Echeverría Henríquez Víctor Manuel

Rut: 3834364-5

Cargos: Encargado de la Sección II de Inteligencia del Regimiento Infantería Motorizado Nº 1 Buin

Grado : Coronel

Rama : Ejército

Organismos : Servicio de Inteligencia Militar (SIM)


Víctimas de tortura piden aclarar antecedentes de futura subsecretaria para las FF.AA.

Fuente :Diario UChile.cl, 7 de Febrero 2014

Categoría : Prensa

Surge un nuevo cuestionamiento al gabinete de subsecretarios designado por Michelle Bachelet: Víctimas de detenciones y violaciones a los derechos humanos denunciaron que la futura subsecretaria para las Fuerzas Armadas es hija de un coronel vinculado a torturas y otros vejámenes cometidos en dictadura. Las organizaciones piden que se aclare si se conocía o no este antecedente al momento de la nominación .De acuerdo a la información entregada por víctimas de la represión, Carolina Echeverría Moya es hija del Coronel del Ejército, Víctor Echeverría Henríquez, quien durante la dictadura de Augusto Pinochet se desempeñó como capitán a cargo del Regimiento de Infantería N°1 “Buin”, ubicado en la comuna de Recoleta y que fue utilizado como centro de detención y tortura luego del Golpe.

Si bien Víctor Echeverría nunca ha sido procesado por violaciones a los derechos humanos, (sólo ha sido citado a declarar por el juez Mario Carroza), sí existen testigos que acreditan su participación en sesiones de interrogatorios, torturas y otros vejámenes. Entre ellos está la conocida escritora Mónica Echeverría, quien no tiene nexos familiares con el general ni su hija y quien fuera detenida y trasladada al mismo regimiento. La investigadora se refirió a la figura del hombre que estaba a cargo de este centro de tortura. “El capitán Echeverría fuera de detenerme y de llevarme al Regimiento Buin, detuvo a mucha gente e hizo toda clase de cosas horribles dentro de su regimiento. Ahora yo creo francamente que esta niña no sabe las atrocidades que cometió su padre, su padre fue un torturador que dirigía las torturas, fue un violador y un asesino”, relató.                                                                                                        El teniente del Regimiento Buin, Carlos Pérez Tobar,  afirmó que a Víctor Echeverría había sido enviado en su calidad de funcionario de Inteligencia al regimiento ya que éste operó como neutralizador del tanquetazo. El ex uniformado indicó que presentó una denuncia por tortura y el homicidio de un conscripto, el soldado Mario Gho Alarcón, a quien, asegura, le dispararon públicamente en el edificio de la Comandancia de la instalación.

Mónica Echeverría aseguró que la relación de parentesco es real  y sostuvo que no juzgan a la futura subsecretaria por actos cometidos por su padre, pero sí surge la duda entre las víctimas de violaciones a los derechos humanos si se conocía este antecedente al proponer su carta en una secretaría como la de Fuerzas Armadas. En ese sentido se pronunció el vocero de la Nueva Mayoría, Osvaldo Andrade: “Esta no fue una propuesta hecha como conglomerado, cada partido, conversó, propuso, habría que preguntarle a quien la propuso. Yo francamente no tengo idea. Yo entiendo además, que esto salió en la prensa tiempo atrás, así que pareciera ser de público conocimiento, pero si me preguntan si es que la información se manejó o no en el comando presidencial, no lo sé, porque yo no soy parte del comando”. Carolina Echeverría es militante del Partido por la Democracia. Fuentes al interior de la colectividad señalan que desconocían el antecedente. Así lo indicó el diputado PPD Patricio Hales, integrante de la Comisión de Defensa, quien dio fe de la eficiencia de la futura autoridad al desempeñarse como subsecretaria de marina en el anterior mandato de la Presidenta electa, Michelle Bachelet.

El parlamentario del PPD indicó que “yo no había escuchado nunca de este antecedente, solo sé que ella fue una subsecretaria que cumplió con la Presidenta Michelle Bachelet en forma muy rigurosa, es una persona muy seria en su trabajo, yo la conozco desde hace más de 15 años. Los antecedentes que siempre he tenido de ella han sido de un trabajo muy impecable en su cumplimiento, no había escuchado una cosa como esta”. El parlamentario añadió que no conoce la denuncia, pero que no puede juzgar a nadie en función de la biografías de sus padres, ya que éstas no determinan los valores y principios. Con esto coincidió el abogado Roberto Celedón, quien fue detenido junto a su esposa y trasladado también al Regimiento Buin. El jurista reiteró la necesidad de aclarar a la opinión pública si esto se conocía al momento de la designación. En esa línea, el abogado Roberto Celedón señaló que “los hijos no eran responsables de los pecados de los padres, sin perjuicio de que en un puesto tan delicado, como es este que dice relación con las Fuerzas Armadas, yo creía que era un tema que la Presidenta Bachelet tenía que conocerlo. Si ha habido plena transparencia de ella en informar esta situación o al futuro ministro de Defensa, la Presidenta en conocimiento de todos estos antecedentes la ratificó en el cargo. Yo hago conciencia de la Presidenta”, indicó.

El abogado añadió que se subentiende que un personero de la Nueva Mayoría debe adherir al respeto irrestricto de los derechos humanos. Vale señalar que Radio Universidad de Chile intentó comunicarse con el equipo de la presidenta electa para esclarecer esta situación pero desde la secretaría de las oficinas de Tegualda nos indicaron que no hay nadie disponible ya que el equipo completo está de vacaciones. Sin embargo, la futura autoridad también ha sido denunciada por la Asociación de Marinos Exonerados quienes afirman que, al momento de tramitar la jubilación para sus uniformados sometidos a vejámenes,  la autoridad les pidió que retiraran la demanda que habían interpuesto contra sus torturadores. Esta señal de obstrucción a la justicia inquieta a algunas de las víctimas, para quienes la nueva autoridad se debe pronunciar sobre esta materia y asegurar el respeto a la vida y la dignidad en la formación de todos los miembros de la Armada.

Asuntos administrativos

Además, hay otros datos. Carolina Echeverría, tendrá a su cargo, entre otras funciones, tramitar las concesiones marítimas. Según reveló Ciper Chile este asunto, en el primer gobierno de Michelle Bachelet, esto le valió un sumario administrativo. Si bien no se le formularon cargos, el primer semestre del 2008, cuando aún era subsecretaria de marina, se investigaron las gestiones de la firma Suez Energy para obtener las concesiones marítimas para el proyecto Barrancones y en el rol que tuvo en ello la empresa Osorio & Echeverría Consultores Asociados Ltda, sociedad que pertenecía a la subsecretaria y su esposo, Clobis Osorio Olave. El hombre habría realizado una serie de consultas sobre la solicitud de concesión de la termoeléctrica Barrancones, una de las cuales fue reenviada por email por la propia Echeverría. Además, los pagos de esta asesoría fueron depositados en una cuenta de la empresa en que la subsecretaria era socia.


Acusación se suma a cuestionamientos de los "marinos constitucionalistas"

Fuente :El Mostrador, 10 de Febrero 2014

Categoría : Prensa

"Me parece increíble que Carolina, con un puesto tan importante de subsecretaria, no sepa, no haya intuido, no haya buscado qué es lo que era su padre, que era capitán en el Regimiento Buin y que es culpable de detenciones, de muertes, de tortura, de violaciones y hoy día está libre", sostuvo Mónica Echeverría, quien junto a Mónica Bulnes se refirió al papel que jugó Víctor Echeverría durante la dictadura militar. Un emplazamiento a la designada subsecretaria de las Fuerzas Armadas, Carolina Echeverría Moya (PPD), para que se pronuncie respecto a las acusaciones que pesan sobre su padre en relación con violaciones de los derechos humanos, realizaron Mercedes Bulnes y Mónica Echeverría, víctimas de la dictadura.

En el programa “Una Nueva Mañana”, de Radio Cooperativa, Mercedes Bulnes relató: “Él, Víctor Echeverría (Henríquez), era capitán en ese entonces, y llegó al domicilio de mi padre, donde yo estaba ese día, el 23 de octubre de 1973, a detenernos a mí y a mi marido y nos llevaron al Regimiento Buin. Yo soy casada con Roberto Celedón. Esa noche Roberto fue torturado (…) A mí me dejaron en libertad al día siguiente, pero fui detenida nuevamente una semana más tarde”. Por su parte, Echeverría asegura que el uniformado torturó a su esposo y cometió abusos deshonestos hacia ella misma. “El capitán Echeverría estaba a cargo de inteligencia militar y trabajaba con Investigaciones. Él me detuvo y él mismo también me interrogó”, sostuvo la escritora. “Fue un hombre cruel, que no sólo torturó, sino que también violó”, recordó la mujer. "El capitán Echeverría estaba a cargo de inteligencia militar y trabajaba con Investigaciones. Él me detuvo y él mismo también me interrogó", sostuvo Mónica Echeverría. “

En esa línea, se preguntó: “¿Son los hijos responsables de los actos criminales o de los actos, en general, de sus padres? En este dilema creo que los hijos deben saber también y conocer del pasado de sus padres (…) y me parece increíble que Carolina, con un puesto tan importante de subsecretaria (…) no sepa, no haya intuido, no haya buscado qué es lo que era su padre, que era capitán en el Regimiento Buin y que es culpable de detenciones, de muertes, de tortura, de violaciones y hoy día está libre”.

“Ella es hija de un torturador y un asesino y no puede moralmente tener ese puesto”, concluyó sobre la futura subsecretaria de FF.AA., quien, tal como lo informó la semana pasada El Mostrador, ya había sido cuestionada por los denominados “marinos constitucionalistas”. Estos últimos la acusan de supuestamente haber condicionado en 2007 su reincorporación a la Armada y su reconocimiento como exonerados de la institución naval, al retiro de una querella contra la rama castrense por las torturas de las que fueron objeto en 1973, tras haber advertido al poder político de la época la preparación del golpe militar del 11 de septiembre.


Mercedes Bulnes emplaza a la futura subsecretaria de las FF.AA. a dar explicaciones por las “heridas” del pasado

Fuente :El Mostrador, 11 de Febrero 2014

Categoría : Prensa

Fue detenida el 23 de octubre de 1973 junto a su marido. Estaba embarazada de su tercera hija. Dice que su marido fue brutalmente torturado. Declaró en la Comisión Valech sobre los abusos sexuales que cometió en su contra el entonces capitán Víctor Echeverría Henríquez. Y hoy hace la siguiente analogía: "Cuando la actual Reina de Holanda se iba a comprometer con el príncipe, ella debió declarar ante todos los medios de que no era responsable de los actos de su padre –quien había sido ministro de una dictadura militar–. El parlamento holandés exigió esa declaración y exigió que el padre no pudiese estar presente en la boda. Eso es un ejemplo de ética pública".

Habla pausado. Mide cada palabra que dice. No quiere hacerse cargo de rumores o de declaraciones de otras personas. Hace hincapié en que sólo puede hacerse cargo de sus propias vivencias. Recuerdos cargados de dolor. Para Mercedes Bulnes no pasó inadvertido el nombramiento de Carolina Echeverría Moya como futura subsecretaria de las Fuerzas Armadas. En una entrevista con CNN Chile, la esposa del abogado de Derechos Humanos, Roberto Celedón, hace memoria del momento en que  fue detenida y conducida junto a su marido al Regimiento Buin y se da el tiempo para reflexionar sobre la hija de su abusador. “El día 23 de octubre de 1973 fuimos detenidos junto a mi marido en la casa de mi padre y conducidos al Regimiento Buin. La persona que lideraba la detención fue el capitán Víctor Echeverría Henríquez. En ese tiempo, capitán y a cargo de la inteligencia militar y de llevar a delante todas las detenciones y los interrogatorios en el Buin (…) Roberto tenía entonces 26 años y yo 23, y estaba embarazada de mi tercera hija (…) esa noche, me dejaron a mí en la guardia hasta las dos de la madrugada. Y, en tanto, Roberto fue torturado dentro de las dependencias de la Comandancia del Buin”, sostiene la abogada. No sabe bien si en esas torturas practicadas en contra de su cónyuge participó Víctor Echeverría. “Como él estaba vendado no reconoció a nadie, pero sí tengo claro que él sabía lo que estaba pasando”, explica, agregando que esa sospecha la confirmó los días posteriores. “A mí me dejaron en libertad el día siguiente. Me mandaron a dejar a la casa. Y fui detenida el lunes siguiente. Pero esos días yo fui a ver a Roberto, junto con mis cuñados, que me acompañaron. Roberto estaba en muy malas condiciones. Me permitieron verlo en ese momento. Y por toda la conversación que se dio, estaba claro que este señor (Echeverría) estaba completamente al tanto. Además, él siempre estuvo presente en mis visitas a Roberto. Nunca pude estar sola con él”, prosigue Mercedes Bulnes. “Esa noche –detalla– Roberto fue llevado junto a una patrulla militar que encabezaba Echeverría a allanar diferentes domicilios buscando al hijo de don Fernando Castillo Velasco y la señora Mónica Echeverría (…) este capitán fue a la casa de Fernando Castillo y fue extremadamente violento con la señora Mónica y con la hija de ambos, Consuelo, que tenía en ese entonces 12 años”. Se da un tiempo y deja en claro: “Nosotros no teníamos nada que ver con nada, Roberto militaba en la Izquierda Cristiana, yo militaba donde militaba Roberto. Nos acusaron de ser altos dirigentes del MIR después”.

A renglón seguido, enfatiza que tiene probado “concretamente el abuso deshonesto en mi contra, por parte de Echeverría”. Delito que, a su juicio, es agravado por el hecho de haberse cometido en contra de una persona privada de libertad.

Consultada por su parecer frente al nombramiento de Carolina Echeverría como futura subsecretaria de las Fuerzas Armadas, reflexiona lo siguiente: “Yo pienso que los hijos no son responsables de los pecados ni de los delitos de los padres. Pero sí creo que cuando uno asume un cargo público o de relevancia, uno tiene el deber de informar a quien lo nombra las heridas que pueden haber en el pasado de uno. Uno tiene el deber de informar porque es un cargo público que está relacionado con las Fuerzas Armadas y ella tiene que decir algo” Luego, se da tiempo para hacer la siguiente analogía: “Quiero recordar algo. Cuando la actual Reina de Holanda se iba a comprometer con el príncipe, ella debió declarar ante todos los medios de que no era responsable de los actos de su padre. Y su padre había sido ministro de Agricultura de una dictadura militar. Y el parlamento holandés exigió esa declaración y exigió que el padre no pudiese estar presente en la boda. Eso es un ejemplo de ética pública. Ella debe dar explicaciones. Tengo la convicción de que la señora Bachelet no sabía de esto”.


Las historias de horror en el regimiento Buin que pesan sobre el padre de la futura subsecretaria de FF.AA

Fuente :Dinamo, 11  de Febrero 2014

Categoría : Prensa

El centro conocido por sus interrogatorios y torturas saltó a la palestra luego que las víctimas del lugar, entre ellas la escritora Mónica Echeverría, reconociera al padre de la recién nombrada subsecretaria de Fuerzas Armadas como el coronel encargado de inteligencia del lugar y vinculado a violaciones a los Derechos Humanos. Aquí la historia de las víctimas. “Somos llevados al regimiento de Buin donde permanecemos por una semana (…) Somos mantenidos en celdas subterráneas individuales de dimensiones muy pequeñas. En esa semana se nos tortura consistentemente y sin descanso: somos interrogados a golpe de mano y pies, se nos amenaza con matarnos, con los ojos vendados se nos lleva a un lugar donde se nos coloca encima de una especie de cama metálica y allí se nos aplica corriente en los genitales, lengua, frente, codos. Este maltrato físico deja huellas hasta hoy”. El relato corresponde a un prisionero del Regimiento de Infantería de Buin entregado a la Comisión Valech. Este lugar, volvió a ser recordado luego que, de acuerdo a la información entregada por víctimas de este regimiento, reconocieran al padre de la recién nombrada subsecretaria de Fuerzas Armadas Carolina Echeverría, como el Coronel en retiro del Ejército, quien durante la dictadura fue capitán a cargo de labores de Inteligencia del Regimiento de Infanteria de Buin.  Los recuerdos de Víctor Echeverría Henríquez y este centro ocupado para interrogatorios y torturas no se hicieron esperar.

El recuerdo de las víctimas

El regimiento de Infantería de Buin fue utilizado como centro de detención y tortura. Según los testimonios recibidos en la Comisión Valech, y en diversos sitios sobre memoria, la mayoría de los traslados se hicieron entre 1973 y 1974. Los detenidos eran transportados en camiones militares, acostados unos sobre otros o arrodillados con las manos en la nuca, mientras eran apuntados con armas de fuego. En el segundo piso de este recinto, había una habitación especialmente habilitada para llevar a cabo los violentos interrogatorios. La mayoría de esto sucedía con los ojos vendados, mientras las víctimas estaban amarradas a una silla. Luego venían las largas sesiones de tortura. Los denunciantes no olvidan las amenazas, golpes, aplicación de electricidad, “el submarino”, “el teléfono”, vejaciones y violaciones sexuales, simulacros de fusilamiento y quemaduras con cigarrillo. Luego que se conseguía “quebrar” a las víctimas, la mayoría era llevada a otros recintos, como el Estadio Chile y el Estadio Nacional, entre otros.

La escritora Mónica Echeverria fue una de las principales denunciantes durante estos días, y al otro lado de la línea, dice que Víctor Echeverría ha quedado en total impunidad. “Lo subieron a coronel y hoy está feliz en Iquique. Además, como lo dijo Mercedes Bulnes, se ha perseguido hasta el final a otros violadores de Derechos Humanos, están en Punta de Peuco, pero con el Ejército hay un grado de protección total”, dice. A sus recuerdos, agrega que el ex encargado de inteligencia del regimiento dirigía a todo el resto de los militares, que no puede desmentir su responsabilidad en estos hechos , y que en el nombramiento de su hija Carolina Echeverría, hubo una suerte de ignorancia, dice. Pese a que cree que los hijos no pueden ser culpados por lo que han hecho sus padres, para ella, la actitud de la nombrada subsecretaria debería ser distinta. “Ella podría decir ‘lo siento mucho, considero que lo que hizo mi padre y conozco los hechos, pero la justicia debe seguir adelante’ o un ‘lo siento’, si no continuaremos con la impunidad en un gobierno del que estamos tan deseosos de que le vaya bien, se ensucian las manos al  nombrar en este cargo a la hija de Echeverría, aquí  lo que ocurrió es muy grave”, comenta. Para conluir su relato, Mónica Echeverría recuerda el testimonio de su amiga, la actriz Coca Rudolphy, quien también fue detenida y torturada en el regimiento. “Ella vivió cosas terribles durante las torturas y no tenía ninguna duda que el señor Echeverría estuvo presente durante estos hechos, ella lo recuerda muy bien”, comenta. Según profesionales cercanos a la investigación del juez Mario Carroza, pese a que en una de las causas aparece el nombre de Víctor Echeverría, nunca ha sido procesado por violaciones a los Derechos Humanos, sí ha sido citado a declarar en calidad de “exhortado” en un par de ocasiones. “Pese a las declaraciones de los testigos, aún se la ha podido responsabilizar por estos hechos”, afirma la fuente. Los querellantes en esta caso es la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos AFEP y las víctimas son Jorge Pacheco Durán, Denrio Álvarez Olivares y Ernesto Mardones Román. Todos asesinados finalmente con disparos, luego de pasar por el regimiento. Por ejemplo, Ernesto Mardones tenía 19 años y era estudiante universitario. Fue asesinado el 19 de diciembre de 1973 en Santiago. Ernesto murió ese día, en la vía pública, la causa de muerte, según consta en el Certificado Médico de Defunción del Instituto Médico Legal,  fueron múltiples heridas de balas.

Según datos de sus familiares, días antes de su muerte, fue detenido cerca de la Plaza Chacabuco por militares del Regimiento Buin que realizaron un operativo en el sector. De la misma forma, fueron detenidas al menos de veinte personas, entre ellos, los jóvenes Denrio Álvarez Olivares (17) y Jorge Pacheco Durán (20), que luego fueron declarados víctimas de violación a los Derechos Humanos por la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación. Otra de las víctimas de torturas, fue el ex teniente del Regimiento de Buin y disidente del golpe Carlos Pérez Tobar, afirmó que Víctor Echeverría había sido enviado desde la Academia de Guerra en calidad de funcionario de Inteligencia al regimiento de Buin. El ex uniformado en contacto con El Dínamo habló sobre las responsabilidades directas de Echeverría y que un recuerdo imborrable de ese lugar eran los gritos desgarradores que provenían de las otras salas. “Cuando nos torturaban nos vendaban los ojos: primero nos ponían algodón, luego cinta adhesiva y luego una venda, no sé si estaba dentro o fuera cuando eso sucedía, pero Echeverría ordenaba todo”, recuerda. Tobar además, presentó una denuncia por tortura y el homicidio de un conscripto, el soldado Mario Gho Alarcón, a quien, asegura, le dispararon públicamente en un edificio del lugar. “Si no se ha querido investigar más es porque no se ha querido, yo mismo quise entregar mi testimonio al juez Carroza y hubo caso omiso”, explica. Consultado por el tema, el abogado Eduardo Contreras, querellante en varias causas de la AFEP comentó el calibre del Regimiento de Buin como centro de tortura en los primeros años de Dictadura. “Allí, como en todos los regimientos del país, nuestros ‘valientes soldados’ hicieron gala de su cobardía abusando contra personas indefensas, atadas. Torturaron y asesinaron a muchos chilenos, los casos suman decenas de miles. Buin fue uno de esos íconos de la barbarie a que los golpistas acarrearon a las Fuerzas Armadas a su servicio, pero no es el único (…) Se ha logrado procesar y condenar a muchos culpables en materia de casos de detenidos desaparecidos y ejecutados políticos, pero el tema de la tortura está pendiente. Son pocas las querellas en curso. Tanto así que ese mismo individuo, Echeverría, está impune, sí esos son nuestros ‘valientes soldados’”, concluye.


Oficial (r)) que acusa a Padre de Susecretaria FFAA: “Me torturo por oponerme al Golpe”

Fuente :La Nacion, 12 de Febrero 2014

Categoría : Prensa

Carlos Pérez Tobar apunta por vejámenes al entonces capitán de Ejército, Víctor Echeverría, por negarse a participar en cualquier acto que implicara crímenes de lesa humanidad contra sus compatriotas tras la intervención militar de 1973.  “A mí se me torturó”. Con esa frase el  joven oficial de Ejército, Carlos Pérez Tobar, resumió los primeros días y meses que debió enfrentar prisión y apremios ilegítimos por señalarle, aseguró, al entonces capitán Víctor Echeverría, que se oponía al golpe militar del 11 de septiembre de 1973 y a ejecutar cualquier crimen de lesa humanidad en contra de los adeptos al Gobierno del Presidente Salvador Allende. De esta forma el expulsado militar ratificó que el padre de la designada subsecretaria de Fuerzas Armadas, Carolina Echeverría, ordenó aplicar tortura mientras fue asignado al regimiento Buin como oficial de inteligencia luego de la intervención militar, ya que esa unidad no participó en la toma de La Moneda acogiendo un llamado del ex comandante en jefe, general Carlos Prats, sino por el contrario se enfrentó a sus compañeros que sí acometieron la acción.

“Desde siempre he sido un militar que ha tratado de servir a su pueblo y por tal razón, no acepté participar en crímenes de ningún tipo, ni de lesa humanidad, ni de atropellos que sucedieron inmediatamente después que se presentó el golpe de Estado de 1973. Razón por la cual se me pidió que solicitara la baja, se me arrestó e inmediatamente pasé a ser sometido a intensos y horrendos interrogatorios con un sistema de torturas que es casi inimaginable por más de tres meses bajo las órdenes de este señor que ha sido mencionado y que no pertenecía al regimiento Buin”, relató Pérez Tobar a radio Bío Bío. Subrayó que “porque estudié para oficial de Ejército y no para verdugo”, no se arrepiente de haberse opuesto abiertamente  a las atrocidades que comenzaban a darse en la naciente dictadura, aunque declara imposible olvidar los horribles padecimientos que comenzaron con la rotura de sus tímpanos, en emparedamiento en un hoyo de barro por meses y unos cuantos años de prisión que terminaron con la expulsión del país sin retorno y el no poder darle la nacionalidad chilena a sus hijos, luego que un tribunal de guerra lo condenara por conspiración y sedición. Ese hecho lo obligó a abandonar una carrera intachable y promisoria en la institución, ya que fue piloto, seleccionado para los juegos panamericanos de 1975 y que incluso iba a ingresar a la Universidad Católica a estudiar sociología en las noches.

