Poli Garaycochea Guido Alberto

Rut: 5299221-4

Cargos: Jefe subrogante de la División Jurídica de la CNI

Grado : Abogado

Rama : Civil

Organismos : Central Nacional de Informaciones (CNI)


Role 113.075: episodio apremio ilegitimos contra estudiantes de Temuco

Fuente :Poder Judicial, 30 de Octubre 2009

Categoría : Prensa

42.- Declarando Güido Alberto Poli Garaycochea a fs. 629, abogado, aseguró haber prestado servicios en la Central Nacional de Informaciones  desde 1977 hasta  febrero de 1990, en el  Departamento de Asesoría Jurídica. Este Departamento dependía del Director, que en 1986 era el General Gordon. La misión de este departamento consistía en contestar oficios a los Tribunales, además de revisar  decretos leyes y tramitar causas en Juzgados de Policía Local por accidentes de tránsito. También prestaba apoyo asistencial al personal del Ejército y todo otro requerimiento del Director. El jefe de este Departamento era Víctor Gálvez, integrándolo, además, Miguel Ángel Parra Vásquez, Marcelo Elissalde Martel, Maximiliano Cortés, Miguel Ángel Poblete, Jorge Erpel Inzunza, entre otros. Además existían procuradores  entre los que recuerda a Gonzalo Ovalle Maturana. Respecto del hecho materia de esta investigación indicó que no recuerda nada acerca de la escuela de guerrillas detectada en Lautaro ni recuerda haber enviado a Gonzalo Ovalle a Temuco para asesorar al personal de la CNI de esa ciudad. Sin embargo, es posible que así haya  ocurrido.  Esta  solicitud de apoyo jurídico a regiones era algo poco frecuente, que siempre la daba el Director o del Vicedirector de la CNI directamente al Jefe del Departamento, todo esto a solicitud del Jefe de las regionales, que en aquella época era el Coronel Leddy. La misión del abogado que iba a regiones para prestar apoyo legal consistía en redactar oficios de manera ordenada para, la pronta entrega de los detenidos al tribunal competente


Procesan a abogado CNI por encubrir homicidio de exintendente Acuña

Fuente :diarioeldia.cl, 13 de Noviembre 2018

Categoría : Prensa

  • Mario Daniel Acuña, militante del PS y funcionario público fue asesinado en su casa el 13 de agosto de 1979. 

  • La resolución del ministro Hormazábal fue confirmada por la Corte de Apelaciones de La Serena. 

Según los antecedentes al interior de su domicilio, agentes dispararon en la cabeza a Mario Daniel Acuña Sepúlveda, cuyo cuerpo fue destrozado posteriormente, utilizando dinamita.

La Corte de Apelaciones de La Serena confirmó el procesamiento del abogado Guido Poli Garaycochea, dictado en julio pasado por el ministro en visita extraordinaria para causas por violaciones a los derechos humanos, Vicente Hormazábal, en calidad de encubridor de dos delitos de homicidio calificado. Ilícitos perpetrados en agosto de 1979.

En fallo unánime, la Primera Sala del tribunal de alzada –integrada por los ministros Marta Maldonado, Juan Carlos Espinosa y el abogado (i) Marcos López– confirmó la resolución apelada que procesó a Poli Garaycochea como encubridor del delito consumado de homicidio calificado del militante socialista y exintendente de Antofagasta Daniel Acuña, y del delito frustrado de homicidio calificado de su hijo Roberto Acuña.

39 años han pasado desde el ataque en el cual resultó muerto el exintendente de Antofagasta Mario Acuña en su casa en La Serena.

De acuerdo a los antecedentes recopilados en la etapa de investigación, el ministro en visita dio por establecido que la madrugada del 13 de agosto de 1979, en un operativo previamente preparado, llegó hasta el domicilio de Daniel Acuña Sepúlveda un grupo aproximado de seis agentes de la Central Nacional de Inteligencia (CNI) de La Serena. En el portón del inmueble, los agentes dispararon en contra de Roberto Acuña, quien logró huir del lugar; en tanto, en el interior del domicilio, tres agentes dispararon en la cabeza a Acuña Sepúlveda, cuyo cuerpo fue destrozado, posteriormente, utilizando dinamita.

Tras los hechos, la CNI encomendó a un abogado del organismo de seguridad preparar la falsa versión que se entregaría al tribunal. Para lograr dicho objetivo, Guido Poli Goycochea junto al jefe de la CNI local, Patricio Padilla Villén, instruyó a los agentes que participaron en los hechos sobre lo que debía declarar ante la justicia, maniobras destinadas a obtener el encubrimiento de los ilícitos.


