.

De La Barra Villarroel Alejandro – Memoria Viva

De La Barra Villarroel Alejandro

de_la_barra_villarroel_alejandro.jpg
de_la_barra_villarroel_alejandro.jpg

villagrimaldi.cl
villagrimaldi.cl

villagrimaldi.cl
villagrimaldi.cl

Cementerio G. Santiago Memoriales.cl
Cementerio G. Santiago Memoriales.cl


Rut : 5.711.066-k
Fecha Detención :
Comuna Detención : Santiago

Fecha Asesinato : 03-12-1974
Comuna Asesinato : Santiago


Fecha Nacimiento : 01-04-1950 Edad : 24


Comuna Nacimiento : Santiago

Partido Político : Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR)
Oficio o Profesión : Cientista Político

Estado Civil e Hijos : Casado, 1 hijo
Nacionalidad : chilena

Ana Maria Puga


Dictan nueva condena por homicidio contra el ex agente de la DINA Manuel Contreras

Fuente :El Mostrador 15 de Julio de 2013

Categoría : Antecedentes del Caso

El ministro Leopoldo Llanos dictó en su contra una sentencia de 15 años y un día por los homicidios de Alejandro de la Barra Villarroel y Ana María Puga Rojas.

Una nueva sentencia recibió este lunes el ex militar y miembro de la DINA, Manuel Contreras. El ministro Leopoldo Llanos dictó en su contra una sentencia de 15 años y un día por los homicidios de Alejandro de la Barra Villarroel y Ana María Puga Rojas, ambos miembros del MIR, asesinados el 3 de diciembre de 1974 en la Región Metropolitana.

Llanos, también determinó que el Fisco debará pagar 50 millones de pesos a Rodrigo Hernández Puga, hijo de la mujer víctima, y la misma suma a Álvaro de la Barra Puga, hijo de la pareja.

Junto con Contreras, recibieron condena por este caso:
– Marcelo Moren Brito: 15 años y un día de presidio por su responsabilidad como autor de ambos homicidios calificados.
– Ricardo Lawrence Mires: 15 años y un día de presidio por su responsabilidad como autor de ambos homicidios calificados.
– Pedro Espinoza Bravo: 15 años y un día de presidio por su responsabilidad como autor de ambos homicidios calificados.
– Eduardo Jaime Astorga: 10 años y un día de presidio por su responsabilidad como cómplice de ambos homicidios calificados.
– Miguel Krassnoff Martchentko: 5 años y un día de presidio por su responsabilidad como encubridor de ambos homicidios calificados.


Relatos de Los Hechos

Fuente :(Informe Rettig)

Categoría : Antecedentes del Caso

Alejandro DE LA BARRA VILLARROEL

Rut :
F.Nacim. :
Domicilio :
E.Civil : Casado, un hijo
Actividad : Cientista Político
C.Repres. : Militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR)
F.Detenc/Asesinato. : 3 de diciembre de 1974 en calle Pedro de Valdivia con Andacollo por agentes de la DINA

El 3 de diciembre de 1974 falleció el matrimonio formado por Alejandro DE LA BARRA VILLARROEL y Ana María PUGA ROJAS, cientista político y profesora y actriz, respectivamente, ambos militantes del MIR y él dirigente de dicha colectividad.  Ese día fueron emboscados cuando se dirigían a buscar a su hijo a la salida del jardín infantil donde asistía en calle Pedro de Valdivia con Andacollo.  El jardín en cuestión había sido visitado con anterioridad por agentes de la DINA que por esa vía habían podido dar con sus víctimas.

                                           La Comisión llegó a la convicción de que Alejandro de la Barra y Ana María Puga se movilizaban en un automóvil y al llegar a la intersección ya mencionada se les disparó sin que hubiese habido orden de detención ni resistencia de su parte, por lo cual tiene la convicción de que fueron ejecutados por agentes estatales, en violación de sus derechos humanos. 

