Escuela De Alta Montaña, Los Andes


Ubicación:Camino Portillo, río Blanco Loa Andes V Región

Rama:Ejército

Geolocalización: Google Maps Link


Descripción General

Categoría : Otra Información

El Regimiento o Escuela de Alta Montaña de Los Andes, ubicado en Camino Portillo, comunidad río Blanco, ex fundo El Sauce, comuna de Los Andes, fue utilizada como recinto de detención y tortura de presos políticos.

En este recinto muere poco después del Golpe Militar el  entonce director de la Escuela de Montaña, Renato Cantuarias Grandon, informándose que supuestamente se había suicidado. De acuerdo a los antecedentes reunidos por el Informe Retigg, especialmente aquellos proporcionados por organismos de derechos humanos, se ha conocido que Gustavo Cantuarias fue trasladado en carácter de arrestado en días posteriores al 11 de septiembre a la Escuela Militar, donde según versiones oficiales se habría suicidado. Su certificado de defunción señala como causa de muerte herida de bala bucocráneo encefálica. Gustavo Cantuarias tenía parentesco cercano con altos personeros del Gobierno de la Unidad Popular, a uno de los cuales, que se encontraba detenido en la Escuela Militar, dejó en libertad.

 

Fuentes de Información Consultadas: Informe Rettig; Informe Valech; Memoriaviva;


La historia de los pelados del ’73: Los soldados que asaltaron Santiago

Fuente :theclinic.cl, 1 de Septiembre 2013

Categoría : Prensa

Muchos apenas habían cumplido 18 años y no entendían lo que pasaba en el país. Pero estaban armados y una mañana se despertaron metidos en una guerra en que no habían enemigos aunque sí muchos blancos a los que disparar. Fueron 3 mil, y coparon calles, repartieron culatazos, violaron mujeres, mataron y murieron bajo las órdenes de los generales golpistas de Pinochet. Hoy están hechos bolsa, viejos, amargados y algunos alcoholizados. Ésta es la generación maldita que invadió Santiago y lo que les sucedió a partir de ese 11 de septiembre.

Madrugada del 11 de septiembre, 1973. “El Boca de Rana” va contento en el bus, tranquilo. Sus compañeros están nerviosos. Conversan entre ellos. Van, dicen, a una guerra, a invadir Santiago. La mayoría de los conscriptos de la Escuela de Alta Montaña de Río Blanco que viaja en los buses rumbo a la capital tiene miedo. Gaspar Sánchez Frías, de 18 años, no.

-Yo siempre he sido medio malito para mis huevás. Es que en mi juventud estuve rodeado de puros huevones malos, gente mala. Robábamos carteras, le sacábamos la chucha a cualquier huevón. Yo iba contento -dice ahora, 33 años después.

En ese septiembre, tampoco le falta experiencia con el gatillo. Es de los pocos que ha disparado antes. Empezó cazando en los cerros; luego, en los nueve meses de Servicio Militar se especializó. En su grupo, es el tirador escogido. Le da al disco a 600 metros.

En Santiago, esa misma madrugada, Salvador Allende está reunido en la casa de Tomás Moro con sus hombres más cercanos. Por teléfono su secretaria Miria Contreras le advierte que camiones con tropas viajan de Los Andes a la ciudad. Allende le ordena a su ministro de Defensa, Orlando Letelier, hablar con el jefe de Guarnición de Santiago, Herman Brady. Y Brady dice que no sabe nada. Esos camiones no existen.

Pero existen. Y a mitad de camino algunos se devuelven a Chacabuco, a hacer hora y evitar ser descubiertos. En total, desde Guardia Vieja y la Escuela de Alta Montaña, esa madrugada viajarán más de 700 hombres armados, parte de los 3 mil soldados que ocuparán Santiago. La mayoría, jóvenes de la edad de Gaspar Sánchez, que se pasará la mañana frente a La Moneda, barriendo el palacio con su fusil SIG. En los días siguientes, golpeará gente, le disparará a detenidos y violará a una mujer presa en el Estadio Nacional. Todo, dice, siguiendo órdenes de sus superiores.

Hasta transformarse en lo que es ahora: un viejo de 50 y tantos años que vive en Los Andes. Alcoholizado. Arrepentido.

VÍSPERA

El día anterior, a Fernando Mellado (20), conscripto de la Escuela de Telecomunicaciones, sus instructores no le pegaron en el Parque O’Higgins como venían haciendo desde febrero. Fueron una seda con los 400 conscriptos.

-Había mucho golpe y violencia. Nos hacían hacer cosas estúpidas. Una vez nos levantaron a las seis de la mañana para que regáramos un patio con una cuchara de té.

Los conscriptos llevaban días ensayando los movimientos para la Parada Militar y cada error significaba golpes o la orden de cuerpo a tierra para recibir patadas, palos, culatazos. O marchar punta y codo por el picadero de la muerte, como le decían los pelados a la parte de la elipse que sus superiores regaban con latas, vidrios y piedras cortadas.

Ese día, además, los fusiles estaban cargados y con la bala lista para ser disparada, algo peligroso en prácticas de desfile. Los oficiales habían advertido que podían ser atacados por extremistas en el Parque.

El ejercicio terminó suave, pese a los errores cometidos. Los oficiales dijeron que no se preocuparan, que regresaran a la escuela a bañarse, comer y dormir, porque al día siguiente tenían que estar a las 3 de la mañana de vuelta, para otro ensayo.

-En el camión fuimos diciendo que esa huevada estaba mal, porque jamás el milico nos había perdonado algo -recuerda Mellado.

Ese día se acostaron a las cuatro de la tarde. Antes, sí, recibieron su dosis de porotos y la misma sopa sin gusto de siempre.

Esa misma noche, en la escuela de Alta de Montaña de Río Blanco, el conscripto Máximo Núñez (18) de la compañía Andina se echó a la litera como venía haciendo desde quince días atrás: en tenida de combate, con los bototos puestos y su fusil FAL, cargado, a mano.

A la medianoche lo despertaron y le ordenaron formarse en el patio. Ahí, junto a sus compañeros, le entregaron municiones.

El regimiento de Núñez es especial. Está metido en la cordillera, casi en la frontera, a 34 kilómetros del regimiento Guardia Vieja de Los Andes. En ese entonces lo dirigía el coronel Renato Cantuarias, un oficial considerado cercano a la Unidad Popular y al que Pinochet, viejo zorro, le mandó a su familia para que la resguarde, en caso de un fracaso golpista.

A la una de la mañana del Once, Núñez recuerda haber visto a Cantuarias paseándose por el cuartel, todavía al mando de su regimiento. Minutos más tarde, un mayor de apellido Carvacho lo reemplazó.

-Cantuarias andaba vestido como guerrillero, su pistola en el muslo y con su fusil, y media hora después lo vimos desarmado. Carvacho se apoderó de las tropas y si él no hubiera asumido, hubiéramos salido con Cantuarias y en Los Andes, nos esperaba el Guardia Vieja para aniquilarnos porque supuestamente íbamos a defender a Allende.

Hasta hoy, Núñez cree que Cantuarias trató de convencer a Carvacho y evitar que sacara las tropas. Pero Carvacho andaba con una ametralladora. Y aunque no lo vio apuntarle, Núñez saca sus conclusiones.

Las mismas conclusiones que en Santiago, a 80 kilómetros, sacó en el patio de la Escuela de Suboficiales el soldado Juan Molina (18), ya vestido y con dos café con leche y aguardiente en el cuerpo, fusil al hombro y frente al diminuto pero enérgico coronel Julio Canessa Robert, que les explicó la misión de ese 11 de septiembre:

-Hay que hacer una limpieza a Santiago.

ONCE, MADRUGADA

Esa madrugada, Patricio Flores (18) está de guardia en la Escuela Militar. Lleva cinco meses en el Servicio y le toca vigilar la puerta de Américo Vespucio. A la una de la mañana ve llegar buses. Son de locomoción colectiva. Muchos. Llenan el patio. Le dicen que son para llevar a los cadetes al Parque O’Higgins, a los ensayos de la Parada.

A las cuatro de la mañana, un oficial lo envía en un jeep con otros compañeros a buscar a su casa al coronel Nilo Floody, director de la Escuela. Floody los recibe de buen ánimo. Les pregunta cómo están. “Tienen que estar bien, porque van a pasar cosas importantes hoy”, les dice. Ellos no entienden nada.

Más tarde, en la Escuela, a Flores le cambian su FAL por un fusil SIG, con un arnés con cinco cargadores llenos y dos cajas de municiones de cien balas, y otras dos cajas de tiros sueltos que se echa en los bolsillos de la parka. Le retiran el casco de fibra que usan en la guardia y le entregan uno de acero, de guerra.

A las siete de la mañana, forman a todos en el patio. Un capitán les explica qué está pasando.

-Nos dijo que el Ejército se iba a tomar el poder, no lo mencionó como Golpe de Estado, pero al final gritó ‘¡Viva Chile, mierda!’.

El oficial termina su arenga diciendo que quien no esté de acuerdo puede dar un paso al frente y será respetado como un enemigo leal a su causa.

-Imagínese, estábamos a un costado de la Escuela, y al frente todos armados. Nadie dijo nada.

Un capellán después recorre las tropas, las bendice. Algunos pelados lloran.

Amanece. Los conscriptos entran a los buses y parten a la guerra.

A esa hora, por todo Santiago se entregan pañuelos color salmón y brazaletes con tortugas bordadas, el uniforme golpista. Y armas. A Eduardo R. (19), de Puente Alto, le toca una ametralladora punto 30 con cuatro cajas de mil tiros; a Fernado Mellado, un fusil máuser. Juan Molina, el subordinado de Canessa, recibe cinco cargadores, que amarra entre sí para que no cueste cambiarlos cuando se agoten.

Luego, los reparten por Santiago.

En la Escuela de Telecomunicaciones, los oficiales eligen soldados en el patio. Los conscriptos lloran cuando los separan de sus amigos. Fernando Mellado también, cuando lo elige un oficial, un comando de ojos azules que recuerda que era “más loco que la cresta”.

Con él parte a la Galería España, donde funciona ENTEL. Nadie ha dicho que es un Golpe. En la galería, sacan a los empleados que han madrugado. Allí van a instalar un puesto de comunicaciones para coordinar las órdenes con Telecomunicaciones y el comando central de Peñalolén, donde Pinochet pasa la jornada, rodeado de tropas y paracaidistas.

Cuando revisan las instalaciones de ENTEL, los conscriptos se encuentran con un técnico que les muestra algo que no conocen: un televisor que está recibiendo una señal del extranjero, a color.

-Quedamos con la boca abierta. Estaban dando una noticia en inglés pero no me fijé en lo que decían, sólo miraba los colores -recuerda Mellado.
A las ocho de la mañana, uno de los conserjes llega con una radio a pilas que da noticias: hay movimientos de tropas en el centro, una especie de Golpe de Estado.

Las tropas que se mueven, se entera Mellado, son ellos. Recién entonces empiezan los balazos en el barrio. En esa radio escuchará el último mensaje de Allende.

Las instrucciones que le dan sus superiores son simples: si ven a alguien raro, disparen primero al cuerpo y después al aire, por si después hay investigaciones. Así no se puede establecer qué disparo fue primero.

A José A. (18), del regimiento de Ingenieros de Puente Alto, el comandante Carol Urzúa le informa del alzamiento.

-Estaba cuidando en la papelera a los camiones que estaban en huelga, y nos llamaron. Urzúa dijo que la situación ya no se podía aguantar más.

Eduardo R. se demora un poco más: escucha las explosiones de los 16 misiles que lanzan los aviones sobre las antenas de Radio Corporación, del Partido Socialista. Entonces entiende que ocurre.

-Nos dijeron que era un Golpe, que de ahí en adelante los que mandaban eran los militares.

BATALLA

A las diez de la mañana, Gaspar Sánchez está en la Plaza de la Constitución con su SIG. Lo que tiene enfrente es una guerra. Y le gusta. Le dispara a La Moneda y a uno que otro perro de los que todavía hay en la Plaza.

-Ahí disparé caleta. Lo hacía pa’ huevear, por gusto; perro culiao que me ladraba, pah-pah-pah. Listo.

No está solo. Al Palacio también le disparan tanques y otros fusileros. En total, 50 mil proyectiles se lanzan sobre el centenario edificio.

-Yo estaba con el Luis Patiño, el rubio. Con ese huevón éramos los más malos en el regimiento. Sombra que se veía, tirábamos.

Cuando los Hawker Hunter lanzan sus misiles, Sánchez se fondea detrás de unos arbolitos. A casi cien metros, ve arder el edificio.

Juan Molina llega a la pelea por Alameda. Los oficiales que acompañan su columna -que viene a pie desde avenida Matta- están sin distintivos, confundidos entre los soldados para despistar a los francotiradores. Han dado pocas instrucciones a la tropa: el fusil, han dicho, pueden llevarlo a gusto: para disparar tiro a tiro o a ráfagas; con o sin seguro. La mayoría lleva el dedo en el gatillo.

Cuando los soldados llegan a Lord Cochrane con Alameda, los barren a balazos desde el ministerio de Obras Públicas. Son los francotiradores del GAP, con sus AK 47. Uno de los militares cae: el sargento Primero Ramón Toro Ibáñez, a cargo de la sección de Molina.

-Le pegaron un balazo en la cabeza y uno de mis compañeros agarró una subametralladora y disparó al edificio de donde salieron las balas.

Molina se parapeta. Algunos soldados se meten en los túneles de la construcción del Metro y se van a quedar ahí hasta el otro día. Pero la sección de Molina, sin mando, camina hasta La Moneda, refugiada en los muros y repeliendo balazos. Así llegan a Morandé con Agustinas, donde hay camiones y tanques. Por la radio de los vehículos escuchan que se trata de un Golpe. Se quedan ahí esperando órdenes.

-Después pasaron los Hawker Hunter. Al rato supimos que el Presidente había muerto. Vimos una ambulancia de campaña y que lo sacaban tapado con un chamanto.

La tarde se le va a Molina ahí, al lado de las ruinas del Palacio. A las cinco de la tarde, vuelven los disparos desde Obras Públicas y el Hotel Carrera. El cabo segundo Agustín Luna (22) recibe un balazo en el cuello. Muere.

El bombardeo a La Moneda sorprende a Patricio Flores arriba de un bus. Lo acaban de embarcar desde la Escuela Militar rumbo a Tomás Moro, la casa presidencial que los militares imaginan un búnker lleno de guerrilleros y que también es bombardeada por la FACH.

Su bus llega a la casa de Allende poco después que los Hawker Hunter la atacan. Los soldados la asaltan. Flores entra por atrás, por el colegio Sagrado Corazón.

-Nuestra misión era tomar detenidos. Pero sólo encontramos armas que botaron los otros cuando arrancaban, maletines con útiles de aseo y municiones. Parecía que avanzábamos y ellos iban delante. De los subterráneos sacamos AK 47, incluso en el porta fusil tenía un apellido con letras blancas, no me acuerdo cuál. Estaban todos con sus maletines con municiones. Había cigarros cubanos y tragos.