ACCIONES CONTRA ECHEVERRÍA

Carlos Pérez Tobar dijo que en su oportunidad denunció ante Raúl Rettig, presidente de la comisión de Verdad y Reconciliación. “He hecho varios intentos. Yo denuncié personalmente ante el señor (Raúl) Rettig esta situación cuando salió comandando por la comisión a buscar antecedentes en el exterior porque yo me encontraba exiliado y hasta 1990 estuve en la lista de las personas que no podían regresar al país”.

RESPONSABILIDAD DE LA HIJA

El destituido oficial, quien se ha desempeñado en organismos de defensa de los derechos humanos, gestión que le ha valido un premio en Naciones Unidas, recalcó que es evidente que la nombrada subsecretaria de FFAA de Bachelet no tiene la culpa de las acciones de su progenitor, pero que ninguno de los gobiernos de la Concertación, incluida la administración anterior de la Presidenta electa y en la que Carolina Echeverría también participó, hizo un gesto a quienes como él, por ejemplo, no pudieron otorgarle la nacionalidad chilena a sus hijos. “Por supuesto, la hija no tiene por qué asumir las responsabilidades del padre, sin embargo, ojalá ese señor hubiera hecho algo porque nuestros hijos permanecieron durante casi los cuatro gobiernos de la Concertación sin nacionalidad, debido a una ley absurda que se implementó mis hijos tuvieron que adoptar otras nacionalidades porque ellos mismos tuvieron que hacerse su futuro en Europa porque este país no se los permitió”. “Entonces, frente a eso, cuáles son los principios éticos y morales que deben guiar un Gobierno que se dice que representa y que además va a defender los derechos humanos y se instaura como un ejemplo no sólo para el país y sino para la región”, se preguntó.


Carlos Pérez: "Fui horriblemente torturado por orden de Víctor Echeverría"

Fuente :CNN-Chile.cl, 12 de Febrero 2014

Categoría : Prensa

La víctima de la dictadura afirmó que sufrió vejaciones por militares a cargo de Víctor Echeverría, padre de la designada subsecretaria de FF.AA. Después de la serie de cuestionamientos ante las nominaciones para el gobierno de la Nueva Mayoría, una de las que ha generado mayor cantidad de opiniones en los últimos días, es la de Carolina Echeverría. El padre de la designada y ex capitán del Regimiento de Buin en ese entonces, Víctor Echeverría, es acusado de ser un torturador de la dictadura. Carlos Pérez, pertenenciente al Ejército de Chile en esa época, se rehusó a "ajusticiar" a un preso político, y por este motivo fue enviado a reclusión domiciliaria en el mismo Regimiento de Buin, donde más tarde fue allanado y detenido. Luego lo trasladaron a un centro de tortura, donde junto a otros presos, sufrió graves violaciones a los Derechos Humanos.


Sacerdote jesuita cree que designada subsecretaria de FF.AA. no asumirá

Fuente :El Mostrador, 17 de febrero de 2014

Categoría : Prensa

José Aldunate dice que Carolina Echeverría no puede eludir que es “hija de un torturador” y aconseja que “dé un paso al costado”, "La pregunta es si es congruente que la hija de un padre torturador, que se sabe que lo es, aunque no se haya demostrado jurídicamente, ocupe un cargo como el que está destinado", afirmó el nonagenario religioso y uno de los fundadores en la década de los 80 del Movimiento Contra la Tortura Sebastián Acevedo.

Categórico fue el pronunciamiento del sacerdote jesuita José Aldunate a la hora de analizar la situación de la futura subsecretaria de Fuerzas Armadas, Carolina Echeverría, cuestionada en estos días por los diversos testimonios de personas que aseguran que durante la dictadura militar fueron torturados por su padre, el coronel (r) del Ejército Víctor Echeverría. En una entrevista con Radio Cooperativa, el religioso, quien en la década de 1980 fue uno de los fundadores del Movimiento Contra la Tortura Sebastián Acevedo, manifestó que el caso de la autoridad nombrada por la Presidenta electa Michelle Bachelet “no se puede acallar (…) no podemos eludirlo, hay que afrontarlo directamente”. Esto porque ya “la opinión pública está alertada (…) de que va a estar la hija de un torturador para un puesto tan importante”. Por lo anterior, su opinión es que Echeverría debería dar un paso al costado, sobre todo por la contundencia del relato de las víctimas, entre ellas Mercedes Bulnes y Roberto Celedón, personas que Aldunate aseguró que conocía y que además les tenía gran respeto. “El testimonio de ellos es contundente. Hay otros también, y mientras eso no se aclare ante la opinión pública (…) yo creo que ella debe dar un paso al lado nomás, no creo que pueda asumir un cargo”, sostuvo. Aclaró que no se trataba de una “caza de brujas” ni de “suscitar una sospecha colectiva”, sino que de una cuestión moral. “La pregunta es si es congruente que la hija de un padre torturador, que se sabe que lo es, aunque no se haya demostrado jurídicamente, ocupe un cargo como el que está destinado”, expresó respecto a la futura subsecretaria de militancia PPD. Finalmente, el nonagenario sacerdote jesuita expresó que “a mí me convencen los testimonios que se han dado” contra Víctor Echeverría y que era posible que su hija “crea inocente a su padre. Es natural, pero la opinión pública es otra cosa”.


El Coronel Víctor Echeverría es un torturador y es cómplice de crímenes de lesa humanidad

Fuente :Piensa Chile, 14 de Febrero 2004

Categoría : Prensa

Con un profundo enojo y decepción conocimos la nominación de Carolina Echeverría hija del Coronel en retiro del Ejercito, , reconocido como un activo participante en acciones represivas y como uno de los torturadores en el Regimiento Buin en 1973, como Subsecretaria de la Defensa Nacional. Una aberración que, una vez mas, desconoce o hace caso omiso del pasado y de la palabra de testigos, quienes sufrieron de forma directa e indirecta los malos tratos y torturas del entonces Capitán del Ejercito de Chile Junto con esto también entendemos que las nuevas generaciones no pueden cargar con las culpas de quienes actuaron como criminales y violadores, nos referimos a la hija del torturador Echeverría. Pero en este caso, nuestra sociedad y nuestra generación tenemos el derecho de exigir de su parte, el rechazo publico y la condena para quienes cometieron torturas y crímenes de lesa humanidad durante la dictadura, al mismo tiempo su compromiso con la exigencia de verdad, justicia y reparación para con las victimas.

Los funcionarios de gobierno y políticos, no pueden sentirse ajenos de la historia del país, estos deben hacerse parte de los esfuerzos colectivos que hacemos para educar y mantener viva la memoria histórica. Todos debemos comprometernos leal y activamente con las políticas y recursos que como sociedad necesitamos, para desterrar la posibilidad, de que tan graves atentados a la vida y a la dignidad humana se repitan y para fomentar una cultura de la paz y la tolerancia El caso del ex Coronel Echeverría es muy claro, Mercedes Bulnes quien fue detenida junto a su esposo el destacado abogado Roberto Celedon en 1973, la periodista Mónica Echeverría y el ex Teniente de ejercito Carlos Pérez Tobar, atestiguan con claridad haber ser sido victimas, como miles de chilenos y chilenas, de las acciones de este agente del Estado, quien torturo y formo parte de las pandillas que asesinaban y hacían desaparecer a personas .Las justificaciones que se han entregado por parte de las nuevas autoridades y de quienes nominaron a la señora Echeverría al cargo de Subsecretaria de Defensa, sin antes escuchar su posición ante las fundadas acusaciones que pesan sobre el ex Coronel, son insuficientes. En su defensa argumentan que el militar en retiro no tiene juicios pendientes que lo vinculen a violaciones de los derechos humanos, desconociendo el hecho de que aun los ideólogos del golpe de Estado y de las políticas de represión, de terrorismo de estado, civiles y militares, que significaron la persecución y la muerte de miles de chilenos y chilenas, continúan gozando de impunidad y de la protección que les otorga la ley de amnistía de 1978, lo que impide conocer la verdad y llevarlos a la cárcel por los crímenes que cometieron. Es mas hace apenas unos días conocimos que los asesinos confesos y condenados a cadena perpetua por el degollamiento despiadado de Santiago Nattino, Manuel Guerrero y José Manuel Parada, los dos ex carabineros, Guillermo González Betancourt y José Fuentes Castro, disfrutan de un beneficio penitenciario de libertad controlada desde el 24 de junio de 2013.

Estos son hechos que comprueban que a través del destructivo poder del silencio, que ampara y protege a ex oficiales y suboficiales de las FFAA y Carabineros, se intenta desconocer que las practicas represivas aberrantes, cobardes, contra personas inocentes u opositores políticos a la dictadura, fueron políticas de estado y que por lo tanto son de responsabilidad institucional y que mientras esto no se reconozca se impide el esclarecimiento histórico de lo acontecido Durante todos estos años la justificación al golpe de estado de 1973, en contra de un gobierno legal y democráticamente elegido, se basa en el supuesto mentiroso de una conspiración extranjera para introducir el comunismo en Chile. O que las FFAA actuaron para impedir un plan del gobierno de Salvador Allende para llevar a cabo una insurrección armada, un autogolpe, con el fin de imponer a la fuerza un gobierno marxista Estos argumentos no resisten análisis alguno y en reiteradas oportunidades se ha demostrado su falsedad, emanan del patrioterismo, entendido como la adulteración demagógica del nacionalismo, el que ha conducido a militares (y civiles) a cometer los peores excesos de la historia en nuestro país, desde las torturas a la desaparición de personas, a las acciones de limpieza política que incluyen verdaderas masacres Ante esto, denunciamos toda conducta que busque encubrir, tras las estridencias patrioteras la justificación a la violación sistemática de los derechos humanos. Acciones que como el ex capitán Echeverría practicó en su momento, que fueron y son contrarias a los genuinos intereses de la nación.

¡Basta entonces de mentiras y justificaciones!, las FFAA como institución deben asumir un compromiso con los familiares de los detenidos ejecutados y desaparecidos, para que estos puedan encontrar los restos de sus seres queridos o aclarar las circunstancias de sus muertes. Corresponde que los generales, Oficiales Superiores y subalternos que estuvieron a cargo y que oficiaron de carceleros de los campos de concentración y exterminio, asuman su responsabilidad. De la misma manera que ministros, subsecretarios, alcaldes y otras autoridades en su conjunto, respondan por su complicidad en los crímenes cometidos bajo la dictadura Los Militares Patriotas, quienes nos opusimos al golpe cívico militar y no obedecimos ordenes para reprimir a nuestro pueblo, entregamos nuestra solidaridad y compromiso con Mercedes Bulnes, Roberto Celedon, Mónica Echeverría, Carlos Pérez y con todos los familiares de nuestros compatriotas torturados, asesinados y desparecidos. Desde nuestra posición moral nos hacemos eco del llamado nacional al nuevo gobierno, para que la justicia cumpla con su papel y sin olvido ¡Que se elimine la calificación mentirosa del estado de guerra existente en 1973, el que ampara la impunidad de los civiles y militares que planificaron y ejecutaron el golpe cívico militar de 1973! Que se elimine la ley de amnistía de 1978, creada por Pinochet para proteger a los militares comprometidos con crímenes de lesa humanidad! ¡Que se eliminen las condecoraciones y reconocimientos entregados a civiles y militares, por su participación en las acciones represivas y criminales que se realizaron en contra del pueblo chileno en 1973 y en los años posteriores ¡Que los tribunales de justicia declaren ilegales los consejos de guerra creados para juzgar, encarcelar, exiliar o asesinar a Chilenos y Chilenas!, ¡Que la Justicia juzgue y expulse de las FFAA a quienes torturaron y asesinaron a compatriotas y que son probadamente autores de crímenes de lesa humanidad¡, ¡Que la justicia rompa el cobarde pacto de silencio de las FFAA que protege a violadores de DDHH y culpables de crímenes de lesa humanidad! ¡Que se individualice y juzgue a los Oficiales y Suboficiales del ejercito que estuvieron a cargo o actuaron de carceleros en los distintos campos de concentración y de exterminio durante la dictadura cívico militar! – El autor, Enrique Villanueva M., es Vicepresidente del Centro Estudios Exonerados Fuerza Aérea 1973, CEEFA.73.


Familiares de Desaparecidos molestos por mantención de subsecretaria Echeverría y le exigen “degradar al torturador de su padre”

Fuente :El Mostrador, 25 de Febrero 2014

Categoría : Prensa

En las últimas semanas, son varias las autoridades designadas por la Presidenta electa, Michelle Bachelet, que han estado en el ojo de la tormenta debido a los cuestionamientos a sus nominaciones, las que se han visto complicadas por “fantasmas del pasado”. Tal es el caso de Hugo Lara (DC) y Miguel Moreno (PR), quienes descartaron a asumir a la cabeza de las Subsecretarías de Agricultura y de Bienes Nacionales, respectivamente, luego de que el primero se viera complicado por una querella por estafa que su contraparte retiró poco después de su nominación y de que el segundo tuviera que enfrentar en 2011 un juicio que lo condenó por el delito de “ofensas al pudor”. Junto a ellos, otra que se había convertido en blanco de críticas es la nominada subsecretaria de Fuerzas Armadas, Carolina Echeverría, a quien se le reprocha la participación de su padre, Víctor Echeverría, en interrogatorios y sesiones de tortura durante la dictadura de Augusto Pinochet. Sin embargo, el lunes se difundió un comunicado emitido por el equipo de comunicaciones de Bachelet en donde se aceptaba la renuncia de Morales y de Lara, confirmando así indirectamente la nominación de Echeverría. Por su parte, el ministro del Interior de la nueva Presidenta, Rodrigo Peñailillo, hizo lo propio al asegurar ante la prensa que “todos conocemos a Carolina Echeverría, ella ya desempeñó un cargo en el gobierno anterior y tiene una gran experiencia en relación con las Fuerzas Armadas y sabemos de su compromiso en materia de Derechos Humanos”. Este martes, la presidenta de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, Lorena Pizarro, criticó la decisión de la Presidenta electa, recalcando que sobre “el compromiso con los derechos humanos, con la verdad y la justicia no hay nadie que pueda sentir que lo que estaba en el centro era eso”, según detalló Radio Cooperativa. “Lo que ocurre es que lamentablemente ella tiene dos situaciones que dificultan lo que puede significar el avance en un tema tan largamente retrasado como es la demanda de verdad y justicia. No nos deja conformes y, más allá, es una mala señal para lo que viene. Hay que degradar a los genocidas y espero que la señora Echeverría esté dispuesta a degradar al torturador de su padre”, agregó Pizarro.

Una de las primeras en dar la alarma fue una de las propias víctimas de abusos durante la dictadura. Mercedes Bulnes, esposa del abogado de derechos humanos, Roberto Celedón, denunció haber sido torturada y abusada a manos de Víctor Echeverría durante su permanencia en el Regimiento Buin en 1973. De igual forma, días después, el sacerdote jesuita José Aldunate, quien en la década de 1980 fue uno de los fundadores del Movimiento Contra la Tortura Sebastián Acevedo, manifestó que el caso de la autoridad nombrada por la Presidenta electa Michelle Bachelet “no se puede acallar (…) no podemos eludirlo, hay que afrontarlo directamente”. Esto porque ya “la opinión pública está alertada (…) de que va a estar la hija de un torturador para un puesto tan importante”. Pero su vínculo con quien ha sido identificado como un torturador en años de la dictadura no es el único elemento que complica la nominación de Carolina Echeverría como subsecretaria de Fuerzas Armadas. En mayo del 2008, un grupo de marinos constitucionalistas que exigían ser considerados exonerados de las FF.AA., pusieron una querella en contra de los responsables de las torturas sufridas entre 1973 y 1976 al interior de la institución. En aquel entonces, Echeverría, que se desempeñaba como subsecretaria de Marina, pidió a los denunciantes retirar la querella y les aseguró que a cambio les concederían ciertos acuerdos. Posteriormente, en 2006, con el primer mandato de Michelle Bachelet, los ex marinos mencionados recuperaron sus esperanzas de ser atendidos por las autoridades y de lograr ser catalogados como exonerados. Para ello se pusieron en contacto con la entonces ministra de Defensa, Vivianne Blanlot, quien les aseguró que diseñarían de cero un proyecto de ley que cumpliera este cometido. Con este fin tuvieron que trabajar directamente con Echeverría. Sin embargo, en 2007 se les informó que, según estimaba el gobierno, “se ha cumplido con todos los compromisos asumidos por el ejecutivo en relación a ese tema, por lo que no se considera pertinente presentar nuevos proyectos de ley que concedan nuevos o mayores beneficios”.


Bestialidad máxima: agentes de la DINA usaban animales en violaciones a mujeres mientras las torturaban

Fuente :Cambio21, 19 de Mayo 2014

Categoría : Prensa

Mujeres víctimas de los criminales de la dictadura se atrevieron a denunciar que fueron violentadas sexualmente durante su detención en centros de tortura por funcionarios del Ejército y de la DINA. Dos de ellas fueron Mónica Echeverría y Alejandra Holzapel. Las violaciones a los derechos humanos que se llevaron a cabo durante la dictadura militar han sido comprobadas por la justicia chilena. Es cosa de ver las condenas que se han hecho a militares que fueron parte de la DINA y la CNI. Sin embargo, otras informaciones que se han dado a conocer recientemente tienen que ver con las violaciones sexuales que acompañaron la tortura en esos años. Fueron vejaciones sufridas por mujeres mientras se encontraban detenidas en los centros de exterminio de Villa Grimaldi, Tres Álamos, Tejas Verdes, entre otros lugares. A los métodos de tortura que se aplicaron en la dictadura a más de tres mil mujeres, hay que añadier que fueron violentadas sexualmente por los agentes de la DINA y funcionarios del Ejército que las tenían recluidas, actos realizados bajo la mirada de los militares, quienes además permitieron incluso la utilización de aminales adiestrados. Tal cual. Fue una humillación que se repitió una y otra vez. Lelia Pérez fue una víctima de estas violaciones; tenía 16 años cuando la detuvieron y la llevaron al Estadio Nacional el 12 de septiembre de 1973. "De las mujeres que fuimos llevadas al sector de los camarines, creo que todas fuimos sometidas a violencia sexual", recordó. Un profesor de un instituto comercial detenido en 1973, agregó: "Recuerdo que mientras estuve detenido y torturado en la Base Aérea Maquehue (al sur de Temuco), un recluta me contó que una profesora que había llegado detenida desde la localidad vecina de Lonquimay fue violada y torturada sistemáticamente por el personal de inteligencia de la base. Se vanagloriaban por ello". En el informe de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura se cuenta que "cuando un detenido es violentado sexualmente por un agente del Estado o por un particular a su servicio, estas agresiones constituyen una forma de tortura, porque causan en las víctimas un grave sufrimiento sicológico, generalmente acompañado de un dolor físico capaz de provocar secuelas".

Querella
Ante tal macabro recuerdo, tres sobrevivientes de la dictadura presentaron una querella por violencia sexual con carácter de delito de lesa humanidad ante el juez Mario Carroza. Entre las querellantes se encuentra Alejandra Holzapfel, quien estuvo detenida en Villa Grimaldi. Antes que ellas hubo otras que dieron a conocer estos abusos, entre las que se encuentra la escritora Mónica Echeverría, quien acusó a Víctor Echeverría Henríquez (con el que no tiene nexo familiar) de que durante la dictadura fue capitán a cargo del Regimiento de Infantería N°1 "Buín", lugar que fue utilizado como centro de detención y tortura luego del Golpe y que cometió abusos deshonestos hacia su persona.

La literata sentenció: "El capitán Echeverría estaba a cargo de inteligencia militar y trabajaba con Investigaciones. Él me detuvo y él mismo también me interrogó, me torturó y también me violó"


Justicia condena a oficial del Ejército por torturas al abogado Roberto Celedón y su esposa en 1973

Fuente :elclarin.cl, 20 de Enero 2017

Categoría : Prensa

El ministro en visita extraordinaria para causas por violaciones a los derechos humanos de la Corte de Apelaciones de Santiago, Mario Carroza, condenó a oficial en retiro del Ejército Víctor Manuel Echeverría Henríquez, en calidad de autor del delito de aplicación de tormentos a matrimonio de abogados. Ilícito perpetrado al interior del Regimiento Buin, en octubre de 1973.

En el fallo (causa rol 51-2014), el ministro en visita condenó a Echeverría Henríquez a la pena de 3 años y un día de presidio, con el beneficio de la libertad vigilada intensiva, por los tormentos aplicados a Mercedes Bulnes Núñez y Roberto Celedón Fernández.

En el aspecto civil, el fallo ordenó al condenado y al Estado de Chile pagar de manera solidaria una indemnización total de $150.000.000 (ciento cincuenta millones) a las víctimas y sus hijas.

Según los antecedentes recopilados en la etapa de investigación, el ministro Carroza logró establece que:

a.- Que al interior del Regimiento de Infantería N° 1 Buin, en el mes de octubre de 1973, se descubre la existencia de consignas alusivas al Movimiento de Izquierda Revolucionaria y se inicia en base a ello una investigación por parte de la Sección Segunda de Inteligencia del Regimiento, quienes efectúan allanamientos e interrogatorios que arrojan antecedentes de haberse efectuado reuniones entre efectivos del Ejército y militantes del MIR, en la ciudad de Santiago;

b.- Que una vez que la Comandancia del Regimiento tomó conocimiento de estas circunstancias, lo comunica a la Segunda División del Ejército, quienes deciden formar una comisión especial con funcionarios de la Sección II de Inteligencia y efectivos de Investigaciones, encargada de efectuar las averiguaciones relativas a los hallazgos y reuniones, la cual queda al mando del Capitán de Ejercito Víctor Manuel Echeverría Henríquez;

c.- Que una de las tantas diligencias destinadas a cumplir con el mandato, es la que cumplen el 23 de octubre de 1973, alrededor de las 18:30 horas, cuando concurre el Capitán Víctor Echeverría con dos funcionarios de Investigaciones, Pedro Espinoza Valdés y Carlos Favre Bocaz, ya fallecidos, hasta el domicilio de Gonzalo Bulnes Aldunate, ubicado en el Pasaje Tomás Andrew N°128 de la Comuna de Providencia, y detienen a la hija del dueño de casa, María Mercedes Bulnes Núñez y a su marido Roberto Antonio Celedón Fernández, por sus vinculaciones con militantes del MIR y ser los propietarios del inmueble en el que se efectuaban las reuniones, les suben a un vehículo y los trasladan hasta el Regimiento Buin;

d.- Que una vez ingresados al Regimiento Buin, recinto de detención y tortura en esa época, a Roberto Celedón le llevan los agentes hasta el segundo piso de la Comandancia del Regimiento, lugar en el que se encontraban las instalaciones de la Sección de Inteligencia, y en ese sitio proceden a vendarle la vista, amarrarle las manos y le obligan a desnudarse, luego lo interrogan y le colocan en un catre metálico, donde sus captores le aplican corriente eléctrica en varias partes del cuerpo y le golpean y luego de estas sesiones de tormentos e interrogatorios lo llevan a los calabozos, donde permaneció recluido entre el 23 de octubre y el 30 de noviembre de 1973, cuando se le traslada a la Cárcel Pública;

e.- Que en esa misma oportunidad del 23 de octubre, luego que trasladaran a su esposo a las dependencias de la Sección de Inteligencia, a María Mercedes Bulnes la mantienen en la guardia y ese mismo día recupera su libertad. Sin embargo, ella regresa a la unidad militar a ver a su esposo y logra conversar con él, percatándose que éste estaba siendo objeto de torturas, por lo que comienza a vivir una angustia permanente hasta el día 30 de octubre de 1973, cuando vuelve la patrulla a detenerla, esta vez en la casa de sus suegros, y la trasladan al Regimiento Buin, donde la ingresan como detenida en la Enfermería del establecimiento militar, de lo cual se infiere que se hizo para interrogarla y obtener de ella información, prolongándose su detención hasta el 12 de noviembre de 1973, en el intertanto el Jefe de Inteligencia Víctor Echeverría concurría continuamente a verla y conversar con ella, sometiéndola a vejámenes y abusos sexuales, haciendo caso omiso de su embarazo de semanas, por cuanto a sus preguntas le adiciona actos de naturaleza lasciva y deshonesta, insinuándole además que podía obtener su libertad y la de su marido si accedía a sus requerimientos. Finalmente gracias a gestiones de su familia pudo irse de la unidad militar y quedar con medida de arresto domiciliario;

f.- Que el matrimonio Celedón Bulnes fue encausado y llevado a un Consejo de Guerra conjuntamente con otros presumidos involucrados en esta confabulación, así Roberto Celedón es condenado a cuatro años y María Mercedes resulta absuelta de todos los cargos, pero ambos se vieron forzados con posterioridad a salir del país, una vez que se conmuta la pena de presidio a Celedón”.