Contreras: Historia de un intocable. La conexión italiana de la DINA

Fuente :interferencia.cl, 21 de Abril 2021

Categoría : Prensa

INTERFERENCIA está entregando a sus lectores, en una decena de capítulos, el libro que narra la biografía del fallecido general (R) Manuel Contreras Sepúlveda, ex jefe de la DINA durante la dictadura cívico militar del general Augusto Pinochet. Creemos que este es un modo de no olvidar uno de los capítulos más negros de la historia contemporánea de nuestro país.

Manuel Contreras sentó las bases de la DINA en las experiencias de las luchas anticomunistas registradas en otras regiones del mundo durante las décadas de los años 50 y 60. De esas guerras irregulares, crueles y ocultas, el coronel extrajo los bocetos principales para organizar la policía secreta de la dictadura militar chilena.

La doctrina de la seguridad hemisférica, dictada desde Estados Unidos y puesta en práctica por los militares brasileños, se entrecruzó con las recetas empleadas por el franquismo en España y por otros grupos nacionalistas, exacerbados ante el auge de la izquierda marxista en todos los continentes.         

En Chile, un aspecto crucial, aunque poco difundido, fue el acceso a la DINA, en calidad de funcionarios, de un grupo de abogados que había tenido participación en las intentonas golpistas anteriores al advenimiento de Salvador Allende a la Presidencia de la República y/o en los esfuerzos político editoriales paralelos o nacidos de tales iniciativas: revistas Tacna, Tizona y Orden Nuevo.         

Entre otros cabe mencionar a Guido Poli Garaycochea, Iván Alvear Ravanal, Víctor Manuel Avilés y Miguel Ángel Parra.         

Casi simultáneamente ingresaron también a la DINA, como integrantes de la Brigada de Inteligencia Ciudadana, varios militantes del disuelto Frente Nacionalista Patria y Libertad. Tales personas prestaban servicios ad honorem y se debe precisar que el abogado Pablo Rodríguez Grez, fundador y máximo dirigente de aquel movimiento, nunca aprobó ni alentó la vinculación de sus ex camaradas a la policía secreta de Pinochet.         

Desde fines de 1974, el coronel Contreras, en función de sus ideas nacionalistas y posiblemente con la intención de atemperar el criterio pragmático de que hacían ostentación los colaboradores civiles del gobierno de Pinochet, financió la publicación de la revista Avanzada -antesala del Movimiento Avanzada Nacional–,  la que, con un tiraje reducido, pero con amplia difusión a nivel de instituciones militares y universitarias, aspiraba a proporcionar una plataforma doctrinaria de apoyo al régimen militar.         

Algunos de esos ejemplares están en la Biblioteca Nacional y entre los firmantes de diversos artículos aparecen Guido Poli, Iván Alvear Ravanal, Vittorio di Girólamo, Sixto V. González, Pablo Rodríguez, Osvaldo Lira, A. Santa María Prieto, Patricio Montero C., Álvaro Ortúzar Santa María, Enrique Ortúzar Santa María, Lincoyán Guerrero. Víctor Manuel Avilés M., Guillermo Henríquez Alfaro, Rafael Ortiz Cuevas, Jaime Tramón Castillo, Andrés Benavente Urbina, Ramón Callís Arrigorriaga, Raúl Arancibia Cerda, Jorge Soto Vásquez, Jorge Salazar H., Eulogio Parizot, Víctor Gálvez Gajardo, Ernesto Witt y Lucía B. de Montenegro.          

Contreras también apoyó el nombramiento de Misael Galleguillos Vásquez como secretario general de los Gremios, entidad dependiente de la Secretaría General de Gobierno, desde donde también se impulsaba el trabajo político con jóvenes y con las mujeres.         

Galleguillos, por entonces profesor universitario en Valparaíso, era uno de los fundadores del Movimiento Revolucionario Nacional Sindicalista, MRNS, grupo político nacido en 1952 y que heredó parte del bagaje doctrinario del nacionalismo chileno de los años 30.         

Al asumir en el indicado cargo, se le suponía capaz, junto a un equipo de colaboradores, de crear una amplia base de apoyo sindical al gobierno militar, propósito que de algún modo se logró.         

