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Silva Gutiérrez José Sergio – Memoria Viva

Silva Gutiérrez José Sergio

Rut: 7133510-0

Cargos:

Grado : Conscripto

Rama : Ejército

Regimiento Reforzado Motorizado N° 14 Aysén de Coyhaique


Aysen muertes en dictadura: Historias de ausencia y memoria (Extracto)

Fuente :Historias de Ausencia y Memoria ( libro), 2014

Categoría : Otra Información

Juan Bautista Vera Cárcamo: La tierra para el que la trabaja 

Fernando Opazo no ha olvidado jamás el día en que de improviso llegó su cuñado Felidor Vera Cárcamo a su casa en el fundo “El Mirador”, ubicada a unos 10 kilómetros al interior de Valle Simpson por el camino al lago Los Palos. Felidor tenía en el rostro la mirada confusa y la expresión abatida.
Lo primero que le preguntó a Fernando era si había visto a Juanito. 

–No, no le he visto, pero debe estar por ahí. Ayer escuché que pasó un camión que descargó madera –respondió Fernando.

–¿Sabes que por radio dijeron que los militares lo mataron ahí en el puesto?

–agregó Felidor, como si hablara consigo mismo.

–¡¿Qué?! ¡No puede ser! Debes estar equivocado –rebatió Fernando, con  un tono que mezclaba la incertidumbre con la certeza.–Acompáñame, vamos a ver –propuso Felidor, apelando al último reducto de esperanza que le quedaba en el interior.

De inmediato ambos campesinos partieron caminando por el campo,queriendo descifrar lo que sucedió con el joven Juan Bautista Vera Cárcamo, quien se encontraba empezando la construcción de su casa en un terreno aledaño al hogar de su hermana mayor, Herminda, y su cuñado Fernando, en un
sector cercano a Valle Simpson.

Al acercarse al puesto –a más o menos unos 300 metros– los perros ovejerosque los acompañaban se abalanzaron a olfatear un rastro de sangre que manchaba el suelo. Espantados, aún sin poder creer lo que veían, Fernando y Felidor inspeccionaron el lugar. Las evidencias de la escena eran más que elocuentes.

Encontraron casquillos de balas, al parecer de fusil. Fernando tomó uno en su mano, lo miró con una mirada muy honda y luego recogió el resto mientras Felidor lo seguía. En total encontraron 14, que Fernando decidió prudentemente esconder en el hueco de un tronco viejo.

Los campesinos continuaron con su recorrido por el lugar. Cerca, en un trozo de madera de lenga, se podían observar impresas unas claras marcas de tiros y en el suelo las huellas de un camión.Felidor hundió su rostro en ambas manos, ya no cabía duda: Juan debía estar muerto. Ahora tenían que comunicarle al resto de la familia lo sucedido y averiguar en qué lugar estaba el cuerpo para poder darle sepultura. Ellos sabían que no iba a ser fácil recuperar el cuerpo de Juanito, los militares estaban en todas partes, controlándolo todo; la dictadura había impuesto el nuevo orden a punta de opresión. Sin embargo, el desconsuelo y el amor por su hermano fue mucho más fuerte que el temor a correr la misma suerte y eso
le dio el valor para buscarlo, para reclamarlo y para sortear cualquier obstáculo.

Ambos tomaron la decisión de que Felidor fuera al Regimiento n.° 14 de Coyhaique a pedir información y, si era necesario, rogar al comandante que entregara los restos. A su vez, Fernando tendría que darle la mala noticia a su mujer. El dolor los había inundado: el pequeño Juan había partido víctima de un cobarde e incomprensible crimen. Y ni siquiera se hallaba su cuerpo.Al momento de su muerte, Juan Bautista Vera Cárcamo era un alegre joven de 23 años. Nació el 3 de junio de 1950 en el seno de una familia de campesinos del sector de ensenada en el Valle Simpson, en los alrededores de Coyhaique. Fue el menor de 6 hermanos: Sofía, Herminda, Segundo Leonardo, Felidor y María Magdalena. Sus padres eran Leonardo Vera Castro y Elba Cárcamo Vera.