Coronel Víctor Echeverría: Un torturador cómplice de crímenes de lesa humanidad

Fuente :radiouchile.cl, 13 de Febrero 2014

Categoría : Prensa

Con un profundo enojo y decepción conocimos la nominación de Carolina Echeverría hija del Coronel en retiro del Ejercito, Víctor Echeverría Henríquez, reconocido como un activo participante en acciones represivas y como uno de los torturadores en el Regimiento Buin en 1973, como Subsecretaria de la Defensa Nacional. Una aberración que, una vez mas, desconoce o hace caso omiso del pasado y de la palabra de testigos, quienes sufrieron de forma directa e indirecta los malos tratos y  torturas del entonces Capitán del Ejército  de Chile.

Junto con esto también entendemos que las nuevas generaciones no pueden cargar con las culpas de quienes actuaron como criminales y violadores, nos referimos a la hija del torturador Echeverría. Pero en este caso, nuestra sociedad y nuestra generación tenemos el derecho de exigir de su parte, el rechazo publico y la condena para quienes cometieron torturas y crímenes de lesa humanidad durante la dictadura, al mismo tiempo su compromiso con la exigencia de verdad, justicia y reparación para con las victimas.

Los funcionarios de gobierno y políticos, no pueden sentirse ajenos de la historia del país, estos deben hacerse parte de los esfuerzos colectivos que hacemos para educar y mantener viva la memoria histórica. Todos debemos comprometernos leal y activamente con las politicas y recursos que como sociedad necesitamos, para desterrar la posibilidad, de que tan graves atentados a la vida y a la dignidad humana se repitan y para fomentar una cultura de la paz y la tolerancia.

El caso del ex Coronel Echeverría es muy claro, Mercedes Bulnes quien fue detenida junto a su esposo el destacado abogado Roberto Celedon en 1973, la periodista Mónica Echeverría y el ex Teniente de ejercito Carlos Pérez Tobar, atestiguan con claridad haber ser sido victimas, como miles de chilenos y chilenas, de las acciones de este agente del Estado, quien torturo y formo parte de las pandillas que asesinaban y hacían desaparecer a personas.

Las justificaciones que se han entregado por parte de las nuevas autoridades y de quienes nominaron a la señora Echeverría al cargo  de Subsecretaria de Defensa, sin antes escuchar su posición ante las fundadas acusaciones que pesan sobre el ex Coronel, son insuficientes. En su defensa argumentan que el militar en retiro no tiene juicios pendientes que lo vinculen a violaciones de los derechos humanos, desconociendo el hecho de que aun los ideólogos del golpe de Estado y de las politicas de represión, de terrorismo de estado, civiles y militares, que significaron la persecución y la muerte de miles de chilenos y chilenas, continúan gozando de impunidad y de la protección que les otorga la ley de amnistía de 1978, lo que impide conocer la verdad y llevarlos a la cárcel por los crímenes que cometieron.

Es mas hace apenas unos días conocimos que los asesinos confesos y condenados a cadena perpetua por el degollamiento despiadado de Santiago Nattino, Manuel Guerrero y José Manuel Parada, los dos ex carabineros, Guillermo González Betancourt y José Fuentes Castro, disfrutan de un beneficio penitenciario de libertad controlada desde el 24 de junio de 2013.

Estos son hechos que comprueban que a través del destructivo poder del silencio, que ampara y protege a ex oficiales y suboficiales de las FFAA y Carabineros, se intenta desconocer que las practicas represivas aberrantes, cobardes, contra personas inocentes u opositores políticos a la dictadura, fueron politicas de estado y que por lo tanto son de responsabilidad institucional y que mientras esto no se reconozca se impide el esclarecimiento histórico de lo acontecido.

Durante todos estos años la justificación al golpe de estado de 1973, en contra de un gobierno legal y democráticamente elegido, se basa en el supuesto mentiroso de una conspiración extranjera para introducir el comunismo en Chile. O que las FFAA actuaron para impedir un plan del gobierno de Salvador Allende para llevar a cabo una insurrección armada, un autogolpe, con el fin de imponer a la fuerza un gobierno marxista.

Estos argumentos no resisten análisis alguno y en reiteradas oportunidades se ha demostrado su falsedad, emanan del patrioterismo, entendido como la adulteración demagógica del nacionalismo, el que ha conducido a militares (y civiles) a cometer los peores excesos de la historia en nuestro país, desde las torturas a la desaparición de personas, a las acciones de limpieza política que incluyen verdaderas masacres.

Ante esto, denunciamos toda conducta que busque encubrir, tras las estridencias patrioteras la justificación a la violación sistemática de los derechos humanos. Acciones que como el ex capitán Echeverría practicó en su momento, que fueron y son contrarias a los genuinos intereses de la nación.

¡Basta entonces de mentiras y justificaciones!, las FFAA como institución deben asumir un compromiso con los familiares de los detenidos ejecutados y desaparecidos, para que estos puedan encontrar los restos de sus seres queridos o aclarar las circunstancias de sus muertes. Corresponde que los generales, Oficiales Superiores y subalternos que estuvieron a cargo y que oficiaron de carceleros de los campos de concentración y exterminio, asuman su responsabilidad. De la misma manera que ministros, subsecretarios, alcaldes y otras autoridades en su conjunto, respondan por su complicidad en los crímenes cometidos bajo la dictadura.

Los Militares Patriotas, quienes nos opusimos al golpe cívico militar y no obedecimos ordenes para reprimir a nuestro pueblo, entregamos nuestra solidaridad y compromiso con Mercedes Bulnes, Roberto Celedon, Mónica Echeverría, Carlos Pérez y con todos los familiares de nuestros compatriotas torturados, asesinados y desparecidos. Desde nuestra posición moral nos hacemos eco del llamado nacional al nuevo gobierno, para que la justicia cumpla con su  papel y sin olvido:

¡Que se elimine la calificación mentirosa del estado de guerra existente en 1973, el que ampara la impunidad de los civiles y militares que planificaron y ejecutaron el golpe cívico militar de 1973!

Que se elimine la ley  de amnistía  de 1978, creada por Pinochet para proteger a los militares comprometidos con crímenes de lesa humanidad!

¡Que se eliminen las condecoraciones y reconocimientos entregados a civiles y militares, por su participación en las acciones represivas y criminales que se realizaron en contra del pueblo chileno en 1973 y en los años posteriores!

¡Que los tribunales de justicia declaren ilegales los consejos de guerra creados para  juzgar, encarcelar, exiliar o asesinar a Chilenos y Chilenas!

¡Que la Justicia juzgue y expulse de las FFAA a quienes torturaron y asesinaron a compatriotas y que son probadamente autores de crímenes de lesa humanidad!

¡Que la justicia rompa el cobarde pacto  de silencio de las FFAA que protege a violadores de DDHH y culpables de crímenes de lesa humanidad!

¡Que se individualice y juzgue a los Oficiales y Suboficiales del ejercito que estuvieron a cargo o actuaron de carceleros en los distintos campos  de concentración y de exterminio durante la dictadura cívico militar!

 

Enrique Villanueva M., Vicepresidente, Centro Estudios Exonerados Fuerza Aérea 1973. CEEFA.73


La confesión del teniente Kenny y los crímenes en el regimiento Buin

Fuente :elmostrador.cl, 10 de Marzo 2014

Categoría : Prensa

Tras la sentida revelación judicial del oficial en enero pasado, ahora el juez Carroza debería iniciar una amplia rueda de nuevos interrogatorios que llegaría hasta insospechadas esferas, partiendo por quienes todos sindican como el capitán al mando de la Sección II de Inteligencia: Víctor Echeverría, a cargo de los detenidos en el Buin.

Faltaban cinco días para la primera Nochebuena después del golpe cívico-militar de 1973. Esa tarde del 19 de diciembre, el comandante del Regimiento Buin, Felipe Geiger, dio una orden:

–Saquen a los tres detenidos de la Cárcel Pública y mátenlos. No los quiero de vuelta aquí. Después lleven los cuerpos a la morgue. Digan que los encontraron botados.

Eran las ocho y media de la noche de ese día 19. Una patrulla del Regimiento Buin llegó hasta la cárcel de calle General Mackenna, frente al Cuartel General de la Policía de Investigaciones.

La patrulla viajaba en una camioneta tres cuartos. La orden de sacar a los tres detenidos la llevaba extrañamente el teniente Kenny Aravena Sepúlveda, del Buin, y no los capitanes Guido Riquelme Andaur y Carlos Rudloff Molina, pese a ser de mayor graduación. ¿Por qué? Porque ambos capitanes no eran del contingente del Buin.

En el proceso por estos tres homicidios, que instruye el juez Mario Carroza, no está claro aún quién recibió la orden de matar a los prisioneros de parte del comandante Geiger. Si Rudloff, Riquelme, Hidalgo o Echeverría, los cuatro capitanes que llegaron desde la Academia como expertos. Kenny sostiene que no fue él quien la recibió. Que sólo sabía que debía retirar a los tres y llevarlos al Buin. Varios declaran en la causa que el capitán Echeverría era quien llegó para hacerse cargo de la Sección II de Inteligencia del Buin, a cargo de los detenidos. Al menos eso es lo que hasta ahora está establecido en la investigación judicial.

Habían llegado el mismo 11 de septiembre de 1973 en comisión de servicio desde la Academia de Guerra para reforzar el regimiento, junto a los capitanes Ricardo Hidalgo Rueda y Víctor Echeverría Henríquez. Al interior del Buin se había descubierto una pequeña célula del MIR y se inició una investigación.

El teniente Kenny se presentó en la guardia de la cárcel y dio los nombres de los tres prisioneros que debía retirar: Jorge Pacheco Durán tenía 20 años, era artesano y militante de la Izquierda Cristiana. Denrio Álvarez Olivares cumplía ya 17 años, era dirigente universitario y militaba en las Juventudes Comunistas. Ernesto Mardones Román tenía 19 años y era estudiante universitario.

El oficial de Gendarmería a cargo esa noche no se achicó, le exigió a Kenny que llamara por teléfono al Buin al comandante Geiger. Quiso hablar con el comandante y que éste le certificara que el teniente tenía la orden suya para sacar a los presos. Así ocurrió.

Esa llamada resultó fatal para la patrulla, pues quedó un registro del secuestro.

–Teniente, y además me tiene que firmar este libro donde consta que usted retiró estos detenidos –le dijo el oficial de Gendarmería a Kenny.

Peor todavía. Ahora estaba el nombre y la firma del teniente en el libro de registro. Pero Kenny no se preocupó. En ese momento, en el país mandaban ellos y los fusiles.

Otros dos tenientes del Buin acompañaban a Kenny: Roberto Hernández y Ernesto Bethke Wulf. La patrulla la integraban cinco oficiales de Ejército en servicio activo.

Los tres muchachos habían sido arrestados el 3 de octubre de 1973 por integrantes de la Policía de Investigaciones, conducidos a su cuartel de General Mackenna, luego llevados al Buin y desde ese regimiento conducidos a la Cárcel Pública, de donde ahora los sacaban. Pero esta vez era el destino final.

El teniente Bethke tenía otra historia: era uno de los que habían asesinado al cantautor Víctor Jara en el Estadio Chile el 14 de septiembre de 1973 y por ello hoy está procesado.

Subieron a los tres detenidos en la parte posterior de la camioneta. Ya había caído la noche. Ahora los que mandaban eran los capitanes Rudloff y Riquelme.

En el proceso por estos tres homicidios, que instruye el juez Mario Carroza, no está claro aún quién recibió la orden de matar a los prisioneros de parte del comandante Geiger. Si Rudloff, Riquelme, Hidalgo o Echeverría, los cuatro capitanes que llegaron desde la Academia como expertos. Kenny sostiene que no fue él quien la recibió. Que sólo sabía que debía retirar a los tres y llevarlos al Buin. Varios declaran en la causa que el capitán Echeverría era quien llegó para hacerse cargo de la Sección II de Inteligencia del Buin, a cargo de los detenidos. Al menos eso es lo que hasta ahora está establecido en la investigación judicial.

Pero el comandante Geiger ya murió, lo mismo que Rudloff. Tampoco se sabe aún quién eligió a la patrulla de los cinco oficiales.

El teniente Kenny se sorprendió cuando se dio cuenta de que uno de los dos capitanes, el que conducía la camioneta, no enfiló rumbo al Buin, sino directo hacia el norte de Santiago. Kenny sostiene en la investigación que no sabía cuál era el verdadero destino de los presos, que sólo estuvo a cargo de su retiro desde la cárcel. Pero no se atrevió a discutir la orden del capitán de la Academia. Imaginó rápidamente cuál sería el desenlace.

 ¡Mátenles de a uno!

Las calles de Santiago estaban vacías por el toque de queda. La camioneta siguió avanzando a gran velocidad hacia el norte, hasta que el conductor detuvo su marcha. En el interior, los tres prisioneros no pronunciaron palabra. Tampoco los capitanes les habían dicho nada. Uno de los capitanes dio la orden a los tres tenientes:

–Bajen a los prisioneros. Cada uno de ustedes se hace cargo de uno de ellos. Hay que matarlos, esa es la orden.

En medio de la cerrada oscuridad y el sepulcral silencio en la cantera abandonada de Colina, con su fusil Garand, Kenny le disparó directo a la cabeza al que le correspondió. Evitó mirarlo a los ojos. El cuerpo cayó inerte a sus pies.

Los otros dos prisioneros fueron asesinados por la espalda por los tenientes Bethke y Hernández.

De acuerdo a los protocolos de autopsia, Pacheco recibió cuatro balazos: uno en el cráneo y tres en el tórax. Álvarez recibió dos disparos y Mardones seis tiros.

–Suban rápido los cuerpos a la camioneta, los llevamos a la morgue –ordenó uno de los capitanes.

El vehículo partió a toda velocidad por la carretera. En la morgue entregaron los cuerpos sin identidad. Dijeron que encontraron "a estos NN muertos al borde de la carretera". Después volvieron todos al regimiento. Los capitanes se dirigieron al casino de oficiales a reforzar el ánimo con algunos tragos.

El 10 de octubre de 2013, el juez Carroza procesó al ahora teniente coronel retirado Kenny Aravena como autor de los tres homicidios. La única información certera que el juez tenía era que estaba probado que había sido Kenny quien había sacado a los prisioneros desde la cárcel. Lo acreditaba la llamada del gendarme al comandante Geiger, pero sobre todo la firma de Kenny estampada en el libro de registro del penal.

A fines de 2013, el magistrado cerró la investigación. No había logrado obtener otra pista certera para encausar a nadie más. Misteriosamente, hasta entonces en el proceso sólo había podido quedar establecido que los tres detenidos llegaron de la cárcel al regimiento, y desde allí se les perdió la pista hasta que sus cuerpos aparecieron en la morgue de Santiago como NN.

Todos los interrogados habían mentido. Incluso Kenny. Cuando el juez le preguntó directamente por los tres cuerpos, éste dijo “no recuerdo esta situación para nada”.

Bethke lo mismo: “Me parece extraño que personal del Buin los haya retirado desde la cárcel”. El ahora general retirado Guido Riquelme, afirmó: “No tengo conocimiento alguno, ignoro todo tipo de información”. Ninguno de los interrogados sabía nada, y habían sido los autores de los asesinatos de acuerdo a lo que ahora se conoce.

“Quiero recapacitar”

A Kenny le afectó el procesamiento y su arresto decretado. En medio de la angustia meditó. Hasta que el 10 de enero de 2014 confesó todo al juez Carroza. “Quiero recapacitar. Estuve nervioso y confundido. Temeroso de encubrir a terceros que dieron la nefasta orden de eliminar a tres detenidos”. Con su maciza confesión el juez reabrió la investigación. Ahora todo parte de nuevo. Ahora el magistrado tiene una confesión y Kenny está firme en sus dichos. Su abogado Jorge Balmaceda lo convenció de que hablara, que no cayera solo. Que no podía permanecer envuelto en el manto de la lealtad hacia sus camaradas de armas.

¿A quién le dio la orden el comandante Geiger de matar a los prisioneros? ¿Se la dio a uno de los capitanes que iban en la patrulla o se la dio a uno de los otros dos capitanes provenientes de la Academia que esa noche permanecieron en el regimiento? Eran los capitanes de la patrulla quienes sabían que debían matarlos. A quien no parece que el comandante Geiger le diera la orden mortal es al capitán de la Academia Ricardo Hidalgo. Según él, no estuvo de acuerdo con el Golpe de Estado y su actuar le costó la baja del Ejército, promovida por el coronel Manuel Contreras Sepúlveda cuando éste fue director de la Academia de Guerra.

“El coronel Contreras obtuvo la firma de mis compañeros de curso en la Academia, pidiendo que me exoneraran de la institución porque no era de confiar, me dieron de baja con el grado de mayor”, declaró Hidalgo al juez.

Hidalgo sostiene que mientras estuvo en el Buin habló con el abogado Roberto Celedón, que permanecía prisionero en un lugar “incomunicado y separado del resto de los detenidos y cuya custodia estaba a cargo del Departamento de Inteligencia”.

Afirma que, tiempo después, se topó con el abogado Celedón en la calle: “Nos saludamos y conversamos unos minutos”.

La confesión del actual teniente coronel (r) Kenny Aravena es una gota de agua en el desierto del secreto de los pactos de silencio. En medio de algo más de mil 600 procesos abiertos a la fecha, estas confesiones certeras que aclaran los hechos de un crimen y sus autores, no son más de tres o cuatro. Un secreto guardado por 40 años.

Son más de mil 600 causas, porque con las mil 200 querellas que interpuso en 2011 la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos, suman esa cantidad.

Pero ¿quiénes mataron a los hermanos Arturo y Francisco Deila Santos, 20 años de edad cada uno, Luis Miranda Gálvez, 36 años, gásfiter, y Manuel Pacheco Sepúlveda, 19 años, comerciante ambulante? Estas cuatro personas fueron detenidas entre el 14 y 15 de octubre de 1973 en el Parque Santa Mónica de Conchalí y conducidos al regimiento Buin, desde “donde se les pierde el rastro”. No obstante, al igual que lo sucedido con los anteriores tres prisioneros, sus cuerpos aparecieron en la morgue de Santiago con impactos de bala. Hasta ahora, ninguno confesó por estos otros crímenes, de igual factura al anterior. Tarea también para el juez Carroza, que ya tiene al menos una hebra conductora con la confesión de Kenny.

De lo que se desprende del proceso, existiría otra patrulla con oficiales integrantes del Buin y al parecer también con participación de los capitanes que llegaron desde la Academia de Guerra a reforzar, que podrían ser los autores de los crímenes contra estas otras cuatro víctimas.

¿Quién fue, el oficial del Buin o alguno de los cuatro capitanes allegados allí desde la Academia de Guerra, el que mató al niño de ocho años Héctor González Yáñez, mientras jugada a la pelota en una cancha al interior de la empresa Endesa. S.A., en la comuna de Cerro Navia, el 26 de septiembre de 1973? Este es otro crimen vinculado a los luctuosos episodios del regimiento Buin que indaga el ministro Carroza.

Tejas Verdes de San Antonio, la Escuela de Artillería de Linares y el regimiento Tucapel de Temuco, los regimientos Tacna y Buin de Santiago, aparecen como los cuarteles donde más crímenes se cometieron tras la asonada cívico-militar del 11 de septiembre de 1973.

Tras la dramática confesión del teniente Kenny en enero pasado, ahora el juez Carroza debería iniciar una amplia rueda de nuevos interrogatorios que llegaría hasta insospechadas esferas, partiendo por quienes todos sindican como el capitán al mando de la Sección II de Inteligencia: Víctor Echeverría, a cargo de los detenidos en el Buin.


Los asesinos de Víctor Jara: el último secreto

Fuente :Ciper.cl, 3 de Septiembre 2014

Categoría : Prensa

El ministro en visita Miguel Vásquez dictó tres nuevos procesamientos por el asesinato del cantautor Víctor Jara, con lo cual ya suman once inculpados como autores o cómplices. Esta investigación fue publicada originalmente en “Los Casos de la Vicaría”, un proyecto del Centro de Investigación y Publicaciones de la Universidad Diego Portales sobre la serie “Los Archivos del Cardenal”. Se trata del relato más completo y extenso sobre el crimen, y reconstruye paso a paso los acontecimientos de las horas posteriores al golpe militar en la UTE y el Estadio Chile.

El 16 de septiembre [de 1973], a las 7:00, el cuerpo de Víctor Jara, junto con cinco cadáveres más, fue encontrado al lado del Cementerio Metropolitano, cerca de la línea del tren. De los seis cuerpos, pobladores reconocieron a dos: a Víctor y a Litre Quiroga, quien también había sido visto por testigos como prisionero en el Estadio Chile. Los nombres de esos testigos los daré oportunamente al tribunal. Algunos de esos testigos conocían personalmente a Víctor y a Litre Quiroga, tal es así que uno de ellos sabía que Litre tenía una cicatriz en el pecho, al lado izquierdo. Esto lo constató abriendo sus ropas. Y con respecto a Víctor, palparon las callosidades de sus manos, propias de intérpretes de guitarra y que en ese momento estaban llenas de moretones e hinchadas”. Así se leía en la primera denuncia judicial que presentó Joan Turner pidiendo que se esclareciera la muerte de quien fuera su marido: Víctor Jara Martínez, nacido el 28 de septiembre de 1932, hijo de Manuel y Amanda.

El juicio para identificar a los autores materiales e intelectuales de su muerte se inició el 12 de septiembre de 1978, por denuncia de su esposa, de nacionalidad británica y profesora de danza, con quien se casó el 27 de enero de 1965. Al momento de ser asesinado tenía 41 años y dos hijas: Manuela, de 13 años y Amanda, de 9.

Debieron transcurrir 40 años para que al fin el cerrojo del secreto que envolvía el asesinato de Víctor Jara, Litre Quiroga y otras decenas de ciudadanos chilenos y extranjeros que encontraron la muerte en el Estadio Chile, cuya identidad y número aún se desconoce, comenzara lentamente a descorrerse.

El Estadio Chile y la planificación del Golpe

Hasta las últimas horas de la noche del 10 de septiembre de 1973, la casa central de la Universidad Técnica del Estado (UTE, hoy Universidad de Santiago) fue el epicentro de una gran ebullición. Todo quedó listo para que, a las 11:00 de la mañana siguiente, el Presidente Salvador Allende inaugurara la exposición “Por la Vida Siempre”, con una esperada actuación del cantautor Víctor Jara. Solo unos pocos sabían lo que Allende anunciaría desde la UTE: un plebiscito con el que pretendía evitar el Golpe de Estado. Dos días antes el Presidente le había dicho al general Carlos Prats, comandante en jefe del Ejército hasta el 23 de agosto de 1973: “Es la única solución democrática para evitar el Golpe o la guerra civil”. Allende sabía que de ese veredicto popular no saldría vencedor.

Lo que los profesores y estudiantes de la UTE no imaginaban, y tampoco Allende, era que precisamente ese anuncio de plebiscito, que rápidamente fue informado a quienes querían derrocarlo, había sido el gatillo acelerador del Golpe. Y menos que a esa misma hora, otra ebullición pero para fines muy distintos, envolvía varios pisos del ministerio de Defensa, ubicado a pocos metros del palacio presidencial. En su interior, un grupo de militares bajo el mando de los generales Herman Brady y Sergio Arellano Stark, ultimaba los detalles para el ataque a La Moneda y la ocupación de Santiago que se desencadenaría sólo horas después.

