Descripción General
Categoría : Otra Información
El antiguo recinto del Regimiento de Infantería de Montaña N°3 "Yungay" de San Felipe (fusionado el 2002 con el Regimiento de Infantería “Guardia Vieja”, y hoy ocupa las instalaciones que este tenia en Los Andes) fue el centro principal de tortura de esa ciudad. Tambien funciono como Fiscalia Militar. El jefe de la Zona en esos momentos era el Comandante Héctor Orozco Sepúlveda, responsable directo de todas las acciones militares y policiales de la zona.
Testimonios de numerosos presos políticos de esa época han detallado el uso sistemático de tortura en este recinto militar.
Efectivos de este establecimiento son también responsable del asesinato muchos presos políticos, incluyendo a Farud Aguad, Artemio Pizarro, Wilfredo Sánchez, Mario Alvarado, José Fierro y Pedro Araya, Absalon del Carmen Wegner Millar y el joven Rigoberto Achú Liendo. Juan Alsina Hurtos, español, Sacerdote católico y Jefe de Personal del Hospital San Juan de Dios de Santiago, fue ejecutado el 19 de septiembre de 1973 en las riberas del río Mapocho por efectivos del Regimiento “Yungay”.
Fuentes de Información Consultadas: Informe Rettigg; Libro: “Porque fuimos médicos del pueblo”; zonaimpacto.cl; Informe Valech; Memoriaviva
El testimonio de un preso político de la época detalla:
Categoría : Testimonio
“…el 13 de diciembre de 1973, después del encierro (en las celdas de la cárcel de San Felipe) y cuando era alrededor de las 19 horas, se abrió la puerta de la galería y sacaron al Dr. Absalón Wegner Millar y a Rigoberto Achu Liendo, según dijeron " A la Fiscalía Militar"; es decir, al Regimiento Yungay de San Felipe. Un lúgubre silencio cubrió el penal, porque ninguna Fiscalía actuaba a esas horas…
El Dr. Wegner, como bien lo dice el Informe Rettig, era un individuo pasivo y romanticón y tenía confianza en que todo se arreglaría y volvería a casa y a participar en el nacimiento del que sería su hijo. No tenía nada punible; sólo para los tiranos, su ideología comunista.
Lo contrario de Rigoberto "Rigo", desde su detención lo mantenían permanentemente en el Cuartel de Investigaciones. Las dos últimas semanas lo habíamos visto un par de veces porque no lograban inculparle de nada, ya que había sido un funcionario muy honesto y trabajador y pasaría a Consejo de Guerra (CG) pronto. Días antes nos habíamos encontrado Rigo y yo en la cancha de la cárcel. Estaba muy dañado físicamente, cada paso era una fuente de dolores, los verdugos en su cobarde superioridad lo estaban torturando salvajemente. Me dijo:
– " Vi a tu mamá, ¡se portó bien"!
Se refería cuando Investigaciones la detuvo y la mantuvo allí, en ese cuartel.
Hablaba calmado, no mostraba en absoluto el padecimiento que producían en él las secuelas de los vejámenes practicados durante tres meses, desde el mismo 12 de septiembre.
Sus manos estaban recogidas, como muñones, por el exceso de corriente aplicada por sus verdugos. De sus oídos brotaba sangre que en sus orejas se coagulaba. Sus sienes amoratadas como sus pómulos, su rostro desencajado, pálido, calavérico y su piel de color indefinido, sus labios rotos y resecos. Pero en sus ojos había una mirada limpia, fuerte, resuelta, era como una luminosidad que le brotaba desde la profundidad mas recóndita de su ser. Como una unión a la vida. Sentí la viva sensación de estar ante un valiente, un real e inclaudicable revolucionario.
Después incluso comprendería que había estado frente a un valioso y leal mártir.
Me dijo:
– Flaco, no te preocupes, yo no te conozco-. Y comenzó a caminar hacia su celda sin pedir ni aceptar ayuda y sin demostrar ni el más mínimo quiebre.
Admiré su tolerancia.
La verdad era que sí nos conocíamos. Que sus ideales eran mis ideales. Durante tres años, en el Gobierno Popular, cuando nos encontrábamos, soñábamos y discutíamos nuestro proceso; Rigo era una lección de ecuanimidad política, de solidaridad, de entrega.
Tenía tanta corriente en su cuerpo que los Compañeros de su celda debían cubrir su catre, de lo contrario recibía enormes shocks eléctricos. Era como una batería humana.
El día 14 de septiembre pasaría al Tribunal Militar… "Circo" o Consejo de Guerra.
Aquélla tarde del día 13, una manta oscura y pesada de malos presagios cayó sobre el penal. Sin ni siquiera contacto visual y sin aviso, todos los internos, inclusive los reos comunes, quedamos en silencio. Yo estaba en celda numero 11 de la parte alta de la Galería, con presos políticos. que eran dirigentes de la Minera Andina. Uno de ellos trató de entonar "Te recuerdo Amanda", pero no era posible. Las horas pasaban lentas y cargadas de misterio y a la vez esperanza, nadie hacía algo o dormía, el aire estaba espeso que apenas se respiraba.
Cada vez que se escuchaba la puerta, nos apostábamos en las rejas, apuntando nuestros pequeños espejos hacia la entrada, buscando una buena señal. Yo estaba imbuido en eso cuando el cabo Silva me ordenó: "¡Guarde eso!". Fue un enorme sobresalto, porque no lo había visto y porque "eso" estaba prohibido. Pero la voz del gendarme sonó trágica, no como una orden sino como una queja, forma poco común en el personal y aún menos con Silva que era de los duros.
Alrededor de las 22 horas, se escucharon disparos, gritos, amenazas, carreras y mas ráfagas de armas automáticas. Todo al frente de nuestra celda y por el lado de la calle. Quisimos protestar, gritar, pero no pudimos; todo el presidio estaba tenso. Nuestras mentes estaban tensas y pendientes, buscando en la nada una señal que nos indicara que todo era sólo un simulacro, para atemorizarnos a nosotros y a la población civil circundante. El ruido de vehículos y las carreras del personal de Gendarmería que lanzaba agua fue la clara señal de lo contrario, que habían asesinado a nuestros camaradas. Al día siguiente, todos estuvimos de duelo incluso los reos no políticos; en el exterior, las hordas dictatoriales se organizaban porque decían que era un "motín" y donde creímos que sería el comienzo de nuestro final. El jefe de la Zona, Comandante Héctor Orozco, trató de convencernos con la versión oficial, "Intento de fuga", pero eso ya lo conocíamos y Cubillos le respondió: "Coronel, usted sabe que no es verdad".
A la semana siguiente el Consejo de Guerra me regaló una condena de seis años y ciento ochenta días para la Navidad de 1973. Pero el pensamiento se posesiona sin pretenderlo en aquella Navidad negra, tanto que aún después de 28 años, esta celebración me trae a la mente no sólo a Jesús que nació, sino a Rigoberto Achu y Absalón Wegner que fueron asesinados impunemente como muchos más y en diversas fechas a lo largo y ancho de nuestro querido Chile y en una "guerra" concebida sólo en las mentes enfermas y corruptas de la dictadura.
Ex coronel de la dictadura condenado por DD.HH. pide refugio en Argentina: acusa que es un “perseguido político”
Fuente :elmostrador.cl, 14 de Septiembre 2018
Categoría : Prensa
Sergio Jara Arancibia fue detenido en abril por la Policía Federal de Argentina en Mar del Plata, luego de estar prófugo por casi un año. Se esperaba su extradición a Chile para cumplir condena por los homicidios de dos opositores a la dictadura en diciembre de 1973. Pero una jugada de su abogado pretende evitar su traslado al país.
El abogado Eduardo Sinforiano San Emerito presentó una solicitud de refugio político a la Comisión Nacional para Refugiados en Argentina a favor de Sergio Jara Arancibia, un ex coronel condenado por derechos humanos por los crímenes de dos opositores a la dictadura de Augusto Pinochet.
Jara Arancibia fue detenido en abril por la Policía Federal de Argentina en Mar del Plata, luego de estar prófugo por casi un año. De acuerdo al Ministerio de Seguridad argentino, el detenido será extraditado a Chile y puesto a disposición de la Justicia para su debido proceso.
Sin embargo, la jugada de su defensor apunta a evitar su traslado a Chile. De acuerdo al abogado, Jara “ha sido y es un perseguido político en su país porque se lo ha juzgado en clara violación a las leyes vigentes al momento del delito que falsamente se le ha imputado y condenado”, señala La Tercera.
Los crímenes
Los hechos por los que fue condenado Jara Arancibia se remontan al 13 de diciembre de 1973, cuando integraba un grupo del Regimiento Yungay del Ejército que dio muerte en San Felipe a dos militantes de izquierda. Rigoberto del Carmen Achú Liendo al momento de su muerte tenía 31 años de edad, casado y con tres hijos, ex detective de la Policía de Investigaciones, se desempeñaba como jefe de desarrollo social de las provincias de San Felipe y Los Andes, además era secretario regional de la Juventud Socialista. Mientras que Absalón del Carmen Wegner Millar, militante comunista, también tenía 31 años de edad a la fecha de su detención. De profesión médico, casado y 2 hijos. Se desempeñó como director zonal de salud de la provincia de Aconcagua y también era médico general en los hospitales de San Felipe y Putaendo.
Según consigna el Informe Rettig, la versión oficial entregada por el Jefe de Zona en Estado de Sitio de la Provincia de Aconcagua y Comandante del Regimiento de Infantería Nº3,"Yungay", fue que cuando los detenidos eran trasladados de regreso a la Cárcel, desde la Fiscalía Militar, el vehículo en que viajaban quedó en panne a sólo 60 metros del establecimiento penal, debiendo continuarse el recorrido a pie. “En ese momento, uno de los prisioneros habría aprovechado la situación para "violentar" el arma de servicio de un conscripto, y el otro, para darse a la fuga, siendo ambos muertos instantáneamente”, señala el documento de DDHH. Dicha versión fue catalogada como “inverosímil” por la Comisión Rettig.
Junto a Jara Arancibia en su momento fueron también condenados por estos crímenes Héctor Manuel Orozco Sepúlveda, Raúl Orlando Pascual Navarro Quintana, Pedro Luis Lovera Betancourt y Milton René Núñez Hidalgo.
Piden extradición de militar en retiro detenido en argentina por caso de ddhh
Fuente :lanacion.cl, 19 de Julio 2018
Categoría : Prensa
El exuniformado fue condenado a 10 años y un día de presidio en la causa por homicidio calificado de Absolón Wegner Millar y Rigoberto Achú Liendo, ocurrido el 13 de diciembre de 1973 en San Felipe.
El ministro en visita extraordinaria para causas de Derechos Humanos de la Corte de Apelaciones de Valparaíso, Jaime Arancibia, despachó una solicitud de extradición a la Corte Suprema para traer al país al coronel en retiro del Ejército Sergio Jara Arancibia, detenido el fin de semana en Mar del Plata, Argentina. El exuniformado fue condenado a 10 años y un día de presidio en la causa por homicidio calificado de Absolón Wegner Millar y Rigoberto Achú Liendo, ocurrido el 13 de diciembre de 1973 en San Felipe.
Según señala el fallo, las víctimas, “mientras permanecían detenidos en la cárcel de San Felipe, fueron requeridos por personal militar perteneciente al Regimiento de Infantería Nº3 Yungay, para ser llevados a la Fiscalía Militar. Al regresar de dichas dependencias y en circunstancias en que se desplazaban por calle Molina, a pocos metros de la entrada de la cárcel, los efectivos militares dispararon una ráfaga de metralleta en contra de las víctimas, produciéndoles la muerte a causa de las mortales heridas que recibieron en los pulmones y el corazón”. Según informó el Ministerio de Seguridad trasandino tras la captura de Jara, la detención se produjo gracias a un trabajo de inteligencia en conjunto con las autoridades policiales chilenas, consistente en el seguimiento a un hijo del exoficial en Buenos Aires, Salta, Jujuy y Mar del Plata.
En esta causa también está sentenciado el general (R) Héctor Orozco Sepúlveda, quien ingresó a cumplir la pena el año pasado al penal de Punta Peuco, con 91 años de edad y grave deterioro mental, según señaló su hermano, el doctor René Orozco. La investigación llevada por el ministro Arancibia estableció que Orozco estaba a cargo de la patrulla del Regimiento de Infantería N° 3 Yungay de San Felipe, que el día de los hechos sacó de la cárcel local a las víctimas, dirigentes de los partidos Socialista y Comunista, acusados de mantener armas escondidas. Ambos fueron acribillados en la vía pública y, según el fallo, Orozco dio la orden. Al notificar el cúmplase, el ministro Arancibia dispuso que Orozco ingrese a Punta Peuco, en tanto que los otros cuatro condenados debían hacerlo a Colina 1, pero Jara se fugó.
La Conjura
Fuente :ciper.cl, 9 de Septiembre 2013
Categoría : Prensa
Publicada originalmente el año 2000 por la directora de CIPER, Mónica González, La Conjura es una profunda investigación sobre el plan para derrocar a Salvador Allende. Revela quiénes fueron realmente los que idearon el golpe y quiénes se subieron a última hora. El año 2012 el libro fue re editado por Catalonia, con más de 100 páginas extra de nuevos datos. A continuación un capítulo que relata lo que pasó el día del golpe.
CAPITULO XXIV: EL DIA 11
En la madrugada del 11 de septiembre, Salvador Allende, rodeado de su círculo más íntimo, concentraba sus esfuerzos finales en un plebiscito sin destino. Estaba corrigiendo el tono de la convocatoria cuando otro llamado llegó a Tomás Moro. Era de la Oficina de Radiodifusión de La Moneda. La voz de René Largo Farías transmitió el parte de la Intendencia de Aconcagua:
–Se están desplazando tropas desde los regimientos Guardia Vieja de Los Ángeles y Yungay de San Felipe.
Allende se lo hizo saber a Orlando Letelier y el ministro de Defensa decidió hablar con el general Herman Brady, comandante de la Guarnición de Santiago.
–Son tropas para prevenir posibles desbordes por el desafuero del senador Carlos Altamirano y el diputado Oscar Guillermo Garretón –respondió el general Brady, quien era al igual que Allende masón y aún tenía la confianza del Presidente.
Pinochet tampoco dormía. Intentaba relajarse en la penumbra. Estaba solo en la cama de su dormitorio. Su mujer, Lucía Hiriart, y algunos de sus hijos, ya estaban seguros al cuidado de su amigo, el coronel Renato Cantuarias Grandón, director de la Escuela de Alta Montaña del Ejército, en Río Blanco (Los Andes), muy cerca de la frontera con Argentina. Curiosa decisión aquella. Cantuarias era un destacado coronel conocido por sus principios progresistas, los que no ocultaba. Su nombre había quedado registrado en la agenda del general Arellano, el 10 de julio de 1973, en un episodio que lo retrata:
Presido la ceremonia del Juramento a la Bandera en Portillo. Debido a la intensa nevazón me es imposible regresar en el helicóptero y tampoco por tierra. Paso todo el día conversando con los oficiales y suboficiales y siempre con el coronel Cantuarias a mi lado. Surge el tema político, como es habitual y Cantuarias defiende con tanto calor a la Unidad Popular que debo manifestar con firmeza que nuestra obligación es defender el gobierno legalmente constituido mientras éste se mantenga en sus cauces institucionales, pero en ningún caso respaldar tendencias políticas o a determinadas personas. Y ahí corté la discusión.
¿Cómo era posible que Pinochet eligiera precisamente la casa de Cantuarias para poner «fuera de la línea de peligro» a su familia? La respuesta se develaría dramáticamente días después.
A la medianoche, en Valparaíso, uno de los dueños del Golpe, el almirante José Toribio Merino, acababa de tomar posesión del mando de su institución.
–El día anterior a la batalla es mucho peor que la batalla –dijo en la Academia de Guerra, rodeado del Alto Mando de la Armada. Merino y sus colaboradores bebieron whisky para aflojar la tensión y brindar por el éxito de la conjura.[1]
A las 2 de la madrugada, en Santiago, Sergio Arellano estaba en el comedor de su departamento en Latadía. Comió algo rápido y luego trató de dormir pero, una hora y media más tarde, el teléfono lo sacó de la cama. El llamado venía de Concepción.
–Sergio, ¿a qué hora llega la Tía Juana? –le preguntó el general Washington Carrasco.
–La embarqué en el tren nocturno por lo que calculo que debe llegar a las 8:30 horas.
La «Hora H» tenía sus criptogramas. Arellano colgó el teléfono y siguió durmiendo. En Valparaíso, en tanto, el primer toque de diana puso en acción al escuadrón de la «Operación Silencio». Debía acallar las radios y los sistemas de comunicación que unían al puerto con la capital. Otro piquete, con ingenieros y radio operadores, se preparaban para silenciar a partir de las 4:30 horas todas las radios afines a la Unidad Popular. A la par, se terminaban los preparativos para el inicio de la cadena de las fuerzas golpistas a través de la radio Agricultura[2] (del gremio empresarial Sociedad Nacional de Agricultura), en contacto directo con el cuartel general en el Estado Mayor de la Defensa Nacional. Toda esa operación estaba al mando del coronel Sergio Polloni.
En Santiago, a las 4:30 horas, otro equipo de la Armada entró en acción en una casa de la calle Sánchez Fontecilla. En su interior, dormía el almirante Raúl Montero. Ignoraba que ya no era el comandante en jefe de la Armada y que, en su patio, un piquete de la Marina, integrado por hombres que le habían jurado obediencia, cortaba sus teléfonos e inutilizaba su automóvil.
Pasadas las 4:30 horas, el teléfono retumbó una vez más en el oído de Arellano. Era Arturo Yovane. En otro léxico en clave le preguntó por el lugar destinado a la concentración de detenidos. La respuesta fue lacónica:
–En el Regimiento Tacna.
Arellano ya no pudo cerrar los ojos. A eso de las 5 de la mañana, se levantó y lentamente se preparó para una jornada larga e impredecible. A las 5:45 horas debía venir su chofer. Pero a la hora convenida no hubo vehículo ni chofer. Arellano se felicitó por haber citado a una patrulla más que sí llegó en un jeep con exactitud. Pasó a dejar a su esposa a la casa de su amigo y compañero de curso, coronel René Zúñiga Cáceres, a pocas cuadras de su departamento.
En el quinto piso del Ministerio de Defensa, ya tomaban posición los hombres que se harían cargo de la cadena que encabezaría las transmisiones de las fuerzas golpistas. Sergio Arellano hijo llegó acompañado del coronel Polloni. Allí encontró al teniente coronel Roberto Guillard y a dos civiles: Álvaro Puga y Federico Willoughby, gerente de comunicaciones de la Sociedad Nacional de Agricultura, que lideraban Alfonso Márquez de la Plata y Sergio Romero[3].
En Concepción, en la Base Carriel Sur de la Fuerza Aérea, poco antes de las 5 de la mañana, el oficial Mario López Tobar terminaba de ducharse. Faltaba poco más de una hora para que asumiera la identidad de Libra, el líder de los pilotos seleccionados para maniobrar los doce aviones Hawker Hunter subsónicos de origen británico y comprados, en 1966, para otro tipo de utilización que la resuelta por los conjurados. Finalmente, fueron elegidos cuatro aparatos. Estaban armados con 32 cohetes Sura, cada uno de 8 centímetros de diámetro y con una carga explosiva de unos 350 gramos. Llevaban, además, cohetes Sneb, de 6 centímetros de diámetro, y proyectiles de 30 milímetros en los cuatro cañones Aden del aparato, con una carga de 60 gramos de explosivo. La caja de municiones tenía una capacidad de 200 tiros y los cañones una cadencia de fuego de 1.400 tiros por minuto, lo que le daba a cada Hawker Hunter la sorprendente cadencia de tiro total de 5.600 proyectiles explosivos por minuto.
Al avión del segundo jefe de los pilotos de los Hawker Hunter, se le habían adaptado dos modernos lanzadores franceses, recién llegados a Chile, con 18 unidades cada uno[4]. Ese segundo era Rufián, nombre de guerra de Fernando Rojas Vender (nombrado comandante en jefe de la FACH, en 1995, por el Presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle), quien le dijo a la autora en septiembre de 1999:
-Nadie sabía en vuelo a quién le correspondería el blanco de La Moneda. Inventaron que habían sido pilotos norteamericanos y fueron sólo chilenos y no seleccionados, porque el bombardeo se fue postergando, los aviones sobrevolaban, el avión tiene un radio de acción, en un sector esperaba, algunos tenían que irse, llegaban otros y al que le tocó, le tocó…[5]
En la Escuela Militar, a las 6 horas en punto, el coronel José Domingo Ramos, jefe del Estado Mayor del Comando de Institutos Militares, se presentó ante el general Raúl César Benavides. La noche anterior, una patrulla militar le había transmitido la orden de su nuevo jefe: debía interrumpir sus vacaciones y presentarse a esa hora en su puesto de mando:
–Hoy se producirán los desafueros de Altamirano y Garretón. Prevemos desmanes y desórdenes. Hay que poner en ejecución el plan de seguridad interior, el «Plan A». Actúe en consecuencia –le dijo Benavides.
El «Plan A» establecía el estado de alerta para prevenir desbordes de la población. Benavides le informó también que dispondría de un refuerzo de cuatro oficiales del tercer año de la Academia de Guerra. Entre ellos estaba el joven oficial Luis Cortés Villa[6].
A las 6:30 horas, el rector de la Universidad Técnica del Estado, Enrique Kirberg, despertó sobresaltado por el incesante repiquetear del teléfono. Había dormido poco. El día anterior, hasta muy tarde, había preparado el gran acontecimiento del día 11: esa mañana inauguraría la «Semana de lucha contra el fascismo, la guerra civil y por la vida», que presidiría Salvador Allende. Y desde allí, a las 11 horas, el Presidente llamaría a plebiscito.
–Un grupo de civiles armados ha atacado las instalaciones de la radio de la universidad –escuchó decir al otro lado del teléfono.
–¿Hay heridos?
–No dañaron a nadie. Solo inutilizaron la antena. Tanto por el corte de pelo como por las armas que llevaban y el camión que los esperaba afuera, está claro que ha sido un grupo de la Armada.
Kirberg se fue directo a la universidad, ubicada en el sector de Estación Central. Decidió que una vez allá llamaría a la Policía de Investigaciones. Pero nadie le contestó. Supo que algo raro pasaba…
A las 6:30, Arellano ya se había instalado en el Ministerio de Defensa. También lo habían hecho Patricio Carvajal y el general de la Fuerza Aérea, Nicanor Díaz Estrada, los dos jefes del Estado Mayor de la Defensa Nacional; Herman Brady y el general Sergio Nuño. Después, Arellano se reunió con todos los comandantes de unidades que participarían en la acción. Repasaron las misiones y aclararon dudas.
–A las 14 horas deben estar conquistados todos los objetivos fijados.
En ese frío y brumoso amanecer, a las 6:30 horas, el general Yovane iba rumbo al Edificio Norambuena, donde funcionaba la dirección de Carabineros. Hizo un alto en el trayecto. Inspeccionó los pequeños tanques de asalto y el contingente de la Escuela de Suboficiales y de las Fuerzas Especiales, que ya calentaban motores. Las tanquetas cumplirían un rol clave: debían rodear el palacio de gobierno y servir de escudo a la infantería.
En Carriel Sur (Concepción), a las 6:45 horas, los aviones ya estaban listos para ser operados. La primera bandada debía despegar a las 7:30 horas. Su misión: silenciar las antenas de radioemisoras de Santiago y luego permanecer media hora sobre la ciudad en caso de que el general Leigh disponga otro objetivo.
El informe meteorológico indicaba a esa hora que Santiago estaba cubierto de nubes.
El nerviosismo entre los pilotos se delataba en los gestos y en el silencio con el que ejecutaban las maniobras. Era la primera vez que tenían una misión real de ataque a blancos terrestres.
En Tomás Moro, Allende ya estaba en conocimiento de que algo sucedía en Valparaíso. Una llamada de Alfredo Joignant, director de Investigaciones, le transmitió más información:
–El prefecto Juan Bustos de Valparaíso comunica que la Armada está copando la ciudad.
Y luego hubo otra comunicación confirmatoria del jefe de Carabineros de Valparaíso, coronel Manuel Gutiérrez. Las paradojas del destino habían hecho que fuera precisamente un férreo opositor al gobierno de la UP el encargado de dar la alerta en la trinchera oficial. Solo semanas atrás, Gutiérrez, cuyos dos hijos militaban en Patria y Libertad, había sido objeto de la ira gubernamental al ordenar disolver con extraordinaria rudeza una manifestación de izquierda. El gobierno le llamó la atención severamente y lo notificó que su ascenso a general estaba diferido[7].
Lo que desconcertó inicialmente al grupo de asesores de Allende fue que, cumpliendo el programa de la «Operación Unitas», la Escuadra había zarpado rumbo al norte. Pero todo fue un truco: los cruceros Prat y O’Higgins, los destructores Cochrane, Blanco Encalada y Orella, y el submarino Simpson, habían llegado hasta la cuadra de Papudo para regresar a su base y apostarse frente a un Valparaíso ocupado. Solo entonces la tripulación de los barcos fue informada de la conjura.
–Orlando, comuníquese con los comandantes en jefes para saber qué está pasando en Valparaíso –le ordenó Allende a su ministro de Defensa, aún en su cama.
Letelier intentó hablar con el almirante Montero: fue imposible. Llamó a Pinochet: estaba en la ducha, le dijeron. Buscó a Leigh y no lo encontró. Se iba configurando un cuadro alarmante. Finalmente, llamó a su oficina. Esperaba escuchar a su ayudante, el comandante González, pero otra voz lo atendió: la de Patricio Carvajal.
Cuenta Orlando Letelier:
«Tuvo la opción de colgar el teléfono, lo que habría significado que me percatara de que había algo anormal. No lo hizo. Le dije que tenía información de los movimientos de tropas en Valparaíso y del desplazamiento de otras a Santiago. “Mire, ministro, yo creo que es una información equivocada”, dijo. “No, almirante, no tengo ninguna información equivocada”, repliqué. Y ahí dijo tartamudeando: “Voy a tratar de averiguar”. Fue tal su titubeo que tomé el teléfono, lo acerque al oído de mi mujer y le dije en un susurro: “¡Escucha cómo habla un traidor!” Trató de darme mil explicaciones elusivas. Finalmente le dije: “Mire almirante, yo voy de inmediato al ministerio”»[8].
En Tomás Moro, Allende pidió que lo comunicaran con el general Brady. Este le respondió que requerirá información, que no tiene conocimiento de los hechos que menciona.
En Concepción, a las 7:05 horas, los pilotos abordaron los cuatro Hawker Hunter. Veinte minutos después, despegaron de a uno para reunirse en formación de combate y tomar rumbo a Santiago. A 35 mil pies de altura, Mario López Tobar, Libra, trató de escudriñar hacia abajo: solo una espesa capa de nubes.
