, producto de toxemia aguda«, concluyó el procesamiento.
Según detalló el Poder Judicial, la ministra Plaza estableció en esta etapa procesal lo siguiente:
a) Que, durante la dictadura cívico militar, con ocasión de la ejecución de los planes desarrollados por la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), existieron bajo su alero estructuras orgánicas secretas como también secretos fueron sus objetivos, cuyos integrantes dependían directamente del Director de la época, Coronel Manuel Contreras Sepúlveda, a quienes se encomendó el cumplimiento de misiones «especiales» dispuestas por el Director y conocidas sólo por él. Su organización y funcionamiento, sin asignación de un cuartel determinado, al margen de cualquier orgánica, aun extraoficial, obedecía al ejercicio clandestino de acciones previamente planificadas por parte de otras estructuras, desarrollándose en la época diversos operativos dirigidos a silenciar y/o neutralizar a ciudadanos chilenos y extranjeros opositores al régimen imperante o que en cualquier medida pudieren entrabar los fines ilícitos que se había propuesto;
b) Que en este contexto, a inicios del año 1976, al entonces Capitán Jaime Enrique Lepe Orellana, oficial de reconocida confianza del General Pinochet y de Manuel Contreras -todos actualmente fallecidos- se le encomendó la labor de reclutar a un grupo de oficiales altamente capacitados en inteligencia provenientes del Curso de Comandos de la Escuela de Paracaidistas y Fuerzas Especiales del Ejército de Chile, quienes fueron destinados en Comisión Extra Institucional a la DINA.
Así, los primeros meses de 1976 se formó la denominada «Agrupación de Seguridad Adelantada Indirecta» de Augusto Pinochet, la cual estaba compuesta por tres capitanes y dos tenientes, a cargo del Capitán de Ejército Guillermo Humberto Salinas Torres, el de mayor antigüedad entre sus integrantes, además de Jaime Enrique Lepe Orellana, Pablo Fernando Belmar Labbé, y los Tenientes Manuel Antonio Pérez Santillán y René Patricio Quilhot Palma. Colaboraban también con actividades particulares del grupo el oficial especialista en transporte Juan Alberto Delmás Ramírez, y los Suboficiales Jorge Aqueveque Pérez, José Remigio Ríos San Martín y Bernardino Ferrada Retamales, quienes desempeñaban principalmente funciones en los traslados.
Desde que se crea formalmente la Agrupación, los oficiales Salinas, Belmar, Pérez y Quilhot se mantuvieron al menos hasta diciembre de 1976; y en el caso de Jaime Lepe, al poco tiempo fue destinado a la «Agrupación de Seguridad Directa».
c) Que, en la misma época, funcionaba en el inmueble ubicado en Vía Naranja N°4925, sector de Lo Curro, actualmente comuna de Vitacura, domicilio de Michael Townley, su esposa Mariana Callejas e hijos, un laboratorio a cargo del agente de la DINA Eugenio Berrios Sagredo, integrante de la «Brigada Quetropillán» de la DINA -intregrada por los tres antes mencionados, entre otros- en el «rubro» de las armas químicas, que tuvo a su cargo el desarrollo del Gas Sarín, descubierto por científicos nazis durante la Segunda Guerra Mundial, para convertirlo en un veneno no rastreable y usarlo en la eliminación de opositores, plan conocido como el «Proyecto Andrea».
Eugenio Berrios Sagredo ya era conocido de Manuel Pérez Santillán, con quien tuvo sus primeros contactos alrededor de 1970 en la Facultad de Química y Farmacia de la Universidad de Chile, y le ayudó en el desarrollo de su tesis.