En general, la DINA mantuvo excelentes relaciones con la militancia nacionalista, aspecto en el que se debe destacar la invitación que el coronel Contreras formuló al sacerdote Osvaldo Lira, cogestor del MRNS, para que asumiera la capellanía general de ese organismo de inteligencia, la que recayó, por recomendación de Lira, en el sacerdote Horacio Spencer.         

A fines de 1974 el coronel Contreras decidió ampliar su ámbito de acción a países europeos, particularmente a aquellos que albergaban exiliados chilenos considerados peligrosos. Para tal efecto, el mayor Hugo Prado Contreras, adscrito a la DINA, fue comisionado para tomar contacto con los grupos de ultraderecha europeos.         

La Falange Española, los Guerrilleros de Cristo Rey, Fuerza Nueva y el Centro Español de Amigos de Europa, Cedade, en España; Nouvelle Ecole, en Francia; y Avanguardia Nazionale y Ordine Nero, en Italia, fueron algunos de los más importantes nexos establecidos por el mayor Prado. En todos ellos se encontró amplia receptividad para difundir la revolución nacionalista chilena encabezada por Pinochet.         

El 9 de junio de 1973 el generalísimo Francisco Franco nombró como presidente del gobierno español al almirante Luis Carrero Blanco, el hombre que hasta ese instante había mantenido su enorme poder en las sombras y que se vislumbraba como el claro heredero político del anciano caudillo.         

Tras jurar en el Palacio de El Pardo, el almirante decidió abocarse a una tarea que consideraba prioritaria para iniciar el camino hacia la transición política: anular los crecientes impulsos del separatismo vasco.         

Carrero Blanco nunca había estado de acuerdo en que la lucha antiterrorista quedara sólo en las manos de la policía. Decidió entonces crear el Servicio Central de Documentación de Presidencia del Gobierno, Cesed, y nombró como jefe a un oficial de su total confianza, el coronel José Ignacio San Martín López.         

Ambos coincidieron en que para exterminar a la ETA era necesario utilizar técnicas antiterroristas implacables, propias de la guerra irregular. Estuvieron de acuerdo también en que para esa tarea lo mejor sería tratar de conseguir algunos extranjeros.         

Mariano Sánchez Covisa, líder de los ultraderechistas miembros de la organización Guerrilleros de Cristo Rey, muy cercana al oficialismo franquista, puso en contacto a San Martín con un neofascista italiano que había llegado a España en 1971 huyendo de la justicia de su país. Su nombre era Stefano Delle Chiaie.  

El 12 de septiembre de 1973, al día siguiente del golpe militar en Chile, el almirante Carrero Blanco recibió en su despacho a Delle Chiaie y a Valerio Borghese, el ‘‘principe negro’’, que había estado involucrado en varios intentos de golpe en su país como el virtual nuevo Duce del neofascismo.

Delle Chiaie se había vinculado además con otros grupos ultras como Falange Española, dirigida por Raimundo Fernández Cuesta, ex ministro de Franco; y Fuerza Nueva, acaudillada por Blas Piñar, un hombre que había surgido de la Acción Católica y que se mantenía muy cerca de los principales dirigentes de la ultraderecha europea, entre ellos Giorgio Almirante, capo del Movimiento Social Italiano, MSI, y del ex paracaidista francés Jean Marie Le Pen, dirigente de Fources Nouvelles.         

San Martín y Delle Chiaie se entendieron bien. Muy pronto unos 70 neofascistas pertenecientes a Avanguardia Nazionale, a Ordine Nuovo y a otros grupos italianos, estaban instalados en España muy dispuestos enfrentar a la ETA, especialmente en Francia. Todo ello a cambio de cierto apoyo logístico y financiero, que Carrero Blanco se comprometió a entregarles a través del Servicio de Información de la Marina.         

Los planes, sin embargo, parecieron truncarse cuando a las 9.30 de la mañana del 20 de diciembre de 1973, una poderosa bomba estalló bajo el pesado automóvil Dodge Dart 3.700 color negro, de más de 1.700 kilos, en que viajaba el almirante Carrero Blanco. La explosión lanzó el vehículo a 35 metros de altura desde donde luego de chocar con la cornisa de una iglesia, cayó hacia el patio interior de una residencia de los jesuitas.         

Carrero Blanco y su chofer sorprendentemente sobrevivieron, muriendo minutos después en el trayecto al hospital. El guardaespaldas que los acompañaba pereció instantáneamente.

