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Abello Vildósola Juan Lorenzo – Memoria Viva

Abello Vildósola Juan Lorenzo

Rut: 4237754-6

Cargos:

Grado : Coronel

Rama : Carabineros

Documentos Asociados

Corte Suprema- 2015


Causa Rol n° 2.182-1998: Caso Coelemu

Fuente :Poder Judicial, 2011

Categoría : Judicial

El día 29 de abril de 2011, el Ministro de Fuero D. Alejandro Solís Muñoz, de la Iltma. Corte de Apelaciones de Santiago, en causa Rol N° 2.182-1998, “Coelemu”, por los delitos de secuestro cometidos en las personas de LUIS BERNARDO ACEVEDO ANDRADE, OMAR LAUTARO HENRÍQUEZ LÓPEZ Y DE ARTURO SEGUNDO VILLEGAS VILLAGRÁN, dictó sentencia definitiva de primera instancia, por la cual

(I.-) En cuanto a la acción penal:

a) se condena a JUAN LORENZO ABELLO VILDÓSOLA, en su calidad de autor del delito de secuestro calificado cometido en la persona de ARTURO VILLEGAS VILLAGRÁN a la pena de 10 años y 1 día de presidio mayor en su grado mínimo, más las accesorias legales y al pago de las costas de la causa;

b) se condena a JOSÉ RENÉ JARA CARO, en su calidad de autor del delito de secuestro calificado cometido en la persona de LUIS ACEVEDO ANDRADE, a la pena de de 10 años y 1 día de presidio mayor en su grado mínimo, más las accesorias legales y al pago de las costas de la causa;

c) se condena a HERIBERTO OSVALDO ROJAS JIMÉNEZ, en su calidad de autor del delito de secuestro calificado cometido en la persona de LUIS ACEVEDO ANDRADE de 10 años y 1 día de presidio mayor en su grado mínimo, más las accesorias legales y al pago de las costas de la causa;

d) se condena a CARLOS AGUILLÓN HENRÍQUEZ, en su calidad de cómplice del delito de secuestro calificado cometido en la persona de ARTURO VILLEGAS VILLAGRÁN a la pena de 3 años de presidio menor en su grado medio, más las accesorias legales y al pago de las costas de la causa;

e) se condena a BENIAMINO ANTONIO BOZZO BASSO, en su calidad de cómplice del delito de secuestro calificado cometido en la persona de OMAR MANRÍQUEZ LÓPEZ a sufrir la pena de 3 años de presidio menor en su grado medio, más las accesorias legales y al pago de las costas de la causa;

f) se condena a SERGIO ARÉVALO CID, en su calidad de encubridor del delito de secuestro calificado cometido en la persona de LUIS ACEVEDO ANDRADE a sufrir la pena de 541 días de presidio menor en su grado medio, más las accesorias legales y al pago de las costas de la causa;

g) se condena a RENATO GUILLERMO RODRÍGUEZ SULLIVAN, en su calidad de encubridor del delito de secuestro calificado cometido en la persona de LUIS ACEVEDO ANDRADE a sufrir la pena de 541 días de presidio menor en su grado medio, más las accesorias legales y al pago de las costas de la causa;

h) se condena a MAXIMINO CARES LARA, en su calidad de encubridor del delito de secuestro calificado cometido en la persona de LUIS ACEVEDO ANDRADE a sufrir la pena de 541 días de presidio menor en su grado medio, más las accesorias legales y al pago de las costas de la causa. Atendida la cuantía de las sanciones privativas de libertad impuestas a los condenados BENIAMINO BOZZO BASSO, CARLOS AGUILLÓN HENRÍQUEZ, SERGIO ARÉVALO CID, RENATO GUILLERMO RODRÍGUEZ SULLIVAN y MAXIMINO CARES LARA, por reunirse las exigencias contenidas en el artículo 4° de la Ley N° 18.216, se les concede el beneficio de la remisión condicional de la pena.

(II.-) En cuanto a la acción civil, se acoge la excepción de incompetencia opuesta por el Consejo de Defensa del Estado.


