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Grez Fuentes Ramiro Edgardo – Memoria Viva

Grez Fuentes Ramiro Edgardo

Rut:

Cargos: Diácono

Grado :

Rama :


PUEBLO CHICO, INFIERNO GRANDE

Fuente :La Nación Domingo (2 de marzo de 2003)

Categoría : Prensa

Por Miguel Paz

“Los pueblos chicos son como Chiles chicos. La versión a escala que esconde lo que todos saben y nadie se atreve a decir”, me dijo una de las personas que entrevisté en San Carlos, una pequeña ciudad de la Octava Región de la cual huí en cuanto tuve edad para la universidad. Han pasado nueve años y por enésima vez, este verano, rompí la promesa que me hice con Cinema Paradiso de no volver jamás.

Dice García Márquez que “la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”. Yo recuerdo un tornado que asoló la Plaza de Armas de San Carlos y levantó un automóvil en 1981; también a Nicanor Parra cuando le dijo al alcalde de San Fabián que podía ensartarse el título de hijo ilustre que querían darle; recuerdo a los cabros de Osorno que llegaron con un casete de Pixies bajo el brazo y que luego se harían llamar Glup!

También recuerdo mi encuentro con “el Pescao”, un compañero de pichangas que luego fue delincuente profesional y dejó a varios en el camino, o las ardientes tardes con liceanas en un departamento desocupado al que le hacía la llave del ‘Chico’ Uribe. O la noche en que me hice amigo de María Paz, la reina de una casa de huifas con más sabiduría que bellezas para abrazar.

Historias sin mayor trascendencia. De adolescencia pueblerina. El lado B de un período de clase Autoritaria, en que otros relatos se escribieron con sangre y que hasta hoy siguen en el limbo. Con un par de ideas y García Márquez en mente bajé del tren en la vieja estación. Buscaba vidas que no viví y recuerdos suficientes como para contarlas.

UN PUEBLO CUALQUIERA

San Carlos es uno de esos pueblos adyacentes a la Ruta 5 en los que pocos se detienen. Su característica es ser una ciudad pequeña, tal vez como la suya: una plaza de armas como punto de encuentro, una larga calle comercial, un par de discotecas y radios, huasos jóvenes que estacionan sus 4×4 o sus motos de enduro a mitad de la calle, gritando a voz en cuello, agricultores cuyo dinero va de sus manos a la tienda, del tendero al supermercado y del supermercado a la carnicería, moviendo la economía anual.

No hay cine ni teatro pero sí una sede universitaria y mucho transporte: 400 colectivos y taxis para calles que se caminan en menos de 30 minutos. En los videos abundan las porno y las de Kung-fú y los hits son del “Llanero Solitario”, un cantante de rancheras con diez casetes y dos CD a su haber.

El orgullo chauvinista asegura que la medialuna local es “la más grande de Chile” y que las longanizas son mejores que las de Chillán. La familia que las elabora -los Pincheira- es conocida como “El Imperio de la Longa” ¿Reminiscencias de Star Wars? Puede ser.

El sancarlino medio es orgulloso y como en todos los pueblos una línea -la del tren en este caso- divide las clases sociales entre el casco antiguo y la “Once” y la “Araucanía”, las dos poblaciones en las que viven más de la mitad de los 50 mil sancarlinos.

Aquí se realizaron las dos protestas masivas de agricultores llamadas “Sancarlazos”, en 1995 y 2001; aquí se apareció en 1962 la Virgen de los Álamos y al año siguiente fue fusilado el ‘Canaca’, Jorge del Carmen Valenzuela Torres, más conocido como el Chacal de Nahueltoro… El 2 de octubre de 1973 fue detenido por carabineros y militares Manuel Humberto Crisóstomo Toro, ‘el Chilenito’, el único desaparecido de San Carlos. Tenía 24 años.

Como en todo pueblo chico el infierno y el aburrimiento son grandes y por lo mismo se hilvanan historias anónimas y fantásticas, de héroes olvidados y verdugos, de ex subversivos y poetas de barrio que se ven las caras todos los días.Son fragmentos y memorias de pueblo que nadie olvida, pero que más de alguno prefiere no recordar.