«Mi corazón galopando como nunca en mi vida. Nada de esto era normal ni previsible. Solo un milagro habría podido detener ese ataque…»
A eso de las 7 horas, en el Ministerio de Defensa, Brady recibió un nuevo llamado de Allende. El Presidente ya sabía de qué se trataban los «rumores». Brady intentó tranquilizarlo.
–Me parece que no quedó satisfecho con mis explicaciones –le dijo Brady apenas colgó a Carvajal, Arellano y Díaz Estrada.
Y tenía razón. Minutos después Allende, enfundado en un suéter de cuello alto y una chaqueta de tweed, abandonó Tomás Moro junto a Augusto Olivares y Joan Garcés. Lo siguieron el jefe de la escolta de Carabineros, capitán José Muñoz, y un grupo del GAP, encabezado por Jaime Sotelo Barrera, más conocido como Carlos Álamos. Partieron a toda velocidad hacia La Moneda. En el camino, Sotelo y Juan José Montiglio (Aníbal) fueron preparando las armas. Entre ellas, había seis ametralladoras AKA, todas ellas regaladas por Fidel Castro al GAP. También tomaron su lugar Óscar Balladares y Manuel Mercado, ambos del GAP, el doctor Danilo Bartulín[9] y el doctor Ricardo Pincheira, integrante del CENOP, más conocido como Máximo.
Hortensia Bussi permaneció en Tomas Moro, bajo la protección de bajo la protección del detective Jorge Fuentes Ubilla[10] y de una escolta a cargo de Domingo Bartolomé Blanco. Bruno había sido miembro fundador del GAP y su jefe desde 1972, cuando el MIR abandonó la seguridad presidencial por diferencias políticas con el gobierno.
El sociólogo Claudio Jimeno, del CENOP, ya había sido advertido por Máximo Pincheira de lo que sucedía. Al igual que todos los miembros del secreto grupo de asesores de Allende, tenía fresco en su memoria el sarcástico comentario hecho por el Presidente el día del «Tanquetazo». Ese 29 de junio, el grupo llegó a La Moneda una vez que la sublevación fue controlada: «¡El CENOP brilló por su ausencia!», les dijo. Se prometieron que no volvería a suceder.
–Gordo, tenemos que irnos de inmediato a La Moneda –le dijo Jimeno a Felipe.
–¿Qué ocurre?
–Hay ruido de sables y ahora la cosa va en serio. Isabel tiene un problema con el auto y no me puede llevar así que me pasas a buscar. Después, recogemos a Jorge (el doctor Jorge Klein).
A las 7:40, Pinochet llegó al comando de tropas de Peñalolén. Lo recibió el general Oscar Bonilla, inquieto por su retraso. Reunió a todos los comandantes y dio inicio a la acción. El mayor Osvaldo Zabala, ayudante del jefe del Ejército, y antes en ese mismo puesto con Prats, le comunicó que estaba en profundo desacuerdo con la decisión adoptada por las Fuerzas Armadas. Fue detenido en una oficina del comando de tropas mientras a su alrededor la adrenalina fluía a raudales.
Orlando Letelier llegó al Ministerio de Defensa para intentar tomar el control de la situación. Arellano fue alertado al instante. Escribió después:
«A las 7:30 horas, llegó el ministro de Defensa Orlando Letelier[11]. Su ayudante, el teniente coronel Sergio González, le manifestó que ya no era ministro y lo lleva a mi presencia. Dispuse su traslado al Regimiento Tacna con una patrulla. Fue el primer detenido del 11 de septiembre».
El jefe del equipo de Investigaciones de la seguridad presidencial, inspector Juan Seoane, había sido despertado por un llamado telefónico desde Tomás Moro con la primera señal de alarma. Llamó de inmediato a sus compañeros. De allí se fue en busca del subinspector Carlos Espinoza, el detective José Sotomayor, el subinspector Fernando del Pino, el detective Juan Collío y el subinspector Douglas Gallegos. Luego de pasar por Tomás Moro y constatar que el Presidente ya había partido a La Moneda, partieron hacia el palacio presidencial. Frente al Hotel Carrera, se les unieron David Gallardo y Luis Henríquez. 18 detectives entraron a La Moneda. Sólo uno de ellos se fue antes de que todo acabara.
Juan Seoane:
«Faltaron solo cuatro. Ellos vieron que la situación era muy difícil y no se atrevieron a enfrentarla. A las 8 horas, cuando ingresamos, el ambiente estaba muy convulsionado, barreras y tanquetas de Carabineros rodeaban el lugar, protegiéndolo. Me presenté de inmediato ante el jefe de la Casa Militar y hablé con el director de Investigaciones, Alfredo Joignant, quien me ordenó permanecer al lado del Presidente. No dudamos un minuto en quedarnos. Ahí estaba el gobierno legalmente constituido que habíamos jurado defender. Lo mismo habíamos hecho el 29 de junio para el “Tanquetazo”. Y ese día nos felicitaron. No éramos héroes, tampoco queríamos inmolarnos por un ideal político. Éramos servidores públicos, con mucho miedo, pero con la claridad suficiente para entender que si abandonábamos nuestro puesto éramos un fraude como policías».
A esa misma hora, el general César Mendoza pasó frente a La Moneda en dirección al Edificio Norambuena. Con estupor contempló el despliegue de las tanquetas de Carabineros en posición de defensa. Entró al edificio en busca de Yovane y le preguntó:
–¿Quién tiene el control de esa fuerza que está en La Moneda?
–Quédese aquí no más. ¡Todo está bajo control! Las tanquetas se retiran cuando yo lo ordene –respondió Yovane, que estaba al mando de la central de radio desde donde se comunicaba por vía interna con Patricio Carvajal, en el comando central en el Ministerio de Defensa.
Allende se encontró en La Moneda con informaciones cada vez más alarmantes. A su lado estaban su secretario Osvaldo Puccio y su hijo Osvaldo, estudiante de Derecho y militante del MIR. A las 7:55 horas, los chilenos se enteraron por la primera alocución de Allende de que algo grave estaba ocurriendo. En las casas los movimientos se congelaron.
–Lo que deseo es que los trabajadores estén atentos, vigilantes, que eviten provocaciones. Como primera etapa, tenemos que ver la respuesta, que espero sea positiva, de los soldados de la patria que han jurado defender el régimen establecido.
Unos partieron raudos a ocupar su puesto de combate, otros comenzaron a experimentar una sensación de alivio y satisfacción: el fin de la Unidad Popular se acercaba.
El general Carlos Prats escuchó, consternado, las palabras de Allende. Instalado en la intersección de Pocuro y Tobalaba, en el departamento de su amigo, el general Ervaldo Rodríguez, agregado Militar en Washington, ya no se despegaría del receptor de radio.
A las 8 horas, Valparaíso estaba totalmente controlado por la Marina. Merino lanzó su primera proclama:
«Las Fuerzas Armadas no pueden permanecer impasibles ante el derrumbe de nuestra Patria. Este no es un Golpe de Estado, solo se persigue el restablecimiento de un Estado de Derecho. No tenemos compromiso, solo gobernarán los más capaces y honestos. Estamos formados en la escuela del civismo, del respeto a la persona humana, de la convivencia, de la justicia, del patriotismo…».
En la Escuela Militar, y cuando el reloj de su despacho marcó las 8 horas, Benavides le ordenó a su jefe de Estado Mayor, el coronel José Domingo Ramos, que citara a reunión a todo el cuartel general. Ramos vio llegar en pocos minutos a los casi 20 oficiales en estado de excitación. A Ernesto Videla ya lo conocía como un excelente oficial. Pensó que era un buen refuerzo enviado por la Academia de Guerra. Se hizo silencio y Benavides comenzó a hablar:
–Las Fuerzas Armadas, a partir de ahora, se hacen cargo del país. Desde este momento somos gobierno. Esta operación está en marcha desde las primeras horas de esta mañana, ya más tarde ustedes sabrán de qué se trata. En todas las unidades del país están dadas las órdenes para que tomen las gobernaciones, las intendencias y se hagan cargo de todas las oficinas y dependencias del gobierno. Si hay alguien que quiera decir algo, este es el momento porque no daremos ni un paso atrás.
Ramos miró a su alrededor. Nadie abrió la boca.
–Pido la palabra –dijo.
Benavides hizo salir a todos. Ramos habló:
–Mire, mi general, no comparto la solución que se ha adoptado para los problemas nacionales. Si me hubieran preguntado una semana antes, yo habría dado todas mis razones y habría explicado las formas de actuar en un caso así, porque para eso nos han preparado, para eso tenemos una profesión y una especialización en el mando. Pero ahora que usted ha dicho que no darán ni un paso atrás, todo lo que tendría que decir ya no tiene sentido. Mi general, disponga de mí, porque no lo voy a acompañar. Este no es el camino, va en contra de mis principios y de los de la institución, los de no intervención en la política nacional.
Benavides solo dijo:
–¡Se acepta su retiro, coronel! ¡Puede entregar su cargo!
Luego le ordenó que pasara a una pieza lateral. Ramos entendió que eso significaba quedar detenido.
–No, no iré a ese despacho. Solo pido hacer entrega inmediata de mi puesto.
Minutos después, Ramos llamó a su esposa y le pidió que le enviara el único traje de civil que colgaba en su armario. En su oficina ya estaba el comandante Roberto Soto Mackeney, su reemplazante. Poco después, abandonó a pie la Escuela Militar. No imaginó que era también el corte definitivo con su «familia militar».
A las 8:20 horas, Allende habló nuevamente al país. Aún tenía la esperanza de que la sublevación solo estuviera circunscrita a la Armada y a Valparaíso, y que la concentración masiva de trabajadores en las industrias ocupadas hiciera dudar a quienes querían desatar la masacre. En esos mismos momentos, los Hawker Hunter habían llegado al sector de Maipú para iniciar una penetración rápida rumbo a la radio Corporación. Bajaron a más de 15 mil pies por minuto y cruzaron la espesa capa de nubes. Entre los cinco y los seis mil pies, los cuatro aviones que volaban casi ala con ala, se abrieron para dirigirse cada uno a su blanco bajo el mando del Libra:
–¡Distancia de tiro! –ordenó López Tobar. Apretó el disparador y ocho cohetes buscaron el objetivo, que voló en pedazos.
–¡Libra Líder a Control Gato! La Corporación ya está totalmente fuera del aire, cambio…
–Recibido Libra líder. Libra 2 también ya batió su blanco. Falta saber del 3 y 4. Deme su posición y altura Libra líder. Cambio…
–Estoy orbitando sobre el centro a 20 mil pies. ¿Qué ha pasado?
–La resistencia ha sido casi nula, pero el Presidente todavía está en La Moneda. Hay gente disparando desde allí y también desde el techo del edificio del Banco del Estado y de algunos ministerios. Pero eso es asunto de los militares que están en el lugar. Los UH-1H (helicópteros) del Grupo 10 se encargarán de los que están en las techumbres.
En los estudios de radio Corporación los locutores Sergio Campos y Julio Videla, buscaban frenéticamente junto a Erick Schnacke, cómo seguir en el aire. Radio Magallanes continuaba llamando a los chilenos a que defendieran el gobierno y permanecieran en sus puestos de trabajo. Campos y Videla concentraron sus ataques en la Armada, la única que, hasta ese minuto, había anunciado la sublevación.
En Valparaíso, atracado al molo, un barco cubano descargaba azúcar cuando su capitán se percató de lo que ocurría. Sin dudar ordenó zarpar arrastrando las grúas que hacían la descarga. La alarma se encendió en el cuartel de Merino. Algunos oficiales se convencieron de que Carlos Altamirano y algunos «connotados marxistas» habían escapado a bordo y ordenaron salir a la caza de la nave. No obstante la orden precisa que se impartió, el comandante en jefe de la Escuadra y un comandante de buque, no reaccionaron con prontitud. Su negligencia sería duramente sancionada con posterioridad.
A las 8:30 horas comenzó la guerra.
Diez minutos después, el teniente coronel Roberto Guillard abrió el fuego a través de las ondas de radio Agricultura. Desde su comando, en el quinto piso del Ministerio de Defensa, transmitió la primera proclama del Golpe:
«…Teniendo presente: primero, la gravísima crisis social y moral por la que atraviesa el país; segundo, la incapacidad del gobierno para controlar el caos; tercero, el constante incremento de grupos paramilitares entrenados por los partidos de la Unidad Popular que llevarán al pueblo de Chile a una inevitable guerra civil, las Fuerzas Armadas y Carabineros de Chile…»
Los movimientos en las calles, oficinas, industrias, universidades y en las casas volvieron a petrificarse. La voz de Guillard surgió más intimidatoria cuando anunció las exigencias de Pinochet, Leigh, Merino y Mendoza:
–Primero, que el señor Presidente de la República debe proceder de inmediato a la entrega de su alto cargo a las Fuerzas Armadas y Carabineros de Chile. Segundo, las Fuerzas Armadas y el Cuerpo de Carabineros de Chile están unidos para iniciar la responsable misión de luchar por la liberación de la patria del yugo marxista y la restauración del orden y la institucionalidad. Tercero, los trabajadores de Chile deben tener la seguridad que las conquistas económicas y sociales que han alcanzado hasta la fecha no sufrirán modificaciones en lo fundamental. Cuarto, la prensa, las radioemisoras y canales adictos a la Unidad Popular deben suspender sus actividades informativas a partir de este instante, de lo contrario recibirán castigo aéreo y terrestre.
–El pueblo de Santiago debe permanecer en sus casas a fin de evitar víctimas inocentes –fue la orden final.
El general de la FACH, Alberto Bachelet, quien era secretario Nacional de Distribución desde enero de ese año, fue encañonado por su compañero, el general del aire Orlando Gutiérrez. Junto a los comandantes Raúl Vargas y Edgar Ceballos, le notificó su arresto. El primero lo despojó en forma violenta de su arma de servicio y el segundo arrancó los teléfonos de la pieza. Junto a otros prisioneros, fue llevado al subterráneo de la Academia de Guerra Aérea. «Nos ataron las manos, nos vendaron los ojos y pusieron una capucha en la cabeza. Debíamos permanecer de pie, sin movernos y sin hablar. Quien no lo hiciera recibiría un balazo en las piernas», relataría más tarde.
En el Parque Forestal, los CENOP Felipe, su esposa, Jimeno y Klein iban en su auto con destino a La Moneda. Al ver que patrullas militares fuertemente armadas desembocaban desde todos los costados para copar el sector, decidieron detener el vehículo para continuar a pie. Jimeno y Klein se bajaron primero.
–Estaciono y me encuentro con ustedes –les avisó Felipe.
Los vio hacerle un gesto cariñoso con la mano y Felipe se dio vuelta para despedirse de su mujer:
«Cuando la miré su rostro había cambiado. “¡Tú, huevón, no vas a ninguna parte! Te devuelves conmigo!”, me dijo. La discusión fue terrible y en el lugar y momento menos adecuado. Ella repetía: “¡No me puedes dejar sola aquí!” Y su rostro reflejaba toda la desesperación del momento… Me quedé junto a ella…».
Cuando Jimeno y Klein traspasaron la puerta de La Moneda, la dirección del PS, encabezada por Carlos Altamirano, ya estaba reunida en la sede de la Corporación de Mejoramiento Urbano (CORMU), a pocos metros del alto mando del Golpe. Junto a Altamirano, se encontraban Carlos Lazo, Adonis Sepúlveda, Rolando Calderón, Ariel Ulloa y Hernán del Canto. En contacto con ellos, pero en otro lugar de Santiago, estaba Arnoldo Camú. Un reducido grupo de socialistas lo conocía como el comandante Agustín, responsable de la política militar de ese partido. Los hombres evaluaban la situación. Camú estaba en comunicación con Eduardo Coco Paredes y Ricardo Pincheira, Máximo, instalados en La Moneda y con el grupo del GAP que aún permanecía en Tomás Moro. Y además, impartía instrucciones activando el dispositivo de seguridad, el que contemplaba en INDUMET, industria metalúrgica del «Cordón San Joaquín», intervenida por el Estado, un grupo de resistencia importante. Pero Camú sabía de sus precarias capacidades. La dirección socialista creía que lo mejor era que Allende saliera de La Moneda. Se decidió enviar a Hernán del Canto a conversar con él para saber cuál era su disposición.
En La Moneda, Allende escuchó la primera proclama golpista y reaccionó de inmediato con un nuevo mensaje por las ondas de las radios Magallanes y Corporación, la que había logrado salir al aire a través de la antena de frecuencia modulada. Su voz sonó tranquila:
–En ese bando se insta a renunciar al Presidente de la República. No lo haré. Notifico ante el país la actitud increíble de soldados que faltan a su palabra y a su compromiso. Hago presente mi decisión irrevocable de seguir defendiendo a Chile en su prestigio, en su tradición, en su norma jurídica, en su Constitución…
A las 9:15 horas, Arellano recibió el primer informe de provincia. Era de San Antonio. La voz del teniente coronel Manuel Contreras sonó triunfante:
–Ciudad tomada, mi general. Todos los interventores presos. Ya tengo habilitada una cárcel de hombres y otra de mujeres, y también están ocupadas.
En ese preciso momento, el líder de los Hawker Hunter recibió nueva orden:
–Libra líder, este es Gato. Pasé por Los Cerrillos y aterrice allí. Cambio.
A las 9:20 horas, Libra y su equipo aterrizaron en Cerrillos. Media hora antes, en La Moneda, se había producido un hecho que adquirió ribetes dramáticos.
Cuando Miria Contreras (la Payita) fue alertada esa mañana del Golpe en marcha, bajó rápidamente de «El Cañaveral», en su pequeño Renault blanco, acompañada de su hijo Enrique Ropert, estudiante de Economía de 20 años y militante del Partido Socialista. Cuando llegó a la residencia de Tomás Moro, supo que el Presidente ya había partido a La Moneda. Pidió, entonces, que diez miembros de la guardia privada (GAP), se trasladaran con ella al palacio de gobierno. Domingo Blanco Tarres (Bruno), decidió que era el momento de partir y escogió su grupo. El veloz recorrido por las avenidas Apoquindo, Providencia y Alameda terminó a pocos metros de la meta: la puerta de Morandé 80.
La Payita descendió presurosa. Se escuchaban disparos. Segundos después, un grupo de carabineros de las Fuerzas Especiales que acaba de pasarse a las fuerzas sublevadas, a cargo de los tenientes José Martínez Maureira y Patricio de la Fuente, irrumpió por el costado del edificio de la Intendencia y rodearon la camioneta y el pequeño auto que conducía Enrique Ropert.
Cuando Miria volvió la cabeza para mirar a su hijo, observó con horror que éste era sacado con brutalidad del auto por el grupo armado. Giró sobre sus pasos para intentar liberarlo, fue imposible. Gritos y forcejeos fueron inútiles. Impotente, vio cómo los sublevados lo arrastraban junto al grupo y se internaban en el edificio de la Intendencia. Por esa puerta vio desaparecer a su hijo, y a Domingo Blanco junto a los GAP, Juan Garcés Portigliatti, Oscar Marambio Araya, Jorge Orrego González, William Ramírez Barría, José Carreño Calderón, Carlos Cruz Zavala, Luis Gamboa Pizarro, Gonzalo Jorquera Leyton y Edmundo Montero Salazar.
Miria ingresó al garaje presidencial, al frente de la puerta de Morandé 80, y desde allí se comunicó con el palacio. Habló con Eduardo Coco Paredes. La desesperación aumentaba minuto a minuto. Paredes le dijo que el Presidente, informado de los hechos, le pedía que subiera a su despacho para desde allí actuar. La puerta de Morandé ya estaba cerrada herméticamente. Ingresó por la puerta principal de La Moneda. En el camino, se cruzó con el edecán Naval de Allende. Le pidió ayuda. Ambos regresaron hacia la Intendencia. Pero ya en la calle, el marino desistió. En pocos minutos, ella estaba con Allende y, enfrente, el general José María Sepúlveda, general director Carabineros. Conseguir la liberación de Enrique Ropert y los jóvenes del GAP, fue la petición.
Sabiendo que la vida de su hijo y de once jóvenes estaba en riesgo y que debía rescatarlos, la Paya no esperó. Volvió a salir del palacio y solo el general Urrutia –segundo al mando de Carabineros– aceptó realizar la gestión. Pocos minutos después, volvió cabizbajo: «Lo siento, pero ya no obedecen a mi general Sepúlveda. Solo reciben órdenes del general Mendoza».
La Payita volvió a entrar a La Moneda por la puerta principal. Las puertas se cerraron…
Quien sí pudo llegar a La Moneda fue el socialista Hernán del Canto. El recibimiento de Allende no fue cálido. El Presidente tenía encontrados sentimientos en esos momentos en que las tanquetas de Carabineros, las que creía comandaban tropas leales al gobierno, giraron iniciando la retirada. A ello se agregó la noticia de la detención de Bruno con el grupo del GAP y el hijo de Miria Contreras. Ya no había duda: el cerco se cerraba alrededor suyo y de los hombres que habían decidido resistir a su lado.
Por las ondas de radio Magallanes las voces del Quilapayún rasgaban el aire con El pueblo unido jamás será vencido y luego la proclama de la CUT.
–¡A parar el Golpe fascista!
Hubo un corte extraño y luego irrumpió por tercera vez esa mañana la voz de Allende.
Su tono siguió sereno pero el acerado metal de su voz delataba hasta dónde llegaría.
–En estos momentos pasan los aviones. Es posible que nos acribillen. Pero que sepan que aquí estamos, por lo menos con nuestro ejemplo, que en este país hay hombres que saben cumplir con su obligación…
Patricio Carvajal llamó a La Moneda. Pidió hablar con Allende. Le reiteró lo que ya le había comunicado su edecán Aéreo, Roberto Sánchez: dispone de un avión para salir del país con su familia.
–¡El Presidente no se rinde!
Por la puerta lateral entró a La Moneda el edecán Sánchez, el único de los tres que había estado junto a Allende desde el inicio de su mandato. En un pasillo se juntó con los otros dos edecanes: el teniente coronel Sergio Badiola, del Ejército, y por la Armada, el comandante de fragata Jorge Grez. Les habían ordenado insistir en el ofrecimiento del avión. Los colaboradores y escoltas de Allende intentaron impedir que se quedaran a solas con él. Pero la voz de mando del Presidente hizo retirarse a sus hombres.
–Si no acepta, Presidente, la Fuerza Aérea bombardeará el palacio.
Así terminó su discurso uno de los edecanes. El silencio fue atroz, hasta que lo rompió Allende:
–Díganles a sus comandantes en jefes que no me voy de aquí y no me entregaré. Si quieren mi renuncia que me la vengan a pedir ellos mismo aquí. Que tengan la valentía de hacerlo personalmente. No me van a sacar vivo, aunque bombardeen.
El edecán Sánchez diría más tarde:
-Allende tenía en sus manos una metralleta. Apuntó a su paladar y nos dijo: «Sí, me voy a suicidar, porque a mí no me sacan vivo de aquí». Me miró y dijo: «Le agradezco, comandante Sánchez, el ofrecimiento, pero dígale al general Leigh, que no voy a ocupar el avión ni me voy a ir del país ni me voy a rendir». Eran como las 10 de la mañana…[12].
El Presidente se despidió de sus tres edecanes, los que abandonaron sin problemas La Moneda. Carvajal fue informado de inmediato del resultado de la gestión. Por el conducto interno, se comunicó con el jefe del Ejército:
–Tú sabes que este gallo es chueco. Es al revés la cosa. Si él quiere va al ministerio a entregarse a los tres comandantes en jefes –dijo Pinochet.
–Yo hablé personalmente con él. Lo intimé a rendición a nombre de los comandantes en jefes y me contestó una serie de garabatos –dijo Carvajal.
–Quiere decir que a las 11 se van para arriba y van a ver qué va a pasar.
–Si las mujeres evacuan La Moneda va a ser fácil asaltarla.
–Una vez bombardeada por la vía aviación, la asaltamos con el Buin y la Escuela de Infantería. Hay que decirle así a Brady…[13]
Poco después de las 10 de la mañana, despegaron hacia Concepción los cuatro Hawker Hunter. Pero al sobrevolar Constitución, Libra recibió un llamado urgente de Gato. El general Leigh había dispuesto el ataque aéreo a La Moneda y a la casa presidencial de Tomás Moro. Cuando aterrizaron en Concepción, se abocaron a preparar el ataque.
Libra relató:
«Uno de los pilotos me dijo que se deberían emplear cohetes y no bombas dada la proximidad de edificios altos en el área céntrica. Estuve de acuerdo porque si se lanzaban bombas la destrucción sería total y las esquirlas alcanzarían a todos los edificios cercanos, por lo que la posibilidad de muchos muertos y heridos era muy factible. Entonces, concordé que la decisión involucraba el uso de Sura P-3, arma anti blindaje y capaz de perforar las gruesas paredes del edificio. Dos aviones atacarían La Moneda y otros dos Tomás Moro. El ataque a la Moneda sería de norte a sur y el de Tomás Moro de oeste a este».
En el Ministerio de Defensa se impartieron las últimas instrucciones para dejar listo el blanco a los Hawker Hunter. A través de la cadena de radios golpistas, la voz de Guillard irrumpió con un nuevo bando militar y un ultimátum:
–Si no hay rendición La Moneda será bombardeada a las 11 de la mañana…
El grupo de detectives que permanecía en La Moneda se enteró que los tres edecanes presidenciales se habían retirado del palacio, pero que la gran mayoría de los carabineros que formaban la escolta presidencial seguía en su puesto, encabezados por su director, el general José María Sepúlveda. Afuera, las tropas comandadas por el general Javier Palacios habían tomado posición.
El fuego se inició.
La defensa del palacio replicó.
Allende recorrió todas las dependencias dando órdenes.
–Si quieren abandonar el lugar, éste el momento, pero dejen sus armas. ¡Las vamos a necesitar! –le dijo al general Sepúlveda.
Un oficial trajo cascos y metralletas. El jefe de la escolta de Carabineros, José Muñoz, le entregó su casco al Presidente. En el salón rojo, el suboficial Jorquera, ayudante del edecán aéreo, le dio al secretario del Presidente un número telefónico.
–Comuníquese con el comandante Badiola.
Querían transmitir un nuevo recado: rendición inmediata y que Allende fuera a hablar con la Junta al Ministerio de Defensa. Puccio le pidió a Badiola que esperara y le informó a Allende.
–Un Presidente de Chile no se rinde y recibe en La Moneda. Si Pinochet quiere que vaya al ministerio, ¡que no sea maricón y que venga a buscarme personalmente! –le dijo a Puccio que respondiera.
El inspector Seoane se inquietó al enterarse que los jefes de Carabineros también se retiraban. De pronto, escuchó que Allende lo llamaba:
«Estaba en el salón Toesca, sentado sobre una mesa grande. Me dijo que yo y mi gente podíamos retirarnos. Insistió en que debía informar a mis hombres, que estaban liberados. Cuando le dije que me quedaría, respondió algo así como que sabía que esa sería mi decisión. No fue nada grandilocuente. Transmití el mensaje a la dotación y todos decidieron quedarse. Sin grandes palabras, sin melodramas: estábamos cumpliendo con nuestro deber. Ya éramos 17 pues uno de los nuestros se había retirado. Después supe que lo habían visto en una patrullera llorando».