 


Chile memoria: Documental sobre Ana María Puga y Alejandro de la Barra, militantes del MIR asesinados por la DINA [+Video]

Fuente :cctt.cl 10/5/2018

Categoría : Prensa

La premiada película «Venían a buscarme«, que se estrena en salas de todo Chile el próximo 7 de junio, sigue los pasos del director Álvaro de la Barra en busca de la historia de sus padres, a quienes perdió cuando tenía menos de dos años de vida.

En la conmovedora Venían a buscarme, el director y productor chileno Álvaro de la Barra reconstruye la historia de sus padres, asesinados durante la dictadura y, a través de ellos, también su propia identidad. Es un ejercicio valiente que alimenta uno de los documentales más aplaudidos del último tiempo.

«Luego del golpe militar de Pinochet, mis padres militantes revolucionarios [del MIR, ver Anexo mas abajo, Editor CT] , murieron ejecutados en la esquina de mi jardín de infancia en una emboscada, cuando venían a buscarme”, cuenta el director. “Crecí en el exilio, clandestino y con la imagen heroica de mis padres como pareja y como luchadores sociales. A través del documental busco recuperar mi identidad, intentando así´, conocerlos a ellos”, relata de la Barra al describir su película.

La construcción de la historia familiar de Álvaro De la Barra, cuya vida se desarrolló en Venezuela y París, la consigue a través del recuerdo de familiares y archivos que va encontrando en su investigación. “Más allá´ de ser un filme político, Venían a buscarme rescata la historia de muchos niños que debieron partir al exilio, que fueron alejados de sus padres o sufrieron su muerte”, comenta el director.

Un tabú familiar

«Mi historia siempre la he sabido, pero se había convertido en tabú familiar”, confiesa el director. “En mi primer viaje inicié un juicio, que finalizaría 16 años después cuando, viviendo en París, me llega la noticia que teníamos una sentencia que me devolvía mis apellidos originales. Es en ese momento, comienza en mí la necesidad de volver a Chile para vivir aquí, y para realizar esta película que, desde que decidí dedicarme al cine, siempre supe que haría”.

De la Barra cuenta que el proceso de investigación fue complejo. «Intentas atrapar eso que se ha estado diluyendo, pero que aún está y los recuerdos, que se van transformando con el tiempo, hay que atraparlos, cotejarlos para dibujar una realidad que es pasado, que ya no está. Con esta premisa fui conociendo, encontrándome, conversando con todas las personas que vivieron y participaron en los momentos claves de la vida de mis padres. Fui visitando los lugares dónde crecieron, dónde vivieron y dónde murieron”.

Con Venezuela en el corazón

Dentro de su descubrimiento, el cineasta se dedicó a recorrer los lugares donde se desarrolló su vida. «La película es una road movie. Dejé París para venir a vivir a Chile, donde nací. En el camino tenía que pasar por Venezuela. Esto hace que me sitúe desde un punto de vista más personal, más tropical si se quiere, que no está impregnado de la chilenidad que se suele ver en películas de este género. Y eso me gusta. Me gusta que sea fiel a lo que siento. Venezuela está presente en el punto de vista”.

De la Barra agrega: “’Venían a buscarme es una búsqueda personal, un viaje íntimo, un intento de armar a través de encuentros con personas que vivieron en el momento y el lugar donde nací, sin olvidarse de dónde vengo ni dónde crecí. La identidad no está marcada por un lugar de nacimiento sino por las vivencias, las experiencias y los orígenes familiares. Es una recuperación de identidad, de la memoria familiar, pero también la recuperación de una parte de la cultura y la historia contemporánea de Chile, que nos tocó a todos y que aún no logramos como sociedad comprender, asumir ni entender”.

La película ha tenido una excelente recepción en los festivales en los que se ha proyectado. Mejor Película y Mejor Montaje Competencia Nacional de largometrajes FECICH, Mejor Ópera prima FIDOCS, Premio Opera Prima ATLANTIDOC, Mención Especial Festival DDHH Buenos Aires y Mejor película en FICTALCA 2018.