Protestan ante la posible excarcelación de seis exmilitares de la dictadura chilena

Fuente :Agencia EFE, 4 de Mayo 2011

Categoría : Prensa

Víctimas de la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990) protestaron hoy en Santiago por la posible excarcelación de seis exmilitares condenados por violaciones a los derechos humanos, después de que la Justicia acogiera varias solicitudes presentadas por los internos.

La Corte de Apelaciones de Santiago, a través de su Comisión de Libertad Condicional, decidió acoger 198 de las 1.822 solicitudes presentadas por internos de la Región Metropolitana de Santiago para acceder a ese beneficio, decisión que aún debe ser ratificada por el Gobierno.

De ellos, seis son exmilitares que cumplen prisión en los penales Cordillera y Punta Peuco, como Víctor Pinto Pérez, condenado a 8 años por el crimen del sindicalista Tucapel Jiménez, y Carlos López Tapia, que dirigió el antiguo centro de torturas Villa Grimaldi.

López es primo del exjuez Juan Guzmán, el primero que procesó en Chile a Augusto Pinochet.

Los otros beneficiados son Primitivo Castro Campos, Luis Romo Morales, Miguel Soto Duarte y Alejandro Molina Cisternas.

Tras la decisión judicial, la Secretaría Regional Ministerial de Justicia de la región metropolitana de Santiago será quien deba determinar si aprueba o no finalmente la excarcelación de estos represores.

Los diputados opositores Hugo Gutiérrez y Tucapel Jiménez, este último hijo del sindicalista asesinado, presentarán en los próximos días una carta al presidente, Sebastián Piñera, para solicitarle que impida que los seis exmilitares queden en libertad, según informó a Efe el propio Gutiérrez.

En protesta por la resolución judicial, una decena de miembros de la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos (AFEP) ocuparon hoy las oficinas del Programa de Derechos Humanos del Ministerio del Interior, en Santiago.

La presidenta de la AFEP, Alicia Lira, explicó que con esa toma pretenden expresar su "repudio a la forma en que el Gobierno ha sido indiferente" con las víctimas, mientras que "a los victimarios les siguen dando beneficios y los están liberando".

Lira denunció, además, que en el último año el Programa de Derechos Humanos ha presentado solo 17 querellas por casos de ejecutados políticos y no se ha hecho parte de las más de 700 que la AFEP ha presentado a la justicia.

En tanto, representantes de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos (AFDD) tienen previsto reunirse en los próximos días con el presidente de la Corte Suprema, Milton Juica, para manifestarle su "estupor" por la posible excarcelación de represores.

"Nos parece impresentable que a estas alturas se haga este tipo de favor, una vez más, a los violadores de derechos humanos", dijo a Efe Gabriela Zúñiga, portavoz de la AFDD, que también ha solicitado un encuentro con el ministro de Justicia, Felipe Bulnes.

Por otra parte, el juez de la Corte Suprema Alejandro Solís condenó ayer a ocho represores por el secuestro calificado (desaparición) de tres opositores, ocurrido en 1974, aunque sólo dictó prisión efectiva para tres de ellos.

En una sentencia de primera instancia por el caso conocido como "Coelemu", el magistrado condenó a diez años y un día de presidio, sin beneficios, a los excarabineros Juan Abello Vildósola, José Jara Caro y Heriberto Rojas Jiménez, como autores de los hechos.

Además, dictó 3 años de prisión para los civiles Carlos Aguillón Henríquez y Beniamino Bozzo Basso, como cómplices, y a 541 días de cárcel a los excarabineros Sergio Arévalo Cid, a Maximino Cares Lara y a Renato Rodríguez Sullivan, como encubridores.

A los cinco les concedió la remisión condicional de la pena, un beneficio similar a la libertad vigilada.

Esta investigación se refiere a la desaparición del militante comunista Luis Acevedo Andrade, que fue alcalde de Coelemu, y de los socialistas Omar Henríquez López y Arturo Villegas Villagrán, ocurrida 1974 en esa localidad de la sureña región del Biobío.