La conmoción que provocó el asesinato abrió de par en par las compuertas para la guerra sucia en contra de ETA. Uno de los organismos principales en esa lucha sorda y cruel, pasó a ser la Brigada Central de Información, al mando del comisario de policía Roberto Conesa, que empezó a contratar mercenarios de diversas nacionalidades.           

Conesa buscó entre los grupos de la ultraderecha española, entre los neofascistas italianos y los ex miembros de la Organización del Ejército Secreto, OAS, duramente combatidos por el Servicio de Acción Civil (SAC) creado por el general Charles de Gaulle después de varios atentados en su contra.         

Jean Pierre Cherid, un ex sargento de los paracaidistas franceses que se opusieron a la independencia de Argelia fue el contacto entre Conesa y los ex integrantes de la OAS; Della Chiaie, el vínculo con los neofascistas italianos.         

El italiano entregó a Conesa una lista de colaboradores que estaban prestos a actuar en contra de los etarras en su santuario francés. Entre ellos figuraban Mario Ricci, Pier Luigi Concutelli, Elio Massagrande, Mario Tutti y Carlos Cicuttini.         

En septiembre de 1975, el ex sargento de Carabineros de Chile, José Cuevas Segura, fue presentado en Madrid como ‘‘el señor comandante Cárdenas, del Ejército chileno’’, ante los Guerrilleros de Cristo Rey.  El autor de la presentación fue el teniente coronel de Ejército, Hugo Prado Contreras, en ese tiempo integrante de la DINA, y comisionado en Europa para obtener apoyo en las operaciones internacionales de la DINA.         

Desde 1981, tras el período de desbande de los agentes de la DINA más conocidos, Cuevas fue contratado en la sede central de Inacap, en Santiago, por el rector de ese instituto, coronel (R) Oscar Coddou Vivanco, para servir el cargo de funcionario de la Oficina de Servicios Especiales, instancia de control interno y de seguridad, a cargo del teniente coronel (R) Alfredo Palacios, oficial recomendado por Inés Pinochet Ugarte, hermana del entonces presidente de la República.         

La relativa amistad de Cuevas con Coddou se inició en España, en 1975, cuando el coronel se desempeñaba como adicto militar en ese país y, como tal, facilitó los contactos de Prado con los ultraderechistas que pululaban en la península ibérica.         

Cuevas había sido chofer de Manuel Contreras en la DINA desde 1974. En esas funciones el comandante Prado reparó en él. Era de mejor apostura que el común de los suboficiales de Carabineros y su nivel de trato con altas esferas era aceptable. Podía pasar como ‘‘el señor comandante Cárdenas, del Ejército de Chile’’ y, en consecuencia, entablar contactos de alto nivel con la condición de no abrir la boca más que para hablar de ‘‘la cruzada chilena en contra del comunismo internacional’’, de ‘‘Pinochet, líder del occidente cristiano’’ o del ‘‘común estilo heroico que hermana a los nacionalistas chilenos con sus camaradas de Europa’’.         

No obstante, el trato con los fascistas españoles no fue todo lo fructífero que esperaban Contreras, Espinoza y el propio comandante Prado. La juventud de la Falange Española puso reparos a que sus integrantes sirvieran como nexos de la DINA, incluso, a pesar de las generosas promesas de ayuda económica formuladas por los representantes del servicio secreto chileno.         

El 19 de julio de 1975, el técnico electrónico estadounidense Michael Townley, agente operativo de la DINA, bajo el nombre falso de Kenneth Enyart, salió del aeropuerto de Pudahuel en Santiago rumbo a Brasil. De allí después voló a Madrid para encontrarse con su esposa, Mariana Callejas y con el cubano anticastrista Virgilio Paz.

Los tres debían establecer una red de contactos en Europa, efectuar algunas operaciones de amedrentamiento de exiliados y recoger datos para la DINA.         

Paz viajó solo a Irlanda del Norte a fotografiar los campos donde los ingleses tenían detenidos a miembros del Ejército Republicano Irlandés (IRA). El encargo de la DINA era para contrarrestar la campaña británica en contra del régimen de Pinochet.         

Townley y la Callejas, en tanto, se dirigieron a Francia, Bélgica, Holanda y Alemania.         

En todos esos países lograron urdir una secreta trama de informantes y colaboradores. Al finalizar septiembre recibieron nuevas órdenes desde Chile: debían viajar a Italia.         

Bajaron por las rutas europeas desde Alemania a Austria e ingresaron a Italia, rumbo a Roma. Allí estaba el blanco de la DINA: Bernardo Leighton, el hombre que se esforzaba en lograr la unificación de todos los opositores al régimen de Augusto Pinochet.

