Fecha Detención : 06-08-1974
Lugar Detención : Chañaral
Actividad Política : Partido Socialista (PS)
Actividad : Profesor Enseñanza Media
Estado Civil e Hijos : Casado
Nacionalidad : chilena
Relatos de Los Hechos
Fuente :(Informe de la Corporacion)
Categoría : Antecedentes del Caso
36 años, casado, profesor de química y biología, detenido desaparecido el 6 de agosto de 1974 en Chañaral.
Guillermo Haroldo Rojas Zamora, militante del Partido Socialista, fue detenido ese día en la noche, por civiles. Desde entonces se encuentra desaparecido.
De acuerdo con lo declarado por la cónyuge, el 6 de agosto de 1974, alrededor de las 21:30 horas, tres individuos vestidos de civil que se movilizaban en un automóvil con patente de Las Condes, se presentaron en su vivienda ubicada en Chañaral y preguntaron por Haroldo Rojas Zamora. La cónyuge respondió que se encontraba en la Escuela Consolidada realizando ' clases en horario nocturno. Luego de preguntarle cómo se llegaba a ese lugar, los civiles se retiraron. Agrega la cónyuge que esa misma noche, cerca de las 23:00 horas, se presentó en su domicilio el auxiliar de la Escuela, para entregar unas llaves y un chaquetón de su marido, manifestándole que éste había salido del establecimiento con los tres civiles. En averiguaciones posteriores realizadas por la cónyuge en la Comisaría de Carabineros de Chañaral, el Oficial a cargo le confirmó que Guillermo Rojas Zamora había estado detenido en tránsito y que luego había sido trasladado a Santiago por integrantes de un servicio de seguridad. Otro familiar viajó a la capital y en las oficinas de la Secretaría Nacional de Detenidos (SENDET) le informaron que el profesor se encontraba en Cuatro Alamos. En dicho recinto negaron su reclusión. Posteriormente, el SENDET informó que había quedado en libertad el 16 de septiembre de 1974.
En septiembre de 1985 se inició un proceso por el delito de secuestro en la persona de Guillermo Rojas. En dicha investigación constan las declaraciones de Carabineros que indican que, efectivamente, estuvo detenido por algunas horas en la Comisaría de Carabineros de Chañaral y que luego fue trasladado a Santiago por personal de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA). Con este antecedente, la causa fue remitida por incompetencia al Primer Juzgado Militar de Antofagasta. El Juzgado Militar no dio lugar a instruir proceso por los hechos denunciados, por encontrarse extinguida la responsabilidad penal de quienes aparecían como inculpados, en virtud del Decreto Ley sobre Amnistía de 1978.
Considerando los antecedentes reunidos y la investigación realizada por esta Corporación, el Consejo Superior llegó a la convicción de que Guillermo Haroldo Rojas Zamora fue detenido por agentes del Estado y desapareció mientras se le mantenía en esa calidad. Por tal razón, lo declaró víctima de violación de derechos humanos.
Guillermo Haroldo Rojas Zamora Relato: Una silla vacía con su chaqueta en la escuela
Fuente :vivenennuestramemoria.blogspot.com
Categoría : Prensa
Fue una noche del seis de agosto del año 1974. Guillermo Rojas Zamora hacía unos meses que había vuelto a Chañaral, junto a su esposa, Carla, y sus dos pequeños hijos: Guillermo -de siete meses- y Ximena, de cuatro años. Hacía clases en la escuela Consolidada de Chañaral. Durante los años de la Unidad Popular se había trasladado a El Salvador, donde ocupó el cargo de supervisor en educación, y una de sus gestiones fue la creación del Liceo para los estudiantes que necesitaban la enseñanza media, para así poder continuar viviendo en la ciudad y no tener que emigrar a otros lugares para obtener la enseñanza media.
Pero tras el golpe de Estado lo despidieron, en febrero de 1974. En Chañaral lo recibieron con los brazos abiertos en la escuela donde anteriormente trabajaba. Hacía diez años que ejercía la docencia, como profesor de Estado de la Universidad de Chile, con especialidad de biología y química, tenía una gran fe en la educación como herramienta para salir de la pobreza y lograr cambios en el país. Por eso lo recuerdan como un profesor cercano, preocupado de sus alumnos, innovador.
