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Barría Bassay Guido Ricardo – Memoria Viva

Barría Bassay Guido Ricardo


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Rut : 6.437.652-7

Fecha Detención : 16-10-1973
Lugar Detención : Osorno


Fecha Nacimiento : 13-09-1954 Edad : 19

Lugar Nacimiento : Rio Negro

Actividad Política : Partido Socialista (PS)
Actividad : Obrero Agrícola

Estado Civil e Hijos : Soltero
Nacionalidad : chilena


Relatos de Los Hechos

Fuente :Vicarìa de la Solidaridad

Categoría : Antecedentes del Caso

Los hermanos Guido y Héctor Barría Bassay, de 19 y 27 años de edad respectivamente, militantes socialistas, fueron detenidos el 16 de octubre de 1973 alrededor de las 12 hrs. en el fundo Los Riscos, ubicado en el sector de Río Blanco, comuna de Río Negro, provincia de Osorno.
El padre de ambos, Pedro Alejandrino Barría Navarro se desempeñaba como tractorista en el aserradero ubicado en el mencionado fundo. Hasta allí habían llegado pocos días antes los dos hermanos para alejarse de Riachuelo donde residían, ya que allí eran conocidos como militantes políticos y temían una posible represión. Uno de ellos, Héctor, había sido amenazado por un Teniente de Carabineros de Río Negro.
El día 16 de octubre llegó al fundo un grupo de aproximadamente 10 carabineros al mando del Teniente de la 2da. Comisaría de Carabineros de Río Negro, José Hernán Godoy Barrientos. Preguntaron a los trabajadores la ubicación del aserradero y si allí se encontraban los hermanos Barría; llegados al lugar donde se realizaban las faenas, procedieron a detener a Guido Ricardo quien venía junto a su padre en un tractor. Uno de los carabineros, Cabo 1ro.Pedro Segundo Soto Godoy, comenzó a golpearlo de inmediato con la culata de su arma de servicio y lo obligó a desnudarse, siendo posteriormente llevado hacia uno de los vehículos.
Héctor Alejandro fue sacado desde la casa de uno de los trabajadores del fundo donde, al parecer, había intentado refugiarse después de ver llegar a la patrulla. Los carabineros efectuaron disparos al aire antes de proceder a las detenciones.
Héctor fue también amarrado y conducido junto a su hermano a uno de los vehículos que se alejó posteriormente del lugar.
Testigos de estos hechos fueron alrededor de catorce personas, entre ellas el propio padre de los afectados, el administrador del fundo, varios trabajadores del aserradero y algunas de las esposas. Varios de ellos pudieron identificar a los carabineros que integraban la patrulla ya que los conocían con anterioridad.
También los testigos señalan haber visto en el lugar de los hechos, a los hermanos Raúl Estatiro y Víctor René Guzmán del Río, comerciantes de Riachuelo, quienes facilitaron su camioneta para acompañar a la patrulla de carabineros y trasladar posteriormente a los afectados al recinto de detención. Los detenidos habrían sido llevados al Retén de Riachuelo y luego trasladados a la Comisaría de Río Negro. La madre de los detenidos, Elvecia Bassay Alvear, acudió a ambos recintos negándosele en ambos cualquier explicación respecto de sus hijos e incluso prohibiéndole regresar nuevamente. Ella insistió en su búsqueda por varios lugares de detención de Río Negro y Osorno, Intendencia de Osorno, Fiscalías de Valdivia y Osorno. En la Fiscalía de Carabineros de Osorno, un Teniente le informó que sus hijos estaban siendo sometidos a proceso y se encontraban en la cárcel de esa ciudad, lo que tampoco era efectivo. En la Fiscalía Militar de Valdivia le comentaron que sus hijos "no debían estar muertos sino que detenidos en algún campo de prisioneros".
Hasta la fecha los hermanos Barría Bassay continúan desaparecidos. 

GESTIONES JUDICIALES Y/O ADMINISTRATIVAS
Con fecha 16 de abril de 1979 se inició causa rol N?22.743 y 22.744 en el Primer Juzgado de Letras de Osorno por presunta desgracia de Guido y Héctor Barría Bassay respectivamente. A estas causas se acumuló posteriormente la querella por secuestro, lesiones graves y posiblemente homicidio interpuesta por la madre de los detenidos el 28 de mayo del mismo año.
De las diligencias realizadas durante la investigación, cabe señalar, entre otras, que la Prefectura de Carabineros de Osorno informó no contar con antecedentes de la detención de los hermanos Barría en la fecha indicada ni en el Retén de Riachuelo ni en la 2da.Comisaría de Río Negro, por cuanto los libros de Guardia y Partes enviados a los Juzgados "se encuentran incinerados por tener una duración de 3 y 5 años respectivamente". El IV Juzgado Militar de Valdivia informó que, revisados los documentos correspondientes de la Fiscalía Militar de Carabineros y de Ejército que funcionaban separadamente hasta junio de 1974, no aparece registrada la detención de Guido Barría Bassay.
En cuanto a las declaraciones de testigos, comparecen cinco trabajadores del Fundo, tres de los cuales señalan haber visto a los carabineros realizar la detención, dos de ellos indican nombres de algunos de los aprehensores.
Respecto de los siete carabineros que comparecen, cinco de ellos dicen no haber participado en operativos, ya que cumplían funciones de tipo administrativo. Por su parte, el Teniente Godoy Barrientos dice no recordar "el nombre de las personas detenidas durante los sucesos del mes de septiembre de 1973" y tampoco recuerda haber participado en la detención de los hermanos Barría Bassay.
En tanto, el Cabo 1ro. Pedro Soto Godoy expone que en octubre de 1973 integró una patrulla al mando del Teniente Godoy (da también nombres de otros cuatro carabineros participantes) y detuvieron a los hermanos Barría Bassay "miembros del Partido Comunista y conocidos activistas políticos". Agrega que luego los entregaron a una patrulla militar, pero no puede precisar si fueron llevados a Riachuelo o Río Negro.
Respecto de los civiles que acompañaban a los carabineros, Raúl y Víctor Guzmán del Río, el primero reconoce haber facilitado su camioneta a militares en septiembre de 1973 sin saber el uso que le darían; agrega conocer a los hermanos Barría como miembros del Partido Socialista y "activistas políticos que causaron problemas en Riachuelo".
Transcurridos algunos meses de investigación, el Juez del 1er. Juzgado de Letras de Osorno, Hugo Sandoval Poblete, dictó el sobreseimiento temporal el 22 de octubre de 1979 por considerar que "de los antecedentes investigados no resulta completamente justificada la perpetración del delito". Apelada esta resolución, es revocada el 6 de diciembre por aparecer incompleta la investigación, se retrotrae la causa al estado de sumario y se decretan nuevas diligencias. En el mismo oficio, la Corte de Apelaciones de Valdivia agrega además que hubo importante negligencia en la tramitación de la causa y fue llevada en forma irregular por lo que pasan los antecedentes al Tribunal Pleno.
El 11 de diciembre se constituye como Ministro en Visita en el 1er. Juzgado de Letras de Osorno, la señora Juana González Insunza que continúa a cargo de la investigación.
Durante la instrucción del proceso se efectuaron varios careos, casi todos entre el padre de los detenidos desaparecidos y cada uno de los carabineros señalados como miembros de la patrulla que efectuó la detención. Cabe destacar que, en el careo con el Teniente Godoy, éste dice no conocer a Pedro Barría ni a sus hijos ni tampoco el Fundo y que su fisonomía es distinta a la que tenía hace seis años atrás. Agrega que: "realmente el cabecilla de los activistas en Riachuelo era de apellido Barría o Bassay y después del año 1973, más o menos el año 1974 o 1975, supe que el activista era el padre de unos hermanos que estaban desaparecidos de apellido Barría".
En careo realizado entre el Teniente Godoy y el cabo Soto, éste cambia totalmente su declaración anterior señalando que en esa oportunidad "tuvo un mal momento y confundió los hechos".
De los testigos interrogados, sólo uno aporta un antecedente nuevo pues señala que un año después del golpe militar, encontró en su negocio ubicado en Riachuelo, una fotografía de uno de los hermanos Barría y un carnet de militante del Partido Socialista que entregó a su madre, Elvecia Bassay. También se tuvo a la vista durante esta parte del proceso, el expediente rol N?1.666?73 seguido en contra de José Hilario Bassay Alvear y otros por infracción al art.8 de la ley 17.798 y otros delitos tramitado en la Fiscalía de Ejército de Osorno. Con fecha 8 de diciembre de 1973 se sobreseyó temporalmente a Guido Ricardo y Héctor Barría Bassay hasta que fueran habidos. Posteriormente, el 6 de marzo de 1974 se ordenó suspender el procedimiento respecto de ambos inculpados hasta que se presenten o sean habidos.
Después de practicadas las diligencias mencionadas y otras, la Ministro en Visita, con fecha 8 de mayo de 1980, se declaró incompetente para seguir conociendo del proceso por considerar que "en los hechos investigados han tenido participación miembros de Carabineros" y por tanto le corresponde su conocimiento a la Fiscalía Militar Letrada de Osorno. La Corte de Apelaciones confirmó esta resolución el 4 de julio de 1980.


Testimonio de Elia Barría Bassay Hermana de Guido Ricardo y Héctor Alejandro Barría Bassay

Fuente :Elia Barría Bassay

Categoría : Testimonio

 

Yo en realidad no vivía con mis hermanos, yo vivía en Valdivia estaba casada, tenía mi hija mayor que en ese tiempo tenía dos años cuatro meses y estaba embarazada de 4 meses de mi segundo hijo, y fue terrible, fue súper
angustiante para mí, porque yo lo primero que hice fue escuchar noticias, y comienzo a escuchar lo que estaba pasando en Santiago, las radios en todas las ciudades la estaban también acallando, había muy poca información, o sea que tú después al pasar las horas, tu ya no tenías como informarte ya habían acallado todas las radios, la última que se escucho en Valdivia fue la "Camilo Henríquez".
 

Mi esposo trabajaba cerca del colegio donde vivíamos, imagínate la desesperación. Yo tenia otro hermano estudiando en la Universidad Técnica, el era de las juventudes comunistas, entonces, era una desesperación tan grande, que
no llegaba nadie, no llegaba mi hermano a la casa, no llegaba mi marido, al final ya cuando llegaron, mi esposo llegó a las una de la tarde, eran las tres, y mi hermano no llegaba, yo corrí a la Universidad, la Universidad ya estaba rodeada de militares, y no sé, por esas cosas de la vida, se salvó mi hermano y nos encerramos en la casa.
Pero yo vivía en un sector universitario y habían pensiones universitarias, toda la noche a los estudiantes los sacaban de las casas desnudos, arrastrándolos del pelo los milicos, por una calle de adoquines más encima y los echaban a los
vehículos y se los llevaban, y nosotros detrás de las cortinas mirábamos ahí, con una tremenda desesperación y angustia, y sin saber nada de mi casa, que estaba pasando en mi casa, porque no habían teléfonos y ahí mi hermano, el que estaba en la universidad decidió, al segundo día, ir a su casa, y se fue con un pañuelo blanco para que no lo vayan a tomar en la noche, para mostrar que él iba para el tren, nosotros sin saber si había llegado, o no había llegado.

Bueno, después supimos que estaba mi abuelito preso en Osorno, el hermano de mi mamá, otro hermano de mi mamá que lo llevaron con un derrame cerebral, era regidor comunista de Los Lagos, porque los carabineros le habían
dado una paliza y ahí tratando de un Hospital a otro para que no lo vayan a sacar los milicos y lo maten. Fue todo una tragedia en ese momento pero terrible, Fredy mi marido, andaba trayendo unas fotos de Allende y se las comió.

Y seguíamos con la angustia de no tener cómo saber de mi casa, una tía viajó a Osorno y ahí trajo información de que mis hermanos los andaban buscando, de que mis hermanos andaban escondidos.