d) Entre las últimas horas del 29 y la madrugada del 30 de noviembre de 1976, los oficiales Pablo Belmar Labbé, Guillermo Salinas Torres, Manuel Antonio Pérez Santillán y René Patricio Quilhot Palma, integrantes de la «Agrupación de Seguridad Adelantada Indirecta», en apoyo a un operativo de la Agrupación Quetropillán, concurrieron al edificio ubicado en calle Holanda N°14, departamento 31, de la comuna de Providencia, domicilio de Jorge Renato Francisco León Zenteno, abogado, 69 años, entonces Conservador de Bienes Raíces de Santiago, quien al abrir la puerta del inmueble es conducido por la fuerza hasta su dormitorio, dejando su cuerpo extendido sobre la cama maniatado e inmovilizado, momento en que los agentes que se encontraban en el lugar dan aviso por radio a los demás integrantes de la Agrupación, los que acompañados por el químico Eugenio Berrios Sagredo, facilitan las maniobras para que la víctima inhale por medio de spray el Gas Sarín, contra su voluntad causando su muerte en breve tiempo, producto de toxemia aguda.
e) Luego de limpiar todo indicio de su presencia en el lugar los oficiales se retiran del inmueble, dejando olvidado el contenedor del gas, motivo por el cual Berrios Sagredo acompañado de Ríos San Martín vuelve pasada la medianoche para tratar de entrar al domicilio, no logrando su objetivo porque la puerta tenía doble cerradura y el nochero del edificio se percató de su presencia, por lo que debieron retirarse.
f) Que, en la época de ocurridos los hechos un grupo de oficiales del Ejército de Chile, liderados por Manuel Contreras Sepúlveda, participó de un proyecto de adquisición de viviendas ubicadas en el sector de Talinay, en la comuna de Peñalolén, las cuales en un principio no pudieron ser inscritas en el Conservador de Bienes Raíces de Santiago debido a que quien ejercía el cargo en ese entonces se opuso, así como también negó la inscripción y traspaso ilegal a sociedades de la DINA de terrenos ubicados en la comuna de La Reina y otros inmuebles de los que fueron despojados opositores al régimen militar.
por Jorge Molina Araneda
Adelanto del nuevo libro del periodista Juan Cristóbal Peña: «Letras torcidas: un perfil de Mariana Callejas»
Fuente :ciper.cl, 3 de Octubre 2024
Categoría : Prensa
El periodista Juan Cristóbal Peña lanza su nuevo libro en el que explora las contradicciones, los pliegues y la oscuridad de Mariana Callejas, y de paso, del Chile de esos años. Callejas fue escritora, miembro de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), esposa del también agente Michael Townley, partícipe de los atentados que terminaron con la muerte del general Carlos Prats en Buenos Aires y del excanciller Orlando Letelier en Washington D. C., así como de otras operaciones internacionales de los aparatos de inteligencia de la dictadura. Fue alumna del taller literario de Enrique Lafourcade, finalista y ganadora de concursos de cuentos y novelas, y anfitriona de un taller al que asistieron autores de renombre en décadas posteriores. Residió con su familia en una casa-cuartel en Lo Curro, donde se realizaban oscuras actividades criminales durante el régimen militar, mientras se celebraban fiestas y tertulias literarias. Una figura que ha inspirado libros, obras de teatro y series de televisión. El siguiente es un extracto exclusivo para CIPER del libro que comienza a venderse este fin de semana.
PARTE III: ANA Y ANDRÉS
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El trabajo estable surgió de manera fortuita e inverosímil, como tantas cosas en esta historia. En el relato oficial, y no hay un relato paralelo que explique mejor las cosas, resultó que a su regreso a Chile los Townley Callejas llegaron a vivir a una casa rentada en Providencia, y por esas casualidades la dueña de esa casa era amiga del coronel Pedro Espinoza.
Lo de amiga es un decir. Un decir que se replica en expedientes judiciales y relatos periodísticos, porque esa mujer era más bien amante del coronel, quien, por medio de ella, se enteró de que el arrendatario era el mismo hombre acusado de un crimen en Concepción, experto en electrónica y explosivos, que había dado de qué hablar en el Frente Nacionalista Patria y Libertad.
El coronel Espinoza era un hombre bajo y moreno, de bigotes espesos tipo virutilla. Era el hombre con mayor poder en la DINA después del Mamo Contreras y había escuchado hablar de Townley cuando, dirigiendo el Servicio de Inteligencia Militar durante el gobierno de Allende, recibió la orden de investigar el origen de la radio clandestina que operaba desde un auto en movimiento. Y si bien era una orden del gobierno, se jactaba de no haber hecho gran cosa para aclarar el caso. Dos años después, al enterarse de que Townley estaba de regreso en Chile, el coronel, por medio de su amante, acordó una cita con él en esa misma casa.