– Él se preocupaba de sus alumnos, enseñando más, buscando que ellos conocieran. En ese entonces éramos tan cerrados como país, no había internet, nada, los libros eran los que nos podían mostrar más cosas, siempre gastaba en libros y se los pasaba a los alumnos. Los sacaba a terreno, algo que en ese entonces no se hacía, cien por ciento dedicado y a eso le tuvieron miedo –recuerda Carla Brown sobre la faceta de profesor de su marido.
Estela Tapia fue su alumna en aquellos años.
-Estaba en primero, en ese tiempo de humanidades. Fue el 65, 66 hasta el 69 fuimos alumnas de él, hasta quinto humanidades. Era terriblemente pedagógico, enseñaba hasta que uno aprendiera y cuando había pruebas en las tardes, nos hacía reforzamiento. Muy amoroso, muy sicólogo, entendía, para esa época que los profesores eran tan rígidos que a uno le daban miedo, nosotros en él confiábamos y lo queríamos mucho. Ahora los alumnos nos confían cosas a los profesores en esta época, pero en esa, no. Enseñaba muy divertido y lúdico.
Sobre sus métodos pedagógicos Estela recuerda:
– Él hacía química y ciencias naturales, para ver lo de los musgos, líquenes, íbamos el día sábado, salíamos al cerro y ahí hacía la clase. Salíamos en la mañana y volvíamos en la tarde y llevábamos nuestras cositas, como paseo, después para la playa para ver el vertebrado, el pescado. Claro, una vez nos perdimos, nos fuimos por la Quebrada del Cabrito y aparecimos en Barquito, se perdió el curso y era así, muy bueno. Él nos daba muchas facilidades para que uno aprendiera y escribía un 1 bien grande en la pizarra y el que copiaba le ponía sin ningún temor el 1 porque decía ‘yo le doy el máximo de confianza, quiero lealtad y son valores que se van enseñando con el ejemplo’. Así que nadie se atrevía a copiar, más que por temor al uno, era como vamos a copiar si el profe nos ayuda, nos quiere, nos enseña. Él era una persona maravillosa.
Esa noche él no tenía clases, pero fue a reemplazar a una profesora que estaba con licencia. El jeep azul marino con patente de Las Condes se paró afuera de la casa, Carla les abrió, eran tres, le dijeron que necesitaban hablar con Guillermo, ella les respondió que él estaba en clases. Carla no sospechó que se trataba de agentes de la DINA.
Su marido no volvió esa noche. Pero sí llegó una persona proveniente de la escuela, a decirle que se lo habían llevado arrestado. En la Comisaría de Chañaral le respondieron que estaba detenido y saldría libre al día siguiente. Pasaron las horas y no lo liberaban. Al llegar la noche les informaron que ya no estaba allí. Amigos y familiares ayudaron a buscarlo en distintos lugares donde podrían haberlo llevado, pero nadie decía saber nada de Guillermo. Y pasaron las años.
Muchos años más tarde, Carla estaba viendo la televisión, cuando un rostro la sobresaltó. Se trataba del “guatón Romo”.
– Yo no sabía quién era Romo, pero a mí nunca se me olvidó su cara. Apareció en la televisión y verlo fue una cosa así como que se me salió todo el cuerpo y dije ese estuvo en mi casa y efectivamente en agosto del 74 cuando Guillermo desaparece… es donde más gente desaparece y él había hecho la gira por el norte.
HISTORIA DE AMOR
“Alcancé a estar cinco años y medio casada y cuarenta y cuatro años esperando”. Así resume Carla esta historia de amor interrumpida por la desaparición forzada de Guillermo. Todo comenzó en Antofagasta, él había llegado al puerto junto a su familia proveniente de Caldera, debido al trabajo del padre. En el liceo se hicieron inseparables con el hermano de Carla -mismo padre pero distinta madre-, amistad que permaneció intacta cuando ambos ingresaron a la universidad. Por él se conocieron, cuando Carla llegó a estudiar a Antofagasta, se enamoraron, pololearon cuatro años esperando que ella terminara sus estudios como profesora y se casaron. Tenían once años de diferencia.
