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Retamal Martínez Rodrigo Alexe – Memoria Viva

Retamal Martínez Rodrigo Alexe

Alias : “San Felipe es mío”;

Rut: 6.622.455-4

Cargos:

Grado : Coronel

Rama : Carabineros

Organismos : Central Nacional de Informaciones (CNI)

Caso "Las Coimas"
OS-7


Absuelven a militares (R) por violaciones a DDHH en San Felipe

Fuente :elmostrador.cl, 13 de Marzo 2008

Categoría : Prensa

La ministra Rosa María Maggi y el abogado integrante Emilio Pfeffer acogieron la excepción de la prescripción de la acción penal para determinar la absolución de los sentenciados; mientras que el magistrado Juan Cristóbal Mera fue partidario de aplicar el decreto ley de amnistía 2.191 de abril de 1978 para determinar la absolución.

La sexta sala de la Corte de Apelaciones de Santiago absolvió este jueves a los ex miembros del Ejército Héctor Manuel Rubén Orozco Sepúlveda, Rodrigo Alexe Retamal Martínez, Raúl Orlando Pascual Navarro Quintana y Milton René Núñez Hidalgo, condenados en la investigación de derechos humanos conocida como episodio "Mario Alvarado" que falló la ministra suplente Adriana Sottovia Jiménez.

En fallo unánime los ministros Rosa María Maggi, Juan Cristóbal Mera y el abogado integrante Emilio Pfeffer determinaron la absolución de los ex militares por los homicidios calificados de Mario Alvarado Araya, Faruc Jimmy Aguad Pérez, Wilfredo Ramón Sánchez Silva, Artemio Pizarro Aranda, Pedro Abel Araya Araya y José Fierro Fierro, ocurridos el 11 de octubre de 1973 en el sector de Las Coinas, comuna de San Felipe.

La ministra Rosa María Maggi y el abogado integrante Emilio Pfeffer acogieron la excepción de la prescripción de la acción penal para determinar la absolución de los sentenciados; mientras que el magistrado Juan Cristóbal Mera fue partidario de aplicar el decreto ley de amnistía 2.191 de abril de 1978 para determinar la absolución.

En tanto en primera instancia la ministra Adriana Sottovia, suplente del juez Joaquín Billard, había determinado las penas que se detallan a continuación:

Héctor Manuel Rubén Orozco Sepúlveda: 15 años de presidio mayor en su grado medio.
Rodrigo Alexe Retamal Martínez: 12 años de presidio mayor en su grado medio.
Raúl Orlando Pascual Navarro Quintana: 3 años y un día de presidio menor en su grado máximo. Otorgándose el beneficio de la libertad vigilada.
Milton René Núñez Hidalgo: 3 años y un día de presidio menor en su grado máximo. Otorgándose el beneficio de la libertad vigilada.


Soy hijo legitimo y abandonado por mi padre genocida

Fuente :elcohetealaluna.com, 31 de Marzo 2018

Categoría : Prensa

"No sólo fueron genocidas sino que además trataron pésimo a sus esposas, a sus hijos. Y encima eran homofóbicos"

Yo soy José Luis Navarrete Rovano. Hijo legítimo, no reconocido y abandonado, del coronel de carabineros Rodrigo Alexe Retamal Martínez. Genocida. Uno de los responsables del asesinato de Artemio Pizarro, José Fierro, Wilfredo Sanchez, Pedro Araya, Mario Alvarado y Faruk Aguad, el esposo de Berta Manríquez, la mujer a quien conocí hace diez años, una mujer muy luchadora y muy tierna que me supo acoger, que me enseñó a luchar y de la que quiero recalcar que más allá de que ha estado detenida y torturada, ella no fue una víctima, fue una sobreviviente que siguió viviendo para luchar y para exigir Justicia. Así me quiero presentar.

Nací en Chile el 24 de noviembre de 1975. Y si junto las fechas, todo ocurrió en el término de dos años con fechas muy ligadas. El golpe en Chile fue el 11 de septiembre de 1973, mi padre mató a esta gente el 11 de octubre de 1973, época más férrea y más dura de la dictadura de Pinochet. Y mi madre después de tener una relación de cuatro años con él, fue abandonada una vez que quedó embarazada. y yo nací también en noviembre dos años después del golpe.

Cuando mi padre rechazó a mi madre, ella tuvo la genial idea de cambiarme el nombre para que no fuese un guacho, como nos llaman. Compró el apellido a una persona que posteriormente también conocí y me llevó a vivir a Italia, por eso soy mitad chileno, mitad italiano. Crecí sin padre y sin pasado. Mi madre se casó luego con otra persona. Y todo esto sucedió así hasta que un día me puse a hacer un documental buscando los restos de Federico García Lorca.

Vivía en Granada, España. Ya era documentalista. El trabajo se llamaba Tres pasos para el retorno. Contaba la historia de un detenido desaparecido, pero en realidad no estaba buscándolo a García Lorca, sino a las víctimas que habían sido enterradas con él. Las familias necesitaban darles una sepultura, pero la familia Lorca se oponía porque él era como un emblema para el país y no querían remar sobre el pasado. Los españoles también tienen un conflicto con la idea de abrir las fosas comunes. Decidí, así, viajar a Chile para explicarle a los españoles por qué era necesario abrir las fosas comunes. Pero en ese momento, no sé por qué locura, decidí buscar mis propios desaparecidos que en realidad era mi padre. Yo no sabía nada de él. Sólo sabía su nombre. Mi madre no me había ocultado nada, pero yo tampoco había preguntado. Sólo tenía un nombre. Comencé a buscarlo y no encontré nada por ningún lado.

Busqué en las páginas amarillas. Busqué en internet. No estaba por ningún lado. ¡Qué raro!, me decía. Me parecía muy extraño. No lo encontré hasta que un amigo, también documentalista, lo ubicó. Y ahí me di cuenta de que no lo encontraba porque en realidad era un militar sometido a proceso, condenado a doce años de prisión y amnistiado por los crímenes. En Chile, los militares en esas condiciones tienen sus antecedentes borrados para que la gente no los fune. La funa es el nombre que reciben aquí los escraches a las casas. Por eso no lo encontraba. Hasta que mi amigo me pasó una carpeta con sus antecedentes. Allí vi que en el mismo minuto en el que había sido condenado se le aplicó la amnistía, una ley que en Chile condona las penas de los militares que participaron de la dictadura desde el 11 de septiembre de 1973 al 11 de septiembre de 1980. Esto para mí eso fue terrible. Lo primero que me pasó es que no quise conocer a mi papá. Darme cuenta de que mi padre era un genocida, me generó eso: no quiero conocerlo.

—He vivido super bien toda la vida sin saber esta historia. No la quiero.

Y me costó dos años cambiar la decisión. Todo era bien difícil porque en realidad yo andaba buscando un papá desde hacía tiempo. Quería tener un padre. Y me había venido a Chile por primera vez para decir la palabra papá. Entonces lo busqué. Y me puse a vivir con él. Alquilé una casa a una cuadra de la suya, donde vivo todavía. Y a partir de entonces hubo una relación bastante buena, para decirlo sinceramente. Nos conocimos. Mi papá me fue a ver a Europa. Me dijo que se estaba muriendo. Me invitó a su matrimonio. Ahí conocí a toda mi familia paterna. Yo no tenía familia y de repente conocí tíos, abuelos, hermanas, primos. Gente maravillosa. Y todo esto duró unos cinco años, hasta que le dije que era gay. Ahí cambió todo nuevamente. Me volvió a rechazar por segunda vez. La primera vez antes de nacer y la segunda antes de morir. Por eso, esos cinco años fueron cinco años en los que tuve que esconder mi identidad. Aceptar sus condiciones, siempre con las ganas de hacer preguntas. ¿Qué había pasado? ¿Cuál era su implicancia? Quería que me contara su relato. Estaba viviendo con él.