El detective Luis Henríquez:
«Si había alguien que tenía muy claro lo que venía y lo que tenía que hacer, ése era el Presidente. No lo vi en ningún momento titubear y tampoco flaquear. Cuando Seoane nos dijo que el Presidente nos dejaba en libertad de acción, pero que nuestra misión nos obligaba a permanecer en el palacio hasta las últimas consecuencias, nadie dudó. Escuché a Garrido argumentar que con qué cara nos íbamos a presentar ante nuestras familias y compañeros si abandonábamos nuestra misión. La opinión y certeza de los más antiguos primó. Nos quedamos todos».
La partida de los carabineros provocó un súbito silencio. Luego, nuevamente la balacera.
El cerco ya era casi total.
El general Sergio Arellano, en su puesto de comando, seguía atentamente la retirada de las tanquetas de Carabineros:
La coordinación con Carabineros fue muy importante. La evacuación de la Guardia de La Moneda se coordinó con el general Yovane. Ella tuvo que hacerse con mucha habilidad ya que no se podía despertar sospechas entre los extremistas y los GAP que habían emplazado armas automáticas en los principales puntos del palacio. Yo apuraba a Yovane porque el ataque de los aviones Hawker Hunter y después el ataque final de mis fuerzas no podía dilatarse más. Por pequeños grupos los carabineros fueron abandonando La Moneda y se dirigían al edificio de la Intendencia de Santiago. Para ello se aprovechó la llegada a la zona de los primeros tanques. Había transcurrido una hora más o menos, y ya estábamos en pleno combate, cuando avanzaron tres tanquetas de Carabineros hasta Morandé 80 creando gran confusión. Se expusieron al fuego de los francotiradores y de nuestras propias tropas. A través del intenso tiroteo se vio que alguien subía a una de las tanquetas, después de lo cual abandonaron rápidamente el lugar. A los pocos momentos, la unidad que cubría el sector Alameda con Manuel Rodríguez me llamó por radio: tenían detenidas a las tres tanquetas y en una de ellas iba el general de carabineros José María Sepúlveda, la que había sido sacado de La Moneda por orden de Yovane. De inmediato llamé a Yovane para hacerle ver el riesgo innecesario que se había corrido por no coordinar esa acción y exponernos a un choque entre Carabineros y Ejército por un hombre que no lo merecía[14].
En INDUMET, su interventor, el economista socialista y de nacionalidad ecuatoriana, Sócrates Ponce, casado con una hija del general de Carabineros Rubén Álvarez, habló ante la asamblea de trabajadores. Les informó lo que estaba ocurriendo y les dijo que habían decidido resistir, pero que los que quisieran irse podían hacerlo de inmediato. Menos de cien hombres permanecieron en sus puestos.
En La Moneda alguien habló con el edecán Badiola, quien estaba en el Ministerio de Defensa y ofreció parlamentar para detener el bombardeo. Carvajal se comunicó con Pinochet y escuchó en boca de éste:
–Rendición incondicional. Nada de parlamentar. ¡Rendición incondicional!
–Muy bien. Conforme. Rendición incondicional en que se lo toma preso, ofreciéndole nada más que respetar la vida, digamos…
–La vida y su integridad física y enseguida se lo va a despachar a otra parte.
–Conforme. O sea que se mantiene el ofrecimiento de sacarlo del país.
–Se mantiene el ofrecimiento de sacarlo del país. Y el avión se cae, viejo, cuando vaya volando…
Carvajal se rió.
En La Moneda no había lugar para la distracción. Allende fue hacia su escritorio y tomó el teléfono de magneto.
–Aló, Aló, radio Magallanes –repitió varias veces.
En el sexto piso del edificio ubicado en calle Estado 235, los periodistas Guillermo Ravest y Leonardo Cáceres, más el radio controlador Amado Felipe, intentaban sustraerse al peligro inminente de un asalto a las oficinas, para mantenerse en el aire. Todas las demás radios partidarias del gobierno habían sido silenciadas. Sólo quedaban ellos. Ravest, levantó el teléfono. Escuchó la voz del Presidente:
– Necesito que me saquen al aire, inmediatamente compañero…
– Deme un minuto para ordenar la grabación…
– No, compañero. Preciso que me saquen al aire inmediatamente, no hay tiempo que perder…
Guillermo Ravest:
-Sin sacarme la bocina de la oreja, grité a Amado Felipe que instalara una cinta para grabarle y a Leonardo Cáceres, que corriera al micrófono a fin de anunciar al Presidente, a quien le pedí: “Cuente tres, por favor, compañero, y parta”. Pese al nerviosismo de esos instantes, Amado Felipe –un gordo hiperkinético y jovial, hijo de refugiados españoles- tuvo la sangre fría de empezar a difundir al aire los primeros acordes de la Canción Nacional, a los que se mezcló la voz de Leonardo Cáceres, anunciando al Presidente constitucional[15].
Alrededor de Allende se fueron congregando cerca de 40 personas. A su lado estaba su hija Beatriz (Tati). Allende no tenía ni un solo texto en sus manos. Eran casi las diez de la mañana cuando por la onda de radio Magallanes surgió una voz.
–Aquí habla el Presidente…
Y esa voz fue como un aguijón en medio de los estruendos:
«Compatriotas: es posible que silencien las radios, y me despido de ustedes. Quizás esta sea la última oportunidad en que me pueda dirigir a ustedes. La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de Radio Portales y Radio Corporación. Mis palabras no tienen amargura sino decepción y serán ellas el castigo moral para los que han traicionado el juramento que hicieron, soldados de Chile, comandantes en jefes titulares, el almirante Merino, que se ha autoproclamado, el general Mendoza, general rastrero que solo ayer manifestara su solidaridad, también se ha denominado Director General de Carabineros».
«Ante estos hechos solo me cabe decirles a los trabajadores: yo no voy a renunciar. Colocado en un trance histórico pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos no podrá ser segada definitivamente. En nombre de los más sagrados intereses del pueblo, en nombre de la patria, los llamo a ustedes para decirles que tengan fe. La historia no se detiene ni con la represión ni con el crimen. Esta es una etapa que será superada. Este es un momento duro y difícil; es posible que nos aplasten. Pero el mañana será del pueblo, será de los trabajadores. La humanidad avanza para la conquista de una vida mejor».
«Trabajadores de mi patria: quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que solo fue intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeñó su palabra en que respetaría la Constitución y la Ley, y así lo hizo».
«Es este el momento definitivo, el último en que yo pueda dirigirme a ustedes. Pero que aprovechen la lección. El capital foráneo, el imperialismo unido a la reacción, creó el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición, la que señaló Schneider y reafirmara el comandante Araya, víctimas del mismo sector social que hoy estará en sus casas esperando con mano ajena conquistar el poder para seguir defendiendo sus granjerías y sus privilegios. Me dirijo sobre todo a la modesta mujer de nuestra tierra, a la campesina que creyó en nosotros, a la obrera que trabajó más, a la madre que supo de nuestra preocupación por los niños. Me dirijo a los profesionales de la patria, a los profesionales patriotas, a los que hace días están trabajando contra la sedición auspiciada por los colegios profesionales, colegios de clase para defender también las ventajas de una sociedad capitalista».
«Me dirijo a la juventud, a aquellos que cantaron y entregaron su alegría y su espíritu de lucha. Me dirijo al hombre de Chile, al obrero, al campesino, al intelectual, a aquellos que serán perseguidos, porque en nuestro país el fascismo ya estuvo hace muchas horas presente, en los atentados terroristas, volando los puentes, cortando las vías férreas, destruyendo los oleoductos y los gaseoductos, frente al silencio de los que tenían la obligación de proceder. Estaban comprometidos. La historia los juzgará».
«Seguramente Radio Magallanes será acallada y el metal tranquilo de mi voz no llegará a ustedes. No importa, me seguirán oyendo. Siempre estaré junto a ustedes, por lo menos mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal con la patria. El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco debe humillarse».
«Trabajadores de mi patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile!, ¡viva el pueblo!, ¡vivan los trabajadores!».
«Estas son mis últimas palabras, teniendo la certeza de que el sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que, por lo menos, habrá una sanción moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición».
-No hay más, compañero, eso es todo –le dijo Allende a Ravest, al finalizar.
[1] Entrevista póstuma que le hizo el equipo de la Universidad Finis Terrae.
[2] Según cuenta Federico Willoughby en su libro La Guerra, estando informados desde el principio del desarrollo del Golpe y de su fecha, los estudios de la radio, ubicados en pleno centro de la capital, fueron blindados por expertos alemanes que les envió Paul Schäffer, líder de Colonia Dignidad. La seguridad también estaba a cargo de un equipo de Schäffer.
[3] Alvaro Puga (Alexis), se convertiría en subsecretario de Gobierno e integrante del Departamento Sicológico de la DINA. Llegó ese día 11 en reemplazo de Carlos Ashton, ex oficial de la Armada y director de radio Agricultura, quien sería inmediatamente después del Golpe, jefe de Comunicaciones de la Cancillería, desde donde jugaría un rol en los momentos que asesinan al general Carlos Prats y su esposa en Buenos Aire (1974). Márquez de la Plata fue ministro de Pinochet y hasta hoy sigue integrando los grupos de apoyo a Pinochet y a los militares que dieron el Golpe. Recuperada la democracia, Sergio Romero fue senador por Renovación Nacional y en 2010, fue nombrado embajador en España por el Presidente Sebastián Piñera.
[4] Del libro El 11 en la mira de un Hawker Hunter, del general Mario López Tobar, Libra.
[5] Reportaje publicado en el diario Clarín de Argentina, el domingo 5 de septiembre de 1999.
[6] Cortés Villa llegó a general y en toda su carrera fue uno de los oficiales favoritos de Pinochet. Cuando éste se fue a retiro en 1998, se incorporó a la Fundación Pinochet de la cual fue secretario ejecutivo por largo años. Sigue siendo uno de sus directivos.
[7] Entrevista al general Arturo Yovane de revista Cosas. El coronel Manuel Gutiérrez fue llamado a retiro poco después del Golpe y no llegó a general.
[8] De la grabación que hizo relatando sus últimos diez días como ministro de Defensa.
[9] Danilo Bartulí, médico y amigo personal de Allende, quien también era amigo de sus padres que vivían en Chiloé.
[10] El detective Jorge Fuentes Ubilla logró sacar a Hortensia Bussi de Tomás Moro, en medio del bombardeo, por un pasaje posterior.
[11] En la puerta lo detiene el oficial de Inteligencia de la Armada Daniel Guimpert, quien se integró a la comisión del Estado Mayor de la Defensa Nacional que encabezó Nicanor Díaz Estrada y desde allí fabricó las confesiones del obrero socialista Luis Riquelme para inculparlo del asesinato del Edecán Naval de Allende, Arturo Araya.
[12] Entrevista en revista Análisis Nº 194.
[13] De la transcripción de las grabaciones secretas del Golpe, que reveló revista Análisis Nº 122, del 24 de diciembre de 1985.
[14] Extracto de lo que el general Sergio Arellano escribió en su agenda sobre lo que ocurrió el día 11 de septiembre de 1973.
[15] Relato del periodista Guillermo Ravest, publicado en revista Rocinante Nº 58, de agosto de 2003, junto con un testimonio del periodista Leonardo Cáceres, a la época director de prensa de Radio Magallanes.
De COVID murió ex militar Héctor Orozco: cumplía condena por los homicidios de Absalón Wegner y Rigoberto Achú
Fuente :aconcaguadigital.cl, 27 de Agosto 2020
Categoría : Prensa
La madrugada de este miércoles en el hospital Militar en Santiago, murió Héctor Orozco, quien fuera director de la Dirección Nacional de Inteligencia del Ejército (DINE).
Orozco había sido condenado el año 2017 por los homicidios de Rigoberto Achú Liendo y Absalón Wegner Millar, quienes el 13 de diciembre de 1973 fueron acribillados afuera de la cárcel de San Felipe.
El ex militar de 93 años, había sido trasladado desde la cárcel de Punta Peuco al hospital militar en marzo de 2019, donde se habría contagiado de Covid-19, falleciendo este miércoles a los 93 años.
El proceso por el asesinato de ambos se inició con una querella interpuesta por la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos por los delitos de homicidio y asociación ilícita cometidos en contra de Wegner Millar y Achú Liendo, quienes el 13 de diciembre de 1973 “mientras permanecían detenidos en la cárcel de San Felipe, fueron requeridos por personal militar perteneciente al Regimiento de Infantería Nº3 “Yungay”, para ser llevados a la Fiscalía Militar.
Al regresar de dichas dependencias y en circunstancias en que se desplazaban por calle Molina, a pocos metros de la entrada de la cárcel, los efectivos militares dispararon una ráfaga de metralleta en contra de las víctimas, produciéndoles la muerte a causa de las mortales heridas que recibieron en los pulmones y el corazón
Putaendo y los ejecutados en 1973
Fuente :putaendouno.cl, 11 de Septiembre 2013
Categoría : Prensa
Los detuvieron en Cabildo y una patrulla militar los ejecutó en Las Coimas aduciendo “ley de fuga”.-
Este lunes 9 de septiembre, en La Moneda se recordarán los sucesos del 11 de septiembre de 1973 con un acto ceremonial. Lo propio hizo la oposición en el Museo de la Memoria.
Putaendo también tiene un lugar en los oscuros sucesos acaecidos tras el Golpe Militar en 1973. El Informe Rettig consigna una breve reseña de cada uno de los seis militantes comunistas ejecutados en Las Coimas por una patrulla militar que les aplicó la “ley de fuga”, fusilándolos a mansalva. La recopilación de hechos llevada adelante por la Comisión Rettig, permitió armar una historia, lo que facilitó, varias décadas mas tarde, determinar las responsabilidades, aunque la justicia sobreseyera las causas.
En efecto, en el 2008, la sexta sala de la Corte de Apelaciones de Santiago había absuelto a los ex miembros del Ejército Héctor Manuel Rubén Orozco Sepúlveda, Rodrigo Alex Retamal Martínez, Raúl Orlando Pascual Navarro Quintana y Milton René Núñez Hidalgo, condenados en la investigación de derechos humanos conocida como episodio “Mario Alvarado” que falló la ministra suplente Adriana Sottovia Jiménez.
En fallo unánime los ministros Rosa María Maggi, Juan Cristóbal Mera y el abogado integrante Emilio Pfeffer determinaron la absolución de los ex militares por los homicidios calificados de Mario Alvarado Araya, Faruc Jimmy Aguad Pérez, Wilfredo Ramón Sánchez Silva, Artemio Pizarro Aranda, Pedro Abel Araya Araya y José Fierro Fierro, ocurridos el 11 de octubre de 1973 en el sector de Las Coimas, comuna de Putaendo.
Año tras año, estas ejecuciones son recordadas en Putaendo como el triste aporte de la comuna a los horrores de la dictadura. No faltarán en esta víspera, aquellos que, aunque públicamente ensalzan por un lado la figura del dictador Pinochet, por otro tratan hipócritamente de vestirse con ropajes humanitarios, en aras del, por estos días, tan manoseado “perdón”.
Esta vez, nuevamente, se intentará conseguir fondos para construir un memorial en el lugar donde fueron ejecutados, una deuda que, tanto Putaendo como Cabildo, a 40 años, aun no logran saldar.
Detenidos y torturados, exonerados, Putaendo tiene memoria no escrita de bastantes más personas que estos seis nombres, que son los que quedaron registrados. En Guzmanes, en El Tártaro, en Granallas, en Quebrada de Herrera y en el mismo casco urbano del pueblo aun suenan los Lobos, Jara, Gómez, Gaona y varios mas. Pero estos seis cabildanos a los cuales se les arrebató la vida en Las Coimas, son quienes permiten, con su cruenta historia, que la memoria siga viva.
Este es el texto que consigna el Informe Rettig, sobre el caso de los ejecutados en Las Coimas:
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El día 11 de octubre de 1973 fueron ejecutados por personal del Ejército en el sector de Las Coimas en San Felipe, seis militantes comunistas. Ellos eran:
Mario Alvarado Araya, 34 años, Alcalde de Cabildo, quien había sido detenido por primera vez el 17 de septiembre, recuperando prontamente su libertad, sin que se le formulara ningún cargo. A principios de octubre, fue obligado por la autoridad militar a retractarse públicamente de su militancia, en la Municipalidad de Cabildo, ante múltiples testigos. Su segunda detención se produjo el 8 de octubre, en su domicilio, y fue practicada por Carabineros de Cabildo. (N. del R.: Su hijo, Mario Alvarado Osorio, actualmente es Concejal del PC en dicha comuna).
Faruc Jimmi Aguad Pérez, 26 años, empleado de la Sociedad Abastecedora de la Minería (Sademi), encargado electoral y de propaganda del Partido Comunista local, detenido en su lugar de trabajo, en presencia de otros trabajadores, el día 8 de octubre de 1973 por Carabineros de Cabildo (3º de izq. a der. en la foto).
Wilfredo Ramón Sánchez Silva, 28 años (orilla der. en la foto), empleado de la Sociedad Abastecedora de la Minería (Sademi) de Cabildo. Fue detenido en su lugar de trabajo el mismo día y en las mismas circunstancias que Faruc Aguad.
Artemio Pizarro Aranda, 37 años (1º de la izq. en la foto), también empleado de Sademi. Fue detenido en el mismo lugar y por los mismos agentes aprehensores el día 9 de octubre.
Pedro Abel Araya Araya, 27 años, Interventor de la mina La Patagua, fue detenido por primera vez el 11 de septiembre, siendo liberado sin cargos una semana después. Su segunda detención se produjo también el 9 de octubre, al presentarse voluntariamente a la Comisaría de Cabildo, a raíz de una citación dejada en su domicilio por funcionarios de dicha unidad policial.
José Armando Fierro Fierro, 24 años (2º de izq. a der. en la foto), también empleado de Sademi, fue detenido el 9 ó 10 de octubre en Cabildo, por Carabineros de esa localidad.
Según la versión oficial del Jefe de Zona en Estado de Sitio de la Provincia de Aconcagua y Comandante del Regimiento de Infantería Nº 3, Yungay, estas seis personas fueron ejecutadas cuando intentaron huir y agredieron a un suboficial que viajaba en la camioneta del Ejército que los trasladaba desde la Cárcel de San Felipe a la Cárcel de Putaendo. Se indicó en dicha versión que a todos se les había comprobado participación directa en la organización terrorista del sector minero de Cabildo, habiendo sido detenidos en un operativo donde se les encontró gran cantidad de armas y explosivos.
Los antecedentes reunidos por esta Comisión sobre las circunstancias de la detención de las víctimas desmienten la versión oficial, ya que ninguno de sus hogares fue allanado en busca de armas, ni tampoco existió un operativo militar en su lugar de trabajo, donde algunas de ellas fueron detenidas, en forma pacífica y a la vista de los otros trabajadores.
Presentadas estas muertes como producto de un intento de fuga, la Comisión no pudo aceptar esta explicación atendidas, principalmente, las circunstancias que siguen:
– Resulta inverosímil que el único modo de evitar la fuga haya sido dar muerte inmediata a todos los afectados, que iban desarmados y bajo fuerte vigilancia militar.
– El entonces Jefe del Servicio de Salud de San Felipe, que fue quien ordenó practicar las autopsias y devolver los cuerpos a los familiares, fue informado por el médico legista de que los cuerpos registraban múltiples impactos de bala, muchos de los cuales no eran mortales, y también heridas cortopunzantes, cuya existencia no ha tenido ninguna explicación razonable. Esta información está corroborada por lo señalado en los mismos certificados de defunción.
Por tanto, a esta Comisión le asiste la convicción que Mario Alvarado, Faruc Aguad, Wilfredo Sánchez, Artemio Pizarro, Pedro Araya y José Fierro fueron víctimas de violación a sus derechos humanos de responsabilidad de agentes del Estado quienes los ejecutaron al margen de todo proceso.
Absalón Wegner y Rigoberto Achú: Las dos víctimas del ex coronel Sergio Jara, capturado en Argentina
Fuente :elciudadano.com, October 2008
Categoría : Prensa
Achú, dirigente regional del PS, y Wegner, dirigente del gremio de la salud y militante del PC, ambos de 31 años de edad, fueron acribillados por la espalda el 13 de diciembre de 1973 en la ciudad de San Felipe. Según los militares, trataron de quitarle el arma a un conscripto, versión que fue inmediatamente descartada.
Tras la detención en Argentina del ex coronel de Ejército, Sergio Francisco Jara Arancibia, se hace necesario recordar por qué este ex militar, que se encontraba prófugo de la justicia, fue condenado a 10 años y un día de presidio.
La sentencia contra Sergio Jara fue confirmada en julio de 2017 por la Corte Suprema, que lo condenó, junto a otros cuatro ex integrantes del Ejército, como responsables de los homicidios de Rigoberto Achú Liendo, dirigente regional del PS (a la derecha de la foto de portada), y Absalón Wegner Millar, dirigente del gremio de la salud y militante del PC (a la izquierda de la foto), ambos de 31 años de edad. El crimen ocurrió el 13 de diciembre de 1973 en la ciudad de San Felipe.
Junto a Jara, fueron condenados a 10 años y un día el ex general Héctor Manuel Rubén Orozco Sepúlveda, y el ex oficial Pedro Luis Lovera Betancourt. Mientras, el ex oficial Raúl Orlando Pascual Navarro Quintana y el ex suboficial Milton René Nuñez Hidaldgo, fueron sentenciados a 5 años y un día de presidio, como cómplices de los hechos.
Sobre el caso, la investigación del ministro en visita Jaime Arancibia Pinto estableció con claridad los detalles del cobarde asesinato: “El día 13 de diciembre de 1973, las víctimas de este proceso, Rigoberto del Carmen Achú Liendo y Absalón del Carmen Wegner Millar, quienes habían sido detenidos en los meses de septiembre y noviembre de ese año, respectivamente, por personal del Regimiento de Infantería N° 3 Yungay de San Felipe, por tratarse de dirigentes de los Partidos Socialista y Comunista y además tener a su cargo servicios públicos relevantes en esa ciudad, y ser puestos a disposición de la Fiscalía Militar de San Felipe, acusados de mantener armas escondidas y dentro del marco de supuestos ilícitos en contra de la Ley de Seguridad Interior del Estado y próximos a ser llevados a un Consejo de Guerra dispuesto para esos efectos, son sacados desde el lugar de su reclusión -Cárcel Pública de Felipe- entre las 22:00 a 23:00 horas de las noche”.
Desde allí, añade la investigación judicial, “fueron llevados a la Fiscalía Militar de esa ciudad, que funcionaba en el Regimiento ya mencionado, ubicado más o menos a tres cuadras del recinto carcelario y en los momentos en que, después de un período de tiempo indeterminado, cuando eran devueltos a su lugar de reclusión, son acribillados por la patrulla que los transportaba, en un lugar cercano a la intersección de calles 5 de Abril con calle Molina de la ciudad de San Felipe, muriendo ambas víctimas en el acto”.
En su momento, el crimen fue justificado por las autoridades militares con un discurso recurrente para la época: “Según la versión oficial entregada por el Jefe de Zona en Estado de Sitio de la Provincia de Aconcagua y Comandante del Regimiento de Infantería Nº3 Yungay, cuando los detenidos eran trasladados de regreso a la Cárcel, desde la Fiscalía Militar, el vehículo en que viajaban quedó en panne a sólo 60 metros del establecimiento penal, debiendo continuarse el recorrido a pie. En ese momento, uno de los prisioneros habría aprovechado la situación para violentar el arma de servicio de un conscripto, y el otro, para darse a la fuga”.
Esta versión “oficial” fue considerada falsa desde el primer momento. Tal como se apunta en el informe de la Comisión Rettig, “es inverosímil que dar muerte a los afectados haya sido la única forma de evitar su presunta huida, puesto que iban desarmados y bajo fuerte vigilancia de los efectivos del Regimiento (…) También se ha podido acreditar que los prisioneros habían sido llevados encadenados a la Fiscalía Militar, como mayor medida de seguridad, y no se ve motivo para suponer que no fueran devueltos al penal en la misma forma, a menos que quisiera prefigurarse de algún modo su supuesta huida”.
El informe añade, además, que “Rigoberto Achú se encontraba en muy mal estado de salud, producto de las torturas sistemáticas que se le aplicaron en el Cuartel de Investigaciones desde el mismo día 12 de septiembre en que fue detenido, y a consecuencia de ellas, no podía vestirse, comer ni moverse coordinadamente. El mismo día de su ejecución, se lo vio muy deteriorado físicamente, con muy bajo peso y con notoria pérdida de su cabello. Su condición hacía inverosímil que tratara de huir”.
Asimismo, “no resultó verosímil la versión de que el doctor Wegner hubiese intentado huir, ya que por antecedentes y testimonios reunidos por esta Comisión, resulta demostrado que se trataba de una persona que no intentó nunca eludir a las autoridades militares. Después de los hechos del 11 de septiembre, permaneció detenido por un día en la Cárcel de San Felipe, y una vez que fue dejado en libertad, continuó viviendo en la zona, llevando una vida pública, y trabajando en el mismo servicio, a pesar de haber contado con los medios para huir de la zona sin que nadie se lo impidiese, por no existir cargos en su contra, los cuales no fueron conocidos ni siquiera después de su segunda detención”, concluye el Informe Rettig.
Los asesinos de Víctor Jara: el último secreto
Fuente :ciper.cl, 13 de Abril 2014
Categoría : Prensa
Más de 5500 chilenos estuvieron detenidos en el Estadio Chile luego del Golpe. Uno de ellos fue el cantautor y director de teatro Víctor Jara, quien fue asesinado tras ser salvajemente golpeado por oficiales y soldados durante días. La identidad de uno de los que más se ensañó con él, “El Príncipe”, sigue siendo hoy un misterio. Pero, además, ha sido muy difícil derribar el manto de silencio sobre la identidad de los otros oficiales que estuvieron ahí, debido a que eran parte de la elite del Ejército chileno, muchos de los cuales lideraron la represión en la DINA y la CNI. En el siguiente relato, el más completo y extenso que se ha escrito hasta ahora sobre el asesinato de Víctor Jara -que inspira en parte el capítulo 5 Los archivos del cardenal– se reproducen varias de las declaraciones del expediente por la muerte del cantautor que lleva actualmente el ministro en visita Miguel Vásquez, así como entrevistas realizadas por la autora, quien ha investigado el tema durante años. Aquí, además, se reconstruye paso a paso qué pasó en la UTE y el Estadio Chile en las horas posteriores al Golpe.
l 16 de septiembre [de 1973], a las 7:00, el cuerpo de Víctor Jara, junto con cinco cadáveres más, fue encontrado al lado del Cementerio Metropolitano, cerca de la línea del tren. De los seis cuerpos, pobladores reconocieron a dos: a Víctor y a Litre Quiroga, quien también había sido visto por testigos como prisionero en el Estadio Chile. Los nombres de esos testigos los daré oportunamente al tribunal. Algunos de esos testigos conocían personalmente a Víctor y a Litre Quiroga, tal es así que uno de ellos sabía que Litre tenía una cicatriz en el pecho, al lado izquierdo. Esto lo constató abriendo sus ropas. Y con respecto a Víctor, palparon las callosidades de sus manos, propias de intérpretes de guitarra y que en ese momento estaban llenas de moretones e hinchadas”. Así se leía en la primera denuncia judicial que presentó Joan Turner pidiendo que se esclareciera la muerte de quien fuera su marido: Víctor Jara Martínez, nacido el 28 de septiembre de 1932, hijo de Manuel y Amanda.
