Lira Massi Eugenio Pascual

Fecha Detención :
Lugar Detención :

Fecha Asesinato : 09-06-1975
Lugar Asesinato : Francia


Actividad Política : Desconocida
Actividad : Periodista

Estado Civil e Hijos :
Nacionalidad : chileno


Relatos de Los Hechos

Fuente :(Corporacion)

Categoría : Antecedentes del Caso

Eugenio Pascual LIRA MASSI, periodista. Vivía en París, Francia en calidad de exiliado, habiéndose asilado en la embajada de ese país luego de haber sido llamado a presentarse ante las autoridades por la junta militar.

El 9 de junio de 1975 es encontrado sin vida en su pieza en París, muerto al parecer de causas naturales. Por ello en París no se instruyó investigación judicial ni se le practicó al cadáver la autopsia correspondiente.

Se han recibido en esta Comisión antecedentes según los cuales habría sido eliminado por medio de un gas especial que habría utilizado la DINA. Asimismo, en la fecha de la Muerte de Lira estaba en París un destacado efectivo de ese organismo.

Sin embargo esta Comisión no obtuvo los antecedentes suficientes que le permitieran formarse convicción sobre las causas de la muerte de Eugenio Lira.

 


Eugenio Lira : ¿Murió de pena o fue asesinado?

Fuente :Libro: "Morir es la Noticia", 1997

Categoría : Otra Información

Todas las manifestaciones de la oposición al gobierno de Salva dor Allende incluían en el programa una pasada por la casa del diario Puro Chile, en Manuel Rodríguez con Alameda.

Les tiraban piedras, balines de acero disparados con honda. "E-na-no-ma-ri-cón, asómate al balcón", gritaban. La empresa Ericksson, que ocupaba los primeros pisos del edificio, era la víctima inocente. En el invierno de 1975, el diario no tenía ni un solo vidrio.

En la mañana del martes 11 de septiembre de 1973 las tropas militares instalaron ametralladoras punto 50 en Dieciocho con Alameda, a 150 metros de la redacción del diario fundado y dirigido por el periodista José Gómez López y su amigo entrañable, Eugenio Lira Massi. Desde allí les disparaban. En el suelo y desde abajo de los escritorios se atendían los teléfonos.

Ese mismo día la Junta Militar hizo público su Bando Nº 10 llamando a presentarse al Ministerio de Defensa a 95 personas, las supuestamente más peligrosas para el nuevo orden. Entre ellos estaba Eugenio Lira, hasta no mucho antes "el hombre que más da que hablar dentro del ambiente periodístico nacional", decía Hernán Puelma en su libro "Alí-Babá y sus 40 Periodistas".

Viaje a Francia

El 15 de septiembre Lira se asiló en la embajada de Francia, mientras su casa en San Miguel era allanada una y otra vez.

Desde el interior de la embajada, Lira escribía a su esposa en noviembre de 1973:
"Los milicos son dueños y señores del país y dan o niegan los salvoconductos a su regalado gusto o los difieren para cuando se les antoje. Parece que están muy picados con quienes no pudieron tomar presos, patearlos, fusilarlos o tirarlos a Dawson o a Chacabuco para que se pudran.

"No sabes cuanto me has hecho ganar en tranquilidad con tu presencia de ánimo, valentía y decisión para salir adelante. Incluso la letra me sale menos tiritona "…

En junio de 1974 salió a París. La familia fue al aeropuerto, a verlo subir al avión, en silencio y desde lejos.

Ya en Francia comenzó a trabajar en la sección cables del diario comunista L 'Humanité, mientras vivía en una pequeña pieza. Durante esos días se mantenía en contacto permanente con su esposa y tres hijas, enviándoles cartas periódicas y pequeños regalos. Su esperanza era trasladarse a un país latinoamericano, a cualquiera de habla "cristiana" (castellana) según decía en sus mensajes a la familia.

Una carta dirigida a su hija Regina, fechada el 22 de febrero de 1975, decía: "Negrita mía: ¿sabís cuanto frío hace aquí? ¡Dos grados bajo cero ¡Brrrrr! Pero dos grados bajo cero todo el día, no un ratito. ¡Con razón estos atorrantes no se bañan!… ¿Y los amores cómo van? Cuidadito ah, porque estás muy linda, pero te queda mucho que estudiar todavía, y el amor produce 'hemorragia' en las libretas de notas".

Muerte en París

A mediados de junio de 1975 los conserjes del edificio donde vivía llamaron a la policía. Hacía días que no veían al inquilino. Lo encontraron muerto.