Mientras tanto, también quise conocer a sus víctimas. Pero me pasó una cosa muy rara: no me atrevía a contarles quién era yo. Imaginaba esa situación de la condena, familias esperando Justicia, que descubren al culpable, que al tipo lo condenan, pero al mismo minuto les dicen que esa persona no va a cumplir la condena en la cárcel. Y esa es una protección que el Estado chileno brinda a los genocidas hasta hoy, a todos los genocidas de Chile. Por eso creo la situación de Argentina es distinta porque al menos Videla murió en la cárcel. Acá Pinochet murió en su mansión, como la mayoría de los genocidas. Nosotros tenemos en la cárcel sólo a 30 personas. Hay 3000 detenidos desaparecidos, 40 mil ejecutados políticos, 300.000 familias exiliadas y sólo 30 personas en la cárcel: número que no cierra.

Como sea, empecé a conocer a las víctimas. A relacionarme. Yo no sabía cómo iban a reaccionar porque si cualquiera conoce al hijo del tipo que mató a tu padre, no sé qué puede pasar. Y yo necesitaba tiempo para contarles. Quería que entendieran y conozcan mi compromiso en estos temas.

El día del entierro, a mi padre lo entierran como un emperador. A él, un genocida, lo entierran con todos los honores. Yo seguía filmando.

Y en ese momento, se me acerca uno de los coroneles carabineros amigos de mi padre. Me lleva aparte. Lo sigo. Yo grababa despidiéndome de mi padre.

—Huevón— me dice—. Pepe, ¿puedo hablar contigo?

—Dime.

—Tienes que parar el tema de la herencia.

— ¿Cómo? ¿Qué cosa?

Yo no entendía nada. Me dice que me interponga como sea en el testamento.

—Tío, gracias— dije yo—. Pero mi padre nunca me dio plata. Yo tampoco nunca le pedí plata porque no la necesité.

En Chile yo soy profesor universitario. Había ganado varios fondos públicos para hacer documentales. No necesitaba la plata. Así que le agradezco el interés, pero no me interesa. Pero no es por la plata, me dijo él, es porque yo tuve una lucha constante con tu padre, sobre todo el último tiempo. Tu padre te desheredó porque sos homosexual. Esta es la última vez que vamos a vernos. Tienes que entender que yo también soy carabinero. Pero te lo estoy contando porque mi hijo es homosexual también.

Entiendo perfectamente, le dije. Hablé con mis dos hermanas. Hablé con mis sobrinos, a quienes ya quería mucho. Se lo dije a su mujer, la Fine. Ellas me dijeron: por algo habrá sido que papá hizo esto. Y esa situación me dolió. Creo que eso fue lo que más me dolió. Así que prendí la cámara nuevamente. Gané un fondo para hacer una coproducción con Italia. Fui a Tribunales de Justicia. Y demandé a toda mi familia. Demandé al muerto, demandé a mis hermanas, demandé a su mujer y demandé a toda la gente que me negó. Y desde entonces me dediqué a grabar el proceso judicial contra mi familia. En ese proceso tuve que contar mi historia, conocer la historia de ese hombre para poder decir que yo era su hijo. Tuve que ver a la persona a la que le habían comprado el apellido. Pedí la exhumación del cuerpo de mi padre para hacerme un ADN. Me la negaron, pero me hicieron los análisis con el hermano, mí tío coronel Luis Retamal, dado que evidentemente vengo de una familia de puros carabineros. Salí un 99 por ciento compatible, cosa que era obvia porque físicamente soy igual a mi padre. Y gané el proceso judicial. Durante todo este tiempo decidí a volver a retomar el contacto con Berta, la viuda de una de las víctimas, a la que por pudor nunca pude contarle que era el hijo de ese asesino. Y esta vez sí le conté quién era y cuál era mi historia y tuve un amor profundo. Nos abrazamos. Fue muy emocionante. Pero sobre todo para mí fue un ejercicio de reparación.

En Historias Desobedientes nos parece raro hablar de reconciliación mientras no exista Justicia. La dictadura mató a quienes luchaban por un mundo mejor, militantes, comunistas, socialistas, gente de izquierda. Por eso los mató y los hizo desaparecer. Por eso hablo de reparación. Y es ahí donde entro. ¿De qué pueden servir estas historias, salir a la calle, contarlas? No solamente para contar quiénes somos sino porque entendemos que puede ser una forma de contribuir con la Justicia. En ese sentido, no me junto con las víctimas de mi padre a hacer una obra de teatro o a tomar un café. Yo entregué a la Justicia el material de todas las entrevistas que le hice a mi padre durante todos esos años, hablando del caso. ¿Para qué? Para que el caso que ya está cerrado y amnistiado pueda reabrirse. Y pese a que mi padre niega todo, eso es un nuevo antecedente, un nuevo hecho que permite aplicar una nueva doctrina que señala que los delitos de lesa humanidad no prescriben. Para eso sirve nuestra intervención.

Mi madre ha sido siempre una persona muy sabia. Soy muy mamón, tengo que decirlo. Ella es enfermera, matrona y médico chino. Acupunturista. Chilena italiana. Guapísima, y no porque sea mi madre. Y lo más raro de todo es que nunca me habló mal de mi padre. Y no permitió que lo hagan. Yo era el que se negaba a hablar. Siempre me dijo que le preguntara. Me dijo que yo había sido producto del amor, no del follón de una noche. Me dio una carpeta con poemas que todavía tengo por acá. Así que en ese sentido, no me crié con odio por ese abandono. Mi madre se casó con un sociólogo. Durante mi vida, para mala suerte de la historia, estudié en un colegio al que llegaban muchos exiliados. Y ahí aprendí un poco a abrir la mente, a entender qué había pasado en Chile. Que soy hijo de la dictadura. Yo nací en 1975 y la dictadura duró hasta 1989. O, sea: soy completamente hijo de la dictadura. Después estuvo mi cercanía con el cine documental, que es lo que hago. Y siempre los temas de memoria, atrás de todo lo que buscaba aparecía el impulso de reconstruir esa historia.

Durante años viajé buscando hijos de genocidas. Hasta que el año pasado di con Analía Kalinec que recién salía del closet. Estaban Analia, Lili Furió y yo que estaba en Francia entrevistando a la hija de un torturador de Chile, tratando de ver cómo podíamos sanarnos. Por eso. Porque también es difícil vivir siendo hijo de un genocida porque a uno le dé mucha vergüenza. Hoy creo que hay un camino que también habla de eso: sanar, reparar y acercarnos al dolor de las víctimas con amor que es lo que salva el mundo. Love, love y love.

Antes de acercarme a las víctimas tuve una tremenda contradicción: ¿Qué hago? ¿Avanzo? ¿No avanzo? ¿Cuento o no lo cuento? ¿Pierdo a mi familia, o no? Porque ese es otro tema: nosotros hemos perdido a nuestras familias, paternas por lo general por enfrentarnos a esto. Qué pasa cuando un padre te mira a los ojos y te dice: Hija mía, es mentira todo esto, todas estas personas sólo me quieren perjudicar. ¿Qué haces como hijo? Probablemente, cualquiera decida defender a su padre. Y esa fue la contradicción que tuvimos todos nosotros. Tomar esta postura es valiente: requiere enfrentar a tu familia, a tu círculo social, a la gente que te apoyaba y ya no te quiere. Hay que animarse a decir: Mirá, yo estoy parado en otro lado. Y eso es lo más complicado. Por eso me saco el sombrero con las compañeras argentinas porque yo la tuve fácil: conocí a mi padre a los 35 años.