Cuando Juan Bautista tenía sólo 1 año, víctima de una repentina enfermedad murió prematuramente su madre. De inmediato Herminda y Sofía, las hermanas mayores, a sus 14 y 15 años, asumieron las labores de la casa y la responsabilidad del cuidado de los más pequeños. Leonardo Vera se dedicó con tesón a la tarea de sacar adelante a sus hijos. Trabajó arduo en el campo junto a sus hijos mayores para sacar adelante a la familia. Los niños Vera debían ayudar a su padre en las exigentes labores campesinas en un clima hostil. En un principio, las labores que realizaban eran las más livianas, como tirar la yunta de bueyes o cooperar en el corte de pasto. A medida que iban creciendo las dificultades aumentaban y realizaban los trabajos más duros.

En este contexto, los hermanos Vera Cárcamo no pudieron asistir a la escuela con regularidad. Juan Bautista llegó sólo hasta segundo básico; aprendió a leer y escribir, pero tuvo que retirarse ya que la escuela quedaba demasiado lejos y las inclemencias del tiempo además de los precarios caminos hicieron imposible que pudiera continuar estudiando. A pesar de la temprana ausencia de su madre y de la vida esforzada, los hermanos crecieron en un ambiente rodeado de afecto y calor de hogar. Juan Bautista o Juanito, como le llamaba su familia, por ser el más pequeño de la casa era prácticamente un hijo para sus hermanas y hermanos mayores.

Fernando Opazo llegó a vivir al sector de Valle Simpson en 1957. Ahí conoció a los Vera Cárcamo y a Juanito cuando este tenía 7 años. Más tarde seguiría ligado a la familia al casarse con Herminda. Fernando recuerda que era un muchachito muy delgado, rubio, de tez blanca, pelo crespo y ojos verdes. “Era un joven alegre, le gustaba tocar la guitarra y andar a caballo.

Siempre andaba cantando o silbando por el campo”, rememora.

Cuando Juan Bautista tenía 14 años, falleció su padre. Entonces el joven dejó atrás bruscamente su infancia para hacer frente a la vida como ya lo hacían sus hermanos mayores. Segundo Leonardo, el mayor de los varones, como muchos campesinos de la época, se vio obligado a emigrar en busca de mejores oportunidades. Para la época, estas estaban al otro lado de la cordillera, en la pujante ciudad argentina petrolera de Comodoro Rivadavia. Por su parte, Juan y Felidor siguieron en casa haciendo frente a las difíciles condiciones
sociales del campo, trabajando en los predios aledaños al sector de Valle Simpson.

Pronto Juan se convirtió en un espigado joven de gran estatura y alargado rostro en el que destacaban sus grandes ojos verdes. De personalidad sociable, sus amigos y familiares lo conocían como El Güite, apodo del que nadie recuerda significado o razón de ser.

La juventud de Juan transcurrió en una época de grandes transformaciones económicas, políticas y sociales. El proceso de reforma agraria fue la transformación más significativa para el agro, los campesinos y trabajadores agrícolas. Se había iniciado en 1965 cuando Eduardo Frei Montalva era presidente, pero había tomado mayor fuerza durante el gobierno de la Unidad
Popular. Juan, al igual que otros pequeños campesinos y peones de la época, abrazó la lucha por la tenencia para la producción de la tierra y acunó la esperanza de llegar a ser dueño del fruto de su esfuerzo. Orgulloso de la formación que recibió en su familia jamás se amilanó.

Veía en esta serie de cambios, que el gobierno de la UP estaba impulsando, la posibilidad de progresar, de educarse y salir adelante. Salvador Allende, con sus políticas, trató de mejorar las condiciones de alfabetización del país, masificar la enseñanza, mejorar los niveles educacionales básicos y dar acceso
a la cultura a los sectores populares postergados. De esta forma, sus inquietudes llevaron a Juan a sintonizar con las nuevas ideas, demandas y luchas del movimiento campesino de la época. A comienzos de los años 70 se hizo simpatizante del Partido Socialista y empezó a trabajar en la Corporación de Reforma Agraria (CORA). Ahí conoció a Juan Morales Landaeta, jefe de área de dicho servicio en Aysén, de quien más tarde se le acusaría ser su guardaespaldas.