En Chile, la familia quedó totalmente desamparada. Sólo un chofer del diario Puro Chile, Julio Garrido, las visitó por años. Vivieron en condiciones muy modestas en una casa de la zona sur de Santiago. La esposa y tres hijas tuvieron que enfrentar solas la vida, conviviendo con el miedo y la lucha por la sobrevivencia.

Hoy José Gómez López tiene 75 años y está enfermo, aquejado del mal de parkinson. Se le hace dificultoso comunicarse. La enfermedad comenzó a declarársele cuando estuvo prisionero de los militares durante tres años.

Gómez señala que Lira Massi, uno de los principales amigos de su vida, "me falló una vez…".

–¿Cuando y cómo le falló?–, preguntamos.

–Habíamos acordado reunimos en París, y me falló… porque se murió… o lo mataron.

Antecedentes confusos

En efecto, la muerte de Eugenio Lira Massi no ha sido explicada con claridad suficiente. Su esposa, Estela Molina, señala que no tiene plena convicción respecto a si su muerte fue el resultado de la acción de terceros, o si respondió a causas naturales.

"Nunca hemos visto el protocolo de la autopsia realizada en París, o el informe de la Prefectura policial que encontró su cuerpo el lunes 14 de Junio de 1975. En realidad, nadie los ha visto, a pesar de lo que se diga, porque sólo pueden entregarlo a familiares directos", señala.

El libro "Chile: La Memoria Prohibida", una exhaustiva investigación sobre violación a los derechos humanos, señala que"murió de bronconeumonía" (Ediciones Pehuén, Santiago, 1989. Tomo II, pág. 157, Nota 13).

El Comité de Defensa de los Derechos del Pueblo (CODEPU), que preside la abogada Fabiola Letelier, en el estudio informe "La Gran Mentira: El Caso de las Listas de los 119" (Aproximaciones a la Guerra Psicológica de la Dictadura. 1973-1990") indica que " su muerte se debió a una hemorragia cerebral" (Santiago, 1994, Pág.51).

En Chile, su fallecimiento fue inscrito como provocado por "un ataque cardíaco", por la necesidad de cumplir con el trámite, y frente a la ausencia de antecedentes.

Luego de años paralizados por el temor, la familia presentó su muerte como posible violación a los derechos humanos ante la Comisión Verdad y Reconciliación (Comisión Rettig). Lo incluyeron en la lista de "casos sin convicción". Estela Molina señala que "el organismo no investigó más allá de los datos que nosotros teníamos". Agrega: " sería necesario que el Estado chileno solicitara al gobierno francés la entrega oficial de los antecedentes".

Pocos después de la muerte, Carlos Solano escribió a la familia de Lira. Fue uno de los últimos que lo vio con vida, el 6 de junio de 1975. Recuerda que lo encontró muy delgado. En su carta, cuenta que le informaron verbalmente, no en forma oficial, que la causa fue derrame cerebral. Lo concreto es que fue encontrado sobre la cama, sin huellas de violencia.

No existe una fecha clara de su deceso.

Quien se encargó de todos los trámites legales en París fue Juan Díaz Gómez, un anónimo médico veterinario que conoció a Lira mientras permanecían asilados. En 1986 trajo a Chile todos los objetos personales del periodista.

Operación Colombo

El 15 de julio de 1975 –un mes después de la muerte de Lira– apareció en Buenos Aires, por única vez, la revista LEA, ideada por la DINA como parte de un plan para encubrir la detención y desaparición de 119 personas, maniobra conocida como " Operación Colombo". La revista dijo que la izquierda realizaba acciones de "limpieza y silencio" (asesinatos), contra sus propios "compañeros de lucha".

Y agregaba:

"El factor que determinó la denuncia de estos hechos fue la extraña muerte del periodista Eugenio Lira…

"(Mientras el periodista estaba asilado), trató de negociar con las nuevas autoridades chilenas… ofreció, a cambio de su libertad y salida del país, escribir un libro denunciando todas las corrupciones y luchas intestinas que socavaron al gobierno marxista. La proposición no fue aceptada (por el régimen militar)…

"(Ya en Francia) mantenía la, idea del libro y éste ya estaba en confección…"

Los otros 60 muertos que aludía la falsa publicación se comprobó que fueron detenidos, asesinados y hechos desaparecer por la DINA.

¿Por qué Lira Massi fue incluido en esta maniobra de «inteligencia periodística»?