Hallazgo de restos de detenido desaparecido podrían reducir pena de reo de Punta Peuco

Fuente :El Desconcierto, 11 de Diciembre 2017

Categoría : Prensa

Según explicó el abogado Raúl Meza, el hallazago de los restos de una de las víctimas del caso Coelemu podría reducir las penas del coronel de Carabineros en retiro, Juan Lorenzo Abello Vildósola.

Un procedimiento de exhumación realizado hace casi tres años en el cementerio de Penco buscaba determinar la identidad de Mario Ávila Maldonado, militante socialista asesinado en 1973. Sin embargo, se terminó además dando con los restos de otra persona, cuya identidad era desconocida hasta hace algunos días.

Finalmente, según informó Radio Bío Bío, la persona en cuestión terminó siendo uno de los tres detenidos desaparecidos secuestrados entre 1973 y 1974 por el caso Coelemu. La identidad, sin embargo, aún no es revelada públicamente, ya que primero se notificará a los familiares.

Algunos que iniciaron de inmediato sus cálculos por la aparición de las osamentas fueron los abogados de los involucrados en el caso Coelemu. Es el caso de Raúl Meza, abogado de los reos de Punta Peuco, quien dijo que estos nuevos antecedentes podrían reducir la pena del coronel de Carabineros en retiro Juan Lorenzo Abello Vildósola.

“Si la persona, como estaría constatado, es alguien de quien se encontraron los restos, y por lo tanto pasamos de secuestro calificado a homicidio calificado, claramente la Corte podría hacer una rebaja de pena. Ahora, hay un tema de fondo, si aquí existe un error judicial grave en relación al delito de secuestro calificado, se puede presumir que también pudo haber errores respecto a los otros que se le imputan al condenado en Punta Peuco”, dijo Meza a Radio Bío Bío, quien además aseguró que su defendido era inocente.

Abello Vildósola fue condenado a cinco años y un día por la desaparición de Omar Lautaro Henríquez López, Arturo Segundo Villegas Villagrán y el alcalde de Coelemu, Luis Bernardo Acevedo Andrade. En noviembre, fue el único reo de Punta Peuco al que la Corte de Apelaciones le otorgó la libertad condicional.


Un funeral 45 años después

Fuente :La Segunda, 17 de Agosto 2019

Categoría : Prensa

El 18 de septiembre de 1973, Arturo Villegas Villagrán, militante socialista de Penco, desapareció. En 2015, la justicia dictaminó que un teniente de carabineros estaba involucrado en su caso y lo sentenció a cinco años de cárcel. Del cuerpo nada se supo, hasta que en diciembre de 2017 el juez Mario Carroza le informó a sus hijos que algunos restos de él habían sido encontrados, cuando ya nadie lo buscaba. Esta es la historia contada por su familia que, sin saberlo, cuatro décadas antes había ido a su funeral.

‘¡Guillermo, me van a matar!', recuerda Vera que le dijo su amigo. Luego yo lo abracé y le dije: ‘Fuerza, Arturo, fuerza'

Cuando Estrella Villegas vio el nombre de su padre grabado en una placa adosada a una pequeña urna vacía, rompió en llanto. Habían pasado 45 años desde que Arturo Villegas Villagrán, militante del Partido Socialista y exdirigente del sindicato de Fanaloza, había desaparecido desde la comisaría de Penco y allí, parada frente al cajón en el que reposarían sus restos, ella tomó conciencia de cómo se cerraba el círculo de una larga historia.

—Nosotros hemos visto de todo acá, pero su caso es único —le dijo el dueño de la funeraria, mientras inspeccionaban el féretro de madera.

Hasta diciembre de 2017, el nombre de Arturo Villegas figuraba entre los 1.102 detenidos desaparecidos que dejó la dictadura, y que fueron consignados por el Informe Rettig y la Corporación Nacional de Reparación y Reconciliación. Villegas había sido detenido el 18 de septiembre de 1973 por carabineros y desde entonces se desconocía lo que había pasado con él. Eso, hasta que apareció, sin que nadie lo estuviera buscando, de “casualidad” —como dice Estrella—, cuando ya la familia había abandonado todas las esperanzas.