Juan Bautista se propuso trabajar para cumplir sus sueños y aspiraciones, por lo que decidió construir una “rancha” para instalarse en el campo y comenzar con la crianza de animales en las 33 hectáreas del fundo “El Mirador”, que había heredado de sus padres. Así podría independizarse y dejar de trabajar como peón en campos ajenos.Apenas ocurrido el golpe de Estado, y declarado el Estado de Guerra Interna a lo largo y ancho del país, Juan Bautista fue requerido por un bando militar para presentarse ante las nuevas autoridades. Pero decidió no presentarse.

Partió y buscó refugió en el campo que lo vio crecer, esa tierra en la que siempre se sintió protegido. Una vez en el lugar, siguió trabajando en la construcción de la casa que tenía planificada erigir para establecerse allí definitivamente. Por esa fecha, Juan había encargado la madera necesaria para cumplir su objetivo. El camión con el material llegaría pronto, sólo le quedaba esperar muy poco para comenzar la construcción.

La madrugada del miércoles 10 de octubre de 1973 el cabo primero Juan José González Andaur –después de haber recibido órdenes de su superior el capitán Joaquín Molina, y éste del propio coronel Humberto Gordon Rubio– irrumpió en uno de los dormitorios del Regimiento Reforzado Motorizado n.° 14 Aysén de Coyhaique. En el lugar pernoctaban tranquilamente
unos 40 jóvenes conscriptos distribuidos en literas de 3 cuerpos.

Con voz firme y autoritaria, como era su costumbre, González Andaur despertó a nueve soldados, entre ellos a Tomás Paredes Venegas, Luis Klenner Cofré y José Silva Gutiérrez. Les ordenó que se formaran y subieran a un camión Unimog marca Mercedes Benz que se encontraba listo para llevarlos a cumplir una misión en la localidad de Valle Simpson.

El cabo González era conocido entre los conscriptos por su carácter déspota y violento, por lo que sus órdenes debían cumplirlas con rapidez y sin cuestionamientos. Era también uno de los hombres de confianza de Molina y Gordon Rubio.

–¡Soldados! Tenemos que ir a buscar a un subversivo y ojalá traerlo frío de vuelta a Coyhaique –gritó González, mientras les entregaba uno a uno fusiles SIG y 2 cargadores completos con 25 tiros cada uno.Cuando ya se había asomado el alba, la patrulla militar llegó al predio de los hermanos César y Manuel Millar en las cercanías de Valle Simpson. González ordenó a parte de su patrulla allanar la pequeña vivienda en busca de armamento o algún documento que comprobara alguna militancia política.

Encontraron 2 oxidadas y antiguas balas de carabina y un par de hachas.

Obvio que sin poseer orden judicial alguna, el cabo decidió detener a los hermanos Millar y subirlos al camión para que lo guiaran por el sector en busca de su objetivo: el guardaespaldas del terrorista Morales Landaeta. Sobre Morales, funcionario de la CORA, el intendente Añasco, Harold Felmer y otros funcionarios de gobierno pesaba la acusación de tener armas escondidas. Haciendo madera con su hacha estaba Juan Bautista cuando fue emboscado por la patrulla comandada por el cabo González. Luego de reducirlo con violencia, los soldados allanaron el puesto del joven campesino encontrando sólo sus herramientas de trabajo.

–¡Dime, huevón, ¿dónde tienes escondidas las armas?! –lo increpaba una y otra vez González entre gritos y culatazos.

Juan, el tranquilo joven de sueños libertarios, sólo tenía consigo un hacha y un cuchillo verijero.

Pasaron los minutos y el cabo perdió la paciencia. Ordenó a Juan Bautista correr a campo traviesa. El joven se resistió. No era difícil suponer que si se
alejaba de la patrulla le podían disparar.

González insistió, impaciente:

–¡Corre, mierda!

Juan nuevamente no obedeció la orden. El cabo lo empujó con violencia.

El campesino no tuvo más opción que alejarse al mismo tiempo que González Andaur daba la orden a sus soldados. Los conscriptos abrieron fuego apuntado al aire.

González, con feroz e incansable terquedad, nuevamente gritó a Juan que se alejase corriendo. Esta vez sería la última. Con frialdad, el cabo tomó su arma y sin miramientos le disparó al joven por la espalda, y al mismo tiempo reiteró su orden a los conscriptos de abrir fuego.

Al recibir la estampida de balazos de fusil, Juan se desplomó boca abajo. El cabo González con tranquilidad se acercó, lo volteó y le dio un último disparo luego de comprobar que Juan Bautista aún estaba con vida.–¿Ven? Así se hace –ostentó con la convicción de verdugo experto.