Máximo Núñez, el de Alta Montaña, empieza a moverse en cuanto terminan de caer los misiles sobre La Moneda. Desde la Escuela Militar, lo mandan a la embajada cubana, en Pedro de Valdivia. Se ubican en las casas de los alrededores y en la calle. A la una de la tarde, un par de balazos cruzan el barrio. Desde la embajada -donde está el ex GAP Max Marambio- contestan el fuego.

Núñez alcanza a protegerse.

-Yo pensaba que esto pasaba en las películas no más. Las balas silbaban. Yo también disparé. Se veían siluetas y le disparabas a lo que fuera. Después tuvieron que venir unidades más pesadas porque venía otro enfrentamiento y nos sacaron.

Lo mandan a La Pintana y, por la noche, a patrullar por Mapocho abajo con la orden de disparar primero y preguntar después.

-En la noche andábamos todos nerviosos. Nos decían que habían micros llenas de Carabineros, y que eran puros extremistas disfrazados.
A esa hora, lejos, en Puente Alto también empiezan las patrullas. A Rocha le toca pasearse por las poblaciones:

-Nos mandaron a mostrar la fuerza, el armamento. No era mucha la gente que se llevaba presa, porque los conocíamos a todos. Además, pocos salían. Los que más nos saludaban eran los niños chicos. Pero a los que pillaban en la calle les sacaban la cresta y se los llevaban.

Ese 11 se cierra en Santiago con 26 muertos. Aparte de La Moneda, en el único lugar en que se combate -y lo hace Carabineros- es en la población La Legua. En todo el país hay 36 muertos. Para cuando se termine el año, 1.823 personas habrán perdido la vida.

EL 12

Eduardo R. amanece en allanamientos. En los operativos, él no se baja: le cuesta demasiado andar con la metralleta Punto 30, capaz de tumbar murallas.

-A la gente se la llevaban al regimiento. A los primeros los metían en un vagón de tren, de esos que traían yeso, caliza. Ahí dormían, sin nada. Pero después, cuando había más, armaron un lugar especial con unas mallas. Los dejaban sin comida, y sin agua. Nosotros les llevábamos nuestra colación, porque ahí habían muchos compañeros de trabajo de mi papá, dirigentes de la papelera.

Ese día en el regimiento los visita el general Herman Brady Roche.

-Nos trató como lo último: con ése, la madre andaba colgando. A clases, oficiales, todos. Como era general, era autoritario. Si todos esos viejos deberían estar muertos, eran perros.

Hay allanamientos en toda la ciudad. Todos iguales. Gaspar Sánchez recuerda:

-Cuando íbamos, robábamos de todo: el azúcar, el pan. Era para nosotros, pero nunca relojes o anillos.

Las casas de las que Sánchez saca cosas no sólo son anónimas. En Tomás Moro, asegura, también hizo saqueos: se roba unos pantalones que atribuye a Allende.

-Los usé harto, no sé hasta cuándo. Al salir de civil, me iba con los pantalones del viejo.
En Puente Alto también hay excesos.

-La gente pedía que no le pegáramos. Pero nosotros éramos mandados. Una vez me tocó revisar a unas niñitas, bueno no tan niñitas, de 15 ó 16 años, y las tocamos bien tocadas. Yo como cabro joven a lo mejor me gustaba tocar a las chiquillas, pero para ellas debe haber sido molesto -recuerda Jorge (18).

La culpa, dice él, es de los oficiales. Especialmente de Vargas, un comando tan rudo que cuando sorprendía a un soldado fumando lo obligaba a comerse el cigarrillo. Encendido.

Eduardo R., también de Ingenieros, en esos días ve a dos oficiales golpeando a una mujer que había sido presidenta de una JAP en Pirque.

No todos se pasan la jornada allanando casas y pateando cabezas. Raúl López (19), un joven grande al que le dicen “Lagarto Juancho”, no se mueve de Canal 13, donde lo mandaron el 11. Escolta a los periodistas que salen a reportear. Cuida de Claudio Sánchez en el centro, va a Tomás Moro. Por la noche lo envían junto al soldado Juan Carlos Mesías Carvallo (19), un técnico y un conductor a Rancagua, a buscar al director del canal, el sacerdote Raúl Hasbún.

A la altura de Famae, cerca del cruce con Ochagavía, se encuentran con un tiroteo en un control de la FACH. El conductor, en vez de parar, acelera y quedan en medio de lo que parece un enfrentamiento.

-Una bala le atravesó el pecho al chofer y lo hizo perder el control. Chocamos con un jeep -recuerda López.

La camioneta arde. Pero los soldados no dejan de disparar. López y los otros se arrastran por el pavimento.

-Yo lloraba y les gritaba que éramos conscriptos, que veníamos de Telecomunicaciones y les daba el número de teléfono. Pero ellos pedían el santo y seña, pero yo no me acordaba.

Ese día la clave es marítima. El que pregunta debe decir “ballena” y el otro “gris”. Pero López, tapado con los cuerpos de sus compañeros, no atina.

-Vi morir a los tres que iban conmigo. A mi compañero lo decapitaron con ráfagas. A mí me llegaron nueve balas. Y al switchman, que estaba delante mío, debe haber recibido el doble.

Cuando para el fuego, un soldado se le acerca y le coloca una pistola en la cabeza. Le pregunta el santo y seña. López le muestra su pañuelo.

-Ahí me acordé de la primera parte y le dije “Ballena”. Él dijo: “entonces es verdad que eres milico”.

Horas más tarde, una ambulancia se lo lleva al Hospital Militar. “El Lagarto Juancho” termina su servicio con otro apodo: “El Nueve Balas”.

En el centro de Santiago, Fernando Mellado también recibe balazos. Monta guardia en la salida a calle Estado de la Galería España con el conscripto Juan Antilef (19).

-Estábamos pegados a la pared, conversando despacito y de repente llegó una ambulancia y se estacionó al frente. El Negro Antilef asomó la mitad del cuerpo y le llegó un balazo y cayó. Yo me agaché y me acerqué. Tenía la espalda destrozada. Me pedía ayuda.

Antilef muere al rato. Mellado pasa el resto de la noche fumando, sin arma. Llora.
A Gaspar Sánchez, por esos días le toca hacer otro trabajo.

-Como por el 15 nos mandaron a recoger muertos en un camión tolva al Mapocho. Recogí como cuatro personas. Estaban cortados por la mitad, sin brazos y piernas. Eran civiles. Los envolvimos en bolsas y los echamos al camión. No sé dónde los llevaron.

RAPIÑA

Los soldados se abaten sobre Santiago. La ciudad está a sus pies. Ellos -jóvenes que no cumplen los 20 y andan armados- representan a una autoridad que les ordena imponerse a balazos y culatazos. Y ellos cumplen.

No todos funcionan. En Puente Alto, los soldados de la comuna pronto son reemplazados por conscriptos que llegan de afuera de Santiago. Ellos no conocen a nadie, no tienen vecinos a los que respetar. José A., de Ingenieros, recuerda:

-A los pocos días, trajeron un regimiento del sur, a los del Arauco. A ellos los mandaban en la noche a pegarle a la gente. Eran más malos, y tenían la misma edad nuestra. Se metían a los clandestinos y quedaba la escoba.

En el centro también matan gente. Fernando Mellado, la noche del 14, monta guardia con un compañero en Estado, en la misma puerta en que murió Antilef. En el entrepiso del edificio de enfrente se enciende una luz. Su compañero propone disparar porque hay un blanco. Mellado sólo ve un hombre que se pasea por la habitación. No un blanco. Sus compañeros van a disparar y Mellado quiere adelantarse, errar el tiro, avisarle al vecino. Pero la sombra se desploma apenas suenan las balas.

-Después conté mis balas y la mía no salió. Me dio rabia por no haberle avisado pero después me alivié: yo no disparé.

En San Alfonso también matan gente. Según José A., los llevan al cerro y los balean. Después, los tiran al río. “Lo que más llevaban eran hombres, porque a las mujeres se las violaban por ahí. Una vez llevaron detenido al regimiento al alcalde de San José de Maipo y lo hicieron barrer la plaza a las 3 de la mañana a pata pelá, con no sé cuántos grados bajo cero, y amarrado, con las puras manos libres; lo obligábamos a lustrarnos los zapatos, qué no le hacíamos, había tanta maldad… Pero nosotros recibíamos puras órdenes”, cuenta.

Cinco veces le toca ir al Estadio Nacional a hacer guardia en esos días.

-Ahí estaba lo peor. Había muchos pelaos que se aprovechaban, que no les importaba nada, no se iban ni a los rincones, delante de todos se violaban a las mujeres, entre cuatro o cinco. Esos que llegaron del sur eran sádicos.

Gaspar Sánchez y sus compañeros también matan gente.

-En Tobalaba, como el 25 de septiembre, vimos que venía un tipo con dos pistolas disparando y nosotros éramos como 15. Todos disparamos. Cuando lo fuimos a ver, no le quedaba un espacio sin balas.

Por esos días, Sergio (18) cuida el campo de prisioneros del regimiento de Ingenieros, al lado de los vagones. Algunos de sus compañeros, dice, sacaban a los presos al baño haciendo el paso del enano: en cuclillas y con las manos en la nuca. Los detenidos eran profesores, doctores, trabajadores. Las mujeres la pasaban peor:

-Ellas estaban separadas de los hombres, en los carros. Se violaron cualquier mujer ahí. En las noches se sentían los gritos.

Gaspar no viola a nadie, todavía:

-Después de los allanamientos conversábamos puras huevadas. Hablábamos de las minas que veíamos, conversaciones de cabros chicos. Llegábamos al cuartel y nos pegábamos las mejores pajas. Cuando hacíamos los allanamientos las mujeres nos chiflaban y nos hueveaban. Todas las mujeres querían agarrarnos.

Los soldados dicen que les daban pastillas en ese tiempo. Que pasaban drogados. Hay crisis nerviosas. En Puente Alto, un conscripto de apellido Echeverría se encierra en la cuadra y se pega un balazo en el estómago. Sobrevive. Otros tienen heridas jugando a algo parecido a la ruleta rusa.

La mayoría está aislado de sus familias. A veces se las topan por casualidad. En el centro, en allanamientos. O en el mismo cuartel, como el conscripto Pedro C. (19), que se encuentra con su madre, militante DC, detenida. O Juan D. (19), también de Puente Alto, que descubre que su padre viene arriba de un camión, amarrado y acusado de hacer desaparecer explosivos en una mina en Las Vertientes.

También pierden los límites. Especialmente los que están predispuestos, como el conscripto Sánchez que tiene un pasado de delincuente juvenil. En el Estadio Nacional, cuando hace guardia en enero del 74, sus superiores explotan esa vertiente.

-Un día, los oficiales ordenaron que convenciéramos a un señor para que se fugara porque lo iban a matar. Le dijimos que lo hiciera por tal lado. Él nos dio cigarros, agradecido. Yo no sabía, actué de buena fe. Pero cuando lo vi asomarse unas ráfagas de fusil lo mataron. Siete huevones le tiraron. Lloré.

No fue lo peor que hizo en el Estadio. Hay otra cosa que lo persigue.

-Había una rubia muy linda que le había tirado ácido en la cara a un oficial. En represalia, nos ordenaban darle “capote”, y teníamos que culiarla todos los días. Hacíamos cola. Ella estaba amarrada. Era una orden. Éramos jóvenes y con ganas. Yo no tenía remordimientos. Ahora sí. Hay noches que me despierto nervioso.


La Conjura

Fuente :ciper.cl, 6 de Septiembre 2013

Categoría : Prensa

Publicada originalmente el año 2000 por la directora de CIPER, Mónica González, La Conjura es una profunda investigación sobre el plan para derrocar a Salvador Allende. Revela quiénes fueron realmente los que idearon el golpe y quiénes se subieron a última hora. El año 2012 el libro fue re editado por Catalonia, con más de 100 páginas extra de nuevos datos. A continuación un capítulo que relata lo que pasó el día del golpe.

CAPITULO XXIV: EL DIA 11

En la madrugada del 11 de septiembre, Salvador Allende, rodeado de su círculo más íntimo, concentraba sus esfuerzos finales en un plebiscito sin destino. Estaba corrigiendo el tono de la convocatoria cuando otro llamado llegó a Tomás Moro. Era de la Oficina de Radiodifusión de La Moneda. La voz de René Largo Farías transmitió el parte de la Intendencia de Aconcagua:

–Se están desplazando tropas desde los regimientos Guardia Vieja de Los Ángeles y Yungay de San Felipe.

Allende se lo hizo saber a Orlando Letelier y el ministro de Defensa decidió hablar con el general Herman Brady, comandante de la Guarnición de Santiago.

–Son tropas para prevenir posibles desbordes por el desafuero del senador Carlos Altamirano y el diputado Oscar Guillermo Garretón –respondió el general Brady, quien era al igual que Allende masón y aún tenía la confianza del Presidente.

Pinochet tampoco dormía. Intentaba relajarse en la penumbra. Estaba solo en la cama de su dormitorio. Su mujer, Lucía Hiriart, y algunos de sus hijos, ya estaban seguros al cuidado de su amigo, el coronel Renato Cantuarias Grandón, director de la Escuela de Alta Montaña del Ejército, en Río Blanco (Los Andes), muy cerca de la frontera con Argentina. Curiosa decisión aquella. Cantuarias era un destacado coronel conocido por sus principios progresistas, los que no ocultaba. Su nombre había quedado registrado en la agenda del general Arellano, el 10 de julio de 1973, en un episodio que lo retrata:

Presido la ceremonia del Juramento a la Bandera en Portillo. Debido a la intensa nevazón me es imposible regresar en el helicóptero y tampoco por tierra. Paso todo el día conversando con los oficiales y suboficiales y siempre con el coronel Cantuarias a mi lado. Surge el tema político, como es habitual y Cantuarias defiende con tanto calor a la Unidad Popular que debo manifestar con firmeza que nuestra obligación es defender el gobierno legalmente constituido mientras éste se mantenga en sus cauces institucionales, pero en ningún caso respaldar tendencias políticas o a determinadas personas. Y ahí corté la discusión.

¿Cómo era posible que Pinochet eligiera precisamente la casa de Cantuarias para poner «fuera de la línea de peligro» a su familia? La respuesta se develaría dramáticamente días después.

A la medianoche, en Valparaíso, uno de los dueños del Golpe, el almirante José Toribio Merino, acababa de tomar posesión del mando de su institución.

–El día anterior a la batalla es mucho peor que la batalla –dijo en la Academia de Guerra, rodeado del Alto Mando de la Armada. Merino y sus colaboradores bebieron whisky para aflojar la tensión y brindar por el éxito de la conjura.[1]

A las 2 de la madrugada, en Santiago, Sergio Arellano estaba en el comedor de su departamento en Latadía. Comió algo rápido y luego trató de dormir pero, una hora y media más tarde, el teléfono lo sacó de la cama. El llamado venía de Concepción.