En esa primera reunión Townley habló de sus acciones en el Frente Nacionalista Patria y Libertad y de sus conocimientos en electrónica y explosivos. El coronel parecía saber muy bien quién era ese hombre, qué había hecho y qué era capaz de hacer. “Me dijo que, dado mis conocimientos autodidactas con gran sentido de creatividad sobre electrónica, sería de gran utilidad”, declaró Townley a la justicia chilena en 1978. También declaró que lo pusieron a cargo del mayor Vianel Valdivieso Cervantes, jefe del Departamento de Inteligencia en Telecomunicaciones de la DINA, y que en esos primeros meses como “informante y consultor técnico” recibía “una remuneración mensual y fija, suma de dinero que era bastante exigua, en términos de obligarme a tomar trabajos en forma esporádica de mecánica y reparación de equipos electrónica de forma particular”.
Quizás lo que impresionó al coronel Espinoza fue la amistad que Townley decía tener con uno de los secretarios de la embajada estadounidense y con algunos marines. Para los tiempos que se vivían, un ciudadano estadounidense con buenos contactos en su embajada resultaba de suma utilidad. Michael Vernon Townley Welch parecía el hombre indicado para proveer los equipos electrónicos de espionaje y contraespionaje de última generación que requería un servicio como el que dirigía el Mamo, equipos que compraba directamente a las sucursales en Miami y Nueva York de Audio Intelligence Devices I.M.C., empresa que solo vendía a representantes debidamente acreditados de gobiernos de países amigos de Estados Unidos, esos gobiernos que, como dijo por esa época Richard Nixon, podían ser una buena mierda pero eran sus gobiernos.
Gracias a sus contactos y conocimientos en electrónica, gracias a sus buenos oficios, a su voluntad e iniciativa, y al éxito de la misión encomendada en Buenos Aires para matar al general Prats, Michael Townley comenzó a hacerse imprescindible.
El técnico electrónico Rolf Esser Muller, contratado por el Servicio por media jornada, dijo a la justicia chilena que Townley compraba “equipos altamente sofisticados”, como “aparatos para barrer campos electromagnéticos en busca de micrófonos ocultos” y “elementos para detectar interferencias telefónicas y neutralizar su efecto”.
El mismo funcionario contó que fueron los equipos importados por Townley los que permitieron constatar que los teléfonos de la embajada de Chile en Lima estaban intervenidos. Y unos años después, cuando Pinochet viajó a Estados Unidos y se hospedó en la embajada chilena, descubrieron micrófonos ocultos en el mismo cuarto donde se alojaba, mediante un “sistema de sensor que consistía fundamentalmente en efectos de las vibraciones producidas por la voz que producirían modulaciones captadas en el exterior, a través de un rayo láser que se hallaba permanentemente dirigido hacia una de las ventanas de ese cuarto”.
Pero todo eso que cuenta Rolf Esser Muller ocurrió después. Porque al comienzo Townley era un funcionario a prueba al que se le encomendaban todo tipo de tareas. Desde atentados y compras de equipos electrónicos en el extranjero a la reparación de electrodomésticos para las esposas de los oficiales del Ejército. Secadoras de pelo, planchas, televisores.
Es probable que en principio no tomara verdadera dimensión de todo aquello en lo que se estaba involucrando. Y que al poco andar, como era estadounidense y conocía de explosivos, lo consideraran el mejor candidato para atentar contra el general Prats. Es probable también que, antes de ingresar formalmente al Servicio como funcionario de planta, lo haya consultado con su esposa. Y que fruto de esta conversación haya surgido la idea para que también la contrataran a ella. Mal que mal, como había quedado en evidencia poco tiempo atrás, eran un equipo.
El asunto es que para la segunda mitad de 1974 Michael Townley y Mariana Callejas eran Juan Andrés Wilson Silva y Ana Luisa Pizarro Avilés, agentes asociados a la planta civil de la Dirección de Inteligencia Nacional, la famosa DINA.