Subieron el cuerpo a la carrocería del camión para trasladarlo a Coyhaique. Lo dejaron sobre el piso y lo taparon con una frazada. Los conscriptos iban sentados con sus pies apoyados sobre el tibio cadáver. González estaba satisfecho, había cumplido su misión y les había enseñado a los soldados cómo se debía tratar con el enemigo.

–Acostúmbrense a oler y a impregnarse de la sangre del ejecutado –les dijo a los soldados.

Al llegar al regimiento, la patrulla fue recibida por el capitán Joaquín Molina. El cabo González, orgulloso de su hazaña, informó a su superior que la misión estaba cumplida y que la persona venía muerta, tal como se le había solicitado. El oficial lo felicitó con efusividad, y luego iría él mismo a informar al todopoderoso Gordon sobre los avances en la eliminación de los opositores.

Molina se dirigió a los soldados:
–Ustedes, pico de pato –les dijo a modo de advertencia mientras hacía un gesto con la mano a la altura de su boca como sellándola.

A eso de las 14:30 horas del miércoles 10 de octubre Herminda salió de su casa a buscar agua. A no más 500 metros del lugar, su hermano menor Juan se encontraba trabajando en la madera para su construcción. Repentinamente, escuchó unas fuertes detonaciones a lo lejos. Su mente, acostumbrada a la inalterable tranquilidad del campo, fue incapaz de imaginar
la terrible escena que unos metros más allá se llevaba a cabo, por lo que  construyó su propia explicación lógica. “Debe ser el sonido de la madera al ser descargada del camión”, se dijo.
Más tarde, su marido, Fernando, al llegar a casa le comentó que había visto las huellas de un vehículo grande. Conversando, llegaron a la conclusión que debió tratarse del camión con la madera para la casa de Juanito.Al día siguiente, luego de la visita de su hermano Felidor, su marido le comunicó que Juan Bautista había sido asesinado por unos militares. Y vino el
más grande dolor. Herminda rompió en amargo llanto. Juanito, el hermano que crio, cuidó y amó como a su propio hijo desde que tenía un año de edad, no podía irse así. Él era un niño bueno, trabajador, cariñoso e inofensivo. Se preguntaba, sin hallar respuesta, ¿qué cosa tan mala podría haber hecho su hermano para que lo asesinaran de una forma tan cruel? Si de algo se le acusaba, ¿por qué no se le juzgó y se le reconoció su derecho a defenderse como se hace con todos los seres humanos? ¿Por qué se le mató así, como si su vida
no valiera nada?

Ese mismo día Fernando y Felidor se dirigieron al Regimiento n.° 14 y a las comisarías, principales centros de detención, en busca de información o algún indicio sobre Juan. Se sentían desamparados, eran sólo unos campesinos, no tenían a quien recurrir ni dónde reclamar justicia, además por esos días el ambiente en las calles del pueblo era más que hostil. Se habían
implementado puestos de control militar en distintos puntos de la ciudad. Coyhaique era más pequeña y aislada que en la actualidad, gobernaban los militares, los mismos que habían dado muerte a su hermano y tenían a toda la población atemorizada. En las veredas se respiraba el miedo y desconfianza. Pero el amor a su familia y la dignidad aprendida de sus padres les dio la fuerza y el coraje para persistir en sus averiguaciones.

Luego de deambular sin respiro, y ante las insistentes gestiones, Felidor encontró el cuerpo de su hermano menor en la morgue del Hospital de Coyhaique. No hubo forma de que los militares les negaran el brutal crimen o que hayan podido ocultar el cuerpo. Felidor sabía, con la certeza que proviene de su corazón, que no lo perdería 2 veces y estaba dispuesto a no moverse hasta que le devolvieran el cuerpo de su hermano. A los soldados poco parecía importarles la determinación de Felidor, pues sabían que podían
seguir actuando en impunidad.