La falacia de la revista "LEA", complementada con los 59 muertos anunciados por el apócrifo diario "Novo O' Día" en Curitiba, Brasil, se inscribe en la denominada "Operación Cóndor": un plan de acciones represivas fuera de las fronteras chilenas y continentales.

¿Gas sarín?

El espacio de Europa fue campo privilegiado de la DINA. "Chile: La Memoria Prohibida" describe las andanzas de Townley por el viejo continente en ese año 1975:

"El 1º de Junio, Townley volvió a partir desde Santiago. Su. intención era dirigirse a Miami, para recoger a Virgilio Paz (cubano implicado en el asesinato de Orlando Letelier) y continuar hacia Europa nuevamente. Townley y Paz viajaron a Frankfurt. Sin embargo, Townley regresó a Santiago el 14 de junio (el mismo día que se encontró el cadáver de Lira Massi) mientras Paz permanecía solo en Europa por cuenta de la DINA".

Las operaciones de la DINA fueron particularmente importantes en Francia, país que concentró el mayor número de exiliados chilenos. En 1975 hubo reiterados intentos de asesinar a Carlos Altamirano, en diversos lugares del viejo continente. Por fin, en octubre se atentó contra Bernardo Leighton en Roma. La revista española Cambio 16 aludió, el 10 de octubre de 1977, a una "sede europea" de la DINA, la que habría sido instalada ese año 1975, "encubierta bajo el nombre de una empresa de importación-exportación y con 48 agentes".

En 1990, el periodista Edwin Harrington publicó en la revista Nueva Voz que Lira "habría sido asesinado por medio de un plan denominado "Operación Francia " (de la DINA)…".

Agrega que la muerte se produjo después del arribo a la capital francesa de un sujeto llamado Bernardo Conrads Salazar, cédula de identidad Nº 4.152.556-6, funcionario del servicio de seguridad de la dictadura.

Sostiene que el deceso de Lira pudo provocarse por gas Sarín, que Townley llevaba en sus viajes en un frasco de perfume Chanel. Como se sabe, el gas sarín, preparado por el químico de la DINA Eugenio Berríos, provoca el fallecimiento por trastornos neurológicos (respecto al particular, ver Samuel Blixen: "El Vientre del Cóndor", Editorial Brecha, Montevideo, 1996).

Harrington citaba como una de sus fuentes principales un informe del FBI. Luego, la familia consultó a la embajada norteamericana. David Greenlee, encargado de negocios, contestó el 25 de octubre de 1990 indicando que efectivamente se había efectuado una solicitud de información, pero que no fue respondida. Agregó que desconocía la existencia de documentación del FBI sobre la materia.

El periodista Mario Gómez López, hermano de José y otro de los amigos de Lira, recuerda:
"Lira estaba entonces dedicado a realizar una recopilación de lo que se había publicado en el exterior sobre la situación chilena. Por eso, luego de su muerte se especuló equívocamente con que la DINA lo había asesinado con el propósito de robarle los originales de un supuesto libro que estaba preparando, con una acusación amplía y fundada contra la dictadura.

"Pienso que el Flaco más bien murió de pena y soledad…"

Sus últimas palabras

Cuando se encontró su cadáver, en su máquina de escribir estaba escrito un papel, probablemente lo último que escribió:

"Claro, la cosa es como para tomársela a la tragedia. Yo estoy aquí y todo el mundo está allá. Nada que hacer. Ellas están allá porque ese es su lugar, yo estoy aquí porque no me dejaron alternativa ni nadie me lo preguntó. Pero así es, y no hay vuelta que darle (…) No hay donde elegir, y es así y que le vamos a hacer.

"Y en estas condiciones, y en estas circunstancias, uno recibe cartas que están llenas de amor, que están llenas de nostalgia y que piden cosas que uno no puede dar.

"Y uno cree, porque nunca ha querido dejar de ser cabro chico, que la única solución, ya que no hay ninguna, es ponerse a llorar, porque ese llanto por lo menos permitirá desahogarse, echar todo afuera y quedar seco y dormir tranquilo.