El 16 de octubre (de 1973) los tomaron detenidos, además ellos estuvieron en la cordillera con otro grupos de compañeros, pero ellos bajaron de la cordillera porque se les ocurrió a algunos que no habían cigarros, que no habían ollas para cocinar, entonces, ellos bajaron, y ese fue su peor destino, porque los otros se salvaron. Y yo ahí, cuando supe que mis hermanos andaban escondidos viaje a Riachuelo con mi hija chica. Deje a mi marido trabajando y me fui, estaba toda mi familia con detención domiciliaria, nadie podía salir y yo presa también con mi hija sin poder salir, un mes, porque hasta que nosotros digamos donde estaban mis hermanos y ahí en esos días, los tomaron detenidos.
 

Ellos eran de las juventudes socialistas, mi hermano mayor trabajaba en "Auxilio Escolar y Becas", el trabajaba ahí y era dirigente y mi otro hermano estudiaba y al mismo tiempo era auxiliar del correo de Riachuelos.
El mismo día del 73, los empezaron a llamar por los bandos militares que se presenten y ellos como se iban a presentar y arrancaron, si cualquier cantidad de gente, y después cuando mis hermanos volvieron mi papá les dijo que se escondieran en tal lugar. Él los fue a ver, mi mamá les dijo que se fueron donde una familia, muy buenas personas que tenían una lechería, como a 3 kms. para el campo, les hicieron como una pieza debajo del establo y la tenían ahí con unas maderas y con paja por si venían los militares, así estuvieron quince días.

Solamente salían para darles comida, la gente, los campesinos y un día que fue mi papá a verlos, a llevarle ropa limpia y comida, porque tenía que ser a escondida, porque mi casa estaba vigilada día y noche, estaban con detención
domiciliaría y mi mamá y papá eran los únicos que tenían autorización para salir, porque estaba su hermano y papá preso en la cárcel de Osorno, entonces, ahí mis hermanos se fueron a un lugar donde los fueron a detener. Porque un gringo llamó a los carabineros de Rió Negro y Riachuelo y en una camioneta particular de ahí de Riachuelos, de apellido Del Río, fueron a buscar a mis hermanos, entonces, desde ahí ya nunca más supimos de nuestros hermanos.

Nunca más, esa fue la historia de la detención de ellos y de ahí ha sido un calvario, después de eso, mi mamá presento querellas, cuando cayo preso Pinochet en Londres, después de eso mi mamá le pasó un poder a mi hermana
para que ella empiece los trámites, se hizo una querella en Santiago por mis hermanos y ahí el juez Juan Guzmán empezó la investigación, porque habían algunos testimonios, algunas personas que decían que a mis hermanos los habían sepultado en el cementerio indígena de Riachuelos y en todas esas partes se hicieron excavaciones, sin ningún resultado, y uno de los "pacos" que asesinó a mis hermanos de apellido Oyarzún, dijo: "No sabía que a los vivos se les hacía misa" porque mi mamá les hacia misa, y después tomaron presos a todos los carabineros implicados y el juez les dio a unos 10 años y un día, a otros 3 años y un día, y cuando estos apelaron a la Corte de Apelaciones, la corte ratificó las condenas a diez años y un día a todos. Ellos apelaron a la Corte Suprema y ahí en la corte suprema está durmiendo el caso de mis hermanos, hace más de dos años, sin poder hacer nada, los abogados que llevan el caso están ahí "cateteando" pero no pasa nada.

Ellos reconocieron que mataron a mis hermanos, incluso que mi hermano mayor, lloraba, lloraba que no lo mataran porque tenía una hijita de 4 años, la Cristina, y lloraba desesperado para que no lo mataran e igual lo mataron. Eso fue lo que declararon ellos, no se sabe nada más, porque al ministro Guzmán le quitaron el caso y ahora lo tiene el ministro Solís.

Y ahí están en la Corte Suprema, ellos siguen en libertad bajo fianza, en distintas partes, aquí en Temuco le fuimos a hacer una "funa" a Pedro Soto, en la Villa Galicia, que se hace el enfermo pero no está enfermo y así unos están por
Punta Arenas, otros por Viña del Mar, por Río Negro, Osorno está Alberto Oyarzún, así están, desparramados por distintas partes, y ahí mi mamá murió esperando saber de sus hijos, nunca más supo de ellos, esa es la historia y que seguimos esperando.


Juez Guzmán dejó detenido a coronel (r) de Carabineros

Fuente :La Tercera, 3 de Mayo 2002

Categoría : Prensa

El ministro Juan Guzmán Tapia resolvió dejar detenido al coronel (R) Hans Eduart Schernberger Valdivia, en el marco de la investigación por la muerte de los hermanos Barría Basay, ocurrido entre 1973 y 1976 en la zona de Río Negro, Décima Región. 
El magistrado tomó la decisión tras someter a un largo interrogatorio al ex uniformado, quien posteriormente fue trasladado hasta la Primera Comisaría de Viña del Mar, donde permanece incomunicado. 
Según lo consigna el diario El Mercurio de Valparaíso, Hans Eduart Schernberger habría negado toda relación con el caso, asegurando que en el período en que ocurrieron lo hechos él ocupaba un cargo administrativo en la gobernación de Río Negro. 
Asimismo, el coronel (r) habría señalado que sólo conoció el caso cuando la jueza del sector lo citó a declarar respecto a si tenía algún antecedentes sobre los hermanos Barría Basay


Condenan a seis ex carabineros por caso de desaparecidos

Fuente :La Nacion, 3 de Mayo 2004

Categoría : Prensa

El ministro de fuero Alejandro Solís condenas a penas que oscilan entre los diez y tres años de presidio a seis ex carabineros por su responsabilidad en los crímenes de Río Negro, caso acaecido en octubre de 1973.

La resolución establece que Hans Fchernberger, José Hernán Godoy Barrientos, Roberto Teilort, Quintiliano Rogel Alvarado y Pedro Segundo Soto Godoy deben cumplir penas de diez años, mientras que José Rómulo Catalán enfrenta una pena de tres años y un día de cárcel, ya que se consideró en este caso la atenuante de enfermedad mental.

Destaca además en la resolución los cargos contra José Hernán Godoy, pues éste es hermano del actual subdirector de Carabineros, Nelson Godoy Barrientos.

Los ex uniformados fueron acusados por el secuestro calificado de los hermanos Guido y Héctor Barría Basay, ambos militantes socialistas.

El abogado querellante en la causa Hugo Gutiérrez expresó que la sentencia viene a demostrar que hubo un arresto irregular de parte de funcionarios de la policía uniformada y que incluso se llegó a la desaparición de estos hermanos.


Fallo recomienda investigar implicancia de Pinochet

Fuente :El Mostrador, 7 de Julio 2005

Categoría : Prensa

La séptima sala de la Corte de Apelaciones de Santiago confirmó las penas de 10 años y un día contra 5 carabineros en retiro, que participaron en la detención y posterior desaparición de 2 militantes del Partido Socialista (PS) en la localidad de Río Negro, en la Región de Los Lagos.
Las víctimas son Héctor y Guido Barría Basay, de 27 y 19 años, respectivamente, quienes fueron detenidos el 16 de octubre de 1976, y cuyo caso sustanció en primera instancia el ministro Alejandro Solís.
El magistrado condenó al general (r) José Hernán Godoy, al coronel (r) Hans Schemberber, y a los suboficiales Robert Teylor, Pedro Soto y Quintiliano Rogel Alvarado, a sufrir las penas de 10 años y un día de presidio calificado.
Sin embargo, la séptima sala del tribunal de alzada aumentó la sanción impuesta al suboficial José Catalán Oyarzún, quien anteriormente había sido condenado a la pena de 3 años y un día de presidio, pero ahora deberá cumplir 10 años de reclusión efectiva.
Un dato que curioso en la sentencia firmada por los ministros Carlos Cerda, Jorge Dahm y Joaquín Billard fue la
recomendación que se le hizo al juez instructor del proceso, respecto de investigar la eventual participación que tuvo en estos hechos el general (r) Augusto Pinochet Ugarte, dado que “no existen antecedentes en estos autos que acrediten que –el uniformado- esté privado de razón”. Eso consigna la resolución Rol 5765-2004


Fallece Elia Barría Bassay

Fuente :Julio 15, 2011

Categoría : Mensaje

La Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos y Ejecutados Políticos de La Araucanía, informa que hoy en la tarde falleció trágicamente, en Temuco, nuestra tesorera y antigua integrante Elía Barría Bassay. Elía era hermana de Héctor Alejandro y Guido Ricardo ambos desaparecidos en Río Negro (Osorno), en Octubre de 1973. En estos difíciles momentos, pedimos que acompañen a su familia y nos acompañen en su velatorio que se realizará en Blanco 236 (Fun. Villena) y a sus funerales el sábado 16, a las 15.00 Hrs, en el Parque del Sendero, de nuestra ciudad.
 

Solicitamos difundir esta información

Agradecidos…
 

El Directorio

Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos y Ejecutados Políticos Región de La Araucanía

“Casa de la Memoria” Pasaje 01620, Población Porvenir, Temuco


Detenidos Desaparecidos: Habla Inés Barría Bassay tras hallazgo de osamentas

Fuente :paislobo.cl,2016-05-02

Categoría : Prensa

La tarde de este sábado, familiares de los Hermanos Guido y Hector Barria-Bassay desparecidos desde 1973 en el sector de Riachuelo, comuna de Río Negro, concurrieron hasta dependencias de la Policía de Investigaciones de Osorno, para dar cuenta del hallazgo de restos óseos que podría pertenecer a los jóvenes socialistas. 

Inés Barría Basay, secretaria de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos y Ejecutados Políticos de la Provincia Osorno, hermana de Guido y Héctor, conversó con Wilson Gonzalez de radio Voz de la Costa vía telefonica, quien entrega mayores detalles del hallazgo. 


Descubren en un fundo de Osorno posibles restos de detenidos desaparecidos

Fuente :puranoticiachile.cl, 01 de mayo de 2016

Categoría : Prensa

El Grupo de Derechos Humanos del SML comenzará los peritajes el lunes.

La Fiscalía, el Servicio Médico Legal y la PDI, trabajan arduamente para esclarecer si los cuerpos que hallaron en un fundo en la localidad osornina de Riachuelo, pertenecen a los restos de los detenidos desaparecidos.

Esto, luego de que de que una persona le advirtiera a la familia de los hermanos Guido y Héctor Barría Bassay, militantes socialistas detenidos en 1973, que en el predio podrían encontrar información del paradero de sus seres queridos.

Ricardo Barría, hijo de Guido Barría Bassay, señaló a Cooperativa que una señora los hizo llegar a ese sector. "Encontramos unas osamentas, parte de un cráneo, unos dientes, unos huesitos que no sabemos de que parte del cuerpo son", indicó Ricardo.

"Son fragmentos óseos. El resto de la excavación requiere el trabajo de personal especializado que viene de Santiago, es un grupo de Derechos Humanos del Servicio Médico Legal", señaló a SoyOsorno la fiscal jefe de Río Negro Leyla Chahin.

El lugar donde se encontraron los restos está bajo resguardo de carabineros del retén de Riachuelo.


Desenterrando a Guido: la interminable búsqueda de los hermanos Barría Basay

Fuente :theclinic.cl,26 de Junio, 2017

Categoría : Prensa

El 16 de octubre de 1973, Guido Barría Bassay despareció junto a su hermano Héctor. La policía de Riachuelo los capturó en un aserradero del sur de Chile. Los buscaban desde el golpe de Estado, acusados de liderar una guerrilla de 500 hombres en la cordillera de Huellelhue. Nada de eso era verdad. Los jóvenes estaban solos y asustados. El 2007, los carabineros involucrados fueron absueltos por prescripción. Los Barría Bassay no volvieron a saber de sus familiares hasta fines de abril de 2016, cuando Ricardo Barría, hijo de Guido, siguió una pista y encontró un cráneo: 43 años de búsqueda que parecían llegar a su fin.