El juicio para identificar a los autores materiales e intelectuales de su muerte se inició el 12 de septiembre de 1978, por denuncia de su esposa, de nacionalidad británica y profesora de danza, con quien se casó el 27 de enero de 1965. Al momento de ser asesinado tenía 41 años y dos hijas: Manuela, de 13 años y Amanda, de 9.
Debieron transcurrir 40 años para que al fin el cerrojo del secreto que envolvía el asesinato de Víctor Jara, Litre Quiroga y otras decenas de ciudadanos chilenos y extranjeros que encontraron la muerte en el Estadio Chile, cuya identidad y número aún se desconoce, comenzara lentamente a descorrerse.
El Estadio Chile y la planificación del Golpe
Hasta las últimas horas de la noche del 10 de septiembre de 1973, la casa central de la Universidad Técnica del Estado (UTE, hoy Universidad de Santiago) fue el epicentro de una gran ebullición. Todo quedó listo para que, a las 11:00 de la mañana siguiente, el Presidente Salvador Allende inaugurara la exposición “Por la Vida Siempre”, con una esperada actuación del cantautor Víctor Jara. Solo unos pocos sabían lo que Allende anunciaría desde la UTE: un plebiscito con el que pretendía evitar el Golpe de Estado. Dos días antes el Presidente le había dicho al general Carlos Prats, comandante en jefe del Ejército hasta el 23 de agosto de 1973: “Es la única solución democrática para evitar el Golpe o la guerra civil”. Allende sabía que de ese veredicto popular no saldría vencedor.
Lo que los profesores y estudiantes de la UTE no imaginaban, y tampoco Allende, era que precisamente ese anuncio de plebiscito, que rápidamente fue informado a quienes querían derrocarlo, había sido el gatillo acelerador del Golpe. Y menos que a esa misma hora, otra ebullición pero para fines muy distintos, envolvía varios pisos del ministerio de Defensa, ubicado a pocos metros del palacio presidencial. En su interior, un grupo de militares bajo el mando de los generales Herman Brady y Sergio Arellano Stark, ultimaba los detalles para el ataque a La Moneda y la ocupación de Santiago que se desencadenaría sólo horas después.
El mando de las operaciones militares en Santiago quedó configurado esa misma mañana. Bajo la conducción del general Brady, al frente de la Guarnición Militar de Santiago, se alinearon: el general Sergio Arellano, a cargo de la Agrupación Santiago-Centro; el general César Benavides, en la Agrupación-Este, y el coronel Felipe Geiger, en la Agrupación-Norte. La Agrupación Reserva le fue entregada al general Javier Palacios, quien tendría un rol protagónico el 11 de septiembre.
Alrededor de una mesa en una de las oficinas del ministerio, un grupo de oficiales de la Academia de Guerra del Ejército y de Inteligencia adscrito al Estado Mayor de la Defensa Nacional, núcleo estratégico del Golpe de Estado en marcha (encabezado por el almirante Patricio Carvajal), revisaba por enésima vez los detalles de los planes de seguridad “Cobre” y “Ariete”, con las primeras órdenes de qué hacer con los partidos de la Unidad Popular, sus dirigentes y los campos de prisioneros que se habilitarían.
“Debo indicar que me tocó ordenar alfabéticamente un listado de personas que debían presentarse en los regimientos del país y el cual fue leído mediante un bando militar. Este listado me fue pasado por el almirante Carvajal”, declaró más tarde Álvaro Puga, quien fue uno de los pocos civiles que participó en esos preparativos el mismo día 10 (1).
Puga se encontraría también en el ministerio de Defensa con el mayor Pedro Espinoza, quien vestía de civil y estaba a cargo del principal grupo de Inteligencia del Estado Mayor de la Defensa Nacional, unidad que había secundado la planificación secreta de los golpistas en esos meses de 1973.
En el cuarto piso del edificio, otro grupo, en el que destacaba Pedro Ewin Hodar (secretario del Estado Mayor de la Defensa Nacional) y el alumno de la Academia de Guerra, coronel Roberto Guillard (2), y que integraban también civiles, revisaba los borradores de los primeros bandos militares que se transmitirían por una cadena radial encabezada por la Radio Agricultura (de propiedad de la Sociedad Nacional de Agricultura, el principal gremio patronal agrícola).
Que allí estuvieran oficiales de la Academia Guerra, la llamada elite del Ejército, no era sorpresivo. Fueron esos oficiales los primeros que se integraron a la preparación del Golpe de Estado en las reuniones clandestinas con oficiales de la Fuerza Aérea y la Armada, que tenían el liderazgo. Ya desde el 7 de septiembre estaban informados de la inminencia del Golpe, por lo cual los alumnos de los tres cursos de la academia fueron destinados a distintas unidades para asegurarse de que el día definitivo fuera exitoso.
La importancia de la Academia de Guerra en el Golpe quedó nítidamente reflejada cuando Arellano le encomendó la organización del cuartel general de la Agrupación Santiago-Centro, al coronel Enrique Morel Donoso (3), director de la Academia de Guerra desde agosto, cuando el titular, Herman Brady, asumió la comandancia de la Guarnición de Santiago. Fue también ése el momento en que la academia se convirtió en el brazo armado de los golpistas en el Ejército, con informaciones que transmitía el coronel Sergio Arredondo González (4), profesor de la academia y uno de los primeros conjurados. Arredondo tendría también un rol preponderante en las acciones del Golpe como jefe del Estado Mayor de la Agrupación Santiago-Centro.
Fue así como ese día 10, Arellano Stark, Morel y Arredondo tomaron los últimos y sigilosos contactos con los jefes de las fuerzas que actuarían sobre La Moneda y Santiago: Escuela de Infantería, Escuela de Suboficiales, los regimientos Tacna, Yungay (de San Felipe), Guardia Vieja (de Los Andes), Coraceros (de Viña del Mar), Maipo (de Valparaíso) y Escuela de Ingenieros (de Tejas Verdes).
Ese mismo día 10, en las dependencias del Comando Administrativo del Ejército (CAE), el general Arturo Viveros (5), otro de los primeros partícipes de la preparación del Golpe, citaba al comandante Mario Manríquez Bravo, para ordenarle habilitar el Estadio Chile (ubicado en Pasaje Boxeador Arturo Godoy Nº 2750, entre la calle Unión Latinoamericana por el oriente y Bascuñan Guerrero, por el poniente) como campo de prisioneros. Antes de ocuparse del Estadio Chile, Manríquez debió cumplir una delicada misión el mismo día 11 de septiembre: hacerse cargo del entierro de Salvador Allende y de su autopsia, la que permanecería secreta por 28 largos años.
Al mayor Hernán Chacón Soto, otro de los oficiales de la Academia de Guerra, también se le encomendó la organización de los campos de prisioneros, bajo las órdenes del general Viveros. Pero la orden la había recibido antes: el 8 de septiembre.
Para entonces, el mando de los golpistas ya había decidido que el Regimiento Tacna sería el primer y principal centro de reclusión, pues hasta allí se llevaría a los que integraban las nóminas que había preparado el grupo de Inteligencia del Estado Mayor de la Defensa Nacional, encabezado por el mayor Pedro Espinoza. El comandante del Tacna, coronel Luis Joaquín Ramírez Pineda, ya se preparaba.
Lo mismo hacía en la Escuela de Ingenieros de Tejas Verdes, el mayor Manuel Contreras Sepúlveda. Uno de los conscriptos de su escuela relató lo siguiente en el juicio que busca establecer quiénes son los responsables materiales e intelectuales del asesinato de Víctor Jara:
“El 10 de septiembre de 1973, alrededor de las 19:00, llegó un helicóptero a la Escuela de Ingenieros de Tejas Verdes, donde venía un oficial de Marina, quien fue a conversar con el director de la escuela, coronel Manuel Contreras, y éste da la orden de formar en el patio. En la formación, se nos ordena que preparáramos nuestra mochila y armamento de guerra, que consistía en un fusil SIG, con cien tiros cada uno. Alrededor de las 20:00, nos fuimos a dormir y aproximadamente a las 02:00 del día 11 fuimos despertados por el cabo de servicio y se nos ordenó formar en el patio. El personal de planta estaba acuartelado. El coronel Contreras nos señala que íbamos a un combate y que no quería bajas de parte nuestra. Junto a mi sección, nos subimos a unos camiones institucionales y nos dirigimos a Santiago. Los que íbamos a Santiago eran: la Segunda Compañía, a cargo del capitán Germán Montero Valenzuela, integrada por la primera, segunda y tercera sección, a cargo de los tenientes Pedro Barrientos Núñez, Rodrigo Rodríguez Fuschloger y [Jorge] Smith, respectivamente. Además de la Tercera Compañía, a cargo del capitán Víctor Lizárraga Arias, y la primera, segunda y tercera sección de esa compañía, a cargo del teniente Orlando Cartes Cuadra (6). A cargo de todo este contingente iba el mayor Alejandro Rodríguez Fainé” (7).
El conscripto R.A., relata: “Una vez que llegamos a Santiago,nos dirigimos al Regimiento Tacna, pero éste estaba ocupado por el Regimiento Maipo, motivo por el cual nos llevaron a una cancha de básquetbol, en Arsenales de Guerra. Lo primero que nos dieron fue desayuno y alrededor de las 07:00 nos formaron y nos pasan un cuello de color salmón y un brazalete de color blanco con tortugas verdes y un oficial, de quien ignoro nombre y grado, nos indica que íbamos a derrocar al Presidente comunista Allende y el que no quiere ir que diera un paso al frente. Nos miramos con nuestros compañeros: nadie quiso salir. Posteriormente, la compañía que iba completa, nos dirigimos al costado del ministerio de Defensa [diario Clarín], tomamos posición de este edificio y comenzamos a tener fuego cruzado con francotiradores de otras azoteas”.
El relato del conscripto R.A. fue complementado por el del conscripto C.A.P.: “Después del desayuno, el teniente coronel Julio Canessa, comandante de Arsenales de Guerra, nos señala que habría un hecho importante en el país y el teniente Pedro Barrientos Núñez nos dio mayores detalles y nos indicó que el que no quería ir, que diera un paso adelante: obviamente no salió nadie. Posteriormente nos dirigimos hacia La Moneda, por calle San Diego, allanando todos los edificios de los alrededores del ministerio de Defensa” (8).
Enrique Kirberg, rector de la Universidad Técnica, durmió poco y mal esa noche. A las 6:30, el repiquetear del teléfono lo hizo saltar de su cama. “Un grupo de civiles armados atacó las instalaciones de la radio de la universidad, inutilizando la antena”, fue el escueto anuncio que recibió. Luego de cerciorarse que no había heridos, Kirberg se fue directo a la universidad.
El ataque fue perpetrado por el contingente de la Armada apostado en la Estación Naval de Quinta Normal, desde donde el almirante Patricio Carvajal, jefe del Estado Mayor de la Defensa Nacional, digitaba paso a paso el desarrollo de los planes golpistas. El día 10 de septiembre la Armada dispuso que un grupo de infantes de Marina y personal de Inteligencia se trasladara a Santiago. Entre ellos estaban los tenientes Miguel Álvarez y Jorge Aníbal Osses Novoa, del Servicio de Inteligencia de la Armada. En Santiago, ya se encontraba el oficial Pedro Castro Bustos, quien dependía directamente del capitán de fragata Víctor Vergara” (9).
En La Serena, otro grupo de militares del Regimiento de Artillería Nº 2, “Arica”, se preparaba para marchar a Santiago. Al mando de la Agrupación Serena se apostó el mayor Marcelo Moren Brito (10), segundo comandante del regimiento que dirigía el coronel Ariosto Lapostol, quien no viajó. Entre los escogidos estuvo el capitán Fernando Polanco, quien era el jefe de Inteligencia del regimiento y comandaba una compañía de infantería de unos 120 hombres.
Poco después de que el rector Kirberg ingresara a la UTE, el sector de calle Ecuador se convirtió en un hormiguero. Mientras las primeras tropas se desplegaban en el entorno, estudiantes y profesores recorrían patios y dependencias intentando obtener más información de lo que estaba ocurriendo. Desde radios a pilas que emergieron por doquier se podía escuchar los sones del himno de la Unidad Popular “Venceremos”, que la Radio Magallanes difundía una y otra vez acompañado de consignas para defender el gobierno.
Alrededor de las 10 de la mañana, Víctor Jara se despidió de su esposa, Joan Turner, y de sus hijas Manuela y Amanda, y salió de su casa en calle Piacenza Nº 1144. A sabiendas de que estaba en marcha un Golpe de Estado, decidió estar en su lugar de trabajo: la UTE. Joan recordará por siempre la imagen de Víctor con su pantalón negro y su suéter de alpaca negro, tomando las llaves de su renoleta para luego partir raudo en dirección a la universidad. Llevaba consigo uno de sus objetos más preciados: su guitarra.
Poco después, Víctor Jara ingresaba a la Vicerrectoría de Comunicaciones de la UTE, ubicada al frente de la casa central, allí donde trabajaba como investigador folklórico y director de teatro. Se fue directo a la oficina de Cecilia Coll, jefa del departamento de Extensión Artística, su amiga y compañera de muchas jornadas de cultura llevada a las poblaciones y fábricas. Y también de trabajo voluntario, en los que se descargaba harina y otros productos de primera necesidad que escaseaban.
“‘¿Qué hago?’, fue lo primero que me dijo. Lo vi llegar empuñando su guitarra y con su rostro preocupado. Pero me habló con esa convicción que me impresionaba, de estar profundamente convencido de lo que hacía ya sea en la música, en el teatro y en su actitud militante. Lo escuché en un momento hablar esa mañana con su mujer, Joan, lo que me reafirmó que Víctor tenía claro cuál era su responsabilidad ese día”, recuerda Cecilia en entrevista con la autora.
Esa llamada fue confirmada por la esposa de Víctor Jara, Joan Turner, quien dijo: “Víctor me llamó por teléfono alrededor de las 11:30 para decirme que había llegado bien, a pesar del movimiento de tropas. Que estuviera tranquila y que cuidara a las niñas”.
Cecilia Coll no olvida que fue ella quien le dijo a Víctor que se fuera a la Escuela de Artes y Oficios, el edificio antiguo y de construcción sólida que podría resistir en mejor forma un ataque militar, ya que a esas horas se escuchaban muchos disparos. Para entonces, ya eran cientos los profesores y alumnos que permanecían en la UTE.
A esa misma hora ya habían sido liberados los oficiales que habían protagonizado el 29 de junio de 1973 la rebelión del Regimiento Blindado Nº 2, conocida como el “Tanquetazo”. La asonada, un borrador del Golpe de Estado que se ejecutaría tres meses más tarde, dejó varios muertos y heridos, y fue organizada y llevada a cabo por un grupo de militares en concomitancia con el movimiento de extrema derecha Patria y Libertad. Sus líderes fueron: el coronel Roberto Souper Onfray (11), quien era el comandante del Blindado Nº 2; el capitán Sergio Rocha Aros (12), comandante de la Compañía de Tanques del regimiento; el capitán Carlos Lemus y los tenientes Raúl Jofré González, Antonio Bustamante Aguilar, Mario Garay Martínez (13), Edwin Dimter Bianchi, René López Rivera (14), Carlos Souper Quinteros y Víctor Urzúa Patri. La mayoría estaba en prisión militar en distintas unidades de Santiago, acusados de sublevación y sedición.
La vorágine de los acontecimientos del 11 asfixió la liberación de los militares sediciosos. Pero el secreto se mantuvo largos años. Había motivos para ello. El principal: ocultar los nombres de quienes ordenaron las misiones que les fueron encomendadas a los oficiales que recién salían de la prisión militar, masticando el fracaso de su operación y de reconocida vocación violentista y de extrema derecha. Pero hubo otros hechos que rodearon esa liberación y que conectaron a esos hombres con el Estadio Chile y el destino de Víctor Jara.
Uno de esos oficiales fue el entonces teniente y hoy brigadier (R) Raúl Aníbal Jofré González, quien fue dejado en libertad en la Escuela de Telecomunicaciones del Ejército, junto al también teniente sublevado Edwin Dimter Bianchi. Jofré relató:
“El 11 de septiembre, alrededor de las 18:00, me fueron a buscar y me trasladaron a la Comandancia de Guarnición, ubicada en el sexto piso del entonces ministerio de Defensa. El mismo día, a distintas horas, llegaron el resto de los oficiales que estábamos detenidos, con excepción del coronel Souper, a quien no vi. Al día siguiente fui enviado junto al teniente Edwin Dimter al Estadio Chile…” (15).
Otro oficial sublevado y liberado sí vio al coronel Souper esa mañana en el mando central del Golpe. El ahora coronel (R) Antonio Roberto Bustamante Aguilar (16), relata:
“El 11 de septiembre de 1973, alrededor de las 11:00, me comunican que estoy en libertad y me trasladan a Zenteno Nº 45 donde funcionaba el ministerio de Defensa. Fui directo al sexto piso, donde quedé en calidad de disponible junto con los demás oficiales que habíamos participado en el llamado ‘Tanquetazo’: coronel Roberto Souper, capitán Sergio Rocha, los tenientes Raúl Jofre, Edwin Dimter, Mario Garay y René López. En la tarde fuimos destinados a distintas unidades. Desconozco a qué unidad fue destinado el coronel Souper. El capitán Rocha fue enviado al Comando de Área Jurisdiccional de la Zona de Seguridad Interior (CAJSI) de Puente Alto, donde había estado preso (el entonces Regimiento Ferrocarrilero Nº 2); Jofré y López fueron enviados al Estadio Chile; respecto de Dimter, tengo dudas, y sobre Garay, me parece que fue enviado a la Segunda División del Ejército. Yo fui destinado al Comando de Áreas Jurisdiccionales de Seguridad Interior, o CAJSI de Santiago, que funcionó en el sexto piso, ala sur del ministerio de Defensa (Departamento Quinto, Asuntos Civiles). Todas las actividades de seguridad tanto de Ejército, Armada y Fuerza Aérea, como de Carabineros e Investigaciones, se subordinaban al CAJSI. El Departamento Quinto de Asuntos Civiles, al cual fui asignado, estaba a cargo del capitán de Ejército, Ramón Castro Ivanovic, alumno de tercer año de la Academia de Guerra” (17).
Pero hubo otro hecho que todos callaron por muchos años y que el teniente Edwin Dimter, otro de los sublevados y liberados, decidió revelar ante el tribunal 31 años más tarde, cuando la figura de Víctor Jara regresó con inusitada fuerza:
“Al mediodía del 13 de septiembre de 1973, todos los oficiales que habíamos participado en el alzamiento del 29 de junio, fuimos recibidos por el general Augusto Pinochet, quien nos dirigió unas breves palabras y luego nos dijo que íbamos a recibir instrucciones. Estábamos presentes en esa reunión: el coronel Roberto Souper, el capitán Sergio Rocha; y los tenientes Raúl Jofré, Antonio Bustamante, René López, Mario Garay y el que habla. A continuación, fui destinado al Estadio Chile, recinto al cual fui trasladado en un jeep el mismo día” (18).
La partida de Dimter y Jofré al Estadio Chile fue confirmada por el entonces teniente y ahora teniente coronel (R) Mario Garay Martínez, otro de los sublevados del Blindados Nº 2: “Los tenientes Jofré y Dimter fueron enviados al Estadio Chile… En mi caso, fui mantenido en la Segunda División para cumplir labores administrativas y a disposición de los oficiales superiores del Estado Mayor” (19).
A las 10:20, después de haber difundido por segunda vez el último discurso de Salvador Allende, la Radio Magallanes enmudeció para siempre. A las 11:52 caía la primera bomba sobre La Moneda. Víctor Jara evidenció el impacto y llamó a su esposa. Joan relatará más tarde que en esa conversación le dijo que estuviera tranquila, que intentaría regresar a la casa, pero más tarde…
Poco antes de las 14:00, las tropas de ocupación, encabezadas por el general Javier Palacios, con contingente del Tacna y de las Escuelas de Suboficiales e Infantería, ingresaron a La Moneda. A cargo de las cinco baterías del Regimiento Tacna, que luego descerrajaron el ministerio de Educación, estaba el mayor Enrique Cruz Laugier (20).
Palacios dijo más tarde que recibieron balazos desde el interior de La Moneda en llamas y que la rápida actuación de su ayudante, el teniente Iván Herrera López (21), evitó que fuera alcanzado por otros proyectiles. Y agregó en entrevista con María Eugenia Oyarzún: “El teniente Armando Fernández Larios me vendó con un pañuelo que yo mismo le pasé para cubrir la herida. ¿Por qué estaba allí? Creo que el Servicio de Inteligencia del Ejército (SIM) envió gente por su cuenta para identificar a los prisioneros”. Palacios tenía razón. Armando Fernández Larios pertenecía ya en ese momento al equipo de inteligencia del Estado Mayor de la Defensa Nacional, que encabezaba el mayor Pedro Espinoza, grupo que había confeccionado la lista de dirigentes de personeros de la UP que había que hacer prisioneros como primera prioridad. Una tarea que los efectivos de Inteligencia del Estado Mayor del Golpe seguirían desarrollando después en el Estadio Chile.
Al interior de la UTE la gente se convulsionaba. El rector Kirberg aún no podía convencerse de que el palacio de gobierno ardía en llamas. De pronto, se escucharon gritos: “¡Al Paraninfo! ¡Al Paraninfo! ¡Ampliado general!”. En entrevista con la autora, Kirberg relata:
“Se realizó la asamblea. Estábamos todos juntos, profesores, alumnos, trabajadores. Habló el presidente de la Federación de Estudiantes de la UTE, Osiel Núñez, quien llamó a detener el Golpe… La mañana había transcurrido de manera vertiginosa. Una delegación de profesores y estudiantes democratacristianos vino a decirme que se ponía a mi disposición. Cuando aún estábamos bajo el impacto del bombardeo, llegó una patrulla de infantes de Marina. Reclamaban por una bandera a media asta que alguien había puesto. ‘O la suben, o la bajan!’, ordenaron. Acordamos quedarnos en la universidad. Éramos alrededor de mil personas.”
La estudiante Iris Aceitón no olvida esos momentos: “El grito de la UTE traspasó las paredes del Paraninfo hasta elevarse en el cielo brumoso. Un gran escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Los rostros de mis compañeras estaban llenos de lágrimas. Nos abrazábamos… Los hombres no escondían su sobrecogimiento. Fueron muy pocos los que se fueron” (22).
Todos se organizan para lo que venía y que no era otra cosa que permanecer allí, en la casa que les daba identidad. Víctor Jara era uno más.
“Allí en el patio, junto a una gran columna de concreto, apoyado en su inseparable guitarra, diviso a Víctor Jara. Está con Patricio Pumarino. Me invitan a acercarme. Víctor me habla y lo abrazo agradecida”, recuerda Iris.
Poco después, un mayor de Carabineros al mando de una patrulla llegó hasta la UTE y le comunicó al rector que estaban acordonados: “Nadie puede salir, ni siquiera pasar de un edificio a otro, porque van a recibir fuego. Estamos en Estado de Sitio y ya entró en vigencia el toque de queda”, dijo escueto.
Víctor Jara, fiel a su carácter, había decidido quedarse. Como a las 16:30 se volvió a comunicar con su esposa: “Después de algunas dificultades logré hablar con él. Me dijo que no podría llegar a la casa por el toque de queda, que tendría que quedarse en la UTE esa noche, que esperaba verme en la casa a la mañana siguiente. Que me quería mucho… Esa fue la última vez que hablamos”, relata Joan Jara.
“Nos organizamos en dos grupos, uno de ellos en la Escuela de Artes y Oficios y otro en la casa central, repartidos en diferentes dependencias. De los que estábamos en la casa central, algunos se encontraban en el sector de los ingenieros industriales y otros en el Paraninfo. La casa central cuenta con subterráneo, por lo cual nos sentíamos seguros. Víctor Jara permaneció en la Escuela de Artes y Oficios, donde estaba el mayor grupo de personas. La noche la pasó en una de sus salas”, relató el dirigente estudiantil Mario Aguirre Sánchez (23).
Efectivamente, Víctor Jara permaneció en el Laboratorio de Física de la Escuela de Artes y Oficios de la UTE. El estudiante Juan Manuel Ferrari Ramírez también estaba allí y no lo olvidó:
“Esa noche me quedó grabada su expresión porque se veía muy sereno, preocupado y triste. Estaba abrazado a su guitarra lo que lo hacía muy particular, a diferencia de las demás personas que estaban asustadas o con pánico” (24).
Luego de que el rector Kirberg llegara a un acuerdo con un contingente de Carabineros para que a la mañana siguiente se desalojara la universidad en completa calma, se inició la noche más larga que se haya vivido en la Universidad Técnica. Ni Víctor Jara ni Kirberg ni ninguno de los estudiantes y profesores que habían decidido permanecer en la UTE, podían imaginar que a esas mismas horas y a todo motor los militares golpistas preparaban el Estadio Chile para recibir a sus primeros prisioneros. Y ellos serían sus próximos moradores.
El oficial David González Toro, del Comando Administrativo del Ejército, recibió una orden que lo ligó de por vida al Estadio Chile:
“El día 11 mi general Viveros me ordenó hacerme cargo de la intendencia de un centro de prisioneros que se iba a crear. Horas más tarde se me informó que debía concurrir junto al comandante Mario Manríquez, el mayor Sergio Acuña y los sargentos Sergio Etcheverry, Caupolicán Campos y el cabo Héctor Bernal, hasta el Estadio Chile. Cuando llegamos en horas de la tarde, no había ninguna persona… Cuando llegan los detenidos, tengo claro que había personal de la Escuela de Ingenieros de Tejas Verdes, del CAE y del Regimiento de Calama. Ignoro si había personal de otra unidad… Recuerdo haber visto al comandante Manríquez en una oficina de pequeñas dimensiones ubicada siguiendo un pasillo ancho, a un costado de unos baños” (25).
El mayor Hernán Chacón Soto recibió otras órdenes respecto al Estadio Chile:
“A eso de las 16:00 del 11 de septiembre, se me ordenó por intermedio del jefe del Departamento Habitacional del Comando Administrativo del Ejército, el teniente coronel Mario Pérez Paredes, que debía hacerme cargo de una sección de la Escuela de Ingenieros de Tejas Verdes. En compañía del teniente coronel Pérez, debí trasladarme, con esta sección a cargo, hasta el Estadio Chile, constituyéndome en el lugar a eso de las 19:00, donde fui informado de que tenía a cargo la seguridad exterior del gimnasio… En esta labor y con esta sección permanecí hasta el día 15 de septiembre de 1973, según mi recuerdo, en que todos los detenidos del Estadio Chile fueron trasladados hasta el Estadio Nacional”.