Miradoc es financiado por el Programa de Intermediación Cultural, Convocatoria 2017; y el Fondo de Fomento Audiovisual, Convocatoria 2017; del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes.

El documental Venían a buscarme se estrena en salas Miradoc de Arica a Punta Arenas el próximo 7 de junio.

Ficha Técnica
Dirección, producción y guión: Álvaro de la Barra
Fotografía y cámara: Carlos Vásquez, Inti Briones
Sonido: Roberto Espinoza
Montaje: Sebastián Sepúlveda, Martín Sappia


MINISTRO LEOPOLDO LLANOS DICTA CONDENA POR HOMICIDIOS DE ALEJANDRO DE LA BARRA Y ANA MARÍA PUGA

Fuente :Poder Judicial de Chile 15 de Julio 2013

Categoría : Prensa

El ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago Leopoldo Llanos dictó sentencia en la investigación por los homicidios calificados de Alejandro de la Barra Villarroel y Ana María Puga Rojas, ocurridos el 3 de diciembre de 1974, en la Región Metropolitana.

El magistrado condenó a siguientes integrantes de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), por su participación como autor, cómplice o encubridor de los delitos:

-Manuel Contreras Sepúlveda: 15 años y un día de presidio por su responsabilidad como autor de ambos homicidios calificados;
-Marcelo Moren Brito: 15 años y un día de presidio por su responsabilidad como autor de ambos homicidios calificados;
-Ricardo Lawrence Mires: 15 años y un día de presidio por su responsabilidad como autor de ambos homicidios calificados;
-Pedro Espinoza Bravo: 15 años y un día de presidio por su responsabilidad como autor de ambos homicidios calificados;
-Eduardo Jaime Astorga: 10 años y un día de presidio por su responsabilidad como cómplice de ambos homicidios calificados, y
-Miguel Krassnoff Martchenko: 5 años y un día de presidio por su responsabilidad como encubridor de ambos homicidios calificados.

De acuerdo a los antecedentes del proceso: “Agentes de la DINA lograron averiguar que los miembros y dirigentes del Movimiento de Izquierda Revolucionario, Ana María Puga Rojas, actriz y profesora, y Alejandro de la Barra Villarroel, cientista político, tenían un hijo de un año y meses de edad que asistía a un jardín infantil, ubicado en calle Andacollo N° 1620 de la comuna de Providencia; los agentes fueron a constatar su existencia el día 2 de diciembre de 1974, revisando los libros de matrícula; y el día 3 de diciembre del mismo año se organizaron en grupos para esperar que aquellos concurrieran, como lo hacían diariamente, a retirar del jardín al infante; se distribuyeron, aproximadamente a las dieciséis horas, según órdenes e instrucciones del día anterior, por las calles próximas al citado jardín infantil; en Ricardo Lyon con California, un grupo compuesto por los agentes Rinoldo Alismer Rodríguez Hernández, José Silva, Heriberto Acevedo y José Fritz Sparza; y otro, formado por Ricardo Lawrence, Rufino Jaime y José Valdebenito, se situó en Avenida Bilbao, entre Lyon y Pedro de Valdivia; de esta manera cuando los miembros del primer grupo vieron aproximarse el automóvil “Peugeot 404”,color blanco, que ya conocían, con ambos militantes del MIR en su interior y que no se detuvo frente al Jardín Infantil, lo que avisaron al otro contingente, de modo que fueron interceptados por éste último en el cruce de calle Andacollo con Avenida Francisco Bilbao, disparando contra la pareja, sin que hubiese habido orden de detención ni resistencia de su parte, muriendo ambos a causa de heridas cefálicas y cervicales. Posteriormente, los cuerpos de Ana María Puga Rojas y Alejandro de la Barra Villarroel fueron llevados hasta el recinto de “Villa Grimaldi” y después sus restos trasladados hasta el Servicio Médico Legal, organismo que practicadas las autopsias respectivas, los entregó a sus familiares”.