Ricardo Barría Ralil parecía estar cavando una tumba. Era el mediodía del sábado 29 de abril de 2016 y estaba enterrado hasta las rodillas. Clavaba la pala con apuro en la tierra blanda. El sudor le corría como cuando juega fútbol en el equipo de Riachuelo, el pueblo donde vive. En aquel lugar, a 970 kilómetros de Santiago, buscaba a su padre Guido Barría Bassay y a su tío Héctor, detenidos y desaparecidos por una patrulla policial el 16 de octubre de 1973. Su esfuerzo para mover los 93 kilos que pesa su cuerpo y un cóctel de sensaciones súbitas, le quitaban el aliento: los nervios, la adrenalina, y la ansiedad de quien ha buscado algo toda una vida y cree estar a punto de encontrarlo. Ricardo se arrodilló, puso sus manos como un harnero, y movió los sedimentos, hasta que en sus palmas quedaron algunas osamentas indescifrables de un esqueleto humano y un trozo de cráneo. Entonces besó los restos. “Son ellos, son ellos”, gritó desesperado. ***

El día en que Salvador Allende ganó la elección presidencial, Guido Barría no despegó la oreja de la radio. Fue el 4 de septiembre de 1970, cuando decenas de militantes socialistas se reunieron donde su abuelo Luis Bassay Cuevas para escuchar los resultados. Todos cargaban banderas rojas. El lugar servía también como sede del partido. La misma donde Allende había descansado una tarde en 1958, cuando el “Tren de la victoria” –un ferrocarril en el que recorrió Chile haciendo campaña de norte a sur- lo había llevado hasta allá. Todos los Bassay militaban en la izquierda. El abuelo Luis era el origen de aquella semilla. Había llegado al pueblo a comienzos de 1900, luego que lo relegaran en barco desde las pampas salitreras, acusado de agitar a los trabajadores. Se había instalado a un costado del camino que une Riachuelo con Río Negro, municipios que en conjunto sumaban menos de diez mil habitantes. Allí crió a los 7 hijos que tuvo con Juana Alvear. Elvecia fue una de ellos, quien con 14 años se emparejó con Pedro Barría, un joven obrero proveniente de una familia de derecha. Del matrimonio nacieron 8 hijos, entre ellos Guido y Héctor, a quien apodaban Tito. Para Luis, sus nietos encarnaban mejor que nadie los principios del socialismo. Guido tenía 16 años y Héctor 24, y desde pequeños militaban en la juventud del partido. Meses antes de la elección, ambos habían recorrido los fundos del pueblo junto a otros amigos, explicándoles a los campesinos el programa de Allende. Inés Barría, su hermana de 9, también estaba ese día del triunfo. Por primera vez ganaban algo que no fuera fútbol. “Después de escuchar los cómputos marchamos desde la casa de mi abuelo y la gente se unió en el camino. Todos gritábamos de felicidad. Llegamos al retén de carabineros y cantamos el himno nacional”, recuerda ella. Los alemanes no festejaron aquella noche. Habían llegado a Riachuelo a partir de 1845, luego de la promulgación de la “Ley de inmigración selectiva”, norma que facilitó la colonización del sur de Chile con más de seis mil familias provenientes de la Confederación Germánica. Luego de un siglo de asentamiento, sus descendientes administraban vastos territorios agrícolas. Se sentían amenazados por la reforma agraria que Allende había prometido reimpulsar. Durante el gobierno de la Unidad Popular, Guido abandonó el colegio. Buscó empleo en el correo, donde trasladaba la correspondencia entre Riachuelo y Río Negro. Fueron años de un intenso trabajo político. Con su hermano Héctor participaron de las tomas de terrenos y organizaron a los obreros en cooperativas agrícolas. “Se visitaba mucho a la gente en el campo. Buscábamos que los patrones no les compraran la conciencia”, recuerda Nardo Ulloa, amigo de ambos hermanos. Los Barría Bassay se convirtieron en personajes incómodos para los colonos y la policía. Les agarraron mala, en especial a Guido, quien una noche se encontró con el cabo Pedro Soto curado en el camino, y lo paseó por el pueblo arriba de una carretilla. Por aquella época, Guido se había enamorado de Sofía Ralil, una joven de 16 años, secretaria de la juventud del partido. Con ella tuvo a su primera hija en 1972, y al poco tiempo esperaban al segundo. Era una época complicada. El pueblo estaba dividido y en las calles se enfrentaban opositores y partidarios de Allende. A los Barría Bassay los acosaba constantemente la policía. A comienzos de septiembre de 1973, cuando el golpe estaba en marcha al interior de las Fuerzas Armadas, a Guido le mandaron un recado a través de un tío. Venía de parte del teniente José Godoy, el jefe del retén del pueblo: “Dígale a su sobrino que tenemos una bala reservada para él”, le habría advertido. Guido se asustó con la amenaza. Habló con su familia, con Sofía, y se fondeó. Héctor, quien dirigía el Sindicato Único de Trabajadores de la Educación, lo acompañó en la huida. Se internaron en la Cordillera de la Costa, una selva de tupidos bosques de alerces, canelos, mañíos, ulmos, coigües, raulíes, maitenes, radales, manzanos, ciruelos, y cerezos, y se perdieron en la espesura. A los pocos días, los militares se tomaron el poder. Todos los policías andaban tras ellos. Fue la última vez que Elvecia Bassay, su madre, los vería con vida.

 

Inés Barría Bassay recibió el llamado de Ricardo alrededor de las dos de la tarde, mientras almorzaba en Osorno. Su sobrino respiraba agitado: “encontré un cráneo”, le lanzó sin rodeos. Por primera vez, Ricardo se involucraba en una búsqueda. Hacía un mes, de la nada le había llegado una pista. Mientras manejaba el bus que une Riachuelo con Osorno, la pasajera Patricia Torres Naguián, mapuche de 47 años, se le acercó para decirle que su padre podría estar enterrado en el exfundo de Germán Pasenau Siebert, un inmigrante alemán fallecido el 2012. Patricia había llegado a esa conclusión luego de una epifanía. La historia se remontaba a 1995, cuando trabajaba como empleada doméstica en la casa patronal de Pasenau. En su primer día allá, soñó con dos jóvenes parados debajo del agua pidiéndole ayuda. Con el tiempo, la escena y los rostros se habían vuelto repetitivos e inentendibles, hasta que en marzo del año pasado, camino a tomar el bus en Río Negro, se encontró con la cara de Guido y Héctor pintadas en un mural. Eran los jóvenes de su sueño. Los hermanos Barría Bassay –creyó- debían estar enterrados en alguna parte del fundo. En 43 años, la desaparición de Guido y Héctor había acumulado una indescifrable cantidad de mentiras y pistas falsas. A Ricardo, esta vez, la historia le pareció creíble. Tiritaba frente al volante luego de escucharla. Pensó en su abuelo Pedro Barría, que se había muerto tres semanas antes, sin saber qué había pasado con sus hijos. Recordó una frase que su esposa le había dicho el día del funeral y que sonaba a vaticinio: “ahora van a tener noticias de ellos”, le habría comentado mientras regresaban del cementerio. En los días posteriores, Ricardo pidió licencia médica y conversó con algunos extrabajadores del campo. Uno le contó de la existencia de un predio al cual Pasenau les tenía prohibido entrar. Quedaba en la parte norte del fundo, colindante con el Río Blanco, cauce que Ricardo atravesó con el agua hasta la cintura, para no entrar por el camino principal. Allí fue donde cavó. Aquella tarde, Inés esperó a su sobrino en la entrada del cuartel de la Policía de Investigaciones (PDI) de Osorno. Si Ricardo tenía razón, las osamentas que traía adentro de una bolsa Ziploc podrían ser por fin las de sus hermanos. Esa misma noche, la fiscal jefe de la comuna, Leyla Chahin, cercó el lugar de la excavación. Dos días después, toda la familia llegó al fundo. Por tercera vez presenciaban una exhumación. Encontraron restos de un adulto y un niño. Sobre la copa de unos hualles, tres pitios miraban la escena. Los pájaros, según la mitología sureña, anuncian el regreso de alguien que se ha pasado mucho tiempo afuera. Ricardo pensó en su padre. El hallazgo de las osamentas parecía un milagro.

 

Sofía Ralil subía todos los días la montaña. Dejaba a su hija pequeña al cuidado de su mamá, y caminaba una hora por el cerro con su enorme guata de embarazada y la vianda. Guido y Héctor pernoctaban entre las ramas del monte, tapados bajo una húmeda capa de helechos muertos. Sofía les llevaba el almuerzo y las noticias. Siempre malas: “El abuelo Pedro está detenido en Los Lagos y el tío Juan en Osorno”, les dijo la primera vez que los vio. Su amigo Nardo Ulloa había corrido la misma suerte. “Las preguntas siempre eran las mismas: ¿Dónde están las armas? ¿Dónde están los chicos Barría?”, recuerda Ulloa que les consultaban en los interrogatorios. Los militares en la zona doblaban a la población del pueblo, pero quienes más buscaban a los Barría Bassay eran los carabineros del retén de Riachuelo. Sus mismos vecinos. Los conocían bien. Habían visto cómo ayudaban a tomarse los terrenos de los alemanes y el cabo Pedro Soto no olvidaba su humillación arriba de la carretilla. Los habitantes se dividieron entre quienes despistaban a la policía y los que facilitaban su búsqueda. En este último bando estaban algunos simpatizantes del Partido Nacional, los colonos, y un grupo de exmilitares llamado ‘Las cien Águilas’. Una tropa de veteranos que a partir del 11 de septiembre de 1973 volvieron a vestir uniforme para detener militantes de izquierda. El silencio del monte los mantenía en constante reflexión, interrumpida solo por los aviones militares. Cuando escuchaban los motores, corrían a ocultarse entre la hierba. Los días avanzaban con lentitud y tranquilidad. A veces monótonos. Amanecían de madrugada con la entrada del rocío, luego se juntaban con Sofía, y a las ocho de la tarde todo volvía a la oscuridad. Estaban desarmados y llevaban puesta la misma ropa del primer día. La policía había echado a correr un rumor. Decían que los Barría Bassay dirigían una guerrilla de 500 hombres en la Cordillera de Huellelhue, una espesa selva costera con salida al mar. Se hablaba de la presencia de cubanos y rusos. Héctor se puso nervioso cuando Sofía le contó. Guido sólo lloraba. “Éramos menores de edad. Él tenía 19 años y estaba muy apenado. Me decía que me fuera a Uruguay, pero yo no quería”, recuerda ella. Esa fue su última conversación. Sofía nunca más lo vio. Al día siguiente, cuando llegó con la comida, los hermanos habían caminado al aserradero donde trabajaba su papá, más adentro en el monte. Pedro Barría consiguió ayuda de sus colegas. Estuvieron tres semanas moviéndose al interior de un enorme fundo, mezclándose con obreros forestales, hasta que su propia familia los traicionó. A mediados de octubre, un hermano de Pedro, que simpatizaba con los nacionales, delató su ubicación. El 16 de ese mes, la patrulla encabezada por el teniente José Godoy, el capitán José Catalán, y los cabos Pedro Soto, Quintiliano Rogel, y Robert Taylorl, que se llamaba parecido al actor estadounidense, llegaron al aserradero. El mayor Hans Schemberger, comisario y gobernador de la provincia, había ordenado la detención. Se movilizaban a bordo de la camioneta de Raúl Guzmán del Río, un agricultor que había facilitado su vehículo para trasladarlos hasta allá. Todos portaban fusiles. ***