Ella lo recuerda como un muy buen papá:
-Entonces cuando en un principio desaparece y lo empezamos a buscar y me dicen ‘es que se fue con otra persona… con otra mujer’. Yo sabía que él nunca iba a dejar a sus hijos… en la vida uno puede cambiar esposa o esposo, pero ni a los hijos ni a los padres puedes cambiar – me cuenta mientras conversamos en su oficina y me asegura que tenía la convicción que nunca los habría abandonado, menos sin despedirse.
Su hija Ximena, a pesar de su corta edad cuando su padre desapareció, atesora recuerdos.
-Se acuerda de imágenes y me pregunta si yo las recuerdo, como que fuimos al zoológico en Santiago, o que ella lo iba a buscar al trabajo, cosas de la casa de navidad, como que de repente se le viene a la cabeza como pantallazo y me pregunta y si es cierto y yo le respondo que eso pasó. En cambio, Guillermo no tiene recuerdos, si no como mis nietas y nietos que tienen lo que hemos podido conversar, lo que han ido escuchando. Ya son adultas, porque ya tienen 21, 22, 17 años ya comprenden y se preguntan el por qué, porque ellas no vivieron en la dictadura así que les resulta más extraño… también quieren saber y es un replicar de emociones, lo que les puedo dejar – relata Carla.
Ximena nació antes de tiempo. Carla despertó con la ruptura de la bolsa, Guillermo la llevó entonces al Hospital y volvió a tomar unos exámenes. Volvió y Carla estaba con trabajo de parto y él, cerca corrigiendo los exámenes. No pudo terminar y volvió al colegio con la noticia de que había sido padre y era tanta la felicidad que no podía evaluar, por lo que todos tenían un siete. Cuando Guillermo llegó a esta vida, su padre estaba también fascinado, porque tenía un hombre en la familia.
La familia de Guillermo Rojas era de derecha. De hecho, uno de sus hermanos era militar, quien no contestó al llamado desesperado de Carla y sólo ofreció su ayuda tras jubilarse. En cambio, sus suegros fueron una gran familia, preocupados por sus nietos y su entonces joven esposa, el suegro murió unos años después de la desaparición de su hijo, “no aguantó la pena”, reflexiona Carla; mientras que la suegra vivió hasta los 98 años, esperando.
-Nunca perdió su capacidad de memoria, hablabas con ella y estaba lúcida, aún esperando por su hijo. Siempre me decía que si sabía alguna noticia, fuera la que fuera, nunca se la ocultara, yo siempre le decía que le iba a decir la verdad, que era un compromiso y eso no pasó.
AÑOS TAN DUROS
Carla, el año 1974, trabajaba también como profesora en Chañaral. El jefe de zona la despidió, bajo el argumento de que “habiendo tanta gente de derecha cesante yo no podía pretender trabajar”, recuerda aún con un destello en sus ojos. Afortunadamente tenía una familia en Copiapó que la recibió, tomando en cuenta que un desaparecido no recibía sueldo, licencia ni la posibilidad de pensiones para sus familias.
En el Liceo Católico Atacama Carla volvió a trabajar. No llevaba una semana cuando uno de los sacerdotes recibió una llamada anónima, reclamando por su presencia en el establecimiento:
– Cuando me contrataron nunca me preguntaron nada y yo no dije nada. Después de la llamada, me llamaron a la oficina y el padre Jean me dice “Carla, qué pasa, me llamaron de forma anónima de tal cosa”. Habían pasado cuatro años, le conté lo que había pasado y me responde ‘tranquila, seguirás trabajando… y yo sé quién fue la persona que llamó, porque le reconocí la voz’. Así que desde esa fecha nunca más me sentí desprotegida. El Liceo Católico pertenece al Obispado y terminé de trabajar allí después de 30 años y vuelvo a trabajar acá al obispado, en la Fundación IEP. Nunca faltó nada, en eso debo dar gracias porque no fue la misma situación de otras mujeres esposas de detenidos desaparecidos – me relata Carla en una reflexión sobre uno de los aspectos menos narrados de las mujeres que vivieron las desapariciones forzadas: el empobrecimiento.
– Conversé con una de ellas, que su marido fue fusilado y me decía que no puede perdonar porque me decía ‘mírame las manos, trabajé de lavandera, pucha cuánto tuve que trabajar, tenía 6 hijos’, uno sufre de muchas maneras. Aquí uno sufrió no solo por lo militar, los civiles tienen mucho que decir en esto. Yo estaba en Chañaral y la gente cruzaba la calle para no saludarme, gente que conocía. Mis papás, mis abuelos habían tenido participación, colaboradores con el pueblo y sin embargo… uno puede decir que era miedo, pero los amigos verdaderos no tuvieron miedo y estuvieron conmigo – continúa esta mujer ya mayor sobre aquellos años.