Uno de los conscriptos de Tejas Verdes, M. C., relató lo que en esas horas ocurría en el Estadio Chile:
“Alrededor de las 19:00 del día 11 se nos ordena a toda la sección concurrir al Estadio Chile, a cargo del teniente Rodríguez Fuschloger y del teniente Jorge Smith Gumucio [y da los nombres de todos los sargentos, cabos y conscriptos que iban con él]. Al llegar observé varios buses con detenidos a los que bajaban con las manos arribas y eran apuntados por soldados. A mí se me ordenó apostarme en la entrada del estadio, ordenando la fila de detenidos que ingresaba. Esto duró varias horas hasta que el estadio estuvo casi lleno. De repente, junto a la fila de detenidos, vi a un hombre de avanzada edad y le permití descansar en el suelo. Fui sorprendido por el teniente Smith, quien me increpó y quiso mandarme detenido por desobediencia. Intercedió el teniente Rodríguez Fuschloger en mi favor. Posteriormente, me fui a descansar unas pocas horas en una sala en el segundo piso, y después, al regresar, el cabo R. me ordenó quedarme como centinela en la galería que estaba al frente de la entrada principal, en el pasillo que dividía la galería baja y alta” (26).
El conscripto R. A., de la Escuela de Ingenieros de Tejas Verdes, también afirma haber recibido la orden de concurrir al Estadio Chile a las 19:00 del día 11. Y recuerda que va toda su sección, la que era dirigida por el teniente Rodrigo Rodríguez Fuschloger (27). Al llegar al estadio, dice que están con él los sargentos Víctor Heredia Castro, Exequiel Oliva Muñoz y los cabos Nelson Barraza Morales, Homero Reinoso Valdés, Carlos Sepúlveda Moreno, José Galdames Arteaga, Jaime Sepúlveda López y 38 conscriptos (da todos sus nombres). También iban los sargentos Sergio Montiel Díaz y Manuel Rolando Mella San Martín, que no eran de su sección, pero que sí estaban en el Estadio Chile:
“Una vez que llegamos al estadio, a un costado estaban unos buses de Carabineros con detenidos, esperándonos a que nosotros tomáramos posición en el recinto. Para custodiar el lugar nos dividimos en turnos de seis horas. Los cabos nos ordenaban dónde teníamos que estar como centinelas. Recuerdo que estuve apostado en la entrada principal, en el costado externo. Desde mi posición podía observar la entrada de los detenidos. Era una gran cantidad. Sus pertenencias personales las dejaban en un pañuelo o cualquier otra cosa en un costado de la entrada. Toda la noche del 11 y la madrugada del 12 de septiembre llegaron detenidos. El día 12, alrededor de las 06:00, fui relevado y me fui a dormir, para asumir luego mi turno en el mismo lugar”.
No muy lejos de allí, al interior de la UTE, se vivían horas de terror: “Al final, éramos unos 600 docentes, estudiantes y auxiliares los que permanecimos en la universidad, la que fue tiroteada en forma persistente con arma de larga distancia durante toda la noche. Vehículos recorrían los alrededores disparando para atemorizarnos”, cuenta un estudiante de Ingeniería en entrevista con la autora.
Enrique Kirberg: “A la medianoche, llamaron de la Escuela de Artes y Oficios. Me informaron que había un herido: un camarógrafo, al que llamaban El Salvaje, había recibido un balazo en la espina dorsal que le comprometió los riñones. Estaba muy grave. Pedí asistencia hospitalaria, insistí frente a los militares, esperamos toda la noche… Nuestro hombre se nos murió… Y debo decir que no había armas dentro de la universidad y tampoco hubo resistencia. Se ha creado un mito: se cree que resistimos… Me da un poco de pena desilusionarlos”.
El presidente de la Federación de Estudiantes de la UTE, Osiel Núñez, también recordó muy bien esos momentos en que fue herido el camarógrafo y fotógrafo de la revista Presencia de la universidad, Hugo Araya Araya, El Salvaje: “El rector hizo varios llamados solicitando una ambulancia para trasladar al herido. Fue inútil. Como a la una de la madrugada nos informaron que Hugo Araya había muerto desangrado”, relató ante la Comisión Rettig (28).
El grupo del Regimiento “Arica” que llegó desde La Serena para reforzar las operaciones militares del Golpe, estaba conformado por dos compañías de Infantería y una batería de Artillería formada por cuatro piezas al mando del mayor Marcelo Moren Brito. Su primera misión fue “desalojar y ocupar todas las dependencias de la UTE”.
“La información de inteligencia que manejaba la Guarnición Militar de Santiago era que al interior de esa casa de estudios había entre 300 a 500 personas, muchos de ellos armados. Personal de la Armada, dependiente de la Estación Naval de Quinta Normal, en conjunto con carabineros de la Comisaría de calle Ecuador, no habían logrado el desalojo, informando que habían recibido disparos desde el interior”, recuerda el subteniente (R) Pedro Rodríguez Bustos, quien participó de la ocupación de la UTE (29).
El oficial Fernando Polanco también forma parte del contingente que estaba listo para atacar la UTE, al mando del mayor Moren Brito: “Pernoctamos ese día en el Regimiento Buin. En la madrugada del día 12, a través de una orden que presumo fue dada por el comandante del Regimiento Buin, el coronel Felipe Geyger, todo nuestro grupo fuimos a allanar y ocupar el recinto de la Universidad Técnica del Estado…El mayor Moren era quien se entendía con la superioridad y recibía las órdenes directamente del comandante de la Agrupación Santiago-Centro. Nuestra misión fue únicamente evacuar el recinto y coordinar el traslado al Estadio Chile. Aproximadamente en octubre de ese año se creó la DINA, a la que pasó directamente y únicamente dentro de nuestra agrupación, el mayor Moren Brito” (30).
Lo que no dice Polanco, más conocido en el Ejército como “El Polaco”, es que en esos mismos días también estuvo a la caza de dirigentes de la Unidad Popular. Así llegó hasta el domicilio de Félix Huerta, uno de los miembros del comité asesor más secreto de Salvador Allende. Huerta estaba inválido y Polanco lo extorsionó para que entregara la identidad de sus compañeros a cambio de la vida de su hermano, Enrique Huerta (a quien, sin embargo, ya habían asesinado). Polanco, finalmente, no mató a Félix Huerta, pero siguió su carrera en servicios de inteligencia, en el BIE, el grupo más secreto de la Dirección de Inteligencia del Ejército. Otras muertes, entre ellas la del coronel Huber, miembro de la DINA, le serían adjudicadas a lo largo de los años. Huber fue asesinado cuando se descubrió la venta ilegal de armas a Croacia una vez recuperada la democracia.
Como a las 6:00 del día 12 de septiembre, Enrique Kirberg se cambió de camisa y se afeitó. Quería estar preparado para recibir a la delegación militar que ayudaría al desalojo:
“De repente sentí un estruendo terrible. Lanzaron un cañonazo hacia el edificio de la universidad. El obús abrió un boquete inmenso y estalló dos oficinas más allá de donde yo estaba. Quedé masticando trozos de concreto. Me asomé y vi tropas atrincheradas que disparaban hacia la universidad. Los vidrios del frontis se quebraron haciendo un ruido espantoso. Nos tuvimos que tender en el suelo para esquivar los disparos. Como el ataque no cesaba, tomé mi camisa blanca, me acerqué a la ventana y la saqué hacia fuera. Oí gritos: ‘¡Salgan con los brazos en alto!’. Una mujer empezó a llorar… Me escuché decir: ‘¡No es hora de llorar!’”.
“Aproximadamente a las 7:00, yo me encontraba en las oficinas de la administración, junto a unas cien personas y vimos cuando instalaron un cañón frente al edificio principal y tiraron tres obuses. Enseguida descargaron un ataque de ametralladoras durante más de 30 minutos. Por altoparlantes un oficial pidió que nos rindiéramos. Salió todo el mundo con las manos en alto y en fila india entre dos hileras de soldados armados”, relató el profesor Carlos Orellana (31).
Enrique Kirberg: “La gente empezó a salir con los brazos en alto, pero aún así no dejaban de disparar. Mi impresión fue que los soldados estaban más asustados que nosotros. En forma violenta obligaban a la gente a tenderse en el suelo. Yo también lo hice, pero el comandante me hizo parar a punta de culatazos y me gritó: ‘¡Así que tú eres el rector, tal por cual! ¡Ahora vas a ver lo que es la autonomía universitaria!’. Violentamente me tomó de un brazo, me tiró contra una pared, amartilló su arma y me apuntó: ‘Tienes 15 segundos para decirme dónde están las armas, ¡de lo contrario disparo!’. Tuve muy claro que estaba frente a mi universidad, profesores y estudiantes me escuchaban. No sé de dónde saqué fuerzas, pero muy sereno respondí: ‘Las armas de la Universidad son el conocimiento, el arte y la cultura’. Pasaron los 15 segundos y el hombre que me apuntaba no apretó el gatillo. Llamó a un soldado y le dijo: ‘¡Apúntalo!, y si no dice dónde están las armas, tú sabes…’. Dispararon un segundo cañonazo y luego se llevaron el cañón hacia la Escuela de Artes y Oficios. Mi gente seguía tendida en el suelo. El soldado seguía apuntándome, se oían gritos y órdenes mientras las tropas derribaban puertas y ventanas y entraban disparando a los edificios”.
Apenas ingresaron, los militares pidieron que se identificaran los dirigentes estudiantiles. Osiel Núñez, presidente de la Federación de Estudiantes de la UTE, lo hizo. Fue separado inmediatamente y los golpes se iniciaron. “¿Dónde están las armas?”, era el grito que se repetía:
“Me golpeaban y me amenazaban de muerte. Me dispararon en dos oportunidades a un costado para que me decidiera a hablar. Yo insistía en que en la universidad no había armas. En ese momento llegaron a informarle al oficial al mando que se estaba produciendo un enfrentamiento en la Escuela de Artes y Oficios. Yo le pido a este militar que me permita concurrir para evitar una matanza. Acepta. Llego al lugar, pidiéndole a los estudiantes que abandonen la escuela, asegurándoles que no se les dispararía, comenzando a salir principalmente funcionarios. Luego soy llevado hasta otro sector, donde hago lo mismo, pero los estudiantes no alcanzan a salir pues los militares ingresan violentamente, disparando. Pido al oficial al mando que cesen los disparos para evitar muertes innecesarias. Se detienen los disparos y comienzan a salir estudiantes. Pero los militares continúan los disparos” (32).
El estudiante Boris Navia Pérez relata: “Los militares sacaron a estudiantes, profesores y funcionarios, hombres y mujeres, y entre culatazos nos obligan a tendernos en la calle, frente a la casa central, incluyendo al propio rector. En este lugar, permanecimos durante toda la mañana y parte de la tarde. A lo lejos se veían bultos acostados, lo que hizo pensar al vecindario que estábamos todos muertos. Entre estas personas, también se encontraba Víctor Jara” (33).
Muchos de los estudiantes y profesores que permanecieron en la UTE vieron a Víctor Jara tendido en el suelo y con las manos en la nuca, como todos sus compañeros. Así lo recuerda uno de los estudiantes que fue hecho prisionero:
“Nos trasladan a la cancha de baby fútbol de la Escuela de Artes y Oficios. Víctor queda en mi misma fila. Pasaron horas antes de que nos hicieran subir a los buses. Nos colocaron de rodillas en el suelo de la micro, con la cabeza agachada y las manos en la nuca. Víctor viajó en la misma micro que yo”.
Mario Aguirre Sánchez: “La actuación de Osiel Núñez logró disuadir a los militares y los convenció de moderar su comportamiento para que la gente pudiera salir y no ser ametrallada. En una cancha de la Escuela de Artes se nos mantuvo en el suelo, siendo golpeados por los militares que nos custodiaban mientras se allanaban diferentes dependencias. No hubo resistencia. Cerca del mediodía, termina el allanamiento y comienza el traslado de los detenidos en unos buses. Nos condujeron con la cabeza agachada, para evitar que viéramos el lugar de detención”.
Enrique Kirberg: “Después, me subieron a un jeep. A un costado de la calle, las mujeres con los brazos en alto formaban una fila. Alguien sacó a mi mujer de la fila para que se despidiera. Nos dimos un apretado abrazo. No la volvería a ver en largos once meses…”.
El rector Kirberg fue llevado al Regimiento Tacna, donde escuchó fusilamientos y se convenció de que muy pronto sería su turno. “Y como soy enemigo de las cosas tragicómicas, dudaba en si gritar algo o no antes de la descarga. Noté que tenía el cuerpo húmedo y el corazón me latía con rapidez. Quise sacar un papel y dejar un mensaje a mi familia… Me arrepentí… Cuando ya estaba preparado, me vinieron a buscar y me subieron a un jeep”. De allí fue llevado a un subterráneo del ministerio de Defensa, donde nuevamente presenció golpes e insultos. “De rodillas, vi a un cabo que recorría el recinto con un yatagán en la mano. Un oficial me sacó, me subieron a un jeep y me llevaron al Estadio Chile”.
Cuando los prisioneros de la Universidad Técnica llegaron al Estadio Chile en las últimas horas de la tarde del 12 de septiembre, fueron recibidos por un contingente militar cuyas características recuerda el entonces suboficial del Regimiento Arica de La Serena, Pedro Rodríguez Bustos, quien había participado en el asalto a la UTE:
“Quienes recibieron a los detenidos de la UTE en el Estadio Chile fueron el capitán Rafael Ahumada Valderrama, el capitán Joaquín Molina Fuenzalida [quien fue asesinado el 9 de noviembre de 1988] y el subteniente Jorge Herrera López [todos del Regimiento Tacna]. A estos oficiales los pude observar en los momentos en que me tocó entregar los detenidos de la UTE el 12 de septiembre. Ellos recibieron a los prisioneros en su calidad de encargados del recinto. El capitán Ahumada era oficial de Inteligencia, por lo que presumo le tocó participar en los interrogatorios con otros oficiales del Tacna”.
Un régimen de terror
Entre los casi 600 prisioneros de la Universidad Técnica que llegan al Estadio Chile, hay una joven de 16 años, estudiante de 4º Humanidades del Liceo Darío Salas (ubicado en Avenida España). El día 11, con algunos de sus compañeros de colegio, Lelia observó estremecida y a la distancia el bombardeo a La Moneda. Poco después, junto a otros 12 liceanos, decidieron partir a la Escuela Normal Abelardo Núñez, ubicada a pocas cuadras de la UTE. Allí pasaron la noche.
A las 6:00 de la mañana siguiente, irrumpió un contingente de carabineros en la escuela y los detuvieron. Permanecieron tendidos en el suelo de la calzada, boca abajo y manos en la nuca durante unas dos horas. De improviso, los carabineros los hicieron parar y los llevaron hasta el frontis de la UTE, donde los entregaron a un grupo de militares con brazalete color naranja. Lelia no olvida a ese sargento que les dio de comer y los hizo pasar a una casa para que pudieran llamar por teléfono a sus familias y entrar al baño. Por la conversación supieron que venían de La Serena (Regimiento “Arica”). No sabían que muy pronto ingresarían al infierno. Lelia recordó:
“Al ingresar al Estadio Chile, nos colocan en una fila con las manos en la nuca y saltando. A la entrada había cuatro o cinco mesas atendidas por personas de civil que vestían terno y corbata. Preguntaban nuestros nombres, militancia y el por qué de nuestra detención. También nos quitaban nuestra cédula de identidad, la que después debíamos retirar en el ministerio de Defensa, según nos instruyeron. Nos separan: los hombres a una galería, las mujeres a otra. En la tarde del día 12, un funcionario de Ejército nos dio un discurso: dijo que los días del marxismo habían terminado…”
El estudiante de la UTE Mario Aguirre Sánchez, también recordó esa arenga: “Un militar que se identificó como el encargado del recinto, tomó un micrófono e hizo una arenga diciendo que él tenía autorización para matar y no quería ser privado de ese gusto. Nos intimidó diciendo que los soldados también contaban con esa autorización con las ametralladoras que disparaban 30 proyectiles por segundo y eran conocidas como ‘las sierras de Hitler’ ya que cortaban a los que asesinaban”.
Años más tarde (2004), el coronel Mario Manríquez Bravo (34) reconocerá en un careo: “Es efectivo que les manifesté a los prisioneros que estas armas se habían conocido en la Segunda Guerra Mundial como ‘las sierras de Hitler’, caracterizadas por una cadencia de tiro alta que podían cortar una persona en dos”.
El conscripto C.E., de la dotación de Tejas Verdes, ingresó al Estadio Chile alrededor de la 11:00 del 12 de septiembre. Recuerda: “Iban llegando camiones con prisioneros. El teniente Pedro Barrientos nos ordena formar un cordón para la fila de detenidos a los que muchos dan culatazos. Una vez que los detenidos ingresaron al estadio, el sargento Mella nos distribuyó en diferentes sectores para custodiar a los presos, ubicados en la platea y en la cancha, ya que en la galería había una ametralladora punto 30, a cargo de un soldado que tenía la orden de disparar en caso de cualquier cosa. A mí me correspondió estar en el costado sur poniente de las galerías, donde se encontraban alrededor de unos 70 extranjeros de distintas nacionalidades [Y da los nombres de los oficiales Jorge Smith Gumucio, Rodrigo Rodríguez Fuschloger y Jorge Garcés Von Hohenstein, que los comandaban (35)]. La estadía en el recinto no era buena, ya que no recibimos comida durante unos tres días y menos los detenidos, además que no había agua y los baños eran insalubres”.
Enrique Kirberg: “Apenas llegué al Estadio Chile, me ubicaron contra la pared, con los zapatos pegados a la muralla y los brazos en alto. Un soldado me apuntaba. Vi llegar más gente, en fila y con las manos en alto y trotando. Vi pasar a Víctor Jara a mi lado. Me dirigió esa sonrisa ancha que lo caracterizaba. Le hice señas con mi mano… Una hora más tarde me subieron a otro jeep y me llevaron de regreso al Regimiento Tacna (36)”.
El profesor de la UTE Carlos Orellana también está manos en la nuca en la fila de prisioneros que esperan su ingreso al estadio: “Éramos varios miles de prisioneros. Los militares habían constituido grupos y cada detenido llevaba un número. Víctor Jara quedó en mi grupo. Vi cuando un oficial lo golpeó. Parece que el oficial lo reconoció, se acercó a él y le dio un puñetazo en el rostro. Víctor recibió el golpe sin caerse. El oficial llamó a unos soldados y les ordenó que se lo llevaran. Eso sucedió en los corredores del estadio. Los soldados tomaron a Víctor por los brazos y lo condujeron al subsuelo. Antes de este incidente Víctor no presentaba ninguna herida”.
El profesor Ricardo Iturra Moyano: “A la llegada al Estadio Chile, en la misma fila que yo, unas quince personas más adelante, estaba Víctor Jara. En el momento en que ingresaba al estadio, un uniformado lo detuvo y lo proyectó violentamente contra el muro, mientras lo insultaba y le propinaba golpes… Después, cuando Víctor Jara vino a sentarse frente a mí, noté que llevaba las manos adelante, con los dedos encogidos y parecía sufrir terriblemente” (37).
El profesor de la UTE César Fernández Carrasco también estaba en esa fila de prisioneros: “Víctor Jara se encontraba en la fila cuatro o cinco hombres detrás de mí. Un soldado lo identificó e informó a su superior. Víctor Jara fue retenido por varios soldados y golpeado. Su pecho fue golpeado tan fuerte con las culatas de los fusiles que cayó al suelo… ” (38).
Julia Fuentes dice no haber visto a Víctor Jara al interior del Estadio Chile, pero como casi todos los conscriptos, soldados y oficiales que dominaban el recinto, supo que allí estaba. Julia no era una prisionera, aunque en cierto sentido también lo fue. Porque Julia era cocinera del estadio antes del día 11 de septiembre y el 12 llegó hasta su casa una patrulla militar que la condujo directo al recinto deportivo. Durante un mes, sin derecho a salir, cocinó para los oficiales y algo para los conscriptos a cargo del Campo de Prisioneros. Ingresó escoltada al local que ella tanto conocía, por un pasillo ubicado al costado derecho de las boleterías. Le advirtieron que caminara al frente sin mirar:
“Fue inevitable, lo hice…había un grupo de hombres semidesnudos, tirados en el suelo, amontonados uno encima del otro. No supe si estaban vivos o muertos, pero la piel se las vi de color muy oscuro, no pudiendo precisar si era por hematomas o moretones. Vi también manos, muchas manos que se agitaban y pedían agua. Subí al segundo piso directo al casino y a la cocina y por donde transité no tenía visión a la cancha. En el comedor comían los militares, pero en mesas separadas los oficiales. Los primeros 15 días dormí en una colchoneta en la misma cocina. Después me dieron una pieza. Recuerdo haber visto desde la cocina cuando los soldados juntaban todas las mesas del comedor y de sus bolsillos sacaban puñados de billetes que habían robado a los prisioneros. Recuerdo haber visto en un pasillo a prisioneros que eran empujados por los soldados que les clavaban las bayonetas. También haber sentido muchos disparos al interior todo el día, tanto de fusiles como de ametralladoras, las que reconocía por su tableteo inconfundible…Varios días después que me llevaron al estadio, un soldado me comentó secretamente en la cocina: ‘Se nos terminó el cantante Víctor Jara, porque lo mataron’. Ese mismo soldado me comentó días después en privado: ‘Esta noche van a sacar del estadio 40 camiones cargados con muertos que van a ir a dejar al Cerro Chena’” (39).
El dibujante técnico Guillermo Orrego Valdebenito no fue hecho prisionero en la UTE, pero él sí vio a Víctor Jara en el Estadio Chile. En 1973 trabajaba en la empresa Standard Electric, ubicada en el cordón industrial Vicuña Mackenna. Fue detenido en Textil Progreso en la tarde del 12 de septiembre junto a otros 60 trabajadores, los que fueron llevados en buses al Estadio Chile por carabineros y personal de Ejército:
“Aproximadamente el 13 o 14 de septiembre recuerdo haber pasado junto a Víctor Jara, a quien reconocí inmediatamente puesto que, además de ser un artista reconocido, se desempeñaba como profesor en la UTE donde yo tomaba clases vespertinas de dibujo técnico. Se notaba a simple vista que había sido maltratado y muy golpeado en la cara, aunque se encontraba de buen ánimo. Víctor estaba rodeado de estudiantes y gente de la UTE. Muy cerca de ellos, estaba un grupo proveniente de la CORFO”.
Uno de esos profesionales detenidos en la sede de la Corporación de Fomento de las Producción (CORFO), el ingeniero Julio Del Río Navarrete, recuerda:
“El 12 de septiembre fui detenido en la oficina central de la CORFO, ubicaba en Ramón Nieto con Moneda, junto con los demás profesionales que allí estábamos, entre los cuales puedo citar a Alfredo Cabrera Contreras, ingeniero comercial; Hugo Pavez Lazo, abogado; Gustavo Muñoz López, ingeniero comercial, y otros cuyos nombres no recuerdo. Fuimos trasladados a pie por el centro de Santiago hasta La Moneda y enviados al ministerio de Defensa, donde fuimos interrogados y golpeados en los subterráneos. En la tarde del día 13, fuimos trasladados al Estadio Chile en microbuses. Ingresamos por el acceso de calle Unión Latinoamericana, en donde vimos por primera vez al oficial Mario Manríquez, quien nos recibió y preguntó de dónde veníamos. Cuando le respondimos, dijo que nosotros éramos los ‘ideólogos del sistema o del gobierno’ y que éramos comunistas. Desenfundó una pistola, pasó bala, me la puso en la sien y preguntó cuál era mi militancia. Al responderle que era independiente, dijo que estaba mintiendo y que ahora todos éramos independientes. En ese momento sacaron el cadáver de un niño que no debe haber tenido más de 12 o 13 años, a lo cual Manríquez nos dijo que nos iba a pasar lo mismo si no decíamos la verdad. Luego nos envió al subterráneo donde había un grupo de ocho oficiales jóvenes con boina roja. Nos colocaron contra la muralla. Nos amarraron las manos atrás y nos golpeaban en la espalda con puños y pies. Un oficial nos golpeaba con un linchaco. Nos preguntaban dónde se encontraban las armas y especialmente por el paradero de Pedro Vuscovic, quien había sido ministro de Economía y hasta ese momento vicepresidente ejecutivo de la CORFO. Incluso preguntaban por la remuneración que recibíamos. Hasta que llegó Mario Manríquez, comandante del recinto, acompañado de su plana mayor, formada precisamente por los oficiales que nos golpeaban. Se produjo un diálogo que duró aproximadamente dos horas, en donde se discutió y conversó acerca del gobierno de la Unidad Popular. Le hice presente a Manríquez que yo estaba a cargo de la parte logística que abastecía al Ejército, Armada y Fuerza Aérea, por lo cual había tenido mucho contacto con oficiales de las Fuerzas Armadas, lo que además cumplía por instrucciones directas del Presidente de la República. En medio del diálogo, Manríquez dijo que nosotros éramos ‘recuperables’. En la conversación intervino un oficial que manifestó haber estado preso hasta el día 11 de septiembre por los hechos conocidos como el ‘Tanquetazo’, igual situación de otros de los oficiales, dijo. Como le manifestáramos a Manríquez nuestra preocupación por los robos reiterados de los que habíamos sido objetos, éste dijo que se hacía cargo. Le entregamos nuestro dinero y él le entregó a Alfredo Cabrera una tarjeta donde figuraba su lugar de trabajo habitual: el Comando de Apoyo Administrativo del Ejército, ubicado en Alameda al llegar a Portugal. Nos dijo que concurriéramos después a buscar el dinero a este lugar y que nos lo devolvería. Y así ocurrió efectivamente, cuando recuperamos la libertad. Una vez que terminó la conversación, Manríquez ordenó que nos trajeran comida y nos dieran unas colchonetas para dormir, ante el reclamo de los oficiales. Nos dormimos. Pasado un tiempo que no puedo precisar, fui despertado por Souper, un oficial de contextura delgada, baja estatura y rostro muy fino. Dijo que debíamos subir a las graderías porque allí corríamos peligro…Entendimos de inmediato: ya habíamos experimentado el interrogatorio. Una vez que nos subieron a las graderías, fuimos situados en las del lado norte, donde se encontraba un grupo seleccionado de prisioneros. Allí estaba también Víctor Jara. Se encontraba solo, sin gente a su alrededor y en la parte alta, cerca de una caseta de transmisión. Horas antes, cuando aún estábamos en el subterráneo, lo había divisado en un camarín. Su cara era muy conocida. Estaba muy mal, golpeado y con un ojo prácticamente cerrado. Con mis compañeros decidimos ir a verlo para saber qué necesitaba. Tenía su rostro hinchado por los golpes y un ojo cerrado, parece que el derecho. Sus manos no las podía mover, se le notaban fracturadas, hinchadas y llagadas. Permanecimos con Víctor alrededor de una o dos horas hasta que a nosotros nos bajaron a la cancha para ser trasladados al Estadio Nacional” (40).