Y entonces, mientras su mirada estaba fija en la urna, Estrella repasó todo lo que había sucedido en esos años, como si rebobinara una cinta de video con sus recuerdos: la desaparición, la búsqueda, el abandono, el odio, la resignación, la justicia y la muerte de su mamá, que en enero de 2015 falleció creyendo que su marido —tal como pensaba toda la familia— había sido lanzado al mar. Luego Estrella se preguntó algo que había evitado desde que el ministro Mario Carroza le informó de su aparición:

—¿Seré capaz de ver los restos de mi padre?

Faltan dos días para el funeral y en la casa que construyó Arturo Villegas en Penco, y que hoy ocupa su hijo Mario, de 63 años, la familia prepara su velorio. Despejan el living, montan un altar y lo único que dejan es un plasma, donde pondrán música y videos de Víctor Jara e Inti Illimani. En las paredes hay decenas de fotos de Villegas en blanco y negro, siempre rodeado de amigos. En todas lleva puesto terno y corbata.

Mario cuenta que su padre tenía 16 años cuando entró a la seccional Penco del Partido Socialista, donde también militaba su abuelo y otros amigos de la familia. Más tarde, a los 19, Villegas comenzó a trabajar en Fanaloza, donde asumió la presidencia del sindicato de trabajadores.

—Fue un gran luchador por los derechos de los obreros. A fines de los 50, él conversó con un profesor socialista porque veía que entre los empleados había muchos que no sabían leer ni escribir. Así se crearon las clases de alfabetización —dice Estrella, sentada en el living de la casa.

Arturo Villegas organizaba las Navidades en la empresa, ayudaba a que los trabajadores compraran electrodomésticos en cuotas sin intereses, a través de convenios, y todos los años viajaba a Santiago para negociar con los dueños de la fábrica nuevas condiciones laborales. Hizo tanto —cuenta Mario— que cuando en 1965 fue despedido, todo Penco marchó hacia la planta para pedir su reincorporación.

—Fue tal el revuelo, que no tuvieron más que reincorporarlo —agrega.

Para entonces, Arturo Villegas era el patriarca de una familia de seis hijos. Se había casado con María Eliana Zárate y gracias a la industria llevaban una vida sin problemas económicos. Villegas —recuerda su hija— también tenía otros negocios: un casino-restorán en la playa, un taxi que manejaba un hermano y todos los 18 de septiembre montaba una ramada. Así, cuando en 1970 lo echaron definitivamente de Fanaloza, la familia siguió viviendo de esas rentas. Ese mismo año, prosigue Estrella, su padre participó activamente en la campaña presidencial de Salvador Allende.

—En el casino se hicieron varias cenas. A Allende le gustaban mucho los curantos. Él llegaba con la señora Hortensia Bussi, don José Tohá, la señora Moira, Mario Palestro, Carlos Altamirano, la Carmen Lazo, y todo el comité central del partido.

Pero luego de la elección de Allende, Arturo Villegas se alejó del partido y se concentró en pasar tiempo con su familia. Para esa fecha, él y su mujer habían sufrido varias tragedias, entre ellas la muerte de tres hijos en diversas circunstancias, dos de ellas siendo aún niñas.

—Yo creo que tomó conciencia que había dejado de lado a su familia —dice Estrella.

—Antes, él llegaba del trabajo, almorzaba y se iba al partido —agrega Mario.

Pero Arturo Villegas nunca dejó de lado la actividad política. Sus hijos recuerdan largas jornadas de discusiones en la misma casa. En particular con un joven de 27 años llamado Mario Ávila, que era presidente de la juventud socialista de la zona, quien también desaparecería en 1973.

—Eran íntimos con mi papá. Él llegaba acá a la casa y era uno más de la familia. Los dos se instalaban en el living y pasaban largas horas conversando y fumando —describe Estrella.