"Y tampoco puedo, porque si aflojo ahora me voy a la mierda, y llorar ni hueviando, y sí así estoy aquí es porque me lo busqué, y si me lo busqué de qué me quejo. Y no puedo llorar y nunca falta un espejo donde mirarse directamente a la cara, reírse un poco de uno mismo, pensar que era y ver lo que ahora se es, hacerse un guiño y salir del apuro recordando alguna canción melodramática y ridícula, pero no tanto:

"Y tu que te creías
el rey de todo el mundo…
y tu que nunca fuiste
capaz de perdonar…
Y cruel y despiadado
de todos te reías…

"Así es la vida, compañero. Algunos pueden, tú no. Algunos pueden quejarse y reclamar injusticias, tú no. Lo que estás pasando te lo buscaste. Lo que le pasa a tu familia es culpa tuya y no lo puedes remediar, simplemente porque no puedes. Y entonces ¿que vas a pegarte un tiro como los maricones? ¿Vas a bajarlos brazos?(…)

"Y mañana será otro día, habrás dormido y estarás listo para empezar de nuevo esta pelea, que probablemente no lleva a ninguna parte, pero es tu pelea, es la única y no la puedes abandonar, porque sería abandonarte a ti mismo. BUENAS NOCHES".

El 15 de octubre de 1979 Monseñor Enrique Alvear, Vicario de la Zona Oeste del Arzobispado de Santiago, trajo a Chile sus cenizas.

En el funeral, realizado en el Cementerio General bajo la atenta vigilancia de decenas de carabineros y agentes de la CNI, se reunieron espontáneamente centenares de personas.

Estela Molina recuerda que Lira decía, desde que estaban de novios, que moriría a los cuarenta años. "A esa edad mueren los grandes hombres", comentaba. Su padre también murió a esa edad.

Víctor Osorio, periodista formado en la Universidad ARCIS, es co-autor de Los hijos de Pinochet (Planeta). Se dedica a la docencia y a la investigación histórico periodística. Trabaja también en la Revista Semanal de La Nación.

 

 

 


40 años de su muerte, conozca los entrañables relatos del talentoso periodista Eugenio Lira Massi

Fuente :edicioncero.cl, 13 de Junio 2015

Categoría : Prensa

En estos días se cumplen 40 años de la muerte del talentoso periodista. Sus crónicas de infancia y adolescencia, que escribió durante 1971 y 1972 en el diario Puro Chile, fueron rescatadas años después en un libro (“Érase una vez”) del que ofrecemos unos pasajes.

Eugenio Lira Massi fue uno de los periodistas más incisivos y talentosos de las décadas del 60 y el 70, y el golpe militar de 1973 truncó esa carrera. Partió al exilio y se radicó en Francia, en un suburbio de París. Sus conocidos lo vieron por última vez el 10 de junio de 1975. Cuatro días después fue encontrado sin vida. La causa oficial de muerte fue un derrame cerebral y las sospechas de un homicidio no han podido ser comprobadas. Aún no cumplía los 41 años.

Su carrera periodística comenzó en el diario Clarín. Destacó como reportero político y esa experiencia lo llevó a publicar sus dos primeros libros, que fueron éxito de ventas, en donde trazó con pluma humorística los perfiles de los senadores, primero, y de los diputados, en seguida. El éxito de esas publicaciones y el estilo personal de sus columnas de prensa («La columna impertinente») lo llevaron a tener un espacio en la TV («La entrevista impertinente»).

En 1970, en vísperas de la elección presidencial, junto a su amigo y colega José Gómez López fundó el diario Puro Chile. En sus páginas del suplemento dominical, y entre abril de 1971 y enero de 1972, escribió una serie de artículos con el título de «Érase una vez», en que revivió el mundo de su infancia y adolescencia en el barrio de la Plaza Chacabuco, sumando a su humor habitual un tono más emotivo, cruzado por una aguda observación de su realidad social. Eugenio Lira, el «Paco» para sus amigos, pensaba convertir esas crónicas en su cuarto libro (el tercero fue un reportaje extenso sobre el intento golpista del general Roberto Viaux en 1969), pero la asonada militar del 11 de septiembre de 1973, y luego su muerte, abortaron ese proyecto.

En 1989, el periodista José Gai recopiló esos artículos, que fueron publicados en el libro «Érase una vez», de Editorial Nueva Voz. Aquí presentamos la primera de esas crónicas, junto con el prólogo, escrito por José Gómez López, y -de las notas finales en que destacados periodistas entregaban sus semblanzas de Eugenio Lira- la de Alberto Gato Gamboa, quien recordó allí la llegada del Paco al periodismo.

