Ubicación:Camino Internacional, Liquiñe Panguipulli X Región
Rama:Ejército
Geolocalización: Google Maps Link
Descripción General
Categoría : Otra Información
El Campamento Militar Liquiñe y las Termas de Liquiñe fueron utilizados por el Ejercito y la CNI para la detencion, tortura y asesinato de presos politcos de la region.
Fuentes de Información Consultadas: Informe Valech; Memoriaviva
Centros de detención y tortura en la Dictadura: Cuáles fueron y qué ocurrió en ellos en la Región Los Ríos
Fuente :rioenlinea.cl, 11 de Septiembre 2019
Categoría : Prensa
Al menos 34 fueron los recintos que funcionaron como centros de detención y tortura en la Región de Los Ríos, los que comenzaron a instalarse en el año 1973, cuando ocurrió el Golpe Militar en el país. Algunos lugares han sido recuperados como inmuebles patrimoniales, mientras que otros continúan funcionando a cargo de Carabineros y Militares.
Según el informe de la Comisión Valech, tras el Golpe de Estado del 11 de Septiembre de 1973 con el que se derrocó al Gobierno de Salvador Allende, a nivel local, se designó a través de un decreto de ley a un un general de brigada como Jefe de Zona en Estado de Emergencia en la provincia de Valdivia, mientras que las detenciones fueron realizadas principalmente por efectivos del Ejército y Carabineros.
El mismo documento describe que en Valdivia se habilitó un centro de prisioneros en un recito deportivo (actual Gimnasio CENDYR), bajo la custodia y responsabilidad de personal del Ejército. En dicho lugar las personas apresadas fueron interrogadas y torturadas.
En el Complejo Maderero Panguipulli (declarado recientemente como Monumento Nacional), en donde se instaló un campamento militar en el año 1974, allí se detuvo a campesinos y trabajadores que denunciaron haber sido sometidos a torturas.
De acuerdo a lo constatado por la Comisión Valech, en la mayoría de los recintos de Carabineros de la región hubo prisioneros que fueron maltratados y torturados. Los detenidos eran trasladados desde los retenes de la precordillera a los pueblos y luego a las ciudades, hasta los distintos centros de interrogación de la región.
Cabe destacar, que el documento afirma que fue en La Provincia de Valdivia en donde se concentró la mayor cantidad de cárceles entre 1973 y 1975. En RioenLinea, hicimos un recuento de estos lugares.
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Centros de detención en Los Ríos
Regimiento de Telecomunicaciones Nº 4 Membrillar / Fiscalía Militar, Valdivia.
Se trata de un recinto que concentraba cuatro regimientos ubicados en la ciudad de Valdivia. Muchos de los prisioneros, hombres y mujeres, fueron trasladados desde recintos como la cárcel o comisarías de Valdivia y otras ciudades.
Los declarantes afirmaron que llegaban en camiones, hacinados y en muy malas condiciones físicas. Se les mantuvo al interior del regimiento en el gimnasio, en galpones y en las caballerizas, incomunicados, encapuchados durante varios días, privados de alimento y agua. Hay víctimas que denunciaron haber sido rapadas al ingresar.
Ex presos políticos denunciaron haber sido golpeados con varillas de mimbre; aplicación de electricidad; simulacros de fusilamiento; el submarino en agua con inmundicias; extracción de uñas; quemaduras con cigarrillos, entre otros.
Actualmente el lugar funciona como base militar, ubicado en Coronel Santiago Bueras #1679.
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Palacio de la Risa, Valdivia
Con funcionamiento entre los años 1973 y 1975, a este lugar llegaban detenidos desde Valdivia y comunas de la provincia. Los testimonios dieron cuenta de torturas físicas y psicológicas como golpes, aplicación de electricidad, amenazas, simulacros de fusilamiento, colgamientos y el submarino.
Actualmente en el lugar funciona Policía de Investigaciones en Av. Ramón Picarte Nº 1451.
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Campo de Prisioneros de Valdivia / Gimnasio Banco del Estado
Durante su permanencia los detenidos eran mantenidos en una sala del gimnasio de 36 x 26 metros, con camarotes o camas de campaña, y dormían en las graderías. No se les permitía salir al aire libre y en cuanto ingresaban se les asignaba un número, a modo de identificación.
Los declarantes denunciaron golpes, simulacros de fusilamiento y aplicación de electricidad.
Actualmente el recinto funciona como Gimnasio Deportivo y lleva por nombre “CENDYR”.
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Comisaría de Carabineros N° 1, Valdivia
Fue en el año 1973 cuando se concentró la mayor cantidad de detenciones, las cuales los mismos declarantes comentaron que se trataba de un recinto de reclusión transitorio. En otras dependencias del mismo lugar funcionó el Servicio de Inteligencia de Carabineros (SICAR), que también mantuvo detenidos.
Ex presos políticos denunciaron haber recibido golpes, aplicación de electricidad en la parrilla y picana, colgamientos, chicotazos y quemaduras de cigarrillos en la planta de los pies, amenazas, entre otros.
En la actualidad el lugar funciona como la Primera Comisaría de Carabineros.
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Comisaria de Carabineros, Río Bueno.
Los hombres y mujeres que estuvieron detenidos en este lugar denunciaron haber sido tratados con violencia desde el mismo momento de su detención.
Los declarantes afirman haber sido golpeados frente a sus hijos pequeños y a sus mujeres. Al llegar a la comisaria eran amarrados, algunos con alambre de púas, se les vendaban los ojos y los encerraban en calabozos a los que se lanzaba agua constantemente.
Los testimonios de detenidos en este recinto en 1973, refieren torturas a sus familiares, simulacro de fusilamiento, golpes con martillos en las uñas, y fueron obligados a escuchar torturas infligidas a otros detenidos y soportaron vejación y violación sexual, entre otros.
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Comisaría de Carabineros N° 2, Los Lagos
En el trayecto hacia la comisaría, luego de ser detenidos, algunos debieron caminar más de 20 kilómetros sometidos a torturas y simulacros de fusilamiento. También les hicieron recorrer desde la comisaría hasta la ciudad de Valdivia, por caminos interiores.
Los declarantes denunciaron haber sufrido golpes, colgamientos, aplicación de electricidad en parrilla y con picana y simulacros de fusilamiento, entre otros.
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Comisaría de Carabineros, La Unión
Fue un lugar de tránsito desde donde, según los testimonios, luego de un tiempo de interrogatorios y torturas, eran trasladados a distintos centros de reclusión en Valdivia. Varios prisioneros políticos habían sido detenidos en operativos conjuntos de carabineros, militares y civiles, en sectores rurales o en poblaciones de la ciudad.
Los detenidos, hombres y mujeres, permanecían en esta comisaría incomunicados en calabozos mojados, hacinados, sin acceso a baño, sin alimento ni agua.
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Comisaría de Carabineros N° 2, Río Negro
Era un recinto de tránsito en que los detenidos fueron encapuchados, mojados y recluidos en calabozos. Los declarantes mencionaron que permanecieron un breve período en el lugar, tiempo en el que fueron interrogados y torturados en la caballerizas de la comisaría.
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Comisaría de Carabineros, Futrono
En el año 1973 las detenciones se produjeron en los asentamientos campesinos y en el Complejo Maderero Panguipulli, durante operativos militares realizados en conjunto con Carabineros y civiles, según afirmaron los declarantes.
Esta comisaría se constituyó en un recinto de tránsito, interrogatorios y torturas. De acuerdo a los testimonios, un gran número de campesinos fue traído en helicópteros desde la isla Huapi, en el Lago Ranco.
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Comisaría de Carabineros, Panguipulli
Parte de los presos, según los testimonios, provenían de retenes de la precordillera (Neltume, Futrono, Liquiñe y Choshuenco) y fueron detenidos en operativos conjuntos con el Ejército en asentamientos campesinos y en la zona del Complejo Maderero Panguipulli.
A la comisaría ingresaron en muy malas condiciones físicas, fueron desnudados, mojados y encerrados en calabozos muy húmedos. Los declarantes señalaron que permanecieron siempre incomunicados y muchos amarrados con alambre de púas.
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Retén de Carabineros, Neltume
La mayoría de los testimonios recibidos sobre el año 1973, fueron hombres del Complejo Maderero Panguipulli, detenidos en operativos conjuntos de carabineros y militares, también con la participación de algunos civiles. Según dichos testimonios, se les interrogaba en relación con el asalto del Retén de Neltume.
Ingresados al recinto, eran mantenidos en calabozos o en las pesebreras con cerdos y caballos, incomunicados, con los ojos vendados y amarrados mientras eran interrogados y torturados.
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Retén de Carabineros, Choshuenco
Según los testimonios, al igual que en el caso del Retén de Neltume, la mayoría de los hombres detenidos en 1973 provenían del Complejo Maderero Panguipulli y fueron apresados durante la ocupación militar de la zona, en operativos en los que participaban militares, civiles y carabineros de los retenes de este sector precordillerano de la provincia de Valdivia.