Pero cuando vino el golpe militar, todos dejaron de verse. Arturo Villegas, de hecho, se escondió durante tres días en la casa de unos familiares hasta que Estrella, que entonces tenía 17 años, lo acompañó a la comisaría de Penco a entregarse. Allí, recuerda ella, un capitán de nombre Rudy Cortés le dijo que no tenían ningún encargo sobre él. Villegas, entonces, volvió a su casa, pero el 18 de septiembre de 1973, alrededor de las cinco de la tarde, una cuadrilla de policías encabezada por el teniente Juan Abello Vildósola, según quedaría acreditado años después en el juicio que se siguió por su desaparición, llegaron a buscarlo. Estrella y Mario andaban de paseo en la playa cuando eso sucedió y al regresar les contaron la noticia. Estrella recuerda con detalle lo que pasó ese día y los que vinieron después.

—Me dijeron que el teniente Abello vino en un auto particular, un Dodge, que era manejado por su cuñado. Al día siguiente, acompañé a mi madre y a mi abuelo al retén de Penco. Hablamos en una primera instancia con Rudy Cortés y él dijo que lo habían dejado en libertad la misma tarde. Después conversamos con Abello y dijo que lo habían dejado libre en la mañana. Cuando hubo esta contradicción, dijimos que había algo raro. Y ahí empezó la búsqueda.

Guillermo Vera, profesor, 75 años, lee un papel escrito a mano: “Arturo, por fin descansarás en paz y los tuyos también. Ha sido una larga lucha, pero con un final donde la verdad se impuso. Juan Abello y sus secuaces no descansarán jamás, sus crímenes los perseguirán por siempre”, dice. El texto forma parte de un mensaje que ha estado ensayando para cuando le toque hablar en el funeral de su amigo.

—A Arturo lo conocí cuando llegué a Penco en 1971 —recuerda, sentado en el living de su casa en La Florida—. Yo hacía clases en el entonces campamento Ho Chi Minh, donde el gobierno de Allende formó una escuela y me nombraron a mí como director.

Guillermo Vera es una persona importante en la historia judicial de Arturo Villegas. Esa que relata todo lo que sucedió después de su desaparición y que comenzó a investigarse recién en 1998, cuando la familia del exdirigente sindical presentó una denuncia en contra de Juan Abello y “todos los que resulten responsables” por el delito de secuestro calificado.

—Yo fui la última persona que lo vio con vida —dice Vera.

Su testimonio quedó registrado en el expediente al que “Sábado” tuvo acceso. Allí contó que el 18 de septiembre de 1973 fue detenido por el teniente Abello y que estando en la celda de la comisaría llegó Arturo Villegas. Esa noche —dijo— su amigo fue torturado a golpes por los policías.

—Preguntaban lo mismo de siempre: “¿Dónde están las armas?” —recuerda Vera.

A la noche siguiente, “entre las nueve y las diez, Villegas fue sacado de la celda”. Minutos antes de que eso sucediera, ambos se despidieron.

—¡Guillermo, me van a matar! —recuerda Vera que le dijo su amigo—. Luego yo lo abracé y le dije: “Fuerza, Arturo, fuerza”.

Y nunca más nadie lo vio. El expediente que cuenta la historia de Arturo Villegas está agrupado a otros dos casos de detenidos desaparecidos: el de Omar Manríquez, secretario del PS de Coelemu, y el de Luis Acevedo Andrade, alcalde del pueblo. En la causa de Villegas, declararon su hija Estrella, su esposa María Eliana Zárate, un hermano y dos vecinas que presenciaron la detención. Todos los relatos son concordantes en que quien lideraba la cuadrilla era el teniente Juan Abello y que quien manejaba el auto era su cuñado. Ambos fueron sometidos a proceso en julio y septiembre de 2006, como autor y cómplice respectivamente. En su defensa, los dos señalaban no conocer a Villegas. “Sábado” se contactó con Juan Abello, pero este no quiso dar entrevista.

En el documento también quedó registro de la búsqueda que hizo su familia y que hoy Estrella recuerda:

—Buscamos por Tomé, la isla Quiriquina, la cárcel pública y la morgue. En noviembre de 1973 hubo un rumor en Penco de que había unos cadáveres en un mausoleo y en esa oportunidad acompañé a mi mamá y a unos tíos. Encontramos dos nichos que estaban con ladrillos y adentro había dos cadáveres en sacos. Pero con el miedo, nos fuimos.