En el aspecto civil, el magistrado determinó que el Fisco debe pagar $50.000.000 (cincuenta millones de pesos) a Rodrigo Hernández Puga, hijo de la mujer víctima. Asimismo, el Fisco y los condenados deben cancelar solidariamente $50.000.000 (cincuenta millones de pesos) a Álvaro de la Barra Puga, hijo de ambas víctimas.


Profesionales a fines y contrapuestos

Fuente :archivochile.com sin fecha

Categoría : Prensa

Para María Cristina López Stewart y Alejandro De La Barra Villarroel Martín Faunes Amigo

Para mí era una novedad ya anunciada, me sacarían de los frentes. Era además algo en lo que aunque no había sido fácil ya estaba de acuerdo, era además la manera lógica de sacar el mejor provecho a los cuadros;las aspiraciones personales era necesario postergarlas, de lo contrario no sólo no tedríamos cómo enfrentar al golpe que vendría en un año o en dos, sino tras él no podríamos sobreponernos o al menos evitar que nos aniquilaran. No había sido fácil aceptarlo, pero había primado la razón, así que ahí iba yo, ex jefe de unidad del frente estudiantil, ex segundo jefe de unidad del GPM de Cerrillos, ex eterno portador de bluyines y bototos, ex muralista apasionado, ex escritor de arengas y discursos. Iba a incorporarme a una unidad de profesionales que tedría una misión especial en una estructura centralizada; y no parecía que me trataran como al joven profesional que se suponía que era: de ojos vendados en el piso de un citroen tipo "sapo", hasta un edificio años cuarenta "en algún lugar de Santiago". Algo después, ya con los ojos destapados, me encuentro en un departamento de aquel edificio; y hay otros dos conmigo, uno de unos veintisiete que parece que conozco, quizá me tocó alguna vez de ayudante o fue mi profesor de laboratorio, sin embargo no estoy seguro ni lo preguntaré. Al otro, de unos veinticinco, no lo he visto jamás, tengo certeza; ambos sin embargo son de los nuestros: gente que aprobó física y cálculo, se les nota por la manera de cómo se observan entre ellos y de cómo me observan a mí mismo y probablemente se preguntan si acaso este mocoso que lleva traje y se nota que es primera vez que lo usa porque le incomoda, podrá ser uno de los de ellos. Ingresa entonces un tercero con aspecto de sabio ingenuo a quien tampoco conozco. Es también mayor que yo por un par de años y no me parece que sea de los nuestros. Es posible que sea un profesional pero de otra disciplina tal vez a fin con la nuestra, tal vez ni siquiera es matemático. Nos saluda con algún tartamudeo. Nos dice que no pertenecerá a esta unidad de manera propiamente tal, pero que cooperará con su jefatura; acto seguido toma asiento en actitud de esperar, pero en realidad se dedica a observarnos a nosotros, los otros tres, haciendo quizá las mismas conjeturas que yo también me hago pero nada digo, y que se hacen también los otros, empaquetados como yo en sus trajes y corbatas, y nada dicen tampoco.