El mando de las operaciones militares en Santiago quedó configurado esa misma mañana. Bajo la conducción del general Brady, al frente de la Guarnición Militar de Santiago, se alinearon: el general Sergio Arellano, a cargo de la Agrupación Santiago-Centro; el general César Benavides, en la Agrupación-Este, y el coronel Felipe Geiger, en la Agrupación-Norte. La Agrupación Reserva le fue entregada al general Javier Palacios, quien tendría un rol protagónico el 11 de septiembre.

Alrededor de una mesa en una de las oficinas del ministerio, un grupo de oficiales de la Academia de Guerra del Ejército y de Inteligencia adscrito al Estado Mayor de la Defensa Nacional, núcleo estratégico del Golpe de Estado en marcha (encabezado por el almirante Patricio Carvajal), revisaba por enésima vez los detalles de los planes de seguridad “Cobre” y “Ariete”, con las primeras órdenes de qué hacer con los partidos de la Unidad Popular, sus dirigentes y los campos de prisioneros que se habilitarían.

“Debo indicar que me tocó ordenar alfabéticamente un listado de personas que debían presentarse en los regimientos del país y el cual fue leído mediante un bando militar. Este listado me fue pasado por el almirante Carvajal”, declaró más tarde Álvaro Puga, quien fue uno de los pocos civiles que participó en esos preparativos el mismo día 10 (1).

Puga se encontraría también en el ministerio de Defensa con el mayor Pedro Espinoza, quien vestía de civil y estaba a cargo del principal grupo de Inteligencia del Estado Mayor de la Defensa Nacional, unidad que había secundado la planificación secreta de los golpistas en esos meses de 1973.

En el cuarto piso del edificio, otro grupo, en el que destacaba Pedro Ewin Hodar (secretario del Estado Mayor de la Defensa Nacional) y el alumno de la Academia de Guerra, coronel Roberto Guillard (2), y que integraban también civiles, revisaba los borradores de los primeros bandos militares que se transmitirían por una cadena radial encabezada por la Radio Agricultura (de propiedad de la Sociedad Nacional de Agricultura, el principal gremio patronal agrícola).

Que allí estuvieran oficiales de la Academia Guerra, la llamada elite del Ejército, no era sorpresivo. Fueron esos oficiales los primeros que se integraron a la preparación del Golpe de Estado en las reuniones clandestinas con oficiales de la Fuerza Aérea y la Armada, que tenían el liderazgo. Ya desde el 7 de septiembre estaban informados de la inminencia del Golpe, por lo cual los alumnos de los tres cursos de la academia fueron destinados a distintas unidades para asegurarse de que el día definitivo fuera exitoso.

La importancia de la Academia de Guerra en el Golpe quedó nítidamente reflejada cuando Arellano le encomendó la organización del cuartel general de la Agrupación Santiago-Centro, al coronel Enrique Morel Donoso (3), director de la Academia de Guerra desde agosto, cuando el titular, Herman Brady, asumió la comandancia de la Guarnición de Santiago. Fue también ése el momento en que la academia se convirtió en el brazo armado de los golpistas en el Ejército, con informaciones que transmitía el coronel Sergio Arredondo González (4), profesor de la academia y uno de los primeros conjurados. Arredondo tendría también un rol preponderante en las acciones del Golpe como jefe del Estado Mayor de la Agrupación Santiago-Centro.

Fue así como ese día 10, Arellano Stark, Morel y Arredondo tomaron los últimos y sigilosos contactos con los jefes de las fuerzas que actuarían sobre La Moneda y Santiago: Escuela de Infantería, Escuela de Suboficiales, los regimientos Tacna, Yungay (de San Felipe), Guardia Vieja (de Los Andes), Coraceros (de Viña del Mar), Maipo (de Valparaíso) y Escuela de Ingenieros (de Tejas Verdes).

Ese mismo día 10, en las dependencias del Comando Administrativo del Ejército (CAE), el general Arturo Viveros (5), otro de los primeros partícipes de la preparación del Golpe, citaba al comandante Mario Manríquez Bravo, para ordenarle habilitar el Estadio Chile (ubicado en Pasaje Boxeador Arturo Godoy Nº 2750, entre la calle Unión Latinoamericana por el oriente y Bascuñan Guerrero, por el poniente) como campo de prisioneros. Antes de ocuparse del Estadio Chile, Manríquez debió cumplir una delicada misión el mismo día 11 de septiembre: hacerse cargo del entierro de Salvador Allende y de su autopsia, la que permanecería secreta por 28 largos años.

Al mayor Hernán Chacón Soto, otro de los oficiales de la Academia de Guerra, también se le encomendó la organización de los campos de prisioneros, bajo las órdenes del general Viveros. Pero la orden la había recibido antes: el 8 de septiembre.

Para entonces, el mando de los golpistas ya había decidido que el Regimiento Tacna sería el primer y principal centro de reclusión, pues hasta allí se llevaría a los que integraban las nóminas que había preparado el grupo de Inteligencia del Estado Mayor de la Defensa Nacional, encabezado por el mayor Pedro Espinoza. El comandante del Tacna, coronel Luis Joaquín Ramírez Pineda, ya se preparaba.

Lo mismo hacía en la Escuela de Ingenieros de Tejas Verdes, el mayor Manuel Contreras Sepúlveda. Uno de los conscriptos de su escuela relató lo siguiente en el juicio que busca establecer quiénes son los responsables materiales e intelectuales del asesinato de Víctor Jara:

“El 10 de septiembre de 1973, alrededor de las 19:00, llegó un helicóptero a la Escuela de Ingenieros de Tejas Verdes, donde venía un oficial de Marina, quien fue a conversar con el director de la escuela, coronel Manuel Contreras, y éste da la orden de formar en el patio. En la formación, se nos ordena que preparáramos nuestra mochila y armamento de guerra, que consistía en un fusil SIG, con cien tiros cada uno. Alrededor de las 20:00, nos fuimos a dormir y aproximadamente a las 02:00 del día 11 fuimos despertados por el cabo de servicio y se nos ordenó formar en el patio. El personal de planta estaba acuartelado. El coronel Contreras nos señala que íbamos a un combate y que no quería bajas de parte nuestra. Junto a mi sección, nos subimos a unos camiones institucionales y nos dirigimos a Santiago. Los que íbamos a Santiago eran: la Segunda Compañía, a cargo del capitán Germán Montero Valenzuela, integrada por la primera, segunda y tercera sección, a cargo de los tenientes Pedro Barrientos Núñez, Rodrigo Rodríguez Fuschloger y [Jorge] Smith, respectivamente. Además de la Tercera Compañía, a cargo del capitán Víctor Lizárraga Arias, y la primera, segunda y tercera sección de esa compañía, a cargo del teniente Orlando Cartes Cuadra (6). A cargo de todo este contingente iba el mayor Alejandro Rodríguez Fainé” (7).

El conscripto R.A., relata: “Una vez que llegamos a Santiago, nos dirigimos al Regimiento Tacna, pero éste estaba ocupado por el Regimiento Maipo, motivo por el cual nos llevaron a una cancha de básquetbol, en Arsenales de Guerra. Lo primero que nos dieron fue desayuno y alrededor de las 07:00 nos formaron y nos pasan un cuello de color salmón y un brazalete de color blanco con tortugas verdes y un oficial, de quien ignoro nombre y grado, nos indica que íbamos a derrocar al Presidente comunista Allende y el que no quiere ir que diera un paso al frente. Nos miramos con nuestros compañeros: nadie quiso salir. Posteriormente, la compañía que iba completa, nos dirigimos al costado del ministerio de Defensa [diario Clarín], tomamos posición de este edificio y comenzamos a tener fuego cruzado con francotiradores de otras azoteas”.

El relato del conscripto R.A. fue complementado por el del conscripto C.A.P.: “Después del desayuno, el teniente coronel Julio Canessa, comandante de Arsenales de Guerra, nos señala que habría un hecho importante en el país y el teniente Pedro Barrientos Núñez nos dio mayores detalles y nos indicó que el que no quería ir, que diera un paso adelante: obviamente no salió nadie. Posteriormente nos dirigimos hacia La Moneda, por calle San Diego, allanando todos los edificios de los alrededores del ministerio de Defensa” (8).

Enrique Kirberg, rector de la Universidad Técnica, durmió poco y mal esa noche. A las 6:30, el repiquetear del teléfono lo hizo saltar de su cama. “Un grupo de civiles armados atacó las instalaciones de la radio de la universidad, inutilizando la antena”, fue el escueto anuncio que recibió. Luego de cerciorarse que no había heridos, Kirberg se fue directo a la universidad.

El ataque fue perpetrado por el contingente de la Armada apostado en la Estación Naval de Quinta Normal, desde donde el almirante Patricio Carvajal, jefe del Estado Mayor de la Defensa Nacional, digitaba paso a paso el desarrollo de los planes golpistas. El día 10 de septiembre la Armada dispuso que un grupo de infantes de Marina y personal de Inteligencia se trasladara a Santiago. Entre ellos estaban los tenientes Miguel Álvarez y Jorge Aníbal Osses Novoa, del Servicio de Inteligencia de la Armada. En Santiago, ya se encontraba el oficial Pedro Castro Bustos, quien dependía directamente del capitán de fragata Víctor Vergara” (9).

En La Serena, otro grupo de militares del Regimiento de Artillería Nº 2, “Arica”, se preparaba para marchar a Santiago. Al mando de la Agrupación Serena se apostó el mayor Marcelo Moren Brito (10), segundo comandante del regimiento que dirigía el coronel Ariosto Lapostol, quien no viajó. Entre los escogidos estuvo el capitán Fernando Polanco, quien era el jefe de Inteligencia del regimiento y comandaba una compañía de infantería de unos 120 hombres.

Poco después de que el rector Kirberg ingresara a la UTE, el sector de calle Ecuador se convirtió en un hormiguero. Mientras las primeras tropas se desplegaban en el entorno, estudiantes y profesores recorrían patios y dependencias intentando obtener más información de lo que estaba ocurriendo. Desde radios a pilas que emergieron por doquier se podía escuchar los sones del himno de la Unidad Popular “Venceremos”, que la Radio Magallanes difundía una y otra vez acompañado de consignas para defender el gobierno.

Alrededor de las 10 de la mañana, Víctor Jara se despidió de su esposa, Joan Turner, y de sus hijas Manuela y Amanda, y salió de su casa en calle Piacenza Nº 1144. A sabiendas de que estaba en marcha un Golpe de Estado, decidió estar en su lugar de trabajo: la UTE. Joan recordará por siempre la imagen de Víctor con su pantalón negro y su suéter de alpaca negro, tomando las llaves de su renoleta para luego partir raudo en dirección a la universidad. Llevaba consigo uno de sus objetos más preciados: su guitarra.

Poco después, Víctor Jara ingresaba a la Vicerrectoría de Comunicaciones de la UTE, ubicada al frente de la casa central, allí donde trabajaba como investigador folklórico y director de teatro. Se fue directo a la oficina de Cecilia Coll, jefa del departamento de Extensión Artística, su amiga y compañera de muchas jornadas de cultura llevada a las poblaciones y fábricas. Y también de trabajo voluntario, en los que se descargaba harina y otros productos de primera necesidad que escaseaban.

“‘¿Qué hago?’, fue lo primero que me dijo. Lo vi llegar empuñando su guitarra y con su rostro preocupado. Pero me habló con esa convicción que me impresionaba, de estar profundamente convencido de lo que hacía ya sea en la música, en el teatro y en su actitud militante. Lo escuché en un momento hablar esa mañana con su mujer, Joan, lo que me reafirmó que Víctor tenía claro cuál era su responsabilidad ese día”, recuerda Cecilia en entrevista con la autora.

Esa llamada fue confirmada por la esposa de Víctor Jara, Joan Turner, quien dijo: “Víctor me llamó por teléfono alrededor de las 11:30 para decirme que había llegado bien, a pesar del movimiento de tropas. Que estuviera tranquila y que cuidara a las niñas”.

Cecilia Coll no olvida que fue ella quien le dijo a Víctor que se fuera a la Escuela de Artes y Oficios, el edificio antiguo y de construcción sólida que podría resistir en mejor forma un ataque militar, ya que a esas horas se escuchaban muchos disparos. Para entonces, ya eran cientos los profesores y alumnos que permanecían en la UTE.

A esa misma hora ya habían sido liberados los oficiales que habían protagonizado el 29 de junio de 1973 la rebelión del Regimiento Blindado Nº 2, conocida como el “Tanquetazo”. La asonada, un borrador del Golpe de Estado que se ejecutaría tres meses más tarde, dejó varios muertos y heridos, y fue organizada y llevada a cabo por un grupo de militares en concomitancia con el movimiento de extrema derecha Patria y Libertad. Sus líderes fueron: el coronel Roberto Souper Onfray (11), quien era el comandante del Blindado Nº 2; el capitán Sergio Rocha Aros (12), comandante de la Compañía de Tanques del regimiento; el capitán Carlos Lemus y los tenientes Raúl Jofré González, Antonio Bustamante Aguilar, Mario Garay Martínez (13), Edwin Dimter Bianchi, René López Rivera (14), Carlos Souper Quinteros y Víctor Urzúa Patri. La mayoría estaba en prisión militar en distintas unidades de Santiago, acusados de sublevación y sedición.

La vorágine de los acontecimientos del 11 asfixió la liberación de los militares sediciosos. Pero el secreto se mantuvo largos años. Había motivos para ello. El principal: ocultar los nombres de quienes ordenaron las misiones que les fueron encomendadas a los oficiales que recién salían de la prisión militar, masticando el fracaso de su operación y de reconocida vocación violentista y de extrema derecha. Pero hubo otros hechos que rodearon esa liberación y que conectaron a esos hombres con el Estadio Chile y el destino de Víctor Jara.

Uno de esos oficiales fue el entonces teniente y hoy brigadier (R) Raúl Aníbal Jofré González, quien fue dejado en libertad en la Escuela de Telecomunicaciones del Ejército, junto al también teniente sublevado Edwin Dimter Bianchi. Jofré relató:

“El 11 de septiembre, alrededor de las 18:00, me fueron a buscar y me trasladaron a la Comandancia de Guarnición, ubicada en el sexto piso del entonces ministerio de Defensa. El mismo día, a distintas horas, llegaron el resto de los oficiales que estábamos detenidos, con excepción del coronel Souper, a quien no vi. Al día siguiente fui enviado junto al teniente Edwin Dimter al Estadio Chile…” (15).

Otro oficial sublevado y liberado sí vio al coronel Souper esa mañana en el mando central del Golpe. El ahora coronel (R) Antonio Roberto Bustamante Aguilar (16), relata:

“El 11 de septiembre de 1973, alrededor de las 11:00, me comunican que estoy en libertad y me trasladan a Zenteno Nº 45 donde funcionaba el ministerio de Defensa. Fui directo al sexto piso, donde quedé en calidad de disponible junto con los demás oficiales que habíamos participado en el llamado ‘Tanquetazo’: coronel Roberto Souper, capitán Sergio Rocha, los tenientes Raúl Jofre, Edwin Dimter, Mario Garay y René López. En la tarde fuimos destinados a distintas unidades. Desconozco a qué unidad fue destinado el coronel Souper. El capitán Rocha fue enviado al Comando de Área Jurisdiccional de la Zona de Seguridad Interior (CAJSI) de Puente Alto, donde había estado preso (el entonces Regimiento Ferrocarrilero Nº 2); Jofré y López fueron enviados al Estadio Chile; respecto de Dimter, tengo dudas, y sobre Garay, me parece que fue enviado a la Segunda División del Ejército. Yo fui destinado al Comando de Áreas Jurisdiccionales de Seguridad Interior, o CAJSI de Santiago, que funcionó en el sexto piso, ala sur del ministerio de Defensa (Departamento Quinto, Asuntos Civiles). Todas las actividades de seguridad tanto de Ejército, Armada y Fuerza Aérea, como de Carabineros e Investigaciones, se subordinaban al CAJSI. El Departamento Quinto de Asuntos Civiles, al cual fui asignado, estaba a cargo del capitán de Ejército, Ramón Castro Ivanovic, alumno de tercer año de la Academia de Guerra” (17).

Pero hubo otro hecho que todos callaron por muchos años y que el teniente Edwin Dimter, otro de los sublevados y liberados, decidió revelar ante el tribunal 31 años más tarde, cuando la figura de Víctor Jara regresó con inusitada fuerza:

“Al mediodía del 13 de septiembre de 1973, todos los oficiales que habíamos participado en el alzamiento del 29 de junio, fuimos recibidos por el general Augusto Pinochet, quien nos dirigió unas breves palabras y luego nos dijo que íbamos a recibir instrucciones. Estábamos presentes en esa reunión: el coronel Roberto Souper, el capitán Sergio Rocha; y los tenientes Raúl Jofré, Antonio Bustamante, René López, Mario Garay y el que habla. A continuación, fui destinado al Estadio Chile, recinto al cual fui trasladado en un jeep el mismo día” (18).

La partida de Dimter y Jofré al Estadio Chile fue confirmada por el entonces teniente y ahora teniente coronel (R) Mario Garay Martínez, otro de los sublevados del Blindados Nº 2: “Los tenientes Jofré y Dimter fueron enviados al Estadio Chile… En mi caso, fui mantenido en la Segunda División para cumplir labores administrativas y a disposición de los oficiales superiores del Estado Mayor” (19).

A las 10:20, después de haber difundido por segunda vez el último discurso de Salvador Allende, la Radio Magallanes enmudeció para siempre. A las 11:52 caía la primera bomba sobre La Moneda. Víctor Jara evidenció el impacto y llamó a su esposa. Joan relatará más tarde que en esa conversación le dijo que estuviera tranquila, que intentaría regresar a la casa, pero más tarde…

Poco antes de las 14:00, las tropas de ocupación, encabezadas por el general Javier Palacios, con contingente del Tacna y de las Escuelas de Suboficiales e Infantería, ingresaron a La Moneda. A cargo de las cinco baterías del Regimiento Tacna, que luego descerrajaron el ministerio de Educación, estaba el mayor Enrique Cruz Laugier (20).

Palacios dijo más tarde que recibieron balazos desde el interior de La Moneda en llamas y que la rápida actuación de su ayudante, el teniente Iván Herrera López (21), evitó que fuera alcanzado por otros proyectiles. Y agregó en entrevista con María Eugenia Oyarzún: “El teniente Armando Fernández Larios me vendó con un pañuelo que yo mismo le pasé para cubrir la herida. ¿Por qué estaba allí? Creo que el Servicio de Inteligencia del Ejército (SIM) envió gente por su cuenta para identificar a los prisioneros”. Palacios tenía razón. Armando Fernández Larios pertenecía ya en ese momento al equipo de inteligencia del Estado Mayor de la Defensa Nacional, que encabezaba el mayor Pedro Espinoza, grupo que había confeccionado la lista de dirigentes de personeros de la UP que había que hacer prisioneros como primera prioridad. Una tarea que los efectivos de Inteligencia del Estado Mayor del Golpe seguirían desarrollando después en el Estadio Chile.

Al interior de la UTE la gente se convulsionaba. El rector Kirberg aún no podía convencerse de que el palacio de gobierno ardía en llamas. De pronto, se escucharon gritos: “¡Al Paraninfo! ¡Al Paraninfo! ¡Ampliado general!”. En entrevista con la autora, Kirberg relata:

“Se realizó la asamblea. Estábamos todos juntos, profesores, alumnos, trabajadores. Habló el presidente de la Federación de Estudiantes de la UTE, Osiel Núñez, quien llamó a detener el Golpe… La mañana había transcurrido de manera vertiginosa. Una delegación de profesores y estudiantes democratacristianos vino a decirme que se ponía a mi disposición. Cuando aún estábamos bajo el impacto del bombardeo, llegó una patrulla de infantes de Marina. Reclamaban por una bandera a media asta que alguien había puesto. ‘O la suben, o la bajan!’, ordenaron. Acordamos quedarnos en la universidad. Éramos alrededor de mil personas.”

La estudiante Iris Aceitón no olvida esos momentos: “El grito de la UTE traspasó las paredes del Paraninfo hasta elevarse en el cielo brumoso. Un gran escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Los rostros de mis compañeras estaban llenos de lágrimas. Nos abrazábamos… Los hombres no escondían su sobrecogimiento. Fueron muy pocos los que se fueron” (22).

Todos se organizan para lo que venía y que no era otra cosa que permanecer allí, en la casa que les daba identidad. Víctor Jara era uno más.

“Allí en el patio, junto a una gran columna de concreto, apoyado en su inseparable guitarra, diviso a Víctor Jara. Está con Patricio Pumarino. Me invitan a acercarme. Víctor me habla y lo abrazo agradecida”, recuerda Iris.

Poco después, un mayor de Carabineros al mando de una patrulla llegó hasta la UTE y le comunicó al rector que estaban acordonados: “Nadie puede salir, ni siquiera pasar de un edificio a otro, porque van a recibir fuego. Estamos en Estado de Sitio y ya entró en vigencia el toque de queda”, dijo escueto.

Víctor Jara, fiel a su carácter, había decidido quedarse. Como a las 16:30 se volvió a comunicar con su esposa: “Después de algunas dificultades logré hablar con él. Me dijo que no podría llegar a la casa por el toque de queda, que tendría que quedarse en la UTE esa noche, que esperaba verme en la casa a la mañana siguiente. Que me quería mucho… Esa fue la última vez que hablamos”, relata Joan Jara.

“Nos organizamos en dos grupos, uno de ellos en la Escuela de Artes y Oficios y otro en la casa central, repartidos en diferentes dependencias. De los que estábamos en la casa central, algunos se encontraban en el sector de los ingenieros industriales y otros en el Paraninfo. La casa central cuenta con subterráneo, por lo cual nos sentíamos seguros. Víctor Jara permaneció en la Escuela de Artes y Oficios, donde estaba el mayor grupo de personas. La noche la pasó en una de sus salas”, relató el dirigente estudiantil Mario Aguirre Sánchez (23).

Efectivamente, Víctor Jara permaneció en el Laboratorio de Física de la Escuela de Artes y Oficios de la UTE. El estudiante Juan Manuel Ferrari Ramírez también estaba allí y no lo olvidó:

“Esa noche me quedó grabada su expresión porque se veía muy sereno, preocupado y triste. Estaba abrazado a su guitarra lo que lo hacía muy particular, a diferencia de las demás personas que estaban asustadas o con pánico” (24).

Luego de que el rector Kirberg llegara a un acuerdo con un contingente de Carabineros para que a la mañana siguiente se desalojara la universidad en completa calma, se inició la noche más larga que se haya vivido en la Universidad Técnica. Ni Víctor Jara ni Kirberg ni ninguno de los estudiantes y profesores que habían decidido permanecer en la UTE, podían imaginar que a esas mismas horas y a todo motor los militares golpistas preparaban el Estadio Chile para recibir a sus primeros prisioneros. Y ellos serían sus próximos moradores.

“El día 11 mi general Viveros me ordenó hacerme cargo de la intendencia de un centro de prisioneros que se iba a crear. Horas más tarde se me informó que debía concurrir junto al comandante Mario Manríquez, el mayor Sergio Acuña y los sargentos Sergio Etcheverry, Caupolicán Campos y el cabo Héctor Bernal, hasta el Estadio Chile. Cuando llegamos en horas de la tarde, no había ninguna persona… Cuando llegan los detenidos, tengo claro que había personal de la Escuela de Ingenieros de Tejas Verdes, del CAE y del Regimiento de Calama. Ignoro si había personal de otra unidad… Recuerdo haber visto al comandante Manríquez en una oficina de pequeñas dimensiones ubicada siguiendo un pasillo ancho, a un costado de unos baños” (25).

El mayor Hernán Chacón Soto recibió otras órdenes respecto al Estadio Chile:

“A eso de las 16:00 del 11 de septiembre, se me ordenó por intermedio del jefe del Departamento Habitacional del Comando Administrativo del Ejército, el teniente coronel Mario Pérez Paredes, que debía hacerme cargo de una sección de la Escuela de Ingenieros de Tejas Verdes. En compañía del teniente coronel Pérez, debí trasladarme, con esta sección a cargo, hasta el Estadio Chile, constituyéndome en el lugar a eso de las 19:00, donde fui informado de que tenía a cargo la seguridad exterior del gimnasio… En esta labor y con esta sección permanecí hasta el día 15 de septiembre de 1973, según mi recuerdo, en que todos los detenidos del Estadio Chile fueron trasladados hasta el Estadio Nacional”.