Un club infantil con camisetas de luto, Por Eugenio Lira Massi

Allá por 1943 éramos casi tantos chiquillos como perros. Por lo menos la mayoría de nosotros tenía el suyo. El mío se llamaba Pirincho, un quiltro con gustos de príncipe y facha de atorrante con la cola en ángulo recto porque se le quebró al ser alcanzado por un portazo que nos dolió a todos en la casa. El del Tuco se llamaba Pitoniso; era grande, blanco, con una mancha negra en un ojo. Murió envenenado y lloramos todos. El Lalo era el hermano menor del Tuco, y su perro, el Palomo, era papá del Pitoniso. El Palomo murió de viejo, y cuando estaba en las últimas tenía todos los dientes sueltos y nosotros le hacíamos puré. Otros perros llegaron al grupo y se fueron sin dejar ni un recuerdo.

Ese año fue campeón de fútbol profesional el equipo de Unión Española y por consiguiente todos nos sentimos campeones, ya que nuestro sector jurisdiccional estaba comprendido entre Guanaco y la Plaza Chacabuco, Hipódromo Chile y Santa Laura, incluidos el estadio y la Quinta Comisaría, de manera que las pichangas callejeras no cundían mucho, porque ligerito aparecía un paco y nos llevaba la pelota o, lo que era peor, alguien levantaba mucho un centro y se nos caía dentro del cuartel, y nadie se atrevía a ir a pedirla.

Cansados de perder pelotas y de pasar sustos, resolvimos fundar un club en serio; total, ya éramos grandecitos. El mayor tenía trece años y el menor ocho. Lo primero fue buscar una sede social. Elegimos un sitio eriazo en la calle Severino Cazorzo, frente a Agustín Meza. Estaba cerrado con pandera y la puerta de acceso era firme, pequeña y tenía un pestillo por dentro que ofrecía toda clase de garantías. Además, el cuidador, muy curado pero comprensivo, nos tomó cariño y puso a nuestro servicio su experiencia. Era muy deportista, tenía zapatos de fútbol que se ponía los domingos para ir al centro, un hijo al que llamaba «Castaña», seguramente porque era chiquito, negrito y guatón, y una fijación casi enfermiza por los «tatutos» del club. «Un club sin tatutos, nos dijo, no es un club». A la próxima sesión tienen que traer un proyecto de tatutos para discutirlos y aprobarlos». Nunca lo hicimos y mucho tiempo después, cuando empezaron a edificar y tuvo que marcharse con su mujer y su «Castaña», nos dijo que la única pena que se llevaba era que aún no teníamos «tatutos» y que así no íbamos a llegar a ninguna parte.

La verdad es que no sólo nos faltaban los estatutos. Tampoco teníamos camisetas ni pelota, porque Osvaldito, sobrino del Tuco y del Lalo, que era el dueño, se enojó en un entrenamiento porque no lo pusimos al arco, renunció al club y se la llevó. Para colmo ya no teníamos sede y debíamos sesionar en la cuneta bajo un farol para que el secretario, el Miguel, pudiera escribir las actas. Después descubrimos que el farol estaba de más porque nunca anotó nada y se entretenía haciendo monitos mientras nosotros discutíamos el nombre del club y el color que debían tener las camisetas. Primero le pusimos «Guanaco FC», pero no le gustaba a nadie y antes de jugar nuestro primer partido se lo cambiamos por «Juventud Deportiva FC», que nos parecía mucho más adecuado. Las camisetas serían a franjas verticales anchas en colores verde oscuro y verde claro, pantalones negros y medias blancas, según un diseño que presenté y fue aprobado por aclamación, así como su inmediata adquisición. Desgraciadamente, a esa altura el Pito, que era el tesorero, preguntó con qué plata y debimos levantar la sesión.

A la sesión siguiente, el Pito, demostrando gran preocupación por su cargo, informó que en la Casa Olímpica el juego de camisetas costaba 190 pesos, y ahí mismo acordamos una campaña de finanzas consistente en recortarnos toda la plata que pudiéramos hasta llegar a esa suma.

Casi un mes fuimos el asombro de nuestras casas. Nos andábamos ofreciendo para ir a hacer las compras, y en 30 días don Rodolfo, el dueño del almacén, se hizo una fama de pulpo que no se la ha sacado hasta el día de hoy. Cuando el arqueo había arrojado 120 pesos en caja, se enfermó el Coto, un chiquillo de doce años, el más callado y el más estudioso de nosotros. Era meningitis, y en una semana murió.

Esa vez no se cumplió ninguna formalidad, no se abrió la sesión ni se dio por aprobada el acta de la sesión anterior. Simplemente partimos a la Pérgola de las Flores y compramos la corona más cara. Nos costó 110 pesos. Era blanca y linda. El padre del Coto lloró mucho cuando nos vio marchar muy peinados y serios detrás de la urna portando la corona. De regreso nos reunimos y acordamos que cuando tuviéramos camisetas llevarían luto.