La familia —agrega ella— quedó sola. Estrella dice que las personas que antes solían compartir con ellos ya no se les acercaban, incluidos los amigos. Y al abandono, luego sobrevino la crisis económica. María Eliana Zárate tuvo que entrar a trabajar como manipuladora de alimentos y en la Vicaría de la Solidaridad les ayudaban con comida. Una vecina —cuenta— les hacía ropa con prendas que la gente dejaba de usar. Por entonces, Estrella terminaba la carrera de Asistente Social y Mario, que había dado la prueba para entrar a la universidad, no pudo continuar y debió trabajar en los programas de empleo mínimo de la época.

La búsqueda de Arturo Villegas se extendió hasta comienzos de la década del 80. Luego de eso, agrega Estrella, se resignaron a su muerte.

—Perdimos la esperanza. Yo pensaba que a mi padre lo habían dejado en una cantera o en el mar, porque decían que en la isla Quiriquina habían tirado mucha gente amarrada con rieles.

Lo único que trajo consuelo, dice, fue la condena que en abril de 2011 dictó el ministro Alejandro Solís y que sentenció a diez años de cárcel a Juan Abello, como autor del secuestro, y a tres años a su cuñado, quien fue considerado “cómplice” del delito por manejar el Dodge en el que se habían llevado a Arturo a la comisaría.

Años más tarde, en agosto de 2015, la Corte Suprema rebajó la condena de Abello a cinco años y quedó preso en Punta Peuco, donde luego de cumplir la mitad de la pena salió en libertad en 2017 por buena conducta. Para entonces, María Eliana Zárate, la esposa de Villegas, había fallecido.

—Ella pidió que la cremaran y que sus cenizas fueran esparcidas en el mar, porque creía que mi padre estaba allí —dice Estrella.

Mario Ávila recuerda a su padre del mismo nombre, quien era presidente de las juventudes socialistas de Penco y que pasaba largas horas conversando con Arturo Villegas en su casa. Hoy tiene 44 años, es ingeniero y nació siete meses después de que desapareciera su papá.

—Yo soy hijo póstumo —dice, sentado en un café de Concepción.

Para entender cómo es que Arturo Villegas apareció luego de 45 años es necesario antes contar cómo Mario Ávila murió, y cómo sus historias comenzaron a vincularse ese 18 de septiembre de 1973, cuando ambos fueron detenidos en la misma comisaría, pero en celdas distintas.

—Ese día mi papá se presentó de forma voluntaria porque sabía que lo andaban buscando y lo dejaron detenido. Según carabineros, él tenía armas, pero nunca le encontraron nada —relata Ávila hijo.

Todo lo que sabe —cuenta— es gracias al expediente judicial que a comienzos de 2014 el juez Carlos Aldana, ministro en visita de la Corte de Apelaciones de Concepción, abrió para esclarecer su muerte: 800 páginas que se ha leído como si fuera un libro. Allí —dice— está la declaración de su madre Doris Reyes, quien describió cómo llegó su marido a la casa el 20 de septiembre, luego de pasar tres días en el cuartel: “Su cara estaba hinchada, con moretones y quemaduras de cigarrillos, además su espalda presentaba marcas de latigazos, su estómago igualmente presentaba quemaduras de cigarro”, dice el testimonio al que “Sábado” tuvo acceso.

En el documento, además, Doris identificó a los dos carabineros que habían agredido a su marido, uno de ellos amigo de su familia, y agregó un antecedente que hasta entonces el juez desconocía: “En esa ocasión Mario me dijo que habían matado a Villegas, refiriéndose a un amigo de él”. Era la primera vez que el apellido de Arturo aparecía mencionado en la causa.