Townley llamó por teléfono a un italiano, acordando reunirse en un restaurante céntrico. Al llegar con Mariana Callejas y Virgilio Paz, se encontraron con dos sujetos, uno de los cuales se hacía llamar Alfredo Di Stefano y parecía el jefe. Su nombre real -desconocido entonces para Townley- era Stefano Delle Chiaie, acompañado en ese momento por Pierluigi Pagliai, apodado ‘‘Gigi’’. 

Los italianos dijeron pertenecer al frente Juvenil del Movimiento Social Italiano.         

Añadieron, sin embargo, que no estaban nada satisfechos con sus jefes, los que habían despreciado el uso de las armas para impedir el avance del comunismo. Ellos querían acción y forjar una alianza que luchara en contra de los rojos en todos los continentes, sin tregua y con todos los medios a su alcance.         

Para ello se habían aglutinado en un movimiento propio, Avanguardia Nazionale, y contaban además con aliados como Ordine Nuovo, todos bajo la férula del diputado Pino Rauti, verdadero ideólogo de la ultraderecha violentista peninsular.         

Aldo Stefano Tisei, miembro de las bandas neofascistas, declaró ante un tribunal italiano el 3 de diciembre de 1982 que en los últimos días de 1974, se habían unido Avanguardia Nazionale y Ordine Nuovo, acuerdo al que había llegado un comité político integrado por Clemente Graziani, Elio Massagrande, Salvatore Francia, Eliodoro Pomar y Pier Luigi Concutelli. Luego de consumarse la fusión, ingresaron a la comisión política Campo Falvio y Stefano Delle Chiaie.         

Esa noche de septiembre de 1975 en Roma, Townley y Paz les explicaron a los italianos que Leighton no sólo era un enemigo del nuevo gobierno chileno, sino que también de Italia. Les insistieron también que más adelante podrían emprender muchas otras misiones similares en conjunto.         

El 6 de octubre, los italianos cumplieron su parte. Un hombre disparó sobre Bernardo Leighton y luego sobre su esposa, Ana Fresno, huyendo rápidamente. Ambos quedaron gravemente heridos.         

Una semana después, el 13 de octubre, en Miami, El Diario de Las Américas, publicó un comunicado emitido el día 10 donde el grupo ‘‘Cero’’, uno de los nombres usados por el Movimiento Nacionalista Cubano, MNC, se abjudicaba el atentado.         

Virgilio Paz había cumplido su promesa y con una operación de desinformación trataba de confundir a quienes miraban hacia el gobierno chileno o el Movimiento Social Italiano.         

Townley volvió a Chile procedente de Estados Unidos a mediados de octubre de 1975 e informó a sus jefes de las nuevas dos poderosas bases de apoyo internacional con que contaba la DINA: el MNC, en Estados Unidos y, por ende, los territorios de Norteamérica y Centroamérica; y, el núcleo de italianos de Avanguardia Nazionale en España e Italia.         

A ello había que agregar a miembros de otros grupos de ultraderecha europeos e incluso chilenos y latinos que colaborarían infiltrándose entre los exiliados y organismos que apoyaban la lucha en contra del gobierno militar chileno en varios continentes.         

Townley recordó a su jefe que el acuerdo había sido suscrito sobre la base de la colaboración recíproca y sugirió que algunos cubanos y europeos fueran invitados a Chile para capacitarlos e instruirlos.         

La red para las operaciones exteriores de la DINA estaba ya funcionando.         

Uno de los aspectos que hasta hoy permanecen poco claros es cómo y a través de quiénes los agentes de la DINA establecieron sus contactos en Estados Unidos y en Europa.         

John Dinges y Saul Landau, en su libro Asesinato en Washington, afirman que el coronel Pedro Espinoza proporcionó a Townley un contacto en el MNC cubano, el militante Pablo Castellón, que avaló la credencial DINA de Andrés Wilson, con la aprobación de Vladimir Secen, un ex integrante de los grupos croatas pro nazis, que combatieron en contra de los guerrilleros de Tito en la Segunda Guerra Mundial.         