Pero en estos temas, creo que no sólo hay que ver un tema de memoria, sino el tema del machismo. Estos hombres no sólo fueron genocidas y asesinos de una dictadura, sino que fueron hombres que trataron pésimos a sus esposas, a sus hijos. Y en mi caso, encima homofóbico. Quizá antes no existía la palabra machismo. Pero hoy nos damos cuenta que son hombres machistas. Que fueron violentos no sólo en un accionar político, sino que fueron violentos toda su vida. Y eso es importante. Creo que Historias Desobedientes tiene algo de eso, todos tuvimos una relación bien extraña con estos genocidas. Somos hijos que tratamos de encontrarle la razón porque obviamente que se te caiga el héroe, tu padre, es difícil, y te lo cuestionás completamente.

Cuando empecé con todo esto yo trabajaba en la televisión de Suiza. Mi padre me había invitado ya a su casamiento. Yo iba a conocer a toda la familia. Conté la historia, pedí dinero, los suizos me pasaron la tarjeta de crédito y me dijeron: Gasta lo que quieras y traéte la historia. Y así me fui a Chile. Contraté camarógrafo, sonidista, grabé el matrimonio de mi padre. Grabé el encuentro con la familia. La primera vez que conocí a mi hermana tenía un cámara y un micrófono en la mano. Horrible. Volví a Suiza. Miré el material. Me dio vergüenza. No puedo creer cómo estoy tratando una historia como esta, me dije, con una liviandad de ese tamaño. Casi un reality show. Dije que no. Que necesitaba vivir esa historia. Los suizos me dijeron, entonces, que me grababan a mí como personaje.

—Ni cagando— les dije.

Renuncié. Me llevé las imágenes. Me vine a vivir a Chile sin trabajo. Decidí no hacer el documental. Registré a partir de ahí todo con mi camarita, como cuando registro un cumpleaños, un bautismo, las fiestas familiares, la Navidad, algo en el plano de lo íntimo. Hice amigos. Conté la historia. Volvieron a decirme que la grabe. Pero yo no quería someter a mi madre de 65 años, con otra cabeza, a revisar todo esto. Seguí grabando todo de manera privada. Hasta que sucede lo que sucede el día de la muerte de mi padre en el funeral. La sentencia del juicio filiatorio se conoció en mayo del año pasado. El documental terminó de rodarse hace unos días con una obra de teatro en Valparaíso. La directora de la obra de teatro es Isolda Manríquez, actriz, dramaturga, hija de una de las víctimas de mi padre, su compañía se llama Teatro Urgente Delirio, con una importante trayectoria en investigación en el campo de la memoria. En la obra nos enfrentamos tres hombres como ejercicio reparatorio desde lo testimonial. Fueron  tres días de funciones, todas llenas. Un relato testimonial para que se entienda bien el mensaje. Tres generaciones. Un hombre de 46 años, el hijo de su compañero y el hijo de quien mató a su padre. Testimonios que hablan sobre nuevas masculinidades hasta que finalmente aparece el relato en primera persona, acerca de quiénes somos en realidad, y donde develamos esta historia del hijo del genocida, ese texto del comienzo de este relato. Todo tiene algo de rito, campanas que suenan de fondo, casi como una misa comunista.

Una última cosa. Me gustaría mencionar que el dinero que recibí por la herencia de mi padre está siendo destinado a construir Totoral Media Lab, una Residencia de Arte, Derechos Humanos y Medio Ambiente, en Isla Negra, Valparaíso. Y aquí está el trailer del documental La herencia, la película que espero estrenar este año.

por José Luis Navarrete Rovano


Hijo de un agente del Estado en dictadura cuenta su historia: “Mi padre, el criminal”

Fuente :theclinic.cl, 4 de Abril 2019

Categoría : Prensa

Pasó toda su vida sin saber quién era su padre, ni sentir curiosidad, hasta que un día decidió buscarlo y lo encontró en un expediente judicial. El coronel en retiro de Carabineros -ya fallecido- Rodrigo Alexe Retamal Martínez fue condenado en 2007 por el homicidio de seis militantes comunistas, pero no cumplió la pena porque la causa fue amnistiada. Caminando por el Patio 29 del Cementerio General, donde la sigla N.N. señala tumbas de detenidos desaparecidos, Pepe Rovano relata en exclusiva a The Clinic lo que ha significado para él la sombra de su padre -a quien conoció y llegó a querer- y los esfuerzos que ha hecho para romper con su herencia.

José Luis Navarrete Rovano (43) conoció a su padre cuando tenía 35 años. Alcanzó a vivir con él cinco años antes de que muriera. En su funeral, fue él quien recibió los pésames de los cientos de carabineros que asistieron. Uno de ellos, el mejor amigo de su padre, se le acercó ese mismo día y le contó que había sido desheredado, que su padre lo sacó del testamento cuando se enteró de que era homosexual.

José Luis corrió donde la viuda de su padre, quien también conocía su orientación sexual. Ella había sido la primera persona de su familia paterna a quien él había confiado su secreto. “¿Viste Pepe? Te dije que no le contaras”, le respondió. Como no encontró apoyo en ella, acudió a sus hermanas -por parte de padre, pero de madres distintas-. Estaba seguro de que ellas lo respaldarían. Pero una le dijo que era mejor respetar la voluntad del padre. Y la otra, que dudaba de que realmente fuera su hermano legítimo.

Pepe sintió que el hombre, a quien había buscado con el deseo de tener al fin un papá, lo había abandonado por segunda vez, antes de morir. Y con él, la familia de la cual había decidido ser parte cinco años antes. “Era como si nada de lo que vivimos en el último tiempo hubiese ocurrido”, dice.

Pepe descubrió en su adolescencia que el apellido que usaba desde niño -Navarrete- no era el de su padre biológico. Que su madre (Josefina Rovano Schüler), para ocultar que tendría un hijo soltera, le compró a un desconocido el nombre. “En noviembre de 1975, cuando yo nací, ser madre soltera era considerado sinónimo de prostituta. Mi verdadero padre había abandonado a mi mamá antes de que yo naciera y ella lo solucionó así”.

La familia de su madre pertenecía a la “clase alta” de San Felipe, por lo que cuando quedó embarazada, ella se trasladó a Santiago para ocultar “la vergüenza” de tener un hijo fuera del matrimonio. Y cada vez que volvía a San Felipe, se ponía una peluca para que no la reconocieran los vecinos.

Finalmente, para evitar el repudio social que significaba su “condición” en su círculo social, Josefina le pagó a Roberto Navarrete Anabalón para que su hijo pudiera usar su apellido. El mismo Navarrete le contaría a Pepe, muchos años después, que un día su padre biológico lo había visto en la calle y lo golpeó por haber ayudado a su mamá.

“Él no tuvo problemas tampoco en hacerse un examen de sangre para comprobar que yo no era su hijo”. Al mes siguiente de tomarse la muestra, Navarrete murió. “Fue el último gesto de bondad de quien fue bueno conmigo, sin siquiera haberme conocido”, dice.

EL DESAPARECIDO

Durante la infancia de Pepe Rovano, su papá nunca fue tema. Con su madre y sus abuelos nunca le faltó cariño. A su madre la veía poco, cada dos fines de semana o una vez al mes, pues ella era matrona y trabajaba en el campamento minero de Saladillo, a 23 kilómetros de Portillo, pero él estaba consciente de que se esforzaba mucho para pagarle el colegio y para que viviera bien.