Las autoridades les permitieron ver el cadáver junto a Paulo Saúl Vásquez, el marido de una prima. Al ver en las condiciones en las que se encontraba el delgado cuerpo sin vida del Güite los hombres se conmovieron. Fernando recuerda que tenía, por lo menos, 14 orificios producto de los impactos de bala, y se notaba que le habían disparado por la espalda. Tenía el tórax casi destruido. El certificado de defunción señalaba la causa de muerte: “Impartida por la autoridad militar–herida a bala”. María Magdalena Vera Cárcamo era la hermana más cercana en edad a Juanito. Tenían sólo un año de diferencia, por lo que juntos compartieron in-numerables momentos y aventuras de infancia en los extensos campos, lomas y montañas del fundo “El Mirador”. Trabajaba en esos años como asesora de hogar en Coyhaique. El día 12 de octubre recibió sorpresivamente en su lugar de trabajo la visita de su vecino, Luis Millar Aguilar, quien le comunicó lo ocurrido a su hermano. María no podía creer lo que Millar le relató. Sintió un profundo dolor, pero igual se unió a Felidor y a sus cuñados en la morgue.

Pero allí a ella los encargados no le permitieron ver el cuerpo de su hermano. En la morgue, un militar con desprecio, frialdad y prepotencia les ordenó bajar de un camión la urna rústica, de madera sin pulir, pintada con alquitrán, y meter al difunto al interior de ella. Como Juanito era muy alto, el ataúd le quedó chico y tuvieron que acomodar el cuerpo un poco doblado. Los militares les impidieron vestir el cuerpo; sólo pudieron envolverlo en una frazada. María Magdalena, Felidor, Fernando y Paulo fueron trasladados, junto al cuerpo de Juan, en un camión militar con destino al cementerio del Claro, en las afueras de Coyhaique. En todo momento fueron amenazantemente apuntados por los soldados que los custodiaban, por lo que hicieron el viaje en silencio y cabizbajos.

El cuerpo, como otros, sería inhumado de manera ilegal. Cuando llegaron al cementerio, a punta de fusil, entre gritos, empujones y culatazos, se les ordenó a los mismos familiares cavar una fosa poco profunda y enterrar rápidamente la urna con el cuerpo de Juanito. Al terminar, les negaron el derecho a poner cruz y lápida en ese momento y después. Antes de irse los uniformados advirtieron a los Vera Cárcamo que no volvieran y les dieron 5 minutos para desaparecer del lugar, sino “les vamos a correr bala”, amenazaron. María observó muy bien el sitio y buscó algún referente que le permitiese reconocer más tarde dónde quedó sepultado su hermano.La valentía de los hermanos de permanecer junto al cuerpo de Juan Bautista ese día en el hospital impidió que Juan Vera Cárcamo se convirtiera en un detenido desaparecido.

Diez días más tarde, apareció la versión oficial en el diario “El Llanquihue” de Puerto Montt. La información emitida por la autoridad militar señalaba que se había dado muerte a un “activista de extrema izquierda”, que “intentó agredir a los funcionarios militares con un hacha” y que estos procedieron al uso de sus armas. El artículo también lo sindicaba como guardaespaldas de Juan Morales Landeta, otro supuesto “activista de extrema izquierda”.

Por su parte, Sofía Vera Cárcamo vivía en un asentamiento llamado “El Triunfo”, ubicado en el sector de Ensenada Valle Simpson. La pena de Sofía fue tan grande como la de sus otras 2 hermanas, pero su dolor se acentuó más, el día en que su marido Miguel Cumian González, murió en extrañas circunstancias.

Miguel era un dirigente agrícola con quien tenía 5 pequeños hijos, un día se trasladó a la ciudad, y en horas de la noche, desconocidos lo sacaron a él junto a un amigo del lugar donde estaban y 5 hombres encapuchados los golpearon con brutalidad hasta dejarlos inconscientes. Más tarde, y luego de agonizar durante varios días en el Hospital de Coyhaique, falleció el 5 de enero de 1979 producto de la golpiza recibida sin poder jamás reconocer a sus agresores. El amigo sobrevivió.

La familia nunca presentó la denuncia, pues después de lo vivido con Juan Bautista poca confianza quedaba en la justicia. Se vivían tiempos de abuso e impunidad.

A pesar de la advertencia militar, los hermanos Vera Cárcamo siempre regresaron al cementerio del Claro. Elegían momentos de afluencia de gente, para confundirse entre la muchedumbre. Se acercaban tímidamente, temiendo ser vigilados, y poco a poco fueron poniendo nuevas señales sobre el montículo de tierra. Al inicio delimitaron la fosa con palitos y piedras, pues tenían presente la prohibición de los militares de poner una cruz. Después fueron haciendo pequeños arreglos en la tumba y, con el pasar del tiempo, hicieron un cerco alrededor de la sepultura.