Las gestiones de la familia de Carla llegaron lejos. Ellos tienen doble nacionalidad italiana, y sus padres y abuelos hicieron las acciones con su embajada en torno a la desaparición de Guillermo. Desde la embajada de Italia le preguntaron al gobierno chileno qué había ocurrido con el profesor, cónyuge de una ciudadana italiana, a pesar de que dicho país había cortado relaciones diplomáticas con Chile por esos años. La respuesta práctica fue la amenaza de expulsar a toda la familia si continuaban las preguntas y ante la posibilidad del exilio, Carla no decidió no irse, temiendo no encontrarse con Guillermo si estaba vivo y salía libre.
Recuerda con cariño al Obispo Fernando Ariztía, como una persona preocupada de ella y su familia, cariñoso y siempre preguntando si había novedades respecto a Guillermo. Recuerda haber participado de una reunión con familiares de detenidos desaparecidos, en su rol activo en materia de violaciones a los derechos humanos, como también sentirse protegida con un líder que no le tenía miedo a los militares. “Siento que a él se le debe mucho en la región”, dice Carla.
EL LÍDER
Guillermo amaba pescar. Tenía amigos y amigas en Chañaral, con quienes compartía este pasatiempo. Le gustaba leer, sobre todo temas científicos, especialmente física. Era militante del Partido Socialista, conocía a mucha gente en la ciudad, y había emergido como un líder durante los aluviones de 1972.
-Se viene el Río Salado y queda divido Chañaral donde estaba la bomba y el cementerio y toma todo abajo y muchas de las casas que se anegaron ahora también lo hicieron el 72. Él parte a organizar la comunidad, en esos años teníamos menos herramientas, no existían redes sociales. En Chañaral había un teléfono. Ahí se hace un líder social en la comunidad, un referente. Su participación política no fue tan grande para las consecuencias que tuvo. Le tenían miedo, tenía poder de convocatoria, eso sí, un gran poder de juntar, aglutinar – recuerda Carla.
Consultada sobre el proceso judicial, Carla cree que no tiene destino para averiguar el paradero de quien fue su esposo.
– He dado declaraciones en tantas partes y no hay mayores antecedentes, no hay registros de él en ninguna parte y no me cabe ninguna duda que lo mataron en el camino y no llegó a ninguna parte. Entonces él podría estar en cualquier lugar en el mar, con tanta costa y lo dejaron por ahí. Una vez mi hija fue a ver un brujo, ella no le dijo nada de su papá y el hombre le dijo: “tu papá siempre está al lado de ustedes y él está en un lugar muy bonito, húmedo”. No es posible que hayan encontrado a tanta gente y él no es el único, hay más personas que no han aparecido. Lo encuentro terrible e injusto. Si estaba tan mal este país, por qué no llegó la dictadura y ordenó no más las cosas, pero no matar y torturar. Mi gran preocupación es que van pasando los años, en esos años tenía 24 años, era una niña y me preocupa irme y sin saber la verdad, porque yo le voy a dejar esa herencia a mis hijos, y a mis nietos y ellos tendrán que tomar la posta de esto, la gente que tiene que decir algo se está muriendo o dice que está enfermo y no avanzamos. Para cerrar heridas también tiene que haber verdad, como mínimo. No estoy pidiendo nada más que saber la verdad, es decir pasó esto, en tal parte quedó a lo mejor ni siquiera podemos recuperar, pero saber dónde está, porque en este minuto no sabemos y siempre estamos con esto –reflexiona Carla sobre un proceso que en su familia aún no ha concluido.
LA SILLA VACÍA
La escuela consolidada en la actualidad es el Liceo Federico Varela, donde se ha transmitido oralmente y casi como un mito, sin documentos oficiales que avalen la historia, la desaparición de Guillermo Rojas. Un profesor de la escuela, que fue sacado de su sala de clases en la escuela nocturna por agentes de la DINA, quedando su chaqueta colgada en su silla vacía de profesor.