El día que cumplió 14 años su mamá le dijo que Navarrete no era el apellido de su padre verdadero. Le regaló una carpeta llena de poemas y cartas de amor que se escribieron mutuamente con su progenitor, para demostrarle que él había nacido producto del amor, de una relación de cuatro años que había sostenido con un carabinero llamado Rodrigo Alexe Retamal Martínez. Esto era lo único que Pepe sabía -y le interesaba saber- de su padre por mucho tiempo.

Pepe estudiaba en el Saint Gaspar en Ñuñoa, cerca del Estadio Nacional. Aunque era un colegio privado, recibía a mucha gente que regresaba del exilio a fines de los años 80. Recuerda que en ese lugar comenzó a abrir los ojos y entender lo que pasaba a su alrededor.

Era el “compañero cuico” en su colegio. Vivía en Ñuñoa y después se cambió a Vitacura. Su familia era de derecha, todos rubios y de ojos azules, mientras él, moreno, de pelo negro y con ideas de izquierda, era la oveja negra. Para el plebiscito de 1988, tenía 15 años y participaba de las marchas por el “No”.

Cuando terminó el colegio entró a estudiar periodismo en la Universidad Diego Portales. En ese entonces, ya sabía que era gay. Sin embargo, en Chile, sentía que no podía vivir su sexualidad tranquilo. “Ser homosexual en los años 90 era sinónimo de tener alguna enfermedad mental”, recuerda. “Durante mucho tiempo pensé que estaba enfermo y que me iba a dar sida”.

Tuvo que mentir. Mentirse a sí mismo y a la sociedad.

“En la universidad tuve pololas y llevé una vida de hetero, contraria a todo lo que sentía”, dice.
Por esto, con el objetivo de poder vivir su sexualidad sin represalias, cuando terminó sus estudios postuló a un posgrado en Europa. Así llegó a Ferrara, Italia, donde lo recibió parte de su familia materna. Sin embargo, con la fuerte influencia del Vaticano y la Iglesia católica, se dio cuenta de que había llegado a un entorno homofóbico. Pepe tuvo que ponerse de nuevo su máscara hétero por otros cinco años, hasta que decidió mudarse una vez más buscando liberarse de esas ataduras. Y así llegó a la España de Zapatero, el primer país que legalizó el matrimonio homosexual.

“En España me encontré”, dice. Ahí, comenzó a trabajar en un documental sobre los restos del escritor Federico García Lorca, ícono de la oposición a la dictadura de Franco, asesinado por ser homosexual. En ese contexto, un grupo de médicos forenses que conoció le mostró osamentas de detenidos desaparecidos chilenos, cuya identificación les había sido encomendada. La gestión de enviar las osamentas al extranjero la había realizado la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos en conjunto con el ministerio de Justicia de la época, como una medida de seguridad, pues Pinochet aún ejercía como senador vitalicio en Chile y existía temor a que la evidencia se perdiera en el Servicio Médico Legal.

Poco después, Pepe regresó a Chile para contar su experiencia y presenciar la apertura de las fosas comunes, que hizo posible que muchas familias recibieran los restos de sus seres queridos y pudieran hacer el luto pendiente desde los años de la dictadura. En este proceso, el documentalista cuenta que se comenzó a interesar por quien había sido el gran desaparecido en su vida: su padre. Lo buscó y lo buscó, hasta que lo encontró. Un día antes de volver a Europa, descubrió que su padre biológico, el coronel Rodrigo Alexe Retamal Martínez, había asesinado a seis militantes del Partido Comunista y que por esos homicidios había sido condenado a 12 años de cárcel, aunque no cumplió la condena, pues fue beneficiado por la aplicación de la Ley de Amnistía.

CASO “LAS COIMAS”

Mario Alvarado Araya, Faruc Aguad Pérez, Wilfredo Sánchez Silva, Artemio Pizarro Aranda, Pedro Araya Araya y José Fierro Fierro, fueron fusilados entre la noche del 11 y la madrugada del 12 de octubre de 1973, en un sitio eriazo en el sector de Las Coimas, en San Felipe. Los militares y carabineros que los trasladaban desde la comisaría de San Felipe a la cárcel de Putaendo, alegaron que tuvieron que dispararles porque saltaron de las camionetas e intentaron fugarse.

En los testimonios de los médicos que practicaron la autopsia a los cadáveres, se establece que todos tenían heridas de bala en la cabeza, el tórax y las extremidades, diversas heridas de armas corto punzantes y, algunos de ellos, presentaban lesiones por aplastamiento. Según las resoluciones judiciales, no hubo intento de fuga, sino que asesinatos premeditados y con alevosía.

Para la fecha de los hechos, Rodrigo Alexe Retamal Martínez era teniente en la Segunda Comisaría de San Felipe. Era apodado, según los testimonios de los militares y carabineros involucrados en la causa, – y también según él mismo-, como “San Felipe es mío”. Esto por “su actitud matonesca y prepotente”, señalan dos de los militares que testificaron.

Todos los testigos declararon ante la justicia que el teniente “San Felipe es mío” fue uno de los que participó esa noche en el fusilamiento de los seis militantes comunistas, pese a que el carabinero lo negó siempre, diciendo que fue usado como chivo expiatorio.

La Corte de Apelaciones de Santiago condenó a Rodrigo Alexe Retamal Martínez, junto a otros tres uniformados, el 31 de mayo de 2007, como autor de los homicidios. Pero, casi un año después, el 12 de marzo de 2008, la misma Corte de Apelaciones revocó la sentencia, absolviendo a los culpables y declarando el sobreseimiento de la causa, por aplicación de la Ley de Amnistía.

EL HIJO DEL CRIMINAL

Pepe se demoró dos años en decidirse. Pero finalmente no pudo seguir luchando contra su deseo. Quería buscar a su padre y preguntarle su versión de los hechos. “Más que eso, lo que quería en realidad era saber cómo se sentía tener un papá”, recuerda.

Contactó a la mejor amiga de Rodrigo Retamal, quien también conocía a su madre y toda su historia. Arreglaron una reunión en el casino de Viña. Pepe viajó y conoció a su padre y a otros miembros de la familia. A su tío, que era carabinero y periodista, y a su abuela, que lo había buscado toda la vida, sin éxito, como supo después, porque se lo impidieron las gestiones que hizo el propio Retamal.

“La experiencia fue un golpe para mí. Lo más fuerte, como investigador y defensor de los derechos humanos, fue que durante la semana que compartí con ellos, le tomé cariño a mi padre, el criminal”, dice.

En ese momento, hizo a un lado sus convicciones políticas y se permitió sentir ese afecto.

Cuando volvió a Europa, llamaba a su padre todas las semanas. En una de estas conversaciones, Retamal le dijo que quería visitarlo.

“Fue perfecto. Vino. Nos conocimos y conversamos de todo lo que no habíamos hablado en más de tres décadas. Bueno, no de todo”.

No tocaron ni la participación de Retamal en los crímenes de Las Coimas, ni la homosexualidad de Rovano. De hecho, Pepe tuvo que pedirle a sus amigos que no le dijeran. Le presentó a expololas y amigas como sus novias para convencerlo de su heterosexualidad. “No me importaba mentir, si a cambio podía conservar a mi padre, quien era conocido por ser mujeriego y machista. Yo sabía que no me habría aceptado”.

En ese viaje, Retamal le informó a Pepe que estaba enfermo de diabetes, y que las complicaciones de la enfermedad le auguraban una vida corta. A su regreso a Chile, lo llamó para contarle que se casaría con su novia y lo invitó al matrimonio. Cuando Pepe viajó nuevamente a Valparaíso para las nupcias, conoció a toda la familia, que lo aceptó como uno más de los hijos del coronel en retiro. Varios de ellos eran carabineros, pero no le importó. Cuando lo trataban de convencer de que entrara a la institución, solo sonreía y cambiaba de tema.

