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Campo de Concentración Llancahue / Regimiento N° 8 «Llancahue» – Memoria Viva

Campo de Concentración Llancahue / Regimiento N° 8 «Llancahue»


Ubicación:Salidar Sur, Valdivia, Valdivia X Región

Rama:Ejército

Geolocalización: Google Maps Link


Descripción General

Categoría : Otra Información

 En el Campo de Tiro de las Fuerzas Especiales del Regimiento N° 8 Llancahue fueron fusilados 12 trabajadores pertenecientes al Complejo Maderero Panguipulli,  después de un supuesto “Consejo de Guerra”.

Las victimas eran Pedro Purísimo Barria Ordóñez (22 años, estudiante),  José René Barrientos Warner (29 años, estudiante),  Sergio Jaime Bravo Aguilera (21 años, obrero maderero),  Santiago Segundo Garcia Morales (26 años, obrero maderero), Luis Enrique del Carmen Guzman Soto (21 años, obrero maderero), Fernando Krauss Iturra (24 años, estudiante), José Gregorio Liendo Vera (28 años), Luis Hernán Pezo Jara (29 años, obrero maderero), Víctor Eugenio Rudolf Reyes (32 años, obrero maderero), Rudemir Saavedra Bahamondes (obrero maderero), Víctor Segundo Saavedra Muñoz (19 años, obrero maderero), Luis Mario Valenzuela Ferrada (20 años, obrero maderero).

Este recinto también fue utilizado como centro de reclusión y tortura de presos políticos. Los presos eran trasladados del regimiento hasta el campo de concentración Llancahue para ser interrogados y sometidos a brutales torturas.

 

Fuentes de Información Consultadas:  Informe Rettig; CODEPU; Informe Valech; Archivo Memoriaviva;


Neltume: los cinco conscriptos que acusan al diputado Rosauro Martínez (RN)

Fuente :ciper.cl, 21 de Marzo 2014

Categoría : Prensa

Muy poco se sabe del pasado del reelecto diputado Rosauro Martínez Labbé (RN), quien aparece como figura protagónica en una de las historias de la dictadura jamás contadas por sus testigos. El entonces capitán de la Compañía de Comandos Nº 8 del Regimiento “Llancahue” de Valdivia fue, según una investigación basada en los testimonios de cinco soldados conscriptos de esa fuerza especial del Ejército, documentos judiciales y entrevistas con sobrevivientes, quien comandó en los alrededores de Neltume una masacre publicitada como un gran triunfo militar en 1981: el aniquilamiento de un destacamento de guerrilleros del MIR que había creado un temerario foco de resistencia a la dictadura de Augusto Pinochet.

Rosauro Martínez (63 años), quien acaba de ser reelegido para su sexto período parlamentario, ha negado toda responsabilidad en los hechos, pero los testimonios recogidos en esta investigación entregan detalles hasta ahora desconocidos de su rol clave en la masacre de Neltume. Todo ocurrió en 1981, once años después de que Martínez ingresara al Ejército, cuyas filas abandonó en 1987 con el grado de mayor. Poco después, era premiado por Pinochet al designarlo alcalde de Chillán, la ciudad que hoy representa en el Congreso, cargo que mantuvo hasta 1992, año en que se realizaron las primeras elecciones municipales luego de recuperada la democracia.

La hoja de vida del mayor (r) Rosauro Martínez entre 1973 y 1987 es un misterio. Lo que sí se sabe con certeza es que la mayor parte del tiempo que sirvió en el Ejército lo hizo en los servicios secretos. Lo que aprendió en su paso por la Escuela de Las Américas, centro de entrenamiento antisubversivo estadounidense en Panamá, lo utilizó a cabalidad no sólo en la masacre de Neltume. CIPER escuchó un testimonio que da cuenta de su rol también protagónico en uno de los grupos más secretos de la Dirección de Inteligencia del Ejército (DINE) en los años 80.

Los misterios también han rodeado la masacre de Neltume. Oficialmente cobró 11 víctimas, pero los testimonios recogidos en esta investigación dan cuenta de otros muertos, los que habrían sido campesinos de la zona. A medida que se entrevistan testigos, el número de cadáveres vistos por los soldados no coincide con las listas oficiales. Es necesario entonces que la justicia despeje la identidad de esos muertos que nadie quiso ni pudo denunciar en esa zona cordillerana de extrema pobreza.

LA REFORMA AGRARIA EN EL ORIGEN

El Movimiento Campesino Revolucionario, brazo rural del MIR, tuvo un rol protagónico en el proceso de toma de fundos madereros en la zona de Neltume (a unos 900 kilómetros de Santiago), durante el gobierno de Salvador Allende. Entre diciembre de 1968 y septiembre de 1973 un grupo de militantes de la Universidad Austral de Valdivia hizo un trabajo que logró sumar a los campesinos y trabajadores del Complejo Forestal Panguipulli (con más de 360 mil hectáreas en la zona) al proceso de expropiación que propició la Reforma Agraria. Entre esos trabajadores uno se ganó la fama: Comandante Pepe lo llamaron. Su nombre era Gregorio José Liendo Vera y fue fusilado en octubre del ’73, junto a otros 11 dirigentes de los 22 fundos expropiados a sus dueños por el gobierno de la Unidad Popular, en el polígono de tiro del Regimiento Llancahue, tras un Consejo de Guerra.

Ocho años más tarde, en ese mismo regimiento, unas cuatro hectáreas rodeadas de un pantano al que en la zona llaman Hualve, el entonces oficial de Ejército Rosauro Martinez Labbé entrenó a los conscriptos que integrarían la base de la Operación Contraguerrilla Machete, nombre que recibió la expedición en busca del grupo mirista.

La rebelión de Neltume -liderada por el Comandante Pepe- mereció especial dedicación de los militares y empresarios madereros y agrícolas que llegaron al poder con Pinochet. No hubo tregua en esa zona para la represión política. Quienes participaron en la Reforma Agraria, o fueron asesinados o pasaron por la tortura y la cárcel o lograron partir al exilio. Algunos de sus líderes más jóvenes lograron escapar a distintas ciudades de Europa, en Holanda, Suecia y Francia. Allí estaban en 1978 cuando fueron convocados por la dirección del MIR a una reunión en Praga donde se les notificó que serían protagonistas de la Operación Retorno.

Esa decisión de la cúpula del MIR formaba parte de otras estrategias, diseñadas tanto en la Unión Soviética como en Cuba y que propiciaban la creación de zonas revolucionarias en América Latina. En Chile, Miguel Enríquez, el líder del MIR asesinado en 1974, impulsó un Movimiento de Resistencia Popular que debía sumar a los distintos partidos y movimientos de izquierda y hasta el progresismo de la Democracia Cristiana. La idea –explica el doctor en historia Robinson Silva en su libro Resistentes y clandestinos, la violencia política del MIR en la dictadura profunda (1978-1972)- era que ese movimiento fuera capaz de “conectar la vanguardia con las masas”, para “crear así un ejército revolucionario que enfrentara  la dictadura”.

Parte medular de la Operación Retorno era el aterrizaje clandestino de un grupo selecto de militantes del MIR en Nahuelbuta; mientras otros se instalarían en otras ciudades como Santiago, Valparaíso y Concepción. A pesar de la convicción que se desprende de los documentos elaborados por la dirección del MIR para el retorno a Neltume, el destino de la misión sería muy distinto.

ELEGIDOS PARA UNA CACERÍA

Los soldados que fueron entrevistados para esta investigación son hoy hombres de 52 años. Nacieron casi todos en 1961. Ese fue el grupo generacional que el entonces teniente Mario De Toro Gallardo llegó a seleccionar al gimnasio fiscal de La Unión, en marzo de 1981: hijos de familias campesinas de los alrededores de Paillaco, Río Bueno y Puerto Nuevo. El año anterior, en esa zona no había habido reclutamiento. Por eso, la mayoría de los conscriptos tenía 19 años. En el gimnasio de esa ciudad tranquila de unos 45 mil habitantes y casas de madera, se los hizo desnudar y correr ante la mirada atenta de los oficiales que fueron seleccionando a los más fuertes. Uno de ellos, lo llamaremos el conscripto E, recordó en el living de su casa los ojos verdes e intensos del teniente De Toro:

-Yo tenía en esa época unos lindos mostachos. El teniente me miró y me dijo: “Tú te vas a ir con nosotros y allá yo te voy a cortar esos bigotes”.

La promesa sutil del teniente De Toro fue una suave introducción a lo que a partir de ese momento vivirían los conscriptos escogidos:

-De entrada conocimos lo que era estar activo todo el tiempo. Un minuto tranquilo, sin hacer algo, cualquier cosa, y llegaba el palmazo. Porque pestañeabas en la guardia, porque no hacías lo que se esperaba, porque demorabas, porque estaba mal puesto el uniforme, por cualquier cosita venían los castigos –cuenta uno de los ex conscriptos.

Los relatos se repiten con las mismas palabras y hasta con los mismos tonos e inflexiones. Hablan parecido, lo hacen en sus casas, en una leñera, en un patio o arriba de un auto. Muchos de ellos rechazaron tajantes hablar de la historia que no olvidan. Pero algunos optaron por recordar. Todos piden que sus nombres no se escriban. Eran 130 y quieren fundirse en ese número, a pesar de que todos los nombres les quedaron grabados: los de sus instructores, los de los militares que los torturaron, de los que los condujeron en la montaña y los que mataron a los guerrilleros.

Todos esos nombres van saliendo de sus bocas. Y entre todos ellos se repiten los de Arturo Sanhueza Ros (más conocido en la CNI como El Huiro, condenado y procesado por varios asesinatos, ver detalle de sus condenas), Mario de Toro Gallardo, Iván Fuentes Sotomayor, Claudio Peppi Oneto (integrante de la DINA desde sus inicios), Sergio Aguilera, Hilario Nahuelpán Huayquimil, José Miguel Basaúl, Julio Arellano Garamund y Eduardo Inostroza. Y todos vieron en la montaña la sombra del conductor de la Operación Machete, que luego dio paso a la Operación PilmayquénRosauro Martinez Labbé, el capitán.

-La experiencia de nosotros quedó por años en silencio. Nadie más habló de lo que pasó. Yo traté de buscar material de los instructores que teníamos en ese tiempo. No hay nada. Traté de buscar en los documentos al teniente Mario de Toro Gallardo. No sale nada. Al único que encontré es al actual diputado por Chillán que fue nuestro capitán: Rosauro Martínez Labbé –cuenta uno de los ex conscriptos.

Este ex conscripto es hijo de un sindicalista. Ha sido un guía honesto y cuidadoso para contactar a sus compañeros de la Compañía de Comandos, amortiguando el recelo que se les ha pegado a la piel. Los conoce a casi todos. Se han ido intercambiando miradas y palabras durante estos años en funerales y también en bodas y bautizos. Se han encontrado en las esquinas de Osorno o Valdivia, en buses y en las iglesias evangélicas de las que muchos se hicieron fieles después de haber abandonado el alcohol en el que algunos cayeron cuando dejaron la conscripción. Esta búsqueda de la memoria de los soldados de Neltume comenzó hace ya tres años, cuando este cronista comenzó la investigación para un libro, aún en proceso, que intenta reconstruir los hechos.

ELEGIDOS PARA MORIR

Los guerrilleros del MIR eran sobre todo jóvenes. Cinco de ellos habían sido obreros madereros en el Complejo Panguipulli y más tarde partieron al exilio. René Bravo (25 años), Julio Riffo (30), Próspero Guzmán (27) y Juan Ojeda (27), vivieron en Holanda; José Monsalve (27), en Canadá; Raúl Obregón (31), en Suecia; Pedro Yáñez (31), había nacido en Constitución y venía de Francia.