Sin embargo, debieron esperar hasta bastante después de recobrada la democracia para buscar justicia. Recién en marzo de 2012 el ministro en visita Luis Sepúlveda Coronado decretó la exhumación del cuerpo desde el cementerio Río Claro de Coyhaique, con el objetivo de enviarlos a Santiago al Instituto Médico Legal. Estos peritajes lograron corroborar la identidad de Juan Bautista Vera Cárcamo y las causas y circunstancias de su deceso.

A pesar del tiempo transcurrido, sus hermanas, ya ancianas, mantienen sus recuerdos nítidos y el dolor intacto. Han hecho su vida con la herida siempre abierta y la pena constante. Sus ojos claros se humedecen cada vez que recuerdan al querido hermano menor. Su mayor anhelo todos estos años ha sido poder realizar un funeral como corresponde y darle cristiana sepultura, como Juan se lo merecía.

Finalmente, a más de 40 años desde su muerte, los restos fueron devueltos a la familia a mediados del año 2014. Después de una larga espera por fin pudieron ofrecerle a su hermano y tío un velatorio y funeral de acuerdo a sus creencias religiosas. Esta vez fueron sus familiares quienes escogieron el lugar donde descansarán para siempre sus restos; el lugar escogido fue el cementerio de Villa Frei, muy cerca de la tierra en que crecieron. Su alma ya podrá descansar en paz, susurra Sofía con la voz quebrada.

No obstante, más allá de los resultados de la investigación, el esclarecimiento de la verdad y el enjuiciamiento de los responsables, éstos han vivido su vida entera sin castigo, como si fueran ciudadanos respetables. Más de alguna vez hermanos y sobrinos de Juan Bautista se han encontrado con González, el entonces cabo que dirigió la matanza, caminando libremente por laciudad de Coyhaique. Para ellos los años de impunidad han sido una herida abierta.

El 28 de abril de 2011 ingresó una querella al Primer Juzgado de Letras de Coyhaique por los delitos homicidio de Juan Bautista Vera Cárcamo y otra por asociación ilícita, en la Fiscalía Judicial de la Corte de Apelaciones de Santiago. En el fallo, el ministro Sepúlveda condenó al entonces Cabo 1.° Juan José González Andaur, como coautor del delito de homicidio calificado a la pena de 10 años y un día de presidio, sin beneficios por la extensión de la pena; a los entonces soldados conscriptos José Sergio Silva Gutiérrez y Luis Octavio Loy Gómez, como coautores del delito de homicidio calificado a la pena de 5 años de presidio menor en su grado máximo y a los conscriptos Luis Fernando Klenner Cofré y Tomás Ernesto Paredes Venegas a la pena de 3 años y un día de presidio menor en su grado máximo, concediéndoles el beneficio de la libertad vigilada. Esta sentencia de primera instancia se encuentra actualmente a la espera que la Corte de Apelaciones conozca los recursos de apelación y falle en segunda instancia por el delito de homicidio calificado, cometido en la persona de Juan Bautista Vera Cárcamo: el querido Juanito.

 

Autora: Claudia Andaur Andaur

Publicado por Agrupación de Derechos Humanos de Coyhaique, 2014


Corte de Coyhaique condena a ex conscriptos por homicidio de campesino en Valle Simpson

Fuente :pjud.cl, 1 de Octubre 2018

Categoría : Prensa

El Tribunal de alzada ratificó la sentencia impugnada que condenó a los soldados conscriptos a penas de 5 años de presidio, con el beneficio de la libertad vigilada, en calidad de coautores del delito.

En fallo unánime, la Corte de Apelaciones de Coyhaique confirmó la sentencia que condenó a cuatro miembros del Ejército en retiro por su responsabilidad en el delito de homicidio calificado de Juan Bautista Vera Cárcamo, ilícito perpetrado el 10 de octubre de 1973, en el sector rural de Valle Simpson de la comuna.