NUESTROS AÑOS GRIS MILICO

El 11 de septiembre de 1973 el comercio y muchas casas del centro despertaron embanderados. De una vivienda de calle Serrano emergía una blanca y con una araña negra en el centro. El mensaje de Patria y Libertad y de la familia Romero Godoy estaba claro.

Eran cuatro hermanos. Muy vinculada al gremio agrario, al Opus Dei y al mundo militar, esa familia era y es una de las más reconocidas de San Carlos. De hecho, en 1999 el diario local El Esfuerzo entregó a Raúl Romero Godoy su premio anual. Con Pete, su hijo, fuimos amigos de infancia. Luego nos distanciamos.

Al otro lado de la línea del tren, en cambio, en la toma 8 de octubre (bautizada después 11 de septiembre), no flameaba ninguna bandera.

Por entonces, los Romero Godoy poseían un supermercado, una ferretería y predios agrícolas. Uno de ellos, Mario Romero Godoy, era abogado. Rápidamente fue nombrado fiscal militar de la provincia de Ñuble, recuerda un entrevistado que por temor pide reserva de su identidad y agrega: “La desaparición de ‘el Chilenito’ y toda la represión estuvo a cargo de Romero. Personalmente torturó a amigos y personas muy cercanas a mí. Ellos lo reconocen como uno de los torturadores, junto al actual secretario municipal (Florencio Rodríguez Orellana), que presenciaba las torturas, lo que viene a ser lo mismo”, ratifica.

Como en otras ciudades tras el golpe, civiles participaban en allanamientos y funcionarios municipales llegaban de uniforme a trabajar. “Rodríguez Orellana fue uno de ellos”, rememora el entrevistado. Pero hubo otros.

Ramiro Grez es diácono de una parroquia. Tras el golpe no llegaba al municipio de uniforme, pero funcionarios antiguos cuentan que sí lo hacía “con una pistola. La guardaba en un cajón y ponía una imagen de la Virgen del Carmen sobre el escritorio. Cuando terminaba se ponía el revólver al cinto y le daba un beso a la imagen de la Virgen”. Grez es hoy director de Tránsito y “es un tipo muy respetado allí”, dice la fuente.

Entre fines de 1973 y todo 1974 hubo detenciones y torturas, por las que el fiscal Romero Godoy, el entonces coronel y comandante del Regimiento de Infantería de Montaña Nº 9 de Chillán, Guillermo Toro Dávila; el empresario agrícola Pedro Guzmán Álvarez Florencio Rodríguez Orellana –entre otros- aparecen sindicados por delitos de secuestro, aplicación de tormento y asociación ilícita, en una querella que interpondrán siete personas patrocinadas por el abogado Eduardo Contreras.

Mile Mavrosky Mileva, inmigrante yugoslavo dueño de una funeraria, que llegó al pueblo en 1955, lo pasó muy mal. En enero de 1974 fue acusado como líder de un grupo de combate armado que usaba los ataúdes para ocultar metralletas para realizar –en la siguiente Pascua- una operación de contragolpe llamada “Pascua Negra”. Mavrosky estuvo más de un año desaparecido y con la vista vendada. Está seguro de haber estado en Colonia Dignidad.

Romero Godoy ya no vive en San Carlos, pero es al que más se recuerda. La misma fuente que lo acusa de torturar lo retrata crudamente: “Hay una leyenda de que el helicóptero que trajo al general Arellano Stark a Cauquenes no llegó a San Carlos, porque aquí estaba Romero, que daba plenas garantías de represión a la Junta Militar”.

En 1985, casi simultáneamente, se incendiaron el supermercado de los Romero Godoy, otro en Los Angeles y la Casa Rabié en Chillán. La fuente asegura que al menos el caso de los Romero fue un atentado. “El tipo que lo hizo estuvo un tiempo aquí y se volaron algunas torres”. Nunca más supo de él.

Llegó el plebiscito de 1988. Ganó el SI, gracias en parte a las presiones de la patronal agraria y a las piernas de Magaly Acevedo en el show del cierre de campaña. Los Romero Godoy de nuevo fueron protagonistas. El SI tenía fuerzas de choque, comandadas por Manuel Antonio Sepúlveda, ‘El Pájaro Loco’. “Cuando aún Matthei no reconocía el triunfo del NO, salió de la escuela D-99 y patrulló en un furgón de los Romero, blandiendo un fusil a vista y paciencia de la gente”, recuerda la fuente reservada. El 11 de septiembre previo, ‘El Pájaro Loco’ disparó a todo lo que se moviera en la plaza de armas.