El dibujante técnico Guillermo Orrego fue testigo de otro hecho que grafica lo que en esas horas vivían Víctor Jara y los más de cinco mil prisioneros del Estadio Chile:
“En una oportunidad, un militar me mandó a la enfermería con otro detenido que tuvo un ataque de nervios y que trabajaba en Textil Progreso. En la enfermería, como asimismo en el foyer que da al acceso del estadio, perpendicular a la Alameda, pude ver a varias personas tendidas en el suelo que no se movían. Podrían haber sido alrededor de 20. Algunas estaban cubiertas con sábanas blancas, pero todos estaban ensangrentados. Escuché algunos quejidos. Nadie los custodiaba. Los oficiales a cargo eran del Ejército, usaban uniforme verde oliva con boinas de color rojo granate. El militar a cargo del recinto era un oficial que habrá tenido entre 40 y 50 años, de bigote y un poco corpulento, al que posteriormente reconocí en la prensa como un oficial de apellido Manríquez. Había otros oficiales, más de 20, que se distinguían porque daban órdenes y se imponían por su voz de mando. Algunos de ellos llevaban boina negra y otros una especie de quepis color verde oliva. Con mayor certeza recuerdo a un oficial de boina negra, bigote grueso y negro y tez morena, quien disparó una ráfaga de metralleta al aire y a otro que se autodenominó ‘El Príncipe’, ya que cuando se dirigía a los prisioneros no tenía necesidad de usar micrófonos: decía que tenía ‘voz de príncipe’. Era un oficial alto, de contextura mediana, tez muy blanca, sin bigote, cabello rubio y liso. No recuerdo que usara boina ni quepis. Portaba un linchaco con el que les pegaba a los detenidos, siendo especialmente cruel y vulgar en su trato” (41).
Avanzada la investigación judicial y cuando ya el comandante Mario Manríquez no pudo seguir negando los muertos en el Estadio Chile y tampoco que él era el oficial al mando, afirmó:
“Al momento de constituirme en el Estadio, llamé por teléfono a mi superior jerárquico del CAE, el coronel Martínez, a quien le informé que estaba operando personal de Inteligencia en el subterráneo del Estadio, que pertenecía a las cuatro ramas de las Fuerzas Armadas. Me ordenó que los dejara funcionar, ya que éstos realizaban una labor importante considerando el estado del país…Tengo la certeza interna de que la gente de Inteligencia del subterráneo también retiraba prisioneros y los sacaba fuera del estadio, puesto que tenían sus propios vehículos y no había ningún control sobre ellos: obedecían solamente a sus mandos institucionales. Recuerdo que uno de los tenientes jóvenes del Regimiento Blindado siempre andaba con un linchaco. No es parte del entrenamiento del Ejército el uso de un arma como el linchaco” (42).
“Había un teniente de características germánicas, de boina granate, quien era muy loco y golpeaba mucho a los detenidos. Los mismos soldados y cabos se preocupaban por él, ya que no se sabía su reacción. Nadie aprobaba su acción, pero al ser oficial nadie le decía nada. Incluso el comandante, el coronel Manríquez, no sabía qué hacer con él. Los conscriptos le decían ‘El Príncipe’”, relata un soldado en el expediente del caso.
A la joven estudiante Lelia le costó años sacarse la voz y las manos de “El Príncipe” de encima: “Estuve en el Estadio Chile hasta el 18 de septiembre. Durante esos días sufrí múltiples vejámenes, agresiones sexuales y torturas en sesiones de interrogatorios. Los interrogatorios se hacían en los camarines y baños del estadio, y los interrogadores cambiaban. Entre ellos recuerdo a uno que llamaban ‘El Príncipe’, el que me torturó en varias ocasiones” (43).
Uno de los prisioneros del Estadio Chile complementa los relatos y describe a ‘El Príncipe’: “Alto y rubio y con pañuelo naranja al cuello. Alardeaba con voz potente que ahora tendrían que pagársela estos marxistas por haberlo tenido detenido el 29 de junio [el día del ‘Tanquetazo’]”.
Y sí, precisamente en el Estadio Chile estaba un grupo de los oficiales que protagonizaron la rebelión del Regimiento Blindados Nº 2. Habían sido destinados al campo de prisioneros apenas fueron liberados el mismo día 11, ya que se encontraban procesados por el delito de sublevación militar. Interesante resulta contrastar las declaraciones de los testigos acerca de la descripción física de “El Príncipe”, con la que hizo el entonces teniente y hoy brigadier (R) y próspero empresario Raúl Jofre, de los oficiales que afirmó que lo acompañaban en el Estadio Chile Edwin Dimter, Rodrigo Fuschloger y Luis Bethke Wulf (44). Jofré, también protagonista de la rebelión del Blindado Nº 2, dijo:
“Edwin Dimter era delgado, alto, tez blanca rubio y con voz potente y fuerte. Debe haber tenido una estatura de un metro ochenta y cinco centímetros, y no creo que haya utilizado boina granate, debe haber utilizado quepis. Luis Bethke, del arma de Infantería, era fornido, un poco más bajo que Dimter, de tez blanca, pelo rubio y con un tono de voz fuerte. Rodrigo Rodríguez Fushlocher era alto, de un metro noventa centímetros, había sido seleccionado nacional de básquetbol, tenía el pelo castaño oscuro y no era de tez blanca… Recuerdo a estos oficiales porque con Rodríguez Fuschlocher y Bethke dormíamos en la misma pieza en el estadio”.
El brigadier (r) Raúl Jofré (45), quien no recordó ante la justicia que hubiera ametralladoras emplazadas en la parte alta del Estadio Chile, sí hizo acopio de su memoria y afirmó:
“El oficial que puede responder a estos rasgos es Edwin Dimter (46), con quien serví un año en el Regimiento Blindado, pero siempre tuvimos una relación estrictamente profesional y no fuimos amigos. La personalidad de Dimter era la de una persona de difícil trato, muy inteligente, pero con poco criterio y tenía una gran prestancia física. No tengo muy claro qué actividades desarrolló en el Estadio Chile” (47).
En el proceso, Dimter negó toda relación con ‘El Príncipe’. Dijo que mientras estuvo en el Estadio Chile utilizó “tenida de combate: parka reglamentaria de color gris azulino y como cubrecabeza el quepis del reglamento. No usé boina”. Y repetirá: “Yo no soy el oficial que se ha descrito ni tampoco maltraté ni di muerte a prisionero alguno en el Estadio Chile”. Y a continuación se explayará sobre otros oficiales que podrían corresponder a esas características:
“Un teniente menos antiguo que yo, de apellidos Rodríguez Fuschlocher, que era de Concepción y basquetbolista, más alto que yo, de contextura atlética y de pelo castaño claro. Asimismo, había otros dos oficiales que tenían apellidos alemanes: el teniente Bethke, quien era como de mi estatura, delgado y de cabello claro. El otro oficial, era un teniente más antiguo que yo, de apellido Haase [se refiere a Nelson Haase (48), de Tejas Verdes que sí estaba en el Estadio Chile], del arma de Ingenieros, quien se encontraba en Santiago en tratamiento médico en el Hospital Militar por una enfermedad relacionada con la salud mental, según él me refirió” (49).
Pero el conscripto C.A., de la dotación de Tejas Verdes, sí vio al teniente Edwin Dimter (50) torturar y asesinar a un prisionero: un joven al que describe “bien vestido y con apariencia de provenir de una familia de buena situación económica, que decía ser estudiante de Arquitectura”. Dimter había llegado con un block de dibujos que pertenecía al joven y lo acusó de “hacer planos de instalaciones militares”. El conscripto fue testigo de cómo Dimter lo interrogó en alemán, para luego asesinarlo “de un disparo en su cabeza con un fusil SIG”. C.A. recordó la escena que siguió y que le quedó grabada: “Saltó masa encefálica del joven a la pared… Luego, el teniente Dimter le sacó el reloj marca Seiko que el joven portaba en su muñeca, y se lo entregó al comandante Manríquez diciéndole: ‘¡Es un trofeo de guerra!’”.
Un incidente ocurrido alrededor del 14 de septiembre conmocionó a los conscriptos de Tejas Verdes. Casi todos lo recuerdan:
“Cuando estaba de servicio fui relevado por otro conscripto y me dirigía hasta el pasillo de las galerías, cuando escucho un disparo y concurro hacia donde se había producido, observando que el soldado M. le había disparado a un joven que se había abalanzado contra él, quedando el soldado muy mal anímicamente”, recuerda el conscripto C.E.
El autor del disparo también lo relató: “Aproximadamente el 15 de septiembre, alrededor de las 20:00, un detenido que había sido fuertemente golpeado por otros funcionarios, trato de quitarme el fusil SIG, forcejeando con él pues trataba de sacármelo. Instintivamente se me escapó un tiro, dándole en el pecho o en el estómago. Fui llevado hacia la salida por un grupo de funcionarios de Ejército de distinto grado. Incluso llegó el jefe del recinto, el coronel Manríquez, quien me señaló que estaba bien lo que había hecho, ya que el detenido podía haberme quitado el fusil y habría sido un mal mayor”.
Víctor no vuelve a casa
Joan Jara esperó ansiosa el regreso de su esposo. Pero Víctor Jara no regresó el 12 de septiembre. Junto a sus hijas intentó seguir el curso de los acontecimientos desde su hogar. Hasta que en la tarde, la televisión le dio la noticia de que la Universidad Técnica había sido tomada por los militares y que “un gran número de extremistas había sido detenido”. El jueves 13 se enteró que profesores y alumnos de la UTE habían sido llevados al Estadio Chile. Esa misma tarde recibió un llamado:
“A las 16:30 un muchacho llamó por teléfono. Me dijo que él había estado en el Estadio Chile, que había podido salir y que tenía un recado para mí de Víctor. El último mensaje que me mandó Víctor fue que tuviera valor, que cuidara a las niñas, que él pensaba que no iba a poder salir del estadio, que pensaba en nosotras… Estábamos encerradas en la casa sin saber qué hacer, sin información”.
Joan Jara jamás mintió. Cada uno de sus testimonios se apegaron siempre a la verdad. Años más tarde aparecería esa última persona que le transmitió el mensaje de su marido: Hugo González González
“Fui detenido el 12 de septiembre en la vía pública por toque de queda y llevado al Estadio Chile. El 13 de septiembre me encontré con Víctor Jara en una especie de pasillo, a un costado de la cancha. Estaba solo y sentado, sin custodia militar, con señales físicas de haber sido muy golpeado, siendo las de su rostro las heridas más notorias. Me acerqué a hablar con él. Me contó que había sido detenido en la Universidad Técnica y que había sido reconocido en el estadio por el comandante del recinto: un militar con bigotes, un poco macizo, de pelo negro y de mediana edad. Que este militar lo había apartado de los demás detenidos, siendo posteriormente sometido a apremios físicos por el mismo oficial. Víctor Jara me indicó que fue amenazado por el comandante del Estadio Chile, sin precisarme qué tipo de amenaza. Y me solicitó que llamara a su cónyuge, Joan Turner, a fin de comunicarle dónde se encontraba su renoleta, la que había dejado estacionada en las cercanías de la Universidad Técnica. Salí libre el 14 de Septiembre de 1973. Ignoro si Víctor Jara seguía en el lugar donde lo vi, ya que con posterioridad a nuestro primer encuentro solo lo divisé una vez más, en el mismo sitio, sin poder precisar el día exacto. Luego de salir en libertad, cumplí con lo que le había prometido a Víctor Jara y le di su recado a Joan Turner. La llamé desde un teléfono público que estaba en la Alameda al número que Víctor Jara me señaló. Le dije a la señora Turner la ubicación de la renoleta y ella me preguntó por el estado de Víctor. Le respondí que se encontraba bien… (51)”.
La amenaza que recibió Víctor Jara y que guardó en su memoria Hugo González, tuvo otro testigo: Wolfgang Tirado, entonces prisionero en el Estadio Chile:
“En la mañana del 13 de septiembre pude cambiarme de ubicación en el Estadio Chile y acercarme a las rejas donde tenían lugar los procedimientos de liberación. Allí vi nuevamente a Víctor Jara. Advertí que estaba conversando con un oficial de Ejército que lo había reconocido. Vi que lo empujaron y le dieron golpes con los pies. Recuerdo que el oficial hizo un gesto con su mano a través de su cuello, indicando a Víctor que le cortaría la cabeza. El oficial ordenó a dos soldados que lo llevaran aparte. En ese momento fue que le dieron puntapiés y culatazos. No volví a ver a Víctor después de eso” (52).
El arquitecto Miguel Lawner también vio a Víctor Jara el 13 de septiembre. Lawner, quien era el principal directivo de la Corporación de Mejoramiento Urbano (CORMU), había sido detenido en su oficina, donde permaneció junto a otros trabajadores de la misma entidad hasta el 12 de septiembre. Fue llevado al Estadio Chile y salió de allí gracias a la intervención del general Arturo Viveros, a raíz de la relación entablada entre ambos por un convenio firmado entre el Ejército y la CORMU. Lawner lograría salir con vida del Estadio Chile para ser enviado, al igual que el rector de la Universidad Técnica, Enrique Kirberg, como prisionero a Isla Dawson. Jamás imaginó que el episodio de su encuentro con el general Viveros en esos días del Estadio Chile sería importante para identificar 30 años más tarde al comandante del Estadio Chile. Esto es lo que Miguel Lawner relató en el proceso:
“Al regresar a la sala de acceso al estadio, cargando las colchonetas, en una escalera con un pasamano de hierro, a unos 6 o 7 metros, pude observar a Víctor Jara. Estaba solo. Soldados lo custodiaban en las cercanías, por lo que me acerqué, pudiendo apreciar que estaba muy golpeado y torturado, pese a lo cual permanecía de pie. Lo que recuerdo es que debe haber sido muy tarde. Ese 13 de septiembre de 1973 fue la última vez que pude ver a Víctor Jara con vida” (53).
Boris Navia: “El jueves 13, en horas de la tarde, se produjo un gran revuelo en el estadio al llegar varios buses trayendo pobladores de La Legua. Se dijo que habían resistido con armas a las fuerzas militares. Hubo gente muerta, algunos muy malheridos y otros llevados a los subterráneos. Se produjo un olvido transitorio de la existencia de Víctor Jara. Y entonces, los profesores y funcionarios de la UTE que vigilábamos de cerca la suerte de Víctor, aprovechamos ese momento para arrastrarlo a las galerías y tratar de hacerlo uno más de los prisioneros. Él miraba por un solo ojo, ya que el otro lo tenía totalmente inflamado. Le limpiamos la sangre de su cara y un carpintero de la UTE le pasó su vestón para darle abrigo. En nuestro intento de disfrazar su figura, alguien nos proporcionó un cortaúñas y con mucho cuidado empezamos a cortarle su ensortijado pelo tan característico. Un soldado le regaló un huevo crudo. Dijo que se lo comería como lo hacían los campesinos de Lonquén: lo perforó en la parte inferior y luego lo succionó. Víctor se reanimó. Pese a sus heridas, compartió sus temores respecto de su familia y de sus amigos”.
Carlos Orellana: “El jueves 13 me encontré con Víctor Jara cuando los militares comenzaban a organizar a los presos en grupos. Tenía el rostro muy maltratado, hinchado y sangre en la cara y en la ropa. Sus manos estaban muy hinchadas y solo podía moverlas con gran dificultad. Nos contó que había sido golpeado durante gran parte de la noche por el mismo oficial del ingreso. Y nos dijo que este oficial lo reconoció y era hermano de un hombre con el cual había tenido un altercado dos o tres años antes en el Colegio Saint George de Santiago, donde había cantado Preguntas por Puerto Montt, produciéndose un incidente con algunos alumnos, entre ellos el hermano del oficial y uno de los hijos del ministro al que aludía la canción [Edmundo Pérez Zujovic, quien fue ministro del Interior del Presidente Eduardo Frei Montalva y que fuera asesinado por un comando extremista el 8 de junio de 1971]. El oficial había evocado este hecho en el transcurso de la noche…Víctor permaneció con nosotros durante dos o dos días y medio”.
El relato de Orellana es corroborado por otro prisionero: “El jueves 13, cuando Víctor Jara subió por fin a las graderías, junto a Carlos Orellana y otros detenidos, curamos como pudimos sus heridas. Nos turnábamos para ir al baño y mojar nuestros pañuelos con los cuales hacíamos compresas para calmar la hinchazón. El viernes 14, alrededor de las 11:00 de la mañana, un familiar me envió con un sargento unas galletas y un tarrito de mermelada. Las galletas eran fáciles de repartir, ¿pero cómo repartir la mermelada? Se nos ocurrió que cada uno tenía el derecho de meter el dedo en el tarro, darlo vuelta y sacarlo para chuparlo… Me parece ver hoy el dedo de Víctor chorreando de mermelada… Él estaba mucho mejor: sus labios y su cara se habían deshinchado un poco”.
Cuesta que algún conscripto u oficial que estuvo en esos días de septiembre en el Estadio Chile hable de Víctor Jara. Todos saben que era uno de los prisioneros, pero callan. Pareciera que, con los años, el secreto que ha rodeado su muerte, impuesto por el Ejército, ha permeado a cada uno de los hombres. Pero también, hay culpa. Mucha culpa y recuerdos de todos esos hombres y mujeres que allí murieron, de los que se desconoce su identidad y cantidad. Pero en esos días de 1973 lo que imperaba era la impunidad total. Porque el poder mayor lo tenían los oficiales y soldados que accedían al recinto donde se interrogaba a los detenidos. Allí donde a los pocos días, según los testimonios judiciales más fidedignos, llegaron oficiales de la Academia de Guerra del Ejército.
El entonces subteniente Pedro Rodríguez Bustos, quien participó del asalto a la UTE y cuya unidad fue después asignada como refuerzo al Regimiento Tacna, relata:
“Recuerdo que el día 16 o 17 de septiembre, me correspondió ir por segunda vez al Estadio Chile, donde pude constatar que las condiciones de los prisioneros eran malas, se notaba que era gente cansada, aunque no puedo asegurar que habían sido golpeados. En esta oportunidad constaté que la situación del estadio había variado. La guardia del mismo seguía correspondiendo a personal del Ejército, del Regimiento Tacna, pero los encargados de los interrogatorios dentro del estadio y de chequear a los detenidos, era personal del área de Inteligencia de la Guarnición de Ejército de Santiago, con refuerzo de alumnos de Segundo y Tercer Año de la Academia de Guerra, con el grado de mayor y teniente coronel, con la misión de dirigir los interrogatorios”.
Entre esos oficiales de la Academia de Guerra que llegan al Estadio Chile a reforzar los equipos de interrogatorios, se repiten dos nombres: el mayor Hernán Chacón Soto, entonces alumno de primer año de la academia, y Víctor Echeverría Henríquez, del segundo año. Este último, quien se fue a retiro como coronel, sería visto después en Villa Grimaldi, una de las principales cárceles secretas de la DINA (su hija sería más tarde subsecretaria de Marina, en el ministerio de Defensa del gobierno de Michelle Bachelet, 2006-2010, pero no podría asumir como subsecretaria de Fuerzas Armadas en 2014 luego de que se hicieran públicas otras acusaciones de tortura contra su padre).
El coronel (r) Juan Jara Quintana, quien también estuvo destinado en esos días en el Estadio Chile, relató:
“Se encontraban en el Estadio Chile, además, unos 40 oficiales de la Academia de Guerra del Ejército, del Primero y Segundo año, quienes cumplían un horario de cuatro horas y eran relevados por sus mismos compañeros ya que la academia les quedaba muy cerca: en García Reyes con Alameda. Entre quienes se desempeñaban en el control de ingreso de detenidos del Estadio Chile, recuerdo a los oficiales Rubén Burgos Vargas, Víctor Echeverría Henríquez (quien fue mi segundo comandante en el Regimiento Rancagua en Arica a fines de 1980), Sergio Urrutia Francke, Patricio Vásquez Donoso y Hernán Chacón Soto, entre otros” (54).
El testimonio de Jara fue ampliado por otro de los oficiales de la Academia de Guerra que sería destinado al Estadio Chile: el oficial Alejandro González Samohod, quien llegó a ser un importante general del régimen militar. González reconoció haber estado en el estadio y afirmó también haberse encontrado allí con su compañero de la Academia de Guerra, Richard Quass:
“Días antes del 11 de septiembre, siendo alumno de Conducción Estratégica, Tercer Año, en la Academia de Guerra, fui destinado como integrante del cuartel general del comandante de las Fuerzas Militares de la Región Metropolitana, bajo el mando del general Sergio Arellano Stark. Durante los 10 días que allí me desempeñé, alrededor de tres debí cumplir funciones en el Estadio Chile, ya que fui enviado a colaborar en la seguridad del recinto, sin contacto directo con los detenidos”.
Raúl Jofré corroboraría el rol de los oficiales de la Academia de Guerra en la instalación de los campos de prisioneros, cuando declaró: “Fue a la hora de almuerzo del 12 de septiembre, cuando mi coronel Oscar Coddou, en ese tiempo jefe de un Cuartel General de la Comandancia de Guarnición y profesor de la Academia de Guerra, me envió a reforzar el Estadio Chile, el que se estaba creando como centro de detención provisorio en espera del Estadio Nacional”. Jofré también diría que entre los interrogadores había “un oficial de reserva de la Armada, de apellido Prieto [Daniel Prieto Vidal, quien actualmente se presenta como ‘consultor de asuntos internacionales’, declaró el 26 de octubre 2007. Tiene un largo historial en Inteligencia de la Armada]”.
“En la puerta de acceso a la cancha del estadio, precisamente en el costado nororiente, se encontraba el acceso al subterráneo. En dicha puerta había un oficial con tenida de salida del Ejército, el cual mandaba a pedir a los distintos presos. En este subterráneo se interrogaban a los detenidos. Era un sector cerrado y con un solo acceso. En una oportunidad, por curiosidad, traté de bajar a dicho sector, pero otro soldado me señaló que no me lo recomendaba, ya que recientemente habían matado a alguien y estaba lleno de sangre. Desde afuera, no se escuchaban los disparos. En este lugar había personal muy probablemente de Inteligencia del Ejército”, cuenta el conscripto C.E.
El conscripto M.C., recuerda: “Los interrogatorios se realizaban en un subterráneo que se ubicaba en la planta baja donde estaban los camarines. A este lugar no teníamos acceso, pero sí los oficiales, entre ellos, Rodrigo Rodríguez y Jorge Smith, además de civiles y otros oficiales de Ejército. Para ser llevados a este lugar, los detenidos comúnmente eran sacados de las galerías por los soldados que custodiaban ese sector. Regresaban en muy mal estado…En una oportunidad, en horas de la noche, no podría señalar fecha, estando de guardia centinela en la galería ubicada frente a la entrada, la que tenía una pequeña visión a la puerta de la sala de interrogatorios que daba hacia la salida del estadio, observé que sacaban varios cuerpos, casi desnudos. Fueron subidos a una ambulancia, la que se fue con rumbo desconocido. Era un comentario común que desde ese lugar, en horas de la noche, sacaban los cadáveres del subterráneo. Por comentarios de los mismos soldados se sabía que Víctor Jara estaba recluido en el estadio, pero ignoro en qué lugar. Un día, alrededor de las 14:00, otro conscripto me señaló que Víctor Jara había muerto… No quise consultar más”.
El conscripto C.E.: “En el estadio yo estuve a cargo de cuidar a los extranjeros, alrededor de 60, entre ellos, dos mexicanos que estaban en el hall en malas condiciones físicas. En una oportunidad, puede ser entre el 13 o 14 de septiembre, en horas de la tarde, un oficial de boina granate de la especialidad blindado, me mandó a custodiar a dos detenidos que él mismo me dijo que eran mexicanos. Después de aproximadamente veinte minutos, me señala que lo acompañe junto con los detenidos, conduciéndome hacia el exterior, precisamente a calle Bascuñan Guerrero, donde estaba apostada una ametralladora. El teniente me dijo que dejara a los detenidos en el trayecto y que él los llevaría ‘a dar un paseo’, y se dirigió hacia la ametralladora. Era el término para señalar que serían fusilados. A los pocos minutos sentí la ráfaga, presumiendo que les dieron muerte. Era común sentirla disparar, principalmente en la noche. Los muertos eran tirados a la excavación de los trabajos del Metro, los cuales eran recogidos por una ambulancia que pasaba diariamente, la cual pude ver a distancia: un vehículo blanco como de hospital. Se comentaba que el teniente que me dio la orden de cuidar a esos dos mexicanos, era el mismo que había chocado con su tanque las puertas del ministerio de Defensa para el ‘Tanquetazo’. Se distinguía del resto de los oficiales porque usaba boina granate”.
“Sacar a pasear”. Una expresión que hasta hoy estremece a muchos de los soldados que pasaron por el Estadio Chile. Para la mayoría significa fusilamiento. Pero también, dónde se procedería a la ejecución. El conscripto G.M., dice corto y directo: “La frase significaba que a los detenidos los iban a fusilar o en la calle que daba hacia la Alameda o en el subterráneo”. “Significaba que a los detenidos los iban a fusilar en la calle hacia la Alameda”, dice el soldado M.T.
Las graderías del Estadio Chile se fueron repletando de prisioneros. Los baños colapsaron, no había agua ni alimentos. Muchos venían de las industrias de los cordones industriales. Manuel Bustos, quien era en septiembre de 1973 dirigente sindical democratacristiano y presidente del sindicato de la industria textil intervenida Sumar, también vio a Víctor Jara:
“En la mañana [del 11 de septiembre] hicimos en Sumar una asamblea para repudiar el Golpe. En mi turno había unos mil trabajadores y yo sostuve que debíamos retirarnos. Pero como muchos no alcanzaron a llegar muy lejos porque ya no hubo locomoción colectiva, volvieron a la fábrica buscando refugio. Como presidente del sindicato, decidí quedarme en la fábrica con unas 300 personas que no alcanzaron a retirarse cuando se anunció el toque de queda. El día 12, como a las 6 de la mañana, llegaron los militares en camiones. Nos lanzaron a todos al suelo y comenzaron a golpearnos. Traté de explicarles, pero me llegaron más golpes. Fui detenido junto a unos 150 trabajadores. Nos sacaron manos en la nuca y a punta de golpes nos llevaron al Estadio Chile. Recuerdo que muy cerca mío mataron a un trabajador. Nunca supe su nombre, pero la imagen me quedó grabada. Pasaban militares por los pasillos y con la metralleta uno le golpeó la cara. El hombre le gritó ‘¡fascista!’ y le dispararon. Estaba pegado a mí. Dos compañeros de Sumar se volvieron locos por lo que vieron. Uno ya murió y el otro anda vagando por ahí…A Víctor Jara lo divisé desde lejos”.
La llegada de los nuevos prisioneros tiene otros testigos. Como los protagonistas de los peculiares cargamentos que empezarían a salir desde el Regimiento Tacna en dirección al Estadio Chile. Al Tacna habían llevado a los prisioneros que sobrevivieron del ataque a La Moneda, a los que muy pronto se sumarían, tal como lo había establecido el comando de guerra golpista –conformado también por oficiales de la Academia de Guerra del Ejército–, otros centenares de prisioneros provenientes de los cordones industriales. La orden fue que en el Tacna quedaran solo los prisioneros de La Moneda. Poco después serían asesinados en Peldehue.