El Tribunal de alzada ratificó la sentencia impugnada que condenó a los entonces soldados conscriptos José Sergio Silva Gutiérrez, Luis Octavio Loy Gómez, Luis Fernando Klenner Cofré y Tomás Ernesto Paredes Venegas a penas de 5 años de presidio, con el beneficio de la libertad vigilada, en calidad de coautores del delito.

En la etapa de investigación, el ministro Luis Sepúlveda logró acreditar la siguiente secuencia de hechos:

-Que en los primeros días del mes de octubre del año 1973, aproximadamente el día 10 de ese mes y año, el cabo 1° del Regimiento N° 14 Aysén, Juan José González Andaur, quien era además instructor y conductor de vehículos de esa institución militar, dispuso que junto a unos soldados conscriptos, fueran hasta el sector vecinal de la Villa Frei, con el fin de detener a una personas según una lista o nómina que el mismo portaba. Para lo anterior reclutó alrededor de 7 soldados conscriptos de diferentes secciones, a los cuales les señaló que iban a hacer un allanamiento y/o detenciones, sin indicarles ni el lugar ni a las personas a las cuales iban a allanar o detener.

-Que, a raíz de lo anterior, dicha patrulla militar, como se ha dicho, compuesta por el cabo González Andaur y alrededor de 7 soldados conscriptos, entre los cuales se encontraban Tomás Ernesto Paredes Venegas, Luis Fernando Klenner Cofré y José Sergio Silva Gutiérrez, se dirigieron hasta el predio rural donde vivía Vera Cárcamo, ubicado en el sector conocido como Valle Simpson aproximadamente a unos 23 kilómetros de Coyhaique, y cuando se acercaron a este domicilio la patrulla militar se percató que había un poblador que estaba realizando labores de campo y utilizaba un hacha con la cual confeccionaba estacas.

-Que, el cabo González Andaur procedió a detener el camión Unimog, bajándose de él y se dirigió hasta donde se encontraba dicho poblador que resultó ser Juan Bautista Vera Cárcamo, al cual le señaló que era la persona que ellos andaban buscando y que "tenía orden de llevarlo arrestado al Regimiento 14 Aysén", sin que se le hubiera exhibido ninguna orden judicial o administrativa, sino que dicho cabo actuaba debido, según dijo, a una orden verbal que le habría dado el Comandante del Regimiento General Humberto Gordon.

-Que, los soldados conscriptos Tomás Ernesto Paredes Venegas, Luis Fernando Klenner Cofré y José Sergio Silva Gutiérrez, que formaban la patrulla militar, cada uno por separado, al prestar sus versiones sobre los hechos, declaran que a dicho campesino se le hizo una emboscada y que el cabo Juan González Andaur le dio una orden para que corriera en dirección al camión militar, lo que el hombre obedeció y cuando corría dicho cabo les dio orden para que todos ellos le dispararan al poblador por la espalda, situación esta última que es reconocida por el cabo, aun cuando éste declara que la orden que dio fue porque el campesino Vera Cárcamo se había resistido a ser arrestado e intentado agredirlo con el hacha aunque en ningún momento lo tocó.

-Que, después de ocurrido esos disparos, el cabo González Andaur se acercó al poblador Vera Cárcamo y comprobó que éste estaba muerto y dio orden para que los soldados conscriptos de la patrulla subieran el cadáver a la parte trasera del camión Unimog, quedando algunos de ellos custodiando el cadáver, en tanto que González Andaur condujo el camión de regreso al Regimiento 14 Aysén, y posteriormente, siempre con el cadáver arriba del vehículo, desplazó el móvil hasta las dependencias de la Intendencia Regional donde el Comandante del Regimiento tenía oficinas en su calidad de Intendente Regional, luego volvió a tomar el camión y lo llevó hasta el Regimiento donde el capitán Joaquín Molina le habría dado instrucciones para que fueran a enterrar al occiso en forma clandestina al cementerio vecinal del Sector El Claro, lo que efectivamente hizo en presencia de algunos familiares de la víctima, los que fueron conminados a guardar silencio sobre estos hechos.

-Que, finalmente, con motivo de la presente investigación, se ubicó el lugar preciso donde había sido inhumado Juan Bautista Vera Cárcamo, cuyo cuerpo fue exhumado y posteriormente según las pericias forenses identificadas sus osamentas, y entregadas a sus familiares para su cristiana sepultación.