Me abstraigo de ellos y de mí mismo, y se me ocurre que en cualquier momento va a entrar un tipo grande de lentes, como alguno de los profesores de máquinas eléctricas o micro ondas, tal vez, o como uno de los tipos astutos que enseñan circuitos o análisis de sistemas. Es que claramente espero a alguien así: profesional experto, profesional sabio. Empieza a sonar una llave en la cerradura y luego el sonido se cambia hacia la cerradura que hay más abajo. Se abre entonces la puerta por fin, e ingresa una chiquilla de metro sesenta, cabello largo, cuerpo frágil y ojos muy dulces que, acaso tenga diecisiete. Es casi una colegiala y, claramente, no es de nuestro gheto, los que aprobamos física y cálculo, constituimos una secta en que de todas maneras nos reconocemos. Es quizá la hija de los dueños de casa y ha hecho ingreso en el momento equivocado. Eso me parece, la chiquilla sin embargo, oh sorpresa: ella, la del cabello rubio, ella, la del metro sesenta, ella, la que en definitiva y de manera evidente no es de las nuestras como por su edad, no puede ser tampoco profesional de ninguna disciplina, nos dice de manera convincente que será jefa de nuestra unidad de profesionales y que no sólo espera hacerlo como corresponde sino aún mejor, mucho mejor. Unos días después, partíamos los cinco a un lugar cerca de una playa donde tendríamos nuestra primera instrucción especial; y la muchacha dulce nos da con creces muestras de saber de qué está hablando y de cómo todo eso ensambla con lo que nosotros sabemos y con las metodologías que nosotros dominamos porque "somos de los nuestros". Así nos gana la chica, así comenzamos a admirarla. Pero la chica sabe también muchas otras cosas, y con el sub jefe de la unidad -él es un humanista, ahora claramente se le nota-, al final de ese día nos deslumbra hablándonos de Auerbach, de Heguel, de los filósofos alemanes y de cómo se llega a través de ellos hasta Marx. Esas fueron las primeras impresiones que tuve de María Cristina López Stewart, y se mezclan con su imagen de muchacha dulce que se me quedó grabada en algún lugar del corazón o del cerebro; son las mismas impresiones que se me ocurre, me asaltarán fugaces como la historia de aquellos años, que se desencadenó violenta a pesar de todo lo bien que lo hicimos, a pesar de toda la razón que teníamos, a pesar de que todo el amor lo llevábamos en la frente. Y tuvimos logros, logros verdaderos e importantes que no son del caso señalar, pero que digo, justificaron con creces nuestros esfuerzos. Y no necesito decir que vino el golpe ni tampoco que sobrevivimos, sí vale la pena que cuente, porque lo recuerdo como ayer: A María Cristina la ví por última vez en un punto en que ella vendría desde Costanera y yo desde Providencia, y ni siquiera nos saludaríamos, intercambiaríamos apenas barretines con tabletas fotográficas en una de las cuales decía que había una militante colaborando. La muchacha dulce apareció en un recodo de ese par de cuadras que serpentean, venía con un disfraz de ejecutiva que bien podía confundir y hacer creer que efectivamente se trataba de una profesional de las nuestras. Además, para mi tranquilidad, en nada se parecía a la de la foto con el letrero "se busca" que publicaban en el diario "La Segunda". Es al mes o a los dos meses de aquel último encuentro, cuando nos avisan que María Cristina ha caído y debemos "guardarnos", porque ella es para los perros un hueso de oro y se la jugarán por hacerla que hable. Sin embargo pasan tres días y pasan cinco, y diez, y al parecer la chica no está hablando; nosotros nos preguntamos si vale la pena su sacrificio y si no es mejor que nos entregue y así tal vez pueda salvarse.