Embriagado por el amor paternal que nunca tuvo en su infancia, decidió volver definitivamente a Chile y quedarse cerca de su padre y de su nueva familia. Pero, mientras fortalecía esta relación, Pepe grababa un documental sobre este reencuentro y el caso Las Coimas.

Grabó entrevistas en que su padre negó toda su participación, apuntando a los militares que, según él, lo habían inculpado injustamente. Rovano avanzó un poco más y conoció a los hijos de las víctimas de su padre, pero, en ese momento, sin revelar su relación con el acusado.
“No quería que mi investigación se viera influenciada por eso. Sin embargo, en lo más profundo de mí, sabía que también había otra razón y decidí suspender la grabación del documental. Me había encariñado mucho con mi padre y sabía que mi proyecto podía hacerle daño”.

Un día, Retamal le regaló a Pepe una caja en que guardaba medallas y condecoraciones militares. Quería que su hijo se enorgulleciera de las cosas que su padre había hecho. Una de las cosas que más llamó la atención de Rovano fue la medalla de “Misión Cumplida”, que le otorgó Pinochet a las personas que actuaron durante la dictadura. Quería vanagloriarse un poco del hecho. También le regaló su placa del OS-7. “Durante años, ellos pensaron que eran héroes que habían salvado el país”, cuenta.

Pepe soportó la contradicción que este hecho le provocaba, pues no quería perder a su nueva familia. Los almuerzos, las juntas familiares, navidades, años nuevos y cariño que creyó sincero, le dieron el valor para decirle a su padre algo que le parecía fundamental en el proceso de conocimiento y aceptación mutua: le confesó que era homosexual. Él había bajado todas sus defensas para quererlo, a pesar de sospechar que no era inocente de los crímenes de Las Coimas, y es por eso que esperaba el mismo trato y respaldo de vuelta. Pero lo que recibió fue todo lo contrario.

LA MUERTE METAFÓRICA

A Pepe le dio una pena espantosa la muerte de su padre. “No sé si tú has visto morir a gente de diabetes. Se empiezan a poner morados. Se van pudriendo. La diabetes es una enfermedad muy metafórica, que me hace pensar muchas cosas. Porque es una enfermedad que te da porque no pudiste filtrar bien la sangre. Qué loco que haya muerto porque nunca pudo filtrar su propia sangre. Tal vez estaba envenenada”, cuenta Pepe, mientras el sol se pone en el patio 29 del Cementerio General, sentado junto a las incontables y pequeñas cruces de metal con la inscripción: “N.N.”

Tras enterarse de que su padre, al borde de la muerte, en un último gesto de crueldad, lo rechazó como hijo, Pepe decidió demandar a su familia por el derecho a su identidad. En 2018, ganó el juicio y el derecho a contar su historia.

Luego de esto, les reveló a los hijos de las víctimas de su padre quién era. “Yo pensaba que me iban a pegar, y estaba dispuesto a recibir los golpes. Pero no me los dieron. Por el contrario, descubrí que tenía más cosas en común con ellos que con mucha gente. Hablamos de todos los rollos de papel confort convertidos en lapiceros que fueron a parar a la basura, de todos los días del padre sin tener a quién regalárselos. Fue como una constelación. Sin quererlo, nos reparamos”, afirma.

Eso es lo que quiere ahora: reparación, para él y para ellos. Por eso, facilitó todos los videos y entrevistas que grabó con su padre a la justicia, con la esperanza de entregar dignidad a los familiares de las víctimas por las cuales, aunque no debería, aún se siente culpable. El viernes 5 de abril, se reunirá con el juez Jaime Arancibia, quien lleva la causa de las víctimas de su padre, y que se reabrió gracias a los antecedentes que aportó el documentalista.

“Mi padre murió y su funeral fue el de un rey, no el de un criminal de lesa humanidad. Fue enterrado con todos los honores de un héroe de guerra y eso no tiene sentido. Esto es lo que mantiene el pacto de silencio”, dice.

Ese es el pacto que Pepe ha querido romper con su documental y con esta entrevista, frente a los silentes testigos del Patio 29.


Historias desobedientes. El dolor de las conversas

Fuente :lanuevamirada.cl, 30 de Marzo 2023

Categoría : Prensa

Las familias de los victimarios denuncian la impunidad y apuestan por la memoria, tienden puentes hacia nosotros, los que seguimos buscando a nuestros caídos. Hay heridas compartidas

Chantal Robert de la Mahotiere no se anduvo con rodeos. Hace un par de semanas dijo en una entrevista de prensa que “la lesa humanidad es una situación ficticia, antes no existía, se inventó justamente para separar a los presos”. Una mujer firme en sus convicciones, candidata a consejera constitucional por el Partido Republicano, defiende a tope a los militares condenados por violaciones a los derechos humanos, recluidos en Punta Peuco. Según ella, casi todos ellos son inocentes y asegura que los llamados delitos contra la humanidad son “tonteras”.

Las familias de los victimarios denuncian la impunidad y apuestan por la memoria, tienden puentes hacia nosotros, los que seguimos buscando a nuestros caídos. Hay heridas compartidas

Su padre-Emilio Robert de la Mahotiere-fue brigadier de ejército y piloto del general Sergio Arellano Stark durante el tristemente célebre periplo de la Carava de la Muerte, que dejó como huella profunda el asesinato de decenas de chilenos. Hoy tiene tres condenas que suman 20 años de cárcel precisamente por delitos de lesa humanidad. “Queremos igualdad ante la ley, para todos esos viejitos que están en Punta Peuco, enfermos y a punto de morir. Es una cosa tremenda. No hay palabras para describirlo (…) Esa soledad de los que no tienen familia que los vaya a visitar. Sentarse con ellos y conversar un ratito, les alegra la vida.”

La fidelidad de las hijas no tiene fronteras.

Rossana Gavazzo, hija y abogado de José «Nino» Gavazzo, el represor más sangriento que haya tenido Uruguay, realizó una gira por Europa en el 2008 con el fin de liberar a su padre, entonces teniente coronel en retiro, que cumplía prisión. Le dijo al coordinador de derechos humanos de la ONU que su padre y otros represores encarcelados eran víctimas políticas del gobierno de Tabaré Vázquez y que su detención era ilegal. Gavazzo fue condenado por más de 30 delitos de homicidio cometidos durante la dictadura, 28 de ellos asociados al Plan Cóndor, en 1976. A estos asesinatos se suma su participación en la desaparición de 198 personas que dejó la dictadura en Uruguay. Fue juzgado en su país y en el extranjero.

Pienso en esa soledad a la que alude Chantal y me pregunto si entre los que no llegan de visita también se cuentan las otras hijas, aquellas que se negaron a abrazar la mentira y apostaron por la verdad, la justicia y el Nunca Más. También firmes en sus convicciones. Las conversas.