Uno de los conscriptos de Tejas Verdes, M. C., relató lo que en esas horas ocurría en el Estadio Chile:

“Alrededor de las 19:00 del día 11 se nos ordena a toda la sección concurrir al Estadio Chile, a cargo del teniente Rodríguez Fuschloger y del teniente Jorge Smith Gumucio [y da los nombres de todos los sargentos, cabos y conscriptos que iban con él]. Al llegar observé varios buses con detenidos a los que bajaban con las manos arribas y eran apuntados por soldados. A mí se me ordenó apostarme en la entrada del estadio, ordenando la fila de detenidos que ingresaba. Esto duró varias horas hasta que el estadio estuvo casi lleno. De repente, junto a la fila de detenidos, vi a un hombre de avanzada edad y le permití descansar en el suelo. Fui sorprendido por el teniente Smith, quien me increpó y quiso mandarme detenido por desobediencia. Intercedió el teniente Rodríguez Fuschloger en mi favor. Posteriormente, me fui a descansar unas pocas horas en una sala en el segundo piso, y después, al regresar, el cabo R. me ordenó quedarme como centinela en la galería que estaba al frente de la entrada principal, en el pasillo que dividía la galería baja y alta” (26).

El conscripto R. A., de la Escuela de Ingenieros de Tejas Verdes, también afirma haber recibido la orden de concurrir al Estadio Chile a las 19:00 del día 11. Y recuerda que va toda su sección, la que era dirigida por el teniente Rodrigo Rodríguez Fuschloger (27). Al llegar al estadio, dice que están con él los sargentos Víctor Heredia Castro, Exequiel Oliva Muñoz y los cabos Nelson Barraza Morales, Homero Reinoso Valdés, Carlos Sepúlveda Moreno, José Galdames Arteaga, Jaime Sepúlveda López y 38 conscriptos (da todos sus nombres). También iban los sargentos Sergio Montiel Díaz y Manuel Rolando Mella San Martín, que no eran de su sección, pero que sí estaban en el Estadio Chile:

“Una vez que llegamos al estadio, a un costado estaban unos buses de Carabineros con detenidos, esperándonos a que nosotros tomáramos posición en el recinto. Para custodiar el lugar nos dividimos en turnos de seis horas. Los cabos nos ordenaban dónde teníamos que estar como centinelas. Recuerdo que estuve apostado en la entrada principal, en el costado externo. Desde mi posición podía observar la entrada de los detenidos. Era una gran cantidad. Sus pertenencias personales las dejaban en un pañuelo o cualquier otra cosa en un costado de la entrada. Toda la noche del 11 y la madrugada del 12 de septiembre llegaron detenidos. El día 12, alrededor de las 06:00, fui relevado y me fui a dormir, para asumir luego mi turno en el mismo lugar”.

No muy lejos de allí, al interior de la UTE, se vivían horas de terror: “Al final, éramos unos 600 docentes, estudiantes y auxiliares los que permanecimos en la universidad, la que fue tiroteada en forma persistente con arma de larga distancia durante toda la noche. Vehículos recorrían los alrededores disparando para atemorizarnos”, cuenta un estudiante de Ingeniería en entrevista con la autora.

Enrique Kirberg: “A la medianoche, llamaron de la Escuela de Artes y Oficios. Me informaron que había un herido: un camarógrafo, al que llamaban El Salvaje, había recibido un balazo en la espina dorsal que le comprometió los riñones. Estaba muy grave. Pedí asistencia hospitalaria, insistí frente a los militares, esperamos toda la noche… Nuestro hombre se nos murió… Y debo decir que no había armas dentro de la universidad y tampoco hubo resistencia. Se ha creado un mito: se cree que resistimos… Me da un poco de pena desilusionarlos”.

El presidente de la Federación de Estudiantes de la UTE, Osiel Núñez, también recordó muy bien esos momentos en que fue herido el camarógrafo y fotógrafo de la revista Presencia de la universidad, Hugo Araya Araya, El Salvaje: “El rector hizo varios llamados solicitando una ambulancia para trasladar al herido. Fue inútil. Como a la una de la madrugada nos informaron que Hugo Araya había muerto desangrado”, relató ante la Comisión Rettig (28).

El grupo del Regimiento “Arica” que llegó desde La Serena para reforzar las operaciones militares del Golpe, estaba conformado por dos compañías de Infantería y una batería de Artillería formada por cuatro piezas al mando del mayor Marcelo Moren Brito. Su primera misión fue “desalojar y ocupar todas las dependencias de la UTE”.

“La información de inteligencia que manejaba la Guarnición Militar de Santiago era que al interior de esa casa de estudios había entre 300 a 500 personas, muchos de ellos armados. Personal de la Armada, dependiente de la Estación Naval de Quinta Normal, en conjunto con carabineros de la Comisaría de calle Ecuador, no habían logrado el desalojo, informando que habían recibido disparos desde el interior”, recuerda el subteniente (R) Pedro Rodríguez Bustos, quien participó de la ocupación de la UTE (29).

El oficial Fernando Polanco también forma parte del contingente que estaba listo para atacar la UTE, al mando del mayor Moren Brito: “Pernoctamos ese día en el Regimiento Buin. En la madrugada del día 12, a través de una orden que presumo fue dada por el comandante del Regimiento Buin, el coronel Felipe Geyger, todo nuestro grupo fuimos a allanar y ocupar el recinto de la Universidad Técnica del Estado…El mayor Moren era quien se entendía con la superioridad y recibía las órdenes directamente del comandante de la Agrupación Santiago-Centro. Nuestra misión fue únicamente evacuar el recinto y coordinar el traslado al Estadio Chile. Aproximadamente en octubre de ese año se creó la DINA, a la que pasó directamente y únicamente dentro de nuestra agrupación, el mayor Moren Brito” (30).

Lo que no dice Polanco, más conocido en el Ejército como “El Polaco”, es que en esos mismos días también estuvo a la caza de dirigentes de la Unidad Popular. Así llegó hasta el domicilio de Félix Huerta, uno de los miembros del comité asesor más secreto de Salvador Allende. Huerta estaba inválido y Polanco lo extorsionó para que entregara la identidad de sus compañeros a cambio de la vida de su hermano, Enrique Huerta (a quien, sin embargo, ya habían asesinado). Polanco, finalmente, no mató a Félix Huerta, pero siguió su carrera en servicios de inteligencia, en el BIE, el grupo más secreto de la Dirección de Inteligencia del Ejército. Otras muertes, entre ellas la del coronel Huber, miembro de la DINA, le serían adjudicadas a lo largo de los años. Huber fue asesinado cuando se descubrió la venta ilegal de armas a Croacia una vez recuperada la democracia.

Como a las 6:00 del día 12 de septiembre, Enrique Kirberg se cambió de camisa y se afeitó. Quería estar preparado para recibir a la delegación militar que ayudaría al desalojo:

“De repente sentí un estruendo terrible. Lanzaron un cañonazo hacia el edificio de la universidad. El obús abrió un boquete inmenso y estalló dos oficinas más allá de donde yo estaba. Quedé masticando trozos de concreto. Me asomé y vi tropas atrincheradas que disparaban hacia la universidad. Los vidrios del frontis se quebraron haciendo un ruido espantoso. Nos tuvimos que tender en el suelo para esquivar los disparos. Como el ataque no cesaba, tomé mi camisa blanca, me acerqué a la ventana y la saqué hacia fuera. Oí gritos: ‘¡Salgan con los brazos en alto!’. Una mujer empezó a llorar… Me escuché decir: ‘¡No es hora de llorar!’”.

“Aproximadamente a las 7:00, yo me encontraba en las oficinas de la administración, junto a unas cien personas y vimos cuando instalaron un cañón frente al edificio principal y tiraron tres obuses. Enseguida descargaron un ataque de ametralladoras durante más de 30 minutos. Por altoparlantes un oficial pidió que nos rindiéramos. Salió todo el mundo con las manos en alto y en fila india entre dos hileras de soldados armados”, relató el profesor Carlos Orellana (31).

Enrique Kirberg: “La gente empezó a salir con los brazos en alto, pero aún así no dejaban de disparar. Mi impresión fue que los soldados estaban más asustados que nosotros. En forma violenta obligaban a la gente a tenderse en el suelo. Yo también lo hice, pero el comandante me hizo parar a punta de culatazos y me gritó: ‘¡Así que tú eres el rector, tal por cual! ¡Ahora vas a ver lo que es la autonomía universitaria!’. Violentamente me tomó de un brazo, me tiró contra una pared, amartilló su arma y me apuntó: ‘Tienes 15 segundos para decirme dónde están las armas, ¡de lo contrario disparo!’. Tuve muy claro que estaba frente a mi universidad, profesores y estudiantes me escuchaban. No sé de dónde saqué fuerzas, pero muy sereno respondí: ‘Las armas de la Universidad son el conocimiento, el arte y la cultura’. Pasaron los 15 segundos y el hombre que me apuntaba no apretó el gatillo. Llamó a un soldado y le dijo: ‘¡Apúntalo!, y si no dice dónde están las armas, tú sabes…’. Dispararon un segundo cañonazo y luego se llevaron el cañón hacia la Escuela de Artes y Oficios. Mi gente seguía tendida en el suelo. El soldado seguía apuntándome, se oían gritos y órdenes mientras las tropas derribaban puertas y ventanas y entraban disparando a los edificios”.

Apenas ingresaron, los militares pidieron que se identificaran los dirigentes estudiantiles. Osiel Núñez, presidente de la Federación de Estudiantes de la UTE, lo hizo. Fue separado inmediatamente y los golpes se iniciaron. “¿Dónde están las armas?”, era el grito que se repetía:

“Me golpeaban y me amenazaban de muerte. Me dispararon en dos oportunidades a un costado para que me decidiera a hablar. Yo insistía en que en la universidad no había armas. En ese momento llegaron a informarle al oficial al mando que se estaba produciendo un enfrentamiento en la Escuela de Artes y Oficios. Yo le pido a este militar que me permita concurrir para evitar una matanza. Acepta. Llego al lugar, pidiéndole a los estudiantes que abandonen la escuela, asegurándoles que no se les dispararía, comenzando a salir principalmente funcionarios. Luego soy llevado hasta otro sector, donde hago lo mismo, pero los estudiantes no alcanzan a salir pues los militares ingresan violentamente, disparando. Pido al oficial al mando que cesen los disparos para evitar muertes innecesarias. Se detienen los disparos y comienzan a salir estudiantes. Pero los militares continúan los disparos” (32).

El estudiante Boris Navia Pérez relata: “Los militares sacaron a estudiantes, profesores y funcionarios, hombres y mujeres, y entre culatazos nos obligan a tendernos en la calle, frente a la casa central, incluyendo al propio rector. En este lugar, permanecimos durante toda la mañana y parte de la tarde. A lo lejos se veían bultos acostados, lo que hizo pensar al vecindario que estábamos todos muertos. Entre estas personas, también se encontraba Víctor Jara” (33).

Muchos de los estudiantes y profesores que permanecieron en la UTE vieron a Víctor Jara tendido en el suelo y con las manos en la nuca, como todos sus compañeros. Así lo recuerda uno de los estudiantes que fue hecho prisionero:

“Nos trasladan a la cancha de baby fútbol de la Escuela de Artes y Oficios. Víctor queda en mi misma fila. Pasaron horas antes de que nos hicieran subir a los buses. Nos colocaron de rodillas en el suelo de la micro, con la cabeza agachada y las manos en la nuca. Víctor viajó en la misma micro que yo”.

Mario Aguirre Sánchez: “La actuación de Osiel Núñez logró disuadir a los militares y los convenció de moderar su comportamiento para que la gente pudiera salir y no ser ametrallada. En una cancha de la Escuela de Artes se nos mantuvo en el suelo, siendo golpeados por los militares que nos custodiaban mientras se allanaban diferentes dependencias. No hubo resistencia. Cerca del mediodía, termina el allanamiento y comienza el traslado de los detenidos en unos buses. Nos condujeron con la cabeza agachada, para evitar que viéramos el lugar de detención”.

Enrique Kirberg: “Después, me subieron a un jeep. A un costado de la calle, las mujeres con los brazos en alto formaban una fila. Alguien sacó a mi mujer de la fila para que se despidiera. Nos dimos un apretado abrazo. No la volvería a ver en largos once meses…”.

El rector Kirberg fue llevado al Regimiento Tacna, donde escuchó fusilamientos y se convenció de que muy pronto sería su turno. “Y como soy enemigo de las cosas tragicómicas, dudaba en si gritar algo o no antes de la descarga. Noté que tenía el cuerpo húmedo y el corazón me latía con rapidez. Quise sacar un papel y dejar un mensaje a mi familia… Me arrepentí… Cuando ya estaba preparado, me vinieron a buscar y me subieron a un jeep”. De allí fue llevado a un subterráneo del ministerio de Defensa, donde nuevamente presenció golpes e insultos. “De rodillas, vi a un cabo que recorría el recinto con un yatagán en la mano. Un oficial me sacó, me subieron a un jeep y me llevaron al Estadio Chile”.

Cuando los prisioneros de la Universidad Técnica llegaron al Estadio Chile en las últimas horas de la tarde del 12 de septiembre, fueron recibidos por un contingente militar cuyas características recuerda el entonces suboficial del Regimiento Arica de La Serena, Pedro Rodríguez Bustos, quien había participado en el asalto a la UTE:

“Quienes recibieron a los detenidos de la UTE en el Estadio Chile fueron el capitán Rafael Ahumada Valderrama, el capitán Joaquín Molina Fuenzalida [quien fue asesinado el 9 de noviembre de 1988] y el subteniente Jorge Herrera López [todos del Regimiento Tacna]. A estos oficiales los pude observar en los momentos en que me tocó entregar los detenidos de la UTE el 12 de septiembre. Ellos recibieron a los prisioneros en su calidad de encargados del recinto. El capitán Ahumada era oficial de Inteligencia, por lo que presumo le tocó participar en los interrogatorios con otros oficiales del Tacna”.

Un régimen de terror

Entre los casi 600 prisioneros de la Universidad Técnica que llegan al Estadio Chile, hay una joven de 16 años, estudiante de 4º Humanidades del Liceo Darío Salas (ubicado en Avenida España). El día 11, con algunos de sus compañeros de colegio, Lelia observó estremecida y a la distancia el bombardeo a La Moneda. Poco después, junto a otros 12 liceanos, decidieron partir a la Escuela Normal Abelardo Núñez, ubicada a pocas cuadras de la UTE. Allí pasaron la noche.

A las 6:00 de la mañana siguiente, irrumpió un contingente de carabineros en la escuela y los detuvieron. Permanecieron tendidos en el suelo de la calzada, boca abajo y manos en la nuca durante unas dos horas. De improviso, los carabineros los hicieron parar y los llevaron hasta el frontis de la UTE, donde los entregaron a un grupo de militares con brazalete color naranja. Lelia no olvida a ese sargento que les dio de comer y los hizo pasar a una casa para que pudieran llamar por teléfono a sus familias y entrar al baño. Por la conversación supieron que venían de La Serena (Regimiento “Arica”). No sabían que muy pronto ingresarían al infierno. Lelia recordó:

“Al ingresar al Estadio Chile, nos colocan en una fila con las manos en la nuca y saltando. A la entrada había cuatro o cinco mesas atendidas por personas de civil que vestían terno y corbata. Preguntaban nuestros nombres, militancia y el por qué de nuestra detención. También nos quitaban nuestra cédula de identidad, la que después debíamos retirar en el ministerio de Defensa, según nos instruyeron. Nos separan: los hombres a una galería, las mujeres a otra. En la tarde del día 12, un funcionario de Ejército nos dio un discurso: dijo que los días del marxismo habían terminado…”

El estudiante de la UTE Mario Aguirre Sánchez, también recordó esa arenga: “Un militar que se identificó como el encargado del recinto, tomó un micrófono e hizo una arenga diciendo que él tenía autorización para matar y no quería ser privado de ese gusto. Nos intimidó diciendo que los soldados también contaban con esa autorización con las ametralladoras que disparaban 30 proyectiles por segundo y eran conocidas como ‘las sierras de Hitler’ ya que cortaban a los que asesinaban”.

Años más tarde (2004), el coronel Mario Manríquez Bravo (34) reconocerá en un careo: “Es efectivo que les manifesté a los prisioneros que estas armas se habían conocido en la Segunda Guerra Mundial como ‘las sierras de Hitler’, caracterizadas por una cadencia de tiro alta que podían cortar una persona en dos”.

El conscripto C.E., de la dotación de Tejas Verdes, ingresó al Estadio Chile alrededor de la 11:00 del 12 de septiembre. Recuerda: “Iban llegando camiones con prisioneros. El teniente Pedro Barrientos nos ordena formar un cordón para la fila de detenidos a los que muchos dan culatazos. Una vez que los detenidos ingresaron al estadio, el sargento Mella nos distribuyó en diferentes sectores para custodiar a los presos, ubicados en la platea y en la cancha, ya que en la galería había una ametralladora punto 30, a cargo de un soldado que tenía la orden de disparar en caso de cualquier cosa. A mí me correspondió estar en el costado sur poniente de las galerías, donde se encontraban alrededor de unos 70 extranjeros de distintas nacionalidades [Y da los nombres de los oficiales Jorge Smith Gumucio, Rodrigo Rodríguez Fuschloger y Jorge Garcés Von Hohenstein, que los comandaban (35)]. La estadía en el recinto no era buena, ya que no recibimos comida durante unos tres días y menos los detenidos, además que no había agua y los baños eran insalubres”.

Enrique Kirberg: “Apenas llegué al Estadio Chile, me ubicaron contra la pared, con los zapatos pegados a la muralla y los brazos en alto. Un soldado me apuntaba. Vi llegar más gente, en fila y con las manos en alto y trotando. Vi pasar a Víctor Jara a mi lado. Me dirigió esa sonrisa ancha que lo caracterizaba. Le hice señas con mi mano… Una hora más tarde me subieron a otro jeep y me llevaron de regreso al Regimiento Tacna (36)”.

El profesor de la UTE Carlos Orellana también está manos en la nuca en la fila de prisioneros que esperan su ingreso al estadio: “Éramos varios miles de prisioneros. Los militares habían constituido grupos y cada detenido llevaba un número. Víctor Jara quedó en mi grupo. Vi cuando un oficial lo golpeó. Parece que el oficial lo reconoció, se acercó a él y le dio un puñetazo en el rostro. Víctor recibió el golpe sin caerse. El oficial llamó a unos soldados y les ordenó que se lo llevaran. Eso sucedió en los corredores del estadio. Los soldados tomaron a Víctor por los brazos y lo condujeron al subsuelo. Antes de este incidente Víctor no presentaba ninguna herida”.

El profesor Ricardo Iturra Moyano: “A la llegada al Estadio Chile, en la misma fila que yo, unas quince personas más adelante, estaba Víctor Jara. En el momento en que ingresaba al estadio, un uniformado lo detuvo y lo proyectó violentamente contra el muro, mientras lo insultaba y le propinaba golpes… Después, cuando Víctor Jara vino a sentarse frente a mí, noté que llevaba las manos adelante, con los dedos encogidos y parecía sufrir terriblemente” (37).

El profesor de la UTE César Fernández Carrasco también estaba en esa fila de prisioneros: “Víctor Jara se encontraba en la fila cuatro o cinco hombres detrás de mí. Un soldado lo identificó e informó a su superior. Víctor Jara fue retenido por varios soldados y golpeado. Su pecho fue golpeado tan fuerte con las culatas de los fusiles que cayó al suelo… ” (38).

Julia Fuentes dice no haber visto a Víctor Jara al interior del Estadio Chile, pero como casi todos los conscriptos, soldados y oficiales que dominaban el recinto, supo que allí estaba. Julia no era una prisionera, aunque en cierto sentido también lo fue. Porque Julia era cocinera del estadio antes del día 11 de septiembre y el 12 llegó hasta su casa una patrulla militar que la condujo directo al recinto deportivo. Durante un mes, sin derecho a salir, cocinó para los oficiales y algo para los conscriptos a cargo del Campo de Prisioneros. Ingresó escoltada al local que ella tanto conocía, por un pasillo ubicado al costado derecho de las boleterías. Le advirtieron que caminara al frente sin mirar:

“Fue inevitable, lo hice…había un grupo de hombres semidesnudos, tirados en el suelo, amontonados uno encima del otro. No supe si estaban vivos o muertos, pero la piel se las vi de color muy oscuro, no pudiendo precisar si era por hematomas o moretones. Vi también manos, muchas manos que se agitaban y pedían agua. Subí al segundo piso directo al casino y a la cocina y por donde transité no tenía visión a la cancha. En el comedor comían los militares, pero en mesas separadas los oficiales. Los primeros 15 días dormí en una colchoneta en la misma cocina. Después me dieron una pieza. Recuerdo haber visto desde la cocina cuando los soldados juntaban todas las mesas del comedor y de sus bolsillos sacaban puñados de billetes que habían robado a los prisioneros. Recuerdo haber visto en un pasillo a prisioneros que eran empujados por los soldados que les clavaban las bayonetas. También haber sentido muchos disparos al interior todo el día, tanto de fusiles como de ametralladoras, las que reconocía por su tableteo inconfundible…Varios días después que me llevaron al estadio, un soldado me comentó secretamente en la cocina: ‘Se nos terminó el cantante Víctor Jara, porque lo mataron’. Ese mismo soldado me comentó días después en privado: ‘Esta noche van a sacar del estadio 40 camiones cargados con muertos que van a ir a dejar al Cerro Chena’” (39).

El dibujante técnico Guillermo Orrego Valdebenito no fue hecho prisionero en la UTE, pero él sí vio a Víctor Jara en el Estadio Chile. En 1973 trabajaba en la empresa Standard Electric, ubicada en el cordón industrial Vicuña Mackenna. Fue detenido en Textil Progreso en la tarde del 12 de septiembre junto a otros 60 trabajadores, los que fueron llevados en buses al Estadio Chile por carabineros y personal de Ejército:

“Aproximadamente el 13 o 14 de septiembre recuerdo haber pasado junto a Víctor Jara, a quien reconocí inmediatamente puesto que, además de ser un artista reconocido, se desempeñaba como profesor en la UTE donde yo tomaba clases vespertinas de dibujo técnico. Se notaba a simple vista que había sido maltratado y muy golpeado en la cara, aunque se encontraba de buen ánimo. Víctor estaba rodeado de estudiantes y gente de la UTE. Muy cerca de ellos, estaba un grupo proveniente de la CORFO”.