Eran señores intocables”, dice el entrevistado. El último 11 de septiembre en dictadura fue surrealista. La plaza estaba llena de gente celebrando el fin inminente del régimen. Cerca de las ocho de la noche carabineros de San Carlos comenzaron a disparar lacrimógenas. Yo tenía 13 años y observaba todo desde el balcón de mi casa.

El entrevistado recuerda: “Me acerqué con un abogado al mayor a cargo de los carabineros, que personalmente bombardeaba la plaza. El abogado le dijo que la acción era desmedida y el mayor en forma despectiva le dijo: ‘No lo puedo atender, porque estoy trabajando’ y siguió tirando bombas”. Cuando le pregunto si conoce los problemas que le puede traer esta entrevista, la fuente dice que “son cosas que no se dicen porque la gente aún tiene miedo. Estos son pueblos pequeños donde nuestras familias se encuentran en los mismos eventos sociales o como dice Silvio Rodríguez, ‘el domingo en la misa’. Es eso de que es mejor meter todo debajo de la alfombra y la procesión va por dentro. Creo que es tiempo de perder el miedo”, dice.

¿ALGUN DIA CONTARAS MI HISTORIA?

En provincia la tradición del prostíbulo no muere. Son lugares de farol, de sexo húmedo y zangoloteado, donde también se llega a chupar y conversar. En San Carlos las casas más conocidas eran “Las Malvinas” y la “Casablanca”. Los fines de semana se escondían padres de familia y trabajadores. También pendejos de 15 años con ganas de una piscola o de un polvo. Yo era de los primeros cuando entramos por vez primera. Me acerqué al bar a conversar con María Paz, la “cabrona”. Una botella de pisco y cuatro bebidas más tarde, la mujer había desgranado su vida. Su hijo estudiaba en La Sorbonne en Francia y este trabajo era el único que podía pagar una cuenta de educación francesa. María Paz contaba los días para la titulación de su retoño. Entonces jubilaría y se reuniría con él en Europa. Pasaron los años y las visitas a la Casablanca se hicieron frecuentes. Incluso estuve en un cumpleaños de María Paz. Si las personas tuvieran la mitad del amor y compañerismo que vi en esos ojos de mariposa, el mundo sería otro.

Pero llegó el día y me largué. Un fin de semana, ya en segundo de Periodismo, me presenté a la puerta del burdel de mi amiga. Estaba contenta y bebimos y bailamos hasta muy tarde.

-¿Algún día contarás mi historia?- inquirió, dándome su número de celular. Asentí. Al salir casi de mañana, tomé un taxi y prometí que la próxima vez llevaría un grabador. Igual que Humphrey Bogart, nunca cumplí. Con el tiempo supe que su hijo se había graduado y que ella había colgado los botines. Vivía en París. Ahora, casi por nostalgia y ya graduado de Periodismo, volví a cruzar el umbral del local. La reconocí de inmediato y me acerqué. ¡Había vuelto! Rubia, redonda, mayor, pero la misma. No recuerdo cuántas horas hablamos pero sí las fotos: María Paz frente a la torre Eiffel, María Paz subiendo a un barco, María Paz con su hijo, su nuera francesa y su nieto, feliz.

– ¿Cómo se te ocurrió regresar?, pregunté.

– Es que no me hallaba, dijo simplemente.

En Francia estaba su familia pero no se hallaba. En San Carlos las chiquillas… y sí se hallaba. La dejé con una sonrisa y me fui. Antes de sentarme a escribir este artículo la llamé. Aún estaba adormilada y no reconoció mi voz. El teléfono se cortó. Quería decirle que por fin cumplo. Que su historia y otras no tan bellas serían publicadas enLa Nación Domingo. Que ahora lo comprendo todo. Quería decirle que “las huellas en este asunto – como dijo Heredia- hay que buscarlas con el ojo del alma”. Que, María Paz, ahora sé que ya no vuelvo.