Los casos del año 1981 se relacionaron con detenciones de militantes del MIR, que ingresaron clandestinamente a la zona del complejo. Los detenidos, luego de haber permanecido un tiempo en este recinto, fueron conducidos a Panguipulli y a Valdivia.
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Retén de Carabineros, Llifén
Los detenidos en este lugar fueron conducidos hasta este retén amarrados o encadenados, y en la misma condición permanecieron en él encerrados en calabozos con agua sucia, muchos de ellos completamente desnudos.
Los declarantes denunciaron que sufrieron golpes, el submarino seco y el mojado y amenazas.
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Tenencia de Carabineros, Lago Ranco
Este era un recinto de tránsito, interrogación y tortura de prisioneros. Como constó en los testimonios, la mayoría eran campesinos del mismo sector de lago Ranco que, luego de ser detenidos y conducidos al retén fueron trasladados a la Comisaría de Río Bueno.
Según testimonios, en el lugar se les mantuvo incomunicados, se les interrogó y torturó. Las condiciones de vida en este cuartel eran similares a las de muchos otros: hacinamiento, frío, privación de alimento y agua, entre otros.
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Tenencia de Carabineros, Lanco
Testimonios establecen que esta tenencia fue un recinto de tránsito, donde los prisioneros eran torturados y luego conducidos a Valdivia. En 1973, testigos afirman haber presenciado la muerte de un prisionero por los golpes sufridos y otros relataron que cuatro detenidos, que eran llevados a Valdivia, fueron asesinados en el trayecto con el pretexto de la ley de fuga.
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Cuartel de Investigaciones, Valdivia
Los denunciantes relataron que los detenidos, hombres y mujeres, eran mantenidos en calabozos en el subterráneo del edificio y en una pequeña sala para aislamiento. Permanecían vendados e incomunicados durante todo el tiempo.
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Cárcel de Valdivia / Cárcel de Isla Teja
Según testimonios, se trataba de un edificio nuevo, inaugurado en 1973. Hombres y mujeres permanecían separados en el lugar. En 1973 los prisioneros políticos no tenían permiso para ver a sus familiares ni para trabajar. Con el tiempo esta situación cambió y se permitieron las visitas los días sábado y facilidades para trabajar en un taller de carpintería.
De acuerdo a los testimonios recibidos, en 1973 los detenidos eran sometidos a constantes amenazas. Relatos cuentan que los guardias hacían descargas de metralletas en la madrugada, simulando operativos de liberación; sufrieron simulacros de fusilamiento, golpes, entre otros.
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Recinto CNI, Valdivia
Testimonios de ex presos políticos dan cuenta de denuncias de haber estado en este recinto, ubicado en Pérez Rosales 764 en Valdivia, entre los años 1981 y 1988. La mayor cantidad de detenidos en este lugar se consignó en el año 1986.
De acuerdo a los testimonios recibidos, la Comisión Valech estableció que, los presos eran conducidos hasta el subterráneo del recinto, en donde eran sometidos a interrogatorios y torturas, permanentemente vendados, amarrados y desnudos. Se encontraban incomunicados, sin comida ni agua ni condiciones higiénicas mínimas.
Actualmente el lugar es Monumento Nacional y lleva por nombre la Casa de la Memoria, ubicado en Pérez Rosales 764, Valdivia.
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Otros centros de tortura en la región
Otros centros de detención fueron: Cárcel de La Unión; Cuartel de Investigaciones, La Unión; Gimnasio Municipal, Panguipulli; Retén de Carabineros José Gil de Castro, Valdivia; Comisaria de Carabineros, Mariquina; Campamento Militar, Puerto Fuy; Retén de Carabineros Las Ánimas, Valdivia; Retén de Carabineros, Liquiñe; Retén de Carabineros, Riñihue; Tenencia de Carabineros, Los Jazmines.
Además de: Retén de Carabineros, Corral; Retén de Carabineros Malalhue; Retén de Carabineros Isla Teja, Valdivia; Campamento Militar, Liquiñe; IV División del Ejército, Valdivia.
La información que se detalla en este artículo fue obtenida de, informe de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura.
Neltume: los cinco conscriptos que acusan al diputado Rosauro Martínez (RN)
Fuente :ciper.cl, 21 de Marzo 2014
Categoría : Prensa
En una investigación que ha tomado varios años, el reconocido cronista Cristian Alarcón reconstruyó paso a paso la trama que culminó con la muerte de 11 miristas en la zona cordillerana de Neltume en 1981. Entre los testimonios que recogió, impactan los de cinco ex conscriptos que participaron en la Operación Machete y que fueron testigos de la cacería encabezada por el entonces capitán Rosauro Martínez, quien enfrenta en estos días la petición de desafuero por tres homicidios en Neltume. Uno de los oficiales bajo su mando fue Luis Sanhueza Ros, procesado y condenado por varios crímenes de la dictadura.
Muy poco se sabe del pasado del reelecto diputado Rosauro Martínez Labbé (RN), quien aparece como figura protagónica en una de las historias de la dictadura jamás contadas por sus testigos. El entonces capitán de la Compañía de Comandos Nº 8 del Regimiento “Llancahue” de Valdivia fue, según una investigación basada en los testimonios de cinco soldados conscriptos de esa fuerza especial del Ejército, documentos judiciales y entrevistas con sobrevivientes, quien comandó en los alrededores de Neltume una masacre publicitada como un gran triunfo militar en 1981: el aniquilamiento de un destacamento de guerrilleros del MIR que había creado un temerario foco de resistencia a la dictadura de Augusto Pinochet.
Rosauro Martínez (63 años), quien acaba de ser reelegido para su sexto período parlamentario, ha negado toda responsabilidad en los hechos, pero los testimonios recogidos en esta investigación entregan detalles hasta ahora desconocidos de su rol clave en la masacre de Neltume. Todo ocurrió en 1981, once años después de que Martínez ingresara al Ejército, cuyas filas abandonó en 1987 con el grado de mayor. Poco después, era premiado por Pinochet al designarlo alcalde de Chillán, la ciudad que hoy representa en el Congreso, cargo que mantuvo hasta 1992, año en que se realizaron las primeras elecciones municipales luego de recuperada la democracia.
La hoja de vida del mayor (r) Rosauro Martínez entre 1973 y 1987 es un misterio. Lo que sí se sabe con certeza es que la mayor parte del tiempo que sirvió en el Ejército lo hizo en los servicios secretos. Lo que aprendió en su paso por la Escuela de Las Américas, centro de entrenamiento antisubversivo estadounidense en Panamá, lo utilizó a cabalidad no sólo en la masacre de Neltume. CIPER escuchó un testimonio que da cuenta de su rol también protagónico en uno de los grupos más secretos de la Dirección de Inteligencia del Ejército (DINE) en los años 80.
Los misterios también han rodeado la masacre de Neltume. Oficialmente cobró 11 víctimas, pero los testimonios recogidos en esta investigación dan cuenta de otros muertos, los que habrían sido campesinos de la zona. A medida que se entrevistan testigos, el número de cadáveres vistos por los soldados no coincide con las listas oficiales. Es necesario entonces que la justicia despeje la identidad de esos muertos que nadie quiso ni pudo denunciar en esa zona cordillerana de extrema pobreza.
LA REFORMA AGRARIA EN EL ORIGEN
El Movimiento Campesino Revolucionario, brazo rural del MIR, tuvo un rol protagónico en el proceso de toma de fundos madereros en la zona de Neltume (a unos 900 kilómetros de Santiago), durante el gobierno de Salvador Allende. Entre diciembre de 1968 y septiembre de 1973 un grupo de militantes de la Universidad Austral de Valdivia hizo un trabajo que logró sumar a los campesinos y trabajadores del Complejo Forestal Panguipulli (con más de 360 mil hectáreas en la zona) al proceso de expropiación que propició la Reforma Agraria. Entre esos trabajadores uno se ganó la fama: Comandante Pepe lo llamaron. Su nombre era Gregorio José Liendo Vera y fue fusilado en octubre del ’73, junto a otros 11 dirigentes de los 22 fundos expropiados a sus dueños por el gobierno de la Unidad Popular, en el polígono de tiro del Regimiento Llancahue, tras un Consejo de Guerra.
Ocho años más tarde, en ese mismo regimiento, unas cuatro hectáreas rodeadas de un pantano al que en la zona llaman Hualve, el entonces oficial de Ejército Rosauro Martinez Labbé entrenó a los conscriptos que integrarían la base de la Operación Contraguerrilla Machete, nombre que recibió la expedición en busca del grupo mirista.
La rebelión de Neltume -liderada por el Comandante Pepe- mereció especial dedicación de los militares y empresarios madereros y agrícolas que llegaron al poder con Pinochet. No hubo tregua en esa zona para la represión política. Quienes participaron en la Reforma Agraria, o fueron asesinados o pasaron por la tortura y la cárcel o lograron partir al exilio. Algunos de sus líderes más jóvenes lograron escapar a distintas ciudades de Europa, en Holanda, Suecia y Francia. Allí estaban en 1978 cuando fueron convocados por la dirección del MIR a una reunión en Praga donde se les notificó que serían protagonistas de la Operación Retorno.