Dos de los hombres enviados a Chile vía Neuquén (Argentina) para instalarse en la montaña –Luis Quinchalí (38) y José Campos (30)- eran de Temuco. Quinchalí, vino de Holanda y Campos, de Noruega. Ambos fueron detenidos por gendarmes argentinos. De la lista de once miristas muertos en Neltume, son los únicos que no cayeron bajo la metralla del destacamento comandado por Rosauro Martínez. Sus compañeros creen que fueron entregados a militares chilenos. Aún están desaparecidos.

Patricio Calfuquir (28) era originario de Pitrufquén  y Miguel Cabrera (30), jefe de todo el grupo, de Temuco. Cabrera, más conocido como Paine, había vivido dos años en una ciudad holandesa cercana a Utrech.

El grupo partió desde París hacia Cuba en marzo del ‘79, en varias tandas.  Allí se entrenaron con las técnicas vietnamitas para guerrilla rural. Fueron 25, la mayoría hombres, aunque hubo algunas pocas mujeres en lo que muy pronto se llamó Destacamento Guerrillero Toqui Lautaro. Allí forjaron el temple y aprendieron, entre otras cosas, a cavar refugios en la tierra: los “tatús”. La historia está contada en clave épica por algunos de los sobrevivientes en un libro de buena prosa: Guerrilla en Neltume. Una historia de lucha y resistencia en el sur chileno. Lo editó Lom. Y lo firma el Comité Memoria Neltume.

Algunos sobrevivientes no suscriben todo lo que el libro cuenta. Entre otros, Elsa, la única mujer que estuvo durante meses en la montaña y que bajó del campamento antes de que irrumpieran los militares de media docena de divisiones armados para la guerra. Las diferencias y matices con la historia que se ha contado están relacionadas con la responsabilidad de los jefes miristas que orquestaron la Operación Retorno. Y con el escaso apoyo material, político y humano que tuvieron los que se aventuraron en Neltume.

Dos datos se repiten en los testimonios de los escasos sobrevivientes: nunca se les permitió armarse y tampoco se los dejó tomar contacto con los campesinos de la zona. Las dos instrucciones perentorias fueron a la postre clave en la derrota y sirven para comprender el nivel de debilidad con el que los guerrilleros se enfrentaron al Ejército.

En febrero de 2007, el jefe de la que fuera la comisión militar del MIR, Hernán Aguiló, hizo un mea culpa en La Nación Domingo, en el que reconoce que la arriesgada apuesta militar de crear un foco guerrillero en Neltume tuvo gravísimos costos humanos para cientos de combatientes idealistas. «Fue un acto de voluntarismo de todos nosotros plantear que el MIR no debía asilarse. Y Miguel Enríquez vanguardizó ese proceso», dijo Aguiló. El mayor error cometido, afirmó, fue «organizar el apoyo logístico en forma de fachada sin inserción en la masas. Los errores fueron de tal magnitud que a veces la base social de apoyo era el familiar de un detenido desaparecido. Éste es el caso de Neltume”.

Cuando el sábado 27 de junio de 1981 una patrulla de la Compañía de Comando Nº8 del Regimiento Llancahue, enviada por Rosauro Martínez Labbé, los descubrió cerca del Lago Quilmo, los 12 miristas que se encontraban en el campamento no tuvieron más que correr en bandada hacia las quilas alrededor de las carpas, y escapar a punta y codo. Solo Miguel Cabrera, y su segundo, Raúl Obregón, sabían que los fusiles FAL y las municiones –escasas como la comida– estaban en uno de los siete tatús que lograron construir a un día de marcha rápida, en otro rincón de la fría, nevada y arisca montaña.

UN MUERTO EN BUSCA DE IDENTIDAD

Al inicio de esta investigación, parecía improbable que ese hombre muerto de un tiro en la cabeza, al que los jefes exhibían a fines de junio del ’81 cuando los soldados iban llegando a la montaña, hubiera existido. Porque los militares demoraron 63 días hasta lograr atrapar el 29 de agosto a dos de los miristas: René Bravo y Julio Riffo, y sólo el 13 de septiembre acribillaron al primer guerrillero. Durante ese lapso los militares acosaron a los pobladores de la zona y los torturaron para que revelaran el paradero de los buscados: creían que el grupo del MIR había hecho contacto con ellos y se sostenían arriba enmontañados gracias a la ayuda de éstos. Es probable entonces que ese muerto exhibido por los jefes a los conscriptos haya sido un campesino al que nadie nunca reclamó y que, por esa misma razón, no figura ni en las nóminas de víctimas del Informe Rettig ni en las listas de detenidos desparecidos.

Al cabo de las entrevistas con cinco soldados, nos asiste la certeza de que ese muerto no coincide con ninguno de la lista de miristas abatidos en esa operación. Todos lo vieron. Verlo era el bautismo para comenzar la acción del Operativo Machete. A medida que se cotejan los testimonios de los soldados, surgen nuevas víctimas. Al contar los caídos, sobran muertos.

El ex conscripto A tiene una memoria poderosa: guarda detalles que sorprenden a sus dos compañeros, a quienes llamaremos B y C. Sentado a la mesa en la casa de uno de ellos, en Paillaco, recuerda la Casa Hilton, o Rancho Hilton, como llamaron a la base de operaciones que se instaló en la montaña, en Remeco Alto, entre Neltume y Liquiñe. Allí también estaba el río en cuyas frías aguas los obligaban a bañarse en pleno invierno para mantener la moral alta. Justamente ahí estaba apostado un día el ex conscripto A, haciendo guardia con otro soldado, entre las tres y las cuatro de la tarde:

-Lloviznaba, hacia mucho frío, y a la distancia vimos que traían a la rastra a un hombre, atado de las manos o el cuello a un caballo negro. Lo amarraron a un árbol. Venía ya herido, mordido por un perro. Solo me recuerdo su rostro de dolor y la voz de mando con la que le ordenaban al perro pastor alemán que lo atacara.

El relato de A coincide con el de otros dos conscriptos que en distintos momentos vieron al campesino que era interrogado mientras era mordido por el perro. Otro soldado lo vio llegar al regimiento en Valdivia. Allí habría muerto.  “El perro era de la CNI de Valdivia, le decían Casán”, dice el ex conscripto, quien de inmediato lanza el humor campesino: “Nos reíamos de ese perro: en las patrullas quedaba pataleando en el aire, colgando de las quilas, ya que las cortábamos con el machete más alto que la altura de sus patas”.

Mientras el Ejército torturaba campesinos tratando de conseguir datos para ubicar a los doce miristas que escaparon el 27 de junio, los guerrilleros, divididos en un grupo al mando de Miguel Cabrera y el otro al mando de Patricio Calfuquir, escapaban con un solo objetivo: llegar a los fusiles y la poca comida que guardaban en dos tatús acondicionados durante ese año que llevaban en la montaña.

Las primeras exploraciones del destacamento guerrillero fueron en febrero de 1980, y los primeros campamentos se instalaron en julio de ese año. En agosto llegó un contingente y, finalmente, en octubre se enmontañó Cabrera, el Paine.

Los problemas habían ido en aumento sobre todo por la dificultad para aprovisionarse de alimentos: a medida que se internaban en la cordillera, la comida quedaba más atrás. El estómago de los guerrilleros comenzó a achicarse. También el grosor de sus cuerpos. El gasto de energías para moverse por esas montañas era superior al que habían consumido en el campamento cercano a La Habana donde se entrenaron con calor cubano. Pero ninguna privación vivida por ellos antes pudo darles la idea del frío y el hambre que llegarían a sufrir cuando fueron descubiertos por los militares y en tan solo un segundo perdieron el abrigo, los pertrechos, los mapas y todos los alimentos.

Treinta y dos años más tarde, los ex conscriptos reunidos en Paillaco también hablan de comida al recordar el entrenamiento en la Compañía de Comandos. El primer mes conocieron ellos también un hambre espantosa, además del carácter de cada instructor y su peso específico al pegar con la palma abierta, con la culata del fusil o con el puño. El día que recibieron visita por primera vez los advirtieron: apenas podían tocar la comida que sus madres les habían preparado. Ninguno hizo caso. Los 130 se dieron una bacanal de empanadas, de chancho, de patos y pollos de sus propios gallineros, de calzones rotos, de mote con huesillos, de leches asadas, de torta de milhojas. Cuando sus madres se fueron y volvieron a las barracas, escucharon el grito de los tenientes al mando de Rosauro Martínez. Cuerpo a tierra. Punta y codo. Abdominales. Cien. Fuerzas de brazo. Saltos de rana. Cien. Hasta que cada uno de los conscriptos no hubo vomitado todo lo que había comido, no pararon. Los instructores de Rosauro eran tipos duros, formados como él en las técnicas estadounidenses con que se formaron los soldados que habían ido a perder a Vietman. Y repetían el método.

El ex conscripto A suele soñar con un campesino al que le tocó vigilar mientras lo torturaban:

-Un día nos encontramos a un campesino en el sector norte de Remeco Alto, para el lado del Lago Quilmo. Venía a caballo con un quintal de harina en el lomo. Lo tomamos prisionero con el teniente Claudio Peppi Onetto. Se le ordenó bajar del caballo y cuando se le pidió la identidad, uno de los apellidos concordaba con uno de los que buscaban. Lo llevamos a Remeco, a una zona donde hay galpones. Le pasaron una pala y le ordenaron que empezara a cavar, que si no hablaba y decía donde estaban los otros, ahí mismo lo iban a enterrar. Él no decía nada. No sabía nada. Era un campesino no más. Cavaba y lloraba en silencio. Nos obligaron a darle mantequilla de maní, que venía en las raciones NA del Ejército (insumos estadounidenses), y galletas de agua. Debía comer la mezcla y tragar rápido, y entre su llanto y comer, se le gastaba la saliva y se ahogaba. Al hombrecito al final se lo llevaron y ya no supimos lo que pasó con el.

EL FRIO QUE AMPUTA

Faltaban días y noches de frío y hambre para el final. Las muertes se sucederían sin pausa después del 29 de agosto. Dos mil hombres entrenados para la guerra –la Compañía de Comando de Martínez Labbé, los de la Unidad Anti Terrorista (UAT) conducida por el capitán Conrado García (procesado por tres de los homicidios de Neltume), los del Regimiento Cazadores, los del Maturana, los de la Brigada Azul de la CNI (creada especialmente para eliminar al MIR)– no habían podido a lo largo de 63 días ni siquiera herir a uno de los doce guerrilleros. La montaña se los había tragado.

Si los guerrilleros no hubieran persistido en su aventura, si no hubieran creído que aún deshechos y debilitados como estaban podrían conseguir ayuda de sus jefes en Santiago para resistir, habrían podido volver caminando a la Argentina, o se hubieran ido desplazando de a poco hacia “el llano”, como le dicen allá arriba a la tierra menos escarpada que desciende hacia Panguipulli, Temuco y Valdivia.

Perdidos en dos patrullas, los del Toqui Lautaro se lograron reunir finalmente en uno de los refugios 42 días después de que los descubrieran. Habían podido hacerse de los fusiles que Paine guardaba en un tatú, pero en las reservas había apenas un par de kilos de arroz, una bolsa de porotos y algo de leche en polvo. Comieron durante semanas una especie de sopa en la que a cada uno le tocaban diez porotos. Y luego, como postre, una cucharadita de azúcar. El hambre los adelgazó hasta los huesos y les quitó las defensas; se enfermaron. El frío gangrenó un pie de Pedro Yáñez hasta que hubo que amputárselo con una cortaplumas. A varios los comenzó a devorar el “pie de trinchera”: una infección que viene con las bajas temperaturas y ataca los dedos. En la bota de Yáñez, que supuraba a cada paso, los demás veían su propio destino. Todos los sobrevivientes coinciden: ni en el más doloroso de los momentos hubo quejas.