Fueron ellas, en España, Argentina, Chile, Brasil, Uruguay, Paraguay, El Salvador -hasta ahora- las mujeres (en su mayoría) que empezaron a tejer lo que llamaron Historias Desobedientes y con cada hebra fueron sacando la voz y reclamaron verdad, justicia, memoria. Desafiaron la ley de oro, la de la obediencia debida, y denunciaron la impunidad, el negacionismo y exigieron el fin a los pactos de silencio. Lo hicieron por las víctimas, sus familiares. Pero también por ellas porque ya no tenían nada que perder. Han roto con sus familias, se han cambiado el apellido, no hay contacto. Las llamaron traidoras, parias, las desheredaron, les dieron vuelta la espalda y les quitaron el saludo.  Ellos, sus padres, sus abuelos, sus tíos, al otro lado de la vereda, los victimarios, defensores de lo indefendible.  Y allí están Sandra, Mariana, Pepe, Verónica y Analía y tantos otras y otros, con su dolor y rabia, tironeados entre el pasado y el futuro, la vergüenza y la dignidad. Los hijos y los nietos, que ni siquiera habían nacido cuando comenzó la pesadilla, cuando corrió la sangre y la barbarie desatada se calló, se ocultó y se negó como un secreto de familia inconfesable.

Hoy el colectivo tiene miembros en Argentina, Uruguay, Chile y Brasil y España. La primera hebra de Historias Desobedientes surgió en Argentina, en el 2017 cuando se estaba discutiendo el fallo de la Corte Suprema sobre el 2×1 que buscaba acortar las penas de alrededor de 700 condenados en las cárceles por delitos de derechos humanos cometidos durante la dictadura.

Hoy el colectivo tiene miembros en Argentina, Uruguay, Chile y Brasil y España. La primera hebra de Historias Desobedientes surgió en Argentina, en el 2017 cuando se estaba discutiendo el fallo de la Corte Suprema sobre el 2×1 que buscaba acortar las penas de alrededor de 700 condenados en las cárceles por delitos de derechos humanos cometidos durante la dictadura.

El 2 de julio pasado murió a los 93 años Miguel Osvaldo Etchecolatz, uno de los genocidas más crueles y salvajes de la dictadura argentina. Ex director de Investigaciones de la policía bonaerense fue condenado seis veces por delitos de lesa humanidad (secuestros, torturas y asesinatos). Estuvo a cargo de más de veinte centros de detención y tortura y sobre él pesaban nueve cadenas perpetuas por delitos de lesa humanidad, las que estaba cumpliendo en una cárcel común, aunque estuvo algún tiempo con arresto domiciliario. Durante los diversos juicios que debió enfrentar, escuchó los testimonios – relatos de horror de los cuales él era responsable directo- con una cruz o un rosario en la mano. Nunca se arrepintió ni pidió perdón, nunca rompió el pacto de silencio. Más aún, siempre reivindicó sus crímenes y reiteró que lo haría de todo de nuevo.

Su hija Mariana Dopazzo -se quitó el apellido paterno en 2016 -se define como “ex hija” porque, dijo, lo consideraba un sinónimo de vergüenza y dolor; “un apellido teñido de sangre”. Recuerda su infancia, cuando junto a su hermano   se escondían en el closet y rezaban cada noche para que el padre no volviera a casa del trabajo. Pero lo hacía siempre. Después de escuchar los gritos de tortura de sus prisioneros durante el día entero, claro, en su casa exigía silencio sepulcral desde que entraba y se dirigía a su habitación para cenar, siempre solo. Admite que a su padre “lo desobedecía tanto como era posible. Y a ese ritmo, se repetían sus golpes. Era cruel, castigaba muy fuerte.”

Más tarde Mariana se uniría a las protestas lideradas por las madres y abuelas de Plaza de Mayo. Otros familiares de represores la seguirían. En la calle, se darían ánimo, compartirían sus historias, celebrarían su desobediencia. “Somos las hijas, hijos, nietas, nietos y familiares de los genocidas que protagonizaron la feroz dictadura de la historia argentina”, se lee en su manifiesto. “De allí venimos. Nacimos en el seno de esas familias. Fueron esos genocidas los que nos llevaron a la escuela, nos enseñaron lo que estaba bien y lo que estaba mal.”

En marzo de 2019 en Chile, nacería una réplica del colectivo argentino bajo el lema “No olvidamos. No perdonamos. No nos reconciliamos”.

Fue doloroso.

José Luis Navarrete usa el apellido de su madre y se hace llamar Pepe Rovano. Periodista, confeccionó un documental llamado “Bastardo: la herencia de un genocida”, donde cuenta su historia. Debiera estrenarse este año. Tenía 35 años cuando descubrió que su padre biológico era un condenado por crímenes de lesa humanidad, un coronel de Carabineros en retiro. Rodrigo Alexe Retamal Martínez, condenado a doce años de cárcel en 2007 por el homicidio de seis militantes comunistas, en la localidad de Las Coimas, el 11 de octubre de 1973. Pero fue amnistiado y no cumplió la pena. Vivió con su hijo los últimos cinco años de su vida, pero antes de morir lo desheredó al enterarse de que Pepe era homosexual.

Rovano rompió con su familia y en la búsqueda de reparación y justicia para las víctimas caídas por su padre represor comenzó a participar de Historias Desobedientes. A un medio de prensa dijo: “No por ser hijo de un criminal tengo que estar apoyando el crimen. Este es un movimiento que está surgiendo de a poco. Nuestra idea no es querer pasar a llevar a las víctimas y los familiares. Obviamente ya han tenido suficiente dolor.”

Nosotros llevamos un discurso firme y que no admite concesiones ni ambigüedad posible”, sostiene Verónica Estay, vocera del colectivo y sobrina de Miguel Estay Reyno (“El Fanta”) condenado a cadena perpetua por el Caso Degollados (murió por Covid en 2021).

El 11 de septiembre de 2021, en La Moneda, una de las hijas de Ana González, depositó un clavel en un jarrón junto a Verónica Estay y Analía Kalinec, coordinadora del colectivo argentino e hija del represor Eduardo Kalinec, quien operaba en los centros clandestinos del Atlético, Banco y Olimpo, en Buenos Aires.

Ana González murió en 2018, sin conocer el paradero de su esposo Manuel Recabarren, sus hijos Luis Emilio y Manuel y su nuera Nalvia Mena, con tres meses de embarazo, todos militantes del PC.

No ha sido el único gesto.

Sandra Contreras Pizarro, integrante del mismo grupo, es hija del suboficial mayor Manuel Contreras Donaire, penado con ocho años de prisión en 2002 por el asesinato de Tucapel Jiménez. Fue indultado por el entonces presidente Lagos cuando tenía 60 años y llevaba cumplida dos tercios de su pena. Se dijo que tenía cáncer de próstata.

Hasta los 18 años Sandra vivió en una villa militar, bajo el rigor de su padre, un violento agresor también dentro del hogar. Años más tarde se comunicaría con el diputado Tucapel Jiménez Fuentes para que la ayudara a enfrentar judicialmente a su padre. Le dijo: ‘Yo soy hija de Manuel Contreras Donaire, quien mató a su papá’. “Nos juntamos, lloramos, fue super fuerte lo que vivimos”, recuerda.

En mi mente se repiten las palabras de Chantal -desde su rincón de certezas-sobre los presos que no reciben visitas de sus familias. Y pienso en nosotros, que llevamos décadas buscando a nuestros caídos, sin tener ninguna opción porque a los desaparecidos no se les puede visitar ni alegrar la vida.

por Odette Magnet


Disidentes de familia

Fuente :latercera, 26 de Septiembre 2021

Categoría : Prensa

Cuatro parientes de personas condenadas o acusadas de violar los derechos humanos entregan sus testimonios como parte del colectivo Historias Desobedientes. Buscan ayudar a reparar los daños causados por sus cercanos, a riesgo de cortar relaciones con los familiares de toda la vida.