Esa decisión de la cúpula del MIR formaba parte de otras estrategias, diseñadas tanto en la Unión Soviética como en Cuba y que propiciaban la creación de zonas revolucionarias en América Latina. En Chile, Miguel Enríquez, el líder del MIR asesinado en 1974, impulsó un Movimiento de Resistencia Popular que debía sumar a los distintos partidos y movimientos de izquierda y hasta el progresismo de la Democracia Cristiana. La idea –explica el doctor en historia Robinson Silva en su libro Resistentes y clandestinos, la violencia política del MIR en la dictadura profunda (1978-1972)- era que ese movimiento fuera capaz de “conectar la vanguardia con las masas”, para “crear así un ejército revolucionario que enfrentara la dictadura”.
Parte medular de la Operación Retorno era el aterrizaje clandestino de un grupo selecto de militantes del MIR en Nahuelbuta; mientras otros se instalarían en otras ciudades como Santiago, Valparaíso y Concepción. A pesar de la convicción que se desprende de los documentos elaborados por la dirección del MIR para el retorno a Neltume, el destino de la misión sería muy distinto.
ELEGIDOS PARA UNA CACERÍA
Los soldados que fueron entrevistados para esta investigación son hoy hombres de 52 años. Nacieron casi todos en 1961. Ese fue el grupo generacional que el entonces teniente Mario De Toro Gallardo llegó a seleccionar al gimnasio fiscal de La Unión, en marzo de 1981: hijos de familias campesinas de los alrededores de Paillaco, Río Bueno y Puerto Nuevo. El año anterior, en esa zona no había habido reclutamiento. Por eso, la mayoría de los conscriptos tenía 19 años. En el gimnasio de esa ciudad tranquila de unos 45 mil habitantes y casas de madera, se los hizo desnudar y correr ante la mirada atenta de los oficiales que fueron seleccionando a los más fuertes. Uno de ellos, lo llamaremos el conscripto E, recordó en el living de su casa los ojos verdes e intensos del teniente De Toro:
-Yo tenía en esa época unos lindos mostachos. El teniente me miró y me dijo: “Tú te vas a ir con nosotros y allá yo te voy a cortar esos bigotes”.
La promesa sutil del teniente De Toro fue una suave introducción a lo que a partir de ese momento vivirían los conscriptos escogidos:
-De entrada conocimos lo que era estar activo todo el tiempo. Un minuto tranquilo, sin hacer algo, cualquier cosa, y llegaba el palmazo. Porque pestañeabas en la guardia, porque no hacías lo que se esperaba, porque demorabas, porque estaba mal puesto el uniforme, por cualquier cosita venían los castigos –cuenta uno de los ex conscriptos.
Los relatos se repiten con las mismas palabras y hasta con los mismos tonos e inflexiones. Hablan parecido, lo hacen en sus casas, en una leñera, en un patio o arriba de un auto. Muchos de ellos rechazaron tajantes hablar de la historia que no olvidan. Pero algunos optaron por recordar. Todos piden que sus nombres no se escriban. Eran 130 y quieren fundirse en ese número, a pesar de que todos los nombres les quedaron grabados: los de sus instructores, los de los militares que los torturaron, de los que los condujeron en la montaña y los que mataron a los guerrilleros.
Todos esos nombres van saliendo de sus bocas. Y entre todos ellos se repiten los de Arturo Sanhueza Ros (más conocido en la CNI como El Huiro, condenado y procesado por varios asesinatos, ver detalle de sus condenas), Mario de Toro Gallardo, Iván Fuentes Sotomayor, Claudio Peppi Oneto (integrante de la DINA desde sus inicios), Sergio Aguilera, Hilario Nahuelpán Huayquimil, José Miguel Basaúl, Julio Arellano Garamund y Eduardo Inostroza. Y todos vieron en la montaña la sombra del conductor de la Operación Machete, que luego dio paso a la Operación Pilmayquén: Rosauro Martinez Labbé, el capitán.
-La experiencia de nosotros quedó por años en silencio. Nadie más habló de lo que pasó. Yo traté de buscar material de los instructores que teníamos en ese tiempo. No hay nada. Traté de buscar en los documentos al teniente Mario de Toro Gallardo. No sale nada. Al único que encontré es al actual diputado por Chillán que fue nuestro capitán: Rosauro Martínez Labbé –cuenta uno de los ex conscriptos.
Este ex conscripto es hijo de un sindicalista. Ha sido un guía honesto y cuidadoso para contactar a sus compañeros de la Compañía de Comandos, amortiguando el recelo que se les ha pegado a la piel. Los conoce a casi todos. Se han ido intercambiando miradas y palabras durante estos años en funerales y también en bodas y bautizos. Se han encontrado en las esquinas de Osorno o Valdivia, en buses y en las iglesias evangélicas de las que muchos se hicieron fieles después de haber abandonado el alcohol en el que algunos cayeron cuando dejaron la conscripción. Esta búsqueda de la memoria de los soldados de Neltume comenzó hace ya tres años, cuando este cronista comenzó la investigación para un libro, aún en proceso, que intenta reconstruir los hechos.
ELEGIDOS PARA MORIR
Los guerrilleros del MIR eran sobre todo jóvenes. Cinco de ellos habían sido obreros madereros en el Complejo Panguipulli y más tarde partieron al exilio. René Bravo (25 años), Julio Riffo (30), Próspero Guzmán (27) y Juan Ojeda (27), vivieron en Holanda; José Monsalve (27), en Canadá; Raúl Obregón (31), en Suecia; Pedro Yáñez (31), había nacido en Constitución y venía de Francia.
Dos de los hombres enviados a Chile vía Neuquén (Argentina) para instalarse en la montaña –Luis Quinchalí (38) y José Campos (30)- eran de Temuco. Quinchalí, vino de Holanda y Campos, de Noruega. Ambos fueron detenidos por gendarmes argentinos. De la lista de once miristas muertos en Neltume, son los únicos que no cayeron bajo la metralla del destacamento comandado por Rosauro Martínez. Sus compañeros creen que fueron entregados a militares chilenos. Aún están desaparecidos.
Patricio Calfuquir (28) era originario de Pitrufquén y Miguel Cabrera (30), jefe de todo el grupo, de Temuco. Cabrera, más conocido como Paine, había vivido dos años en una ciudad holandesa cercana a Utrech.
El grupo partió desde París hacia Cuba en marzo del ‘79, en varias tandas. Allí se entrenaron con las técnicas vietnamitas para guerrilla rural. Fueron 25, la mayoría hombres, aunque hubo algunas pocas mujeres en lo que muy pronto se llamó Destacamento Guerrillero Toqui Lautaro. Allí forjaron el temple y aprendieron, entre otras cosas, a cavar refugios en la tierra: los “tatús”. La historia está contada en clave épica por algunos de los sobrevivientes en un libro de buena prosa: Guerrilla en Neltume. Una historia de lucha y resistencia en el sur chileno. Lo editó Lom. Y lo firma el Comité Memoria Neltume.
Algunos sobrevivientes no suscriben todo lo que el libro cuenta. Entre otros, Elsa, la única mujer que estuvo durante meses en la montaña y que bajó del campamento antes de que irrumpieran los militares de media docena de divisiones armados para la guerra. Las diferencias y matices con la historia que se ha contado están relacionadas con la responsabilidad de los jefes miristas que orquestaron la Operación Retorno. Y con el escaso apoyo material, político y humano que tuvieron los que se aventuraron en Neltume.
Dos datos se repiten en los testimonios de los escasos sobrevivientes: nunca se les permitió armarse y tampoco se los dejó tomar contacto con los campesinos de la zona. Las dos instrucciones perentorias fueron a la postre clave en la derrota y sirven para comprender el nivel de debilidad con el que los guerrilleros se enfrentaron al Ejército.
En febrero de 2007, el jefe de la que fuera la comisión militar del MIR, Hernán Aguiló, hizo un mea culpa en La Nación Domingo, en el que reconoce que la arriesgada apuesta militar de crear un foco guerrillero en Neltume tuvo gravísimos costos humanos para cientos de combatientes idealistas. «Fue un acto de voluntarismo de todos nosotros plantear que el MIR no debía asilarse. Y Miguel Enríquez vanguardizó ese proceso», dijo Aguiló. El mayor error cometido, afirmó, fue «organizar el apoyo logístico en forma de fachada sin inserción en la masas. Los errores fueron de tal magnitud que a veces la base social de apoyo era el familiar de un detenido desaparecido. Éste es el caso de Neltume”.
Cuando el sábado 27 de junio de 1981 una patrulla de la Compañía de Comando Nº8 del Regimiento Llancahue, enviada por Rosauro Martínez Labbé, los descubrió cerca del Lago Quilmo, los 12 miristas que se encontraban en el campamento no tuvieron más que correr en bandada hacia las quilas alrededor de las carpas, y escapar a punta y codo. Solo Miguel Cabrera, y su segundo, Raúl Obregón, sabían que los fusiles FAL y las municiones –escasas como la comida– estaban en uno de los siete tatús que lograron construir a un día de marcha rápida, en otro rincón de la fría, nevada y arisca montaña.
UN MUERTO EN BUSCA DE IDENTIDAD
Al inicio de esta investigación, parecía improbable que ese hombre muerto de un tiro en la cabeza, al que los jefes exhibían a fines de junio del ’81 cuando los soldados iban llegando a la montaña, hubiera existido. Porque los militares demoraron 63 días hasta lograr atrapar el 29 de agosto a dos de los miristas: René Bravo y Julio Riffo, y sólo el 13 de septiembre acribillaron al primer guerrillero. Durante ese lapso los militares acosaron a los pobladores de la zona y los torturaron para que revelaran el paradero de los buscados: creían que el grupo del MIR había hecho contacto con ellos y se sostenían arriba enmontañados gracias a la ayuda de éstos. Es probable entonces que ese muerto exhibido por los jefes a los conscriptos haya sido un campesino al que nadie nunca reclamó y que, por esa misma razón, no figura ni en las nóminas de víctimas del Informe Rettig ni en las listas de detenidos desparecidos.
Al cabo de las entrevistas con cinco soldados, nos asiste la certeza de que ese muerto no coincide con ninguno de la lista de miristas abatidos en esa operación. Todos lo vieron. Verlo era el bautismo para comenzar la acción del Operativo Machete. A medida que se cotejan los testimonios de los soldados, surgen nuevas víctimas. Al contar los caídos, sobran muertos.
El ex conscripto A tiene una memoria poderosa: guarda detalles que sorprenden a sus dos compañeros, a quienes llamaremos B y C. Sentado a la mesa en la casa de uno de ellos, en Paillaco, recuerda la Casa Hilton, o Rancho Hilton, como llamaron a la base de operaciones que se instaló en la montaña, en Remeco Alto, entre Neltume y Liquiñe. Allí también estaba el río en cuyas frías aguas los obligaban a bañarse en pleno invierno para mantener la moral alta. Justamente ahí estaba apostado un día el ex conscripto A, haciendo guardia con otro soldado, entre las tres y las cuatro de la tarde:
-Lloviznaba, hacia mucho frío, y a la distancia vimos que traían a la rastra a un hombre, atado de las manos o el cuello a un caballo negro. Lo amarraron a un árbol. Venía ya herido, mordido por un perro. Solo me recuerdo su rostro de dolor y la voz de mando con la que le ordenaban al perro pastor alemán que lo atacara.
El relato de A coincide con el de otros dos conscriptos que en distintos momentos vieron al campesino que era interrogado mientras era mordido por el perro. Otro soldado lo vio llegar al regimiento en Valdivia. Allí habría muerto. “El perro era de la CNI de Valdivia, le decían Casán”, dice el ex conscripto, quien de inmediato lanza el humor campesino: “Nos reíamos de ese perro: en las patrullas quedaba pataleando en el aire, colgando de las quilas, ya que las cortábamos con el machete más alto que la altura de sus patas”.
Mientras el Ejército torturaba campesinos tratando de conseguir datos para ubicar a los doce miristas que escaparon el 27 de junio, los guerrilleros, divididos en un grupo al mando de Miguel Cabrera y el otro al mando de Patricio Calfuquir, escapaban con un solo objetivo: llegar a los fusiles y la poca comida que guardaban en dos tatús acondicionados durante ese año que llevaban en la montaña.
Las primeras exploraciones del destacamento guerrillero fueron en febrero de 1980, y los primeros campamentos se instalaron en julio de ese año. En agosto llegó un contingente y, finalmente, en octubre se enmontañó Cabrera, el Paine.
Los problemas habían ido en aumento sobre todo por la dificultad para aprovisionarse de alimentos: a medida que se internaban en la cordillera, la comida quedaba más atrás. El estómago de los guerrilleros comenzó a achicarse. También el grosor de sus cuerpos. El gasto de energías para moverse por esas montañas era superior al que habían consumido en el campamento cercano a La Habana donde se entrenaron con calor cubano. Pero ninguna privación vivida por ellos antes pudo darles la idea del frío y el hambre que llegarían a sufrir cuando fueron descubiertos por los militares y en tan solo un segundo perdieron el abrigo, los pertrechos, los mapas y todos los alimentos.
Treinta y dos años más tarde, los ex conscriptos reunidos en Paillaco también hablan de comida al recordar el entrenamiento en la Compañía de Comandos. El primer mes conocieron ellos también un hambre espantosa, además del carácter de cada instructor y su peso específico al pegar con la palma abierta, con la culata del fusil o con el puño. El día que recibieron visita por primera vez los advirtieron: apenas podían tocar la comida que sus madres les habían preparado. Ninguno hizo caso. Los 130 se dieron una bacanal de empanadas, de chancho, de patos y pollos de sus propios gallineros, de calzones rotos, de mote con huesillos, de leches asadas, de torta de milhojas. Cuando sus madres se fueron y volvieron a las barracas, escucharon el grito de los tenientes al mando de Rosauro Martínez. Cuerpo a tierra. Punta y codo. Abdominales. Cien. Fuerzas de brazo. Saltos de rana. Cien. Hasta que cada uno de los conscriptos no hubo vomitado todo lo que había comido, no pararon. Los instructores de Rosauro eran tipos duros, formados como él en las técnicas estadounidenses con que se formaron los soldados que habían ido a perder a Vietman. Y repetían el método.
El ex conscripto A suele soñar con un campesino al que le tocó vigilar mientras lo torturaban:
-Un día nos encontramos a un campesino en el sector norte de Remeco Alto, para el lado del Lago Quilmo. Venía a caballo con un quintal de harina en el lomo. Lo tomamos prisionero con el teniente Claudio Peppi Onetto. Se le ordenó bajar del caballo y cuando se le pidió la identidad, uno de los apellidos concordaba con uno de los que buscaban. Lo llevamos a Remeco, a una zona donde hay galpones. Le pasaron una pala y le ordenaron que empezara a cavar, que si no hablaba y decía donde estaban los otros, ahí mismo lo iban a enterrar. Él no decía nada. No sabía nada. Era un campesino no más. Cavaba y lloraba en silencio. Nos obligaron a darle mantequilla de maní, que venía en las raciones NA del Ejército (insumos estadounidenses), y galletas de agua. Debía comer la mezcla y tragar rápido, y entre su llanto y comer, se le gastaba la saliva y se ahogaba. Al hombrecito al final se lo llevaron y ya no supimos lo que pasó con el.
EL FRIO QUE AMPUTA
Faltaban días y noches de frío y hambre para el final. Las muertes se sucederían sin pausa después del 29 de agosto. Dos mil hombres entrenados para la guerra –la Compañía de Comando de Martínez Labbé, los de la Unidad Anti Terrorista (UAT) conducida por el capitán Conrado García (procesado por tres de los homicidios de Neltume), los del Regimiento Cazadores, los del Maturana, los de la Brigada Azul de la CNI (creada especialmente para eliminar al MIR)– no habían podido a lo largo de 63 días ni siquiera herir a uno de los doce guerrilleros. La montaña se los había tragado.
Si los guerrilleros no hubieran persistido en su aventura, si no hubieran creído que aún deshechos y debilitados como estaban podrían conseguir ayuda de sus jefes en Santiago para resistir, habrían podido volver caminando a la Argentina, o se hubieran ido desplazando de a poco hacia “el llano”, como le dicen allá arriba a la tierra menos escarpada que desciende hacia Panguipulli, Temuco y Valdivia.
Perdidos en dos patrullas, los del Toqui Lautaro se lograron reunir finalmente en uno de los refugios 42 días después de que los descubrieran. Habían podido hacerse de los fusiles que Paine guardaba en un tatú, pero en las reservas había apenas un par de kilos de arroz, una bolsa de porotos y algo de leche en polvo. Comieron durante semanas una especie de sopa en la que a cada uno le tocaban diez porotos. Y luego, como postre, una cucharadita de azúcar. El hambre los adelgazó hasta los huesos y les quitó las defensas; se enfermaron. El frío gangrenó un pie de Pedro Yáñez hasta que hubo que amputárselo con una cortaplumas. A varios los comenzó a devorar el “pie de trinchera”: una infección que viene con las bajas temperaturas y ataca los dedos. En la bota de Yáñez, que supuraba a cada paso, los demás veían su propio destino. Todos los sobrevivientes coinciden: ni en el más doloroso de los momentos hubo quejas.
A fines de agosto se decidieron: cinco de ellos debían bajar a buscar ayuda. Se dividieron en dos grupos: tres por un lado, y Riffo y Bravo por otro. Mientras el trío logró sortear los pueblos y llegar a Temuco, los otros dos avanzaron sin problemas hasta Huellalhue, un paraje antes de Lanco. El hambre los empujó hacia el enemigo. Pidieron comida en una casa de campo. Los lugareños los ayudaron. Les recomendaron un rincón cercano para descansar. También les avisaron a los carabineros. Sólo tenían una pistola con un cargador. No llegaron a usarla. Detenidos fueron llevados a Lanco y luego a Valdivia. Dos soldados aseguran haberlos visto allí, porque debieron custodiarlos cuando los encerraron en unas piezas. Después, vieron cuando se los llevaron en un helicóptero.
–Nadie duda de que fueron trasladados por la CNI a Santiago para ser torturados. Es casi lo único de lo que no tenemos pruebas. Pero un mirista que fue luego interrogado por los mismos torturadores contó que a él le decían que había hablado muy pronto, no como sus compañeros de Neltume a los que tuvieron que darles duro muchos días hasta que los quebraron –cuenta una fuente que conoce bien la trama de esta historia.
No es necesario detallar la crueldad de los interrogatorios de la CNI. Los jóvenes Riffo y Bravo conocieron todos los matices del dolor. Y en esas condiciones fueron llevados de regreso a Neltume para guiar los pasos de los que buscaban a sus compañeros que allá esperaban por ayuda. Los militares sabían que sin tortura no había chance de llegar al resto. El fracaso de su acción militar masiva era impresentable ante el alto mando del Ejército. A tal punto la detención de Bravo y Riffo cambió las cosas, que la Operación Contraguerrillera Machete terminó el 29 de agosto. Y entonces comenzó la Operación Pilmayquén.
LA CNI EN LA CACERÍA
En la causa que investiga Emma Díaz, la ministra en visita extraordinaria de la Corte de Apelaciones de Valdivia (Rol 1675-2003), se acumulan los testimonios de algunos militares que participaron del operativo. Al menos tres admiten lo mismo que asegura el conscripto E, sólo que omiten datos:
–Nos llevaron a unas cabañas de las Termas de Liquiñe. Ahí estábamos una patrulla de la Compañía de Comandos –al mando de Mosquetón (Rosauro Martínez)– con la CNI. Y ahí tenían a dos hombres jóvenes. A esos dos cabros los sacaban a buscar a sus compañeros a la montaña –contó a CIPER el ex conscripto E.
A ese testimonio se suma el del ex conscripto D, entrevistado en La Unión hace dos años: “En septiembre, a los dos los tuvieron varios días caminando por la montaña para que se encontraran con sus compañeros guerrilleros. A uno lo ataban con un lazo a la cintura y lo largaban varios metros adelante. Así fue como terminó encontrando a los otros y uno de ellos salió muerto”.
Lo que vino es uno de los pasajes más difíciles de reconstituir de esta historia. El 13 de septiembre uno de los jóvenes en manos de Mosquetón y la CNI no pudo evitar el encuentro con sus compañeros, los mismos que habían decidido varias semanas antes que ellos dos y otro grupo de tres partirían hacia el llano a buscar ayuda. Los que quedaban en la montaña, desesperados por el hambre y la enfermedad, esperaban la ayuda de la dirección del MIR. El joven guerrillero silbó el canto de un pájaro austral tal como estaba acordado. Los demás le salieron al encuentro. Y la balacera comenzó. Los fusiles y las ametralladoras del Ejército dispararon. Los del MIR eran dos: respondieron, pero sobre todo intentaron escapar. La superioridad de fuerza de los militares era total. Aún así la emboscada no fue exitosa: sólo le dieron a uno. Allí mataron a Raúl Obregón Torres.
El resto del destacamento mirista siguió avanzando. Pedro Yáñez Palacios ya no quiso seguir: la amputación no le había frenado la infección. Bajo el tronco de un árbol que hacía de escondite, se quedó con un fusil FAL y un cargador. Pasó allí varios días. Al final desvariaba de dolor. Lo escuchó una patrulla que conducía el teniente Mario de Toro Gallardo. El ex conscripto E, el mismo que conoció desde el inicio el rigor de Toro Gallardo, cuenta que fue ese teniente el que casi lo seccionó con su ametralladora. Con Yáñez, ya eran dos los abatidos.
De Toro es otro de los jefes militares que, como a Rosauro Martínez, los soldados no han podido olvidar. No solo por esa ráfaga que casi partió en dos el cuerpo ya desmembrado de Yáñez. Casado con una ex reina de Valdivia, su porte imponente, su pelo rubio y sus grandes ojos verdes que miraban fijo al frente, impactaban menos que las cicatrices que exhibía en sus manos y que hasta hoy causan escalofríos en los ex conscriptos. Un accidente en moto, uno de sus hobby favoritos, estaba en el origen y no las ocultaba. Sabía el efecto que causaba con sus grandes manos en los soldados a quienes comandaba, como también sus exuberantes bíceps.
–Parecía un actor de cine. Esa fue la impresión que nos dejó cuando nos vino a reclutar a La Unión. Era impresionante verlo dar órdenes ese primer día que nos recibió en el gimnasio. Mi última imagen de él es dando ordenes en una de las últimas semanas que estuve en la cordillera. Fue en un campamento cerca de Choshuenco. Era bien loco pero debo decir que al soldado lo miraba con cierta humanidad. Era loco, como Bruce Willis en Duro de matar… –dice otro de los ex conscriptos.
ROSAURO Y EL BAQUEANO
Cuando Pedro Yáñez fue asesinado, el capitán Rosauro Martínez seguía todo el desarrollo de la operación desde la casa del baqueano que los guiaba por la montaña: Juan de Dios Peña, un hombre ya mayor al que los militares le decían Tata. Entrevistado por María José Flores, profesora de Historia de la Universidad de Los Lagos, autora de una tesis de lo ocurrido en Neltume, su hijo, Israel Enrique Peña Patiño, recordó al entonces joven Rosauro Martínez:
–El capitán Martínez era el que mandaba. Por el hecho de que mi papá trabajara con ellos había una protección especial sobre nosotros, nos cuidaban en la noche.
Israel Peña estaba en primero básico y sabe que era primavera porque los incidentes fueron después de la última nevada de ese año. Martínez pasaba mucho tiempo en su casa a la espera de que sus hombres dieran con los guerrilleros. En agradecimiento, el propio Martínez visitó al Tata Peña un año después y le llevó de regalo una fotografía en la que se ve al baqueano rodeado de soldados marchar por la montaña. Así recuerda ese momento: “El capitán se encargó de tomar la foto y de regalársela a mi papá. Le dijo: ‘Tata, aquí le traigo un recuerdo para que nunca se olvide de su trabajo en Neltume’”.
En esa visita, Martínez le ofreció al baqueano una casa amoblada, una jubilación y estudio para su hijo, el niño al que le había enseñado a leer. Pero Juan de Dios Peña no quiso. “No aceptó, porque ser guía tampoco fue algo que él hizo de buena voluntad, sino que fue ‘voluntariamente obligado’, como mi papá solía decir”, relató su hijo.
Israel Peña también recuerda que en septiembre del ‘81, cuando algunas nevadas todavía blanqueaban la cima de la montaña, su padre llegó a la casa y contó que habían matado a tres en Remeco, en la casa de doña Floridema Jaramillo. La mujer era la madrina de José Eugenio Monsalve Sandoval. José, nacido en Neltume, escapaba del cerco militar junto a Patricio Calfuquir Henríquez y Próspero del Carmen Guzmán Torres. Los empujaba la inanición. Calfuquir tenía los pies infectados, volaba de fiebre. Acorralados, decidieron quebrar con el mandato de las jefaturas del MIR: no tomar contacto con lugareños. Doña “Flora” había visto crecer a José, era su madrina, la comadre de su mamá: tenía que ayudarlo. Les abrió la puerta, les hizo sopaipillas y hasta le prestó la cama al enfermo. Pero muerta de miedo –dijo luego–, hizo lo que el capitán Martínez le pidió a todos los campesinos: avisar si veían a los buscados. Mandó a su hijo, Juan Carlos, de 15 años, a alertar a los carabineros. Los pacos pasaron a avisarle al capitán Martínez, quien fue el primero en llegar a la casa.
En la causa en la que los abogados Magdalena Garcés y Vladimir Riesco pidieron el desafuero del diputado Rosauro Martínez, es clave esta escena ocurrida hace 32 años. Los querellantes son las familias de los tres jóvenes miristas: acusan al diputado por homicidio calificado agravado por premeditación y alevosía. Las pruebas, según los abogados, dejan claro que Martínez Labbé encabezó una operación comando no para detener a los miristas, sino para asesinarlos. Lo que hizo con una “superioridad de fuerzas abrumadora”. Y que, como era imposible que las víctimas se defendieran con algún éxito, se “actuó sobre seguro”. De hecho, en esa operación ningún militar o soldado resultó rasguñado por un tiro de FAL mirista. Las únicas bajas fueron un conscripto muerto por una ráfaga que se le escapó a un oficial, y un sargento que se suicidó.
Uno de los testigos que inculpa a Martínez Labbé es el sargento de Carabineros Alfonso Rosas, jefe del Destacamento Neltume. En su declaración cuenta que cuando llegó a la casa de la madrina de José, el capitán habló con Flora. La mujer le informó que los guerrilleros estaban durmiendo. Martínez ordenó cercar el lugar. Alfonso Rosas se quedó en la parte de atrás de la casa. Martínez la rodeó por el cerro para apostarse en el frente. Y allí se quedaron, a la espera de más de 30 hombres de la Compañía de Comandos Llancahue. Entonces atacaron.
En La Unión viven dos conscriptos que participaron de esa operación. Cuando los contactamos, se negaron a hablar. Pero la memoria tiene otros dueños. Los conscriptos entrevistados por CIPER recuerdan: “A Martínez Labbé no solamente lo vieron que mandaba, él también disparó. Todos se acuerdan clarito, porque cuando quiso disparar su ametralladora, se le trabó. Entonces, la tiró a un lado y le quitó la que llevaba el soldado que andaba con él, Inostroza, y salió la balacera”, relata el ex conscripto B.
Inostroza existe. Se llama Eduardo Alberto Inostroza Reyes y era cabo 1º de la Compañía de Comandos. En su declaración judicial, el cabo deja caer: “De la casa salió un joven que fue impactado por alguno de la patrulla de llegada. Por una ventana salió otro que logró escapar aunque le dispararon al parecer en la espalda”. Inostroza da cuenta así del final de Calfuquir, que muere habiendo gastado el cargador de su FAL. La autopsia indicó cráneo estallado. La de Próspero Guzmán, el joven que salió por el frontis de la casa, indica que recibió 28 balazos de subametralladora y su cráneo también deshecho.
El ahijado de Flora, José Monsalve, escapó herido por la montaña hasta que ya no pudo avanzar más. Quedó tirado en una quebrada. La declaración de Inostroza coincide con la de Juan Carlos, el joven que corrió a avisarles a los carabineros de la presencia de los guerrilleros. Juan Carlos declaró lo que el capitán Rosauro Martínez le dijo a su madre: “Señora, le vamos a destruir su casa, pero se la vamos a devolver”. Inmediatamente después, “el capitán dio la orden de fuego”. Juan Carlos también recordó cómo murió José Monsalve, a quien vio arrastrarse herido hasta la quebrada:
–Los militares le dispararon y lo mataron ahí mismo, a una distancia de cinco metros más o menos. Él estaba enrollado bajo unos coligües y no tenía el fusil en sus manos pues éste estaba a unos cinco metros al lado de una mata de chilcos. No le dijeron que se rindiera porque la persona estaba enrollada debajo de los coligües, herido, como escondido, y no disparó contra los militares.
EL CUARTEL DE LAS TERMAS DE LIQUIÑE
El ex conscripto D también tiene pesadillas en la montaña. Con la marca de los años en el rostro y en la memoria, acepta contar la historia sentado en su auto. La larga de un tirón. Es como si hubiera estado allí esperando a que alguien le preguntara: “El jefe nos dijo: soldados, es feo matarse entre chilenos, pero hay que hacerlo porque estos tipos no pueden quedar vivos”. La frase fue lanzada el 21 de septiembre del ‘81. Eran los últimos muertos de una semana que había comenzado el 13 con la de Raúl Obregón en la emboscada; y continuó con la masacre en la casa de Flora Jaramillo. Durante varios días el soldado D y al menos tres militares que declararon ante la justicia, vieron a Julio Riffo y René Bravo cautivos de los hombres de Rosauro Martínez y de la CNI: dormían en las cabañas de las Termas de Liquiñe, usadas como campamento militar. Los detenidos eran conducidos, dice el soldado, por Arturo Sanhuesa Ros, uno de los tenientes de Martínez Labbé.
–¿Dónde los vio?
–A esos tres los anduvieron trayendo por toda la montaña. Los llevaban para arriba, había un caminito, como una huella, y ahí los echaban correr p’ allá con un lazo de 20 metros, buscando a sus amigos. Les pedían que buscaran a sus amigos para que hagan contacto.
-¿Quién era el jefe?
-Sanhueza. El teniente Sanhueza Ros.
Pasaron 32 años. La vida después de la Operación Pilmaiquén continuó también para los militares. Rosauro Martínez ha sido quien ha tenido más éxito, al punto de ser un honorable diputado en los últimos veinte años. Mario de Toro Gallardo siguió ascendiendo en el Ejército sin ser interpelado. En 2002 aún se encontraba allí como comandante del Regimiento Cazadores (Regimiento de Caballería Blindada Nº2). Sanhueza Ros fue premiado por su actuación en la montaña con un ascenso y siguió su camino en la CNI. Se convirtió en El Huiro, jefe de la Brigada Azul de la CNI, cuya tarea principal era eliminar al MIR. Fue procesado como uno de los asesinos del periodista de la revista Análisis, José Carrasco Tapia y por los crímenes de la Operación Albania, entre otros.
El ex conscripto D recuerda el frío de ese septiembre de 1981. La nieve que lo cubría todo en ese paraje cercano a Liquiñe. Estaba junto a otros dos conscriptos de la Compañía de Comandos al mando de Martínez Labbé, cuando llegó una camioneta Toyota de la que bajaron a tres hombres. “Nosotros conversamos con uno de ellos y le preguntamos por qué andaba cojeando. Nos dijo que tenía congelamiento en los pies, en el dedo gordo… pero ese dedo ya había desaparecido. Eran tres los prisioneros, dos eran guerrilleros y el tercero era un campesino que decía y repetía que él les había dado remedios no más”.
Todo indica que los dos guerrilleros eran Riffo y Bravo. Pero no hay ninguna pista, ningún indicio sobre la identidad del tercer hombre, el campesino. Es otro muerto que sobra. Un muerto que no figura en ninguna lista de víctimas de la dictadura.
-¿En qué lugar los fusilaron?
-Ahí, en Liquiñe, como cinco kilómetros p’ atrás. Fue ahí en un acantilado. Es un camino precordillerano, una huella no más. A ellos los bajaron de la Toyota grande con su cruz al hombro. Fue igual que en esas películas en las que se ve a Jesucristo caminando al calvario. Tal cual. Eran unas cruces de guaye, las que les amarraron al cuerpo con alambre. Se las amarraron de acá (señala la muñeca de un lado y hace el gesto de amarrar en la otra muñeca).
“Es feo matarse entre chilenos. ¡Ustedes no han visto nada!”, les dijo el jefe de la operación, el oficial Molina de la CNI. Los conscriptos escucharon los disparos y entonces, les tocó el trabajo de enterrarlos. “Ahí los sacamos de la cruz y los envolvimos en polietileno. Yo tenía mucho miedo”.
-¿A qué le tenía miedo?
-¡A qué va a ser p’oh!: ¡A los muertos! Tuvimos que esperar a que los vinieran a buscar. Día y noche tuvimos que estar con ellos muertos. Los tuvieron enterrados en la nieve ahí una semana antes de que se los llevaran en un helicóptero.
Nota: Colaboró en esta investigación, Daniela Belmar
Dictan nuevo procesamiento contra exdiputado RN Rosauro Martínez por crímenes cometidos en Neltume el año 1981
Fuente :resumen.cl, 28 de Diciembre 2022
Categoría : Prensa
El ministro en visita extraordinaria para causas de Derechos Humanos de la Corte de Apelaciones de Temuco, Álvaro Mesa Latorre, dictó un nuevo auto de procesamiento en contra del ex diputado de Renovación Nacional (RN), exalcalde designado de la comuna de Chillán y exoficial de Ejército, Rosauro Martínez Labbé, en la causa que investiga los sucesos represivos ocurridos desde mediados hasta fines del año 1981 en la localidad de Neltume, comuna de Panguipulli, provincia de Valdivia.
por Darío Núñez
Los hechos criminales fueron perpetrados por unidades represivas de la CNI y fuerzas comandos del Ejército que se volcaron a desarticular y aniquilar a los integrantes del Destacamento Guerrillero Toqui Lautaro, impulsado por el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), que desarrollaba actividades de resistencia a la dictadura en las montañas de la cordillera valdiviana. En los operativos de exterminio participaron unidades del Batallón de Fuerzas Especiales, asentado en Llancahue, Valdivia, en particular de la Compañía de Comandos N°8 que comandaba el por entonces capitán del ejército Rosauro Martínez Labbé.
Además, fueron movilizadas en las operaciones de aniquilamiento unidades de la CNI encabezadas por la agrupación Rojo, proveniente de Santiago y que se especializaba en la persecución a los militantes del MIR, junto con la Unidad Antiterrorista, también proveniente de la capital. A ellos se sumaban efectivos de la CNI de las unidades regionales del sur y carabineros de diversas unidades ubicadas en las localidades cordilleranas.
En esta última resolución el ministro procesó a Martínez Labbé en calidad de autor del delito de homicidio calificado, en carácter de lesa humanidad, de los militantes miristas Raúl Rodrigo Obregón Torres, ejecutado el día 13 de septiembre de ese año 1981, Pedro Juan Yáñez Palacios, ejecutado el día 16 de septiembre, ambos en el sector Pasas, y de Julio César Riffo Figueroa y René Eduardo Bravo Aguilera asesinados en el sector Cachín Alto el día 21 de septiembre de ese año. En el caso de estas dos últimas víctimas, es dable señalar que habían sido tomados detenidos por carabineros a fines de agosto, entregados a la CNI cuyas unidades criminales les sometieron a bestiales torturas en cuarteles secretos en la ciudad de Valdivia, luego llevados a Santiago para continuar con los flagelos en el cuartel Borgoño de la CNI y de nuevo de regreso en el sur fueron torturados en instalaciones de las Termas de Liquiñe, convertidas en centro clandestino de prisión y tortura para las objetivos de esta operación de exterminio en la zona cordillerana.
El ahora exdiputado derechista ya fue procesado anteriormente en esta misma causa como autor de los homicidios calificados de los miristas Patricio Alejandro Calfuquir Henríquez, Próspero del Carmen Guzmán Soto y José Eugenio Monsalve Sandoval, ejecutados el 20 de septiembre en el sector Remeco Alto. Este procesamiento previo fue dictado en septiembre de 2014 luego de haberse requerido por los querellantes y decretado por los tribunales de justicia el desafuero del por entonces diputado en ejercicio de la colectividad política de la derecha.
Por los referidos anteriores procesamientos el encausado Rosauro Martínez Labbé goza del beneficio de la libertad provisional bajo fianza. El ministro pone término a éste beneficio y dictamina el arresto domiciliario total para el encartado exoficial.
En la reciente resolución, el ministro Mesa Latorre dictó auto de procesamiento contra otros tres sujetos involucrados en los señalados hechos criminales. Procesó al ex jefe operativo de la Unidad Antiterrorista (UAT) de la CNI y exoficial de ejército Conrado Vicente García Giaier como autor del homicidio calificado, en carácter de lesa humanidad, del militante mirista Juan Ángel Ojeda Aguayo, cometido el 27 de noviembre del año 1981 en el sector Quebrada Honda en las proximidades de Puerto Fuy.
Sobre éste individuo también pesan anteriores procesamientos en esta causa. Está procesado por los homicidios calificados de Pedro Juan Yáñez Palacios, Patricio Alejandro Calfuquir Henríquez, Próspero Guzmán Soto, José Eugenio Monsalve Sandoval, Julio César Riffo Figueroa y René Eduardo Bravo Aguilera. Al igual que en el caso de Rosauro Martínez, el ministro puso término a la libertad provisional que beneficiaba al inculpado García Giaier y, en su lugar, dictaminó el arresto domiciliario total.
Además, dictó auto de procesamiento en contra del ex suboficial de ejército y ex miembro del grupo de comandos N° 8 del Llancahue, Julio Mariano Araki Tepano, como autor de homicidio calificado de las víctimas asesinadas en Remeco Alto: Patricio Calfuquir Henríquez, Próspero Guzmán Soto y José Monsalve Sandoval.
Por último, el ministro procesó al ex suboficial de carabineros Paulino Flores Rivas como autor de homicidio calificado del mirista Miguel Cabrera Fernández, perpetrado el 15 de octubre de 1981 en la localidad de Choshuenco en la misma región cordillerana.
Atendidas ciertas condiciones especiales, el ministro también decretó -por ahora- la cautelar de arresto domiciliario total para estos últimos procesados
Labbé y el asesinato de 15 campesinos en Liquiñe a manos de los boinas negras
Fuente :elmostrador.cl, 23 de Octubre, 2012
Categoría : Prensa
Ni el actual alcalde ni ningún otro integrante de ese destacamento pudo ser procesado y condenado por estos crímenes de lesa humanidad, pese a estar consignada su participación en el operativo. Fuentes de tribunales y policiales coinciden en manifestar que “el pacto de secreto” que se juraron y la “nula colaboración con la justicia”, fueron dos razones para lograr eludir responsabilidades. Actuaron con vestimenta sin distinción de grados, de noche y con el rostro semicubierto según declaran testigos de las detenciones y para los habitantes de estos lugares precordilleranos “fue imposible reconocer a alguno”.
Cae la noche en un Santiago que aún tiembla bajo las bombas de los Hawker Hunter. Los hombres del teniente coronel Alejandro Medina Lois, descansan en el regimiento de Telecomunicaciones en Peñalolén. Son “la reserva estratégica” del general Augusto Pinochet instalado allí durante los primeros días del Golpe Militar. Comandos de elite de la Escuela de Paracaidistas y Fuerzas Especiales que dirige Medina. Son los boinas negras.
Luego de las primeras 48 horas del asalto al gobierno de Salvador Allende, todo está bajo control. Allende muerto. Resistencia popular armada no hay. Los principales colaboradores del Presidente están detenidos. La revolución socialista ya es recuerdo. Humeante. Pesaroso. Trágico.
Pero una estocada inquieta la seguridad de los alzados victoriosos. La madrugada aún oscura del 12 de septiembre de 1973, un grupo de campesinos y jóvenes revolucionarios del sur en la precordillera de Valdivia, se convierte en alarma. Rodean el retén policial de Neltume, y exigen a los carabineros les entreguen armamento y munición si no están dispuestos a combatir a los golpistas. Entre ellos está el militante del MIR José Liendo Vera. El mítico y temido “Comandante Pepe”.
Los policías se niegan y abren fuego. Se inicia un tiroteo. Luego de un par de horas, el grupo que actúa desde el exterior se dispersa. Vuelve el silencio. No hay muertos ni heridos de ningún bando. A partir de entonces, el Complejo Forestal y Maderero de Panguipulli se torna uno de los principales objetivos de los militares. Se presume que en la zona operan guerrilleros de peligro. Pinochet ordena su eliminación. Nace la “Operación Leopardo”.
Para ello Pinochet crea la “Brigada Especial Antiguerrilla” con los boinas negras de la Escuela de Paracaidistas de Peldehue y otros preparados hombres para el combate. Al mando del general Nilo Floody, entre 250 y 300 militares son enviados a reprimir la insurgencia. Uno de aquellos, es el joven oficial Cristián Labbé Galilea.
La mayoría son máquinas de matar. Sus especialidades: instructor militar de montaña, con cursos de paracaidistas, comandos, guerra especial, asalto, guía, y explosivos y municiones.
Días después del Golpe, la brigada inicia el viaje desde Peñalolén a bordo de camiones militares. Llevan suficiente armamento y munición liviana y pesada. Van dispuestos a la guerra y a matar guerrilleros. “La brigada se hizo porque podía existir una guerrilla rural en el Complejo Maderero Panguipulli. Había que barrer con esos focos y si se producían enfrentamientos, la orden era abrir fuego”. Es Labbé quien declara ante los tribunales en diciembre de 2003 por los crímenes de 15 campesinos de Liquiñe, 150 kilómetros al este de Valvidia, cerca de la frontera argentina. Por primera vez, Labbé destapa su bien guardado secreto: reconoce que efectivamente fue parte de ese operativo.
Desde Brasil, donde antes del 11 de septiembre de 1973 cursó diversas técnicas para convertirse en la elite de la elite, Labbé retorna a la Escuela de Paracaidistas a la Dirección de Instrucción. O sea, no sólo es un boina negra común, sino es quién los adiestra. Durante el operativo en Liquiñe y otros lugares de la precordillera valdiviana, el actual alcalde de Providencia depende directamente del jefe máximo de los boinas, el teniente coronel Alejandro Medina, quien en este largo viaje fue el comandante de Estado Mayor del general Nilo Floody. “Mi labor dependía del comandante de Estado Mayor”, sostiene Labbé en su declaración judicial. Como se sabe, con esa preparación integral, fue luego uno de los adiestradores de los agentes de la DINA y propiamente un destacado integrante de esta organización ilícita criminal.
“Primero llegamos a Valdivia pero no sabíamos muy bien a qué íbamos. Se nos dijo sólo que el objetivo era combatir una guerrilla”, recuerda un suboficial boina negra que conversó con El Mostrador, pero prefirió mantener reserva de su identidad. Un día después, el suboficial sostiene que partieron rumbo a la precordillera, a la zona del Complejo Forestal y Maderero Panguipulli y llegan a Liquiñe.
“Los boinas negras se instalaron en carpas en el patio del colegio de las monjas”, afirma en la investigación judicial Julián García, industrial dueño de las Termas de Liquiñe y la hostería. Se trata de la Escuela Misional Liquiñe.
Otro contingente militar al mando del teniente coronel Hugo Guerra Jorquera, que arriba antes desde Valdivia, instala su campamento en el amplio sitio de las mismas termas, según Julián García. Este es un reconocido anticomunista, de acuerdo a declaraciones judiciales de campesinos sobrevivientes.
Nace el complejo
El Complejo Forestal y Maderero Panguipulli se extendió entre los Baños de Chihuío por el sur, y Liquiñe por el norte, a unos 150 kilómetros al este de Valdivia. Llegó a contar con 360 mil hectáreas. Lo integran 22 fundos de grandes extensiones. A partir de fines de la década de los años 60, los predios son ocupados por integrantes del Movimiento Campesino Revolucionario (MCR), organización controlada por el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). A 1973, trabajan allí más de 3 mil campesinos. No pocos siguen al “Comandante Pepe”, líder del MCR. Junto a Liendo Vera, a fines de los sesenta llega a la zona un puñado de estudiantes miristas para iniciar una “recuperación de tierras” junto a los campesinos.
Durante el operativo en Liquiñe y otros lugares de la precordillera valdiviana, el actual alcalde de Providencia depende directamente del jefe máximo de los boinas, el teniente coronel Alejandro Medina, quien en este largo viaje fue el comandante de Estado Mayor del general Nilo Floody. “Mi labor dependía del comandante de Estado Mayor”, sostiene Labbé en su declaración judicial. Como se sabe, con esa preparación integral, fue luego uno de los adiestradores de los agentes de la DINA y propiamente un destacado integrante de esta organización ilícita criminal.
Cuando Allende triunfa en 1970, su gobierno expropia los 22 fundos. Nace así, oficialmente, el Complejo Forestal y Maderero Panguipulli, como empresa filial de la Corporación de Fomento, Corfo. El sueño de construir el propio destino está cumplido. El complejo y el comandante Pepe se transforman en el terror de la derecha latifundista. Por ello, la venganza post golpe militar es feroz.
Luego del episodio del retén Liquiñe la madrugada del 12 de septiembre de 1973, el comandante Pepe junto a su mujer, Yolanda Ávila, y los militantes del MIR Luis Pezo y Pedro Barría, que usa muleta para caminar, se ocultan unos días y suben a la cordillera. Pero el 19 de septiembre son hallados y trasladados a la cárcel de Valdivia. La noche del 3 de octubre de 1973, Liendo Vera es ejecutado en el campo militar de Llancahue. Al día siguiente, son asesinados otros once miristas acusados de participar en el ataque al retén Neltume. Los crímenes son manejados por la Caravana de la Muerte del general Sergio Arellano, presente en Valdivia en esos días. Para ello, Arellano firma una sentencia de un falso Consejo de Guerra. Quien fuera luego segundo hombre de la DINA, Pedro Espinoza Bravo, asiste esa noche a presenciar la muerte de Liendo Vera.
Acusan a los boinas negras
La noche del 10 de octubre de 1973 jamás podrá olvidarse por los habitantes de Liquiñe. La hostería de Julián García opera como “cuartel general”. Desde allí sale la lista con los 15 campesinos que deben ser arrestados y muertos de inmediato. Según se establece en el proceso, Julián García y su hijo Luis, que esa noche visten de militar, aportan los nombres de quienes deben morir. Los boinas negras inician la redada junto a carabineros del retén Liquiñe, a cargo del suboficial Luis Anguita Castro. Ellos conocen bien a los elegidos.
De acuerdo al informe policial firmado por el subprefecto de la Policía de Investigaciones de Valvidia, Benjamín Leal Riquelme y el subcomisario Manuel Castro Contreras, en las detenciones de los campesinos del Complejo, José Miguel y Alejandro Antonio Tracanao Pincheira y su padre Eliseo Maximiliano Tracanao Valenzuela, participan “un cabo de Carabineros de apellido Quintana del retén Liquiñe y varios militares boinas negras”.
El dueño de las termas Liquiñe Julián García, declara judicialmente que “los boinas negras hacían las detenciones”.
El juez de letras de Villarrica a 1973, René García Villegas, sostiene en su libro “Soy Testigo” que uno de los cuerpos de los acribillados en el puente Toltén, permanece horas después en el río “enredado entre unas piedras, sin cabeza”.
Elcira Figueroa Arias, esposa de Salvador Alamos Rubilar, una de las 15 víctimas de Liquiñe, declaró en el proceso que, buscando a su esposo, “en la Fiscalía Militar de Temuco el capitán Ubilla me dijo que a la fecha de la desaparición de mi marido, (10 octubre 1973), se encontraba en la zona un operativo del Comando de Boinas Negras de Colina (Santiago) por lo que las autoridades militares locales ‘se lavaban las manos’ y que si mi marido cayó en manos de ellos, ‘mejor guarde luto y delo por muerto”.
Sobre el puente del Toltén
Amarrados de pies y manos, los 15 campesinos son conducidos esa noche en dos camionetas en dirección a Villarrica. Uno de los vehículos lo aporta Julián García y lo conduce su hijo Luis. El otro lo facilita el comerciante Juan Carmach y lo maneja el chofer de la ambulancia de Liquiñe, Sixto Díaz.
En el puente sobre el río Toltén, los campesinos son bajados y los boinas ordenan a ambos conductores alejarse. En pocos minutos, los detenidos forman una macabra alfombra humana tendida sobre el puente. De color rojo, como la sangre que mana a raudales de sus cuerpos acribillados por fusiles de repetición con munición de guerra. Abajo, las caudalosas aguas del río no alcanzan a aplacar el ruido de la metralla. Díaz y García la escuchan, como lo declaran luego judicialmente.
Después de Liquiñe, siempre en busca de guerrilleros, el contingente de boinas negras en que participa Labbé se dirige a otras localidades que comprenden el Complejo Maderero. Pero el suboficial con quien conversamos sostiene sonriendo irónicamente: “No encontramos a ninguno, no había nada, ni guerrilleros ni nada”. La Brigada Antiguerrilla permaneció en la zona hasta comienzos de diciembre de 1973 (…) Un par de días antes de la masacre nocturna de Liquiñe, en Chihuío, 25 kilómetros al sur de Liquiñe, son igualmente acribillados 17 integrantes del Complejo, todos campesinos que vivían en la zona con sus familias.
Uno a uno los cuerpos son lanzados al río. La lista Liquiñe está cumplida. Los ejecutantes piensan que las múltiples perforaciones de los cuerpos permitirán que se hundan y se pierdan para siempre río abajo hasta el mar.
Los boteros y la autoridad
Pero días después, boteros de la zona que ejercen la pesca descubren algunos cuerpos aferrados a ramajes de la ribera o atascados entre rocas. Dan aviso a Carabineros de Villarrica. Hasta el lugar concurre el secretario del Juzgado del Crimen de Villarrica, Osvaldo Wiegand Carrasco, con el subcomisario de la subcomisaría de Villarrica, capitán Ramón Torrealba Guzmán.
En el proceso, el secretario Wiegand dice que logra salvar un par de cuerpos. Pero los boteros lo desmienten. Estos afirman que la orden que ellos reciben tanto del secretario como del subcomisario, es liberar los cuerpos de lo que los sujetan, y echarlos a correr río abajo para que desaparezcan. Los boteros Eliseo Rosas Maldonado y José Carrasco Rodríguez, son careados con Wiegand y Torrealba. Mantienen sus dichos en cuanto a que son obligados por ambas autoridades a soltar los cuerpos y devolvernos al torrente. Lo mismo confirman los boteros Guido Mora, Leopoldo Ghisolfo y Juan Yáñez Cares.
Después de Liquiñe, siempre en busca de guerrilleros, el contingente de boinas negras en que participa Labbé se dirige a otras localidades que comprenden el Complejo Maderero. Pero el suboficial con quien conversamos sostiene sonriendo irónicamente: “No encontramos a ninguno, no había nada, ni guerrilleros ni nada”. La Brigada Antiguerrilla permaneció en la zona hasta comienzos de diciembre de 1973.
Sin embargo, en la zona por donde se desplazan los boinas bajo el mando del general Floody y Medina Lois, además de los 15 de Liquiñe, son asesinados otros 30 campesinos del Complejo Maderero. Un par de días antes de la masacre nocturna de Liquiñe, en Chihuío, 25 kilómetros al sur de Liquiñe, son igualmente acribillados 17 integrantes del Complejo, todos campesinos que vivían en la zona con sus familias. En este operativo participan también integrantes del regimiento Cazadores de Valdivia. La razzia es apoyadas por helicópteros Puma de la Fuerza Aérea, que provienen de la Base Aérea de Maquehua de Temuco.
El secreto
Algunos otros oficiales que participan en la “Operación Leopardo” son: Carlos Parera Silva, Emilio Timmermann Undurraga, Arturo Bosch González, Manuel Pérez Santillán (agente DINA) y Sergio Candia Muñoz.
¿Por qué Labbé ni ningún otro integrante de los boinas negras pudo ser procesado y condenado por estos crímenes de lesa humanidad? Fuentes de tribunales y policiales coinciden en manifestar que “el pacto de secreto” que se juraron y la “nula colaboración con la justicia”, fueron dos razones para lograr eludir responsabilidades. De acuerdo a las fuentes, a ello se agrega que, por tratarse de un contingente desconocido de Santiago, que actuó con vestimenta sin distinción de grados, de noche y con el rostro semi cubierto según declaran testigos de las detenciones, para los habitantes de estos lugares precordilleranos “fue imposible reconocer a alguno”. El ex agente DINA, coronel retirado Cristián Labbé, sortea una vez más la cárcel, mientras espera ser reelecto como alcalde el próximo 28 de octubre.