Luego de eso, Mario Ávila estuvo con licencia una semana y posteriormente regresó a trabajar al Departamento de desarrollo social de Tomé, desde donde el 9 de octubre se le perdió la pista. Días después, su suegro le reveló a su hija un dato clave: “Me comentó que un carabinero (amigo de la familia) había pasado por su trabajo, consultándole por el paradero de Mario, específicamente por su lugar de trabajo. Ahí mi padre le señaló que estaba en Tomé”, dijo Doris en su declaración.

Durante las siguientes semanas su familia lo buscó por varios lugares de la región hasta que una noticia en el diario La crónica, del 27 de noviembre de 1973, llamó su atención: “Puzle en caso de Quebrada Honda”. El titular hacía referencia a unas osamentas y unas ropas que habían aparecido en un despeñadero entre Penco y Lirquén. La nota estaba acompañada de una foto que a Doris le pareció familiar: “Aparecía una chaqueta con la etiqueta de la sastrería Selmu, inmediatamente relacionamos esa chaqueta con la que Mario se había casado. Efectivamente se trataba de las vestimentas de Mario. A mí no me dejaron entrar, ya que me encontraba embarazada de un mes y medio de mi marido, quien nunca supo que iba a ser padre”, agregó ella en su testimonio judicial.

Así fue como Mario Ávila fue hallado muerto, con 27 años. En pocos meses, su cuerpo se había esqueletizado e incluso faltaban partes debido a los animales carroñeros. Fueron los huesos que no alcanzaron a comerse y la ropa, lo que su familia enterró en el Cementerio Parroquial de Penco días después, luego de un funeral al que también asistieron los hijos de Arturo Villegas.

Y desde ese momento, hasta cuando el juez Aldana inició la investigación a comienzos de 2014, nada se sabía de los responsables de su muerte. Mario Ávila hijo dice que se enteró a los 12 años de cómo había fallecido su padre y que la causa le ayudó a profundizar esa historia.

—Quería descubrir por mí mismo lo que había pasado con él. Yo no tenía internalizado ser hijo de un ejecutado político (…). Trato de ser fuerte, pero me cuesta. Me da pena saber todo lo que le hicieron, todo lo que sufrió y el tener un padre ausente —dice.

El 14 de noviembre de 2014, Carlos Aldana decretó la detención de los dos carabineros acusados por la familia, que negaban todos los hechos, y los procesó por homicidio calificado. Cuatro años más tarde serían condenados en primera instancia a cinco años de cárcel.

Antes que eso sucediera, en marzo de 2015, el juez Aldana ordenó la exhumación de los restos de Ávila para determinar si efectivamente correspondían a él. Su hijo se pasó dos días en el cementerio hasta que apareció.

—Para mí fue la oportunidad de acercarme a mi papá, de verlo por primera vez. Imagínate, 40 años después, fue súper emocionante. Todavía estaba su chaqueta y entre medio encontraron una bala —recuerda.

Pero eso no fue lo más relevante del hallazgo. Mientras sacaban los restos, los peritos del Servicio Médico Legal (SML) rápidamente descubrieron que algunas piezas, específicamente seis huesos de las extremidades, entre los cuales se encontraban los fémures, se repetían. Es decir, que adentro del cajón, ya desecho por el tiempo, había dos cuerpos.

Un año después del desentierro, un laboratorio de Suiza confirmó que efectivamente las osamentas halladas eran de Mario Ávila.

Sobre las otras seis piezas, se certificó lo que ya se sabía: que correspondían a otra persona sin vinculación familiar con él. Pero entonces, ¿de quién eran los restos? El ADN permitió cotejarlas con la base de datos de perfiles genéticos de familiares de detenidos desaparecidos de la Región del Biobío, pero el computador no arrojó ningún match.

—Siempre estamos barajando que los perfiles extras que nos aparecen puedan ser de otros detenidos desaparecidos. Esa es la primera hipótesis que manejamos. Pero acá teníamos escasa representación de los familiares de esa zona. Entonces se le solicitó al ministro (Carlos Aldana) que nos autorizara a tomar muestras a los familiares que no estaban en la base de datos —explica Ximena Leiva, quien estuvo a cargo del caso en el SML y que lleva nueve años en la Unidad de Detenidos Desaparecidos.