Ricardo Barría posaba para una fotografía. Estaba sentado en el sofá de su casa y sostenía una pancarta con una imagen de su padre tomada en abril de 1973, cinco meses antes de su desaparición. Ampliado a todo lo largo y ancho, aparecía Guido equipado de futbolista, durante un partido del Atlético Riachuelo, club fundado en su casa en 1963. Medía 1.62 metros, pesaba 65 kilos, tenía el pelo castaño, y la cara angulosa. Se veía borroso, como suelen salir las fotocopias de las fotocopias. Sobre él, una pregunta: “¿Dónde están?”. La noticia del hallazgo del cráneo fue lo más importante que ocurrió en el pueblo durante esa semana. La foto salió en la portada del diario local: “Sólo quiero hallar los restos de mi padre para sepultarlo y tener donde depositarle flores en su memoria”, dijo Ricardo en esa entrevista. Hasta ese momento, había establecido una extraña relación con una cruz de tres metros de alto, ubicada en un cerro a la salida del pueblo. Subía casi todos los meses a hablarle como si fuera Guido. A veces llevaba su guitarra y cantaba. Había depositado su fe en aquellos maderos, pero ahora las osamentas ocupaban su cabeza. Si los peritajes de Carbono 14 confirmaban que la data de los restos correspondía al período, el primer paso antes de la identificación, tal vez nunca más iría hasta allá. Durante la espera, algunos extrabajadores del fundo se acercaron para entregarle más información. “Sigan por ahí, les va a ir bien”, le dijo uno. Riachuelo comenzaba a recuperar la memoria. Hasta entonces, los viejos del pueblo, contemporáneos a la Unidad Popular y la dictadura, habían mostrado poca empatía para recordarlos. No ocurría lo mismo con algunos jóvenes. En marzo de 2015, un grupo de escolares de Río Negro, integrantes del Colectivo Brotes, los dibujaron en una garita de bus. La pintura era la misma que Patricia Torres había visto antes de contarle el sueño a Ricardo: Guido vestía una camiseta de fútbol y Héctor un sobretodo café. “Hermanos Barría Bassay asesinados en dictadura”, decía la lectura. Aquella tarde en que pintaban, la policía llegó a encararlos: “¿Por qué quieren remover el pasado?”, preguntaron los carabineros con indignación. Para la celebración del Día de la Madre de ese año, Ricardo les pidió hacer un mural en Riachuelo. Dibujaron una loica, un árbol, sus rostros, una casa, una cárcel y escribieron un verso de Pablo Neruda: “Aunque los pasos toquen mil años este sitio, no borrarán la sangre de los que aquí cayeron”. Ricardo repartió llaveros a todos quienes pasaron delante de la imagen. Fue el primer homenaje de Riachuelo a los desaparecidos. Su historia de persecución política no estaba relatada ni siquiera en el único libro escrito sobre el pueblo. Herta Vásquez, la autora, cree que “hay cosas sobre las que no se puede hablar”. Tampoco incluyó allí el saqueo de los españoles a los mapuches en el 1600, ni el brutal trato de los colonos alemanes a sus obreros durante el siglo 19. Tal como solía hacer con todo lo malo, Riachuelo había olvidado a los Barría Bassay. El hallazgo del cráneo los trajo de vuelta.

 

Guido Barría estaba semidesnudo en la tierra. Tenía las manos atadas con alambre, mientras el cabo Pedro Soto le pegaba con la culata de su fusil y lo garabateaba: “comunista de mierda”, le gritaba. Pedro Barría miraba la escena sentado arriba de un tractor, impotente. Iba con su hijo cuando los detuvieron a balazos. El teniente Godoy observaba la paliza. “Este es el famoso Guido”, le dijo Soto a su jefe, quien mientras se acercaba pare verle la cara, mató de un tiro a un perro que intentó morderlo. A los pocos minutos, otros policías trajeron a Héctor. También lo desnudaron. Varios trabajadores vieron los golpes, luego como los subieron al pick-up de la camioneta de Raúl Guzmán y desaparecieron. El operativo duró menos de una hora. Elvecia se enteró de la detención esa misma tarde. Una vecina que vivía frente al retén le avisó apenas los vio descender del vehículo: “Iban amarrados, desnudos y machucados”, le dijo. La madre corrió hasta la oficina de la policía, pero un carabinero la paró en la entrada. Era Raúl Pailalef, su vecino, que le apuntó con su carabina al pecho y después disparó al suelo: “Váyase señora, ellos no están acá”, le mintió. Durante aquella semana de octubre, Elvecia recorrió todos los centros de detención desde Valdivia al sur. Le dijeron que estaban en la cárcel pública de Osorno, pero no habían pasado por allí. Los gendarmes le explicaron que en el IV Juzgado Militar existía una causa pendiente por porte ilegal de armas. Como no se habían presentado estaban declarados en rebeldía. Ninguna de las dos cosas era cierta. Esa fue la primera denegación de justicia. La búsqueda movilizó a toda la familia. Hacían turnos para salir a los fundos, se repartían los cerros, y peinaron las riberas de los ríos del pueblo. En uno de ellos encontraron un cadáver flotando, pero no correspondía. Los cuerpos atravesaban los cauces y llegaban a la playa sin ser reclamados. “Tuvimos que dejarlo en la corriente, por miedo”, agrega Inés, de 12 años en ese tiempo. Los Barría Bassay comenzaron a impacientarse. La persecución en su contra parecía una venganza. Para fines de diciembre de 1973, la familia tenía dos parientes detenidos y dos desaparecidos. El nacimiento de Ricardo trajo algo de consuelo. Al hijo póstumo de Guido, lo bautizaron con el segundo nombre de su padre, y lo inscribieron como el retoño de Elvecia y Pedro. Sofía Ralil lo dejó al cuidado de sus abuelos cuando tenía un año. Pasaría mucho tiempo antes de saber la verdad. “Ella dijo que Guido no iba a aparecer y me pidió que rehiciera mi vida”, explica Sofía. Al año siguiente, la búsqueda se volvió esporádica. Las pistas fueron cada vez menos creíbles. En enero de 1978, una de ellas llegó por debajo de la puerta: “Estamos vivos. Tito tiene visita, yo no”, decía un papel escrito a mano supuestamente por Guido. El anónimo trajo esperanza. La familia volvió a recorrer las cárceles, pero no estaban en ninguna parte. Así de malos. Elvecia presentó la primera querella a comienzos de 1979. Allí declararon los seis policías involucrados en la detención. Cinco de ellos dijeron no conocer a los hermanos, pero el cabo Pedro Soto confesó. Aseguró que el operativo iba al mando del teniente José Godoy: “una vez detenidos, los hermanos Barría los entregamos a una patrulla militar… me consta que fueron trasladados al Estadio Español y nada se sabe del destino de estas personas”, dijo el 23 de mayo de 1979. Un año después, en un careo con Godoy, no ratificó aquella versión: “creo que en ese rato tuve un mal momento y seguramente confundí los hechos”, se excusó.

Luego de algunos meses, la investigación quedó a cargo del IV Juzgado Militar. Allá pasaron por alto la contradicción. La desaparición fue calificada como una presunta desgracia. El 18 de marzo de 1981, el fiscal militar Roberto Follert cerró la causa sin culpables. Argumentó que los antecedentes para procesar a los policías eran insuficientes. Si los hubiera, agregó, “la Ley de Amnistía considera a los victimarios como inimputables”. Era la segunda vez que se les negaba la justicia. Elvecia le contó toda la verdad a Ricardo luego de la derrota: le dijo que era su abuela y que su padre había desaparecido en la dictadura. Fue como si naciera de nuevo. En los años siguientes se dedicó a reconstruir la historia de Guido, a llenar los silencios con anécdotas y recuerdos. Soñaba con encontrarlo. “Lloré mucho. No quería aceptarlo. Mi único deseo era que regresara con vida”, recuerda hoy. ***

Hay un punto de inflexión en la búsqueda de Guido y Héctor. En febrero de 1991, cuando fue publicado el Informe Rettig, un compilado de todos los casos de detenidos desaparecidos de la dictadura, la familia confirmó sus sospechas: ambos habían fallecido después de su captura. El documento no lo decía explícitamente, pero detallaba el momento de la detención y la desaparición. “Es convicción de la Comisión que la desaparición de los hermanos Barría es de responsabilidad de agentes del Estado que incurrieron en violación a los derechos humanos”, decía el informe. Elvecia por primera vez se acercaba a la verdad. “Después de eso comenzamos a buscarlos como si estuvieran muertos, pensando sólo en encontrar osamentas”, explica Ricardo. Durante los 90 no hubo restos. Tampoco justicia. Con Pinochet como Comandante en Jefe del Ejército hasta 1998, las investigaciones sobre violaciones a los derechos humanos avanzaron con lentitud. La situación cambió ese mismo año, cuando al juez Juan Guzmán le asignaron investigar una decena de querellas en su contra. Todas enmarcadas en el caso “Caravana de la Muerte”, el origen del “secuestro permanente”, una figura penal que burló la Ley de Amnistía. Sin cuerpos, asumía Guzmán, era imposible prescribir las causas, porque el delito se seguía cometiendo. Al año siguiente, Inés Barría tomó la representación de la familia. Se querelló por segunda vez, pero en los planes del juez no estaban sus hermanos. Ella comenzó a telefonearlo todos los días con nuevas pistas, hasta que el asunto se volvió importante. Una llamó su atención. A fines de 1973, un testigo vio a una persona inhumar unos cuerpos en el cementerio indígena de La Capilla, en Río Negro. La tumba estaba señalizada con una cruz de madera sin nombre. El 3 de enero de 2001, Guzmán ordenó la exhumación. Fue la primera vez que la familia vio un cráneo. Ricardo tenía 27 años. Los peritos removieron la fosa y de entre la tierra aparecieron tres cuerpos. Ninguno correspondía. Fue otro duro golpe para la búsqueda. La causa no tuvo movimientos hasta enero del año siguiente, cuando el juez solicitó una nueva exhumación en el mismo cementerio, pero tampoco encontraron nada. Entonces, decidió partir de cero, y ordenó que los policías volvieran a declarar. Al frente de la investigación quedó Sandro Gaete, detective que había resuelto varios casos de violaciones a los derechos humanos. Citó a los carabineros al cuartel de la PDI en Osorno, pero sólo llegaron cuatro de los seis involucrados. Todos habían jubilado como suboficiales. Pedro Soto fue el primero en hablar. Tal vez para aliviar su conciencia. En aquella época, ya era pastor de una iglesia evangélica: “sí, yo participé en las detenciones”, dijo el 17 de abril de 2002, apenas se sentó frente al detective. Soto, que en 1979 había dicho lo mismo y luego se había arrepentido, se había demorado casi 30 años en contar la verdad. De haber mantenido su versión en aquel momento, su testimonio bien podría haber cambiado el rumbo de la búsqueda. En todas las declaraciones anteriores un abogado de la Prefectura de Osorno lo había obligado a mentir. Por primera vez entregaba un relato cronológico de la captura. Después del aserradero –confesó- los llevaron al retén de Riachuelo, y luego a la comisaría de Río Negro, donde los interrogaron. Soto no recordó si existió tortura, pero sí lo hizo Luis Oyarzún, sargento segundo que conocía a los hermanos: “Guido me dijo que lo habían golpeado muy duramente, yo le aconsejé que dijera toda la verdad respecto de lo que le preguntaran, ante lo cual este me dijo que ya había contado todo lo que sabía”, le relató Oyarzún al detective. En el interrogatorio Guido habría dicho que las armas estaban ocultas en la Cordillera de Huellelhue. Al día siguiente, prepararon una excursión a cargo del mayor Hans Schemberger, comisario y gobernador de la provincia. Iban seis carabineros. Salieron de madrugada en dos vehículos y luego siguieron la ruta a caballo. Guido caminaba con las manos amarradas con alambre, a un costado de las bestias. Dieron vueltas por varias horas entre la selva, sin encontrar nada, hasta que Schemberger perdió el control. El joven les había mentido sólo para detener la paliza. Camino al cuartel, se desvió de la ruta hasta quedar frente al Río Negro. Allí, “el cabo primero Robert Taylorl dio un paso adelante, ofreciéndose como voluntario para darle muerte”, dijo Pedro Soto en su declaración.