–Sergio, ¿a qué hora llega la Tía Juana? –le preguntó el general Washington Carrasco.

–La embarqué en el tren nocturno por lo que calculo que debe llegar a las 8:30 horas.

La «Hora H» tenía sus criptogramas. Arellano colgó el teléfono y siguió durmiendo. En Valparaíso, en tanto, el primer toque de diana puso en acción al escuadrón de la «Operación Silencio». Debía acallar las radios y los sistemas de comunicación que unían al puerto con la capital. Otro piquete, con ingenieros y radio operadores, se preparaban para silenciar a partir de las 4:30 horas todas las radios afines a la Unidad Popular. A la par, se terminaban los preparativos para el inicio de la cadena de las fuerzas golpistas a través de la radio Agricultura[2] (del gremio empresarial Sociedad Nacional de Agricultura), en contacto directo con el cuartel general en el Estado Mayor de la Defensa Nacional. Toda esa operación estaba al mando del coronel Sergio Polloni.

En Santiago, a las 4:30 horas, otro equipo de la Armada entró en acción en una casa de la calle Sánchez Fontecilla. En su interior, dormía el almirante Raúl Montero. Ignoraba que ya no era el comandante en jefe de la Armada y que, en su patio, un piquete de la Marina, integrado por hombres que le habían jurado obediencia, cortaba sus teléfonos e inutilizaba su automóvil.

Pasadas las 4:30 horas, el teléfono retumbó una vez más en el oído de Arellano. Era Arturo Yovane. En otro léxico en clave le preguntó por el lugar destinado a la concentración de detenidos. La respuesta fue lacónica:

–En el Regimiento Tacna.

Arellano ya no pudo cerrar los ojos. A eso de las 5 de la mañana, se levantó y lentamente se preparó para una jornada larga e impredecible. A las 5:45 horas debía venir su chofer. Pero a la hora convenida no hubo vehículo ni chofer. Arellano se felicitó por haber citado a una patrulla más que sí llegó en un jeep con exactitud. Pasó a dejar a su esposa a la casa de su amigo y compañero de curso, coronel René Zúñiga Cáceres, a pocas cuadras de su departamento.

En el quinto piso del Ministerio de Defensa, ya tomaban posición los hombres que se harían cargo de la cadena que encabezaría las transmisiones de las fuerzas golpistas. Sergio Arellano hijo llegó acompañado del coronel Polloni. Allí encontró al teniente coronel Roberto Guillard y a dos civiles: Álvaro Puga y Federico Willoughby, gerente de comunicaciones de la Sociedad Nacional de Agricultura, que lideraban Alfonso Márquez de la Plata y Sergio Romero[3].

En Concepción, en la Base Carriel Sur de la Fuerza Aérea, poco antes de las 5 de la mañana, el oficial Mario López Tobar terminaba de ducharse. Faltaba poco más de una hora para que asumiera la identidad de Libra, el líder de los pilotos seleccionados para maniobrar los doce aviones Hawker Hunter subsónicos de origen británico y comprados, en 1966, para otro tipo de utilización que la resuelta por los conjurados. Finalmente, fueron elegidos cuatro aparatos. Estaban armados con 32 cohetes Sura, cada uno de 8 centímetros de diámetro y con una carga explosiva de unos 350 gramos. Llevaban, además, cohetes Sneb, de 6 centímetros de diámetro, y proyectiles de 30 milímetros en los cuatro cañones Aden del aparato, con una carga de 60 gramos de explosivo. La caja de municiones tenía una capacidad de 200 tiros y los cañones una cadencia de fuego de 1.400 tiros por minuto, lo que le daba a cada Hawker Hunter la sorprendente cadencia de tiro total de 5.600 proyectiles explosivos por minuto.

Al avión del segundo jefe de los pilotos de los Hawker Hunter, se le habían adaptado dos modernos lanzadores franceses, recién llegados a Chile, con 18 unidades cada uno[4]. Ese segundo era Rufián, nombre de guerra de Fernando Rojas Vender (nombrado comandante en jefe de la FACH, en 1995, por el Presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle), quien le dijo a la autora en septiembre de 1999:

-Nadie sabía en vuelo a quién le correspondería el blanco de La Moneda. Inventaron que habían sido pilotos norteamericanos y fueron sólo chilenos y no seleccionados, porque el bombardeo se fue postergando, los aviones sobrevolaban, el avión tiene un radio de acción, en un sector esperaba, algunos tenían que irse, llegaban otros y al que le tocó, le tocó…[5]

En la Escuela Militar, a las 6 horas en punto, el coronel José Domingo Ramos, jefe del Estado Mayor del Comando de Institutos Militares, se presentó ante el general Raúl César Benavides. La noche anterior, una patrulla militar le había transmitido la orden de su nuevo jefe: debía interrumpir sus vacaciones y presentarse a esa hora en su puesto de mando:

–Hoy se producirán los desafueros de Altamirano y Garretón. Prevemos desmanes y desórdenes. Hay que poner en ejecución el plan de seguridad interior, el «Plan A». Actúe en consecuencia –le dijo Benavides.

El «Plan A» establecía el estado de alerta para prevenir desbordes de la población. Benavides le informó también que dispondría de un refuerzo de cuatro oficiales del tercer año de la Academia de Guerra. Entre ellos estaba el joven oficial Luis Cortés Villa[6].

A las 6:30 horas, el rector de la Universidad Técnica del Estado, Enrique Kirberg, despertó sobresaltado por el incesante repiquetear del teléfono. Había dormido poco. El día anterior, hasta muy tarde, había preparado el gran acontecimiento del día 11: esa mañana inauguraría la «Semana de lucha contra el fascismo, la guerra civil y por la vida», que presidiría Salvador Allende. Y desde allí, a las 11 horas, el Presidente llamaría a plebiscito.

–Un grupo de civiles armados ha atacado las instalaciones de la radio de la universidad –escuchó decir al otro lado del teléfono.

–¿Hay heridos?

–No dañaron a nadie. Solo inutilizaron la antena. Tanto por el corte de pelo como por las armas que llevaban y el camión que los esperaba afuera, está claro que ha sido un grupo de la Armada.

Kirberg se fue directo a la universidad, ubicada en el sector de Estación Central. Decidió que una vez allá llamaría a la Policía de Investigaciones. Pero nadie le contestó. Supo que algo raro pasaba…

A las 6:30, Arellano ya se había instalado en el Ministerio de Defensa. También lo habían hecho Patricio Carvajal y el general de la Fuerza Aérea, Nicanor Díaz Estrada, los dos jefes del Estado Mayor de la Defensa Nacional; Herman Brady y el general Sergio Nuño. Después, Arellano se reunió con todos los comandantes de unidades que participarían en la acción. Repasaron las misiones y aclararon dudas.

–A las 14 horas deben estar conquistados todos los objetivos fijados.

En ese frío y brumoso amanecer, a las 6:30 horas, el general Yovane iba rumbo al Edificio Norambuena, donde funcionaba la dirección de Carabineros. Hizo un alto en el trayecto. Inspeccionó los pequeños tanques de asalto y el contingente de la Escuela de Suboficiales y de las Fuerzas Especiales, que ya calentaban motores. Las tanquetas cumplirían un rol clave: debían rodear el palacio de gobierno y servir de escudo a la infantería.

En Carriel Sur (Concepción), a las 6:45 horas, los aviones ya estaban listos para ser operados. La primera bandada debía despegar a las 7:30 horas. Su misión: silenciar las antenas de radioemisoras de Santiago y luego permanecer media hora sobre la ciudad en caso de que el general Leigh disponga otro objetivo.

El informe meteorológico indicaba a esa hora que Santiago estaba cubierto de nubes.

El nerviosismo entre los pilotos se delataba en los gestos y en el silencio con el que ejecutaban las maniobras. Era la primera vez que tenían una misión real de ataque a blancos terrestres.

En Tomás Moro, Allende ya estaba en conocimiento de que algo sucedía en Valparaíso. Una llamada de Alfredo Joignant, director de Investigaciones, le transmitió más información:

–El prefecto Juan Bustos de Valparaíso comunica que la Armada está copando la ciudad.

Y luego hubo otra comunicación confirmatoria del jefe de Carabineros de Valparaíso, coronel Manuel Gutiérrez. Las paradojas del destino habían hecho que fuera precisamente un férreo opositor al gobierno de la UP el encargado de dar la alerta en la trinchera oficial. Solo semanas atrás, Gutiérrez, cuyos dos hijos militaban en Patria y Libertad, había sido objeto de la ira gubernamental al ordenar disolver con extraordinaria rudeza una manifestación de izquierda. El gobierno le llamó la atención severamente y lo notificó que su ascenso a general estaba diferido[7].

Lo que desconcertó inicialmente al grupo de asesores de Allende fue que, cumpliendo el programa de la «Operación Unitas», la Escuadra había zarpado rumbo al norte. Pero todo fue un truco: los cruceros Prat y O’Higgins, los destructores Cochrane, Blanco Encalada y Orella, y el submarino Simpson, habían llegado hasta la cuadra de Papudo para regresar a su base y apostarse frente a un Valparaíso ocupado. Solo entonces la tripulación de los barcos fue informada de la conjura.

–Orlando, comuníquese con los comandantes en jefes para saber qué está pasando en Valparaíso –le ordenó Allende a su ministro de Defensa, aún en su cama.

Letelier intentó hablar con el almirante Montero: fue imposible. Llamó a Pinochet: estaba en la ducha, le dijeron. Buscó a Leigh y no lo encontró. Se iba configurando un cuadro alarmante. Finalmente, llamó a su oficina. Esperaba escuchar a su ayudante, el comandante González, pero otra voz lo atendió: la de Patricio Carvajal.

Cuenta Orlando Letelier:

«Tuvo la opción de colgar el teléfono, lo que habría significado que me percatara de que había algo anormal. No lo hizo. Le dije que tenía información de los movimientos de tropas en Valparaíso y del desplazamiento de otras a Santiago. “Mire, ministro, yo creo que es una información equivocada”, dijo. “No, almirante, no tengo ninguna información equivocada”, repliqué. Y ahí dijo tartamudeando: “Voy a tratar de averiguar”. Fue tal su titubeo que tomé el teléfono, lo acerque al oído de mi mujer y le dije en un susurro: “¡Escucha cómo habla un traidor!” Trató de darme mil explicaciones elusivas. Finalmente le dije: “Mire almirante, yo voy de inmediato al ministerio”»[8].

En Tomás Moro, Allende pidió que lo comunicaran con el general Brady. Este le respondió que requerirá información, que no tiene conocimiento de los hechos que menciona.

En Concepción, a las 7:05 horas, los pilotos abordaron los cuatro Hawker Hunter. Veinte minutos después, despegaron de a uno para reunirse en formación de combate y tomar rumbo a Santiago. A 35 mil pies de altura, Mario López Tobar, Libra, trató de escudriñar hacia abajo: solo una espesa capa de nubes.

«Mi corazón galopando como nunca en mi vida. Nada de esto era normal ni previsible. Solo un milagro habría podido detener ese ataque…»

A eso de las 7 horas, en el Ministerio de Defensa, Brady recibió un nuevo llamado de Allende. El Presidente ya sabía de qué se trataban los «rumores». Brady intentó tranquilizarlo.

–Me parece que no quedó satisfecho con mis explicaciones –le dijo Brady apenas colgó a Carvajal, Arellano y Díaz Estrada.

Y tenía razón. Minutos después Allende, enfundado en un suéter de cuello alto y una chaqueta de tweed, abandonó Tomás Moro junto a Augusto Olivares y Joan Garcés. Lo siguieron el jefe de la escolta de Carabineros, capitán José Muñoz, y un grupo del GAP, encabezado por Jaime Sotelo Barrera, más conocido como Carlos Álamos. Partieron a toda velocidad hacia La Moneda. En el camino, Sotelo y Juan José Montiglio (Aníbal) fueron preparando las armas. Entre ellas, había seis ametralladoras AKA, todas ellas regaladas por Fidel Castro al GAP. También tomaron su lugar Óscar Balladares y Manuel Mercado, ambos del GAP, el doctor Danilo Bartulín[9] y el doctor Ricardo Pincheira, integrante del CENOP, más conocido como Máximo.

Hortensia Bussi permaneció en Tomas Moro, bajo la protección de bajo la protección del detective Jorge Fuentes Ubilla[10] y de una escolta a cargo de Domingo Bartolomé Blanco. Bruno había sido miembro fundador del GAP y su jefe desde 1972, cuando el MIR abandonó la seguridad presidencial por diferencias políticas con el gobierno.

El sociólogo Claudio Jimeno, del CENOP, ya había sido advertido por Máximo Pincheira de lo que sucedía. Al igual que todos los miembros del secreto grupo de asesores de Allende, tenía fresco en su memoria el sarcástico comentario hecho por el Presidente el día del «Tanquetazo». Ese 29 de junio, el grupo llegó a La Moneda una vez que la sublevación fue controlada: «¡El CENOP brilló por su ausencia!», les dijo. Se prometieron que no volvería a suceder.

–Gordo, tenemos que irnos de inmediato a La Moneda –le dijo Jimeno a Felipe.

–¿Qué ocurre?

–Hay ruido de sables y ahora la cosa va en serio. Isabel tiene un problema con el auto y no me puede llevar así que me pasas a buscar. Después, recogemos a Jorge (el doctor Jorge Klein).

A las 7:40, Pinochet llegó al comando de tropas de Peñalolén. Lo recibió el general Oscar Bonilla, inquieto por su retraso. Reunió a todos los comandantes y dio inicio a la acción. El mayor Osvaldo Zabala, ayudante del jefe del Ejército, y antes en ese mismo puesto con Prats, le comunicó que estaba en profundo desacuerdo con la decisión adoptada por las Fuerzas Armadas. Fue detenido en una oficina del comando de tropas mientras a su alrededor la adrenalina fluía a raudales.

Orlando Letelier llegó al Ministerio de Defensa para intentar tomar el control de la situación. Arellano fue alertado al instante. Escribió después:

«A las 7:30 horas, llegó el ministro de Defensa Orlando Letelier[11]. Su ayudante, el teniente coronel Sergio González, le manifestó que ya no era ministro y lo lleva a mi presencia. Dispuse su traslado al Regimiento Tacna con una patrulla. Fue el primer detenido del 11 de septiembre».

El jefe del equipo de Investigaciones de la seguridad presidencial, inspector Juan Seoane, había sido despertado por un llamado telefónico desde Tomás Moro con la primera señal de alarma. Llamó de inmediato a sus compañeros. De allí se fue en busca del subinspector Carlos Espinoza, el detective José Sotomayor, el subinspector Fernando del Pino, el detective Juan Collío y el subinspector Douglas Gallegos. Luego de pasar por Tomás Moro y constatar que el Presidente ya había partido a La Moneda, partieron hacia el palacio presidencial. Frente al Hotel Carrera, se les unieron David Gallardo y Luis Henríquez. 18 detectives entraron a La Moneda. Sólo uno de ellos se fue antes de que todo acabara.