Una de las familias a las que se les hizo llegar este requerimiento fueron los Villegas Zárate, que en enero de 2017, bajo la excusa de aumentar la base de datos, entregaron muestras de ADN, las que fueron enviadas a Suiza en septiembre de ese mismo año. Luego de un par de meses llegó un inesperado resultado: había un 99,9993% de probabilidades de que los restos que no pertenecían a Mario Ávila fueran de Arturo Villegas.

—Hicimos un análisis antropológico y llegamos a la conclusión que desde ese primer hallazgo, en 1973, ellos estaban juntos. Nosotros estamos medianamente familiarizados con estas situaciones, pero a mí me sorprendió averiguar las circunstancias de la desaparición de estas personas. Su historia, en lo personal, me conmovió —agrega Ximena Leiva.

Pero, ¿por qué estaban juntos? No hay una respuesta certera para esa pregunta. La familia de Villegas cree que a él lo tiraron en Quebrada Honda inmediatamente después que lo mataron en septiembre y que a Mario Ávila lo llevaron allí en octubre, “quizá para mostrarle lo que habían hecho con su amigo”. Y cuando apareció Ávila también apareció Villegas, pero en ese tiempo nadie supo que era él.

El 17 de diciembre de 2017, el juez Mario Carroza citó a su oficina a los tres hijos de Arturo Villegas y les dio la noticia.

—El ministro nos dijo que eran los huesitos de mi papá, que habían sido encontrados con Mario Ávila y que se iban a mandar afuera para separarlos. En ese momento nosotros nos quebramos. Nunca pensamos que íbamos a encontrar algo de mi papá, teníamos las esperanzas perdidas —recuerda Estrella, mientras espera en el SML de Concepción para entrar a recibir los restos.

Hace 20 días el ministro Mario Carroza les dijo que estaban en condiciones de sepultarlo. En la morgue hay hermanos, sobrinos, hijos y nietos de Arturo Villegas. También hay madres, esposas e hijas de otros detenidos desaparecidos de la región. En total son casi 30 personas y muchas de ellas no se veían hacía décadas. Su hallazgo —dicen allí— ha unido más a la familia.

Estrella es quien comanda el grupo. Aunque tiene que firmar el acta —dice—, no entrará.

—Prefiero recordarlo como lo vi en vida —le explica al resto de los parientes.

Las peritos del SML que han viajado desde Santiago les advierten que solo la familia directa y los más cercanos podrán entrar a reconocer los restos. El concepto “reconocer” es simbólico, porque en realidad lo que allí sucederá más bien es un reencuentro. El grupo es pequeño: una hermana, un cuñado, tres sobrinos y dos hijos de Villegas —Mario y Sandra— ingresan a la sala. Han pasado 45 años y los seis huesos de las extremidades están allí, dispuestos en una camilla, sobre una sábana blanca que tiene una bandera chilena, justo debajo de un retrato de él, donde aparece con terno y corbata.

—Pensar que nosotros estuvimos en el funeral de mi padre sin saberlo, cuando fuimos al de Mario Ávila —dice uno de los hijos, mientras Sandra, la menor del clan, toma algunas osamentas y las besa.

Luego de 30 minutos, donde les explicaron todos los procesos que les habían realizado a las piezas para determinar que eran de Arturo Villegas, la familia se convence que están frente a él: “Ya, es el tío”, dice un sobrino y luego rezan un Padre Nuestro y un Ave María. Entre todos toman los huesos y los ponen en la urna, la misma que días antes Estrella vio en la funeraria. Al salir, aplauden. Hay pena, pero es más la alegría.

Al día siguiente, alrededor de 300 personas asistieron a su funeral, entre ellos miembros de la Agrupación de Detenidos Desaparecidos, del Partido Socialista, familiares, amigos, extrabajadores de Fanaloza, y también Mario Ávila hijo y su madre Doris Reyes, que el 31 de agosto tendrán su propio reencuentro, cuando les entreguen los restos de su familiar: Arturo Villegas y Mario Ávila han regresado.