Uno de esos profesionales detenidos en la sede de la Corporación de Fomento de las Producción (CORFO), el ingeniero Julio Del Río Navarrete, recuerda:

“El 12 de septiembre fui detenido en la oficina central de la CORFO, ubicaba en Ramón Nieto con Moneda, junto con los demás profesionales que allí estábamos, entre los cuales puedo citar a Alfredo Cabrera Contreras, ingeniero comercial; Hugo Pavez Lazo, abogado; Gustavo Muñoz López, ingeniero comercial, y otros cuyos nombres no recuerdo. Fuimos trasladados a pie por el centro de Santiago hasta La Moneda y enviados al ministerio de Defensa, donde fuimos interrogados y golpeados en los subterráneos. En la tarde del día 13, fuimos trasladados al Estadio Chile en microbuses. Ingresamos por el acceso de calle Unión Latinoamericana, en donde vimos por primera vez al oficial Mario Manríquez, quien nos recibió y preguntó de dónde veníamos. Cuando le respondimos, dijo que nosotros éramos los ‘ideólogos del sistema o del gobierno’ y que éramos comunistas. Desenfundó una pistola, pasó bala, me la puso en la sien y preguntó cuál era mi militancia. Al responderle que era independiente, dijo que estaba mintiendo y que ahora todos éramos independientes. En ese momento sacaron el cadáver de un niño que no debe haber tenido más de 12 o 13 años, a lo cual Manríquez nos dijo que nos iba a pasar lo mismo si no decíamos la verdad. Luego nos envió al subterráneo donde había un grupo de ocho oficiales jóvenes con boina roja. Nos colocaron contra la muralla. Nos amarraron las manos atrás y nos golpeaban en la espalda con puños y pies. Un oficial nos golpeaba con un linchaco. Nos preguntaban dónde se encontraban las armas y especialmente por el paradero de Pedro Vuscovic, quien había sido ministro de Economía y hasta ese momento vicepresidente ejecutivo de la CORFO. Incluso preguntaban por la remuneración que recibíamos. Hasta que llegó Mario Manríquez, comandante del recinto, acompañado de su plana mayor, formada precisamente por los oficiales que nos golpeaban. Se produjo un diálogo que duró aproximadamente dos horas, en donde se discutió y conversó acerca del gobierno de la Unidad Popular. Le hice presente a Manríquez que yo estaba a cargo de la parte logística que abastecía al Ejército, Armada y Fuerza Aérea, por lo cual había tenido mucho contacto con oficiales de las Fuerzas Armadas, lo que además cumplía por instrucciones directas del Presidente de la República. En medio del diálogo, Manríquez dijo que nosotros éramos ‘recuperables’. En la conversación intervino un oficial que manifestó haber estado preso hasta el día 11 de septiembre por los hechos conocidos como el ‘Tanquetazo’, igual situación de otros de los oficiales, dijo. Como le manifestáramos a Manríquez nuestra preocupación por los robos reiterados de los que habíamos sido objetos, éste dijo que se hacía cargo. Le entregamos nuestro dinero y él le entregó a Alfredo Cabrera una tarjeta donde figuraba su lugar de trabajo habitual: el Comando de Apoyo Administrativo del Ejército, ubicado en Alameda al llegar a Portugal. Nos dijo que concurriéramos después a buscar el dinero a este lugar y que nos lo devolvería. Y así ocurrió efectivamente, cuando recuperamos la libertad. Una vez que terminó la conversación, Manríquez ordenó que nos trajeran comida y nos dieran unas colchonetas para dormir, ante el reclamo de los oficiales. Nos dormimos. Pasado un tiempo que no puedo precisar, fui despertado por Souper, un oficial de contextura delgada, baja estatura y rostro muy fino. Dijo que debíamos subir a las graderías porque allí corríamos peligro…Entendimos de inmediato: ya habíamos experimentado el interrogatorio. Una vez que nos subieron a las graderías, fuimos situados en las del lado norte, donde se encontraba un grupo seleccionado de prisioneros. Allí estaba también Víctor Jara. Se encontraba solo, sin gente a su alrededor y en la parte alta, cerca de una caseta de transmisión. Horas antes, cuando aún estábamos en el subterráneo, lo había divisado en un camarín. Su cara era muy conocida. Estaba muy mal, golpeado y con un ojo prácticamente cerrado. Con mis compañeros decidimos ir a verlo para saber qué necesitaba. Tenía su rostro hinchado por los golpes y un ojo cerrado, parece que el derecho. Sus manos no las podía mover, se le notaban fracturadas, hinchadas y llagadas. Permanecimos con Víctor alrededor de una o dos horas hasta que a nosotros nos bajaron a la cancha para ser trasladados al Estadio Nacional” (40).

El dibujante técnico Guillermo Orrego fue testigo de otro hecho que grafica lo que en esas horas vivían Víctor Jara y los más de cinco mil prisioneros del Estadio Chile:

“En una oportunidad, un militar me mandó a la enfermería con otro detenido que tuvo un ataque de nervios y que trabajaba en Textil Progreso. En la enfermería, como asimismo en el foyer que da al acceso del estadio, perpendicular a la Alameda, pude ver a varias personas tendidas en el suelo que no se movían. Podrían haber sido alrededor de 20. Algunas estaban cubiertas con sábanas blancas, pero todos estaban ensangrentados. Escuché algunos quejidos. Nadie los custodiaba. Los oficiales a cargo eran del Ejército, usaban uniforme verde oliva con boinas de color rojo granate. El militar a cargo del recinto era un oficial que habrá tenido entre 40 y 50 años, de bigote y un poco corpulento, al que posteriormente reconocí en la prensa como un oficial de apellido Manríquez. Había otros oficiales, más de 20, que se distinguían porque daban órdenes y se imponían por su voz de mando. Algunos de ellos llevaban boina negra y otros una especie de quepis color verde oliva. Con mayor certeza recuerdo a un oficial de boina negra, bigote grueso y negro y tez morena, quien disparó una ráfaga de metralleta al aire y a otro que se autodenominó ‘El Príncipe’, ya que cuando se dirigía a los prisioneros no tenía necesidad de usar micrófonos: decía que tenía ‘voz de príncipe’. Era un oficial alto, de contextura mediana, tez muy blanca, sin bigote, cabello rubio y liso. No recuerdo que usara boina ni quepis. Portaba un linchaco con el que les pegaba a los detenidos, siendo especialmente cruel y vulgar en su trato” (41).

Avanzada la investigación judicial y cuando ya el comandante Mario Manríquez no pudo seguir negando los muertos en el Estadio Chile y tampoco que él era el oficial al mando, afirmó:

“Al momento de constituirme en el Estadio, llamé por teléfono a mi superior jerárquico del CAE, el coronel Martínez, a quien le informé que estaba operando personal de Inteligencia en el subterráneo del Estadio, que pertenecía a las cuatro ramas de las Fuerzas Armadas. Me ordenó que los dejara funcionar, ya que éstos realizaban una labor importante considerando el estado del país…Tengo la certeza interna de que la gente de Inteligencia del subterráneo también retiraba prisioneros y los sacaba fuera del estadio, puesto que tenían sus propios vehículos y no había ningún control sobre ellos: obedecían solamente a sus mandos institucionales. Recuerdo que uno de los tenientes jóvenes del Regimiento Blindado siempre andaba con un linchaco. No es parte del entrenamiento del Ejército el uso de un arma como el linchaco” (42).

“Había un teniente de características germánicas, de boina granate, quien era muy loco y golpeaba mucho a los detenidos. Los mismos soldados y cabos se preocupaban por él, ya que no se sabía su reacción. Nadie aprobaba su acción, pero al ser oficial nadie le decía nada. Incluso el comandante, el coronel Manríquez, no sabía qué hacer con él. Los conscriptos le decían ‘El Príncipe’”, relata un soldado en el expediente del caso.

A la joven estudiante Lelia le costó años sacarse la voz y las manos de “El Príncipe” de encima: “Estuve en el Estadio Chile hasta el 18 de septiembre. Durante esos días sufrí múltiples vejámenes, agresiones sexuales y torturas en sesiones de interrogatorios. Los interrogatorios se hacían en los camarines y baños del estadio, y los interrogadores cambiaban. Entre ellos recuerdo a uno que llamaban ‘El Príncipe’, el que me torturó en varias ocasiones” (43).

Uno de los prisioneros del Estadio Chile complementa los relatos y describe a ‘El Príncipe’: “Alto y rubio y con pañuelo naranja al cuello. Alardeaba con voz potente que ahora tendrían que pagársela estos marxistas por haberlo tenido detenido el 29 de junio [el día del ‘Tanquetazo’]”.

Y sí, precisamente en el Estadio Chile estaba un grupo de los oficiales que protagonizaron la rebelión del Regimiento Blindados Nº 2. Habían sido destinados al campo de prisioneros apenas fueron liberados el mismo día 11, ya que se encontraban procesados por el delito de sublevación militar. Interesante resulta contrastar las declaraciones de los testigos acerca de la descripción física de “El Príncipe”, con la que hizo el entonces teniente y hoy brigadier (R) y próspero empresario Raúl Jofre, de los oficiales que afirmó que lo acompañaban en el Estadio Chile Edwin Dimter, Rodrigo Fuschloger y Luis Bethke Wulf (44). Jofré, también protagonista de la rebelión del Blindado Nº 2, dijo:

“Edwin Dimter era delgado, alto, tez blanca rubio y con voz potente y fuerte. Debe haber tenido una estatura de un metro ochenta y cinco centímetros, y no creo que haya utilizado boina granate, debe haber utilizado quepis. Luis Bethke, del arma de Infantería, era fornido, un poco más bajo que Dimter, de tez blanca, pelo rubio y con un tono de voz fuerte. Rodrigo Rodríguez Fushlocher era alto, de un metro noventa centímetros, había sido seleccionado nacional de básquetbol, tenía el pelo castaño oscuro y no era de tez blanca… Recuerdo a estos oficiales porque con Rodríguez Fuschlocher y Bethke dormíamos en la misma pieza en el estadio”.

El brigadier (r) Raúl Jofré (45), quien no recordó ante la justicia que hubiera ametralladoras emplazadas en la parte alta del Estadio Chile, sí hizo acopio de su memoria y afirmó:

“El oficial que puede responder a estos rasgos es Edwin Dimter (46), con quien serví un año en el Regimiento Blindado, pero siempre tuvimos una relación estrictamente profesional y no fuimos amigos. La personalidad de Dimter era la de una persona de difícil trato, muy inteligente, pero con poco criterio y tenía una gran prestancia física. No tengo muy claro qué actividades desarrolló en el Estadio Chile” (47).

En el proceso, Dimter negó toda relación con ‘El Príncipe’. Dijo que mientras estuvo en el Estadio Chile utilizó “tenida de combate: parka reglamentaria de color gris azulino y como cubrecabeza el quepis del reglamento. No usé boina”. Y repetirá: “Yo no soy el oficial que se ha descrito ni tampoco maltraté ni di muerte a prisionero alguno en el Estadio Chile”. Y a continuación se explayará sobre otros oficiales que podrían corresponder a esas características:

“Un teniente menos antiguo que yo, de apellidos Rodríguez Fuschlocher, que era de Concepción y basquetbolista, más alto que yo, de contextura atlética y de pelo castaño claro. Asimismo, había otros dos oficiales que tenían apellidos alemanes: el teniente Bethke, quien era como de mi estatura, delgado y de cabello claro. El otro oficial, era un teniente más antiguo que yo, de apellido Haase [se refiere a Nelson Haase (48), de Tejas Verdes que sí estaba en el Estadio Chile], del arma de Ingenieros, quien se encontraba en Santiago en tratamiento médico en el Hospital Militar por una enfermedad relacionada con la salud mental, según él me refirió” (49).

Pero el conscripto C.A., de la dotación de Tejas Verdes, sí vio al teniente Edwin Dimter (50) torturar y asesinar a un prisionero: un joven al que describe “bien vestido y con apariencia de provenir de una familia de buena situación económica, que decía ser estudiante de Arquitectura”. Dimter había llegado con un block de dibujos que pertenecía al joven y lo acusó de “hacer planos de instalaciones militares”. El conscripto fue testigo de cómo Dimter lo interrogó en alemán, para luego asesinarlo “de un disparo en su cabeza con un fusil SIG”. C.A. recordó la escena que siguió y que le quedó grabada: “Saltó masa encefálica del joven a la pared… Luego, el teniente Dimter le sacó el reloj marca Seiko que el joven portaba en su muñeca, y se lo entregó al comandante Manríquez diciéndole: ‘¡Es un trofeo de guerra!’”.

Un incidente ocurrido alrededor del 14 de septiembre conmocionó a los conscriptos de Tejas Verdes. Casi todos lo recuerdan:

“Cuando estaba de servicio fui relevado por otro conscripto y me dirigía hasta el pasillo de las galerías, cuando escucho un disparo y concurro hacia donde se había producido, observando que el soldado M. le había disparado a un joven que se había abalanzado contra él, quedando el soldado muy mal anímicamente”, recuerda el conscripto C.E.

El autor del disparo también lo relató: “Aproximadamente el 15 de septiembre, alrededor de las 20:00, un detenido que había sido fuertemente golpeado por otros funcionarios, trato de quitarme el fusil SIG, forcejeando con él pues trataba de sacármelo. Instintivamente se me escapó un tiro, dándole en el pecho o en el estómago. Fui llevado hacia la salida por un grupo de funcionarios de Ejército de distinto grado. Incluso llegó el jefe del recinto, el coronel Manríquez, quien me señaló que estaba bien lo que había hecho, ya que el detenido podía haberme quitado el fusil y habría sido un mal mayor”.

Víctor no vuelve a casa

Joan Jara esperó ansiosa el regreso de su esposo. Pero Víctor Jara no regresó el 12 de septiembre. Junto a sus hijas intentó seguir el curso de los acontecimientos desde su hogar. Hasta que en la tarde, la televisión le dio la noticia de que la Universidad Técnica había sido tomada por los militares y que “un gran número de extremistas había sido detenido”. El jueves 13 se enteró que profesores y alumnos de la UTE habían sido llevados al Estadio Chile. Esa misma tarde recibió un llamado:

“A las 16:30 un muchacho llamó por teléfono. Me dijo que él había estado en el Estadio Chile, que había podido salir y que tenía un recado para mí de Víctor. El último mensaje que me mandó Víctor fue que tuviera valor, que cuidara a las niñas, que él pensaba que no iba a poder salir del estadio, que pensaba en nosotras… Estábamos encerradas en la casa sin saber qué hacer, sin información”.

Joan Jara jamás mintió. Cada uno de sus testimonios se apegaron siempre a la verdad. Años más tarde aparecería esa última persona que le transmitió el mensaje de su marido: Hugo González González

“Fui detenido el 12 de septiembre en la vía pública por toque de queda y llevado al Estadio Chile. El 13 de septiembre me encontré con Víctor Jara en una especie de pasillo, a un costado de la cancha. Estaba solo y sentado, sin custodia militar, con señales físicas de haber sido muy golpeado, siendo las de su rostro las heridas más notorias. Me acerqué a hablar con él. Me contó que había sido detenido en la Universidad Técnica y que había sido reconocido en el estadio por el comandante del recinto: un militar con bigotes, un poco macizo, de pelo negro y de mediana edad. Que este militar lo había apartado de los demás detenidos, siendo posteriormente sometido a apremios físicos por el mismo oficial. Víctor Jara me indicó que fue amenazado por el comandante del Estadio Chile, sin precisarme qué tipo de amenaza. Y me solicitó que llamara a su cónyuge, Joan Turner, a fin de comunicarle dónde se encontraba su renoleta, la que había dejado estacionada en las cercanías de la Universidad Técnica. Salí libre el 14 de Septiembre de 1973. Ignoro si Víctor Jara seguía en el lugar donde lo vi, ya que con posterioridad a nuestro primer encuentro solo lo divisé una vez más, en el mismo sitio, sin poder precisar el día exacto. Luego de salir en libertad, cumplí con lo que le había prometido a Víctor Jara y le di su recado a Joan Turner. La llamé desde un teléfono público que estaba en la Alameda al número que Víctor Jara me señaló. Le dije a la señora Turner la ubicación de la renoleta y ella me preguntó por el estado de Víctor. Le respondí que se encontraba bien… (51)”.

La amenaza que recibió Víctor Jara y que guardó en su memoria Hugo González, tuvo otro testigo: Wolfgang Tirado, entonces prisionero en el Estadio Chile:

“En la mañana del 13 de septiembre pude cambiarme de ubicación en el Estadio Chile y acercarme a las rejas donde tenían lugar los procedimientos de liberación. Allí vi nuevamente a Víctor Jara. Advertí que estaba conversando con un oficial de Ejército que lo había reconocido. Vi que lo empujaron y le dieron golpes con los pies. Recuerdo que el oficial hizo un gesto con su mano a través de su cuello, indicando a Víctor que le cortaría la cabeza. El oficial ordenó a dos soldados que lo llevaran aparte. En ese momento fue que le dieron puntapiés y culatazos. No volví a ver a Víctor después de eso” (52).

El arquitecto Miguel Lawner también vio a Víctor Jara el 13 de septiembre. Lawner, quien era el principal directivo de la Corporación de Mejoramiento Urbano (CORMU), había sido detenido en su oficina, donde permaneció junto a otros trabajadores de la misma entidad hasta el 12 de septiembre. Fue llevado al Estadio Chile y salió de allí gracias a la intervención del general Arturo Viveros, a raíz de la relación entablada entre ambos por un convenio firmado entre el Ejército y la CORMU. Lawner lograría salir con vida del Estadio Chile para ser enviado, al igual que el rector de la Universidad Técnica, Enrique Kirberg, como prisionero a Isla Dawson. Jamás imaginó que el episodio de su encuentro con el general Viveros en esos días del Estadio Chile sería importante para identificar 30 años más tarde al comandante del Estadio Chile. Esto es lo que Miguel Lawner relató en el proceso:

“Al regresar a la sala de acceso al estadio, cargando las colchonetas, en una escalera con un pasamano de hierro, a unos 6 o 7 metros, pude observar a Víctor Jara. Estaba solo. Soldados lo custodiaban en las cercanías, por lo que me acerqué, pudiendo apreciar que estaba muy golpeado y torturado, pese a lo cual permanecía de pie. Lo que recuerdo es que debe haber sido muy tarde. Ese 13 de septiembre de 1973 fue la última vez que pude ver a Víctor Jara con vida” (53).

Boris Navia: “El jueves 13, en horas de la tarde, se produjo un gran revuelo en el estadio al llegar varios buses trayendo pobladores de La Legua. Se dijo que habían resistido con armas a las fuerzas militares. Hubo gente muerta, algunos muy malheridos y otros llevados a los subterráneos. Se produjo un olvido transitorio de la existencia de Víctor Jara. Y entonces, los profesores y funcionarios de la UTE que vigilábamos de cerca la suerte de Víctor, aprovechamos ese momento para arrastrarlo a las galerías y tratar de hacerlo uno más de los prisioneros. Él miraba por un solo ojo, ya que el otro lo tenía totalmente inflamado. Le limpiamos la sangre de su cara y un carpintero de la UTE le pasó su vestón para darle abrigo. En nuestro intento de disfrazar su figura, alguien nos proporcionó un cortaúñas y con mucho cuidado empezamos a cortarle su ensortijado pelo tan característico. Un soldado le regaló un huevo crudo. Dijo que se lo comería como lo hacían los campesinos de Lonquén: lo perforó en la parte inferior y luego lo succionó. Víctor se reanimó. Pese a sus heridas, compartió sus temores respecto de su familia y de sus amigos”.

Carlos Orellana: “El jueves 13 me encontré con Víctor Jara cuando los militares comenzaban a organizar a los presos en grupos. Tenía el rostro muy maltratado, hinchado y sangre en la cara y en la ropa. Sus manos estaban muy hinchadas y solo podía moverlas con gran dificultad. Nos contó que había sido golpeado durante gran parte de la noche por el mismo oficial del ingreso. Y nos dijo que este oficial lo reconoció y era hermano de un hombre con el cual había tenido un altercado dos o tres años antes en el Colegio Saint George de Santiago, donde había cantado Preguntas por Puerto Montt, produciéndose un incidente con algunos alumnos, entre ellos el hermano del oficial y uno de los hijos del ministro al que aludía la canción [Edmundo Pérez Zujovic, quien fue ministro del Interior del Presidente Eduardo Frei Montalva y que fuera asesinado por un comando extremista el 8 de junio de 1971]. El oficial había evocado este hecho en el transcurso de la noche…Víctor permaneció con nosotros durante dos o dos días y medio”.

El relato de Orellana es corroborado por otro prisionero: “El jueves 13, cuando Víctor Jara subió por fin a las graderías, junto a Carlos Orellana y otros detenidos, curamos como pudimos sus heridas. Nos turnábamos para ir al baño y mojar nuestros pañuelos con los cuales hacíamos compresas para calmar la hinchazón. El viernes 14, alrededor de las 11:00 de la mañana, un familiar me envió con un sargento unas galletas y un tarrito de mermelada. Las galletas eran fáciles de repartir, ¿pero cómo repartir la mermelada? Se nos ocurrió que cada uno tenía el derecho de meter el dedo en el tarro, darlo vuelta y sacarlo para chuparlo… Me parece ver hoy el dedo de Víctor chorreando de mermelada… Él estaba mucho mejor: sus labios y su cara se habían deshinchado un poco”.

Cuesta que algún conscripto u oficial que estuvo en esos días de septiembre en el Estadio Chile hable de Víctor Jara. Todos saben que era uno de los prisioneros, pero callan. Pareciera que, con los años, el secreto que ha rodeado su muerte, impuesto por el Ejército, ha permeado a cada uno de los hombres. Pero también, hay culpa. Mucha culpa y recuerdos de todos esos hombres y mujeres que allí murieron, de los que se desconoce su identidad y cantidad. Pero en esos días de 1973 lo que imperaba era la impunidad total. Porque el poder mayor lo tenían los oficiales y soldados que accedían al recinto donde se interrogaba a los detenidos. Allí donde a los pocos días, según los testimonios judiciales más fidedignos, llegaron oficiales de la Academia de Guerra del Ejército.

El entonces subteniente Pedro Rodríguez Bustos, quien participó del asalto a la UTE y cuya unidad fue después asignada como refuerzo al Regimiento Tacna, relata:

“Recuerdo que el día 16 o 17 de septiembre, me correspondió ir por segunda vez al Estadio Chile, donde pude constatar que las condiciones de los prisioneros eran malas, se notaba que era gente cansada, aunque no puedo asegurar que habían sido golpeados. En esta oportunidad constaté que la situación del estadio había variado. La guardia del mismo seguía correspondiendo a personal del Ejército, del Regimiento Tacna, pero los encargados de los interrogatorios dentro del estadio y de chequear a los detenidos, era personal del área de Inteligencia de la Guarnición de Ejército de Santiago, con refuerzo de alumnos de Segundo y Tercer Año de la Academia de Guerra, con el grado de mayor y teniente coronel, con la misión de dirigir los interrogatorios”.

Entre esos oficiales de la Academia de Guerra que llegan al Estadio Chile a reforzar los equipos de interrogatorios, se repiten dos nombres: el mayor Hernán Chacón Soto, entonces alumno de primer año de la academia, y Víctor Echeverría Henríquez, del segundo año. Este último, quien se fue a retiro como coronel, sería visto después en Villa Grimaldi, una de las principales cárceles secretas de la DINA (su hija sería más tarde subsecretaria de Marina, en el ministerio de Defensa del gobierno de Michelle Bachelet, 2006-2010, pero no podría asumir como subsecretaria de Fuerzas Armadas en 2014 luego de que se hicieran públicas otras acusaciones de tortura contra su padre).

El coronel (r) Juan Jara Quintana, quien también estuvo destinado en esos días en el Estadio Chile, relató:

“Se encontraban en el Estadio Chile, además, unos 40 oficiales de la Academia de Guerra del Ejército, del Primero y Segundo año, quienes cumplían un horario de cuatro horas y eran relevados por sus mismos compañeros ya que la academia les quedaba muy cerca: en García Reyes con Alameda. Entre quienes se desempeñaban en el control de ingreso de detenidos del Estadio Chile, recuerdo a los oficiales Rubén Burgos Vargas, Víctor Echeverría Henríquez (quien fue mi segundo comandante en el Regimiento Rancagua en Arica a fines de 1980), Sergio Urrutia Francke, Patricio Vásquez Donoso y Hernán Chacón Soto, entre otros” (54).

El testimonio de Jara fue ampliado por otro de los oficiales de la Academia de Guerra que sería destinado al Estadio Chile: el oficial Alejandro González Samohod, quien llegó a ser un importante general del régimen militar. González reconoció haber estado en el estadio y afirmó también haberse encontrado allí con su compañero de la Academia de Guerra, Richard Quass:

“Días antes del 11 de septiembre, siendo alumno de Conducción Estratégica, Tercer Año, en la Academia de Guerra, fui destinado como integrante del cuartel general del comandante de las Fuerzas Militares de la Región Metropolitana, bajo el mando del general Sergio Arellano Stark. Durante los 10 días que allí me desempeñé, alrededor de tres debí cumplir funciones en el Estadio Chile, ya que fui enviado a colaborar en la seguridad del recinto, sin contacto directo con los detenidos”.

Raúl Jofré corroboraría el rol de los oficiales de la Academia de Guerra en la instalación de los campos de prisioneros, cuando declaró: “Fue a la hora de almuerzo del 12 de septiembre, cuando mi coronel Oscar Coddou, en ese tiempo jefe de un Cuartel General de la Comandancia de Guarnición y profesor de la Academia de Guerra, me envió a reforzar el Estadio Chile, el que se estaba creando como centro de detención provisorio en espera del Estadio Nacional”. Jofré también diría que entre los interrogadores había “un oficial de reserva de la Armada, de apellido Prieto [Daniel Prieto Vidal, quien actualmente se presenta como ‘consultor de asuntos internacionales’, declaró el 26 de octubre 2007. Tiene un largo historial en Inteligencia de la Armada]”.