La profesora y psicóloga argentina Analía Kalinec (1979) vivió los mejores años de su infancia y adolescencia en casa del llamado “doctor K”, torturador durante el período de la dictadura en su país. Para ella simplemente era Eduardo Kalinec, un padre cariñoso y comisario destacado de la policía federal. Su historia de cercanía filial sólo comenzó a decaer cuando en el año 2005 Kalinec fue detenido, y terminó por colapsar en el 2008, cuando se comprobó que había participado en torturas y detenciones. Los documentos del proceso respaldaban su culpabilidad y ante las preguntas infinitas de la hija, el padre se limitó a justificar lo que había hecho.

Desde ese momento, Analía Kalinec es una díscola, reñida con gran parte de su familia por quitarle el apoyo al progenitor y por ponerse del lado de los tribunales. Ese espíritu en contra de la postura de la mayoría de sus parientes motivó que su padre invocara desde la cárcel un recurso judicial para desheredarla. Pero, al mismo tiempo, fue su puerta de entrada al colectivo Historias Desobedientes, organización creada en el 2018 por familiares de genocidas en Argentina.

La entidad tiene ramificaciones en Brasil y también en Chile, donde Analía Kalinec estuvo en el año 2019. Fue el momento en que coincidieron también acá Pepe Rovano, Lissette Orozco, Vittoria È. Nato y Verónica Estay Stange, miembros chilenos que residen entre Viña del Mar, Bogotá, Santiago y París. Aunque en Chile la asociación aún no alcanza las dimensiones de su contraparte transandina, sí hay una fuerte red organizacional entre sus integrantes, todos enfrentados a traumas que comienzan en la decepción y terminan en la vergüenza.

La directora del doctorado en Sociología de la Universidad Alberto Hurtado, Oriana Bernasconi, analiza las opciones de vida de los “desobedientes”. “Han cruzado un camino de desafiliación doloroso, descorriendo velos y reconociendo que su padre o su tía no eran esa persona que creían conocer tan bien. Y en el acercamiento a sobrevivientes y familiares de víctimas, se les cree, son acogidos y, en ocasiones, inician conversaciones largas que deben ser reparadoras para ambas partes”, comenta, aludiendo a que también surge entre ellos la intención de ayudar a los familiares de las víctimas.

Varios de los integrantes de la asociación han incursionado en el mundo de la literatura y del cine, territorios donde las confesiones encuentran una salida creativa única. En Chile es conocido el caso de la documentalista Lissette Orozco, que en el año 2017 fue premiada en el Festival de Berlín por su película El Pacto de Adriana, acerca de la relación con su tía, exsecretaria de Manuel Contreras.

Actualmente, Orozco reside en Bogotá y trabaja en varios proyectos conjuntos, uno de ellos de autoría de Pepe Rovano: es un documental sobre el lazo que unió a éste con su padre. En el campo literario, Vittoria È. Nato publicó el libro de poesías La Hija del Torturador. Finalmente, la semióloga Verónica Estay Stange ha asumido muchas labores de investigación y vocería desde París, donde vive hace dos décadas. Estas son sus historias.

Pepe Rovano va en busca del padre

Criado por su madre y sus abuelos después de que su padre abandonara tempranamente el hogar, el periodista Pepe Rovano (1975) dice que la curiosidad por conocer a su auténtico progenitor sólo despertó mientras trabajaba en España en un documental sobre la exhumación del cuerpo de Federico García Lorca. “Uno de los médicos de Granada me hizo saber que ellos también estudiaban restos de detenidos desaparecidos de Chile. En ese momento se me hizo verdad lo evidente: yo mismo no tenía idea de quién era mi propio padre. Era un desaparecido para mí”, cuenta.

En el año 2009, Rovano regresó a Chile, donde un amigo de universidad le reveló que por razones laborales se había enterado de la identidad de su padre. “Me pasó el Informe Rettig y me dijo: ‘Aprovecho de decirte que eres hijo de un genocida, responsable de la muerte de seis militantes del Partido Comunista y condenado a 12 años de cárcel, de los que no cumplió ni un solo día debido a la Ley de Amnistía’”, recuerda Rovano, cuyo progenitor resultó ser el excoronel de Carabineros Rodrigo Alexe Retamal Martínez, sentenciado en el 2007 por la Corte de Apelaciones de Santiago.

Tras un período de shock y una posterior depresión que lo llevó de vuelta a vagabundear por Europa y África, Rovano regresó a Chile para encontrarse con Retamal. “A pesar de todo, necesitaba un padre. Al menos necesitaba conocerlo”, dice, explicando que los primeros encuentros entre ambos fueron fríos, pero que luego surgió un inesperado buen vínculo que se afianzó con los años. Vivían cerca, almorzaban casi todos los días y cuando a Rovano le tocó otra vez ir a Europa, su padre llegó a visitarlo con su novia. Durante todo ese tiempo se acostumbró a filmarlo y también comenzó a preguntarle por lo que había pasado la noche del 11 al 12 de octubre de 1973, cuando fue el homicidio de los seis militantes en San Felipe.

“El problema es que durante esos cincos años nunca hubo la más mínima señal de arrepentimiento. Ni siquiera un asomo de justificación diciendo que él era joven o que lo hizo contra su voluntad y obedeciendo órdenes. Por el contrario, estaba orgulloso de su acción, y cuando yo lo encaraba replicándole que existían dos sentencias que lo condenaban, se defendía diciendo que se trataba de un complot de los comunistas o incluso de otras ramas de las Fuerzas Armadas”, cuenta el director de cine y periodista.

A pesar de que había entablado una relación medianamente cordial con Rovano, Rodrigo Retamal no quiso reconocer legalmente a éste como su hijo. Según Rovano, fue debido a su homosexualidad, cuestión que él mismo le contó en el 2004. “En ese momento creo que tomé la decisión de hacer el documental Bastardo, que había ido postergando por tanto tiempo”, explica.

El padre del cineasta murió en el año 2016, con él a su lado. Para entonces, Rovano ya había empezado su vínculo con las víctimas de crímenes. “Al mismo tiempo que me acercaba a mi padre, empecé a visitar a una de las viudas de los asesinados en el caso que lo involucraba. Ella era Berta Manríquez, quien también ya falleció, y a la que le entregué el material filmado con Rodrigo Retamal. Servirá para reabrir el caso y ayudar en la reparación a los familiares”, cuenta el también periodista, quien lleva el apellido de su madre.

Lissette Orozco y la tía Chany

Radicada en Colombia desde hace cuatro años, Lissette Orozco (1987) creció en un hogar donde la figura de su tía Adriana Rivas era el orgullo de muchos y el motivo de admiración de la muchacha. Representaba la independencia laboral y el libre albedrío femenino en un clásico entorno patriarcal. También era la mujer alegre y de personalidad vistosa que cada cierto tiempo venía desde Australia cargada de regalos para todos.

Estas vivencias fueron contadas en el documental El Pacto de Adriana (disponible gratis en Ondamedia), la película en la que Orozco también encara a la tía Chany (su nombre dentro de la familia) respecto de las acusaciones que caen sobre ella cuando fue secretaria del exdirector de la Dina Manuel Contreras. Un poco como le pasó a la argentina Analía Kalinec con su padre, a Orozco la verdad se le reveló en la medida en que los antecedentes judiciales empezaron a ser evidentes. Kalinec escribió el libro Llevaré su nombre y Orozco realizó la película que la enemistó con una parte importante de su familia.

“Yo no sé cuál es el grado de culpabilidad de mi tía, pero sí tengo claro que ella entraba casa por casa a preguntar por los que vivían ahí. Era uno de sus trabajos. Tal vez no tiene las manos directamente manchadas con sangre, pero a la larga estuvo involucrada, pues fue parte del mecanismo de la Dina para llevarse a las personas de sus hogares”, explica la directora.