 

Robert Taylorl lleva puesta una cotona azul marino, unos lentes ópticos, y una huincha de medir en la mano. Se sienta frente al mesón de su florería, ubicada en la parte delantera de su casa. El lugar parece abandonado: las ventanas fueron clausuradas con cartón y la vegetación alrededor cubrió gran parte de las paredes y el tejado. La propiedad ha sufrido la furia de sus coterráneos: “me han rayado las paredes con consignas alusivas al caso, me han mandado a pegar, me han tratado de matar”, enumera. Taylorl tiene 77 años. Ha perdido el vigor y el carácter duro de su juventud. El expolicía se quedó a vivir en Río Negro luego de renunciar a la institución. No habla de la desaparición de los hermanos Barría Bassay: “la verdad está en el expediente”, dice cortante. En aquellas páginas está su declaración. El 18 de abril de 2002 le contó su versión a Sandro Gaete. “Nos dirigimos hasta el fundo La Campana. En ese lugar nos internamos por un camino particular y cuando llegamos a la ribera del Río Negro, el mayor ordenó detener la marcha, y bajar al detenido del vehículo”. Guido quedó parado frente a un pequeño barranco. Estaba amarrado de pies y manos, y tenía los ojos vendados. Fue entonces que Schemberger lo sentenció: “¿Quién de ustedes quiere matarlo?”, preguntó. Taylorl dio un paso al frente y lo empujó al agua. La corriente del río, aumentada por los deshielos de la primavera, lo engulló a los pocos segundos. “Guido gritaba cuando el caudal se lo llevaba”, agregó. Sobre Héctor no sabía nada. El juez sometió a proceso a todos los involucrados por el delito de secuestro calificado, y a Raúl Guzmán, el civil que facilitó la camioneta para trasladarlos, por su complicidad. En mayo de 2003, todos quedaron detenidos. Schemberger y José Godoy, que años más tarde ascendería a general, se culpaban mutuamente. “El 16 de octubre de 1973, al mando directo del capitán Hans Schemberger Valdivia, concurren aproximadamente 20 carabineros, incluido el infrascrito, para detener policialmente a los hermanos Barría”, le escribió Godoy al juez cuando llevaba 41 días detenido. Un par de semanas después de aquella carta, los policías salieron en libertad bajo fianza. El dinero no evitó que el 3 de mayo de 2004, todos fueran condenados a diez años de cárcel. Raúl Guzmán, que había sido defendido por su hijo, actual jefe de la Fiscalía Metropolitana Sur de Santiago, fue el único que zafó. La Corte de Apelaciones confirmó la sentencia, pero la Suprema, en un hecho inédito, los absolvió. El 27 de diciembre de 2007, tres de los cinco jueces votaron a favor de la prescripción de la causa. Fue la tercera vez que los magistrados beneficiaban a los asesinos. Elvecia Bassay, la madre de los hermanos, había muerto un año antes. “Se fue con la sensación de que la justicia estaba cerca, pero no”, explica su hija Inés. Robert Taylorl recuerda ese período como una época difícil: “No fue tan fácil la cosa. Estuve firmando todos los jueves, como dos años. Ni derecho a voto tenía”, explica. Culpa a sus jefes por la desaparición de Guido. “Mi conciencia no está tan afectada. Usted sabe que uno cumple órdenes de superiores. Si no la cumplía capaz que lo mataran a uno mismo”, se excusa. En los últimos meses ha seguido los detalles del hallazgo de Ricardo Barría, con quien muchas veces se ha cruzado en el bus. Cuando va a hacer trámites a Osorno, ninguno de los dos se mira. Está seguro que aunque remuevan toda la tierra del exfundo de los Pasenau, no encontrarán nada. “Ellos no solamente han buscado ahí, en los cementerios indígenas también han sacado osamentas, y eso es profanar tumbas. Yo lo que declaré lo hice ante un tribunal competente y es la verdad”. Los Barría Bassay no creen en su versión. ***

Ricardo Barría convocó a toda su familia para la entrega de los peritajes del cráneo. Nuevamente los reunía la posibilidad de encontrar a Guido y Héctor. Una rutina repetida varias veces en 43 años de búsqueda, pero no menos solemne. Se juntaron en la mañana en un café de Río Negro. Luego caminaron a la Fiscalía, donde Leyla Chahin, la investigadora del caso, les leyó las conclusiones. Las fechas tenían un margen de error de 30 años: “es posible asociar una data de 120 años antes del presente para el individuo número 1 y de 170 para el número 2. De esta manera, el individuo número 1 se encontraba vivo en algún período entre los años 1800 y 1860 D.C., mientras el 2 lo estaba entre 1750 y 1810”. Un silencio incómodo acompañó la lectura. Ricardo se tomó las conclusiones con desazón. El estudio era inapelable. El Servicio Médico Legal (SML) había enviado dos restos de osamentas al laboratorio Beta Analytic, de Miami. Después de una prueba de Carbono 14, los peritos habían descartado que fuera su padre. Aunque le habían advertido de las bajas probabilidades, Ricardo igual se había ilusionado. Aquellos huesos, causantes de tanta felicidad en él, correspondían a muertos de otra guerra. Un adulto y un niño fallecidos presumiblemente por una epidemia, enmarcados “en una temporalidad de connotación histórica”, sin ninguna relevancia jurídica actual. Humanos que vivieron entre fines de la Independencia y el período republicano liberal. Una mala noticia que los expertos del SML se han acostumbrado a entregar. Las osamentas que encontró Ricardo están guardadas en cajas de cartón. Se mantienen en una enorme sala con estanterías “Full Space” repletas de huesos. Comparte espacio con más de 800 contenedores, cada uno llamado técnicamente como “protocolo”. Cientos de restos humanos aguardando una identidad. Marisol Intriago, jefa de la Unidad de Identificación del SML, lleva más de diez años estudiando huesos de desaparecidos. En las últimas dos décadas, el equipo que lidera ha identificado a 290 víctimas, de un universo de 1.465. Entre ellos, los muertos del Patio 29 del Cementerio General de Santiago, los del caso Caravana de la Muerte, y los 22 campesinos asesinados en Paine, cuyos restos aparecieron el 2007 en una fosa ubicada camino a Rapel, en la VI Región. La última exhumación que arrojó buenas noticias. Desde hace una década, ninguna de las aproximadamente 20 búsquedas anuales que realizan ha permitido encontrar más cuerpos. “Es muy frustrante que los resultados sean negativos”, se lamenta Marisol. Hasta ahora, el proceso sólo ha servido para echar abajo líneas investigativas. “Aunque para la familia lo sea, el éxito no necesariamente es el hallazgo. Excluir los lugares donde hay sospechas sirve para descartar un territorio”, explica ella. La discusión sobre quién busca a los desaparecidos de la dictadura es un tema pendiente. No depende del SML, ni de la Brigada de Derechos Humanos de la PDI. Sólo los jueces pueden solicitar pericias y exhumaciones. Recién ahora esto se ha vuelto una preocupación ejecutiva. La creación de la Subsecretaría de Derechos Humanos, que comenzó a funcionar en febrero pasado, tiene un mandato para implementar un programa nacional de búsqueda. La iniciativa llega 43 años después de la desaparición de las primeras víctimas. En la mayoría de los casos, han sido los mismos familiares quienes han comandado verdaderas expediciones por la Cordillera de Los Andes, la Costa y el Desierto de Atacama, como ocurrió con los asesinados de Calama, cuyas osamentas fueron halladas en 1995, tras un largo barrido por el desierto. Ricardo mira esos casos con admiración. La única forma de mantenerse conectado con Guido –cree- es a través de la búsqueda. Sigue convencido que su padre está en ese fundo. Se lo dijo a la fiscal después de la lectura del documento, cuando ella le advirtió que controlara sus impulsos y no siguiera escarbando sin una orden del tribunal. De todo el informe, la frase que más recuerda es donde el SML recomienda realizar más estudios en la zona. “Tengo la esperanza de haberme equivocado. Debí cavar al otro lado de los árboles, no al lado de acá. He seguido juntando información. Ahora me dijeron que la clave estaba en un cerezo”.

A cinco metros del cerezo, una retroexcavadora baja la pala con precisión quirúrgica. Luego, un perito del Servicio Médico Legal mide la profundidad. Otros dos observan el interior del agujero y toman notas al borde del suelo. La tierra es marrón, húmeda, y blanda. Desde el fondo sólo aparecen raíces. “Ayer hicieron dos hoyos, pero los taparon, porque no encontraron nada”, explica Ricardo, sentado sobre un piso plástico. Es la tercera jornada de exhumación. Cae una intermitente lluvia otoñal. En pocos días más se cumple un año desde que él desenterró el cráneo en el mismo fundo donde está ahora. Cuando iba entrando por primera vez por la puerta principal, fue inevitable pensar en su padre: “me empecé a acordar de cómo habíamos llegado hasta acá, del sueño que tuvo la señora Patricia Torres, cuando mi papá se le apareció para que lo ayudara”, recuerda. La orden de remover el terreno la dio el juez Álvaro Meza Latorre, de la Corte de Apelaciones de Temuco, que ve todos los casos de derechos humanos del sur de Chile. Es la cuarta vez que pasan por un proceso similar. Alrededor hay 22 personas trabajando, entre peritos del SML, paleros encargados de hacer los agujeros, y funcionarios de la PDI que sólo caminan por el lugar.

Ricardo pidió una semana libre en su trabajo para ayudar. A metros de donde escarban los peritos, montó un toldo, una mesa, y un fogón en el que calienta la comida. Su tía Inés, que nunca ha dejado de buscar a sus hermanos, también está allí. Los almuerzos sirven para comentar los avances y darse ánimo. Durante las tardes toman café y comen dulces. Aunque hasta ahora han encontrado cuatro cuerpos, ninguno de ellos corresponde a simple vista a la época de la dictadura. Lo mismo ocurrirá con los otros 11 cadáveres que con los días irán apareciendo.

Luego de una semana de búsqueda, los peritos dan con un número total: 15 fallecidos, todos con las mismas características de aquel primer cráneo que halló Ricardo. Hay niños, adultos y mujeres. De ellos, sólo tres muestras se enviaron a Santiago para estudiar su datación. Aunque hay pocas esperanzas, los peritajes servirán para confirmar o descartar si los muertos son víctimas de una epidemia ocurrida en el 1800. “Para qué vamos a mentir, me había hecho un poco de esperanzas, pero menos que la primera vez.

Llegó tanta gente que pensé que esta vez sí los íbamos a encontrar, pero no”, se lamenta Barría. Ricardo rescata el vínculo que formó con los funcionarios. El día en que terminó la exhumación, el equipo de forenses quiso retribuirle a la familia su preocupación con un asado de cordero. Allí sellaron también un compromiso con el caso. En dos semanas volverán a remover el terreno que les faltó. Ricardo quiere que una médium los acompañe para ese momento.

No ha perdido la fe: “sigo creyendo que están en el fundo, ahora estoy más seguro que nunca. Sólo falta el lugar exacto”. La búsqueda continúa. 

*Crónica realizada para el taller de escritura del programa 5 Sentidos, de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano.