Juan Seoane:

«Faltaron solo cuatro. Ellos vieron que la situación era muy difícil y no se atrevieron a enfrentarla. A las 8 horas, cuando ingresamos, el ambiente estaba muy convulsionado, barreras y tanquetas de Carabineros rodeaban el lugar, protegiéndolo. Me presenté de inmediato ante el jefe de la Casa Militar y hablé con el director de Investigaciones, Alfredo Joignant, quien me ordenó permanecer al lado del Presidente. No dudamos un minuto en quedarnos. Ahí estaba el gobierno legalmente constituido que habíamos jurado defender. Lo mismo habíamos hecho el 29 de junio para el “Tanquetazo”. Y ese día nos felicitaron. No éramos héroes, tampoco queríamos inmolarnos por un ideal político. Éramos servidores públicos, con mucho miedo, pero con la claridad suficiente para entender que si abandonábamos nuestro puesto éramos un fraude como policías».

A esa misma hora, el general César Mendoza pasó frente a La Moneda en dirección al Edificio Norambuena. Con estupor contempló el despliegue de las tanquetas de Carabineros en posición de defensa. Entró al edificio en busca de Yovane y le preguntó:

–¿Quién tiene el control de esa fuerza que está en La Moneda?

–Quédese aquí no más. ¡Todo está bajo control! Las tanquetas se retiran cuando yo lo ordene –respondió Yovane, que estaba al mando de la central de radio desde donde se comunicaba por vía interna con Patricio Carvajal, en el comando central en el Ministerio de Defensa.

Allende se encontró en La Moneda con informaciones cada vez más alarmantes. A su lado estaban su secretario Osvaldo Puccio y su hijo Osvaldo, estudiante de Derecho y militante del MIR. A las 7:55 horas, los chilenos se enteraron por la primera alocución de Allende de que algo grave estaba ocurriendo. En las casas los movimientos se congelaron.

–Lo que deseo es que los trabajadores estén atentos, vigilantes, que eviten provocaciones. Como primera etapa, tenemos que ver la respuesta, que espero sea positiva, de los soldados de la patria que han jurado defender el régimen establecido.

Unos partieron raudos a ocupar su puesto de combate, otros comenzaron a experimentar una sensación de alivio y satisfacción: el fin de la Unidad Popular se acercaba.

El general Carlos Prats escuchó, consternado, las palabras de Allende. Instalado en la intersección de Pocuro y Tobalaba, en el departamento de su amigo, el general Ervaldo Rodríguez, agregado Militar en Washington, ya no se despegaría del receptor de radio.

A las 8 horas, Valparaíso estaba totalmente controlado por la Marina. Merino lanzó su primera proclama:

«Las Fuerzas Armadas no pueden permanecer impasibles ante el derrumbe de nuestra Patria. Este no es un Golpe de Estado, solo se persigue el restablecimiento de un Estado de Derecho. No tenemos compromiso, solo gobernarán los más capaces y honestos. Estamos formados en la escuela del civismo, del respeto a la persona humana, de la convivencia, de la justicia, del patriotismo…».

En la Escuela Militar, y cuando el reloj de su despacho marcó las 8 horas, Benavides le ordenó a su jefe de Estado Mayor, el coronel José Domingo Ramos, que citara a reunión a todo el cuartel general. Ramos vio llegar en pocos minutos a los casi 20 oficiales en estado de excitación. A Ernesto Videla ya lo conocía como un excelente oficial. Pensó que era un buen refuerzo enviado por la Academia de Guerra. Se hizo silencio y Benavides comenzó a hablar:

–Las Fuerzas Armadas, a partir de ahora, se hacen cargo del país. Desde este momento somos gobierno. Esta operación está en marcha desde las primeras horas de esta mañana, ya más tarde ustedes sabrán de qué se trata. En todas las unidades del país están dadas las órdenes para que tomen las gobernaciones, las intendencias y se hagan cargo de todas las oficinas y dependencias del gobierno. Si hay alguien que quiera decir algo, este es el momento porque no daremos ni un paso atrás.

Ramos miró a su alrededor. Nadie abrió la boca.

–Pido la palabra –dijo.

Benavides hizo salir a todos. Ramos habló:

–Mire, mi general, no comparto la solución que se ha adoptado para los problemas nacionales. Si me hubieran preguntado una semana antes, yo habría dado todas mis razones y habría explicado las formas de actuar en un caso así, porque para eso nos han preparado, para eso tenemos una profesión y una especialización en el mando. Pero ahora que usted ha dicho que no darán ni un paso atrás, todo lo que tendría que decir ya no tiene sentido. Mi general, disponga de mí, porque no lo voy a acompañar. Este no es el camino, va en contra de mis principios y de los de la institución, los de no intervención en la política nacional.

Benavides solo dijo:

–¡Se acepta su retiro, coronel! ¡Puede entregar su cargo!

Luego le ordenó que pasara a una pieza lateral. Ramos entendió que eso significaba quedar detenido.

–No, no iré a ese despacho. Solo pido hacer entrega inmediata de mi puesto.

Minutos después, Ramos llamó a su esposa y le pidió que le enviara el único traje de civil que colgaba en su armario. En su oficina ya estaba el comandante Roberto Soto Mackeney, su reemplazante. Poco después, abandonó a pie la Escuela Militar. No imaginó que era también el corte definitivo con su «familia militar».

A las 8:20 horas, Allende habló nuevamente al país. Aún tenía la esperanza de que la sublevación solo estuviera circunscrita a la Armada y a Valparaíso, y que la concentración masiva de trabajadores en las industrias ocupadas hiciera dudar a quienes querían desatar la masacre. En esos mismos momentos, los Hawker Hunter habían llegado al sector de Maipú para iniciar una penetración rápida rumbo a la radio Corporación. Bajaron a más de 15 mil pies por minuto y cruzaron la espesa capa de nubes. Entre los cinco y los seis mil pies, los cuatro aviones que volaban casi ala con ala, se abrieron para dirigirse cada uno a su blanco bajo el mando del Libra:

–¡Distancia de tiro! –ordenó López Tobar. Apretó el disparador y ocho cohetes buscaron el objetivo, que voló en pedazos.

–¡Libra Líder a Control Gato! La Corporación ya está totalmente fuera del aire, cambio…

–Recibido Libra líderLibra 2 también ya batió su blanco. Falta saber del 3 y 4. Deme su posición y altura Libra líder. Cambio…

–Estoy orbitando sobre el centro a 20 mil pies. ¿Qué ha pasado?

–La resistencia ha sido casi nula, pero el Presidente todavía está en La Moneda. Hay gente disparando desde allí y también desde el techo del edificio del Banco del Estado y de algunos ministerios. Pero eso es asunto de los militares que están en el lugar. Los UH-1H (helicópteros) del Grupo 10 se encargarán de los que están en las techumbres.

En los estudios de radio Corporación los locutores Sergio Campos y Julio Videla, buscaban frenéticamente junto a Erick Schnacke, cómo seguir en el aire. Radio Magallanes continuaba llamando a los chilenos a que defendieran el gobierno y permanecieran en sus puestos de trabajo. Campos y Videla concentraron sus ataques en la Armada, la única que, hasta ese minuto, había anunciado la sublevación.

En Valparaíso, atracado al molo, un barco cubano descargaba azúcar cuando su capitán se percató de lo que ocurría. Sin dudar ordenó zarpar arrastrando las grúas que hacían la descarga. La alarma se encendió en el cuartel de Merino. Algunos oficiales se convencieron de que Carlos Altamirano y algunos «connotados marxistas» habían escapado a bordo y ordenaron salir a la caza de la nave. No obstante la orden precisa que se impartió, el comandante en jefe de la Escuadra y un comandante de buque, no reaccionaron con prontitud. Su negligencia sería duramente sancionada con posterioridad.

A las 8:30 horas comenzó la guerra.

Diez minutos después, el teniente coronel Roberto Guillard abrió el fuego a través de las ondas de radio Agricultura. Desde su comando, en el quinto piso del Ministerio de Defensa, transmitió la primera proclama del Golpe:

«…Teniendo presente: primero, la gravísima crisis social y moral por la que atraviesa el país; segundo, la incapacidad del gobierno para controlar el caos; tercero, el constante incremento de grupos paramilitares entrenados por los partidos de la Unidad Popular que llevarán al pueblo de Chile a una inevitable guerra civil, las Fuerzas Armadas y Carabineros de Chile…»

Los movimientos en las calles, oficinas, industrias, universidades y en las casas volvieron a petrificarse. La voz de Guillard surgió más intimidatoria cuando anunció las exigencias de Pinochet, Leigh, Merino y Mendoza:

–Primero, que el señor Presidente de la República debe proceder de inmediato a la entrega de su alto cargo a las Fuerzas Armadas y Carabineros de Chile. Segundo, las Fuerzas Armadas y el Cuerpo de Carabineros de Chile están unidos para iniciar la responsable misión de luchar por la liberación de la patria del yugo marxista y la restauración del orden y la institucionalidad. Tercero, los trabajadores de Chile deben tener la seguridad que las conquistas económicas y sociales que han alcanzado hasta la fecha no sufrirán modificaciones en lo fundamental. Cuarto, la prensa, las radioemisoras y canales adictos a la Unidad Popular deben suspender sus actividades informativas a partir de este instante, de lo contrario recibirán castigo aéreo y terrestre.

–El pueblo de Santiago debe permanecer en sus casas a fin de evitar víctimas inocentes –fue la orden final.

El general de la FACH, Alberto Bachelet, quien era secretario Nacional de Distribución desde enero de ese año, fue encañonado por su compañero, el general del aire Orlando Gutiérrez. Junto a los comandantes Raúl Vargas y Edgar Ceballos, le notificó su arresto. El primero lo despojó en forma violenta de su arma de servicio y el segundo arrancó los teléfonos de la pieza. Junto a otros prisioneros, fue llevado al subterráneo de la Academia de Guerra Aérea. «Nos ataron las manos, nos vendaron los ojos y pusieron una capucha en la cabeza. Debíamos permanecer de pie, sin movernos y sin hablar. Quien no lo hiciera recibiría un balazo en las piernas», relataría más tarde.

En el Parque Forestal, los CENOP Felipe, su esposa, Jimeno y Klein iban en su auto con destino a La Moneda. Al ver que patrullas militares fuertemente armadas desembocaban desde todos los costados para copar el sector, decidieron detener el vehículo para continuar a pie. Jimeno y Klein se bajaron primero.

–Estaciono y me encuentro con ustedes –les avisó Felipe.

Los vio hacerle un gesto cariñoso con la mano y Felipe se dio vuelta para despedirse de su mujer:

«Cuando la miré su rostro había cambiado. “¡Tú, huevón, no vas a ninguna parte! Te devuelves conmigo!”, me dijo. La discusión fue terrible y en el lugar y momento menos adecuado. Ella repetía: “¡No me puedes dejar sola aquí!” Y su rostro reflejaba toda la desesperación del momento… Me quedé junto a ella…».

Cuando Jimeno y Klein traspasaron la puerta de La Moneda, la dirección del PS, encabezada por Carlos Altamirano, ya estaba reunida en la sede de la Corporación de Mejoramiento Urbano (CORMU), a pocos metros del alto mando del Golpe. Junto a Altamirano, se encontraban Carlos Lazo, Adonis Sepúlveda, Rolando Calderón, Ariel Ulloa y Hernán del Canto. En contacto con ellos, pero en otro lugar de Santiago, estaba Arnoldo Camú. Un reducido grupo de socialistas lo conocía como el comandante Agustín, responsable de la política militar de ese partido. Los hombres evaluaban la situación. Camú estaba en comunicación con Eduardo Coco Paredes y Ricardo Pincheira, Máximo, instalados en La Moneda y con el grupo del GAP que aún permanecía en Tomás Moro. Y además, impartía instrucciones activando el dispositivo de seguridad, el que contemplaba en INDUMET, industria metalúrgica del «Cordón San Joaquín», intervenida por el Estado, un grupo de resistencia importante. Pero Camú sabía de sus precarias capacidades. La dirección socialista creía que lo mejor era que Allende saliera de La Moneda. Se decidió enviar a Hernán del Canto a conversar con él para saber cuál era su disposición.

En La Moneda, Allende escuchó la primera proclama golpista y reaccionó de inmediato con un nuevo mensaje por las ondas de las radios Magallanes y Corporación, la que había logrado salir al aire a través de la antena de frecuencia modulada. Su voz sonó tranquila:

–En ese bando se insta a renunciar al Presidente de la República. No lo haré. Notifico ante el país la actitud increíble de soldados que faltan a su palabra y a su compromiso. Hago presente mi decisión irrevocable de seguir defendiendo a Chile en su prestigio, en su tradición, en su norma jurídica, en su Constitución…

A las 9:15 horas, Arellano recibió el primer informe de provincia. Era de San Antonio. La voz del teniente coronel Manuel Contreras sonó triunfante:

–Ciudad tomada, mi general. Todos los interventores presos. Ya tengo habilitada una cárcel de hombres y otra de mujeres, y también están ocupadas.

En ese preciso momento, el líder de los Hawker Hunter recibió nueva orden:

Libra líder, este es Gato. Pasé por Los Cerrillos y aterrice allí. Cambio.

A las 9:20 horas, Libra y su equipo aterrizaron en Cerrillos. Media hora antes, en La Moneda, se había producido un hecho que adquirió ribetes dramáticos.

Cuando Miria Contreras (la Payita) fue alertada esa mañana del Golpe en marcha, bajó rápidamente de «El Cañaveral», en su pequeño Renault blanco, acompañada de su hijo Enrique Ropert, estudiante de Economía de 20 años y militante del Partido Socialista. Cuando llegó a la residencia de Tomás Moro, supo que el Presidente ya había partido a La Moneda. Pidió, entonces, que diez miembros de la guardia privada (GAP), se trasladaran con ella al palacio de gobierno. Domingo Blanco Tarres (Bruno), decidió que era el momento de partir y escogió su grupo. El veloz recorrido por las avenidas Apoquindo, Providencia y Alameda terminó a pocos metros de la meta: la puerta de Morandé 80.

La Payita descendió presurosa. Se escuchaban disparos. Segundos después, un grupo de carabineros de las Fuerzas Especiales que acaba de pasarse a las fuerzas sublevadas, a cargo de los tenientes José Martínez Maureira y Patricio de la Fuente, irrumpió por el costado del edificio de la Intendencia y rodearon la camioneta y el pequeño auto que conducía Enrique Ropert.

Cuando Miria volvió la cabeza para mirar a su hijo, observó con horror que éste era sacado con brutalidad del auto por el grupo armado. Giró sobre sus pasos para intentar liberarlo, fue imposible. Gritos y forcejeos fueron inútiles. Impotente, vio cómo los sublevados lo arrastraban junto al grupo y se internaban en el edificio de la Intendencia. Por esa puerta vio desaparecer a su hijo, y a Domingo Blanco junto a los GAP, Juan Garcés Portigliatti, Oscar Marambio Araya, Jorge Orrego González, William Ramírez Barría, José Carreño Calderón, Carlos Cruz Zavala, Luis Gamboa Pizarro, Gonzalo Jorquera Leyton y Edmundo Montero Salazar.

Miria ingresó al garaje presidencial, al frente de la puerta de Morandé 80, y desde allí se comunicó con el palacio. Habló con Eduardo Coco Paredes. La desesperación aumentaba minuto a minuto. Paredes le dijo que el Presidente, informado de los hechos, le pedía que subiera a su despacho para desde allí actuar. La puerta de Morandé ya estaba cerrada herméticamente. Ingresó por la puerta principal de La Moneda. En el camino, se cruzó con el edecán Naval de Allende. Le pidió ayuda. Ambos regresaron hacia la Intendencia. Pero ya en la calle, el marino desistió. En pocos minutos, ella estaba con Allende y, enfrente, el general José María Sepúlveda, general director Carabineros. Conseguir la liberación de Enrique Ropert y los jóvenes del GAP, fue la petición.

Sabiendo que la vida de su hijo y de once jóvenes estaba en riesgo y que debía rescatarlos, la Paya no esperó. Volvió a salir del palacio y solo el general Urrutia –segundo al mando de Carabineros– aceptó realizar la gestión. Pocos minutos después, volvió cabizbajo: «Lo siento, pero ya no obedecen a mi general Sepúlveda. Solo reciben órdenes del general Mendoza».

La Payita volvió a entrar a La Moneda por la puerta principal. Las puertas se cerraron…

Quien sí pudo llegar a La Moneda fue el socialista Hernán del Canto. El recibimiento de Allende no fue cálido. El Presidente tenía encontrados sentimientos en esos momentos en que las tanquetas de Carabineros, las que creía comandaban tropas leales al gobierno, giraron iniciando la retirada. A ello se agregó la noticia de la detención de Bruno con el grupo del GAP y el hijo de Miria Contreras. Ya no había duda: el cerco se cerraba alrededor suyo y de los hombres que habían decidido resistir a su lado.

Por las ondas de radio Magallanes las voces del Quilapayún rasgaban el aire con El pueblo unido jamás será vencido y luego la proclama de la CUT.

–¡A parar el Golpe fascista!

Hubo un corte extraño y luego irrumpió por tercera vez esa mañana la voz de Allende.

Su tono siguió sereno pero el acerado metal de su voz delataba hasta dónde llegaría.

–En estos momentos pasan los aviones. Es posible que nos acribillen. Pero que sepan que aquí estamos, por lo menos con nuestro ejemplo, que en este país hay hombres que saben cumplir con su obligación…

Patricio Carvajal llamó a La Moneda. Pidió hablar con Allende. Le reiteró lo que ya le había comunicado su edecán Aéreo, Roberto Sánchez: dispone de un avión para salir del país con su familia.

–¡El Presidente no se rinde!

Por la puerta lateral entró a La Moneda el edecán Sánchez, el único de los tres que había estado junto a Allende desde el inicio de su mandato. En un pasillo se juntó con los otros dos edecanes: el teniente coronel Sergio Badiola, del Ejército, y por la Armada, el comandante de fragata Jorge Grez. Les habían ordenado insistir en el ofrecimiento del avión. Los colaboradores y escoltas de Allende intentaron impedir que se quedaran a solas con él. Pero la voz de mando del Presidente hizo retirarse a sus hombres.

–Si no acepta, Presidente, la Fuerza Aérea bombardeará el palacio.

Así terminó su discurso uno de los edecanes. El silencio fue atroz, hasta que lo rompió Allende:

–Díganles a sus comandantes en jefes que no me voy de aquí y no me entregaré. Si quieren mi renuncia que me la vengan a pedir ellos mismo aquí. Que tengan la valentía de hacerlo personalmente. No me van a sacar vivo, aunque bombardeen.

El edecán Sánchez diría más tarde:

-Allende tenía en sus manos una metralleta. Apuntó a su paladar y nos dijo: «Sí, me voy a suicidar, porque a mí no me sacan vivo de aquí». Me miró y dijo: «Le agradezco, comandante Sánchez, el ofrecimiento, pero dígale al general Leigh, que no voy a ocupar el avión ni me voy a ir del país ni me voy a rendir». Eran como las 10 de la mañana…[12].

El Presidente se despidió de sus tres edecanes, los que abandonaron sin problemas La Moneda. Carvajal fue informado de inmediato del resultado de la gestión. Por el conducto interno, se comunicó con el jefe del Ejército:

–Tú sabes que este gallo es chueco. Es al revés la cosa. Si él quiere va al ministerio a entregarse a los tres comandantes en jefes –dijo Pinochet.

–Yo hablé personalmente con él. Lo intimé a rendición a nombre de los comandantes en jefes y me contestó una serie de garabatos –dijo Carvajal.

–Quiere decir que a las 11 se van para arriba y van a ver qué va a pasar.

–Si las mujeres evacuan La Moneda va a ser fácil asaltarla.

–Una vez bombardeada por la vía aviación, la asaltamos con el Buin y la Escuela de Infantería. Hay que decirle así a Brady…[13]

Poco después de las 10 de la mañana, despegaron hacia Concepción los cuatro Hawker Hunter. Pero al sobrevolar Constitución, Libra recibió un llamado urgente de Gato. El general Leigh había dispuesto el ataque aéreo a La Moneda y a la casa presidencial de Tomás Moro. Cuando aterrizaron en Concepción, se abocaron a preparar el ataque.

Libra relató:

«Uno de los pilotos me dijo que se deberían emplear cohetes y no bombas dada la proximidad de edificios altos en el área céntrica. Estuve de acuerdo porque si se lanzaban bombas la destrucción sería total y las esquirlas alcanzarían a todos los edificios cercanos, por lo que la posibilidad de muchos muertos y heridos era muy factible. Entonces, concordé que la decisión involucraba el uso de Sura P-3, arma anti blindaje y capaz de perforar las gruesas paredes del edificio. Dos aviones atacarían La Moneda y otros dos Tomás Moro. El ataque a la Moneda sería de norte a sur y el de Tomás Moro de oeste a este».

En el Ministerio de Defensa se impartieron las últimas instrucciones para dejar listo el blanco a los Hawker Hunter. A través de la cadena de radios golpistas, la voz de Guillard irrumpió con un nuevo bando militar y un ultimátum:

–Si no hay rendición La Moneda será bombardeada a las 11 de la mañana…

El grupo de detectives que permanecía en La Moneda se enteró que los tres edecanes presidenciales se habían retirado del palacio, pero que la gran mayoría de los carabineros que formaban la escolta presidencial seguía en su puesto, encabezados por su director, el general José María Sepúlveda. Afuera, las tropas comandadas por el general Javier Palacios habían tomado posición.

El fuego se inició.

La defensa del palacio replicó.

Allende recorrió todas las dependencias dando órdenes.

–Si quieren abandonar el lugar, éste el momento, pero dejen sus armas. ¡Las vamos a necesitar! –le dijo al general Sepúlveda.

Un oficial trajo cascos y metralletas. El jefe de la escolta de Carabineros, José Muñoz, le entregó su casco al Presidente. En el salón rojo, el suboficial Jorquera, ayudante del edecán aéreo, le dio al secretario del Presidente un número telefónico.

–Comuníquese con el comandante Badiola.

Querían transmitir un nuevo recado: rendición inmediata y que Allende fuera a hablar con la Junta al Ministerio de Defensa. Puccio le pidió a Badiola que esperara y le informó a Allende.

–Un Presidente de Chile no se rinde y recibe en La Moneda. Si Pinochet quiere que vaya al ministerio, ¡que no sea maricón y que venga a buscarme personalmente! –le dijo a Puccio que respondiera.

El inspector Seoane se inquietó al enterarse que los jefes de Carabineros también se retiraban. De pronto, escuchó que Allende lo llamaba:

«Estaba en el salón Toesca, sentado sobre una mesa grande. Me dijo que yo y mi gente podíamos retirarnos. Insistió en que debía informar a mis hombres, que estaban liberados. Cuando le dije que me quedaría, respondió algo así como que sabía que esa sería mi decisión. No fue nada grandilocuente. Transmití el mensaje a la dotación y todos decidieron quedarse. Sin grandes palabras, sin melodramas: estábamos cumpliendo con nuestro deber. Ya éramos 17 pues uno de los nuestros se había retirado. Después supe que lo habían visto en una patrullera llorando».

El detective Luis Henríquez:

«Si había alguien que tenía muy claro lo que venía y lo que tenía que hacer, ése era el Presidente. No lo vi en ningún momento titubear y tampoco flaquear. Cuando Seoane nos dijo que el Presidente nos dejaba en libertad de acción, pero que nuestra misión nos obligaba a permanecer en el palacio hasta las últimas consecuencias, nadie dudó. Escuché a Garrido argumentar que con qué cara nos íbamos a presentar ante nuestras familias y compañeros si abandonábamos nuestra misión. La opinión y certeza de los más antiguos primó. Nos quedamos todos».

La partida de los carabineros provocó un súbito silencio. Luego, nuevamente la balacera.

El cerco ya era casi total.

El general Sergio Arellano, en su puesto de comando, seguía atentamente la retirada de las tanquetas de Carabineros:

La coordinación con Carabineros fue muy importante. La evacuación de la Guardia de La Moneda se coordinó con el general Yovane. Ella tuvo que hacerse con mucha habilidad ya que no se podía despertar sospechas entre los extremistas y los GAP que habían emplazado armas automáticas en los principales puntos del palacio. Yo apuraba a Yovane porque el ataque de los aviones Hawker Hunter y después el ataque final de mis fuerzas no podía dilatarse más. Por pequeños grupos los carabineros fueron abandonando La Moneda y se dirigían al edificio de la Intendencia de Santiago. Para ello se aprovechó la llegada a la zona de los primeros tanques. Había transcurrido una hora más o menos, y ya estábamos en pleno combate, cuando avanzaron tres tanquetas de Carabineros hasta Morandé 80 creando gran confusión. Se expusieron al fuego de los francotiradores y de nuestras propias tropas. A través del intenso tiroteo se vio que alguien subía a una de las tanquetas, después de lo cual abandonaron rápidamente el lugar. A los pocos momentos, la unidad que cubría el sector Alameda con Manuel Rodríguez me llamó por radio: tenían detenidas a las tres tanquetas y en una de ellas iba el general de carabineros José María Sepúlveda, la que había sido sacado de La Moneda por orden de Yovane. De inmediato llamé a Yovane para hacerle ver el riesgo innecesario que se había corrido por no coordinar esa acción y exponernos a un choque entre Carabineros y Ejército por un hombre que no lo merecía[14].

En INDUMET, su interventor, el economista socialista y de nacionalidad ecuatoriana, Sócrates Ponce, casado con una hija del general de Carabineros Rubén Álvarez, habló ante la asamblea de trabajadores. Les informó lo que estaba ocurriendo y les dijo que habían decidido resistir, pero que los que quisieran irse podían hacerlo de inmediato. Menos de cien hombres permanecieron en sus puestos.

En La Moneda alguien habló con el edecán Badiola, quien estaba en el Ministerio de Defensa y ofreció parlamentar para detener el bombardeo. Carvajal se comunicó con Pinochet y escuchó en boca de éste:

–Rendición incondicional. Nada de parlamentar. ¡Rendición incondicional!

–Muy bien. Conforme. Rendición incondicional en que se lo toma preso, ofreciéndole nada más que respetar la vida, digamos…

–La vida y su integridad física y enseguida se lo va a despachar a otra parte.

–Conforme. O sea que se mantiene el ofrecimiento de sacarlo del país.

–Se mantiene el ofrecimiento de sacarlo del país. Y el avión se cae, viejo, cuando vaya volando…

Carvajal se rió.

En La Moneda no había lugar para la distracción. Allende fue hacia su escritorio y tomó el teléfono de magneto.

–Aló, Aló, radio Magallanes –repitió varias veces.

En el sexto piso del edificio ubicado en calle Estado 235, los periodistas Guillermo Ravest y Leonardo Cáceres, más el radio controlador Amado Felipe, intentaban sustraerse al peligro inminente de un asalto a las oficinas, para mantenerse en el aire. Todas las demás radios partidarias del gobierno habían sido silenciadas. Sólo quedaban ellos. Ravest, levantó el teléfono. Escuchó la voz del Presidente:

– Necesito que me saquen al aire, inmediatamente compañero…

– Deme un minuto para ordenar la grabación…

– No, compañero. Preciso que me saquen al aire inmediatamente, no hay tiempo que perder…

Guillermo Ravest:

-Sin sacarme la bocina de la oreja, grité a Amado Felipe que instalara una cinta para grabarle y a Leonardo Cáceres, que corriera al micrófono a fin de anunciar al Presidente, a quien le pedí: “Cuente tres, por favor, compañero, y parta”. Pese al nerviosismo de esos instantes, Amado Felipe –un gordo hiperkinético y jovial, hijo de refugiados españoles- tuvo la sangre fría de empezar a difundir al aire los primeros acordes de la Canción Nacional, a los que se mezcló la voz de Leonardo Cáceres, anunciando al Presidente constitucional[15].

Alrededor de Allende se fueron congregando cerca de 40 personas. A su lado estaba su hija Beatriz (Tati). Allende no tenía ni un solo texto en sus manos. Eran casi las diez de la mañana cuando por la onda de radio Magallanes surgió una voz.

–Aquí habla el Presidente…

Y esa voz fue como un aguijón en medio de los estruendos:

«Compatriotas: es posible que silencien las radios, y me despido de ustedes. Quizás esta sea la última oportunidad en que me pueda dirigir a ustedes. La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de Radio Portales y Radio Corporación. Mis palabras no tienen amargura sino decepción y serán ellas el castigo moral para los que han traicionado el juramento que hicieron, soldados de Chile, comandantes en jefes titulares, el almirante Merino, que se ha autoproclamado, el general Mendoza, general rastrero que solo ayer manifestara su solidaridad, también se ha denominado Director General de Carabineros».

«Ante estos hechos solo me cabe decirles a los trabajadores: yo no voy a renunciar. Colocado en un trance histórico pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos no podrá ser segada definitivamente. En nombre de los más sagrados intereses del pueblo, en nombre de la patria, los llamo a ustedes para decirles que tengan fe. La historia no se detiene ni con la represión ni con el crimen. Esta es una etapa que será superada. Este es un momento duro y difícil; es posible que nos aplasten. Pero el mañana será del pueblo, será de los trabajadores. La humanidad avanza para la conquista de una vida mejor».

«Trabajadores de mi patria: quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que solo fue intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeñó su palabra en que respetaría la Constitución y la Ley, y así lo hizo».

«Es este el momento definitivo, el último en que yo pueda dirigirme a ustedes. Pero que aprovechen la lección. El capital foráneo, el imperialismo unido a la reacción, creó el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición, la que señaló Schneider y reafirmara el comandante Araya, víctimas del mismo sector social que hoy estará en sus casas esperando con mano ajena conquistar el poder para seguir defendiendo sus granjerías y sus privilegios. Me dirijo sobre todo a la modesta mujer de nuestra tierra, a la campesina que creyó en nosotros, a la obrera que trabajó más, a la madre que supo de nuestra preocupación por los niños. Me dirijo a los profesionales de la patria, a los profesionales patriotas, a los que hace días están trabajando contra la sedición auspiciada por los colegios profesionales, colegios de clase para defender también las ventajas de una sociedad capitalista».

«Me dirijo a la juventud, a aquellos que cantaron y entregaron su alegría y su espíritu de lucha. Me dirijo al hombre de Chile, al obrero, al campesino, al intelectual, a aquellos que serán perseguidos, porque en nuestro país el fascismo ya estuvo hace muchas horas presente, en los atentados terroristas, volando los puentes, cortando las vías férreas, destruyendo los oleoductos y los gaseoductos, frente al silencio de los que tenían la obligación de proceder. Estaban comprometidos. La historia los juzgará».

«Seguramente Radio Magallanes será acallada y el metal tranquilo de mi voz no llegará a ustedes. No importa, me seguirán oyendo. Siempre estaré junto a ustedes, por lo menos mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal con la patria. El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco debe humillarse».

«Trabajadores de mi patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile!, ¡viva el pueblo!, ¡vivan los trabajadores!».

«Estas son mis últimas palabras, teniendo la certeza de que el sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que, por lo menos, habrá una sanción moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición».

-No hay más, compañero, eso es todo –le dijo Allende a Ravest, al finalizar.

Referencias

[1] Entrevista póstuma que le hizo el equipo de la Universidad Finis Terrae.

[2] Según cuenta Federico Willoughby en su libro La Guerra, estando informados desde el principio del desarrollo del Golpe y de su fecha, los estudios de la radio, ubicados en pleno centro de la capital, fueron blindados por expertos alemanes que les envió Paul Schäffer, líder de Colonia Dignidad. La seguridad también estaba a cargo de un equipo de Schäffer.

[3] Alvaro Puga (Alexis), se convertiría en subsecretario de Gobierno e integrante del Departamento Sicológico de la DINA. Llegó ese día 11 en reemplazo de Carlos Ashton, ex oficial de la Armada y director de radio Agricultura, quien sería inmediatamente después del Golpe, jefe de Comunicaciones de la Cancillería, desde donde jugaría un rol en los momentos que asesinan al general Carlos Prats y su esposa en Buenos Aire (1974). Márquez de la Plata fue ministro de Pinochet y hasta hoy sigue integrando los grupos de apoyo a Pinochet y a los militares que dieron el Golpe. Recuperada la democracia, Sergio Romero fue senador por Renovación Nacional y en 2010, fue nombrado embajador en España por el Presidente Sebastián Piñera.

[4] Del libro El 11 en la mira de un Hawker Hunter, del general Mario López Tobar, Libra.

[5] Reportaje publicado en el diario Clarín de Argentina, el domingo 5 de septiembre de 1999.

[6] Cortés Villa llegó a general y en toda su carrera fue uno de los oficiales favoritos de Pinochet. Cuando éste se fue a retiro en 1998, se incorporó a la Fundación Pinochet de la cual fue secretario ejecutivo por largo años. Sigue siendo uno de sus directivos.

[7] Entrevista al general Arturo Yovane de revista Cosas. El coronel Manuel Gutiérrez fue llamado a retiro poco después del Golpe y no llegó a general.

[8] De la grabación que hizo relatando sus últimos diez días como ministro de Defensa.

[9] Danilo Bartulí, médico y amigo personal de Allende, quien también era amigo de sus padres que vivían en Chiloé.

[10] El detective Jorge Fuentes Ubilla logró sacar a Hortensia Bussi de Tomás Moro, en medio del bombardeo, por un pasaje posterior.

[11] En la puerta lo detiene el oficial de Inteligencia de la Armada Daniel Guimpert, quien se integró a la comisión del Estado Mayor de la Defensa Nacional que encabezó Nicanor Díaz Estrada y desde allí fabricó las confesiones del obrero socialista Luis Riquelme para inculparlo del asesinato del Edecán Naval de Allende, Arturo Araya.

[12] Entrevista en revista Análisis Nº 194.

[13] De la transcripción de las grabaciones secretas del Golpe, que reveló revista Análisis Nº 122, del 24 de diciembre de 1985.

[14] Extracto de lo que el general Sergio Arellano escribió en su agenda sobre lo que ocurrió el día 11 de septiembre de 1973.

[15] Relato del periodista Guillermo Ravest, publicado en revista Rocinante Nº 58, de agosto de 2003, junto con un testimonio del periodista Leonardo Cáceres, a la época director de prensa de Radio Magallanes.


‘Héroes’ de la patria, autorizados para asesinar

Fuente :elclarin.cl, 7 de Julio 2019

Categoría : Prensa

Eran los ‘doble cero’ (00) de la flor y nata de la soldadesca chilena. En 1969 les dieron licencia para matar. Esta larga crónica consigna la calidad de criminales de muchos uniformados que usted y yo, y todos, conocemos. La memoria sigue viva.

Si usted creía que personajes similares a aquellos creados por la prolífica mente del escritor inglés Ian Flemming pertenecían a la mera ficción, se equivocó palmariamente. Es muy posible –para no entrar en discusiones bizantinas- que individuos como James Bond no existan ni jamás hayan existido en aparatos de inteligencia de país alguno.

Sin embargo, y aquí entramos de golpe y porrazo al tema en cuestión,  siempre que ciertos desquiciados (de aquellos que creen que la democracia y las repúblicas deben servir sus exclusivos intereses) mecen la mano del poderoso mundo empresarial para dar un golpe de estado, aparecen inevitablemente algunos soldados/marinos/policías ‘doble cero’ –autorizados por maldita sabe quién- dispuestos a darles el bajo a todos aquellos colegas que se ajustaron al  cumplimiento de sus juramentos de defensa de la patria y las instituciones.

En Chile hay algunos de estos especímenes… demasiados en realidad… pues, muchos de ellos, luego de haber asesinado a varios compañeros de armas, siguen no sólo viviendo muy campantes y circulando entre la sociedad civil como si nunca hubiese pasado algo sino, peor todavía, ocupando cargos de significativa relevancia en el aparataje público.

Torpemente, o erradamente, una amplia mayoría de la sociedad chilena estimó –durante décadas- que sus fuerzas armadas estaban constituidas por gente de valer y de valor, por personas dignas en las que predominaba el concepto del honor. En la segunda mitad del año 1970 tal concepto dejó de ser un pensamiento mayoritario. El general Roberto Viaux Marambio se encargó de ello en 1969 y en 1970.

El 21 de octubre de 1969, durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva, el entonces general Viaux se atrincheró en el regimiento Tacna (Santiago) negándose a aceptar el llamado a retiro efectuado por la Junta Calificadora de Oficiales (del ejército), aduciendo además que su acción la realizaba en procura de que el gobierno mejorase la calidad del equipamiento militar y aumentase los sueldos de los oficiales.  El evento se le conoció como “el Tacnazo”, Viaux fracasó en sus intentos de arrastrar a otras unidades militares y fue pasado a retiro.

Respecto de cuán débil se encontraba el sistema democrático, ese ‘tacnazo’ fue el primer llamado de alerta en serio que preconizaba días de sangre y violencia ejecutados por miembros de la alta oficialidad castrense, y en algunos de esos luctuosos sucesos estuvo muy activa la colaboración y ayuda de la Central de Inteligencia de los EEUU (CIA)., como podremos confirmar en la siguientes líneas.

MILITARES ORDENAN ASESINATO DE GENERAL SCHNEIDER POR ENCARGO DE LA CIA Y LA ULTRA DERECHA

El 4 de septiembre de 1970 el doctor Salvador Allende obtenía el triunfo en las elecciones presidenciales con un 36,3% de los votos válidamente emitidos. De inmediato la oposición ultra conservadora, civil y militar, se puso en acción para evitar el ascenso a La Moneda del doctor socialista. Encabezaba esta acción una inefable organización cívico-militar sita en Algarrobo, la “Cofradía Náutica Austral”, relacionada con el velerismo y el yatismo, cuyos principales participantes/dirigentes eran los vice almirantes José Toribio Merino y Patricio Carvajal, además de Arturo Fontaine, Arturo Troncoso, Agustín Edwards Eastman, René Silva Espejo, Sergio de Castro, y los ex oficiales navales Hernán Cubillos y Roberto Kelly.

Según publica WIKIPEDIA (transcribo textual):  los miembros de este grupo sedicioso  <<Venían golpeando a las puertas de los cuarteles militares (CIA) y navales (ONI) desde mediados de la década de 1960 y en la campaña de 1970 se congregaron en el Movimiento Alessandrista Independiente (MIA). Allí estaban los gremialistas, que eran conducidos por Jaime Guzmán Errázuriz; el Movimiento Alessandrista democrático, que encabezaba Luciano Morgado; un sector de la juventud del Partido Nacional liderada por Guido Poli Garaycochea; el grupo Tizona  de Juan Antonio Widow (al que pertenecía Enrique Arancibia Clavel); un grupo de choque dirigido por Luis  Hurtado Arnés; Casa de la Victoria del químico Luis Gallardo Gallardo; el Movimiento Nacionalsindicalista Tacna, representado por el nazi Juan Diego Dávila, y un comando de combate callejero proveniente de FIDUCIA, representado por Juan Luis Bulnes, Julio y Diego Izquierdo Menéndez,  apoyados por el sacerdote Fernando Karadima.

<<Todos ellos constituyeron el  Frente Republicano Independiente  (FRI)  del que emanó el Movimiento Cívico Patrian y Libertad, encabezado y dirigido por el abogado Pablo Rodríguez Grez. La coordinación de operaciones se encomendó a Enrique Arancibia Clavel, ex cadete de la Escuela Naval que provenía del grupo Tizona, agrupación viñamarina vinculada a sectores de la Armada. Entre los encargados de la logística de la BOC estuvo Nicolás Díaz Pacheco, sindicado como colaborador de la CIA>>. Hasta ahí, Wikipedia.

El día 22 de octubre de 1970, bajo la dirección del general Camilo Valenzuela y la participación del ex general Roberto Viaux Marambio, a las 08:05 horas, un comando de ultra derecha embosca al automóvil oficial del general René Schneider en la intersección de la avenida Américo Vespucio con la calle Martín de Zamora. Con un martillo rompen los cristales del coche y descerrajan varios tiros contra el oficial, hiriéndolo de muerte, para luego huir en varios coches.   El grupo lo dirigía Viaux Marambio y contaba además con el apoyo de Pablo Rodríguez Grez (“Patria y Libertad”).

Hoy se sabe (y es ya indesmentible) que el gobierno de Richard Nixon, a través de la CIA, estuvo desde siempre involucrado en este crimen, De hecho, Washington aportó dineros a a los conjurados, como se aprecia en las siguientes líneas. Participaron en este asesinato: el general Camilo Valenzuela (recibió 50.000 dólares); general Roberto Viaux (recibió 30.000 dólares y un seguro de 250.000 dólares; general Alfredo Canales; Almirante Hugo Tirado, Comandante en Jefe de la Armada (recibió 50.000 dólares); general Joaquín García, segunda antigüedad en la Fuerza Aérea; Vicente Huerta director general de Carabineros. Junto a ellos, participaron activa y directamente los siguientes civiles (todos de ultra derecha): Juan Luis Bulnes Cerda, Diego Izquierdo Menéndez y Jaime Melgoza Garay.

Y si algún lector aún duda que Nixon, Kissinger y la CIA estaban involucrados de lleno en este (y otros) asesinatos cometidos por sus lacayos chilenos en nuestro territorio (y fuera de él, como ocurrió con el general Prats y esposa, y con el ex caniller Letelier) , los documentos desclasificados de esa Central de Inteligencia señalan cuán responsables directos fueron ambos políticos estadounidenses en el asesinato del general en jefe de las FFAA chilenas, René Schneider (uno de esos políticos, Henry Kissinger, fue ‘agraciado’ posteriormente con el Premio Nobel de la Paz).

El diario Washington Post publicó hace algunos años la transcripción de una conversación (ya desclasificada) sostenida en la Casa Blanca por Richard Nixon y su asesor Henry Kissinger, respecto del asesinato del general Schneider en Chile. Lea usted.

<<El Presidente Richard M. Nixon y su consejero de Seguridad Nacional, Henry A. Kissinger, bromearon que una Agencia Central de Inteligencia ‘incompetente’ había tenido problemas llevando a cabo exitosamente un asesinato en Chile, revelan grabaciones desclasificadas del Despacho Oval de la Casa Blanca.

En la época de la conversación, en 1971, Nixon y Kissinger se esforzaban para minar la administración socialista del Presidente chileno Salvador Allende, quien moriría dos años después en un golpe militar apoyado por los EEUU.

Uno de los personajes claves que impidió a los generales chilenos quienes planeaban derrocar a Allende fue el comandante en jefe del ejército chileno, René Schneider, quien fue asesinado durante un fallido secuestro perpetrado por militares derechistas.

La cuestión del papel de la CIA en la muerte de Schneider ha sido discutido vehementemente por décadas.

Las cintas nuevas no acabarán la controversia, pero añaden pruebas persuasivas que la CIA por lo menos intentaba eliminar a Schneider y quizás con la complicidad de Nixon y Kissinger.

El intercambio clave entre el Presidente y su consejero para la Seguridad Nacional ocurrió el 11 de junio de 1971.

Hablaban de otro asesinato en Chile, esta vez de uno de los adversarios políticos de Allende, el ex ministro interior del partido democrático cristiano, Edmundo Pérez Zujovic, quien fue asesinado el 8 de junio, 1971 por un grupo de extrema izquierda.

Al enterarse de que algunos en la prensa chilena culpaban a la CIA por el asesinato de Pérez Zujovic, Nixon reaccionó con incredulidad. Kissinger bromeó que la CIA fue “demasiado incompetente”. Aquí el texto:

Kissinger: Están echando la culpa a la CIA.

Nixon: ¿Por qué carajo lo asesinaríamos?

Kissinger: Pues, a) no podríamos. Somos…

Nixon: Sí.

Kissinger: …La CIA es demasiado incompetente hacerlo. Te acuerdas…

Nixon: Sí, pero lo mejor es [palabras no claras].

Kissinger: … cuando sí intentaron asesinar a alguien, necesitaron tres intentos…

Nixon: Sí.

Kissinger: …y [el hombre] vivió tres semanas después.

“Los comentarios parecen concordar con los hechos que sabemos, según las investigaciones del Congreso de las acciones secretas de la CIA en esa época, acerca del asesinato de Schneider y al mismo tiempo contradicen las negaciones oficiales de la CIA” dice John Dinges, el autor de dos libros sobre Chile, incluyendo Operación Cóndor: Una Década de Terrorismo Internacional en el Cono Sur.

“Dos grupos chilenos, ambos con vínculos a la CIA, llevaron a cabo tres intentos de asesinar al general y en el tercero intento le acribillaron. Padeció por tres días (no tres semanas) antes de morir en el 25 de octubre de 1970″, apunta Dinges.. >>

Esto fue lo que publicó el diario The Washington Post y no ha sido desmentido en EEUU ni en Chile.

 

EL CRIMEN DEL COMANDATE ARTURO ARAYA, EDECÁN DEL PRESIDENTE ALLENDE

En la medianoche del día 26 de julio de 1973, el Edecán Naval del Presidente Salvador Allende, comandante Arturo Araya Peeters, fue asesinado por un francotirador, que le disparó a mansalva desde algún lugar frente a su domicilio.

Poco antes, había llegado a su casa, tras asistir –acompañando al mandatario socialista– a una recepción en la Embajada de Cuba. Uno de los delincuentes que participó en el delito, Guillermo Claverie Bartet, fue condenado a tres años de prisión. Sin embargo, no permaneció ni un día en la cárcel, purgando esa pena. Incluso, estando prófugo, fue indultado por la dictadura, gracias a una decisión del almirante José Toribio Merino Castro.

Se trató de un asesinato planificado, para ir sentando al interior de la Marina de Guerra los principios que regirían el sanguinario golpe de Estado del 11 de septiembre y, a la vez, un recordatorio de que todo hombre de la Armada que no estuviese de acuerdo con los planes fascistoides del almirante Merino Castro sería considerado traidor y castigado con la muerte. Así ocurrió con Araya, un hombre limpio y leal a la Constitución.

La noche del 26 al 27 de julio de 1973, un francotirador abrió fuego contra el marino, mientras los mercenarios de Patria y Libertad armaban una algazara en la calle frente a su casa, luego de hacer algunos disparos al aire, a objeto de lograr que el edecán presidencial saliese al balcón, para investigar lo que sucedía. En ese momento, una bala impactó en el pecho del comandante Araya Peeters.

El crimen, que en su momento la derecha y los servicios de inteligencia navales intentaron achacar a fantasmales grupos armados de izquierda, fue en realidad la obra de una sórdida conspiración ultraderechista, con apoyo de oficiales golpistas de la Marina.

Un total de 32 miembros de Patria y Libertad –cuyo fundador era Pablo Rodríguez Grez– fueron detenidos y procesados por la Fiscalía Naval; pero, todos quedaron libres, tras algunos tirones de orejas. Sólo uno de ellos, Guillermo Claverie, luego de haber estado un tiempo prófugo, resultó condenado a tres años y un día de prisión, como autor material del crimen, pena que tampoco cumplió ya que, al final, todos los conspiradores fueron indultados en 1981 por el asesino y ladrón apellidado Pinochet Ugarte,“por servicios prestados a la Patria”.

En una entrevista publicada por el diario La Nación, Claverie juró que era inocente y aseguró que fue obligado a confesar, tras sufrir múltiples torturas efectuadas por oficiales de la Marina y de la Fuerza Aérea y que, al parecer, fue elegido como chivo expiatorio por sus jefes de Patria y Libertad, entre ellos Pablo Rodríguez.

Aunque admitió haber estado en el lugar de los hechos, dijo que siempre permaneció en la calle y que la trayectoria de la bala que mató al Edecán, que estaba en un balcón, era de arriba hacia abajo. Afirmó, además, haber disparado su pistola después que vio caer al hombre del balcón y que en ese momento ignoraba de quién se trataba. Las declaraciones de Claverie fueron parte, en la Corte de Apelaciones, del alegato de Arturo Araya, hijo de la víctima y abogado querellante en el juicio.

El planificado crimen cometido contra el Comandante de la Marina y edecán del Presidente Allende, ocurrido en la calle Fidel Oteíza –entre Marchant Pereira y Carlos Antúnez– de la comuna de Providencia fue, en definitiva y claramente, una bien montada operación terrorista de inteligencia y desestabilización política, estructurada por la extrema derecha junto a grupos fascistas y ultra nacionalistas insertos en las Fuerzas Armadas, quienes contaban con apoyo y financiamiento de la Central de Inteligencia Norteamericana (CIA), tal como lo reconoció –muchos años después– el gobierno norteamericano, al desclasificar sus documentos confidenciales.

Los golpistas del SIN (Servicio de Inteligencia Naval) ya venían ejecutando decenas de atentados y auto atentados con bombas, algunos previamente ‘negociados’, como el realizado en la casa del Almirante golpista Ismael Huerta, a mediados de julio de 1973, en Viña del Mar, con el objetivo de ir construyendo un ambiente favorable al próximo golpe de Estado.

La ametralladora Bataan, con la que el militante del Comando Rolando Matus (CRM) y agente del SIN, infiltrado en la empresa estatal ECON, Guillermo Claverie Bartet, disparó al comandante Araya, después de hacer explotar una bomba señuelo y balear el frontis de la casa, para hacerlo salir al balcón, fue suministrada por el SIN a través deJ orge Ehlers Trostel, personaje que después –en plena dictadura– ocuparía un alto cargo en el área de deportes (DIGEDER).

Claverie Bartet ya había sido detectado disparando contra tropas leales a la Constitución, durante el ‘Tanquetazo’ [29 de junio de 1973], desde una terraza de ECOM [el tipo creía que, ese día, la Marina iniciaba un golpe; eso fue publicado poco antes del 11SEP73 por el quincenario dirigido por Marta Harnecker, Chile Hoy]. Fue echado de ECOM, pero no entregado a la Policía… ¡¡¡increíblemente!!!

Los asesinos fraguan coartada indignante

Al entonces teniente del SIN, Daniel Guimpert Corvalán, junto con el capitán del Servicio de Inteligencia de Carabineros (SICAR) Germán Esquivel Caballero –quien más tarde participaría en múltiples ‘desapariciones’ cometidas por el Comando Conjunto y el SICAR–, le cupo realizar uno de los aspectos más sucios y cobardes del complot desestabilizador.

Al otro día del asesinato del Edecán Naval del Presidente Allende –un sábado–, Esquivel y Guimpert recorrieron diversas comisarías buscando un ‘chivo expiatorio’ a quién cargarle el crimen. El elegido fue un preso por ebriedad, que trabajaba en una empresa CORFO (SEAM) y portaba un carnet de militante del Partido Radical, integrante de laUnidad Popular (UP).

Como eso no era muy convincente, ni bastaba para completar sus planes, fabricaron un carnet del Partido Socialista e interrogaron privadamente al funcionario, que –sometido a salvajes torturas– se auto inculpó de haber participado en el asesinato, “junto con un comando del PS-Elenos” y algunos cubanos. El mecánico de SEAM CORFO terminó encargado reo y procesado por la Justicia Naval, bajo la dirección del Fiscal Aldo Montagna.

El nombre del mecánico eléctrico de SEAM CORFO torturado por Guimpert y Esquivel era José Luis Riquelme Bascuñán y fue interrogado y encargado reo por el ministro conspirador de la Corte de Apelaciones Abraham Meerson y por el Fiscal Militar Joaquín Erlbaum. El desgraciado mecánico fue tan bien torturado que se echaba la culpa de haber participado en el crimen con un grupo de GAP y cubanos dirigidos por Bruno [Domingo Blanco] uno de los jefes de esa guardia de Salvador Allende.

Al día siguiente, los medios opositores y diversos políticos –entre los que destacaron los senadores derechistas Víctor García Garzena y Fernando Ochagavía, junto al diputado demócrata cristiano Claudio Orrego Vicuña y al director del diario democristiano La Prensa, Jorge Navarrete– iniciaron una campaña de injurias y acusaciones contra el gobierno de la UP y la representación cubana en Chile.

El problema, para los conspiradores de diversos pelajes y militancias que se concertaron en torno al falso hallazgo de los asesinos del comandante Araya fue que, a los pocos días, la Policía de Investigaciones detuvo a casi todos los miembros de la banda conformada por elementos del Comando Rolando Matus, Partido Nacional (PN), Democracia Radical (DR) y Patria y Libertad, que habían participado directamente en el asesinato del edecán.

Entre ellos, destacaban el presunto autor de los disparos (Guillermo Claverie), una dirigente de la Juventud del Partido Nacional y del CRM (Uca Eileen Lozano), el hijo ‘patria y libertad’ del conocido empresario panadero Castaño (Odilio Castaño Jiménez); el militante de Patria y Libertad Luis ‘Fifo’ Palma Ramírez –que, dos años después, tendría una destacada participación en el Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea (SIFA) y en las desapariciones del Comando Conjunto–, un sobrino CRM del psiquiatra de la DINA Laihlacar (de apellidos Potin Laihlacar), el dirigente de la DR Guillermo Schilling y un militante del CRM (Miguel Sepúlveda Campos) hijo de un conocido almirante retirado*.

Los que no fueron detenidos, se escondieron en un fundo de la Región de Valparaíso y se entregaron a un comando de la Marina, al otro día del golpe. Los que estaban detenidos y procesados en las cárceles de Valparaíso y Santiago, fueron sacados de prisión el 12 de septiembre por comandos del SIN e integrados a las actividades represivas. El crimen del comandante Araya quedó impune y con expediente desaparecido.

Cambia, todo cambia

El teniente Guimpert Corvalán salió de la Marina a fines de los 70’s y se dedicó a regentar un negocio de venta de armas, en las cercanías del Edificio de las FFAA, en la Plaza Bulnes. Gozaba de libertad bajo fianza hasta que fue nuevamente detenido, inculpado en más de una decena de casos de detenidos desaparecidos, en algunos de los cuales fue incluso indultado a principios de los años 90´s.

Su cómplice en el intento de falsificación del asesinato del comandante Araya –Guillermo Esquivel– llegó al grado de coronel de carabineros en la DICOMCAR (Dirección de Comunicaciones de Carabineros) y fue detenido, por cheques protestados, en 1991. Falleció en extrañas y nunca aclaradas circunstancias, en 1993, mientras estaba denunciado, en diversos procesos por desapariciones y asesinatos.

Transcurridos 35 años desde el asesinato del valeroso edecán del Presidente Allende, la versión oficial que entregó la dictadura comenzó a desmoronarse en los tribunales y a emerger la verdad: se trató de un crimen planificado por la derecha en contra del comandante Araya. La medida, que la familia del oficial había solicitado, por primera vez en agosto del año 2003, se aprobó ante la aparición de nuevos antecedentes aportados por Guillermo Claverie.

El relato que Claverie entregó a los periodistas de La Nación Domingo, hace pocos años, mueve a la duda. Aseguró que todavía sentía miedo de lo que pueden hacerle los viejos (y nuevos) miembros de las cofradías golpistas:

“Nunca pude leer mis declaraciones que me hicieron firmar en la Fiscalía Naval. Y un día que me puse a leer una de ellas, después de un interrogatorio, el secretario del fiscal naval Aldo Montagna, el oficial Jorge Garretón Iturra, se metió la mano a la chaqueta del uniforme y sacó una pistola. Y me dijo: ‘¡Oye, huevón, que leís tanto, agradece que todavía estai vivo y firma ahí!’. Y, por supuesto, que así siempre firmé todo.”

Sus confesiones confirman lo que los hijos del Edecán han ido descubriendo en estos últimos años, hurgando en el expediente del juicio iniciado por la Justicia naval y que culminó en 1980, con una condena de tres años para Claverie, como único autor material, y con penas inferiores por delitos menores para otros miembros del grupo que actuó esa noche: “Es que esa investigación está plagada de vicios”, sostiene Arturo, el hijo mayor del edecán, que es abogado.

Con estas confesiones de Claverie, los hijos del Edecán lograron que la Corte de Apelaciones de Santiago ordenara reabrir el nuevo proceso iniciado a partir de la querella que interpusieron en 2003, pero que, en su momento, fue sobreseído y archivado por el 18º Juzgado del Crimen de Santiago.

Las preguntas quemantes

Para hacer salir al comandante Araya al balcón, Juan Zacconi y Guillermo Necochea (miembros de Patria y Libertad) lanzaron una bomba frente a su casa. La llegada del Edecán a su domicilio fue anunciada a ellos por otra bomba que explotó en las cercanías, lanzada por un segundo grupo. El segundo bombazo, el de Zacconi y Necochea, fue la señal para que el tercer grupo, que debía entrar por la calle Fidel Oteíza, cometiera el asesinato.

Los peritajes balísticos detectaron cinco impactos en los muros de la casa del capitán de navío. Pero las vainillas halladas frente a la casa sólo fueron cuatro. Con el proyectil que hirió de muerte al edecán y que entró directo, sin antes rebotar en parte alguna, los disparos suman seis. Pero, nunca se hallaron las otras dos vainillas. Y las pericias balísticas establecieron que las vainillas encontradas en la calle, correspondientes a los disparos hechos por Claverie, no pertenecían al proyectil que perforó el cuerpo del Edecán.

Eso significaría que al comandante lo asesinaron con un arma distinta, y le dispararon desde otro lugar –presumiblemente desde el frente de su casa–, ligeramente desde arriba hacia abajo. A pesar de todas estas evidencias, la investigación naval concluyó que el edecán de Allende murió por uno de los disparos de Claverie. Pero, este insiste en explicitar muchas preguntas, todas ellas sin respuestas oficiales.

¿Quién hizo los dos disparos que varios testigos, según declararon en el proceso del Juzgado Naval, escucharon inmediatamente antes de que el Edecán lanzara su ráfaga hacia el frente y minutos antes de que Claverie hiciera sus cuatro disparos?

¿Contrató el ex cadete naval Jorge Ehlers Trostel a un francotirador para que asesinara al comandante Araya Peeters, aprovechando el caos que el mismo Ehlers ordenó crear al grupo de ultraderecha esa noche en las cercanías de la casa del edecán?

¿Por qué Ehlers, literalmente, huyó a Alemania días después de que los hijos del Edecán interpusieron la querella, en septiembre de 2003, refugiándose en ese país hasta hoy?

¿Por qué nadie tomó en cuenta la declaración de dos prostitutas que figura en el expediente de la Justicia naval, quienes afirmaban que, paradas esa noche en la esquina de Pedro de Valdivia con Providencia y segundos después de escuchar disparos, vieron salir de un lugar a dos hombres corriendo, uno de ellos con un fusil en la mano, y que se subieron a una camioneta que tenía un disco que les pareció de vehículo fiscal?