Rivas, que vive en Australia, se encuentra procesada por secuestro calificado en calidad de coautora, en los casos Conferencia 1 y 2, relacionados al secuestro y posterior desaparición en 1976 de dirigentes comunistas. Aunque en junio los tribunales australianos declararon que era extraditable, sus abogados apelaron la decisión y hoy aún se encuentra en ese país.

En el círculo familiar de Lissette Orozco las posiciones con respecto a la “tía Chany” se dividen generacionalmente: los jóvenes tienden a empatizar con las víctimas, mientras que los mayores apoyan a Rivas y no le dan chance a la justicia. Dentro de ese grupo etario, las hermanas de la exsecretaria de Contreras rompieron relaciones con Lissette Orozco.

“Desde el momento en que asimilé lo de mi tía y luego lo conté, me liberé de una carga muy grande. Aunque al hacerlo haya sido considerada una traidora por una parte de mi familia, creo que permite a las futuras generaciones dejar de cargar con un secreto familiar que se estaba perpetuando”, explica la cineasta. Para ella, la pertenencia a Historias Desobedientes ha significado interiorizarse de la variedad de matices que puede haber entre sus integrantes.

“Nos juntamos todas las semanas: planificamos acciones, escribimos libros en común, desarrollamos obras de teatro. Hay integrantes del movimiento que odian a sus familiares por lo que hicieron, pero también están los que aún sentimos aprecio a nivel personal, más allá de lo que hayan cometido. Siempre he dicho que si mi tía es culpable, debe pagar, pero eso no significa que haya dejado de quererla. De alguna manera he logrado separar el corazón de la postura ética”.

El renacimiento de Vittoria

Vittoria È. Nato es un seudónimo literario, pero también es una declaración de principios. En italiano se puede entender como “la victoria ha nacido” y la frase pertenece a los poemas del libro La Hija del Torturador (2011). El mismo título de su poemario da a entender la magnitud de la experiencia de quien prefiere no revelar su verdadero nombre.

Tras muchos años de traumas y secuelas psicológicas, Vittoria È. Nato (1964) ha podido rearmar una vida que desde su niñez estuvo marcada por un episodio que la convirtió en familiar y víctima al mismo tiempo: el 22 de septiembre de 1973, el día de su cumpleaños número nueve, fue apresada junto a su madre, Matilde, y llevada a un recinto militar. Según cuenta, detrás del hecho estaba su propio padre, el funcionario de la Armada Juan Pienovi.

“Mi madre fue juzgada por un tribunal de guerra en la Escuela de Infantería de Las Salinas en la noche del 22 de septiembre de 1973. Salió en libertad y con firma semanal bajo la custodia de mi padre”, cuenta Nato, que actualmente se desempeña como docente en Santiago. Los motivos detrás del episodio, que además significó torturas a su madre, se originan tras la orden de detener a simpatizantes del gobierno de la Unidad Popular: Matilde Arancibia organizaba encuentros de Cristianos por el Socialismo en la población Juan Gómez Carreño de Viña del Mar.

“El mismo 11 de septiembre, una vecina le avisó a mi madre que ella estaba en una lista y que la iban a ir a buscar. Mi mamá tomó todas sus cosas y fuimos a escondernos donde la media hermana de mi padre. Ahí estuvimos hasta que el 22 de septiembre, el día de mi cumpleaños, llegó mi papá a buscarnos y convenció a mi madre de que nos devolviéramos a casa. Dijo que no nos iba a pasar nada y que él lo tenía todo bajo control. Poco después de volver a casa, llegaron dos infantes de Marina y pasó lo que pasó”, cuenta la profesora, que alude a un abuso sexual efectuado por su padre contra ella y su mamá, bajo órdenes superiores,

Sin embargo, no fue hasta tres años después que Vittoria y su madre se enteraron de que el propio Pienovi las había entregado: “Durante una discusión, le dijo a mi mamá que era él quien había organizado nuestra captura. Se justificó diciendo que lo habían obligado y que le habían advertido que un funcionario de confianza no podía estar albergando a una mujer que hacía reuniones de izquierda. Su comandante le dijo que no podían dejar pasar el caso nuestro, pues había copia de la lista en la Fuerza Aérea”.

La madre de Nato aún vive, aunque arrastra serias secuelas psicológicas y está en silla de ruedas. “Mi padre se defendía diciendo que lo que hizo fue para salvarnos la vida, que de lo contrario nos hubieran matado. Yo le respondía sobre qué tipo de salvación era aquella que incluyó torturas a mi madre y a mí”, enfatiza Vittoria, que comenta que al cumplir los 18 años logró expulsar a su padre de la casa familiar.

Luego se dedicó a rehacer lentamente su vida y a tratar de borrar con poca fortuna los episodios de la infancia. Juan Pienovi murió en el año 2006 sin ser juzgado y hasta el día de hoy su hija dice que el mes de septiembre es una pesadilla en el calendario.

Verónica, la sobrina de “El Fanta”

Hace tres semanas, Miguel Estay Reyno, alias “El Fanta”, murió en el penal de Punta Peuco cumpliendo cadena perpetua por el caso degollados. Tenía 69 años y de la misma manera que los familiares de Pepe Rovano y Lissette Orozco, jamás expresó señales de arrepentimiento ni ánimo de colaborar con las investigaciones. Exmilitante de las Juventudes Comunistas, “El Fanta” partió delatando a excamaradas tras ser torturado por agentes del régimen en 1975. Después se transformó en uno de los agentes más “eficientes” de la policía secreta, facilitando la desaparición y muerte de decenas de militantes del PC.

Entre los primeros delatados por Estay Reyno estuvieron su hermano menor, Jaime, y su cuñada Verónica, ambos torturados y luego exiliados. Los dos viven actualmente en México y su hija Verónica Estay Stange (1980) reside en París. Desde allá, la semióloga y doctora en literatura francesa se ha transformado en una de las integrantes más activas de Historias Desobedientes. “Nací y crecí en México. Siempre supe del caso de mi tío, aunque entre saber y tomar conciencia hay un largo camino. Realmente dimensioné mi situación cuando ya estaba haciendo mi doctorado en Francia. Necesité mucho tiempo de reflexión para volver a Chile con frecuencia, recién desde el 2018″, relata Verónica Estay Stange.

La académica reconoce que “El Fanta” era un asunto difícil de abordar en familia: “No era algo recurrente en casa. Era demasiado doloroso y una vez que mis padres nos contaron lo que pasó a mi hermana y a mí, lo normal era no volver sobre eso”

“Yo no conocí a mi tío. Nunca quise hacerlo tampoco. Sin embargo, he leído todos los libros que se han escrito sobre él. Sobre su actuar bajo tortura no me puedo pronunciar, pues no puedo dimensionar lo que se puede soportar en esa situación. Lo que no perdono ni excuso es lo de 1985, su participación en el caso degollados. Es por eso que estoy en Historias Desobedientes”, dice Estay Stange.

La académica reconoce que su apellido le ha jugado en contra: “Siempre me costó mucho acercarme a organismos de derechos humanos . Temía las preguntas que al final revelaran de quién era sobrina. En una actividad en Chile junto a familiares de víctimas una mujer se paró de su asiento y se fue al enterarse de quién era yo. En este sentido, creo que encontré un refugio en Historias Desobedientes. Estando acá, pude comenzar a colaborar con organismos de familiares de víctimas”.

Acerca de cómo recibió la noticia de la muerte de Estay Reyno se toma un tiempo para responder: “Sentí estupor y quedé perpleja. Es difícil ponerle palabras. Murió sin hacer lo suficiente por ayudar. Hay una sensación de irrevocabilidad y de que las cosas son irreparables. Una sensación de pasmo”.