Desenterrando a Guido: la interminable búsqueda de los hermanos Barría Basay

Fuente :theclinic.cl 26/06/2017

Categoría : Prensa

El 16 de octubre de 1973, Guido Barría Bassay despareció junto a su hermano Héctor. La policía de Riachuelo los capturó en un aserradero del sur de Chile. Los buscaban desde el golpe de Estado, acusados de liderar una guerrilla de 500 hombres en la cordillera de Huellelhue. Nada de eso era verdad. Los jóvenes estaban solos y asustados. El 2007, los carabineros involucrados fueron absueltos por prescripción. Los Barría Bassay no volvieron a saber de sus familiares hasta fines de abril de 2016, cuando Ricardo Barría, hijo de Guido, siguió una pista y encontró un cráneo: 43 años de búsqueda que parecían llegar a su fin.Ricardo Barría Ralil parecía estar cavando una tumba. Era el mediodía del sábado 29 de abril de 2016 y estaba enterrado hasta las rodillas. Clavaba la pala con apuro en la tierra blanda. El sudor le corría como cuando juega fútbol en el equipo de Riachuelo, el pueblo donde vive. En aquel lugar, a 970 kilómetros de Santiago, buscaba a su padre Guido Barría Bassay y a su tío Héctor, detenidos y desaparecidos por una patrulla policial el 16 de octubre de 1973. Su esfuerzo para mover los 93 kilos que pesa su cuerpo y un cóctel de sensaciones súbitas, le quitaban el aliento: los nervios, la adrenalina, y la ansiedad de quien ha buscado algo toda una vida y cree estar a punto de encontrarlo. Ricardo se arrodilló, puso sus manos como un harnero, y movió los sedimentos, hasta que en sus palmas quedaron algunas osamentas indescifrables de un esqueleto humano y un trozo de cráneo. Entonces besó los restos. “Son ellos, son ellos”, gritó desesperado.

El día en que Salvador Allende ganó la elección presidencial, Guido Barría no despegó la oreja de la radio. Fue el 4 de septiembre de 1970, cuando decenas de militantes socialistas se reunieron donde su abuelo Luis Bassay Cuevas para escuchar los resultados. Todos cargaban banderas rojas. El lugar servía también como sede del partido. La misma donde Allende había descansado una tarde en 1958, cuando el “Tren de la victoria” –un ferrocarril en el que recorrió Chile haciendo campaña de norte a sur- lo había llevado hasta allá.

Todos los Bassay militaban en la izquierda. El abuelo Luis era el origen de aquella semilla. Había llegado al pueblo a comienzos de 1900, luego que lo relegaran en barco desde las pampas salitreras, acusado de agitar a los trabajadores. Se había instalado a un costado del camino que une Riachuelo con Río Negro, municipios que en conjunto sumaban menos de diez mil habitantes. Allí crió a los 7 hijos que tuvo con Juana Alvear. Elvecia fue una de ellos, quien con 14 años se emparejó con Pedro Barría, un joven obrero proveniente de una familia de derecha. Del matrimonio nacieron 8 hijos, entre ellos Guido y Héctor, a quien apodaban Tito.Para Luis, sus nietos encarnaban mejor que nadie los principios del socialismo. Guido tenía 16 años y Héctor 24, y desde pequeños militaban en la juventud del partido. Meses antes de la elección, ambos habían recorrido los fundos del pueblo junto a otros amigos, explicándoles a los campesinos el programa de Allende. Inés Barría, su hermana de 9, también estaba ese día del triunfo. Por primera vez ganaban algo que no fuera fútbol. “Después de escuchar los cómputos marchamos desde la casa de mi abuelo y la gente se unió en el camino. Todos gritábamos de felicidad. Llegamos al retén de carabineros y cantamos el himno nacional”, recuerda ella.

Los alemanes no festejaron aquella noche. Habían llegado a Riachuelo a partir de 1845, luego de la promulgación de la “Ley de inmigración selectiva”, norma que facilitó la colonización del sur de Chile con más de seis mil familias provenientes de la Confederación Germánica. Luego de un siglo de asentamiento, sus descendientes administraban vastos territorios agrícolas. Se sentían amenazados por la reforma agraria que Allende había prometido reimpulsar.

Durante el gobierno de la Unidad Popular, Guido abandonó el colegio. Buscó empleo en el correo, donde trasladaba la correspondencia entre Riachuelo y Río Negro. Fueron años de un intenso trabajo político. Con su hermano Héctor participaron de las tomas de terrenos y organizaron a los obreros en cooperativas agrícolas. “Se visitaba mucho a la gente en el campo. Buscábamos que los patrones no les compraran la conciencia”, recuerda Nardo Ulloa, amigo de ambos hermanos.

Los Barría Bassay se convirtieron en personajes incómodos para los colonos y la policía. Les agarraron mala, en especial a Guido, quien una noche se encontró con el cabo Pedro Soto curado en el camino, y lo paseó por el pueblo arriba de una carretilla. Por aquella época, Guido se había enamorado de Sofía Ralil, una joven de 16 años, secretaria de la juventud del partido. Con ella tuvo a su primera hija en 1972, y al poco tiempo esperaban al segundo.

Era una época complicada. El pueblo estaba dividido y en las calles se enfrentaban opositores y partidarios de Allende. A los Barría Bassay los acosaba constantemente la policía. A comienzos de septiembre de 1973, cuando el golpe estaba en marcha al interior de las Fuerzas Armadas, a Guido le mandaron un recado a través de un tío. Venía de parte del teniente José Godoy, el jefe del retén del pueblo: “Dígale a su sobrino que tenemos una bala reservada para él”, le habría advertido.

Guido se asustó con la amenaza. Habló con su familia, con Sofía, y se fondeó. Héctor, quien dirigía el Sindicato Único de Trabajadores de la Educación, lo acompañó en la huida. Se internaron en la Cordillera de la Costa, una selva de tupidos bosques de alerces, canelos, mañíos, ulmos, coigües, raulíes, maitenes, radales, manzanos, ciruelos, y cerezos, y se perdieron en la espesura.

A los pocos días, los militares se tomaron el poder. Todos los policías andaban tras ellos. Fue la última vez que Elvecia Bassay, su madre, los vería con vida.

Inés Barría Bassay recibió el llamado de Ricardo alrededor de las dos de la tarde, mientras almorzaba en Osorno. Su sobrino respiraba agitado: “encontré un cráneo”, le lanzó sin rodeos.

Por primera vez, Ricardo se involucraba en una búsqueda. Hacía un mes, de la nada le había llegado una pista. Mientras manejaba el bus que une Riachuelo con Osorno, la pasajera Patricia Torres Naguián, mapuche de 47 años, se le acercó para decirle que su padre podría estar enterrado en el exfundo de Germán Pasenau Siebert, un inmigrante alemán fallecido el 2012. Patricia había llegado a esa conclusión luego de una epifanía. La historia se remontaba a 1995, cuando trabajaba como empleada doméstica en la casa patronal de Pasenau. En su primer día allá, soñó con dos jóvenes parados debajo del agua pidiéndole ayuda. Con el tiempo, la escena y los rostros se habían vuelto repetitivos e inentendibles, hasta que en marzo del año pasado, camino a tomar el bus en Río Negro, se encontró con la cara de Guido y Héctor pintadas en un mural. Eran los jóvenes de su sueño. Los hermanos Barría Bassay –creyó- debían estar enterrados en alguna parte del fundo.

En 43 años, la desaparición de Guido y Héctor había acumulado una indescifrable cantidad de mentiras y pistas falsas. A Ricardo, esta vez, la historia le pareció creíble. Tiritaba frente al volante luego de escucharla. Pensó en su abuelo Pedro Barría, que se había muerto tres semanas antes, sin saber qué había pasado con sus hijos. Recordó una frase que su esposa le había dicho el día del funeral y que sonaba a vaticinio: “ahora van a tener noticias de ellos”, le habría comentado mientras regresaban del cementerio.

En los días posteriores, Ricardo pidió licencia médica y conversó con algunos extrabajadores del campo. Uno le contó de la existencia de un predio al cual Pasenau les tenía prohibido entrar. Quedaba en la parte norte del fundo, colindante con el Río Blanco, cauce que Ricardo atravesó con el agua hasta la cintura, para no entrar por el camino principal. Allí fue donde cavó.

Aquella tarde, Inés esperó a su sobrino en la entrada del cuartel de la Policía de Investigaciones (PDI) de Osorno. Si Ricardo tenía razón, las osamentas que traía adentro de una bolsa Ziploc podrían ser por fin las de sus hermanos. Esa misma noche, la fiscal jefe de la comuna, Leyla Chahin, cercó el lugar de la excavación. Dos días después, toda la familia llegó al fundo. Por tercera vez presenciaban una exhumación. Encontraron restos de un adulto y un niño. Sobre la copa de unos hualles, tres pitios miraban la escena. Los pájaros, según la mitología sureña, anuncian el regreso de alguien que se ha pasado mucho tiempo afuera. Ricardo pensó en su padre.Sofía Ralil subía todos los días la montaña. Dejaba a su hija pequeña al cuidado de su mamá, y caminaba una hora por el cerro con su enorme guata de embarazada y la vianda. Guido y Héctor pernoctaban entre las ramas del monte, tapados bajo una húmeda capa de helechos muertos. Sofía les llevaba el almuerzo y las noticias. Siempre malas: “El abuelo Pedro está detenido en Los Lagos y el tío Juan en Osorno”, les dijo la primera vez que los vio. Su amigo Nardo Ulloa había corrido la misma suerte. “Las preguntas siempre eran las mismas: ¿Dónde están las armas? ¿Dónde están los chicos Barría?”, recuerda Ulloa que les consultaban en los interrogatorios.

Los militares en la zona doblaban a la población del pueblo, pero quienes más buscaban a los Barría Bassay eran los carabineros del retén de Riachuelo. Sus mismos vecinos. Los conocían bien. Habían visto cómo ayudaban a tomarse los terrenos de los alemanes y el cabo Pedro Soto no olvidaba su humillación arriba de la carretilla. Los habitantes se dividieron entre quienes despistaban a la policía y los que facilitaban su búsqueda. En este último bando estaban algunos simpatizantes del Partido Nacional, los colonos, y un grupo de exmilitares llamado ‘Las cien Águilas’. Una tropa de veteranos que a partir del 11 de septiembre de 1973 volvieron a vestir uniforme para detener militantes de izquierda.

El silencio del monte los mantenía en constante reflexión, interrumpida solo por los aviones militares. Cuando escuchaban los motores, corrían a ocultarse entre la hierba. Los días avanzaban con lentitud y tranquilidad. A veces monótonos. Amanecían de madrugada con la entrada del rocío, luego se juntaban con Sofía, y a las ocho de la tarde todo volvía a la oscuridad. Estaban desarmados y llevaban puesta la misma ropa del primer día.

La policía había echado a correr un rumor. Decían que los Barría Bassay dirigían una guerrilla de 500 hombres en la Cordillera de Huellelhue, una espesa selva costera con salida al mar. Se hablaba de la presencia de cubanos y rusos. Héctor se puso nervioso cuando Sofía le contó. Guido sólo lloraba. “Éramos menores de edad. Él tenía 19 años y estaba muy apenado. Me decía que me fuera a Uruguay, pero yo no quería”, recuerda ella.

Esa fue su última conversación. Sofía nunca más lo vio. Al día siguiente, cuando llegó con la comida, los hermanos habían caminado al aserradero donde trabajaba su papá, más adentro en el monte. Pedro Barría consiguió ayuda de sus colegas. Estuvieron tres semanas moviéndose al interior de un enorme fundo, mezclándose con obreros forestales, hasta que su propia familia los traicionó. A mediados de octubre, un hermano de Pedro, que simpatizaba con los nacionales, delató su ubicación.

El 16 de ese mes, la patrulla encabezada por el teniente José Godoy, el capitán José Catalán, y los cabos Pedro Soto, Quintiliano Rogel, y Robert Taylorl, que se llamaba parecido al actor estadounidense, llegaron al aserradero. El mayor Hans Schemberger, comisario y gobernador de la provincia, había ordenado la detención. Se movilizaban a bordo de la camioneta de Raúl Guzmán del Río, un agricultor que había facilitado su vehículo para trasladarlos hasta allá. Todos portaban fusiles.