El subteniente Iván Herrera López, del Regimiento Tacna, participó en esas ejecuciones sumarias. Recibió la orden del comandante del regimiento, Joaquín Ramírez Pineda de trasladar los prisioneros de La Moneda a Peldehue, junto al subteniente de reserva Castillo. Quien recibió en ese campo de entrenamiento militar a los prisioneros, fue el teniente Julio Vandorsee Cerda, del Arma de Artillería (55).
Quien certificó las muertes en el sitio mismo, para luego informarles a los jefes del Estado Mayor del Golpe, fue el mayor Pedro Espinoza, del mismo grupo de Inteligencia del Estado Mayor. El ahora brigadier (R), afirmó: “Lo único que me correspondió realizar en forma extraordinaria en septiembre de 1973, fue que el 12 se me ordenó, por parte del general Nicanor Díaz, concurrir a la Comandancia de Guarnición, donde se me entregaría un documento para ser llevado al comandante del Regimiento Tacna. Concurrí a la oficina del ayudante del general [Herman] Brady, comandante de la Guarnición, el que me entregó un sobre cerrado que trasladé al Regimiento Tacna y se lo entregué al segundo comandante de apellido Fernández. Le dije, también por instrucciones del general Díaz Estrada, que debía dejar en libertad a todo el personal de Investigaciones. Debo añadir que al día siguiente recibí la orden del mismo general de presenciar la ejecución de los detenidos de La Moneda, con la obligación de informar al regreso el resultado” (56).
No fue, sin embargo, la única ejecución de prisioneros a la que Pedro Espinoza estuvo vinculado en esos días. Según investigación de la autora, el día 14 de septiembre llegó hasta la sexta comisaría, ubicada en calle San Francisco, para llevarse a miembros del GAP y al hijo de Mirya Contreras, la secretaria y compañera de Salvador Allende, detenidos en la mañana del 11 en las puertas de La Moneda. Todos ellos fueron asesinados y después botados en alguna calle de Santiago. (57)
El resto de los detenidos en el Tacna fue llevado hasta el Estadio Chile, salvo excepciones, que aún siguen sin ser aclaradas. El funcionario civil del Ejército Eliseo Cornejo, que trasladó algunos de esos cargamentos, relata:
“Yo era chofer de un bus, un camión y un jeep asignado a la Batería Logística del Regimiento Tacna. Y me correspondió conducir a detenidos que se encontraban en los boxes del regimiento… Creo que muchos de ellos provenían del cordón industrial, especialmente recuerdo a Madeco y las textiles Hirmas y Sumar. Había también otras personas detenidas por toque de queda. En esa ocasión, manejé el bus con aproximadamente 60 personas, siendo escoltado por dos jeep con personal del regimiento, un oficial y personal de planta. Todos los vehículos se estacionaron en calle Unión Latinoamericana y escoltados por dos conscriptos se hizo bajar a los detenidos y avanzar por el pasaje por el cual se ingresa al estadio, distante a unos 100 metros. Como chofer me correspondió efectuar alrededor de tres viajes al Estadio Chile conduciendo el mismo bus y trasladando detenidos” (58).
El soldado C.A. reconoció haber visto a Víctor Jara en el Estadio Chile. Y afirmó haberse cruzado con él el día 14 de septiembre entre las 17:00 y las 18:00 “en el sector del hall, pasillo oriente, al volver de ronda, cuando venía en compañía del comandante de mi sección, Rodrigo Rodríguez Fuschloger”. Y agrega que después vio a una persona de civil llamarlo “a un interrogatorio”. C.A. también vio a Litre Quiroga, el que fuera director de Prisiones del gobierno de Allende, en el mismo estadio.
El conscripto G.B., de la dotación de Tejas Verdes, fue testigo directo de cómo el teniente Edwin Dimter interrogaba a Litre Quiroga:
“En el deambular por los pasillos vi matar a muchas personas… Un día, en horas de la mañana, estando de guardia en el sector del pasillo de la entrada oriente que da vista hacia la cancha, vi al teniente Dimter que junto a su grupo de escoltas mencionaba el nombre de Litre Quiroga. El detenido estaba junto a otras siete personas tendidas boca abajo con sus manos en la nuca. Dimter procedió a golpearlas tanto con el pie como a culatazos en sus cuerpos… Pasada la medianoche y estando de guardia en el techo del recinto, en la esquina norponiente, vi cuando salía Litre Quiroga y las otras siete personas hacia la calle. Iban caminando, una tras otra, por calle Arturo Godoy, en dirección al poniente, donde había soldados dispuestos en dos filas, quedando el medio libre y un jeep, al parecer blindado, con una reimetal (59) en su parte posterior. Cuando los detenidos pasaban comenzaron a dispararles, luego todos se marcharon quedando los cuerpos tendidos en el suelo… Yo identifiqué claramente a Litre Quiroga, ya que lo conocí cuando lo interrogaban en el estadio. Y sé que eran siete porque después los conté y certifiqué que estaban muertos… Al cabo de unos minutos llegó un camión grande, blanco, térmico, tipo congelador, con militares. Subieron los cuerpos y se los llevaron”.
El soldado G.M. de Tejas Verdes: “A los dos o tres días después que llegamos, me ordenan custodiar a un detenido que después se comentó que era Litre Quiroga, director de Prisiones, quien se encontraba en el hall de entrada y a quien los soldados que pasaban lo golpeaban. Estuve en su custodia todo el turno, el que retomó otro soldado cuyo nombre no recuerdo”.
Conscripto R. A.: “Por comentarios de los conscriptos, me enteré que en el interior del estadio estaba el director de Prisiones (hoy Gendarmería), don Litre Quiroga, quien le había sacado las uñas al general Roberto Viaux Marambio para el ‘Tacnazo’ [sublevación que Viaux encabezó en el gobierno de Frei Montalva]. Era característico, porque era grande y gordo. No recuerdo fecha, pero debería haber sido entre el día 14 o 15 de septiembre, en momentos que cambiaba turno, observé en el hall de acceso a Litre Quiroga, el cual estaba tendido en el suelo, en malas condiciones físicas, pero vivo. Esto me consta porque se quejaba mucho. No observé a nadie más a su alrededor. Con el correr de los días no lo volví a ver ni tampoco supe qué le paso”.
Carlos Orellana: “El sábado 15, estando en las graderías, vino un soldado a buscar a Víctor Jara. Esto nos angustió mucho. Ese mismo día, en la tarde, vino un prisionero a decirme que Víctor Jara quería hablarme. Fui a los urinarios arreglándomelas para pasar delante de la oficina donde estaba detenido. Al pasar, le hice señas para que me siguiera. Se me reunió en los urinarios bajo la guardia de un soldado, quien se quedó delante de la puerta. En ese momento, Víctor estaba muy débil, caminaba con mucha dificultad. Su nariz estaba quebrada. Su rostro estaba aún más hinchado. Su camisa estaba llena de sangre. Hablaba con dificultad. Me dijo que había sido golpeado nuevamente. Lo que quería decirme principalmente era que, en su opinión, se nos había colado un espía en el grupo. Efectivamente, cuando era interrogado, advirtió a un empleado de la universidad que hablaba muy libremente con los militares y quería advertirnos de este hecho. El soldado puso fin a la conversación. Nunca más lo volví a ver. Cuando partíamos hacia el Estadio Nacional, un brasileño nos dijo que lo había visto la noche anterior, en el subterráneo, tendido en el suelo. Ya no podía hablar. Tenía sangre en el vientre”.
César Fernández: “Había otro grupo también separado del resto de los detenidos, en la parte alta de la galería sur. Ambos grupos habían sido separados por ser personas mas conocidas. Reconocí allí a Osiel Núñez, presidente de la Federación de Estudiantes de la UTE, y a un periodista y profesor cuyo nombre no recuerdo que hacia un programa de concursos de conocimientos muy famoso en radio y televisión [Mario Céspedes]. Víctor Jara se quedó con nuestro grupo aproximadamente un día completo. Se produjo entonces una reorganización de los prisioneros en grupos con el objeto del traslado al Estadio Nacional. Y en esas circunstancias, un par de horas antes que nuestro grupo partiera, unos tres o cuatro militares vinieron a buscar a Víctor Jara, lo golpearon y se lo llevaron con destino desconocido” (60).
Otro de los prisioneros relata: “El viernes 14 en la tarde nos hicieron constituirnos en grupos de unos 200 para ser trasladados al Estadio Nacional. Víctor quedó en mi grupo. Escribió en un pequeño papel un poema que titulo Somos cinco mil. Luego supe que el poema salió al exterior, pero con otro título. El original que Víctor escribió fue entregado a un compañero que continúa viviendo en Chile y que lo escondió en uno de sus calcetines, donde fue descubierto por los militares en el interrogatorio que le hicieron en el tristemente célebre velódromo del Estadio Nacional. Nuestro grupo fue el antepenúltimo que salió hacia el Estadio Nacional el viernes 14, como a las 22:00. Alrededor de dos horas antes una patrulla vino a buscar a Víctor y en medio de golpes e insultos lo apartaron de nosotros. Cuando nuestro grupo abandonó el Estadio Chile, por un pasadizo lateral, divisé a Víctor en el hall de entrada del estadio. Se encontraba en el suelo y sangraba… Fue la última vez que lo vi. Víctor no llegó esa noche al Estadio Nacional. Ni esa noche ni en los días siguientes…”.
El abogado Hugo Pavez: “El viernes 14 de septiembre fuimos subidos a las graderías y allí, a pocos metros, vi a Víctor Jara quien se encontraba con la mitad de la cara muy amoratada e hinchada producto de los golpes recibidos. Estaba sentado y sin hablar. Cuando nos colocaron en las graderías ordenaron que nos inscribiéramos y luego en distintos grupos fueron sacados del estadio. El grupo en que yo me encontraba fue el último en inscribirse. A Víctor lo volví a ver al día siguiente cuando estábamos formados en la cancha a punto de subir a una micro que nos trasladó al Estadio Nacional. El Estadio Chile ya prácticamente estaba vacío. Solo quedó un grupo pequeño entre los que estaban Víctor Jara y Danilo Bartulín, médico del staff de Salvador Allende” (61).
Boris Navia Pérez: “En la noche del viernes 14 estuvimos a punto de subir a los buses que llevaban a la gente al Estadio Nacional. Víctor estaba con mi grupo. Sin embargo, una última orden nos hizo retroceder y volvimos a la galería en donde pasamos la noche. La mañana del sábado 15 de septiembre, salieron algunos prisioneros en libertad y todos empezamos a redactar pequeñas notas dirigidas a nuestras familias para informar que estábamos vivos, con la esperanza de que algunos de los afortunados pudiera llevar nuestras cartas. Víctor me pide lápiz y papel y empieza a escribir lo que todos pensamos era una nota para Joan, su mujer. En ese momento, él estaba sentado entre el profesor Carlos Orellana y yo, cuando de improviso se acercan dos soldados y uno le pega un fuerte culatazo en la espalda y el otro lo toma por el cuello de su chaqueta y lo arrastra hasta la parte superior del estadio. Víctor suelta el lápiz y el papel, y a duras penas puede dar unos pasos entre sus captores. Ese mismo sábado, a las 14:00, nos sacaron del Estadio Chile y en el foyer presenciamos un espectáculo dantesco: 40 o 50 cadáveres tendidos a la entrada, casi todos manchados de blanco por el yeso que había en los subterráneos, recinto en aquel momento en reparaciones. Entre esos cuerpos estaba el de Litre Quiroga, director de Prisiones y nuestro querido Víctor Jara. Su cuerpo estaba tendido de lado, podíamos ver su cara y su ropa manchadas de sangre… Al llegar al Estadio Nacional, golpeados, torturados y entristecidos por la muerte de Víctor, comprobamos que el papel y lápiz que él me pidió en el Estadio Chile, no estaba destinado a escribir una carta, sino que dio vida a la última expresión de su canto y poesía, escribiendo su último poema”.
La estudiante de Ingeniería de la UTE, Erika Osorio: “Volví a ver a Víctor Jara el día viernes 15 de septiembre, cuando fui bajada por segunda vez al subterráneo, a interrogatorio. Cuando me sacaron, un oficial le ordenó al militar que me custodiaba que me trasladara a donde estaba el grupo de la UTE que permanecía en el mismo subterráneo, ya que nos iban a matar a todos. Pude ver, al final de una especie de pasillo en ese sector, a varias personas muertas. Sus cadáveres estaban sobrepuestos. Otras estaban aún vivas, pero todas con señales de maltrato físico o heridas. Entre estas personas se encontraba Víctor Jara. Estaba sentado en el piso, mirando hacia el suelo. Su cara estaba muy herida y sobretodo sus manos, las que tenía ensangrentadas. A instancias del militar que me conducía afortunadamente pude ser devuelta a las graderías del Estadio Chile, saliendo libre el día siguiente, junto a un grupo de mujeres que venían del Cordón Industrial de Cerrillos” (62).
Transcurridos 40 años del Golpe de Estado aún se abren compartimentos secretos de lo que ocurrió aquel 11 de septiembre de 1973. Porque hubo otras tropas destinadas al Estadio Chile que aquellas que hasta ahora se conocían. Es el caso preciso del contingente que llegó desde Antofagasta, del Regimiento “Esmeralda”. El coronel (R) Juan Quintana era teniente y segundo al mando de la Segunda Compañía de Fusileros de ese regimiento en esa fecha, unidad a cargo del capitán Jorge Ramón Durand González y que también integraban los subtenientes José Luis Contreras Mora, Fernando Daguerrasar Franzani y Rolando López Álamos. Sería ese grupo de soldados venidos de Antofagasta uno de los últimos en retirarse del Estadio Chile. Una ventana que abre nuevos testigos.
El coronel (R) Quintana relató:
“Salimos de Antofagasta a las 00:00 horas, llegando a las 4:00 horas al Grupo 10 de Cerrillos, con un total de 160 hombres. Una vez en Cerrillos, a eso de las 7:00 horas, fuimos trasladados en buses hasta el Estadio Militar, ubicado en Rondizzoni [hoy Club de Campo de Suboficiales del Ejército] encontrándonos en el lugar con una fuerza de 6500 hombres de todo Chile. A la Primera Compañía de Fusileros del Regimiento ‘Esmeralda’ se le ordenó embarcarse a Santiago 24 horas antes, viniendo a cargo del teniente Alexander Hananías Barrios… El día 15, a eso de las 8:00, por orden del capitán Durand, la compañía completa debió dirigirse al Estadio Chile donde fuimos recibidos por el comandante Mario Manríquez Bravo quien nos señaló, junto al capitán Durand, que en el recinto había un total de 5500 detenidos que provenían principalmente de las empresas del Cordón Cerrillos y que nuestra misión era la custodia de la totalidad de los detenidos distribuidos únicamente en las tribunas y en la cancha… Tengo la certeza absoluta de que además de los alumnos de la Academia de Guerra, estaba el 1º y 2º curso de Aspirantes de Ayudantías de la Escuela de Telecomunicaciones en el Estadio Chile. Pero la Primera Compañía de Fusileros del ‘Esmeralda’, a cargo del teniente Hananías, no puso un pie en el Estadio Chile ya que les correspondió constituirse en La Moneda con posterioridad al pronunciamiento militar. Estuvimos en el Estadio Chile la Segunda Compañía completa, desde las 8:00 del sábado 15 hasta las 9:00 del domingo 16, cuando se inició el traslado total de los 5500 prisioneros políticos hacia el Estadio Nacional. Quienes realizaban los interrogatorios en el subterráneo del recinto o camarines eran los tenientes Edwin Dimter y Raúl Jofré, entre otros… Conocí en el interior del estadio a Litre Quiroga, director general de Prisiones, a quien vi junto a unos 30 detenidos extremistas en un hall a la entrada del recinto, llamado Patio Siberia. Estaban todos amarrados de manos y de pies, boca abajo en el suelo. Litre Quiroga vestía un terno color gris oscuro con rayas blancas, se encontraba en malas condiciones físicas y le perdí el rastro en el traslado al Estadio Nacional. Cuando nuestra compañía llegó al Estadio Chile, ya se encontraban allí los cursos de la Academia de Guerra, siendo nosotros los últimos en llegar y los últimos en irnos” (63).
Osiel Núñez: “El sábado 15 me encontraba aislado del resto de los detenidos, junto a un matrimonio uruguayo y a un argentino con el pelo rasurado que finalmente fue ejecutado según la versión de un soldado. Aproximadamente a las 19:00, se constituyó una fila de prisioneros frente a una puerta lateral derecha. En esa fila distinguí, entre otros 20 o 30 prisioneros, a Carlos Naudón, Mario Céspedes, Danilo Bartulín y Víctor Jara. Momentos antes de salir, pasó un oficial joven, de tez blanca, casi rubio y voz de mando, y sacó a Danilo Bartulín y a Víctor Jara de la fila. A Víctor lo ubicó en una sala contigua y se nos hizo salir. Víctor me sonrío… A nosotros nos trasladaron al Estadio Nacional donde habilitaron un camarín para los llamados ‘peces gordos’. A este camarín llegó Bartulín, por lo que Víctor habría quedado solo”.
Esa fue la última vez que Víctor Jara fue visto con vida.
El último eslabón
Fue un día de mayo de 2009 cuando el que fuera conscripto de Tejas Verdes, José Paredes Vásquez, se decidió. Paredes fue asignado al Estadio Chile y por 36 años guardó el secreto de lo que vivió allí, hasta llegar donde un juez y revelar lo que vio un día en los subterráneos: Víctor Jara y Litre Quiroga eran lanzados contra la pared. Detrás de los prisioneros, Paredes vio llegar al teniente Nelson Haase y al subteniente a cargo de los conscriptos. Este fue parte de su relato ante la justicia:
“El teniente Jorge Smith comenzó a jugar a la ruleta rusa con un revólver que portaba. Se acercó a Víctor Jara, quien se encontraba de pie, mirando hacía la pared, con las manos en la espalda, por lo que Smith hizo girar la nuez del revólver, lo cerró, apuntó a la cabeza de Víctor Jara, en la región parietal derecha, y disparó. Luego de recibir el tiro, Víctor Jara cayó al suelo, hacia el costado. Comenzó a convulsionar en el suelo y el teniente Smith me ordenó rematarlo en el suelo… Cuando esto ocurría los otros detenidos que se encontraban en el lugar, entre los que estaba Litre Quiroga, estaban arrinconados, manteniéndose en silencio. Luego de los disparos llegaron al camarín otros oficiales para ver si los uniformados nos encontrábamos bien. Luego de esto, el teniente Smith llamó por radio a una ambulancia, llegando luego de un corto rato un camillero, quien nos entregó una bolsa plástica de color café con mimetismo, por lo que procedimos a meter el cadáver de Víctor Jara en la bolsa y lo subimos a la camilla, para luego ser retirado del lugar, ignorando qué harían con el cadáver…”.
Smith y Nelson Haase, junto a otros oficiales, habrían asesinado a los otros prisioneros que se encontraban al interior del camarín, entre los que se encontraba Litre Quiroga. Según el protocolo de autopsia, el cuerpo del cantautor tenía aproximadamente 44 impactos de bala en su cuerpo. El de Quiroga indica 38 impactos de proyectiles.
José Paredes diría más tarde que todo lo inventó. Porque es fantasioso. Otros oficiales dirían que robaba, lo que contrasta con la hoja de vida de los empleadores de Paredes, el hijo de un suboficial de Carabineros. Y muchos han reiterado que Paredes no viajó a Santiago con el contingente de Tejas Verdes y que jamás estuvo en el Estadio Chile. Nada calza. No solo porque el relato de Paredes es consistente con los más de cien testimonios acumulados de cómo y quiénes interrogaban, torturaban y asesinaban al interior del Estadio Chile. Por muy fantasioso que fuera Paredes, es difícil creer que su imaginación recreara tanto nivel de detalles de lo que allí ocurrió. Porque lo más importante es que hay a lo menos otros tres testimonios que certifican que José Paredes sí viajó a Santiago desde Tejas Verdes y estuvo en el Estadio Nacional.
El cadáver de Víctor Jara fue lanzado en una calle de Renca en la mañana del domingo 16 de septiembre. El informe de autopsia, firmado por el doctor Exequiel Jiménez Ferry, indica que Víctor Jara medía 1,67 y pesaba 66 kilos. “En la región parietal derecha hay dos orificios de entrada de bala. En la región torácica, 16 orificios de entrada de bala y 12 orificios de salida de diferentes tamaños. En el abdomen, hay 6 orificios de entrada de bala y 4 de salida. En la extremidad superior derecha, hay 2 heridas de bala transfixiante. En las extremidades inferiores, hay 18 orificios de entrada de bala y 14 de salida. Causa de muerte: heridas múltiples a bala”.
Hasta hoy el juicio para identificar a los hombres que torturaron y dieron muerte a Víctor Jara sigue abierto. En una de sus carátulas se lee: “Está establecido que en el último grupo que quedó en el Estadio Chile y en el que se encontraba Víctor Jara, también estaban Manuel Cabieses, Laureano León (subsecretario de Previsión Social), Waldo Suárez, Darío Pérez, Adriana Vásquez y Danilo Bartulín (64).
La Academia de Guerra y la DINA
En septiembre de 1973, Manuel Contreras obtuvo de Pinochet el consentimiento para su gran obsesión: la organización de una nueva estructura de inteligencia para iniciar la lucha antisubversiva. Y sería él quien la comandaría. Había nacido la DINA y su primer cuartel sería la Academia de Guerra, institución que muy pronto dirigiría. De hecho, las primeras comisiones de servicio de los oficiales escogidos por Contreras para integrar el alto mando del organismo secreto, llevan el rótulo “destinado a la Academia de Guerra”: Raúl Iturriaga Neumann, Gustavo Abarzúa (65) y Rolf Wenderorth (66), todos ellos alumnos de la academia.
Hasta hoy no se sabía que altos oficiales de la Academia de Guerra participaron en los equipos de interrogadores y torturadores del Estadio Chile. Quizás esa sea una clave que explique por qué el Ejército por más de 35 años se negó a entregar las nóminas de quienes estuvieron destinados al Estadio Chile y sus mandos, las que fueron solicitadas en innumerables ocasiones por diversos jueces. Lo mismo ocurrió con la lista de los alumnos que estaban en la Academia de Guerra en 1973.
Esa persistente obstrucción a la justicia por parte del Ejército, que se mantiene hasta hoy, adquiere otro significado cuando queda al descubierto que los nombres protegidos formaron parte de la que fuera la elite militar en 1973. Porque a partir de septiembre de ese año ellos fueron los que mantendría el control del Estado por los siguientes 17 años. Esa generación, ubicada estratégicamente en la Academia de Guerra, tendría el mayor poder jamás desplegado en la historia del régimen militar. De sus alumnos, 28 llegaron a ser generales y ocuparon los más altos puestos del Estado y la institución. Y otros 14 oficiales lideraron los servicios secretos, ya sea en la DINA o en la CNI (ver nómina). Allí está, en parte, el origen del secreto en torno a quiénes asesinaron a Víctor Jara, Litre Quiroga y todos los que murieron y fueron brutalmente torturados en el Estadio Chile.
NOTAS
(1) Álvaro Puga fue el primer subsecretario general de Gobierno, hasta junio de 1976 y fue miembro del Departamento de Operaciones Sicológicas de la DINA. Su acción en esos años aparece en varios de los documentos de la DINA encontrados por la autora en el Archivo Judicial de Argentina y que pertenecían a Enrique Arancibia Clavel. Parte de su declaración judicial del 21 de septiembre de 2007.
(2) Roberto Guillar fue el locutor oficial del Golpe el 11 de septiembre. Integró la CONARA y en 1976, fue subsecretario de Guerra. En 1981, dirigió el COAP (Consejo Asesor de la Presidencia), que luego se transformó en Estado Mayor Presidencial. En 1980, fue nombrado por Pinochet ministro Secretario General de la Presidencia, desde donde protagonizó graves cortocircuitos con la Iglesia Católica. Desde 1979 hasta 1982, fue director de la Compañía de Teléfonos. Ministro de Vivienda en 1982 y 1983. Intendente de Santiago en 1984, y agregado Militar en Estados Unidos hasta 1986. En 1985, ascendió a mayor general y en 1987, asumió la Dirección de Logística del Ejército. En 1988, pasó a retiro y fue nombrado por Pinochet cónsul general en Los Ángeles.
(3) Enrique Morel Donoso ascendió a general en 1974 y dejó de ser edecán de Pinochet. En 1977, fue el jefe militar de la Zona en Estado de Emergencia de Santiago. Fue presidente de Soquimich y en 1979 le dejó su cargo a Julio Ponce Lerou, yerno de Pinochet. En 1981, fue designado embajador extraordinario y plenipotenciario ante todas las sedes diplomáticas de Chile en el extranjero. En 1982, fue presidente de Codelco y director del Banco del Estado (1982-1989). Fue rector de la Universidad de Chile por pocos meses. En 1986, ascendió a mayor general y en 1989 reemplazó a Pedro Ewing en la Dirección de Frontera y Límites de la Cancillería. Su hermano Alejandro fue jefe de Zona en Angol para el 11 de septiembre de 1973 y más tarde efectivo de la CNI. También fue gerente general de Chilectra y alcalde designado de Ñuñoa, además de agregado Militar de Chile en Honduras y Guatemala.
(4) Al momento de partir en la Caravana de la Muerte, como segundo de Arellano, Arredondo ya había sido informado por Pinochet de su próxima destinación: director de la Escuela de Caballería, un regalo para quien era conocido por su pasión por los caballos. Pero nunca se desligó de la DINA, cumpliendo funciones secretas en el extranjero, principalmente en Brasil (donde fue agregado militar); y Estados Unidos. En 1976, haría un importante viaje con Manuel Contreras a Irán, junto al traficante de armas Gerhard Mertins y un general brasileño. Fue procesado por los crímenes de la comitiva de Arellano, siendo el segundo al mando y por la ejecución de 9 personas en Quillota, a las que se hizo aparecer como muertas en un enfrentamiento.
(5) El general Arturo Vivero fue el primer ministro de Vivienda de la dictadura.
(6) Yerno de Manuel Contreras.
(7) Declaración del conscripto R..A., del 14 de enero de 2009. Ingresó a realizar el servicio militar el 2 de abril de 1973, hasta abril de 1975, fecha en la cual regresó a la vida civil.
(8) C.A.P. declaró el 30 de enero de 2009. En su caso y en otros similares, se optó por utilizar solo las iniciales de conscriptos ya que fueron de alguna manera obligados a cumplir determinadas misiones.
(9) Declaración del 20 de abril de 2007 del capitán de fragata (R) Guillermo Segundo González Salvo.