Niños corriendo en sandías, por José Gómez López

Eugenio Lira nunca dejó de ser un niño -un muchacho, para decirlo con más propiedad-. Vivía alegre y a sus anchas en la sección de la memoria de las aventuras de su sonriente, original y atrevida niñez, que discurriera por algunos de los más distinguidos y caracterizados barrios populares de Santiago.

Era un oriundo y un habitante de esta jungla. Conocedor de ese paisaje, de sus trampas y sorpresas, de sus pobladores diurnos y nocturnos. Transitaba ese universo con el aire triste y nostálgico -cansancio desganado y sabihondo de trasnoche- propio de los que allí viven y a los que, además, les alcanzan las fuerzas para observar las vidas de la gente.
«¿Vamos a conversar, Viejo?» Ese era el convite de Eugenio Lira para disfrutar de la amistad (…)

«-Cuánto durabas tú corriendo en sandía.

«-¿Corriendo en qué?

«-En sandía. En la mitad de la cáscara de una sandía. Nosotros lo hacíamos sentados en la línea del carro 36, agarrados de la cola del último vagón. Cuando se gastaba la cáscara y sentías que el riel te llegaba a los calzoncillos era el fin de la carrera».

Yo nunca había corrido en sandía. Tampoco hice un paseo por las calles del centro de Santiago acompañado por el gigante de mimbre que le hacía publicidad al laxante Cretol, pero con el «Paco» pasaban esas cosas. Íbamos por Moneda hacia el centro cuando el gigante de Cretol habló: «Apuesto, Flaco, que ya ni te acordaipa’ná de los pobres», dijo el monstruo tejido de mimbre. «¿No me vai a decir que soi el Mañungo de la Plaza Chacabuco?». El gigante se detuvo, se quitó la escafandra de mimbre y dijo: «El mismito, pus Flaco».

Se abrazaron y se manotearon los dos. El gigante volvió a vestirse con su indumentaria de mimbre y nos echamos a andar por Moneda con el gigante al medio. Conversaron e intercambiaron noticias sobre el destino de algunos amigos, y todo el mundo viandante se detenía para observar la naturalidad del diálogo del gigante de mimbre con sus acompañantes.

Materiales como éstos eran aportes de Eugenio Lira en los intercambios de ideas con respecto a los temas factibles de utilizar en el bagaje periodístico del diario Puro Chile, donde, finalmente -en la volante dominical-, empezaron a aflorar detalles similares acerca de la vida del Paco Lira y sus amigos y vecinos de la zona popular en el norte de Santiago.

No he vuelto a leer esas crónicas que aparecieron bajo el título «Érase una vez», pero todavía las recuerdo por su humor, por su ternura, por el mérito cultural que ostenta ese empeño en rescatar los valores espirituales y morales de todos aquellos niños de Guanaco y los sectores aledaños de la Plaza Chacabuco, el Hipódromo Chile, el estadio Santa Laura.

«Érase una vez» estaba proyectado como un libro, pero luego ocurrieron tantas cosas. Desapareció el diario, Eugenio debió acogerse a asilo diplomático y salir al exilio, y por último la muerte lo alcanzó en París, mientras otros pasábamos largas temporadas en las prisiones y debíamos, a nuestro turno, salir también al exilio.

De dibujante a reportero, por Alberto «Gato» Gamboa

Éramos amigos de verdad. De infancia, para ser más exactos. Del barrio Independencia, para precisar. Estuvimos muchos años sin vernos porque yo, a diferencia de Zalo Reyes, me cambié de barrio. Y lo encontré un día cuando, caminando hacia Clarín (estaba ubicado en Gálvez esquina de Alonso Ovalle), él salía de la Dirección de Carabineros. Era escribiente civil. Nos fuimos conversando acerca de sus habilidades. Era dibujante y lo llevé al diario para que hiciera una caricatura política. Salió mejor redactor que dibujante. Y allí se quedó. Se transformó en un reportero político de lujo. Incisivo, audaz, impertinente. Años después se fue a Puro Chile. Pero nuestra limpia amistad, gestada en la infancia, quedó igual. Murió en junio del 75. Como en el tango, fue «El que murió en París». Yo estaba preso en Chacabuco. Allí me enteré de la muerte de mi amigo, colega y casi hermano. Aún me estremezco cuando lo recuerdo.