Ricardo Barría posaba para una fotografía. Estaba sentado en el sofá de su casa y sostenía una pancarta con una imagen de su padre tomada en abril de 1973, cinco meses antes de su desaparición. Ampliado a todo lo largo y ancho, aparecía Guido equipado de futbolista, durante un partido del Atlético Riachuelo, club fundado en su casa en 1963. Medía 1.62 metros, pesaba 65 kilos, tenía el pelo castaño, y la cara angulosa. Se veía borroso, como suelen salir las fotocopias de las fotocopias. Sobre él, una pregunta: “¿Dónde están?”.

La noticia del hallazgo del cráneo fue lo más importante que ocurrió en el pueblo durante esa semana. La foto salió en la portada del diario local: “Sólo quiero hallar los restos de mi padre para sepultarlo y tener donde depositarle flores en su memoria”, dijo Ricardo en esa entrevista. Hasta ese momento, había establecido una extraña relación con una cruz de tres metros de alto, ubicada en un cerro a la salida del pueblo. Subía casi todos los meses a hablarle como si fuera Guido. A veces llevaba su guitarra y cantaba. Había depositado su fe en aquellos maderos, pero ahora las osamentas ocupaban su cabeza. Si los peritajes de Carbono 14 confirmaban que la data de los restos correspondía al período, el primer paso antes de la identificación, tal vez nunca más iría hasta allá.Durante la espera, algunos extrabajadores del fundo se acercaron para entregarle más información. “Sigan por ahí, les va a ir bien”, le dijo uno. Riachuelo comenzaba a recuperar la memoria. Hasta entonces, los viejos del pueblo, contemporáneos a la Unidad Popular y la dictadura, habían mostrado poca empatía para recordarlos. No ocurría lo mismo con algunos jóvenes. En marzo de 2015, un grupo de escolares de Río Negro, integrantes del Colectivo Brotes, los dibujaron en una garita de bus. La pintura era la misma que Patricia Torres había visto antes de contarle el sueño a Ricardo: Guido vestía una camiseta de fútbol y Héctor un sobretodo café. “Hermanos Barría Bassay asesinados en dictadura”, decía la lectura. Aquella tarde en que pintaban, la policía llegó a encararlos: “¿Por qué quieren remover el pasado?”, preguntaron los carabineros con indignación.

Para la celebración del Día de la Madre de ese año, Ricardo les pidió hacer un mural en Riachuelo. Dibujaron una loica, un árbol, sus rostros, una casa, una cárcel y escribieron un verso de Pablo Neruda: “Aunque los pasos toquen mil años este sitio, no borrarán la sangre de los que aquí cayeron”. Ricardo repartió llaveros a todos quienes pasaron delante de la imagen. Fue el primer homenaje de Riachuelo a los desaparecidos. Su historia de persecución política no estaba relatada ni siquiera en el único libro escrito sobre el pueblo. Herta Vásquez, la autora, cree que “hay cosas sobre las que no se puede hablar”. Tampoco incluyó allí el saqueo de los españoles a los mapuches en el 1600, ni el brutal trato de los colonos alemanes a sus obreros durante el siglo 19.

Tal como solía hacer con todo lo malo, Riachuelo había olvidado a los Barría Bassay. El hallazgo del cráneo los trajo de vuelta.

Guido Barría estaba semidesnudo en la tierra. Tenía las manos atadas con alambre, mientras el cabo Pedro Soto le pegaba con la culata de su fusil y lo garabateaba: “comunista de mierda”, le gritaba. Pedro Barría miraba la escena sentado arriba de un tractor, impotente. Iba con su hijo cuando los detuvieron a balazos. El teniente Godoy observaba la paliza. “Este es el famoso Guido”, le dijo Soto a su jefe, quien mientras se acercaba pare verle la cara, mató de un tiro a un perro que intentó morderlo. A los pocos minutos, otros policías trajeron a Héctor. También lo desnudaron. Varios trabajadores vieron los golpes, luego como los subieron al pick-up de la camioneta de Raúl Guzmán y desaparecieron. El operativo duró menos de una hora.

Elvecia se enteró de la detención esa misma tarde. Una vecina que vivía frente al retén le avisó apenas los vio descender del vehículo: “Iban amarrados, desnudos y machucados”, le dijo. La madre corrió hasta la oficina de la policía, pero un carabinero la paró en la entrada. Era Raúl Pailalef, su vecino, que le apuntó con su carabina al pecho y después disparó al suelo: “Váyase señora, ellos no están acá”, le mintió.Durante aquella semana de octubre, Elvecia recorrió todos los centros de detención desde Valdivia al sur. Le dijeron que estaban en la cárcel pública de Osorno, pero no habían pasado por allí. Los gendarmes le explicaron que en el IV Juzgado Militar existía una causa pendiente por porte ilegal de armas. Como no se habían presentado estaban declarados en rebeldía. Ninguna de las dos cosas era cierta.

Esa fue la primera denegación de justicia. La búsqueda movilizó a toda la familia. Hacían turnos para salir a los fundos, se repartían los cerros, y peinaron las riberas de los ríos del pueblo. En uno de ellos encontraron un cadáver flotando, pero no correspondía. Los cuerpos atravesaban los cauces y llegaban a la playa sin ser reclamados. “Tuvimos que dejarlo en la corriente, por miedo”, agrega Inés, de 12 años en ese tiempo.

Los Barría Bassay comenzaron a impacientarse. La persecución en su contra parecía una venganza. Para fines de diciembre de 1973, la familia tenía dos parientes detenidos y dos desaparecidos. El nacimiento de Ricardo trajo algo de consuelo. Al hijo póstumo de Guido, lo bautizaron con el segundo nombre de su padre, y lo inscribieron como el retoño de Elvecia y Pedro. Sofía Ralil lo dejó al cuidado de sus abuelos cuando tenía un año. Pasaría mucho tiempo antes de saber la verdad. “Ella dijo que Guido no iba a aparecer y me pidió que rehiciera mi vida”, explica Sofía.Al año siguiente, la búsqueda se volvió esporádica. Las pistas fueron cada vez menos creíbles. En enero de 1978, una de ellas llegó por debajo de la puerta: “Estamos vivos. Tito tiene visita, yo no”, decía un papel escrito a mano supuestamente por Guido. El anónimo trajo esperanza. La familia volvió a recorrer las cárceles, pero no estaban en ninguna parte. Así de malos.Elvecia presentó la primera querella a comienzos de 1979. Allí declararon los seis policías involucrados en la detención. Cinco de ellos dijeron no conocer a los hermanos, pero el cabo Pedro Soto confesó. Aseguró que el operativo iba al mando del teniente José Godoy: “una vez detenidos, los hermanos Barría los entregamos a una patrulla militar… me consta que fueron trasladados al Estadio Español y nada se sabe del destino de estas personas”, dijo el 23 de mayo de 1979. Un año después, en un careo con Godoy, no ratificó aquella versión: “creo que en ese rato tuve un mal momento y seguramente confundí los hechos”, se excusó.

Luego de algunos meses, la investigación quedó a cargo del IV Juzgado Militar. Allá pasaron por alto la contradicción. La desaparición fue calificada como una presunta desgracia. El 18 de marzo de 1981, el fiscal militar Roberto Follert cerró la causa sin culpables. Argumentó que los antecedentes para procesar a los policías eran insuficientes. Si los hubiera, agregó, “la Ley de Amnistía considera a los victimarios como inimputables”. Era la segunda vez que se les negaba la justicia.

Elvecia le contó toda la verdad a Ricardo luego de la derrota: le dijo que era su abuela y que su padre había desaparecido en la dictadura. Fue como si naciera de nuevo. En los años siguientes se dedicó a reconstruir la historia de Guido, a llenar los silencios con anécdotas y recuerdos. Soñaba con encontrarlo. “Lloré mucho. No quería aceptarlo. Mi único deseo era que regresara con vida”, recuerda hoy.

Hay un punto de inflexión en la búsqueda de Guido y Héctor. En febrero de 1991, cuando fue publicado el Informe Rettig, un compilado de todos los casos de detenidos desaparecidos de la dictadura, la familia confirmó sus sospechas: ambos habían fallecido después de su captura. El documento no lo decía explícitamente, pero detallaba el momento de la detención y la desaparición. “Es convicción de la Comisión que la desaparición de los hermanos Barría es de responsabilidad de agentes del Estado que incurrieron en violación a los derechos humanos”, decía el informe.

Elvecia por primera vez se acercaba a la verdad. “Después de eso comenzamos a buscarlos como si estuvieran muertos, pensando sólo en encontrar osamentas”, explica Ricardo. Durante los 90 no hubo restos. Tampoco justicia. Con Pinochet como Comandante en Jefe del Ejército hasta 1998, las investigaciones sobre violaciones a los derechos humanos avanzaron con lentitud. La situación cambió ese mismo año, cuando al juez Juan Guzmán le asignaron investigar una decena de querellas en su contra. Todas enmarcadas en el caso “Caravana de la Muerte”, el origen del “secuestro permanente”, una figura penal que burló la Ley de Amnistía. Sin cuerpos, asumía Guzmán, era imposible prescribir las causas, porque el delito se seguía cometiendo.

Al año siguiente, Inés Barría tomó la representación de la familia. Se querelló por segunda vez, pero en los planes del juez no estaban sus hermanos. Ella comenzó a telefonearlo todos los días con nuevas pistas, hasta que el asunto se volvió importante. Una llamó su atención. A fines de 1973, un testigo vio a una persona inhumar unos cuerpos en el cementerio indígena de La Capilla, en Río Negro. La tumba estaba señalizada con una cruz de madera sin nombre. El 3 de enero de 2001, Guzmán ordenó la exhumación.

Fue la primera vez que la familia vio un cráneo. Ricardo tenía 27 años. Los peritos removieron la fosa y de entre la tierra aparecieron tres cuerpos. Ninguno correspondía. Fue otro duro golpe para la búsqueda. La causa no tuvo movimientos hasta enero del año siguiente, cuando el juez solicitó una nueva exhumación en el mismo cementerio, pero tampoco encontraron nada. Entonces, decidió partir de cero, y ordenó que los policías volvieran a declarar.

Al frente de la investigación quedó Sandro Gaete, detective que había resuelto varios casos de violaciones a los derechos humanos. Citó a los carabineros al cuartel de la PDI en Osorno, pero sólo llegaron cuatro de los seis involucrados. Todos habían jubilado como suboficiales. Pedro Soto fue el primero en hablar. Tal vez para aliviar su conciencia. En aquella época, ya era pastor de una iglesia evangélica: “sí, yo participé en las detenciones”, dijo el 17 de abril de 2002, apenas se sentó frente al detective.Soto, que en 1979 había dicho lo mismo y luego se había arrepentido, se había demorado casi 30 años en contar la verdad. De haber mantenido su versión en aquel momento, su testimonio bien podría haber cambiado el rumbo de la búsqueda. En todas las declaraciones anteriores un abogado de la Prefectura de Osorno lo había obligado a mentir. Por primera vez entregaba un relato cronológico de la captura. Después del aserradero –confesó- los llevaron al retén de Riachuelo, y luego a la comisaría de Río Negro, donde los interrogaron. Soto no recordó si existió tortura, pero sí lo hizo Luis Oyarzún, sargento segundo que conocía a los hermanos: “Guido me dijo que lo habían golpeado muy duramente, yo le aconsejé que dijera toda la verdad respecto de lo que le preguntaran, ante lo cual este me dijo que ya había contado todo lo que sabía”, le relató Oyarzún al detective.En el interrogatorio Guido habría dicho que las armas estaban ocultas en la Cordillera de Huellelhue. Al día siguiente, prepararon una excursión a cargo del mayor Hans Schemberger, comisario y gobernador de la provincia. Iban seis carabineros. Salieron de madrugada en dos vehículos y luego siguieron la ruta a caballo. Guido caminaba con las manos amarradas con alambre, a un costado de las bestias. Dieron vueltas por varias horas entre la selva, sin encontrar nada, hasta que Schemberger perdió el control. El joven les había mentido sólo para detener la paliza. Camino al cuartel, se desvió de la ruta hasta quedar frente al Río Negro. Allí, “el cabo primero Robert Taylorl dio un paso adelante, ofreciéndose como voluntario para darle muerte”, dijo Pedro Soto en su declaración.