En esas condiciones llegamos a octubre, con la moral en el suelo y sabiendo de toda la gente que ya ha caído. Corresponde entonces la caída de Miguel, tremendo y doloroso golpe. El mayor de esos profesionales que éramos se quiebra y nos avisa que escapará al Canadá porque con nuestra unidad descabezada y con todos los planes posiblemente descubiertos, nuestro trabajo carece de sentido; además, en caso de que nos atrapen, él está convencido de que no seremos perdonados, otros militantes sí, pero no nosotros. A pesar del vaticinio adverso, los que quedamos decidimos continuar, todos sabemos que tiene razón, seguramente nuestro trabajo ya está descubierto, es verdad, y es verdad también que a los que hacen el trabajo que hacemos se les asesina; sin embargo nadie dice eso en voz alta, por el contrario, lo que decimos es que el MIR no se asila. Somos dos militantes, más la red que todavía controlamos con aspirantes y ayudistas, y con un nuevo jefe, el sabioingenuo que asume como tal, y ninguno de nosotros lo dice en voz alta tampoco, pero es un hecho que pesa mucho en nuestra decisión el recuerdo de la chica y nuestra necesidad de continuar por ella, de continuar para que su sacrificio no resulte en vano. Por qué no decirlo, es su ejemplo el que nos impulsa y nos permite afrontar las cien peripecias diarias con valentía y orgullo. Es su ejemplo y el ejemplo de Miguel el que nos ayuda a no quebrarnos y así conseguimos todavía algunos logros, e inclusive llevar algún tipo de vida normal en medio del caos; una normalidad que me deja ver de vez en cuando a mi hijo y a mi compañera que pasa a ser mi enlace y contacto. Pero a este grupo de profesionales le faltaban todavía muchos porrazos: a unos dos meses de la caída de Miguel, nuestro nuevo jefe no llega al punto donde se debe encontrar con mi compañera. Es posible que ese punto al que faltó, haya sido alguno de los que venían a continuación de su recorrido después del lugar donde lo emboscaron, que, si es quien creo que es, fue a la salida de su hijo desde el jardín infantil a donde lo llevaban. El sabio-ingenuo-valeroso habría caído junto a su compañera cerca de Plaza Pedro de Valdivia. Mi mujer se quedó esperándolo en Bilbao, unas cuadras más arriba y se salvó por milagro. Hoy, a más de veinticinco años no estoy seguro todavía de si su nombre verdadero era Alejandro De La Barra y si su compañera era entonces Ana María. De ser así, esta historia está bien dedicada a él, a ese sabio ingenuo que no lo era tanto, y que en un punto anterior a aquel fatídico, al saber que entre esa vida normal en medio del caos mi compañera se había quedado esperando mi segundo hijo, se dio el tiempo para, con palabras más sabias que las mías, acurrucarla y advertirle de que se cuidara cien veces más que antes porque si la atrapaban en esas circunstancias nadie podría saber la clase de destino que se le reservaba a nuestro hijo. Ese era Alejandro De La Barra, y si no lo era, le debo igual un homenaje que sabré algún día concretar.Vinieron entonces días aún más difíciles, moralmente más difíciles y penosos. Nada más penoso que darle mil vueltas a aquello de que tal vez, si María Cristina se hubiera atrevido a entregarnos estaría con vida todavía. Ella no había aprobado física ni cálculo pero su vida era más importante que la nuestra, no siento vergüenza por reconocerlo. Así lo sentía yo y también el compadre que se quedó conmigo y con la red, el otro militante, quien, entre ese ejercicio desgraciado que es el culparse y disculparse, quizá como una forma terrible de autocastigo, se dejó atrapar por el alcohol para en menos de seis meses quedar convertido en un guiñapo.

De nuestra unidad de profesionales no quedaron sino fragmentos, y yo desde entre ellos intento todavía recuperarme, aunque pasarán treinta años o más, y no lo voy a lograr del todo; me lo indica en la garganta un nudo del cual no puedo safarme y que me obliga a ir recobrando las historias perdidas de nuestra gente. A veces creo que es para esta tarea que sobreviví, para esta misión superior, mi verdadera misión, o eso es lo que siento; y cómo no sentirme feliz cumpliéndola si para revisar sus logros basta leer, adjujnto, la hoja de un diario de vida de María Cristina adolescente, el cual mucho tiempo después me permitiera leer su madre. En él ya se notan los valores con que más tarde la conoceríamos con los cuales se ganaría en miles nuestro respeto y en millones nuestro afecto. Son esos mismos valores los que me permiten entender que escogiera la muerte a entregarnos.María Cristina López Stewart, muchacha dulce, casi escolar diría, digo también que si bien puedo entender que no nos entregara, no voy a entender jamás cómo esos salvajes se pudieron ensañar con ella hasta matarla. No lo entenderé ni siquiera asumiendo que esa jauría de perros pertenecía también a un grupo de profesionales, aunque de un tipo diferente, de un tipo desgraciado y tenebrosamente diferente: profesionales educados en universidades del horror, de la felonía. Universidades donde no les enseñan humanidad ni cuántica, tampoco corazón ni moral, mucho menos conciencia o alma. Pago treinta posgrados a quien encuentre un atizvo de moral en ese grupo de profesionales de vocaciones desalmadas, doctores del horror, maestros del espanto.