“En la puerta de acceso a la cancha del estadio, precisamente en el costado nororiente, se encontraba el acceso al subterráneo. En dicha puerta había un oficial con tenida de salida del Ejército, el cual mandaba a pedir a los distintos presos. En este subterráneo se interrogaban a los detenidos. Era un sector cerrado y con un solo acceso. En una oportunidad, por curiosidad, traté de bajar a dicho sector, pero otro soldado me señaló que no me lo recomendaba, ya que recientemente habían matado a alguien y estaba lleno de sangre. Desde afuera, no se escuchaban los disparos. En este lugar había personal muy probablemente de Inteligencia del Ejército”, cuenta el conscripto C.E.

El conscripto M.C., recuerda: “Los interrogatorios se realizaban en un subterráneo que se ubicaba en la planta baja donde estaban los camarines. A este lugar no teníamos acceso, pero sí los oficiales, entre ellos, Rodrigo Rodríguez y Jorge Smith, además de civiles y otros oficiales de Ejército. Para ser llevados a este lugar, los detenidos comúnmente eran sacados de las galerías por los soldados que custodiaban ese sector. Regresaban en muy mal estado…En una oportunidad, en horas de la noche, no podría señalar fecha, estando de guardia centinela en la galería ubicada frente a la entrada, la que tenía una pequeña visión a la puerta de la sala de interrogatorios que daba hacia la salida del estadio, observé que sacaban varios cuerpos, casi desnudos. Fueron subidos a una ambulancia, la que se fue con rumbo desconocido. Era un comentario común que desde ese lugar, en horas de la noche, sacaban los cadáveres del subterráneo. Por comentarios de los mismos soldados se sabía que Víctor Jara estaba recluido en el estadio, pero ignoro en qué lugar. Un día, alrededor de las 14:00, otro conscripto me señaló que Víctor Jara había muerto… No quise consultar más”.

El conscripto C.E.: “En el estadio yo estuve a cargo de cuidar a los extranjeros, alrededor de 60, entre ellos, dos mexicanos que estaban en el hall en malas condiciones físicas. En una oportunidad, puede ser entre el 13 o 14 de septiembre, en horas de la tarde, un oficial de boina granate de la especialidad blindado, me mandó a custodiar a dos detenidos que él mismo me dijo que eran mexicanos. Después de aproximadamente veinte minutos, me señala que lo acompañe junto con los detenidos, conduciéndome hacia el exterior, precisamente a calle Bascuñan Guerrero, donde estaba apostada una ametralladora. El teniente me dijo que dejara a los detenidos en el trayecto y que él los llevaría ‘a dar un paseo’, y se dirigió hacia la ametralladora. Era el término para señalar que serían fusilados. A los pocos minutos sentí la ráfaga, presumiendo que les dieron muerte. Era común sentirla disparar, principalmente en la noche. Los muertos eran tirados a la excavación de los trabajos del Metro, los cuales eran recogidos por una ambulancia que pasaba diariamente, la cual pude ver a distancia: un vehículo blanco como de hospital. Se comentaba que el teniente que me dio la orden de cuidar a esos dos mexicanos, era el mismo que había chocado con su tanque las puertas del ministerio de Defensa para el ‘Tanquetazo’. Se distinguía del resto de los oficiales porque usaba boina granate”.

“Sacar a pasear”. Una expresión que hasta hoy estremece a muchos de los soldados que pasaron por el Estadio Chile. Para la mayoría significa fusilamiento. Pero también, dónde se procedería a la ejecución. El conscripto G.M., dice corto y directo: “La frase significaba que a los detenidos los iban a fusilar o en la calle que daba hacia la Alameda o en el subterráneo”. “Significaba que a los detenidos los iban a fusilar en la calle hacia la Alameda”, dice el soldado M.T.

Las graderías del Estadio Chile se fueron repletando de prisioneros. Los baños colapsaron, no había agua ni alimentos. Muchos venían de las industrias de los cordones industriales. Manuel Bustos, quien era en septiembre de 1973 dirigente sindical democratacristiano y presidente del sindicato de la industria textil intervenida Sumar, también vio a Víctor Jara:

“En la mañana [del 11 de septiembre] hicimos en Sumar una asamblea para repudiar el Golpe. En mi turno había unos mil trabajadores y yo sostuve que debíamos retirarnos. Pero como muchos no alcanzaron a llegar muy lejos porque ya no hubo locomoción colectiva, volvieron a la fábrica buscando refugio. Como presidente del sindicato, decidí quedarme en la fábrica con unas 300 personas que no alcanzaron a retirarse cuando se anunció el toque de queda. El día 12, como a las 6 de la mañana, llegaron los militares en camiones. Nos lanzaron a todos al suelo y comenzaron a golpearnos. Traté de explicarles, pero me llegaron más golpes. Fui detenido junto a unos 150 trabajadores. Nos sacaron manos en la nuca y a punta de golpes nos llevaron al Estadio Chile. Recuerdo que muy cerca mío mataron a un trabajador. Nunca supe su nombre, pero la imagen me quedó grabada. Pasaban militares por los pasillos y con la metralleta uno le golpeó la cara. El hombre le gritó ‘¡fascista!’ y le dispararon. Estaba pegado a mí. Dos compañeros de Sumar se volvieron locos por lo que vieron. Uno ya murió y el otro anda vagando por ahí…A Víctor Jara lo divisé desde lejos”.

La llegada de los nuevos prisioneros tiene otros testigos. Como los protagonistas de los peculiares cargamentos que empezarían a salir desde el Regimiento Tacna en dirección al Estadio Chile. Al Tacna habían llevado a los prisioneros que sobrevivieron del ataque a La Moneda, a los que muy pronto se sumarían, tal como lo había establecido el comando de guerra golpista –conformado también por oficiales de la Academia de Guerra del Ejército–, otros centenares de prisioneros provenientes de los cordones industriales. La orden fue que en el Tacna quedaran solo los prisioneros de La Moneda. Poco después serían asesinados en Peldehue.

El subteniente Iván Herrera López, del Regimiento Tacna, participó en esas ejecuciones sumarias. Recibió la orden del comandante del regimiento, Joaquín Ramírez Pineda de trasladar los prisioneros de La Moneda a Peldehue, junto al subteniente de reserva Castillo. Quien recibió en ese campo de entrenamiento militar a los prisioneros, fue el teniente Julio Vandorsee Cerda, del Arma de Artillería (55).

Quien certificó las muertes en el sitio mismo, para luego informarles a los jefes del Estado Mayor del Golpe, fue el mayor Pedro Espinoza, del mismo grupo de Inteligencia del Estado Mayor. El ahora brigadier (R), afirmó: “Lo único que me correspondió realizar en forma extraordinaria en septiembre de 1973, fue que el 12 se me ordenó, por parte del general Nicanor Díaz, concurrir a la Comandancia de Guarnición, donde se me entregaría un documento para ser llevado al comandante del Regimiento Tacna. Concurrí a la oficina del ayudante del general [Herman] Brady, comandante de la Guarnición, el que me entregó un sobre cerrado que trasladé al Regimiento Tacna y se lo entregué al segundo comandante de apellido Fernández. Le dije, también por instrucciones del general Díaz Estrada, que debía dejar en libertad a todo el personal de Investigaciones. Debo añadir que al día siguiente recibí la orden del mismo general de presenciar la ejecución de los detenidos de La Moneda, con la obligación de informar al regreso el resultado” (56).

No fue, sin embargo, la única ejecución de prisioneros a la que Pedro Espinoza estuvo vinculado en esos días. Según investigación de la autora, el día 14 de septiembre llegó hasta la sexta comisaría, ubicada en calle San Francisco, para llevarse a miembros del GAP y al hijo de Mirya Contreras, la secretaria y compañera de Salvador Allende, detenidos en la mañana del 11 en las puertas de La Moneda. Todos ellos fueron asesinados y después botados en alguna calle de Santiago. (57)

El resto de los detenidos en el Tacna fue llevado hasta el Estadio Chile, salvo excepciones, que aún siguen sin ser aclaradas. El funcionario civil del Ejército Eliseo Cornejo, que trasladó algunos de esos cargamentos, relata:

“Yo era chofer de un bus, un camión y un jeep asignado a la Batería Logística del Regimiento Tacna. Y me correspondió conducir a detenidos que se encontraban en los boxes del regimiento… Creo que muchos de ellos provenían del cordón industrial, especialmente recuerdo a Madeco y las textiles Hirmas y Sumar. Había también otras personas detenidas por toque de queda. En esa ocasión, manejé el bus con aproximadamente 60 personas, siendo escoltado por dos jeep con personal del regimiento, un oficial y personal de planta. Todos los vehículos se estacionaron en calle Unión Latinoamericana y escoltados por dos conscriptos se hizo bajar a los detenidos y avanzar por el pasaje por el cual se ingresa al estadio, distante a unos 100 metros. Como chofer me correspondió efectuar alrededor de tres viajes al Estadio Chile conduciendo el mismo bus y trasladando detenidos” (58).

El soldado C.A. reconoció haber visto a Víctor Jara en el Estadio Chile. Y afirmó haberse cruzado con él el día 14 de septiembre entre las 17:00 y las 18:00 “en el sector del hall, pasillo oriente, al volver de ronda, cuando venía en compañía del comandante de mi sección, Rodrigo Rodríguez Fuschloger”. Y agrega que después vio a una persona de civil llamarlo “a un interrogatorio”. C.A. también vio a Litre Quiroga, el que fuera director de Prisiones del gobierno de Allende, en el mismo estadio.

El conscripto G.B., de la dotación de Tejas Verdes, fue testigo directo de cómo el teniente Edwin Dimter interrogaba a Litre Quiroga:

“En el deambular por los pasillos vi matar a muchas personas… Un día, en horas de la mañana, estando de guardia en el sector del pasillo de la entrada oriente que da vista hacia la cancha, vi al teniente Dimter que junto a su grupo de escoltas mencionaba el nombre de Litre Quiroga. El detenido estaba junto a otras siete personas tendidas boca abajo con sus manos en la nuca. Dimter procedió a golpearlas tanto con el pie como a culatazos en sus cuerpos… Pasada la medianoche y estando de guardia en el techo del recinto, en la esquina norponiente, vi cuando salía Litre Quiroga y las otras siete personas hacia la calle. Iban caminando, una tras otra, por calle Arturo Godoy, en dirección al poniente, donde había soldados dispuestos en dos filas, quedando el medio libre y un jeep, al parecer blindado, con una reimetal (59) en su parte posterior. Cuando los detenidos pasaban comenzaron a dispararles, luego todos se marcharon quedando los cuerpos tendidos en el suelo… Yo identifiqué claramente a Litre Quiroga, ya que lo conocí cuando lo interrogaban en el estadio. Y sé que eran siete porque después los conté y certifiqué que estaban muertos… Al cabo de unos minutos llegó un camión grande, blanco, térmico, tipo congelador, con militares. Subieron los cuerpos y se los llevaron”.

El soldado G.M. de Tejas Verdes: “A los dos o tres días después que llegamos, me ordenan custodiar a un detenido que después se comentó que era Litre Quiroga, director de Prisiones, quien se encontraba en el hall de entrada y a quien los soldados que pasaban lo golpeaban. Estuve en su custodia todo el turno, el que retomó otro soldado cuyo nombre no recuerdo”.

Conscripto R. A.: “Por comentarios de los conscriptos, me enteré que en el interior del estadio estaba el director de Prisiones (hoy Gendarmería), don Litre Quiroga, quien le había sacado las uñas al general Roberto Viaux Marambio para el ‘Tacnazo’ [sublevación que Viaux encabezó en el gobierno de Frei Montalva]. Era característico, porque era grande y gordo. No recuerdo fecha, pero debería haber sido entre el día 14 o 15 de septiembre, en momentos que cambiaba turno, observé en el hall de acceso a Litre Quiroga, el cual estaba tendido en el suelo, en malas condiciones físicas, pero vivo. Esto me consta porque se quejaba mucho. No observé a nadie más a su alrededor. Con el correr de los días no lo volví a ver ni tampoco supe qué le paso”.

Carlos Orellana: “El sábado 15, estando en las graderías, vino un soldado a buscar a Víctor Jara. Esto nos angustió mucho. Ese mismo día, en la tarde, vino un prisionero a decirme que Víctor Jara quería hablarme. Fui a los urinarios arreglándomelas para pasar delante de la oficina donde estaba detenido. Al pasar, le hice señas para que me siguiera. Se me reunió en los urinarios bajo la guardia de un soldado, quien se quedó delante de la puerta. En ese momento, Víctor estaba muy débil, caminaba con mucha dificultad. Su nariz estaba quebrada. Su rostro estaba aún más hinchado. Su camisa estaba llena de sangre. Hablaba con dificultad. Me dijo que había sido golpeado nuevamente. Lo que quería decirme principalmente era que, en su opinión, se nos había colado un espía en el grupo. Efectivamente, cuando era interrogado, advirtió a un empleado de la universidad que hablaba muy libremente con los militares y quería advertirnos de este hecho. El soldado puso fin a la conversación. Nunca más lo volví a ver. Cuando partíamos hacia el Estadio Nacional, un brasileño nos dijo que lo había visto la noche anterior, en el subterráneo, tendido en el suelo. Ya no podía hablar. Tenía sangre en el vientre”.

César Fernández: “Había otro grupo también separado del resto de los detenidos, en la parte alta de la galería sur. Ambos grupos habían sido separados por ser personas mas conocidas. Reconocí allí a Osiel Núñez, presidente de la Federación de Estudiantes de la UTE, y a un periodista y profesor cuyo nombre no recuerdo que hacia un programa de concursos de conocimientos muy famoso en radio y televisión [Mario Céspedes]. Víctor Jara se quedó con nuestro grupo aproximadamente un día completo. Se produjo entonces una reorganización de los prisioneros en grupos con el objeto del traslado al Estadio Nacional. Y en esas circunstancias, un par de horas antes que nuestro grupo partiera, unos tres o cuatro militares vinieron a buscar a Víctor Jara, lo golpearon y se lo llevaron con destino desconocido” (60).

Otro de los prisioneros relata: “El viernes 14 en la tarde nos hicieron constituirnos en grupos de unos 200 para ser trasladados al Estadio Nacional. Víctor quedó en mi grupo. Escribió en un pequeño papel un poema que titulo Somos cinco mil. Luego supe que el poema salió al exterior, pero con otro título. El original que Víctor escribió fue entregado a un compañero que continúa viviendo en Chile y que lo escondió en uno de sus calcetines, donde fue descubierto por los militares en el interrogatorio que le hicieron en el tristemente célebre velódromo del Estadio Nacional. Nuestro grupo fue el antepenúltimo que salió hacia el Estadio Nacional el viernes 14, como a las 22:00. Alrededor de dos horas antes una patrulla vino a buscar a Víctor y en medio de golpes e insultos lo apartaron de nosotros. Cuando nuestro grupo abandonó el Estadio Chile, por un pasadizo lateral, divisé a Víctor en el hall de entrada del estadio. Se encontraba en el suelo y sangraba… Fue la última vez que lo vi. Víctor no llegó esa noche al Estadio Nacional. Ni esa noche ni en los días siguientes…”.

El abogado Hugo Pavez: “El viernes 14 de septiembre fuimos subidos a las graderías y allí, a pocos metros, vi a Víctor Jara quien se encontraba con la mitad de la cara muy amoratada e hinchada producto de los golpes recibidos. Estaba sentado y sin hablar. Cuando nos colocaron en las graderías ordenaron que nos inscribiéramos y luego en distintos grupos fueron sacados del estadio. El grupo en que yo me encontraba fue el último en inscribirse. A Víctor lo volví a ver al día siguiente cuando estábamos formados en la cancha a punto de subir a una micro que nos trasladó al Estadio Nacional. El Estadio Chile ya prácticamente estaba vacío. Solo quedó un grupo pequeño entre los que estaban Víctor Jara y Danilo Bartulín, médico del staff de Salvador Allende” (61).

Boris Navia Pérez: “En la noche del viernes 14 estuvimos a punto de subir a los buses que llevaban a la gente al Estadio Nacional. Víctor estaba con mi grupo. Sin embargo, una última orden nos hizo retroceder y volvimos a la galería en donde pasamos la noche. La mañana del sábado 15 de septiembre, salieron algunos prisioneros en libertad y todos empezamos a redactar pequeñas notas dirigidas a nuestras familias para informar que estábamos vivos, con la esperanza de que algunos de los afortunados pudiera llevar nuestras cartas. Víctor me pide lápiz y papel y empieza a escribir lo que todos pensamos era una nota para Joan, su mujer. En ese momento, él estaba sentado entre el profesor Carlos Orellana y yo, cuando de improviso se acercan dos soldados y uno le pega un fuerte culatazo en la espalda y el otro lo toma por el cuello de su chaqueta y lo arrastra hasta la parte superior del estadio. Víctor suelta el lápiz y el papel, y a duras penas puede dar unos pasos entre sus captores. Ese mismo sábado, a las 14:00, nos sacaron del Estadio Chile y en el foyer presenciamos un espectáculo dantesco: 40 o 50 cadáveres tendidos a la entrada, casi todos manchados de blanco por el yeso que había en los subterráneos, recinto en aquel momento en reparaciones. Entre esos cuerpos estaba el de Litre Quiroga, director de Prisiones y nuestro querido Víctor Jara. Su cuerpo estaba tendido de lado, podíamos ver su cara y su ropa manchadas de sangre… Al llegar al Estadio Nacional, golpeados, torturados y entristecidos por la muerte de Víctor, comprobamos que el papel y lápiz que él me pidió en el Estadio Chile, no estaba destinado a escribir una carta, sino que dio vida a la última expresión de su canto y poesía, escribiendo su último poema”.

La estudiante de Ingeniería de la UTE, Erika Osorio: “Volví a ver a Víctor Jara el día viernes 15 de septiembre, cuando fui bajada por segunda vez al subterráneo, a interrogatorio. Cuando me sacaron, un oficial le ordenó al militar que me custodiaba que me trasladara a donde estaba el grupo de la UTE que permanecía en el mismo subterráneo, ya que nos iban a matar a todos. Pude ver, al final de una especie de pasillo en ese sector, a varias personas muertas. Sus cadáveres estaban sobrepuestos. Otras estaban aún vivas, pero todas con señales de maltrato físico o heridas. Entre estas personas se encontraba Víctor Jara. Estaba sentado en el piso, mirando hacia el suelo. Su cara estaba muy herida y sobretodo sus manos, las que tenía ensangrentadas. A instancias del militar que me conducía afortunadamente pude ser devuelta a las graderías del Estadio Chile, saliendo libre el día siguiente, junto a un grupo de mujeres que venían del Cordón Industrial de Cerrillos” (62).

Transcurridos 40 años del Golpe de Estado aún se abren compartimentos secretos de lo que ocurrió aquel 11 de septiembre de 1973. Porque hubo otras tropas destinadas al Estadio Chile que aquellas que hasta ahora se conocían. Es el caso preciso del contingente que llegó desde Antofagasta, del Regimiento “Esmeralda”. El coronel (R) Juan Quintana era teniente y segundo al mando de la Segunda Compañía de Fusileros de ese regimiento en esa fecha, unidad a cargo del capitán Jorge Ramón Durand González y que también integraban los subtenientes José Luis Contreras Mora, Fernando Daguerrasar Franzani y Rolando López Álamos. Sería ese grupo de soldados venidos de Antofagasta uno de los últimos en retirarse del Estadio Chile. Una ventana que abre nuevos testigos.

El coronel (R) Quintana relató:

“Salimos de Antofagasta a las 00:00 horas, llegando a las 4:00 horas al Grupo 10 de Cerrillos, con un total de 160 hombres. Una vez en Cerrillos, a eso de las 7:00 horas, fuimos trasladados en buses hasta el Estadio Militar, ubicado en Rondizzoni [hoy Club de Campo de Suboficiales del Ejército] encontrándonos en el lugar con una fuerza de 6500 hombres de todo Chile. A la Primera Compañía de Fusileros del Regimiento ‘Esmeralda’ se le ordenó embarcarse a Santiago 24 horas antes, viniendo a cargo del teniente Alexander Hananías Barrios… El día 15, a eso de las 8:00, por orden del capitán Durand, la compañía completa debió dirigirse al Estadio Chile donde fuimos recibidos por el comandante Mario Manríquez Bravo quien nos señaló, junto al capitán Durand, que en el recinto había un total de 5500 detenidos que provenían principalmente de las empresas del Cordón Cerrillos y que nuestra misión era la custodia de la totalidad de los detenidos distribuidos únicamente en las tribunas y en la cancha… Tengo la certeza absoluta de que además de los alumnos de la Academia de Guerra, estaba el 1º y 2º curso de Aspirantes de Ayudantías de la Escuela de Telecomunicaciones en el Estadio Chile. Pero la Primera Compañía de Fusileros del ‘Esmeralda’, a cargo del teniente Hananías, no puso un pie en el Estadio Chile ya que les correspondió constituirse en La Moneda con posterioridad al pronunciamiento militar. Estuvimos en el Estadio Chile la Segunda Compañía completa, desde las 8:00 del sábado 15 hasta las 9:00 del domingo 16, cuando se inició el traslado total de los 5500 prisioneros políticos hacia el Estadio Nacional. Quienes realizaban los interrogatorios en el subterráneo del recinto o camarines eran los tenientes Edwin Dimter y Raúl Jofré, entre otros… Conocí en el interior del estadio a Litre Quiroga, director general de Prisiones, a quien vi junto a unos 30 detenidos extremistas en un hall a la entrada del recinto, llamado Patio Siberia. Estaban todos amarrados de manos y de pies, boca abajo en el suelo. Litre Quiroga vestía un terno color gris oscuro con rayas blancas, se encontraba en malas condiciones físicas y le perdí el rastro en el traslado al Estadio Nacional. Cuando nuestra compañía llegó al Estadio Chile, ya se encontraban allí los cursos de la Academia de Guerra, siendo nosotros los últimos en llegar y los últimos en irnos” (63).

Osiel Núñez: “El sábado 15 me encontraba aislado del resto de los detenidos, junto a un matrimonio uruguayo y a un argentino con el pelo rasurado que finalmente fue ejecutado según la versión de un soldado. Aproximadamente a las 19:00, se constituyó una fila de prisioneros frente a una puerta lateral derecha. En esa fila distinguí, entre otros 20 o 30 prisioneros, a Carlos Naudón, Mario Céspedes, Danilo Bartulín y Víctor Jara. Momentos antes de salir, pasó un oficial joven, de tez blanca, casi rubio y voz de mando, y sacó a Danilo Bartulín y a Víctor Jara de la fila. A Víctor lo ubicó en una sala contigua y se nos hizo salir. Víctor me sonrío… A nosotros nos trasladaron al Estadio Nacional donde habilitaron un camarín para los llamados ‘peces gordos’. A este camarín llegó Bartulín, por lo que Víctor habría quedado solo”.

Esa fue la última vez que Víctor Jara fue visto con vida.

El último eslabón

Fue un día de mayo de 2009 cuando el que fuera conscripto de Tejas Verdes, José Paredes Vásquez, se decidió. Paredes fue asignado al Estadio Chile y por 36 años guardó el secreto de lo que vivió allí, hasta llegar donde un juez y revelar lo que vio un día en los subterráneos: Víctor Jara y Litre Quiroga eran lanzados contra la pared. Detrás de los prisioneros, Paredes vio llegar al teniente Nelson Haase y al subteniente a cargo de los conscriptos. Este fue parte de su relato ante la justicia:

“El teniente Jorge Smith comenzó a jugar a la ruleta rusa con un revólver que portaba. Se acercó a Víctor Jara, quien se encontraba de pie, mirando hacía la pared, con las manos en la espalda, por lo que Smith hizo girar la nuez del revólver, lo cerró, apuntó a la cabeza de Víctor Jara, en la región parietal derecha, y disparó. Luego de recibir el tiro, Víctor Jara cayó al suelo, hacia el costado. Comenzó a convulsionar en el suelo y el teniente Smith me ordenó rematarlo en el suelo… Cuando esto ocurría los otros detenidos que se encontraban en el lugar, entre los que estaba Litre Quiroga, estaban arrinconados, manteniéndose en silencio. Luego de los disparos llegaron al camarín otros oficiales para ver si los uniformados nos encontrábamos bien. Luego de esto, el teniente Smith llamó por radio a una ambulancia, llegando luego de un corto rato un camillero, quien nos entregó una bolsa plástica de color café con mimetismo, por lo que procedimos a meter el cadáver de Víctor Jara en la bolsa y lo subimos a la camilla, para luego ser retirado del lugar, ignorando qué harían con el cadáver…”.