Robert Taylorl lleva puesta una cotona azul marino, unos lentes ópticos, y una huincha de medir en la mano. Se sienta frente al mesón de su florería, ubicada en la parte delantera de su casa. El lugar parece abandonado: las ventanas fueron clausuradas con cartón y la vegetación alrededor cubrió gran parte de las paredes y el tejado. La propiedad ha sufrido la furia de sus coterráneos: “me han rayado las paredes con consignas alusivas al caso, me han mandado a pegar, me han tratado de matar”, enumera.

Taylorl tiene 77 años. Ha perdido el vigor y el carácter duro de su juventud. El expolicía se quedó a vivir en Río Negro luego de renunciar a la institución. No habla de la desaparición de los hermanos Barría Bassay: “la verdad está en el expediente”, dice cortante. En aquellas páginas está su declaración. El 18 de abril de 2002 le contó su versión a Sandro Gaete. “Nos dirigimos hasta el fundo La Campana. En ese lugar nos internamos por un camino particular y cuando llegamos a la ribera del Río Negro, el mayor ordenó detener la marcha, y bajar al detenido del vehículo”. Guido quedó parado frente a un pequeño barranco. Estaba amarrado de pies y manos, y tenía los ojos vendados. Fue entonces que Schemberger lo sentenció: “¿Quién de ustedes quiere matarlo?”, preguntó. Taylorl dio un paso al frente y lo empujó al agua. La corriente del río, aumentada por los deshielos de la primavera, lo engulló a los pocos segundos. “Guido gritaba cuando el caudal se lo llevaba”, agregó.Sobre Héctor no sabía nada. El juez sometió a proceso a todos los involucrados por el delito de secuestro calificado, y a Raúl Guzmán, el civil que facilitó la camioneta para trasladarlos, por su complicidad. En mayo de 2003, todos quedaron detenidos. Schemberger y José Godoy, que años más tarde ascendería a general, se culpaban mutuamente. “El 16 de octubre de 1973, al mando directo del capitán Hans Schemberger Valdivia, concurren aproximadamente 20 carabineros, incluido el infrascrito, para detener policialmente a los hermanos Barría”, le escribió Godoy al juez cuando llevaba 41 días detenido.

Un par de semanas después de aquella carta, los policías salieron en libertad bajo fianza. El dinero no evitó que el 3 de mayo de 2004, todos fueran condenados a diez años de cárcel. Raúl Guzmán, que había sido defendido por su hijo, actual jefe de la Fiscalía Metropolitana Sur de Santiago, fue el único que zafó. La Corte de Apelaciones confirmó la sentencia, pero la Suprema, en un hecho inédito, los absolvió. El 27 de diciembre de 2007, tres de los cinco jueces votaron a favor de la prescripción de la causa. Fue la tercera vez que los magistrados beneficiaban a los asesinos. Elvecia Bassay, la madre de los hermanos, había muerto un año antes. “Se fue con la sensación de que la justicia estaba cerca, pero no”, explica su hija Inés.

Robert Taylorl recuerda ese período como una época difícil: “No fue tan fácil la cosa. Estuve firmando todos los jueves, como dos años. Ni derecho a voto tenía”, explica. Culpa a sus jefes por la desaparición de Guido. “Mi conciencia no está tan afectada. Usted sabe que uno cumple órdenes de superiores. Si no la cumplía capaz que lo mataran a uno mismo”, se excusa.En los últimos meses ha seguido los detalles del hallazgo de Ricardo Barría, con quien muchas veces se ha cruzado en el bus. Cuando va a hacer trámites a Osorno, ninguno de los dos se mira. Está seguro que aunque remuevan toda la tierra del exfundo de los Pasenau, no encontrarán nada. “Ellos no solamente han buscado ahí, en los cementerios indígenas también han sacado osamentas, y eso es profanar tumbas. Yo lo que declaré lo hice ante un tribunal competente y es la verdad”.

Los Barría Bassay no creen en su versión.

Ricardo Barría convocó a toda su familia para la entrega de los peritajes del cráneo. Nuevamente los reunía la posibilidad de encontrar a Guido y Héctor. Una rutina repetida varias veces en 43 años de búsqueda, pero no menos solemne. Se juntaron en la mañana en un café de Río Negro. Luego caminaron a la Fiscalía, donde Leyla Chahin, la investigadora del caso, les leyó las conclusiones. Las fechas tenían un margen de error de 30 años: “es posible asociar una data de 120 años antes del presente para el individuo número 1 y de 170 para el número 2. De esta manera, el individuo número 1 se encontraba vivo en algún período entre los años 1800 y 1860 D.C., mientras el 2 lo estaba entre 1750 y 1810”.

Un silencio incómodo acompañó la lectura. Ricardo se tomó las conclusiones con desazón. El estudio era inapelable. El Servicio Médico Legal (SML) había enviado dos restos de osamentas al laboratorio Beta Analytic, de Miami. Después de una prueba de Carbono 14, los peritos habían descartado que fuera su padre. Aunque le habían advertido de las bajas probabilidades, Ricardo igual se había ilusionado.

Aquellos huesos, causantes de tanta felicidad en él, correspondían a muertos de otra guerra. Un adulto y un niño fallecidos presumiblemente por una epidemia, enmarcados “en una temporalidad de connotación histórica”, sin ninguna relevancia jurídica actual. Humanos que vivieron entre fines de la Independencia y el período republicano liberal. Una mala noticia que los expertos del SML se han acostumbrado a entregar.

Las osamentas que encontró Ricardo están guardadas en cajas de cartón. Se mantienen en una enorme sala con estanterías “Full Space” repletas de huesos. Comparte espacio con más de 800 contenedores, cada uno llamado técnicamente como “protocolo”. Cientos de restos humanos aguardando una identidad. Marisol Intriago, jefa de la Unidad de Identificación del SML, lleva más de diez años estudiando huesos de desaparecidos. En las últimas dos décadas, el equipo que lidera ha identificado a 290 víctimas, de un universo de 1.465. Entre ellos, los muertos del Patio 29 del Cementerio General de Santiago, los del caso Caravana de la Muerte, y los 22 campesinos asesinados en Paine, cuyos restos aparecieron el 2007 en una fosa ubicada camino a Rapel, en la VI Región. La última exhumación que arrojó buenas noticias.

Desde hace una década, ninguna de las aproximadamente 20 búsquedas anuales que realizan ha permitido encontrar más cuerpos. “Es muy frustrante que los resultados sean negativos”, se lamenta Marisol. Hasta ahora, el proceso sólo ha servido para echar abajo líneas investigativas. “Aunque para la familia lo sea, el éxito no necesariamente es el hallazgo. Excluir los lugares donde hay sospechas sirve para descartar un territorio”, explica ella.

La discusión sobre quién busca a los desaparecidos de la dictadura es un tema pendiente. No depende del SML, ni de la Brigada de Derechos Humanos de la PDI. Sólo los jueces pueden solicitar pericias y exhumaciones. Recién ahora esto se ha vuelto una preocupación ejecutiva. La creación de la Subsecretaría de Derechos Humanos, que comenzó a funcionar en febrero pasado, tiene un mandato para implementar un programa nacional de búsqueda. La iniciativa llega 43 años después de la desaparición de las primeras víctimas. En la mayoría de los casos, han sido los mismos familiares quienes han comandado verdaderas expediciones por la Cordillera de Los Andes, la Costa y el Desierto de Atacama, como ocurrió con los asesinados de Calama, cuyas osamentas fueron halladas en 1995, tras un largo barrido por el desierto.

Ricardo mira esos casos con admiración. La única forma de mantenerse conectado con Guido –cree- es a través de la búsqueda. Sigue convencido que su padre está en ese fundo. Se lo dijo a la fiscal después de la lectura del documento, cuando ella le advirtió que controlara sus impulsos y no siguiera escarbando sin una orden del tribunal. De todo el informe, la frase que más recuerda es donde el SML recomienda realizar más estudios en la zona. “Tengo la esperanza de haberme equivocado. Debí cavar al otro lado de los árboles, no al lado de acá. He seguido juntando información. Ahora me dijeron que la clave estaba en un cerezo”.

A cinco metros del cerezo, una retroexcavadora baja la pala con precisión quirúrgica. Luego, un perito del Servicio Médico Legal mide la profundidad. Otros dos observan el interior del agujero y toman notas al borde del suelo. La tierra es marrón, húmeda, y blanda. Desde el fondo sólo aparecen raíces. “Ayer hicieron dos hoyos, pero los taparon, porque no encontraron nada”, explica Ricardo, sentado sobre un piso plástico.

Es la tercera jornada de exhumación. Cae una intermitente lluvia otoñal. En pocos días más se cumple un año desde que él desenterró el cráneo en el mismo fundo donde está ahora. Cuando iba entrando por primera vez por la puerta principal, fue inevitable pensar en su padre: “me empecé a acordar de cómo habíamos llegado hasta acá, del sueño que tuvo la señora Patricia Torres, cuando mi papá se le apareció para que lo ayudara”, recuerda. La orden de remover el terreno la dio el juez Álvaro Meza Latorre, de la Corte de Apelaciones de Temuco, que ve todos los casos de derechos humanos del sur de Chile. Es la cuarta vez que pasan por un proceso similar. Alrededor hay 22 personas trabajando, entre peritos del SML, paleros encargados de hacer los agujeros, y funcionarios de la PDI que sólo caminan por el lugar.

Ricardo pidió una semana libre en su trabajo para ayudar. A metros de donde escarban los peritos, montó un toldo, una mesa, y un fogón en el que calienta la comida. Su tía Inés, que nunca ha dejado de buscar a sus hermanos, también está allí. Los almuerzos sirven para comentar los avances y darse ánimo. Durante las tardes toman café y comen dulces. Aunque hasta ahora han encontrado cuatro cuerpos, ninguno de ellos corresponde a simple vista a la época de la dictadura. Lo mismo ocurrirá con los otros 11 cadáveres que con los días irán apareciendo.

Luego de una semana de búsqueda, los peritos dan con un número total: 15 fallecidos, todos con las mismas características de aquel primer cráneo que halló Ricardo. Hay niños, adultos y mujeres. De ellos, sólo tres muestras se enviaron a Santiago para estudiar su datación. Aunque hay pocas esperanzas, los peritajes servirán para confirmar o descartar si los muertos son víctimas de una epidemia ocurrida en el 1800. “Para qué vamos a mentir, me había hecho un poco de esperanzas, pero menos que la primera vez. Llegó tanta gente que pensé que esta vez sí los íbamos a encontrar, pero no”, se lamenta Barría.

Ricardo rescata el vínculo que formó con los funcionarios. El día en que terminó la exhumación, el equipo de forenses quiso retribuirle a la familia su preocupación con un asado de cordero. Allí sellaron también un compromiso con el caso. En dos semanas volverán a remover el terreno que les faltó. Ricardo quiere que una médium los acompañe para ese momento. No ha perdido la fe: “sigo creyendo que están en el fundo, ahora estoy más seguro que nunca. Sólo falta el lugar exacto”.

La búsqueda continúa.

*Crónica realizada para el taller de escritura del programa 5 Sentidos, de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano.