Ubicación:Andrés Bello y General Carrera Temuco IX Región
Rama:Gendarmería
Geolocalización: Google Maps Link
Descripción General
Categoría : Otra Información
La ex-Cárcel de Mujeres Buen Pastor de Temuco, ubicada entre las calles General Carrera, Andrés Bello y Blanco Encalada, era un recinto de detencion de mujeres que fue utilizado como lugar de reclusión para presas políticas entre septiembre de 1973 y 1976, siendo el año 1973 el de mayor cantidad.
En el año 1973, las prisioneras estaban juntas con las detenidas por delitos comunes. Algunas de las presas políticas permanecían incomunicadas por largos períodos, en celdas aisladas, en pésimas condiciones higiénicas y sin abrigo.
Las mujeres allí recluidas eran conducidas a la Fiscalía Militar, al interior del Regimiento Tucapel, donde se les sometía a torturas, solas o frente a otros prisioneros.. Luego las regresaban a la cárcel en muy malas condiciones físicas.
La casa del Buen Pastor de Temuco cerro sus puertas como centro de detencion de mujeres el 31 de Diciembre de 2012
Fuentes de Información Consultadas: Informe Rettig; www.australtemuco.cl; CODEPU; Informe Valech; Memoriaviva;
Un Parto en Prision
Fuente :agenciadenoticias.org, 21 de Agosto 2013
Categoría : Testimonio
Tres niños que vivieron con sus madres en la Cárcel El Buen Pastor de Temuco, al centro Luis Eduardo.
Comparto con mis ex compañeras de prisión del Buen Pastor de Temuco, en Chile, la opinión de que fuera de los apremios físicos y psicológicos que se nos aplicaron tanto individual como colectivamente luego del golpe militar de 1973, el nacimiento de Luis Eduardo, hijo de la doctora Natacha Carrión y su esposo también médico y detenido desaparecido Eduardo González, constituyó el hecho que más nos conmocionó como mujeres, como personas y como presas políticas en nuestro período de cautiverio.
Cuando llegué a la cárcel en calidad de presa política a fines de septiembre de 1973, Natacha Carrión ya se encontraba allí. Había sido detenida por personal de Carabineros inmediatamente después del golpe militar en su casa en la localidad rural de Cunco, vecina a Temuco, junto a su esposo, entonces director del único hospital local y donde ambos ejercían su profesión médica. Natacha tenía cinco meses de embarazo y otro niño, César, de tres años que se habían llevado a Santiago sus abuelos maternos al producirse la detención de sus padres. Una disposición de la legislación carcelaria chilena impide que las madres puedan vivir en prisión en compañía de sus hijos, si éstos son mayores de dos años, por lo que César sólo vivió esporádicamente y por períodos muy breves con Natacha.
A los pocos días de su ingreso a la cárcel, Natacha comenzó a pedir a la fiscalía de Carabineros una entrevista con su esposo, quien luego de su apresamiento había sido trasladado a la Base de la Fuerza Aérea (FACH) en Temuco, pero la policía uniformada siempre se la negó, sin mayores explicaciones, lo que la llevó a sospechar de que Eduardo González había sido hecho desaparecer, como estaba sucediendo con muchos amigos y conocidos nuestros en esa época. No recuerdo si alguna vez la Fiscalía o la Base de la Fuerza Aérea en Temuco reconocieron que desde ese lugar se perdió toda información sobre el paradero del director del hospital de Cunco, lo que ocurrió de hecho con el silencio cómplice de los militares y los Carabineros.
Natacha sufría esta situación de una manera muy digna, sin llorar delante del resto de las presas. Su energía la canalizaba en prepararse para el nacimiento del hijo que esperaba y en organizar a las compañeras que iban llegando, cada vez en mayor número. La mayoría nos conocíamos porque compartíamos los mismos ideales políticos, estudiábamos en la Universidad o trabajábamos en esferas del gobierno democrático de Allende. Además, más de una vez habíamos coincidido en alguna de las muchas manifestaciones públicas que se producían –incluso con cierta espontaneidad- en una región tan efervescente y polarizada como la de la provincia de Cautín. A los problemas comunes al resto de Chile, se sumaba la movilización del movimiento campesino mapuche tras la recuperación de sus tierras ancestrales, reivindicación apoyada por organizaciones políticas de la izquierda revolucionaria y sus frentes en el movimiento estudiantil, los trabajadores y los campesinos pobres o sin tierra.
Un día llegó a la cárcel Judith en calidad de detenida, una joven matrona comunista de una localidad cercana a Temuco, hecho que algunas de nosotros vimos como la llegada de un ángel protector para Natacha, quien había expresado reiteradamente su determinación de no ir al Hospital Regional de Temuco en el momento de su parto, pues temía que sus colegas médicos – en su mayoría reconocidamente de derecha y pro golpistas – pudieran atentar contra su vida o la de su hijo por nacer, como venganza por su militancia política y la de su esposo.
Las que sabíamos de su determinación temíamos de que el parto en la cárcel se complicara, con graves consecuencias para ella o el niño, ya que no se contaba con ningún instrumental médico, ni siquiera con medicamentos atenuantes del dolor. Sin embargo, la postura e Natacha se mantuvo firme: el niño o niña debía nacer en la cárcel para resguardar su seguridad y también la de ella. Judith asumió con mucha responsabilidad su tarea y a menudo la veíamos auscultar el feto y medir el crecimiento de la panza de Natacha de manera bastante artesanal. Ella atendería el parto discutiendo las decisiones en cada momento con Natacha, contando con la ayuda de dos compañeras que serviríamos de auxiliares. Obviamente, el hecho de que Natacha conociera con exactitud los detalles de un parto, por haber participado en muchos de ellos como médico, facilitaría el procedimiento, pero no disminuía los graves riesgos que podría correr si el niño o niña venía con problemas pues no se contaba con los medios técnicos necesarios para enfrentar esa situación.
No recuerdo que día del mes de enero de 1974, Natacha y Judith nos avisaron a Magaly y a mí –las dos auxiliares inexpertas- que había llegado el momento para el que nos habían preparado muy precariamente. Ese día, las contracciones habían comenzado a hacerse más asiduas, por lo que ambas habían decidido intentar iniciar la tarea de parto una vez que se nos encerrara en la noche en la habitación que nos servía de celda-dormitorio colectivo. Sólo algunas detenidas fueron avisadas, pues temíamos que alguna hiciera algún comentario en el patio y que la información fuera entregada a las monjas o a las gendarmes por las presas comunes con las que compartíamos ese espacio, lo que significaría el inmediato traslado de Natacha al hospital, con el consiguiente peligro para su integridad física y la de su hijo.
Afortunadamente, en los días anteriores familiares o amigos habían logrado pasar por el control de entrada una aguja de las que se usan en las operaciones y alcohol para desinfectar. Esas y un par de tijeras esterilizadas con agua hirviendo, constituyeron el reducido instrumental que Judith ocupó en el parto.
Las auxiliares esperamos esa noche que las compañeras se durmieran para colgar un par de sábanas que aislaran la zona donde Natacha iba a dar luz y en un silencio sólo interrumpido por alguna petición de ayuda de parte de Judith, trabajamos para tener preparados agua caliente, gasas, pañales, etc.
La camilla de parto fue improvisada retirando la mitad del colchón y colocando toallas y un recipiente ancho que servía habitualmente para lavar, sobre la parte del somier vacío. Natacha fue una parturienta notable: pujó con fuerza y no profirió ni un grito de dolor, pues nadie fuera de nosotras podía enterarse de lo que estaba pasando. En una habitación- celda contigua dormían una veintena de presas comunes, las que ni siquiera despertaron con el llanto de Luis Eduardo al nacer, que a nosotros nos pareció como música celestial. Era un niño normal y el parto había sido un éxito, gracias a la valentía y entereza de Natacha y a la profesionalidad de Judith.
Fue difícil conciliar el sueño esa noche, estábamos demasiado emocionadas. Sentíamos que ese niño era un regalo para Natacha, pero también venía a alegrarnos la vida de todas nosotras y a renovar las esperanzas en un mañana mejor para todo el pueblo chileno, lejos del odio y la violencia que se abatían en esos momentos contra él. Creo que la única que realmente durmió fue Natacha, quien estaba exhausta con el esfuerzo.
Luis Eduardo, llamado así en honor a su padre desaparecido, creo que ha sido el primer y único niño, hijo de presos políticos, nacido en prisión en Chile. Todas nosotras habíamos tenido el privilegio de acompañar a esta valiente madre en su hazaña de desafiar a sus carceleros para defender la vida de un hijo, que llegaba al mundo marcado por el compromiso político y social de sus progenitores, que ya había cobrado la vida de su padre y que obligaba a su madre a vivir junto a él recluidos en una cárcel, lejos de su otro hijo y de su familia, e impedida de poder ejercer su libertad, sus derechos y su profesión al servicio de los demás.
Otros niños, tres además de Luis Eduardo, vivieron en distintos períodos con sus madres y nosotras en la Cárcel del Buen Pastor en Temuco, pero ellos no nacieron dentro del presidio.
Testimonio de Fireley Lely Elgueta Jaramillo
Periodista presa política desde el 27 de septiembre de 1973, hasta el 22 de octubre de 1975 en la Cárcel del Buen Pastor de Temuco, Chile.