Torturas, presiones y amenazas

Detenido preventivamente en la Cárcel Pública de Santiago, una mañana –aún en plena dictadura– los gendarmes sacaron a Claverie y le condujeron a la oficina de la Fiscalía Naval. En ese lugar –contó el mismo Claverie al diario La Nación– lo recibió el oficial naval Germán Arestizábal, quien oficiaba como actuario. “Me hizo subir a un Austin Mini, donde reconocí al oficial de la Fuerza Aérea de apellido Schindler, compañero de colegio”. Le vendaron la vista y lo llevaron a la Academia de Guerra Aérea, en Las Condes.

“Ahí, me amarraron a un catre y empezaron a golpearme en la planta de los pies con un palo o un fierro. Después, me inyectaron en la vena lo que yo creo que fue pentotal, porque todavía no me sacaban mi propia confesión del crimen del edecán, como ellos querían. Nunca supe lo que respondí, pero no puedo haber dicho algo que era falso”, expresa.

Días después, al salir de una oficina donde había comenzado a trabajar, se le acercó un auto desde el cual descendió un individuo que él conocía, el que le obligó a subir al vehículo.

“Era el ‘Fifo’ Palma [Luis Palma Ramírez, que después integró el Comando Conjunto] y en el auto vi como cinco metralletas. El Fifo me dijo. ‘¿Sabís que ahora te podemos matar por andar hablando, huevón? Vos sabís que en esto está metida gente que ahora es muy importante. Que no se te olvide’“.

Esa última frase del tal ‘Fifo’ Palma –suponiendo que Claverie dice la verdad– es la que deberá dilucidar el juzgado a cargo de la reapertura del caso, pues resulta vital establecer la identidad de aquella “gente que ahora es muy importante”. ¿Qué tan ‘importante’ es hoy esa gente? ¿Parlamentarios? ¿Empresarios? ¿Diplomáticos chilenos en el extranjero?

¿Oficiales retirados de las Fuerzas Armadas? ¿Oficiales aún activos? ¿Dirigentes políticos? ¿Dirigentes de gremios patronales? Tarde o temprano, el país conocerá sus nombres, los que serán agregados al de Guillermo Claverie, quien sí estuvo en uno de los grupos sediciosos y criminales aquella infausta noche.

* La lista de integrantes del comando asesino, publicada por la revista CAUCE nº 15, del 9 de julio de 1984:

René Guillermo Claverie Bartet
Mario Eduardo Rojas Zegers
Guillermo Francisco Necochea Aspillaga
Miguel Víctor Sepúlveda Campos [hijo de un Almirante (r)]
Uca Eileen Lozano Jeffs (CRM-JN)
Guillermo Adolfo Schilling Rojas (primo del ‘Mamo’ Schilling, dirigente del Partido Socialista)
José Eduardo Iturriaga Aránguiz
Luis Guillermo Perry González
Luis César “Fifo” Palma Jiménez (posteriormente, fue miembro del Comando Conjunto)
Ricardo Vélez Gómez
Rafael Mardones Saint Jean (primo hermano de José Luis Mardones Santander, Presidente del Banco Estado)
Adolfo Palma Ramírez (hermano del ‘Fifo’ Palma)
Enrique Quiroz Ruiz
Wilfredo Humberto Perry González
Odilio Castaño Jiménez (actual co-dueño de la cadena de panaderías Castaño)
Carlos Fernando Farías Corrales
Juan Zacconi Quiroz
Andrés Pablo Potin Laihlacar
Tito Alejandro Figari Verdugo

MILTARES ASESINANDO MILITARES… LOS ‘DOBLE CERO’ EN ACCIÓN

Puede parecer casi el argumento de una mala película, pero se trata de un hecho real, comprobado incluso por la misma justicia militar. En la tarde del día martes 11 de septiembre de 1973, Augusto Pinochet ordenó la detención, interrogatorio y encarcelamiento de su amigo, el coronel Gustavo Cantuarias, a la sazón comandante de la Escuela de Alta Montaña de Río Blanco, ubicada en plena ruta cordillerana hacia el Paso Los Libertadores.

¿Razones y motivos de tan intempestiva orden? Miedo y cobardía…solamente eso, pues Cantuarias fue quien cobijó en la Escuela de Alta Montaña, desde el día lunes 10 de ese fatídico mes, a la esposa e hijos del  general dictador, quien los envió hasta aquel regimiento porque sabía que ante cualquier fracaso en el golpe de estado ellos estarían resguardados por militares que los conducirían rápidamente a territorio argentino.

Si alguien en nuestro país aun duda de la calidad de traidor y cobarde que siempre distinguió a Pinochet, este hecho debería servirle como prueba de irrefutable verdad. El tirano fue permanentemente un mentiroso, cobarde y traidor. Primero engañó y luego  ordenó asesinar a quien se había jugado carrera y su prestigio por ayudarle, el general Carlos Prats.

Durante las semanas posteriores al 11 de septiembre de 1973, la represión se inicia con la purga tanto entre los militares como entre los militantes de partidos de izquierda. El general Augusto Lutz, nombrado Director del Servicio de Inteligencia Militar (SIM) por el general Carlos Prats a comienzos de 1973, recibió cientos de peticiones de familiares de desaparecidos, algunas de ellas por parte de la Iglesia Católica a través del Cardenal Raúl Silva Henríquez, pero su servicio, en la mayoría de los casos, no estaba informado pues había surgido ya la temida DINA dirigida por el coronel Manuel Contreras, ascendido posteriormente a general, el  que -como reconoció el propio general Lutz más tarde-, despachaba directamente las órdenes de fusilamientos y desapariciones con Pinochet en su automóvil de servicio.

Al finalizar el año 1973, los generales Lutz y Bonilla (Oscar) habían chocado frontalmente con el coronel Contreras, jefe de DINA, por el trato dispensado a los prisioneros en Tejas Verdes. Ello les costaría finalmente la vida a los dos generales.

Poco antes de morir, el general Augusto Lutz enfrentó a Pinochet en una reunión del cuerpo de generales. Su hija Patricia sostiene que allí firmó su sentencia de muerte. Lutz ingresó al salón con una grabadora escondida en su guerrera. Junto al general Óscar Bonilla enrostraron a Pinochet los delitos de la DINA dirigida por  Manuel Contreras, personaje que acechaba a sus detractores. Los gritos de la reunión quedaron registrados en la cinta que después Lutz escuchó a solas encerrado en su casa, espiado a través de la puerta del salón por su hija Patricia (quien hoy es periodista y escritora), la que sospechó que algo grave inquietaba esa tarde a su padre.

“”¡Señores, la DINA soy yo! gritó Pinochet golpeando la mesa. ¿Alguien más quiere pedir la palabra?””

¡Hijo de puta! escuchó Patricia refunfuñar a su padre dentro del salón, según relata en su libro ‘Años de viento sucio’. Cuatro meses después, el 3 de marzo de 1975, Bonilla también murió, en este caso se trató de un sospechoso accidente de helicóptero.

En el mes de noviembre de 1974, el general Lutz  asistió a un cóctel de bienvenida a Pinochet y a sus huestes en Punta Arenas. Ahí ejercía como intendente, cargo al que fue relegado luego que manifestara, junto a otros generales, sus desavenencias con el régimen. Bastó comer una de las exquisiteces que se ofrecían a los comensales para que el uniformado se doblara en dos.

El primer diagnóstico fue várices en el esófago, enfermedad asociada a los hábitos alcohólicos. Pero el general Lutz no bebía. Desde ahí una seguidilla de “errores” derivó en múltiples operaciones que lo agravaron. En sólo una semana, una septicemia terminó con su vida el 28 de noviembre de 1974. Un papel escrito de puño y letra del moribundo militar en su camilla, terminó por convencer a su hija de que estaban asesinándolo. “¡Sáquenme de aquí!”, escribió poco antes de morir.

LA MATANZA INTERNA SUMA Y SIGUE

Cada mes moría un general, un coronel o un alto oficial, siempre en extrañas circunstancias. En marzo de 1974 había fallecido en el Hospital Militar el general de la Fuerza Aéreas, Alberto Bachelet, padre de la actual Presidenta de Chile, como consecuencia de las torturas y golpizas sufridas durante los continuos interrogatorios

En septiembre de 1974 muere asesinado el general Carlos Prats en Buenos Aires junto a su esposa, Sofía Cuthbert, producto de una bomba puesta en su propio coche, y a quien la Junta militar había enviado al exilio por ‘razones de seguridad’. Se supo posteriormente que fue  víctima de la DINA  quien cumplió instrucciones precisas del propio Pinochet.

Tal como ya lo comentamos, en noviembre de 1974 murió asesinado (envenenado) el general Augusto Lutz, el que como ex-director del SIM había hecho averiguaciones sobre la muerte del general  Prats, y junto con Oscar Bonilla y otros altos oficiales intentó impedir una acumulación de poderes por parte de Pinochet como Jefe Supremo de la Nación y Comandante en Jefe del Ejército.

En esta época se produce también el asesinato del Mayor Mario Lavanderos, crimen ordenado por el siniestro equipo de la DINA una vez que los golpistas decidieron “poner ejemplos imborrables” que sirvieran de enseñanza a todas las ramas de las fuerzas armadas. El mayor Lavanderos, a cargo de una sección del Estadio Nacional cuando este recinto fue utilizado en calidad de campo de concentración, decidió entregar al entonces embajador de Suecia en Chile, Harald Edelstam, un grupo de 54 ciudadanos uruguayos que se encontraban detenidos en ese campo deportivo.

Dos días después, el oficial Lavanderos murió en el Hospital Militar producto de una herida de bala fáceo-craneana. En su momento se informó que se trataba de un suicidio, sin embargo, el peritaje realizado luego por orden de un fiscal del mismo ejército (causa rol 500 -73) determinó que la teoría del suicidio era un imposible, ya que no se encontró rastros de pólvora en las manos de Lavanderos y, además, se constató que “el arma fue limpiada después de efectuado el disparo mortal”.

EL ‘CASO’ BONILLA, CASO EMBLEMÁTICO

Nadie puede dudar que el general Oscar Bonilla Bradanovic fue uno de los primeros oficiales del ejército en proponer internamente -en su institución armada- un golpe de estado militar para derribar el gobierno constitucional de Salvador Allende.  Junto al inefable general asesino Sergio Arellano Stark (cabecilla de la ‘Caravana de la Muerte’), Bonilla había tenido en el ejército una actitud ‘complotadora y golpista’  permanente, desde el año 1971.

Fue uno de los principales cabecillas de la conspiración, y demostró su fuerza y poder el día 23 de agosto de 1973 cuando Pinochet -recién nombrado comandante en jefe por el Presidente Allende- solicitó a todos los generales  entregar la renuncia a sus cargos. Bonilla y Arellano Stark, se negaron…pues ambos tenían férreos contactos con el ex presidente Eduardo Frei Montalva y con los sectores más reaccionarios del Partido Demócrata Cristiano, en ese tiempo severo adversario de la Unidad Popular.

Para confirmar la relevancia de este general en ese momento, hay que recordar que fue el primer Ministro del Interior que tuvo el gobierno militar. Sin embargo, pocos meses más tarde debió asumir como Ministro de Defensa, cartera que, como es fácil deducir, carece absolutamente de importancia y significación en un régimen tiránico militar, pues todo el poder de fuego y de movilización de unidades militares está concentrado en manos de la Comandancia en jefe y no en la burocracia de un ministerio.

En un  primer momento del gobierno militar, Bonilla se convirtió ‘en el rostro amable’ de la dictadura. El diario norteamericano The New York Times lo definió como “el líder de los liberales al interior de la Junta Militar” pues visitaba poblaciones, campamentos, ex centros de reforma agraria, caletas de pescadores, etc., prometiendo a decenas de angustiadas madres averiguar el paradero de sus hijos detenidos por fuerzas militares.

Por cierto, nunca cumplió  tales promesas, ya que -peor aún- el mismo día 16 de septiembre de 1973, cuando se reunió en su calidad de Ministro del Interior con los corresponsales de prensa extranjeros asegurándoles que “se investigarán todas y cada una de las denuncias de torturas y malos tratos a los prisioneros”, 53 personas eran ejecutadas fríamente, sin ser llevadas a juicio ante ningún tribunal, y sus cuerpos fueron posteriormente enterrados en fosas comunes en el Cementerio General de Santiago.

Sin embargo, Bonilla había chocado ya con el poderoso coronel Manuel Contreras y con la DINA luego de una visita efectuada al regimiento de Tejas Verdes; allí descubrió en los sótanos de esa unidad militar a decenas de prisioneros salvajemente torturados, sangrando  y hambrientos, sin que ningún oficial a cargo le hubiese podido entregar razones de peso para tales actos.

Discutió agria y duramente con el coronel Contreras, a quien le exigió entregar un informe oficial -por escrito- respecto de los graves asuntos detectados en Tejas Verdes. Contreras, indignado y dispuesto a todo, se reunió urgentemente con Pinochet para darle a conocer lo que Bonilla estaba realizando.

La suerte definitiva del general Oscar Bonilla se fraguó el día 24 de junio de 1974, en el edificio Diego Portales. Allí tuvo la malhadada idea de plantearle a Pinochet sus reservas y molestia con respecto al coronel Contreras, a Tejas Verdes y a la DINA, asuntos que le sirvieron para criticar también el rumbo que estaba tomando el régimen, pues se explayó hablando de la disidencia que comenzaba a gestarse en algunos círculos castrenses respecto del ideario original del “pronunciamiento militar”.

Meses más tarde, el día 03 de marzo de 1975, en un extraño y nunca aclarado (técnicamente) accidente aéreo en las proximidades de San Fernando, cuando Bonilla abandonaba el fundo Santa Lucía de Romeral, su helicóptero capotó  a los pocos minutos después de haber tomado altura y tanto el general como seis de sus acompañantes fallecieron en el lugar.

Para aumentar las dudas y las suposiciones de un crimen por órdenes superiores, la empresa francesa que había vendido al ejército una partida de esos helicópteros envió a Chile a dos de sus técnicos para investigar las posibles fallas mecánicas experimentadas por el aparato en el que pereció Bonilla. Extraña y coincidentemente, mientras realizaban los primeros pasos de la investigación a bordo de un helicóptero similar al que había usado Bonilla, ambos técnicos fallecieron en un accidente de características casi idénticas al que le costó la vida al general.

OPINIÓN FINAL

¿Se requiere una opinión? ¿Es necesario explicitar algo? A partir de 1969 los uniformados chilenos abandonaron sus ropajes de honor, dignidad, moralidad, estoicismo, patriotismo, sobriedad y respeto a la Constitución y a las leyes, para transformarse en verdaderos enemigos del pueblo y de la nación.

Hay, hoy día, algunos uniformados que luchan estoicamente para que sus instituciones, sus casas matrices, recobren las características que alguna vez les distinguieron entre sus pares de América. ¿Lograrán tamaña hazaña? La duda persiste… la historia les juega en contra, por mucho que una caterva de políticos traidores al electorado, yanaconas del imperio estadounidense, reconvertidos a la fe neoliberal y yanaconas del mega empresariado transnacional, traten de tapar el sol con un dedo… con el dedo de la mentira que emana de aquellos medios de prensa que controlan y administran.