A fines de agosto se decidieron: cinco de ellos debían bajar a buscar ayuda. Se dividieron en dos grupos: tres por un lado, y Riffo y Bravo por otro. Mientras el trío logró sortear los pueblos y llegar a Temuco, los otros dos avanzaron sin problemas hasta Huellalhue, un paraje antes de Lanco. El hambre los empujó hacia el enemigo. Pidieron comida en una casa de campo. Los lugareños los ayudaron. Les recomendaron un rincón cercano para descansar. También les avisaron a los carabineros. Sólo tenían una pistola con un cargador. No llegaron a usarla. Detenidos fueron llevados a Lanco y luego a Valdivia. Dos soldados aseguran haberlos visto allí, porque debieron custodiarlos cuando los encerraron en unas piezas. Después, vieron cuando se los llevaron en un helicóptero.

–Nadie duda de que fueron trasladados por la CNI a Santiago para ser torturados. Es casi lo único de lo que no tenemos pruebas. Pero un mirista que fue luego interrogado por los mismos torturadores contó que a él le decían que había hablado muy pronto, no como sus compañeros de Neltume a los que tuvieron que darles duro muchos días hasta que los quebraron –cuenta una fuente que conoce bien la trama de esta historia.

No es necesario detallar la crueldad de los interrogatorios de la CNI. Los jóvenes Riffo y Bravo conocieron todos los matices del dolor. Y en esas condiciones fueron llevados de regreso a Neltume para guiar los pasos de los que buscaban a sus compañeros que allá esperaban por ayuda. Los militares sabían que sin tortura no había chance de llegar al resto. El fracaso de su acción militar masiva era impresentable ante el alto mando del Ejército. A tal punto la detención de Bravo y Riffo cambió las cosas, que la Operación Contraguerrillera Machete terminó el 29 de agosto. Y entonces comenzó la Operación Pilmayquén.

LA CNI EN LA CACERÍA

En la causa que investiga Emma Díaz, la ministra en visita extraordinaria de la Corte de Apelaciones de Valdivia (Rol 1675-2003), se acumulan los testimonios de algunos militares que participaron del operativo. Al menos tres admiten lo mismo que asegura el conscripto E, sólo que omiten datos:

–Nos llevaron a unas cabañas de las Termas de Liquiñe. Ahí estábamos una patrulla de la Compañía de Comandos –al mando de Mosquetón (Rosauro Martínez)– con la CNI. Y ahí tenían a dos hombres jóvenes. A esos dos cabros los sacaban a buscar a sus compañeros a la montaña –contó a CIPER el ex conscripto E.

A ese testimonio se suma el del ex conscripto D, entrevistado en La Unión hace dos años: “En septiembre, a los dos los tuvieron varios días caminando por la montaña para que se encontraran con sus compañeros guerrilleros. A uno lo ataban con un lazo a la cintura y lo largaban varios metros adelante. Así fue como terminó encontrando a los otros y uno de ellos salió muerto”.

Lo que vino es uno de los pasajes más difíciles de reconstituir de esta historia. El 13 de septiembre uno de los jóvenes en manos de Mosquetón y la CNI no pudo evitar el encuentro con sus compañeros, los mismos que habían decidido varias semanas antes que ellos dos y otro grupo de tres partirían hacia el llano a buscar ayuda. Los que quedaban en la montaña, desesperados por el hambre y la enfermedad, esperaban la ayuda de la dirección del MIR. El joven guerrillero silbó el canto de un pájaro austral tal como estaba acordado. Los demás le salieron al encuentro. Y la balacera comenzó. Los fusiles y las ametralladoras del Ejército dispararon. Los del MIR eran dos: respondieron, pero sobre todo intentaron escapar. La superioridad de fuerza de los militares era total. Aún así la emboscada no fue exitosa: sólo le dieron a uno. Allí mataron a Raúl Obregón Torres.

El resto del destacamento mirista siguió avanzando. Pedro Yáñez Palacios ya no quiso seguir: la amputación no le había frenado la infección. Bajo el tronco de un árbol que hacía de escondite, se quedó con un fusil FAL y un cargador. Pasó allí varios días. Al final desvariaba de dolor. Lo escuchó una patrulla que conducía el teniente Mario de Toro Gallardo. El ex conscripto E, el mismo que conoció desde el inicio el rigor de Toro Gallardo, cuenta que fue ese teniente el que casi lo seccionó con su ametralladora. Con Yáñez, ya eran dos los abatidos.

De Toro es otro de los jefes militares que, como a Rosauro Martínez, los soldados no han podido olvidar. No solo por esa ráfaga que casi partió en dos el cuerpo ya desmembrado de Yáñez. Casado con una ex reina de Valdivia, su porte imponente, su pelo rubio y sus grandes ojos verdes que miraban fijo al frente, impactaban menos que las cicatrices que exhibía en sus manos y que hasta hoy causan escalofríos en los ex conscriptos. Un accidente en moto, uno de sus hobby favoritos, estaba en el origen y no las ocultaba. Sabía el efecto que causaba con sus grandes manos en los soldados a quienes comandaba, como también sus exuberantes bíceps.

–Parecía un actor de cine. Esa fue la impresión que nos dejó cuando nos vino a reclutar a La Unión. Era impresionante verlo dar órdenes ese primer día que nos recibió en el gimnasio. Mi última imagen de él es dando ordenes en una de las últimas semanas que estuve en la cordillera. Fue en un campamento cerca de Choshuenco. Era bien loco pero debo decir que al soldado lo miraba con cierta humanidad. Era loco, como Bruce Willis en Duro de matar… –dice otro de los ex conscriptos.

ROSAURO Y EL BAQUEANO

Cuando Pedro Yáñez fue asesinado, el capitán Rosauro Martínez seguía todo el desarrollo de la operación desde la casa del baqueano que los guiaba por la montaña: Juan de Dios Peña, un hombre ya mayor al que los militares le decían Tata. Entrevistado por María José Flores, profesora de Historia de la Universidad de Los Lagos, autora de una tesis de lo ocurrido en Neltume, su hijo, Israel Enrique Peña Patiño, recordó al entonces joven Rosauro Martínez:

–El capitán Martínez era el que mandaba. Por el hecho de que mi papá trabajara con ellos había una protección especial sobre nosotros, nos cuidaban en la noche.

Israel Peña estaba en primero básico y sabe que era primavera porque los incidentes fueron después de la última nevada de ese año. Martínez pasaba mucho tiempo en su casa a la espera de que sus hombres dieran con los guerrilleros. En agradecimiento, el propio Martínez visitó al Tata Peña un año después y le llevó de regalo una fotografía en la que se ve al baqueano rodeado de soldados marchar por la montaña. Así recuerda ese momento: “El capitán se encargó de tomar la foto y de regalársela a mi papá.  Le dijo: ‘Tata, aquí le traigo un recuerdo para que nunca se olvide de su trabajo en Neltume’”.

En esa visita, Martínez le ofreció al baqueano una casa amoblada, una jubilación y estudio para su hijo, el niño al que le había enseñado a leer. Pero Juan de Dios Peña no quiso. “No aceptó, porque ser guía tampoco fue algo que él hizo de buena voluntad, sino que fue ‘voluntariamente obligado’, como mi papá solía decir”, relató su hijo.

Israel Peña también recuerda que en septiembre del ‘81, cuando algunas nevadas todavía blanqueaban la cima de la montaña, su padre llegó a la casa y contó que habían matado a tres en Remeco, en la casa de doña Floridema Jaramillo. La mujer era la madrina de José Eugenio Monsalve Sandoval. José, nacido en Neltume, escapaba del cerco militar junto a Patricio Calfuquir Henríquez y Próspero del Carmen Guzmán Torres. Los empujaba la inanición. Calfuquir tenía los pies infectados, volaba de fiebre. Acorralados, decidieron quebrar con el mandato de las jefaturas del MIR: no tomar contacto con lugareños. Doña “Flora” había visto crecer a José, era su madrina, la comadre de su mamá: tenía que ayudarlo. Les abrió la puerta, les hizo sopaipillas y hasta le prestó la cama al enfermo. Pero muerta de miedo –dijo luego–, hizo lo que el capitán Martínez le pidió a todos los campesinos: avisar si veían a los buscados. Mandó a su hijo, Juan Carlos, de 15 años, a alertar a los carabineros. Los pacos pasaron a avisarle al capitán Martínez, quien fue el primero en llegar a la casa.

En la causa en la que los abogados Magdalena Garcés y Vladimir Riesco pidieron el desafuero del diputado Rosauro Martínez, es clave esta escena ocurrida hace 32 años. Los querellantes son las familias de los tres jóvenes miristas: acusan al diputado por homicidio calificado agravado por premeditación y alevosía. Las pruebas, según los abogados, dejan claro que Martínez Labbé encabezó una operación comando no para detener a los miristas, sino para asesinarlos. Lo que hizo con una “superioridad de fuerzas abrumadora”. Y que, como era imposible que las víctimas se defendieran con algún éxito, se “actuó sobre seguro”. De hecho, en esa operación ningún militar o soldado resultó rasguñado por un tiro de FAL mirista. Las únicas bajas fueron un conscripto muerto por una ráfaga que se le escapó a un oficial, y un sargento que se suicidó.

Uno de los testigos que inculpa a Martínez Labbé es el sargento de Carabineros Alfonso Rosas, jefe del Destacamento Neltume. En su declaración cuenta que cuando llegó a la casa de la madrina de José, el capitán habló con Flora. La mujer le informó que los guerrilleros estaban durmiendo. Martínez ordenó cercar el lugar. Alfonso Rosas se quedó en la parte de atrás de la casa. Martínez la rodeó por el cerro para apostarse en el frente. Y allí se quedaron, a la espera de más de 30 hombres de la Compañía de Comandos Llancahue. Entonces atacaron.

En La Unión viven dos conscriptos que participaron de esa operación. Cuando los contactamos, se negaron a hablar. Pero la memoria tiene otros dueños. Los conscriptos entrevistados por CIPER recuerdan: “A Martínez Labbé no solamente lo vieron que mandaba, él también disparó. Todos se acuerdan clarito, porque cuando quiso disparar su ametralladora, se le trabó. Entonces, la tiró a un lado y le quitó la que llevaba el soldado que andaba con él, Inostroza, y salió la balacera”, relata el ex conscripto B.

Inostroza existe. Se llama Eduardo Alberto Inostroza Reyes y era cabo 1º de la Compañía de Comandos. En su declaración judicial, el cabo deja caer: “De la casa salió un joven que fue impactado por alguno de la patrulla de llegada. Por una ventana salió otro que logró escapar aunque le dispararon al parecer en la espalda”. Inostroza da cuenta así del final de Calfuquir, que muere habiendo gastado el cargador de su FAL. La autopsia indicó cráneo estallado. La de Próspero Guzmán, el joven que salió por el frontis de la casa, indica que recibió 28 balazos de subametralladora y su cráneo también deshecho.

El ahijado de Flora, José Monsalve, escapó herido por la montaña hasta que ya no pudo avanzar más. Quedó tirado en una quebrada. La declaración de Inostroza coincide con la de Juan Carlos, el joven que corrió a avisarles a los carabineros de la presencia de los guerrilleros. Juan Carlos declaró lo que el capitán Rosauro Martínez le dijo a su madre: “Señora, le vamos a destruir su casa, pero se la vamos a devolver”. Inmediatamente después, “el capitán dio la orden de fuego”. Juan Carlos también recordó cómo murió José Monsalve, a quien vio arrastrarse herido hasta la quebrada:

–Los militares le dispararon y lo mataron ahí mismo, a una distancia de cinco metros más o menos. Él estaba enrollado bajo unos coligües y no tenía el fusil en sus manos pues éste estaba a unos cinco metros al lado de una mata de chilcos. No le dijeron que se rindiera porque la persona estaba enrollada debajo de los coligües, herido, como escondido, y no disparó contra los militares.

EL CUARTEL DE LAS TERMAS DE LIQUIÑE

El ex conscripto D también tiene pesadillas en la montaña. Con la marca de los años en el rostro y en la memoria, acepta contar la historia sentado en su auto. La larga de un tirón. Es como si hubiera estado allí esperando a que alguien le preguntara: “El jefe nos dijo: soldados, es feo matarse entre chilenos, pero hay que hacerlo porque estos tipos no pueden quedar vivos”. La frase fue lanzada el 21 de septiembre del ‘81. Eran los últimos muertos de una semana que había comenzado el 13 con la de Raúl Obregón en la emboscada; y continuó con la masacre en la casa de Flora Jaramillo. Durante varios días el soldado D y al menos tres militares que declararon ante la justicia, vieron a Julio Riffo y René Bravo cautivos de los hombres de Rosauro Martínez y de la CNI: dormían en las cabañas de las Termas de Liquiñe, usadas como campamento militar. Los detenidos eran conducidos, dice el soldado, por Arturo Sanhuesa Ros, uno de los tenientes de Martínez Labbé.

¿Dónde los vio?
–A esos tres los anduvieron trayendo por toda la montaña. Los llevaban para arriba, había un caminito, como una huella, y ahí los echaban correr p’ allá con un lazo de 20 metros, buscando a sus amigos. Les pedían que buscaran a sus amigos para que hagan contacto.

-¿Quién era el jefe?
-Sanhueza. El teniente Sanhueza Ros.

Pasaron 32 años. La vida después de la Operación Pilmaiquén continuó también para los militares. Rosauro Martínez ha sido quien ha tenido más éxito, al punto de ser un honorable diputado en los últimos veinte años. Mario de Toro Gallardo siguió ascendiendo en el Ejército sin ser interpelado. En 2002 aún se encontraba allí como comandante del Regimiento Cazadores (Regimiento de Caballería Blindada Nº2). Sanhueza Ros fue premiado por su actuación en la montaña con un ascenso y siguió su camino en la CNI. Se convirtió en El Huiro, jefe de la Brigada Azul de la CNI, cuya tarea principal era eliminar al MIR. Fue procesado como uno de los asesinos del periodista de la revista Análisis, José Carrasco Tapia y por los crímenes de la Operación Albania, entre otros.

El ex conscripto D recuerda el frío de ese septiembre de 1981. La nieve que lo cubría todo en ese paraje cercano a Liquiñe. Estaba junto a otros dos conscriptos de la Compañía de Comandos al mando de Martínez Labbé, cuando llegó una camioneta Toyota de la que bajaron a tres hombres. “Nosotros conversamos con uno de ellos y le preguntamos por qué andaba cojeando. Nos dijo que tenía congelamiento en los pies, en el dedo gordo… pero ese dedo ya había desaparecido. Eran tres los prisioneros, dos eran guerrilleros y el tercero era un campesino que decía y repetía que él les había dado remedios no más”.

Todo indica que los dos guerrilleros eran Riffo y Bravo. Pero no hay ninguna pista, ningún indicio sobre la identidad del tercer hombre, el campesino. Es otro muerto que sobra. Un muerto que no figura en ninguna lista de víctimas de la dictadura.

-¿En qué lugar los fusilaron?
-Ahí, en Liquiñe, como cinco kilómetros p’ atrás. Fue ahí en un acantilado. Es un camino precordillerano, una huella no más. A ellos los bajaron de la Toyota grande con su cruz al hombro. Fue igual que en esas películas en las que se ve a Jesucristo caminando al calvario. Tal cual. Eran unas cruces de guaye, las que les amarraron al cuerpo con alambre. Se las amarraron de acá (señala la muñeca de un lado y hace el gesto de amarrar en la otra muñeca).

“Es feo matarse entre chilenos. ¡Ustedes no han visto nada!”, les dijo el jefe de la operación, el oficial Molina de la CNI. Los conscriptos escucharon los disparos y entonces, les tocó el trabajo de enterrarlos. “Ahí los sacamos de la cruz y los envolvimos en polietileno. Yo tenía mucho miedo”.

-¿A qué le tenía miedo?
-¡A qué va a ser p’oh!: ¡A los muertos! Tuvimos que esperar a que los vinieran a buscar. Día y noche tuvimos que estar con ellos muertos. Los tuvieron enterrados en la nieve ahí una semana antes de que se los llevaran en un helicóptero.

Nota:  Colaboró en esta investigación, Daniela Belmar


En Valdivia realizan homenaje a los fusilados de Llancahue

Fuente :resumen.cl, 5 de Octubre 2014

Categoría : Prensa

El 4 de octubre de 1973 fue un día negro para el pueblo chileno, uno más de tantos días aciagos desde que se impuso el golpe de Estado. En el sur de Chile la situación no fue diferente. En Valdivia el movimiento popular era muy activo, en los frentes de masas y en la articulación de una de las experiencias más interesantes de poder popular: el Complejo maderero Panguipulli

En el marco de la fatídica caravana de la muerte, Arellano Stark decidió fusilar a 12 militantes del MIR, todos jóvenes activistas de las luchas populares, la orden fue ejecutada por el comandante en jefe de la IV división de Ejército, Héctor Bravo Muñoz.

Los fusilados fueron detenidos, torturados y llevados al campo de tiro del Regimiento de las Fuerzas Especiales del Regimiento N° 8 Llancahue de Valdivia. La nómina de los militantes asesinados es la que sigue, según datos del Codepu:

Pedro Purísimo Barria Ordoñez, 22 años, estudiante; José René Barrientos Warner, 29 años, estudiante de Filosofía, Música y Castellano y músico de la Orquesta de Cámara de la Universidad Austral; Sergio Jaime Bravo Aguilera, 21 años, obrero maderero; Santiago Segundo Garcia Morales, 26 años, obrero maderero; Luis Enrique del Carmen Guzmán Soto, 21 años, obrero maderero; Fernando Krauss Iturra, 24 años, estudiante universitario, Secretario Regional del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR); José Gregorio Liendo Vera, 28 años, ex-estudiante de agronomía, militante del MIR y líder del Movimiento Campesino Revolucionario (MCR) del Complejo Maderero y Forestal Panguipulli, también conocido como «Comandante Pepe»; Luis Hernán Pezo Jara, 29 años, obrero maderero; Víctor Eugenio Rudolf Reyes, 32 años, obrero maderero; Rudemir Saavedra Bahamondes, obrero maderero; Víctor Segundo Saavedra Muñoz, 19 años, obrero maderero; Luis Mario Valenzuela Ferrada, 20 años, obrero maderero.

Este sábado 4 de octubre, al conmemorarse 41 años de los cobardes sucesos, amigos, ex militantes y familiares de los compañeros asesinados fueron recordados en sus tumbas en el cementerio de Valdivia. Entre los testimonios se recordó el carácter y calidad de los militantes, sobre todo su compromiso inclaudicable con el pueblo chileno.

Entre los elementos de memoria que se mencionaron destaca el que Pedro Barría era discapacitado (imposibilitado de caminar sin muletas) y aun así fue torturado y fusilado, esto es solo una muestra de la cobardía de los militares chilenos. Emotivos recuerdos y convicción en la necesidad de justicia y memoria fue el sentido que los compañeros valdivianos destacaron en esta nueva conmemoración.


Exhuman Cuerpos de Victimas de Neltume

Fuente :mediabanco.com, 17 de Marzo 2015

Categoría : Prensa

Por orden de la Ministra de la Ilma. Corte de Apelaciones de Valdivia, S.S. Da. Emma Díaz Yévenes, se iniciaron las exhumaciones de las víctimas de Neltume, por los hechos ocurridos en 1981, en la precordillera de Valdivia.

Los nueve militantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, fueron ejecutados extrajudicialmente por integrantes del Destacamento de Tropas Especiales de la Compañía de Comandos N°8 del Regimiento Llancahue de Valdivia, y la Unidad Antiterrorista (UAT), de la Central Nacional de Informaciones, CNI.

Las nueve víctimas de la entonces llamada por la comandancia en jefe del Ejército Operación de Contraguerrilla Machete, son: D. René Bravo Aguilera, D. Miguel Cabrera Fernández, D. Juan Ojeda Aguayo, D. Julio Riffo Figueroa, D. Pedro Yáñez Palacios, D. Raúl Obregón Torres, D. Patricio Calfuquir Henríquez, D. Próspero Guzmán Soto y D. José Monsalve Sandoval.

Por los tres últimos se encuentra procesado en calidad de autor de tres homicidios calificados, el diputado y ex agente de la DINA, Rosauro MARTÍNEZ LABBÉ, quien con el grado de capitán estaba al mando del referido Destacamento de Tropas Especiales.

En esta misma causa Neltume también se encuentran encausados el ex jefe de Unidad Antiterrorista (UAT) de la CNI, coronel (R) Conrado GARCÍA GAIER; el capitán (R) ex jefe de la Brigada Rojo de la CNI y ex jefe de Seguridad de la Municipalidad de Providencia bajo la alcaldía del coronel (R) y ex agente DINA, Cristián Labbé Galilea, Enrique SANDOVAL ARANCIBIA; y, el suboficial (R) Luis JEREZ PRUSSING.

Las diligencias de exhumación fueron decretadas por la Ministra S.S. Da. Emma Díaz Yévenes, a solicitud del Programa de Derechos Humanos del Ministerio de Interior y Seguridad Pública.

En las exhumaciones participan peritos del Servicio Médico Legal, así como los peritos particulares D. Kenneth Jensen y D. Iván Cáceres, por el Programa de Derechos Humanos.

Las diligencias se realizarán durante toda esta semana, tanto en el Cementerio Municipal de Valdivia como en otros cementerios locales de la precordillera.

El objetivo de las exhumaciones es determinar cuáles fueron las reales causas de muerte de las víctimas, establecer las trayectorias de los disparos y el eventual hallazgo de proyectiles aún incrustados en los huesos.

En 1981, la versión oficial del Ejército fue que estas personas murieron en “enfrentamientos” con fuerzas militares en la zona de Neltume y alrededores.

Sin embargo, en la investigación judicial se ha llegado a acreditar que tales enfrentamientos no existieron, y que los miristas fueron ejecutados extrajudicialmente.

En 1978, el MIR inició la Operación Retorno a Chile con el fin de combatir a la dictadura por las armas. A comienzos de la década del 80 del siglo pasado, poco menos de veinte militantes se instalaron en Neltume y sus alrededores para conformar el Destacamento Guerrillero Toqui Lautaro, ingresando al país en forma clandestina desde diversas ciudades de Europa, a través de pasos fronterizos de la precordillera de Valdivia.

Todas las osamentas serán trasladadas al Servicio Médico Legal de Santiago, con el fin de practicárseles las pericias que correspondan.

En el caso de Raúl Obregón, su cuerpo fue exhumado el jueves pasado en Santiago por orden del Ministro de la Ilma. Corte de Apelaciones de Santiago, D. Mario Carroza.


La orden del capitán Rosauro Martínez:: “Matar sin piedad a los miristas”

Fuente :puntofinal.cl, 30 de Mayo 2014

Categoría : Prensa

El diputado de Renovación Nacional por Chillán, Rosauro Martínez Labbé, rechaza las acusaciones que lo involucran en crímenes cometidos durante la dictadura militar. “Tengo mi conciencia tranquila, no tengo nada que ocultar”, repite cada vez que es consultado sobre su pasado en el ejército y en la CNI. Sin embargo, la obstinada negativa de Martínez Labbé (hoy de 63 años) comienza a derrumbarse. La Corte de Apelaciones de Valdivia acogió el desafuero del parlamentario, ex alcalde de Chillán y mayor de ejército en retiro. Martínez podría ser inculpado por su responsabilidad en los homicidios calificados de Próspero Guzmán Soto, Patricio Calfuquir Hernández y José Monsalve Sandoval, militantes del MIR, asesinados el 20 de septiembre de 1981 en el sector de Remeco Alto, en la comuna de Panguipulli.

La resolución judicial -apelada a la Corte Suprema por la defensa del parlamentario y ex militar- constituye un reconocimiento al perseverante esfuerzo de los familiares, amigos y compañeros de los militantes del MIR asesinados. No han dejado de bregar para alcanzar justicia y poner fin así a la impunidad que rodea a este crimen.
La resolución del tribunal de Valdivia, adoptada en forma unánime, señala que los antecedentes recogidos en la investigación son suficientes para sostener las sospechas fundadas de participación y responsabilidad de Martínez Labbé en los delitos que le imputa la acusación. El parlamentario derechista era comandante de la Compañía de Comandos Nº 8 del Batallón Lancahue, dependiente de la Cuarta División de Ejército, y en esa calidad cometió los delitos.

El entonces capitán Martínez Labbé tenía por misión dirigir y coordinar las tropas de ejército, Carabineros y miembros de la CNI en la zona. Se le acusa de ser “autor del delito de homicidio calificado de Patricio Alejandro Calfuquir Henríquez, Próspero del Carmen Guzmán Soto y José Eugenio Monsalve Sandoval, ocurrido el 20 de septiembre de 1981, en la localidad de Remeco Alto”.

La decisión del tribunal en torno al rol que le cupo al mayor (r) de ejército y diputado de Renovación Nacional, se basa en lo informado por el jefe del Estado Mayor del Ejército, quien confirmó que el comandante de la Compañía de Comandos Nº 8, cuando ocurrieron los hechos, era el capitán Rosauro Martínez Labbé. Esto fue ratificado por su propia declaración en el marco de la investigación sustanciada por la Fiscalía Militar, en que reconoce haber estado al mando de la operación en Remeco Alto. Su declaración describe las circunstancias en que resultaron abatidos los militantes del MIR. Y a mayor abundamiento, el dictamen de la Corte de Valdivia señala que “a lo anterior, se suman los testimonios contestes de Eduardo Alberto Inostroza Reyes, Sergio Aliro Cárdenas Navarro y Alfonso Rosas, (miembros del ejercito los dos primeros y de Carabineros el último, N. de PF), quienes sitúan al capitán Martínez Labbé en el lugar de los hechos y a cargo de la operación militar desplegada en la localidad de Remeco Alto, y quienes describen, entre otras circunstancias, la orden verbal de abrir fuego en contra de la casa en cuyo interior se encontraban los tres guerrilleros”.

De acuerdo a los fundamentos anteriores, continúa el dictamen, “y habiéndose verificado en la presente gestión la concurrencia de los presupuestos exigidos por el artículo 612 del Código de Procedimiento Penal para dar lugar a la formación de causa respecto del diputado señor Rosauro Martínez Labbé, se accederá a la petición de desafuero formulada por los querellantes”.

LA GUERRILLA DEL MIR
A fines de los años 70 y comienzos de los 80, Chile era un país ocupado por sus propias fuerzas armadas. La dictadura cívico-militar, apoyándose en una represión brutal, llevaba adelante una obra refundacional. Con ese propósito promulgó la Constitución Política de 1980 que, con reformas menores, aún nos rige. La dictadura administraba el poder con prerrogativas discrecionales; decretaba un estado de excepción tras otro, mientras ampliaba las atribuciones de los tribunales militares. A la vez reconfiguraba los organismos de seguridad para una nueva fase en el control social y político, después de la masiva represión de los primeros años que había debilitado al conjunto de los partidos de Izquierda.
La resistencia antidictatorial hacía inmensos esfuerzos por dar continuidad a su lucha e intensificarla. Las organizaciones defensoras de los derechos humanos y las agrupaciones de familiares de detenidos desaparecidos, ejecutados y prisioneros políticos fortalecían la denuncia de los crímenes. Con su accionar contribuían al aislamiento internacional de la dictadura. Otros sectores sociales mostraban niveles iniciales de organización y reemprendían las luchas reivindicativas.

Mientras otros partidos de la Izquierda intentaban reorganizarse en Chile o iniciaban un debate interno para incorporar un repertorio más amplio de formas de lucha, el MIR constataba el carácter refundacional de la dictadura y con alto grado de voluntad y decisión, afinaba, no sin errores y tensiones, su propia política antidictatorial. Pese a las dificultades para sobrellevar la clandestinidad, el MIR se esforzaba por retomar sus lazos con sectores sociales donde había logrado presencia en los años 70. Desplegaba sus primeras acciones ofensivas de propaganda armada que estimularon la voluntad de resistencia en diversos sectores de la sociedad.

La dirección del MIR tomó la decisión de reincorporar al país a militantes que habían sido empujados al exilio. El retorno tenía como finalidad fortalecer la organización en Chile e impulsar en el escenario urbano y en zonas rurales un mayor nivel en la lucha. Entre los objetivos estuvo la instalación, tras una primera fase exploratoria, de dos focos guerrilleros. Uno en la zona de Neltume, en las cercanías del que fuera Complejo Maderero y Forestal de Panguipulli, al interior de Valdivia. El otro en la cordillera de Nahuel-buta. El concepto que guiaba esta decisión era que dichos territorios podrían conformarse como zonas de repliegue eventual para los perseguidos, lugar de instrucción para nuevos milicianos y al mismo tiempo, consolidarse como guerrilla en condiciones de disputar terreno al Estado dictatorial.

LA “OPERACION RETORNO”
Con una formidable disposición, hombres y mujeres, militantes del MIR, ingresaron a la zona de Neltume. Una región conformada por pequeños poblados en plena cordillera. Area de trabajadores forestales, campesinos y pueblo mapuche en el cual el MIR había alcanzado notable desarrollo político y social antes del golpe militar de 1973. Militantes miristas, preparados en el exterior, iniciaron las exploraciones del terreno para construir depósitos y delinear rutas para el abastecimiento de armas, municiones, víveres, medicinas y otros suministros que garantizaran la supervivencia en la montaña.

Esas tareas llevaban más de un año. En medio de condiciones climáticas muy duras, habían construido depósitos y establecido algunos campamentos. Pese a las precauciones en sus desplazamientos, fueron vistos en más de una ocasión por lugareños.

Las difíciles comunicaciones con la dirección del MIR, junto a nuevos desafíos que iban surgiendo y a las dificultades propias del terreno, prolongaron la fase exploratoria de la guerrilla. Afanados en superar los inconvenientes, el 27 de junio de 1981, cerca del mediodía, trece guerrilleros prácticamente desarmados, que se encontraban en uno de los campamentos cerca del lago Quilmo, fueron atacados por una patrulla de la Compañía de Comando Nº 8 del Regimiento Llancahue, enviada por el capitán Rosauro Martínez Labbé. Divididos en dos grupos lograron romper el cerco del ejército, y luego intentaron reagruparse para llegar a los depósitos en que guardaban unas pocas armas y víveres.

A partir de esa fecha se desarrolló una persecución implacable -por tierra y aire- de la guerrilla dispersa y desarmada. Tropas del ejército, Carabineros y agentes de la CNI, se desplegaron en la zona de Neltume, provocando terror entre los lugareños. Numerosos campesinos fueron detenidos y torturados como presuntos colaboradores de la guerrilla.

“LA INTENCION ERA ASESINARLOS”
Mientras un grupo de los militantes miristas fue destinado a retomar contactos con la dirección partidaria, a otro se le asignó la misión de generar nuevas redes de apoyo. Ocho hombres, extenuados, hambrientos y aislados se encontraban en la montaña a la expectativa de los resultados de los equipos enviados a la ciudad. El cerco militar se extendía y con su accionar entregaba señales de que operaban sobre información certera. Obligados por las enfermedades y el desgaste físico, los miristas deciden estructurarse en dos grupos con la intención de generar condiciones para sacar de la zona a los enfermos y romper el cerco del ejército.

A comienzos de septiembre de 1981 la situación se hace insostenible. Algunos militantes habían sido detenidos y asesinados y otros se replegaban perseguidos por el ejército, que en ese momento coordinaba a todas las fuerzas represivas en la zona, incluida la CNI.

El 19 de septiembre de 1981, José Eugenio Monsalve Sandoval, junto a Patricio Alejandro Calfuquir Henríquez y Próspero del Carmen Guzmán Soto, llegaron a Remeco Alto, a la modesta vivienda de Floridema Jaramillo, madrina de Monsalve Sandoval. Ella los recibió y alimentó, pero no pudo superar el miedo que los militares habían desatado en la población de la zona, y los delató. Los tres miristas, cansados, mal armados y debilitados por el hambre y las enfermedades se quedaron dormidos en su casa. Al anochecer, llegaron los soldados comandados por el capitán Rosauro Martínez.

Para la abogada Magdalena Garcés no existen dudas de que la operación militar fue de exterminio y no de búsqueda y captura. Dice que “esta fue una operación destinada a eliminar a los militantes del MIR que se hallaban en la zona” y agrega que “cuando se analizan los hechos, queda muy claro que el propósito era asesinarlos”. Agrega: “Es posible que alguno de los militantes haya disparado. Pero la situación de desnutrición, fiebre, agotamiento y mal estado físico de tres personas que estaban descansando, en comparación con una fuerza numérica muy superior, con armamento de guerra en buen estado, no se puede considerar un enfrentamiento”. Hay testigos que señalan -afirma la abogada Magdalena Garcés- que los soldados instalaron una ametralladora punto 30 que hizo fuego sobre la vivienda y que participaron entre 30 y 40 efectivos. El capitán Rosauro Martínez, antes de dar la orden de disparar le dijo a Floridema Jaramillo que le iban a destruir la vivienda, pero que no se preocupara, pues se la iban a devolver.

Patricio Calfuquir Henríquez, obrero electricista de 28 años, originario de Pitrufquén, se encontraba con fiebre alta al momento del ataque a la vivienda. Datos de la autopsia señalan que murió acostado. Próspero del Carmen Guzmán, obrero maderero, 27 años, nacido en Neltume, intentó salir de la vivienda con un pañuelo blanco en sus manos: murió acribillado por 28 balas, según la autopsia. José Monsalve Sandoval, 27 años, obrero forestal originario de Neltume, logró salir de la casa, pero fue herido mientras corría; su arma se le cayó y testigos afirman que fue rematado cuando se refugiaba entre unos matorrales.

DESAFUERO DEL DIPUTADO
Rosauro Martínez Labbé ha reiterado sus dichos de siempre. “Quiero manifestar mi tranquilidad e inocencia”, expresó en declaración pública y presentó una apelación a la Corte Suprema.

La abogada querellante, Magdalena Garcés, señala que “el desafuero es un requisito para poder perseguir penalmente a un parlamentario. Es un trámite previo, o antejuicio, en el que se exhiben sospechas fundadas de su participación. Para el procesamiento se exigen presunciones fundadas, un estándar más alto de pruebas. Nosotros estamos convencidos que tenemos antecedentes suficientes para condenar a Rosauro Martínez. Está establecido que se trata de homicidio, que él participó de los hechos, y hay testigos que lo vieron disparando y dirigiendo al contingente militar en Remeco Alto”. La abogada Garcés agrega que los familiares de las víctimas comienzan a vislumbrar atisbos de justicia pese al dolor que les significa evocar los hechos y anuncia que el paso siguiente será obtener el procesamiento de los militares y carabineros inculpados en otras acciones que concluyeron con la muerte de militantes del MIR en la zona de Neltume.


Juez Guzmán confirma hallazgo de cuerpo de fusilado en 1973

Fuente :emol.com, 23 de Abril 2003

Categoría : Prensa

El magistrado ordenó exhumar el cuerpo en una sepultura de Valdivia, diligencia que culminó con la identificación de Pedro Purísimo Barría Ordóñez, ejecutado en la denominada Matanza de Neltume. |

El ministro de fuero Juan Guzmán Tapia confirmó que los restos que ordenó exhumar hoy en el Cementerio de Valdivia pertenecían al ejecutado político Pedro Purísimo Barría Ordoñez, asesinado en 1973 en la denominada Matanza de Neltume.

Según informó radio Bío Bío, los restos del joven fueron identificados inmediatamente en el Servicio Médico Legal de la ciudad, ya que en su infancia había sufrido de poliomielitis, por lo que en los huesos de sus piernas tenía una diferencia de tamaño, lo que facilitó la diligencia.

Barría fue fusilado en el regimiento Llancahue de la Décima Región por la denominada Caravana de la Muerte, que lideraba el general Sergio Arellano Stark.


Es feo matarse entre Chilenos, Diputados

Fuente :revistaanfibia.com, 5 de Agosto 2021

Categoría : Otra Información

Hace tres años Cristian Alarcón se obsesionó con una historia. Una patrulla de guerrilleros perdida en una mítica montaña chilena. Sueñan con derrocar a Pinochet. Un capitán del ejército, ahora diputado, encabeza una cacería y ejecuta una masacre. En base a testimonios exclusivos de soldados, Alarcón reconstruye los pasos de Rosauro Martínez Labbé en los alrededores de Neltume. Los libros del cronista han surgido de investigaciones periodísticas: este texto es el germen del que ahora está escribiendo.

La escasa luz invernal que caía sobre las montañas en Neltume alcanzaba para que la foto de su tropa le engalanara el futuro. El comandante Rosauro Martínez Labbé se trepó al tronco de un árbol y apuntó a la formación de la compañía de comando número 8 Llancahue un centenar de hombres a los que él mismo había entrenado para matar guerrilleros. Como un lenguaraz, Malinche, “voluntariamente obligado”, el único hombre de la tropa que había nacido en esas tierras lo guiaba por la espesura hacia un combate ficticio: el ejército chileno había descubierto un raquítico grupo de militantes del Momivimento de Izquierda Revolucionario (MIR), que acampaban sin armas en plena cordillera para sembrar el germen de una guerrilla, soñando con derrocar al dictador Chileno Augusto Pinochet. La imagen cuelga hoy de la pared de madera en una pequeña casa de Panguipulli, donde el hijo de aquel baqueano recuerda la omnipresencia del entonces joven capitán Martínez Labbé en aquella cacería, la más atroz de las que Chile prefiere olvidar.

Según una investigación basada en los testimonios de cinco soldados conscriptos de ese comando, documentos judiciales y entrevistas con sobrevivientes, el hoy diputado comandó en los alrededores de Neltume, una masacre publicitada como un gran triunfo militar.

Oficialmente en septiembre de 1981 se contaron 11 víctimas pero según parece habría que anexar nuevos nombres. A medida que se entrevista testigos los muertos sobran, los cadáveres vistos por los soldados no coinciden con las listas oficiales.

En ese mismo lugar, el Movimiento Campesino Revolucionario, brazo rural del Movimiento de Izquierda Revolucionario, había tenido una participación central en el proceso de toma de fundos madereros alrededor del pueblo de Neltume, a unos 900 kilometros de Santiago, durante el inicio del gobierno de Salvador Allende.

Entre diciembre de 1968 y 1973 hicieron un trabajo de base que logró sumar a los campesinos y trabajadores del Complejo Forestal Panguipulli a un proceso de expropiación. Entre ellos uno se ganó la fama y el bautismo de los pobladores: lo llamaron El Comandante Pepe. Se llamaba Gregorio José Liendo Vera. Los primeros días de octubre del 73, él y otros 11 dirigentes de los fundos expropiados a sus dueños fueron fusilados en el polígono de tiro del Regimiento Llancahue.

Ocho años después, en ese mismo regimiento, unas cuatro hectáreas rodeadas de un pantano al que en la zona le dicen hualve, Rosauro Martinez Labbé entrenó a los conscriptos que integrarían la base de la Operación Contraguerrilla Machete, como bautizaron la expedición en busca de los miristas.

La zona sufrió de manera intensa e incesante la represión política. Quienes no fueron asesinados, pasaron por la tortura y la cárcel, o lograron escapar al exilio. Algunos de los líderes más jovenes y brillantes lograron ubicarse en distintas ciudades de Europa, muchos de ellos en Holanda, Suecia y Francia. Allí estaban cuando en 1978 fueron convocados por el MIR a una reunión en Praga, donde se los anotició: serían protagonistas de la Operación Retorno.

Esa decisión de la cúpula del movimiento se encastraba en otras estrategias, de orden más global, en las que la Unión Soviética y Cuba, propiciaban la creación de zonas revolucionarias en América Latina. En Chile el líder del MIR –asesinado en 1974–, Miguel Enriquez, impulsó un Movimiento de Resistencia Popular que debía sumar a las izquierdas y hasta el progresismo de la Democracia Cristiana. La idea –explica el doctor en historia Robinson Silva en su libro Resistentes y clandestinos, la violencia política del Mir en la dictadura profunda (1978-1972)—era que ese movimiento sería capaz de “conectar la vanguardia con las masas”, para “crear así un ejército revolucionario que enfrentara la dictadura”. La Operación Retorno se continuaba con otro grupo de miristas destinados a Nahuelbuta, en la región de Arauco, y a las ciudades, sobre todo Santiago, Valparaíso y Concepción. En los papeles y los documentos de la conducción se argumentaba la necesidad de hacer volver a los militantes a Neltume; el destino de la misión parecía echado a pesar del sueño de los protagonistas.

***

Los soldados que fueron entrevistados para esta investigación son hoy hombres de 52 años. Nacieron casi todos en 1961. Esa fue la clase que el entonces teniente Mario De Toro Gallardo llegó a seleccionar al gimnasio fiscal de La unión en marzo de 1981: hijos de familias campesinas de los alrededores de Paillaco, Río Bueno y Puerto Nuevo. El año anterior en esa zona no había habido reclutamiento. Por eso la mayoría de ellos tenía 19 años. La Unión es una ciudad tranquila, de unos 45 mil habitantes, de casas de madera como en todo el sur de Chile. En el gimnasio se los hizo desnudar y correr ante los oficiales para seleccionar a los más fuertes. Uno de ellos –lo llamaremos soldado C– recuerda en el living de su casa los ojos verdes e intensos del teniente De Toro: “Yo tenía unos lindos mostachos. El me miró y me dijo. Tu vas a ir para allá, y allá yo te voy a cortar esos bigotes”.

La sutileza de la amenaza no alcanzaba a volver imaginable la pesadilla en la que entraban esos “pelaos”. La llegada fue brava. “De entrada conocimos lo que era estar activo todo el tiempo. Un minuto tranquilo, sin hacer algo, cualquier cosa, y llegaba el palmazo.

Porque pestañeabas en la guardia, porque no hacias lo que se esperaba, porque demorabas, porque tenías mal el uniforme, por cuaquier cosita venían los castigos”. Hablan parecido, hablan con las mismas maneras del sur. Lo hacen en sus casas, en algun bar, en una leñera. Lo hacen en un patio. Hablan arriba de un auto. Muchos de ellos se han negado, pero algunos prefieron recordar. Todos piden que sus nombres no se escriban. Eran 130. Insisten en el anonimato. Quieren fundirse en ese número. Los nombres de sus instructores, de los militares que los torturaron y de los que los condujeron en la montaña, de los que mataron desarmados a los guerrilleros salen de sus bocas. Y entre todos ellos se repiten los de Arturo Sanhueza Ross, Mario de Toro Gallardo, Iván Fuentes Sotomayor, Claudio Peppi Oneto, Sergio Aguilera, Hilario Nahuelpán Huayquimil, José Miguel Basaúl, Eduardo Inostroza. Y todos vieron en la montaña la sombra del conductor de la Operación Machete, que luego fue la Operación Pilmaiquén: Rosauro Martinez Labbé, el capitán del Comando.

“La experiencia de nosotros por años quedó en silencio, guardada. Nadie más hablo de eso. Yo traté de buscar material, de los instructores que teníamos en ese tiempo. No hay nada; traté de buscar el Teniente Mario Toro Gallardo, no sale nada. Lo único que sale es sobre el diputado por Chillan que fue nuestro capitán, Rosauro Martínez Labbé”. El hombre, canas y el porte de quien nunca dejó de entrenar, es el hijo de un sindicalista. Ha sido un guía honesto y cuidadoso para contactar a sus compañeros de la Compañía de Comandos. Se han ido encontrando durante estos años: en bodas, en las esquinas de Osorno o Valdivia, en buses, y en las iglesias evangélicas de las que muchos se hicieron fieles, después de haber abandonado el alcohol, en el que algunos cayeron cuando dejaron la conscripción. Esta búsqueda de la memoria de los soldados de Neltume comenzó hace ya tres años, cuando este cronista inició la investigación para un libro, aún en proceso, que intenta reconstruir los hechos.

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Los guerrilleros del Mir eran sobre todo jóvenes. Cinco de ellos habían sido obreros madereros en el Complejo Panguipulli, y exiliados. René Bravo, de 25; Julio Riffo, de 30; Próspero Guzmán, de 27 y Juan Ojeda, de 27, vivieron en Holanda. José Monsalve, de 27, en Canadá. Raúl Obregón, de 31, en Suecia. Pedro Yáñez, de 31, había nacido en Constitución, y venía de Francia. Dos de los hombres que fueron enviados vía la Argentina y Neuquén a cruzar caminando para instalarse en la montaña –Luis Quinchavil, de 38, y José Campos, de 30– eran de Temuco. Quinchavil, vino de Holanda, y Campos, de Noruega. Fueron detenidos por gendarmes argentinos. De la lista de once miristas muertos en Neltume, son los únicos que no cayeron bajo la metralla del Comando de Rosauro Martínez; sus compañeros creen que fueron entregados a militares chilenos. Están desaparecidos. Patricio Calfuquir, de 28, y Miguel Cabrera, de 30, jefe de todo el grupo, eran de Pitrufquen y Temuco. Cabrera –conocido por todos como Paine—había vivido dos años en una ciudad holandesa cercana a Utrech.

El grupo partió desde París hacia Cuba en marzo del 79, en varias tandas. Allí, en el campo cubano, se entrenaron con las técnicas vietnamitas para guerrilla rural. Fueron 25, la mayoría hombres, aunque hubo algunas, pocas y valerosas mujeres. Se buscaron un nombre: Destacamento Guerrillero Toqui Lautaro. Allí forjaron el temple y aprendieron entre otras cosas a cavar para hacer refugios en la tierra, los llamados “tatús”. La historia de la gesta mirista está contada en clave épica por algunos de los sobrevientes en un libro de buena prosa: Guerrilla en Neltume. Una historia de lucha y resistencia en el sur chileno. Lo editó LOM. Y lo firma el Comité Memoria Neltume.

Algunos sobrevivientes no suscriben en todo lo que el libro cuenta. Entre otros, Elsa, la única mujer que estuvo durante meses en la montaña, y que había bajado del campamento antes de la llegada de militares de media docena de divisiones armados para la guerra.

Las diferencias tienen que ver con la responsabilidad de los jefes miristas que orquestaron la Operación Retorno. Y con el escaso apoyo material, político y humano que tuvieron los que se aventuraron a Neltume. Solo para comprender el nivel de debilidad con el que los guerrilleros se enfrentaron a al ejército chileno es clave en la derrota que nunca se les permitió armarse. Tampoco se los dejó tomar contacto con los pobladores de la zona. Cuando el sábado 27 de junio de 1981 una patrulla de la Compañía de Comando Nro 8 del Regimiento Llancahue enviada por Rosauro Martínez Labbé los descubrió, cerca del lago Quilmo, los 12 que formaban parte del campamente no tuvieron más que correr, en bandada, hacia las quilas alrededor de las carpas, y escapar punta y codo, como habían aprendido en Cuba. Solo Miguel Cabrera, y su segundo, Raúl Obregón, sabían que los fusiles FAL y las municiones –escasas como la comida- estaban en uno de los 7 tatús que lograron construir, a un día de marcha rápida, en otro rincón de la fría, nevada, arisca montaña.

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Al principio de la investigación parecía improbable que ese hombre muerto de un tiro en la cabeza al que los jefes mostraban cuando los soldados iban llegando a la montaña, a fines de junio del 81, hubiera existido. Los militares demoraron 63 días hasta que lograron atrapar a dos de los guerrilleros, el 29 de agosto: René Bravo y Julio Riffo. El 13 de septiembre acribillaron al primer guerrillero. Durante ese tiempo los militares acosaron a los pobladores de la zona, y los torturaron para que revelaran el paradero de los buscados: creían que el MIR había hecho contacto con las bases y que se sostenían enmontañados gracias a la ayuda de estos. Es probable entonces que ese muerto exhibido por los jefes a los conscriptos haya sido un campesino al que nadie nunca reclamó y que no está por lo tanto ni en el informe Retigg ni en las listas de detenidos desparecidos que manejan los familiares. Al cabo de las entrevistas con cinco soldados, es que el muerto que no coincide con la lista de miristas abatidos es una certeza. Todos lo vieron. Verlo era el bautismo para comenzar la acción del Operativo Machete. A medida que se cotejan los testimonios de los soldados surgen nuevas víctimas. Al contar los caídos, sobran los muertos.

El soldado A tiene una memoria poderosa: guarda detalles que sorprenden a sus dos compañeros, a quienes llamaremos B y C. Sentado a la mesa en la casa de uno de ellos, en Paillaco, recuerda la Casa Hilton, o Rancho Hilton, como nombraron la base de operaciones que se instaló en Remeco Alto, en la montaña, entre Neltume y Liquiñe. Y el río en el que los obligaban a bañarse en pleno invierno como una manera de sostener la moral alta. Justamente ahí estaba apostado haciendo guardia con otro conscripto un día, entre las tres y las cuatro de la tarde. “Lloviznaba, hacia mucho frio, y la distancia vimos que traían a un hombre tirando, atado de las manos o el cuello a un caballo negro. Lo amarraron a un árbol. Venía ya herido, mordido por un perro. Solo me recuerdo el rostro de dolor. Le daban orden al perro pastor alemán para que lo atacara”. El relato de A coincide con otros dos soldados que en distintos momentos vieron al campesino al que interrogaban haciéndolo morder y uno que lo vio llegar al regimiento en Valdivia, donde habría muerto. “El perro era de la CNI de Valdivia, le decían Casán–dice el ex conscripto y suelta el humor campesino–. Nos reíamos de ese perro: en las patrullas quedaba colgando de las quilas pataleando en el aire, porque las cortábamos con el machete mas alto de la altura de sus patas”.

Mientras el ejército torturaba campesinos tratando de conseguir datos para ubicar a los doce que escaparon el 27 de junio, los guerrilleros, divididos en un grupo al mando de Miguel Cabrera y el otro al mando de Patricio Calfuquir escapaban con un solo objetivo: llegar a los fusiles y la poca comida que guardaban en dos tatús acondicionados durante ese año que llevaban en la montaña. Las primeras exploraciones fueron en febrero de 1980, los primeros campamentos en julio de ese año. En agosto llegó un contingente, y finalmente en octubre se enmontañó Cabrera, el Paine. Los problemas habían ido en aumento sobre todo por la dificultad para aprovisionarse de comida: a medida que se internaban hacia la cordillera, quedaba más atrás. Había que comer menos, racionalizar más. El estómago de los guerrilleros comenzó a achicarse. Cada uno, a adelgazar. El gasto de energías para moverse por esas montañas era superior al que habían podido en el campamento cercano a La Habana donde se entrenaron con un calor cubano. Pero ni esa escasez soportable podía darles idea del hambre desesperante que llegarían a tener cuando los descubrieron y en un segundo perdieron el abrigo, los pertrechos, los mapas, los chocolates, las latas de conservas, el aceite, el arroz, los porotos, todo lo que pensaban comer.

Los soldados reunidos en Paillaco repasan el entrenamiento en la Compañía de Comandos y hablan de comida. El primer mes conocieron, además del carácter de cada instructor y la manera de pegar con la palma abierta, con la culata del fusil, con el puño, el espantoso hambre. El día que recibieron visita por primera vez los advirtieron: apenas podían tocar la comida que sus madres les habían preparado; no debían saciarse. Ninguno hizo caso. Los 130 se dieron una bacanal de empanadas, de chancho, de patos de campo, de pollos de sus propios gallineros, de calzones rotos, de mote con huesillos, de leches asadas, de torta de hojas. Cuando sus madres se fueron y volvieron a las barracas escucharon el grito de los tenientes de Rosauro Martínez. Cuerpo a tierra. Punta y codo. Abdominales.

Cien. Fuerzas de brazo. Saltos de rana. Cien. Hasta que cada uno vomitó todo lo que había comido no pararon. Los instructores de Rosauro eran tipos duros, formados como él por las técnicas norteamericanas con que se educaron los soldados que habían ido a perder a Vietnam. Y repetían el método.

La comida, como elemento central de una forma de dominación. El soldado A suele soñar con un campesino al que le tocó cuidar mientras lo torturaban. “Un día nos encontramos en Remeco Alto a un campesino, en el sector norte, para el lado del Lago Quilmo. El venía a caballo con un quintal de harina en el lomo. Lo tomamos prisionero con el teniente Claudio Peppi Onetto. Fue bajado del caballo cuando se le pidió la identidad y uno de los apellidos concordaba con uno de los que buscaban. Lo llevamos a Remeco, a una zona donde hay galpones. Le dieron una pala y le dijeron que empezara a cavar, que si no hablaba y decía donde estaban, ahí mismo lo iban a enterrar. El no decía nada, no sabía nada, era un campesino nomás po. Y se quedaba callado. Cavaba y lloraba en silencio. Nos obligaban a darle mantequilla de maní, que venía en las raciones NA del ejército (insumos norteamericanos), y galletas de agua. Con esa mezcla que tenía que comer y tragar rápido, y entre su llanto, y comer se le gastaba la saliva y se ahogaba. Al hombrecito al final lo trasladaron y ya no supimos lo que pasó con el”.

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Faltaban días y noches de frío y hambre para el final. Las muertes se sucederían sin pausa recién después del 29 de agosto. Dos mil hombres entrenados, todos los jefes de la Compañía de Comando de Martínez Labbé, los de la Unidad Anti Terrorista (UAT) conducida por el capitán Conrado García –ahora procesado por tres de los homicidios –, los del Regimiento Cazadores, los del Maturana, los de la CNI, entre ellos los de Anti Terrorismo y los de la Brigada Azul –creada especialmente para eliminar militantes del Mir en todo Chile– no habían podido a lo largo de 63 días ni siquiera herir a uno de los doce guerrilleros. La montaña se los había tragado. La montaña los protegía. Y si no hubieran persistido en la aventura, si no hubieran creído que aún deshechos y debilitados como estaban podrían conseguir ayuda de sus jefes en Santiago para resistir, hubieran vuelto caminando a la Argentina, o se hubieran ido desplazando de a poco hacia “el llano”, como le dicen allá arriba a la tierra menos escarpada que desciende hacia Panguipulli, Temuco y Valdivia.  

Perdidos en dos patrullas los del Toqui Lautaro se habian reunido finalmente en uno de los refugios 42 días despues de que los descubrieran. Habían podido hacerse de los fusiles que Paine guardaba en un tatú, pero en las reservas había apenas un par de kilos de arroz, una bolsa de porotos y algo de leche en polvo. Era todo. Comieron durante semanas una especie de sopa en la que a cada uno le tocaban diez porotos. Y luego, como postre, una cucharadita de azúcar. El hambre los adelgazó hasta los huesos y les quitó las defensas; se enfermaron. El frío gangrenó la pierna de Pedro Yañez hasta que hubo que amputarla con una cortapluma. A varios los comenzó a devorar el pie de trinchera: una infección que viene con las bajas temperaturas y ataca los dedos de los pies. En la bota de Yáñez, que supuraba a cada paso, los demás veían su propio destino. Todos los sobrevivientes coinciden: ni en el más doloroso de los momentos hubo quejas. La entereza moral del grupo era increíble. Resulta difícil configurarse esa ética guerrillera del sacrificio, pero hay que pensar que cada uno de ellos estaba allí con “la firme idea de derrotar a la dictadura”.

A fines de agosto se decidieron: cinco de ellos debían bajar a buscar ayuda. Con dificultades para dejar la zona se dividieron en dos grupos: tres por un lado, y Riffo y Bravo por otro. Mientras el trío logró sortear los pueblos y llegar a Temuco, los otros dos avanzaron sin problemas hasta Huellahue, un paraje antes de Lanco. El hambre los empujó hacia el enemigo. Pidieron comida en una casa de campo.

Los lugareños los ayudaron, y les recomendaron un rincón cercano para descansar. Mientras tanto les avisaron a los policías. Sólo tenían una pistola con un cargador. No llegaron a usarla. Detenidos fueron llevados a Lanco, y luego a Valdivia. Dos soldados aseguran haberlos visto allí, porque los encerraron unas piezas en las debieron custodiarlos. Se los llevaron en helocópteros. “Nadie duda de que fueron trasladados por la CNI a Santiago para ser torturados. Es casi de lo único de lo que no tenemos pruebas. Pero un mirista que fue luego interrogado por los mismos torturadores contó que a él le decían que había hablado muy pronto, no como sus compañeros de Neltume a los que tuvieron que darles muchos días”, cuenta una fuente que conoce la investigación de esta trama. No es necesario detallar la crueldad de los interrogatorios de la CNI y la DINA. Los jóvenes neltuminos conocieron el abismo del dolor. Y en esas condiciones fueron devueltos a su zona para guiar los pasos de sus asesinos. Los militares supieron que sin tortura no había chance de llegar al resto. El fracaso de su acción militar masiva era vergonzozo. A tal punto la detencion de Bravo y Riffo cambió las cosas que la Operación Contraguerrillera Machete terminó el 29. Y entonces comenzaron la Operación Pilmaiquén.

En la causa que investiga Emma Diaz, la Ministra en Visita Extraordinaria de la Corte de Apelaciones de Valdivia, en el expediente 1675-2003, se acumulan los testimonios de algunos militares que participaron del operativo. Al menos tres admiten lo mismo que asegura el soldado C, solo que no revelan el costado siniestro de la escena. “Nos llevaron a unas cabañas en las termas de Liquiñe. Ahí estábamos una patrulla de la Compañía de Comando –al mando de Moscardón– con la CNI; y ahí tenían a dos hombres jóvenes. A esos dos cabros los sacaban a buscar a sus compañeros a la montaña”, contó el ex conscripto. A ese testimonio se suma el del soldado D, entrevistado en La Unión hace dos años: “en septiembre los tuvieron varios días caminando por la montaña para que se encontraran con sus compañeros guerrilleros. A uno lo ataban con un lazo a la cintura y lo largaban varios metros adelante. Así fue como terminó encontrando a los otros y uno de ellos salió muerto”.

Es uno de los pasajes más difíciles de esta historia. El 13 de septiembre uno de los jóvenes en manos de Mosquetón y la CNI no pudo evitar el encuentro con sus compañeros, pautado varias semanas antes, cuando decidieron que un grupo se alejaría hacia el llano para buscar ayuda. Los que quedaban en la montaña, desesperados por el hambre y la enfermedad, esperaban la ayuda de la Dirección del MIR. El joven guerrillero silbó el canto de un pájaro austral tal como había convenido: ese canto significaba que la ayuda estaba presta. Así, los demás le salieron al encuentro. Y la balacera comenzó. Los fusiles y las ametralladoras del ejército dispararon. Los del MIR eran dos: respondieron, pero sobre todo intentaron escapar. Era imposible defenderse: no era una guerra, mucho menos una pelea igualitaria. La superioridad de fuerza de los militares era total. Aún así en la emboscada no fueron exitosos: solo le dieron a uno. Mataron a Raúl Obregón Torres.