(10) Marcelo Moren, en 1973, era mayor de la dotación del Regimiento Arica de La Serena y se incorporó, en septiembre, a la DINA, a la que perteneció hasta 1977. Fue el segundo jefe de Villa Grimaldi y jefe de la Brigada «Caupolicán» de la DINA. En 1976 cumplió misión en Brasil, donde estaba instalado el principal centro de adiestramiento para la dotación DINA. Desde 1977 y hasta 1981, siendo coronel, fue asignado a la comandancia en jefe del Ejército. Del ‘81 al ‘84 estuvo en la Guarnición de Arica y del ‘84 al ‘85 en el Estado Mayor General del Ejército. Se fue a retiro en 1985. Ha sido sometido a proceso y condenado en múltiples oportunidades por su responsabilidad en la detención y desaparición de personas y cumple condena en una prisión militar.
(11) El teniente coronel Roberto Souper Onfray asumió como comandante del Regimiento Blindados Nº 2, el 14 de enero de 1970. El 3 de enero 1972 fue designado en comisión de servicio para que concurra a Cuba como invitado del gobierno de ese país por un total de 17 días a presenciar maniobras militares. El 29 de junio de 1973 pasa a la Comandancia General de la Guarnición Militar de Santiago. El 23 de octubre de 1973, pasa al Comando de Tropas del Ejército y el 1 de enero de 1974, asciende a coronel. El 2 de diciembre de 1974 fue destinado a la Dirección General de Reclutamiento y Estadísticas de las FF.AA. Se fue a retiro el 2 de mayo de 1978.
(12) El mayor (r) Sergio Rocha Aros, fue destinado al Regimiento Blindado Nº 1 “Granaderos”en 1974 y se fue a retiro recién el 30 de junio de 1990.
(13) El coronel (r) Mario Garay Martínez registra la siguiente Hoja de Vida en el Ejército: “24 noviembre 1972, destinado a Regimiento Blindado Nº 2; 5 febrero 1975, teniente, destinado a Escuela de Blindados Antofagasta; entre el 1 de marzo y el 30 de junio de 1976, a la Escuela de Inteligencia del Ejército, hasta 1978; En 1979, comisión extrainstitucional comando en jefe del Ejército (lo que significa enviado a la CNI, hasta 1988; 16 febrero 1990, a la DINE. Se fue a retiro el 31 julio 1991.
(14) El capitán (r) René Eduardo López Rivera, registra la siguiente Hoja de Servicio en el Ejército: “En abril de 1973, al Regimiento Blindado Nº 2; el 24 de diciembre de 1973, destinado a EE.UU. para que “cumpla actividades determinadas por el Ejército desde el 15 al 27 diciembre de 1973; 7 septiembre de 1978, comisión de servicio a Sevilla; 28 de mayo de 1991, deja de pertenecer al Ejército a contar del 29 de marzo de 1981, por fallecimiento”.
(15) El 8 de noviembre de 2004 declaró Raúl Aníbal Jofré González.
(16) El coronel (r) Antonio Roberto Bustamante Aguilar, registra la siguiente Hoja de Vida: “Enero 1976, Dirección de Inteligencia del Ejército, hasta 1979; 1980, comisiones de servicio a Panamá y Londres; 1981, a Sudáfrica; en 1982, Cuerpo de Inteligencia del Ejército; abril de 1983, comisión de servicio a Argentina, Paraguay, Perú, Panamá, Honduras, Salvador, Corea y China. Se fue a retiro en abril de 2000.
(17) El coronel (r) Antonio Roberto Bustamante Aguilar, declaró el 9 noviembre de 2004 (55 años) y dijo haber estado destinado al CAJSI de Santiago hasta el 17 de enero de 1974, cuando fue destinado al Depósito de Municiones y Explosivos Batuco”.
(18) El teniente (r) Edwin Armando Dimter Bianchi, declaró el 10 de noviembre de 2004.
(19) El 9 noviembre 2004 declaró el teniente coronel (r) Mario José Garay Martínez (57 años).
(20) El mismo mayor Enrique Cruz Laugier sería quien apoyaría horas más tarde el desalojo de la fabrica Yarur en calle Club Hípico.
(21) Iván Herrera fue uno de los oficiales que ejecutó a los sobrevivientes de La Moneda en Peldehue, después de que los sacaron del Regimiento Tacna. Lo confesó ante el tribunal 30 años más tarde.
(22) Relato que figura en su libro: Y todavía no olvido.
(23) El 9 de octubre de 2001 declaró Mario Aguirre Sánchez, dirigente entonces de la Federación de Estudiantes de la UTE y más tarde empresario, quien permaneció como prisionero en el Estadio Nacional hasta noviembre de 1973, cuando fue cerrado. “Me liberaron junto a otros 12 compañeros salvándonos de ser conducidos al Campo de Prisioneros de Chacabuco”.
(24) Juan Manuel Ferrari Ramírez declaró el 12 de agosto de 2008.
(25) David Miguel González Toro, mayor de Ejército (r) de Intendencia, declaró el 25 de marzo de 2009 y dijo haber estado en el Estadio Chile durante “cinco a seis días, hasta que se produjo el traslado de detenidos hacia el Estadio Nacional”.
(26) Manuel Isidoro Chaura Pavez, conscripto de Tejas Verdes, declara el 28 de enero de 2009, fue asignado a la Segunda Compañía de Combate, a cargo del capitán Luis Montero Valenzuela, Tercera Sección, a cargo del teniente Rodrigo Rodríguez Fuschloger. Salió licenciado a mediados de 1975.
(27) El subteniente de Ejército, Rodrigo Rodríguez Fuschloger, falleció en Santiago, el 15 de marzo de 1974, en un accidente.
(28) Osiel Núñez declaró en el proceso por la muerte de Víctor Jara en varias oportunidades. Este relato es parte de su declaración ante la Comisión Rettig, el 18 de enero de 1991.
(29) El subteniente (r) Pedro Rodríguez Bustos, declaró el 4 de abril de 2002, y pertenecía al grupo de Operaciones del Regimiento “Arica” de La Serena.
(30) Fernando Polanco declaró el 29 enero de 2008, cuando tenía 66 años
(31) Carlos Orellana, quien fue editor en el exilio de la Revista Araucaria y más tarde un reconocido editor de la Editorial Planeta, declaró por exhorto desde Francia para el juicio en Chile el 11 de septiembre de 1979, estuvo detenido en el Estadio Chile desde el 12 hasta el 17 de septiembre de 1973 y luego en el Estadio Nacional hasta el 25 de octubre de 1973.
(32) Osiel Núñez permaneció un mes en el Estadio Nacional y de allí pasó a la Cárcel Pública acusado de ser el organizador de la resistencia armada en la UTE. Allí estuvo dos años detenido. Fue sobreseído y trasladado a Tres Álamos donde permaneció tres meses. Quedó con registro domiciliario hasta lograr autorización para salir del país. Regresó a Chile en 1982.
(33) El abogado Boris Navia Pérez era jefe del Departamento de Personal y Nombramientos de la Universidad Técnica del Estado, en esa calidad conocía bien al profesor Víctor Jara. Fue también detenido en la UTE y llevado como prisionero al Estadio Chile. Declaró el 23 de octubre de 2001.
(34) El comandante Mario Manríquez, ya fallecido, se desempeñó durante 10 años como gerente de Seguridad de ENTEL.
(35) También la identidad de 31 conscriptos, 9 cabos y 4 sargentos que estuvieron con él en esas funciones en el Estadio Chile.
(36) Enrique Kirberg fue llevado finalmente al Campo de Prisioneros de Isla Dawson con los principales dirigentes de la Unidad Popular. Murió el 22 de abril de 1992, de un coma hepático, Todos sus testimonios son parte de una extensa entrevista hecha por la autora.
(37) Ricardo Iturra era profesor y funcionario de la UTE, conoció a Víctor Jara en 1970 en la UTE, en el desempeño de su trabajo, cuando Jara llegó como director de Teatro y cantante y él era director del Programa de Educación Permanente. Declaró por exhorto desde París el 3de septiembre de 1979 para el juicio en Chile por la muerte de Víctor Jara.
(38) Cesar Fernández Carrasco declaró por exhorto desde Alemania, era profesor de la UTE donde estaba el 11 de septiembre.
(39) Julia Fuentes declaró el 19 de julio de 2003. En su declaración dijo también: “Cuando el Estadio Chile fue desocupado, me enviaron a Tres Álamos (otro Campo de Prisioneros), siempre como maestra de cocina. Recuerdo haber trabajado para Conrado Pacheco Cárdenas y para un mayor de apellido Salgado”.
(40) Julio Guillermo Del Río Navarrete, ingeniero, 60 años, declaró el 11 de enero de 2005. Fue uno de los prisioneros que identificó a Miguel Krassnoff Martchenko como “El Príncipe”. Del Estadio Nacional salió en libertad el 2 de octubre de 1973, junto con el resto de sus compañeros, salvo seis de ellos que fueron trasladados a Investigaciones. A muchos de ellos les cambio la vida para siempre. Su testimonio ha sido corroborado por la autora con otras dos personas que estuvieron prisioneros con él.
(41) El 24 de abril 2008, declara Guillermo Orrego Valdebenito (59 años).
(42) Declaración del 31 marzo de 2006.
(43) El 28 diciembre de 2007 declaró Lelia, identificó en las fotos al oficial Edwin Dimter como “El Príncipe”. Así relató el hecho que le permitió salir en libertad: “En una ocasión, llegó al estadio un grupo de los mismos militares que venían de La Serena y al que nos habían entregado los carabineros en la UTE, a lo menos el sargento, quien nos dijo que al responder la lista de la mañana siguiente debíamos indicar que estábamos detenidos por toque de queda. Así, nos dejarían en libertad. Y así ocurrió”.
(44) El teniente coronel (r) Luis Bethke Wulf, en septiembre de 1973 era teniente de Infantería en el Regimiento Nº 2 “Maipo”, de Valparaíso. Durante la Unidad Popular, su familia sufrió la expropiación de sus tierras. Se acogió a retiro en 1985. Declaró el 1 de febrero 2005.
(45) El brigadier (r) Raúl Aníbal Jofré González, registra la siguiente Hoja de Vida: “En 1970, curso de paracaidista en la Escuela de Paracaidistas, y es teniente el 1 de enero de 1971. Enero 1972, al Regimiento Blindado Nº 2. Primero de marzo de 1974, curso por correspondencia “Aplicación Básico del Oficial Subalterno” hasta el 31 de mayo ’74; 7 septiembre ’74, comisión de servicio a Israel, Jordania, Líbano y Siria; 14 octubre ’74, curso extraordinario “Aplicación Avanzado del oficial Subalterno de Blindados”, hasta el 31 octubre ’74 en la Escuela de Blindados (Antofagasta); 1 enero ’75, capitán; 6 marzo ‘75, complementa Decreto Supremo, destinado a la Escuela de Blindados (Santiago). Se retiró el 30 de abril de 1998.
(46) El mejor y principal perfil del oficial Edwin Dimter ha sido una investigación de la periodista Pascale Bonnefoy, publicada en 2006.
(47) El 8 de noviembre de 2004 declara Raúl Aníbal Jofré González. Cuando los prisioneros del Estadio Chile fueron trasladados al Estadio Nacional, él sería el ayudante del comandante del nuevo Campo de Prisioneros; el coronel Jorge Espinoza Ulloa.
(48) El coronel (r) Nelson Edgardo Haase Mazzei, en septiembre de 1973 tenía el grado de teniente y se desempañaba como ayudante del subdirector de la Escuela de Ingenieros Tejas Verdes, de San Antonio, cuyo director era el coronel Manuel Contreras Sepúlveda. En 1976 ascendió a capitán y pasó a la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA). En 1990 se fue a retiro con el grado de coronel. Declaró el 27 de enero de 2005, tenía 58 años.
(49) El teniente (r) Edwin Armando Dimter Bianchi, declaró el 10 de noviembre de 2004.
(50) El teniente Edwin Dimter Bianchi, registra la siguiente Hoja de Vida en el Ejército: “El 21 enero 1972, destinado como subteniente al Regimiento Blindado Nº 2 en Santiago; el 10 enero de 1974, es nombrado teniente y pasa al Reg. Blindado Nº 1 “Granadero” en Iquique, al año vuelve a Santiago, al Blindado Nº 2. El 31 diciembre 1976 se le concede retiro absoluto.
(51) Hugo González González declaró el 17 de junio de 2008.
(52) Wolfgang Tirado declaró por exhorto el 11 de marzo de 1980. Conocía bien a Víctor Jara pues “trabajábamos en el mismo departamento en la UTE: él en la sección Música y yo en la de Películas.
(53) El arquitecto Miguel Lawner declaró el 31 de agosto de 2004
(54) El coronel (r) Juan Jara Quintana, quien se fue a retiro en 1994, declaró el 1 de agosto de 2013.
(55) Al subteniente Herrera lo que vio e hizo le provocó un fuerte conmoción. Se fue a retiro como capitán en 1983. Declaró el 30 de mayo de 2002.
(56) Declaración de Pedro Espinoza del 10 de enero de 2008.
(57) Testigo de ese retiro fue el entonces mayor de Carabineros Jorge Retamal Berríos.
(58) El 6 de febrero 2007 declaró Eliseo Cornejo (64 años).
(59) Potente ametralladora de piso de 11 o más kilos, de 1.300 metros de alcance, con una cinta con 50 proyectiles a modo de cargador.
(60) El 2 de marzo de 2006, declaró César Leonel Fernández Carrasco, quien era profesor de la UTE y miembro de su Consejo Superior.
(61) Extraído de la declaración judicial de Hugo Pavez del 15 de octubre de 2002, quien fue detenido en la CORFO y llevado al Estadio Chile.
(62) El 14 mayo 2008 declaró Erika Osorio, estudiante de Ingeniería de la UTE quien fue detenida y llevada al Estadio Chile.
(63) El coronel ( r) Juan Quintana declaró el 1 de agosto de 2013. Se fue a retiro en 1994.
(64) Danilo Bartulín, médico de Salvador Allende, fue liberado cuando La Moneda ardía, a las 16:00 del 11 de septiembre de 1973, junto a los médicos: Oscar Soto, Patricio Arroyo, Alejandro Cuevas, Hernán Ruiz, Víctor Oñate y José Quiroga. Después fue nuevamente detenido y llevado al Estadio Chile y luego al Estadio Nacional.
(65) Gustavo Abarzúa, artillero, fue secretario de estudios de la DINA y de ahí pasó a la Dirección de Inteligencia del Ejército (DINE), luego fue agregado Militar en Uruguay y volvió a la DINE, donde estaba en 1984, siendo coronel. Llegó al generalato en 1987, siendo nombrado jefe de la DINE. Desde allí, en marzo de 1988, amenazó con un nuevo 11 de septiembre. En 1989 tuvo también la dirección de la CNI. En marzo del ‘90, en la reestructuración por el traspaso del poder, continuó como director de la DINE, pero en octubre pasó a retiro. Se lo vinculó con el escándalo de La Cutufa, una financiera ilegal que se formó al interior del Ejército y que terminó con homicidios nunca aclarados. Fue procesado por haber dado la orden de asesinar al dirigente Jecar Neghme, en 1989, según confesó uno de sus victimarios, pero la Corte Suprema lo absolvió en 2009.
(66) El coronel (R) Rolf Wenderoth, ingeniero, formó parte del alto mando de la DINA, como subdirector de Inteligencia Interior. En 1995, fue jefe de Villa Grimaldi. Fue destinado después a la CNI. En 1986, participó de la creación de una unidad especial antisubversiva. En 1987, fue agregado Militar en República Federal Alemana y a su regreso, en 1989, se fue a retiro. Fue condenado a 5 años y 1 día por la muerte de Manuel Cotez Joo, en 1975. Ha sido sometido a proceso en varias oportunidades por su participación en la detención y desaparición de personas e invariablemente ha pedido que se aplique la Ley de Amnistía.
Ministro Jaime Arancibia Pinto dicta procesamientos contra tres funcionarios en retiro del Ejército por secuestro de 4 víctimas en San Felipe.
Fuente :diarioconstitucional.cl, 4 de Octubre 2019
Categoría : Prensa
El magistrado sometió a proceso a Héctor Orozco Sepúlveda, ex oficial de Ejército; Raúl Navarro Quintana, médico y ex oficial de Ejército y Milton Núñez Hidalgo, ex suboficial de Ejército, como autores en delito de secuestro con grave daño.
El ministro en visita de causas de derechos humanos de la Corte de Apelaciones de Valparaíso, Jaime Arancibia Pinto, sometió a proceso a tres miembros en retiro del Ejército por el delito de secuestro con grave daño en perjuicio de Faruc Jimmy Aguad Pérez, Mario Alvarado Araya, Pedro Abel Araya Araya, José Armando Fierro Fierro, Artemio Pizarro Aranda y Wilfredo Ramón Sánchez Silva, ilícito cometido en San Felipe, entre el 8 y 10 de octubre de 1973.
El magistrado sometió a proceso en causa (Rol 14-2014) a Héctor Orozco Sepúlveda, ex oficial de Ejército; Raúl Navarro Quintana, médico y ex oficial de Ejército y Milton Núñez Hidalgo, ex suboficial de Ejército, como autores en delito de secuestro con grave daño.
En la etapa de investigación de la causa, el ministro en visita logró establecer los siguientes hechos: que entre los días 8 y 10 de octubre de 1973 fueron detenidos por Carabineros de Cabildo, sin orden judicial ni administrativa, las víctimas Faruc Jimmy Aguad Pérez, Mario Alvarado Araya, Pedro Abel Araya Araya, José Armando Fierro Fierro, Artemio Pizarro Aranda, Wilfredo Ramón Sánchez Silva, siendo llevados primero a la Comisaría de La Ligua y luego a la Comisaría de Carabineros de San Felipe, desde la cual fueron sacados por orden superior el 11 de octubre del mismo año, por una patrulla integrada por personal policial y efectivos del Regimiento Yungay para ser llevadas -supuestamente- a la cárcel de Putaendo, en el camino y a la altura del sector Las Coimas, los bajaron del vehículo en que eran trasladados y se les dio muerte, ejecutándolos con disparos de armas de fuego, configurándose de este modo el delito de secuestro con grave daño, por cuanto a las víctimas se les privó de su libertad, sin derecho, por varios días, detención que ocasionó un grave daño para los afectados a quienes finalmente se les quitó su vida, figura prevista y sancionada en artículo 141 inciso 3º del Código Penal de la época.
La resolución agrega que si bien es cierto que los mencionados precedentemente ya fueron encausados por el delito de homicidio de las personas indicadas, en causa rol nº 2182-98 de la l. Corte de Apelaciones de Santiago, episodio Mario Alvarado, proceso en el cual se dictó en primera instancia una sentencia condenatoria y en segunda instancia una sentencia absolutoria para todos ellos, no es menos cierto que el ilícito por el cual se les sentenció fue homicidio calificado, no existiendo pronunciamiento acerca del secuestro y otros delitos que concurrieron en los mismos hechos, y sin perjuicio de estimarse que respecto de aquellos operaría la cosa juzgada aparente o fraudulenta, por lo que aparece sobradamente justificado perseguir la responsabilidad de Milton René Núñez Hidalgo, Héctor Manuel Rubén Orozco Sepúlveda y Raúl Orlando Pascual Navarro Quintana por el ilícito a que se refiere esta resolución.
Encontrándose presos Héctor Orozco Sepúlveda en el Centro de Cumplimiento Penitenciario (CCP) Punta Peuco; y Milton Núñez Hidalgo y Raúl Navarro en el Centro de Cumplimiento Penitenciario Colina 1, "exhórtese al 34º Juzgado del Crimen de Santiago para que se les notifique esta resolución entregándoseles copia de ella y hecho se de orden para su ingreso como procesados en esta causa, facultándose además para que el tribunal exhortado conceda la apelación en caso que ella fuere interpuesta".
Joan Alsina Hurtos, trabajador de la salud y mártir de la justicia
Fuente :religiondigital.org, 9 de Junio 2021
Categoría : Prensa
Al iniciar sus labores pastorales, tenía la esperanza de partir al extranjero como misionero, así se lo contaba a sus cercanos: “Siento que Dios me llama para ir a misiones y quiero prepararme bien”. Para hacer realidad su sueño llegó a Chile el 30 de enero de 1967 a vivir a una comunidad de sacerdotes catalanes en la comuna de San Bernardo.
Joan Alsina ejercía su ministerio en la Parroquia San Ignacio de San Bernardo y como trabajador en el Hospital San Juan de Dios al momento del Golpe de Estado cívico-militar del 11 de septiembre de 1973.
Sus compañeros le aconsejaron que buscara refugio en la embajada de España. Pero Joan decidió mantenerse en su puesto de trabajo y en su labor pastoral. Esta decisión, la ratificó con esta frase: “Hay momentos en la vida en que hay que jugarse el todo por el todo y si me necesitan allá estoy”.
Al llegar al puente Bulnes, mi capitán frenó, y yo, como lo hacía con cada uno de los que fusilaba, me bajé, saqué a Juan del furgón y fui a vendarle los ojos, pero Juan me dijo: "Por favor no me pongas la venda, mátame de frente porque quiero verte para darte el perdón"
El día 27 de septiembre es encontrado su cuerpo en el Servicio Médico Legal. El certificado de defunción consigna como lugar de la muerte el puente Bulnes sobre el río Mapocho, e indica como causa de la misma: "múltiples heridas de bala" y "lesiones apergaminadas en la cara.
Joan Alsina Hurtos, era hijo de José Alsina y Genoveva Hurtos. Vivían en una masía del pueblo de Castellón de Ampurias. Estudió en el seminario de Girona. Fue ordenado sacerdote el 30 de agosto de 1966. Al iniciar sus labores pastorales, tenía la esperanza de partir al extranjero como misionero, así se lo contaba a sus cercanos: “Siento que Dios me llama para ir a misiones y quiero prepararme bien”. Para hacer realidad su sueño llegó a Chile el 30 de enero de 1967 a vivir a una comunidad de sacerdotes catalanes en la comuna de San Bernardo. En 1972 era empleado del hospital San Juan de Dios. Su trabajo pastoral lo realizaba en la población José María Caro, lugar donde vivía junto al sacerdote Alfonso Baeza Vicario de la Pastoral Obrera.
Joan Alsina ejercía su ministerio en la Parroquia San Ignacio de San Bernardo y como trabajador en el Hospital San Juan de Dios al momento del Golpe de Estado cívico-militar del 11 de septiembre de 1973. Desde el hospital pudo ver el bombardeo de La Moneda. Los días 11 y 12 de septiembre los funcionarios del recinto se organizaron para atender a los heridos que llegaban al lugar producto de la represión. A pesar de que sus compañeros le señalaron que por su condición de dirigente sindical de los trabajadores del hospital podría ser detenido este continuó su trabajo de servicio.
El 16 de septiembre de 1973 una patrulla militar allanó el Hospital San Juan de Dios, siete empleados fueron detenidos. Cuando Joan regreso a su trabajo, le contaron que los militares preguntaron por él. Sus compañeros le aconsejaron que buscara refugio en la embajada de España. Pero Joan decidió mantenerse en su puesto de trabajo y en su labor pastoral. Esta decisión, la ratificó con esta frase: “Hay momentos en la vida en que hay que jugarse el todo por el todo y si me necesitan allá estoy”.
El 19 de septiembre un grupo de efectivos militares pertenecientes a un Batallón del Regimiento Yungay de San Felipe allanó el Hospital. Joan fue detenido, no contento con ello, los militares lo golpearon en el mismo recinto. Fue llevado detenido al Internado Nacional Barros Arana. A las nueve de la noche, Joan fue conducido al Puente Bulnes sobre el río Mapocho y en ese lugar fue fusilado.
Nelson Bañados, el soldado de 18 años que lo asesinó cumpliendo órdenes del coronel Mario Caraves, relató el fusilamiento con estas palabras:
"Salimos del Barros Arana en jeep. Mi capitán conducía y yo iba atrás con Juan. Juan iba esposado y muy pensativo. No me dijo ni una palabra durante el trayecto ni me dio ningún trabajo cuidarlo. Iba calladito nomás. Él sabía que lo íbamos a matar porque en el Barros Arana se lo habíamos comunicado. Al llegar al puente Bulnes, mi capitán frenó, y yo, como lo hacía con cada uno de los que fusilaba, me bajé, saqué a Juan del furgón y fui a vendarle los ojos, pero Juan me dijo: "Por favor no me pongas la venda, mátame de frente porque quiero verte para darte el perdón". Fue muy rápido. Recuerdo que levantó su mirada al cielo, hizo un gesto con las manos, las puso sobre su corazón y movió los labios como si estuviera rezando y dijo: "Padre, perdónalos…" Yo le disparé la ráfaga y cayó al tiro. Quería dispararle con la pistola, pero lo hice con la metralleta para que fuera más rápido. El impacto fue tan fuerte que volteó su cuerpo y prácticamente cayó solo al Mapocho, yo tuve que darle un empujoncito nomás. Otros, a veces, caían al piso del puente y había que levantarlos y echarlos al río. Eran las diez de la noche y de este fusilamiento no me voy a olvidar nunca jamás”.
El día 27 de septiembre es encontrado su cuerpo en el Servicio Médico Legal. El certificado de defunción consigna como lugar de la muerte el puente Bulnes sobre el río Mapocho, e indica como causa de la misma: "múltiples heridas de bala" y "lesiones apergaminadas en la cara.
Joan Alsina fue sepultado al día siguiente en el Cementerio Parroquial de San Bernardo.
Uno de los sacerdotes catalanes compañero de comunidad Joan, el padre Miguel Jordá emprendió una búsqueda personal para dar con los autores materiales e intelectuales del fusilamiento de Joan. El padre Miguel logró encontrarse con el exsoldado conscripto Nelson Bañados quién relató su participación en el fusilamiento del sacerdote. Nelson Bañados agobiado por los remordimientos, se suicidó.
Luego de años de ausencia de justicia, en el caso de Joan Alsina su hermana María Alsina interpuso una querella por la muerte del sacerdote. Quién representó judicialmente a la hermana del sacerdote fue la abogada Fabiola Letelier del Solar. Este caso fue investigado por el ministro Jorge Zepeda, quién dictó sentencia el 18 de octubre de 2005. El magistrado estimó que el crimen del sacerdote era un crimen de lesa humanidad. No se pudo condenar al ex conscripto Nelson Bañados, ni el coronel Mario Caraves, dado que ambos fallecieron. Se condenó al jefe del Regimiento de Infantería Nº 3 “Yungay”, el coronel Donato López Almarza. Este fue condenado a la pena de cinco años como autor del delito de homicidio calificado de Juan Alsina.
Para recordar al padre Joan Alsina, se construyó un memorial junto al Puente Bulnes donde fue ejecutado. La inauguración del Memorial se realizó el 24 de marzo de 1995. El memorial tiene una cruz donde esta adosada la antigua baranda esta tiene marcas de los balazos del fusilamiento. Al pie de la cruz está escrita la frase “mátame de frente porque quiero verte para darte el perdón”. En Cataluña, también se le rindió un homenaje con una plaza con su nombre. El 28 de febrero de 1993, la fecha en que Juan hubiera cumplido, 50 años de edad, se inauguró un monumento en Malgrat, Cataluña. En su memoria, un consultorio en San Bernardo lleva el nombre “Padre Joan Alsina”.