Smith y Nelson Haase, junto a otros oficiales, habrían asesinado a los otros prisioneros que se encontraban al interior del camarín, entre los que se encontraba Litre Quiroga. Según el protocolo de autopsia, el cuerpo del cantautor tenía aproximadamente 44 impactos de bala en su cuerpo. El de Quiroga indica 38 impactos de proyectiles.

José Paredes diría más tarde que todo lo inventó. Porque es fantasioso. Otros oficiales dirían que robaba, lo que contrasta con la hoja de vida de los empleadores de Paredes, el hijo de un suboficial de Carabineros. Y muchos han reiterado que Paredes no viajó a Santiago con el contingente de Tejas Verdes y que jamás estuvo en el Estadio Chile. Nada calza. No solo porque el relato de Paredes es consistente con los más de cien testimonios acumulados de cómo y quiénes interrogaban, torturaban y asesinaban al interior del Estadio Chile. Por muy fantasioso que fuera Paredes, es difícil creer que su imaginación recreara tanto nivel de detalles de lo que allí ocurrió. Porque lo más importante es que hay a lo menos otros tres testimonios que certifican que José Paredes sí viajó a Santiago desde Tejas Verdes y estuvo en el Estadio Nacional.

El cadáver de Víctor Jara fue lanzado en una calle de Renca en la mañana del domingo 16 de septiembre. El informe de autopsia, firmado por el doctor Exequiel Jiménez Ferry, indica que Víctor Jara medía 1,67 y pesaba 66 kilos. “En la región parietal derecha hay dos orificios de entrada de bala. En la región torácica, 16 orificios de entrada de bala y 12 orificios de salida de diferentes tamaños. En el abdomen, hay 6 orificios de entrada de bala y 4 de salida. En la extremidad superior derecha, hay 2 heridas de bala transfixiante. En las extremidades inferiores, hay 18 orificios de entrada de bala y 14 de salida. Causa de muerte: heridas múltiples a bala”.

Hasta hoy el juicio para identificar a los hombres que torturaron y dieron muerte a Víctor Jara sigue abierto. En una de sus carátulas se lee: “Está establecido que en el último grupo que quedó en el Estadio Chile y en el que se encontraba Víctor Jara, también estaban Manuel Cabieses, Laureano León (subsecretario de Previsión Social), Waldo Suárez, Darío Pérez, Adriana Vásquez y Danilo Bartulín (64).

Fuente: Archivo diario La Nación. Universidad Diego Portales.

La Academia de Guerra y la DINA

En septiembre de 1973, Manuel Contreras obtuvo de Pinochet el consentimiento para su gran obsesión: la organización de una nueva estructura de inteligencia para iniciar la lucha antisubversiva. Y sería él quien la comandaría. Había nacido la DINA y su primer cuartel sería la Academia de Guerra, institución que muy pronto dirigiría. De hecho, las primeras comisiones de servicio de los oficiales escogidos por Contreras para integrar el alto mando del organismo secreto, llevan el rótulo “destinado a la Academia de Guerra”: Raúl Iturriaga Neumann, Gustavo Abarzúa (65) y Rolf Wenderorth (66), todos ellos alumnos de la academia.

Hasta hoy no se sabía que altos oficiales de la Academia de Guerra participaron en los equipos de interrogadores y torturadores del Estadio Chile. Quizás esa sea una clave que explique por qué el Ejército por más de 35 años se negó a entregar las nóminas de quienes estuvieron destinados al Estadio Chile y sus mandos, las que fueron solicitadas en innumerables ocasiones por diversos jueces. Lo mismo ocurrió con la lista de los alumnos que estaban en la Academia de Guerra en 1973.

Esa persistente obstrucción a la justicia por parte del Ejército, que se mantiene hasta hoy, adquiere otro significado cuando queda al descubierto que los nombres protegidos formaron parte de la que fuera la elite militar en 1973. Porque a partir de septiembre de ese año ellos fueron los que mantendría el control del Estado por los siguientes 17 años. Esa generación, ubicada estratégicamente en la Academia de Guerra, tendría el mayor poder jamás desplegado en la historia del régimen militar. De sus alumnos, 28 llegaron a ser generales y ocuparon los más altos puestos del Estado y la institución. Y otros 14 oficiales lideraron los servicios secretos, ya sea en la DINA o en la CNI (ver nómina). Allí está, en parte, el origen del secreto en torno a quiénes asesinaron a Víctor Jara, Litre Quiroga y todos los que murieron y fueron brutalmente torturados en el Estadio Chile.

NOTAS

(1) Álvaro Puga fue el primer subsecretario general de Gobierno, hasta junio de 1976 y fue miembro del Departamento de Operaciones Sicológicas de la DINA. Su acción en esos años aparece en varios de los documentos de la DINA encontrados por la autora en el Archivo Judicial de Argentina y que pertenecían a Enrique Arancibia Clavel. Parte de su declaración judicial del 21 de septiembre de 2007.

(2) Roberto Guillar fue el locutor oficial del Golpe el 11 de septiembre. Integró la CONARA y en 1976, fue subsecretario de Guerra. En 1981, dirigió el COAP (Consejo Asesor de la Presidencia), que luego se transformó en Estado Mayor Presidencial. En 1980, fue nombrado por Pinochet ministro Secretario General de la Presidencia, desde donde protagonizó graves cortocircuitos con la Iglesia Católica. Desde 1979 hasta 1982, fue director de la Compañía de Teléfonos. Ministro de Vivienda en 1982 y 1983. Intendente de Santiago en 1984, y agregado Militar en Estados Unidos hasta 1986. En 1985, ascendió a mayor general y en 1987, asumió la Dirección de Logística del Ejército. En 1988, pasó a retiro y fue nombrado por Pinochet cónsul general en Los Ángeles.

(3) Enrique Morel Donoso ascendió a general en 1974 y dejó de ser edecán de Pinochet. En 1977, fue el jefe militar de la Zona en Estado de Emergencia de Santiago. Fue presidente de Soquimich y en 1979 le dejó su cargo a Julio Ponce Lerou, yerno de Pinochet. En 1981, fue designado embajador extraordinario y plenipotenciario ante todas las sedes diplomáticas de Chile en el extranjero. En 1982, fue presidente de Codelco y director del Banco del Estado (1982-1989). Fue rector de la Universidad de Chile por pocos meses. En 1986, ascendió a mayor general y en 1989 reemplazó a Pedro Ewing en la Dirección de Frontera y Límites de la Cancillería. Su hermano Alejandro fue jefe de Zona en Angol para el 11 de septiembre de 1973 y más tarde efectivo de la CNI. También fue gerente general de Chilectra y alcalde designado de Ñuñoa, además de agregado Militar de Chile en Honduras y Guatemala.

(4) Al momento de partir en la Caravana de la Muerte, como segundo de Arellano, Arredondo ya había sido informado por Pinochet de su próxima destinación: director de la Escuela de Caballería, un regalo para quien era conocido por su pasión por los caballos. Pero nunca se desligó de la DINA, cumpliendo funciones secretas en el extranjero, principalmente en Brasil (donde fue agregado militar); y Estados Unidos. En 1976, haría un importante viaje con Manuel Contreras a Irán, junto al traficante de armas Gerhard Mertins y un general brasileño. Fue procesado por los crímenes de la comitiva de Arellano, siendo el segundo al mando y por la ejecución de 9 personas en Quillota, a las que se hizo aparecer como muertas en un enfrentamiento.

(5) El general Arturo Vivero fue el primer ministro de Vivienda de la dictadura.

(6) Yerno de Manuel Contreras.

(7) Declaración del conscripto R..A., del 14 de enero de 2009. Ingresó a realizar el servicio militar el 2 de abril de 1973, hasta abril de 1975, fecha en la cual regresó a la vida civil.

(8) C.A.P. declaró el 30 de enero de 2009. En su caso y en otros similares, se optó por utilizar solo las iniciales de conscriptos ya que fueron de alguna manera obligados a cumplir determinadas misiones.

(9) Declaración del 20 de abril de 2007 del capitán de fragata (R) Guillermo Segundo González Salvo.

(10) Marcelo Moren, en 1973, era mayor de la dotación del Regimiento Arica de La Serena y se incorporó, en septiembre, a la DINA, a la que perteneció hasta 1977. Fue el segundo jefe de Villa Grimaldi y jefe de la Brigada «Caupolicán» de la DINA. En 1976 cumplió misión en Brasil, donde estaba instalado el principal centro de adiestramiento para la dotación DINA. Desde 1977 y hasta 1981, siendo coronel, fue asignado a la comandancia en jefe del Ejército. Del ‘81 al ‘84 estuvo en la Guarnición de Arica y del ‘84 al ‘85 en el Estado Mayor General del Ejército. Se fue a retiro en 1985. Ha sido sometido a proceso y condenado en múltiples oportunidades por su responsabilidad en la detención y desaparición de personas y cumple condena en una prisión militar.

(11) El teniente coronel Roberto Souper Onfray asumió como comandante del Regimiento Blindados Nº 2, el 14 de enero de 1970. El 3 de enero 1972 fue designado en comisión de servicio para que concurra a Cuba como invitado del gobierno de ese país por un total de 17 días a presenciar maniobras militares. El 29 de junio de 1973 pasa a la Comandancia General de la Guarnición Militar de Santiago. El 23 de octubre de 1973, pasa al Comando de Tropas del Ejército y el 1 de enero de 1974, asciende a coronel. El 2 de diciembre de 1974 fue destinado a la Dirección General de Reclutamiento y Estadísticas de las FF.AA. Se fue a retiro el 2 de mayo de 1978.

(12) El mayor (r) Sergio Rocha Aros, fue destinado al Regimiento Blindado Nº 1 “Granaderos”en 1974 y se fue a retiro recién el 30 de junio de 1990.

(13) El coronel (r) Mario Garay Martínez registra la siguiente Hoja de Vida en el Ejército: “24 noviembre 1972, destinado a Regimiento Blindado Nº 2; 5 febrero 1975, teniente, destinado a Escuela de Blindados Antofagasta; entre el 1 de marzo y el 30 de junio de 1976, a la Escuela de Inteligencia del Ejército, hasta 1978; En 1979, comisión extrainstitucional comando en jefe del Ejército (lo que significa enviado a la CNI, hasta 1988; 16 febrero 1990, a la DINE. Se fue a retiro el 31 julio 1991.

(14) El capitán (r) René Eduardo López Rivera, registra la siguiente Hoja de Servicio en el Ejército: “En abril de 1973, al Regimiento Blindado Nº 2; el 24 de diciembre de 1973, destinado a EE.UU. para que “cumpla actividades determinadas por el Ejército desde el 15 al 27 diciembre de 1973; 7 septiembre de 1978, comisión de servicio a Sevilla; 28 de mayo de 1991, deja de pertenecer al Ejército a contar del 29 de marzo de 1981, por fallecimiento”.

(15) El 8 de noviembre de 2004 declaró Raúl Aníbal Jofré González.

(16) El coronel (r) Antonio Roberto Bustamante Aguilar, registra la siguiente Hoja de Vida: “Enero 1976, Dirección de Inteligencia del Ejército, hasta 1979; 1980, comisiones de servicio a Panamá y Londres; 1981, a Sudáfrica; en 1982, Cuerpo de Inteligencia del Ejército; abril de 1983, comisión de servicio a Argentina, Paraguay, Perú, Panamá, Honduras, Salvador, Corea y China. Se fue a retiro en abril de 2000.

(17) El coronel (r) Antonio Roberto Bustamante Aguilar, declaró el 9 noviembre de 2004 (55 años) y dijo haber estado destinado al CAJSI de Santiago hasta el 17 de enero de 1974, cuando fue destinado al Depósito de Municiones y Explosivos Batuco”.

(18) El teniente (r) Edwin Armando Dimter Bianchi, declaró el 10 de noviembre de 2004.

(19) El 9 noviembre 2004 declaró el teniente coronel (r) Mario José Garay Martínez (57 años).

(20) El mismo mayor Enrique Cruz Laugier sería quien apoyaría horas más tarde el desalojo de la fabrica Yarur en calle Club Hípico.

(21) Iván Herrera fue uno de los oficiales que ejecutó a los sobrevivientes de La Moneda en Peldehue, después de que los sacaron del Regimiento Tacna. Lo confesó ante el tribunal 30 años más tarde.

(22) Relato que figura en su libro: Y todavía no olvido.

(23) El 9 de octubre de 2001 declaró Mario Aguirre Sánchez, dirigente entonces de la Federación de Estudiantes de la UTE y más tarde empresario, quien permaneció como prisionero en el Estadio Nacional hasta noviembre de 1973, cuando fue cerrado. “Me liberaron junto a otros 12 compañeros salvándonos de ser conducidos al Campo de Prisioneros de Chacabuco”.

(24) Juan Manuel Ferrari Ramírez declaró el 12 de agosto de 2008.

(25) David Miguel González Toro, mayor de Ejército (r) de Intendencia, declaró el 25 de marzo de 2009 y dijo haber estado en el Estadio Chile durante “cinco a seis días, hasta que se produjo el traslado de detenidos hacia el Estadio Nacional”.

(26) Manuel Isidoro Chaura Pavez, conscripto de Tejas Verdes, declara el 28 de enero de 2009, fue asignado a la Segunda Compañía de Combate, a cargo del capitán Luis Montero Valenzuela, Tercera Sección, a cargo del teniente Rodrigo Rodríguez Fuschloger. Salió licenciado a mediados de 1975.

(27) El subteniente de Ejército, Rodrigo Rodríguez Fuschloger, falleció en Santiago, el 15 de marzo de 1974, en un accidente.

(28) Osiel Núñez declaró en el proceso por la muerte de Víctor Jara en varias oportunidades. Este relato es parte de su declaración ante la Comisión Rettig, el 18 de enero de 1991.

(29) El subteniente (r) Pedro Rodríguez Bustos, declaró el 4 de abril de 2002, y pertenecía al grupo de Operaciones del Regimiento “Arica” de La Serena.

(30) Fernando Polanco declaró el 29 enero de 2008, cuando tenía 66 años

(31) Carlos Orellana, quien fue editor en el exilio de la Revista Araucaria y más tarde un reconocido editor de la Editorial Planeta, declaró por exhorto desde Francia para el juicio en Chile el 11 de septiembre de 1979, estuvo detenido en el Estadio Chile desde el 12 hasta el 17 de septiembre de 1973 y luego en el Estadio Nacional hasta el 25 de octubre de 1973.

(32) Osiel Núñez permaneció un mes en el Estadio Nacional y de allí pasó a la Cárcel Pública acusado de ser el organizador de la resistencia armada en la UTE. Allí estuvo dos años detenido. Fue sobreseído y trasladado a Tres Álamos donde permaneció tres meses. Quedó con registro domiciliario hasta lograr autorización para salir del país. Regresó a Chile en 1982.

(33) El abogado Boris Navia Pérez era jefe del Departamento de Personal y Nombramientos de la Universidad Técnica del Estado, en esa calidad conocía bien al profesor Víctor Jara. Fue también detenido en la UTE y llevado como prisionero al Estadio Chile. Declaró el 23 de octubre de 2001.

(34) El comandante Mario Manríquez, ya fallecido, se desempeñó durante 10 años como gerente de Seguridad de ENTEL.

(35) También la identidad de 31 conscriptos, 9 cabos y 4 sargentos que estuvieron con él en esas funciones en el Estadio Chile.

(36) Enrique Kirberg fue llevado finalmente al Campo de Prisioneros de Isla Dawson con los principales dirigentes de la Unidad Popular. Murió el 22 de abril de 1992, de un coma hepático, Todos sus testimonios son parte de una extensa entrevista hecha por la autora.

(37) Ricardo Iturra era profesor y funcionario de la UTE, conoció a Víctor Jara en 1970 en la UTE, en el desempeño de su trabajo, cuando Jara llegó como director de Teatro y cantante y él era director del Programa de Educación Permanente. Declaró por exhorto desde París el 3de septiembre de 1979 para el juicio en Chile por la muerte de Víctor Jara.

(38) Cesar Fernández Carrasco declaró por exhorto desde Alemania, era profesor de la UTE donde estaba el 11 de septiembre.

(39) Julia Fuentes declaró el 19 de julio de 2003. En su declaración dijo también: “Cuando el Estadio Chile fue desocupado, me enviaron a Tres Álamos (otro Campo de Prisioneros), siempre como maestra de cocina. Recuerdo haber trabajado para Conrado Pacheco Cárdenas y para un mayor de apellido Salgado”.

(40) Julio Guillermo Del Río Navarrete, ingeniero, 60 años, declaró el 11 de enero de 2005. Fue uno de los prisioneros que identificó a Miguel Krassnoff Martchenko como “El Príncipe”. Del Estadio Nacional salió en libertad el 2 de octubre de 1973, junto con el resto de sus compañeros, salvo seis de ellos que fueron trasladados a Investigaciones. A muchos de ellos les cambio la vida para siempre. Su testimonio ha sido corroborado por la autora con otras dos personas que estuvieron prisioneros con él.

(41) El 24 de abril 2008, declara Guillermo Orrego Valdebenito (59 años).

(42) Declaración del 31 marzo de 2006.

(43) El 28 diciembre de 2007 declaró Lelia, identificó en las fotos al oficial Edwin Dimter como “El Príncipe”. Así relató el hecho que le permitió salir en libertad: “En una ocasión, llegó al estadio un grupo de los mismos militares que venían de La Serena y al que nos habían entregado los carabineros en la UTE, a lo menos el sargento, quien nos dijo que al responder la lista de la mañana siguiente debíamos indicar que estábamos detenidos por toque de queda. Así, nos dejarían en libertad. Y así ocurrió”.

(44) El teniente coronel (r) Luis Bethke Wulf, en septiembre de 1973 era teniente de Infantería en el Regimiento Nº 2 “Maipo”, de Valparaíso. Durante la Unidad Popular, su familia sufrió la expropiación de sus tierras. Se acogió a retiro en 1985. Declaró el 1 de febrero 2005.

(45) El brigadier (r) Raúl Aníbal Jofré González, registra la siguiente Hoja de Vida: “En 1970, curso de paracaidista en la Escuela de Paracaidistas, y es teniente el 1 de enero de 1971. Enero 1972, al Regimiento Blindado Nº 2. Primero de marzo de 1974, curso por correspondencia “Aplicación Básico del Oficial Subalterno” hasta el 31 de mayo ’74; 7 septiembre ’74, comisión de servicio a Israel, Jordania, Líbano y Siria; 14 octubre ’74, curso extraordinario “Aplicación Avanzado del oficial Subalterno de Blindados”, hasta el 31 octubre ’74 en la Escuela de Blindados (Antofagasta); 1 enero ’75, capitán; 6 marzo ‘75, complementa Decreto Supremo, destinado a la Escuela de Blindados (Santiago). Se retiró el 30 de abril de 1998.

(46) El mejor y principal perfil del oficial Edwin Dimter ha sido una investigación de la periodista Pascale Bonnefoy, publicada en 2006.

(47) El 8 de noviembre de 2004 declara Raúl Aníbal Jofré González. Cuando los prisioneros del Estadio Chile fueron trasladados al Estadio Nacional, él sería el ayudante del comandante del nuevo Campo de Prisioneros; el coronel Jorge Espinoza Ulloa.

(48) El coronel (r) Nelson Edgardo Haase Mazzei, en septiembre de 1973 tenía el grado de teniente y se desempañaba como ayudante del subdirector de la Escuela de Ingenieros Tejas Verdes, de San Antonio, cuyo director era el coronel Manuel Contreras Sepúlveda. En 1976 ascendió a capitán y pasó a la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA). En 1990 se fue a retiro con el grado de coronel. Declaró el 27 de enero de 2005, tenía 58 años.

(49) El teniente (r) Edwin Armando Dimter Bianchi, declaró el 10 de noviembre de 2004.

(50) El teniente Edwin Dimter Bianchi, registra la siguiente Hoja de Vida en el Ejército: “El 21 enero 1972, destinado como subteniente al Regimiento Blindado Nº 2 en Santiago; el 10 enero de 1974, es nombrado teniente y pasa al Reg. Blindado Nº 1 “Granadero” en Iquique, al año vuelve a Santiago, al Blindado Nº 2. El 31 diciembre 1976 se le concede retiro absoluto.

(51) Hugo González González declaró el 17 de junio de 2008.

(52) Wolfgang Tirado declaró por exhorto el 11 de marzo de 1980. Conocía bien a Víctor Jara pues “trabajábamos en el mismo departamento en la UTE: él en la sección Música y yo en la de Películas.

(53) El arquitecto Miguel Lawner declaró el 31 de agosto de 2004

(54) El coronel (r) Juan Jara Quintana, quien se fue a retiro en 1994, declaró el 1 de agosto de 2013.

(55) Al subteniente Herrera lo que vio e hizo le provocó un fuerte conmoción. Se fue a retiro como capitán en 1983. Declaró el 30 de mayo de 2002.

(56) Declaración de Pedro Espinoza del 10 de enero de 2008.

(57) Testigo de ese retiro fue el entonces mayor de Carabineros Jorge Retamal Berríos.

(58) El 6 de febrero 2007 declaró Eliseo Cornejo (64 años).

(59) Potente ametralladora de piso de 11 o más kilos, de 1.300 metros de alcance, con una cinta con 50 proyectiles a modo de cargador.

(60) El 2 de marzo de 2006, declaró César Leonel Fernández Carrasco, quien era profesor de la UTE y miembro de su Consejo Superior.

(61) Extraído de la declaración judicial de Hugo Pavez del 15 de octubre de 2002, quien fue detenido en la CORFO y llevado al Estadio Chile.

(62) El 14 mayo 2008 declaró Erika Osorio, estudiante de Ingeniería de la UTE quien fue detenida y llevada al Estadio Chile.

(63) El coronel ( r) Juan Quintana declaró el 1 de agosto de 2013. Se fue a retiro en 1994.

(64) Danilo Bartulín, médico de Salvador Allende, fue liberado cuando La Moneda ardía, a las 16:00 del 11 de septiembre de 1973, junto a los médicos: Oscar Soto, Patricio Arroyo, Alejandro Cuevas, Hernán Ruiz, Víctor Oñate y José Quiroga. Después fue nuevamente detenido y llevado al Estadio Chile y luego al Estadio Nacional.

(65) Gustavo Abarzúa, artillero, fue secretario de estudios de la DINA y de ahí pasó a la Dirección de Inteligencia del Ejército (DINE), luego fue agregado Militar en Uruguay y volvió a la DINE, donde estaba en 1984, siendo coronel. Llegó al generalato en 1987, siendo nombrado jefe de la DINE. Desde allí, en marzo de 1988, amenazó con un nuevo 11 de septiembre. En 1989 tuvo también la dirección de la CNI. En marzo del ‘90, en la reestructuración por el traspaso del poder, continuó como director de la DINE, pero en octubre pasó a retiro. Se lo vinculó con el escándalo de La Cutufa, una financiera ilegal que se formó al interior del Ejército y que terminó con homicidios nunca aclarados. Fue procesado por haber dado la orden de asesinar al dirigente Jecar Neghme, en 1989, según confesó uno de sus victimarios, pero la Corte Suprema lo absolvió en 2009.

(66) El coronel (R) Rolf Wenderoth, ingeniero, formó parte del alto mando de la DINA, como subdirector de Inteligencia Interior. En 1995, fue jefe de Villa Grimaldi. Fue destinado después a la CNI. En 1986, participó de la creación de una unidad especial antisubversiva. En 1987, fue agregado Militar en República Federal Alemana y a su regreso, en 1989, se fue a retiro. Fue condenado a 5 años y 1 día por la muerte de Manuel Cotez Joo, en 1975. Ha sido sometido a proceso en varias oportunidades por su participación en la detención y desaparición de personas e invariablemente ha pedido que se aplique la Ley de Amnistía.