Los demás avanzaron. A Pedro Yáñez Palacios la amputación de la pierna no le había frenado la infección. Ya no quiso seguir, y se quedó solo en una especie de cueva, bajo el tronco de un árbol, que hacía de escondite, con un fusil FAL y un cargador. Pasó allí varios días. Al final desvariaba del dolor. Lo escuchó una patrulla que conducía el teniente Mario de Toro Gallardo. “Dicen que les dijo milicos de tal por cual”, cuenta el hijo del baqueano. Y el soldado A, el mismo que conoció el rigor de Toro Gallardo cuenta que fue el teniente el que casi lo secciona con su ametralladora. Con Yáñez ya eran dos los abatidos. Para entonces el capitán Martínez seguía todo desde una casa de familia, la del baqueano que los guiaba por la montaña, Juan de Dios Osval Peña, un hombre ya mayor al que los militares le decian “Tata”. Entrevistado por María José Flores, profesora de historia de la Universidad de Los Lagos –autora de una tesis en torno a lo ocurrido en Neltume– su hijo, Isrrael Enrique Peña Patiño, recordó al entonces joven Rosauro. “El capitán Martínez fue una persona relevante. Era el que mandaba. Por el hecho de que mi papá trabajara con ellos había una protección especial sobre nosotros, nos cuidaban en la noche”, dijo. Enrique Peña estaba en primero básico, y sabe que era primavera porque los incidentes fueron después de la última nevada de ese año. Martínez pasaba mucho tiempo en su casa a la espera de que sus hombres dieran con los guerrilleros. En agradecimiento, el propio Martínez visitó al Tata Peña un año después y le llevó de regalo una fotografía en la que se ve al baqueano rodeado de soldados marchar por la montaña. “El capitán se encargo de tomar la foto y de regalársela a mi papá. El la agrandó, y le dijo: ‘Tata aquí le traigo un recuerdo para que nunca de olvide de su trabajo en Neltume’. Dice mi papá que ellos iban caminando y de repente este capitán Martínez, corrió y les pegó un grito para que se alinearan y él de arriba de un tronco les sacó la foto”. En esa visita Martínez le ofreció al baqueano una casa amoblada, una jubilación y estudio para su hijo, el niño al que le había enseñado a leer. Pero don Peña no quiso. “No aceptó –contó el hijo– porque ser guía tampoco fue algo que él hizo a buena voluntad, sino que ‘voluntariamente obligado’, como solía decir”.

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Israel Peña también recuerda cómo en septiembre del 81, cuando algunas nevadas todavía blanqueaban la cima de la montaña, su padre llegó a contar que habían matado a tres en Remeco, en la casa de doña Floridema Jaramillo. La mujer era la madrina de José Eugenio Monsalve Sandoval. José, nacido en Neltume, escapaba del cerco militar junto a Patricio Calfuquir Henriquez, y Próspero del Carmen Guzmán Torres. Los empujaba la inanición. Calfuquir tenía los pies infectados, volaba de fiebre. Acorralados decidieron quebrar con el mandato de las jefaturas del MIR: no tomar contacto con lugareños. Doña “Flora” lo había visto crecer, tenía que ayudarlo. Era su madrina, la comadre de su mamá. Les abrió la puerta, les hizo sopaipillas, y hasta le prestó la cama al enfermo. Pero muerta de miedo –dijo luego–, hizo lo que el capitán Martínez le había pedido a todos los campesinos: avisar si veían a los buscados. Mandó a su hijo Juan Carlos Henríquez Jaramillo, de 15 años, a alertar a los pacos. Los pacos pasaron a avisarle al capitán Martínez. Fue el primero en llegar a la casa.

En la causa en la que los abogados Magdalena Garcés y Vladimir Riesco pidieron el desafuero de Martínez es clave esta escena ocurrida hace 32 años. Los querellantes son las familias de los tres jóvenes miristas: acusan al diputado de RN por homicidio calificado agravado por premeditación y alevosía.

El diputado Martínez Labbe es un símbolo de cómo la dictadura de Pinochet se camufló en el juego democrático y logró con votos, lo que había conseguido a sangre y fuego en los peores años del régimen. En diciembre, fue como representante del distrito 41 que incluye las comunas de Chillán, Chillán Viejo, Coihueco, Pinto, San Ignacio, El Carmen, Pemuco y Yungay de la Provincia del Ñuble. Anteriormente había sido Alcalde de Chillán. Y no es el único político sospechado de haber participado en la represión.

Para una sociedad en la que ya 520 condenados por crímenes de lesa humanidad hay quizás es difìcil comprender la naturalización y el silencio en la sociedad chilena frente a estos casos. La médula de esta investigación fue publicada en el sitio Ciper chile, de investigación, dirigido por Mónica González. Sin embargo, la prensa oficial chilena calla. El cerco de protección de los medios chilenos sobre figuras como Martínez LB parece de un blindaje impenetrable. Acaso, el lunes 7 de abril cuando sea confirmado que Martínez Labbe deba sentarse frente a la Corte de Valdivia, que juzgará si se lo desafuera de la protección que le da su cargo de diputado, los diarios y las revistas deberán hablar sobre el tema.

Las pruebas, según los abogados, dejan claro que Martinez Labbé encabezó una operación comando no para lograr detener miristas, sino para eliminarlos; que además se hizo con una “superioridad de fuerzas abrumadora”, y que como era imposible que las víctimas se defendieran con algún éxito, se “actuó sobre seguro”. De hecho no hay un solo militar o soldado rasguñado por un tiro de FAL mirista. Las únicas bajas fueron las de un conscripto muerto por una ráfaga que se le escapó a un oficial, y el suicidio de un sargento.

Uno de los testimonios que inculpan a Martínez Labbé es el del sargento de carabineros Alfonso Rosas, jefe del destacamento Neltume. En su declaración cuenta que cuando llegó a la casa el capitán habló con Flora. La mujer le avisó que los guerrilleros estaban durmiendo. Martinez dio instrucciones de cercar el lugar. Rosas se quedó en parte de atrás de la casa, Martínez la rodeó por el cerro hasta quedar en el frente. Esperaron a que llegaran más de 30 hombres de la Compañía de Comando Llancahue. Entonces atacaron.

En La Unión hay dos soldados que estuvieron allí. Aunque se los contacta, se niegan a hablar. Faltan a las citas. Dejan de atender el teléfono. Pero la memoria no tiene dueños: entonces, por las noches, cuando los jefes militares dejaban de acosarlos, los pelados se reunían a conversar. Los entrevistados por Ciper recuerdan los relatos. “A Martinez Labbé no solamente lo vieron que mandaba, él también disparó. Se acuerdan clarito porque cuando quiso disparar su ametralladora se le trabó. Entonces la tiró a un lado y le quitó la que llevaba Inostrosa, el que andaba con él y salió la balacera”, relata el soldado B.

Inostrosa existe. Se llama Eduardo Alberto Inostrosa Reyes y era cabo 1ro de la Compañía de Comando. En su declaración el cabo cuenta esa tarde, lo del niño, la balacera. Y deja caer: “De la casa salió un joven que fue impactado por alguno de la patrulla de llegada.

Por una ventana salió otro que logró escapar aunque le dispararon al parecer en la espalda”. Da cuenta así del final de Calfuquir, que muere habiendo gastado el cargador de su FAL, adentro de la casa. La autopsia indicó cinco disparos el cráneo estallado. De Prospero Guzmán, el que salió al frente y recibió 28 balazos de sub ametralladora, con el cráneo también deshecho. Y del final del ahijado de Flora, José Monsalve, que herido escapó por la montaña hasta que no pudo avanzar más y quedó tirado en una quebrada. La declaración de Inostrosa coincide con la de Juan Carlos Henríquez Jaramillo, el jovencito que corrió a avisarle a los carabineros. El chico contó que el capitán le dijo a su madre:

“Señora le vamos a destruir su casa pero se la vamos devolver, ante lo cual su madre dijo que bueno. El capitán inmediatamente dio la orden de fuego”. Juan Carlos también contó el final de José, que era una especie de primo para él, que se había arrastrado herido hasta la quebrada: “Le dispararon y lo mataron ahí mismo, a una distancia de cinco metros más o menos. Él estaba arrollado bajo unos coligues y no tenía el fusil en sus manos pues éste estaba a unos cinco metros al lado de una mata de chilcos. No le dijeron que se rindiera porque la persona estaba arrollada debajo de los coligues, herido, como escondido, y no disparó contra los militares”.

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El soldado D también tiene pesadillas en la montaña. Más avejentado, lejos de todo deporte, acepta contar la historia sentado en su auto. La larga de un tirón, no mide las palabras. Es como si hubiera estado allí esperando a que alguien le preguntara. “El jefe nos dijo: soldados, es feo matarse entre chilenos, pero hay que hacerlo porque estos tipos no pueden volverse vivos”. Fue el 21 de septiembre del 81. Eran los últimos muertos de una semana que había comenzado el 13 con la de Raúl Obregón en la emboscada; y había continuado con la masacre en la casa de Flora Jaramillo. Durante varios días el soldado, y al menos tres militares que declararon ante la justicia vieron a Julio Riffo y René Bravo cautivos de los hombres de Mosquetón y de la CNI: dormían en las cabañas de las termas de Liquiñe que eran usadas como campamento militar. Los detenidos eran conducidos, dice el soldado, por Arturo Sanhueza Ros, uno de los tenientes de Martínez Labbé.

–¿Donde los vio?

–Esos los anduvieron trayendo por toda la montaña. Eran tres. Los llevaban para arriba, había un caminito, como una huella que le llamaban y ahí lo echaban correr pa allá como un lazo de 20 metros, buscando sus amigos. Les pedían que busquen a sus amigos para que hagan contacto.

–¿Quien los tenía, qué jefe?

–Sanhueza. El teniente Sanhueza.

Al soldado los días se le confunden, pero está seguro que todo ocurrió entre el 15 de septiembre y el 20 y tantos. Pasaron 32 años. La vida después de la operación Pilmaiquén continuó también para los militares, y para Sanhueza Ross, premiado por su actuación en la montaña, con un ascenso. Se convirtió en “El Huiro”, jefe de la Brigada Azul, dedicada a la persecusión del MIR, y fue uno de los más sanguinarios miembros de la CNI. Fue procesado como uno de los asesinos del periodista de la revista Análisis, José Carrasco, por participar de la Operación Albania, y por el crimen de cinco frentistas desaparecidos en 1987.

El soldado D recuerda el frío de ese septiembre, la nieve que lo cubría todo en ese paraje cercano a Liquiñe. Estaba junto a otros dos conscriptos de la Compañía de Comandos manejada por Martinez Labbé cuando llegó una camioneta Toyota de la que bajaron a tres hombres. “Conversamos nosotros con uno de sus ellos y el preguntamos qué tenía, porque andaba cojiando. Nos dijo que tenía congelamiento en los pies, en el dedo gordo, ese ya habia desaparecido. Lo tenía amarrado. Eran tres, dos eran guerrilleros, el otro era uno que decía que el les había dado remedios nomás”. Todo indica que se trataba de Riffo y Bravo. No hay indicio alguno de quién puede haber sido el campesino. Es otro muerto que sobra, que no está en las listas de víctimas de la dictadura.

–Es que los milicos juntaban un lote grande y después los fusilaban.

–¿En qué lugar fue el fusilamiento?

–Ahí, en Liquiñe, como cinco kilómetros pa tras. Fue ahí en un acantilado. Puta, si yo pudiera recorrer esos cinco kilómetros, yo cacho al tiro dónde es. Es un camino precordillerano, una huella nada más. A ellos los bajaron la Toyota grande y con su cruz al hombro. Pero si fue lo mismo que cuando tu ves una de esas películas en las que Jesucristo caminó al calvario, lo mismo, pero tal cual. Eran unas cruces de guaye, amarrados con alambre así nomás. Amarrados de acá –señala la muñeca de un lado–, y del otro lado –hace el gesto de amarrar en la otra–.

“Es feo matarse entre chilenos, ustedes no han visto nada”, les dijo el jefe de la operación. Y los dejaron a la espera. Escucharon los disparos. Y entonces les tocó el trabajo de enterrarlos.

–Ahí los sacamos de la cruz y los envolvimos en polietileno. Tuvimos que esperar a que los vinieran a buscar. Yo tenía mucho miedo.

–¿A qué le tenía miedo?

–¿A qué va a ser po? A los muertos po. Día y noche estuvimos con ellos. 

 

por Cristian Alarcón