Afirman los autores estadounidenses:         

‘‘Secen, una misteriosa figura dentro de la comunidad de exiliados cubanos, era llamado ‘‘el coronel’’ y tenía fama de estar conectado con los círculos de inteligencia latinoamericanos. Un informante del FBI de Miami, reportó que Secen, conductor de taxis, estaba relacionado con Jay Vernon Townley, padre de Michael, a través de ‘‘negocios bancarios’’ y que fue precisamente Jay Vernon quien los presentó. En su testimonio, Townley dijo que el jefe de operaciones de la DINA, Pedro Espinoza, fue quien le dio el nombre de Secen’’          

Secen aparece vinculado en los años 60 a Mile Ravlic, un activo miembro de los servicios secretos croatas que colaboraron con la Gestapo y la SS en la persecución de sus compatriotas durante la ocupación de Yugoslavia en la Segunda Guerra Mundial.         

Tras la derrota de los nazis a manos del Ejército de Liberación Nacional Yugoslavo, Ravlic huyó en 1945 a Austria y de allí a Italia, donde se mostró ante las fuerzas estadounidenses de ocupación como un declarado anticomunista, y consiguió empleo de traductor de la policía militar de los norteamericanos en Roma…         

En esas labores se vinculó al diplomático argentino José Antonio Guemes, Caballero de la Orden de Malta, que le consiguió una nueva identidad y un pasaporte para viajar a la nación sudamericana, donde llegaron varios de los más destacados criminales de guerra croatas, que fundaron en Buenos Aires el gobierno en el exilio del Estado Independiente de Croacia, reconocido sólo por el Rey Hussein de Jordania y el general Chiang Kai Shek, de Taiwán.         

Ravlic, bajo el falso nombre de Milosz de Bogetich, trabajó para el general Trujillo, reclutando emigrantes croatas para su custodia, bajo el amparo de la CIA, hasta que la central de inteligencia estadounidense decidió prescindir del dictador de la República Dominicana. En esa época, su representante en Europa, en la capital de Alemania, precisamente, era Vladimir Secen.         

Milosz de Bogetich se trasladó entonces a Madrid, donde reclutó mercenarios para combatir en Biafra, el Congo o Vietnam. Allí también, gracias a sus contactos norteamericanos, conoció a José López Rega, y empezó a frecuentar la Puerta de Hierro, el refugio en el exilio del general Juan Domingo Perón, con quien retorno en 1973 a Buenos Aires para intentar reverdecer pasadas épocas de esplendor.       

A fines de los años 60 y comienzos de los 70, coincidieron en Madrid muchos personajes que en los años siguientes cumplirían destacados papeles en Latinoamérica a las órdenes de las dictaduras militares.          

Los nacionalistas latinoamericanos veían en el régimen franquista el ideal de sociedad para sus propias naciones, modelo que en los años siguientes tratarían de implantar cuando en sus países tomaron el poder los regímenes militares.

A ese intento se sumarían ex nazis, neofascistas y ultraderechistas de los más diversos orígenes y procedencias.         

El proceso sería similar, casi tan mecánicamente calcado como el de los socialismos reales importado por los revolucionarios de izquierda que soñaban con la patria obrera soviética, la revolución castrista e incluso la China de Mao Tse Tung.         

La muerte de Franco en noviembre de 1975 hizo pensar a Delle Chiaie que el clima latinoamericano podía resultar mucho más saludable y tranquilo. En diciembre de 1975 llegó a Santiago de Chile con dos de sus camaradas -Maurizio Giorgi (Gino) y Roberto Granitti (Mario)- acompañado por los agentes de la DINA Hugo Prado y José Cuevas Segura.         

Poco después se les sumaría Pier Luigi Pagliai (Gigi), el que salió de Italia huyendo tras protagonizar un ataque con explosivos en contra de una sede del Partido Comunista.         

Delle Chiaie (Alfredo) y Graniti se hospedaron en la casa de Espinoza; Giorgi y Pagliai en la casa de Michael Townley.         

En mayo, Alfredo salió de Chile rumbo a España para efectuar un trabajo para los españoles.       

El 9 de ese mes, en el alto de Montejurra, santuario del carlismo que dejaba de confiar en el notario Blas Piñar como líder de la ultraderecha, al frente de Fuerza Nueva, se produciría una batalla política decisiva entre los herederos del franquismo.         

Ese día mientras los miembros del Partido Carlista, liderados por Carlos Hugo de Borbón, trataban de alcanzar la cima, los seguidores de Sixto de Borbón, hermano del anterior pero tradicionalista, miembros de la Hermandad Nacional de Ex Combatientes y otros grupos de ultraderecha, coparon el lugar. Entre ellos iba Stefano de la Chiaie, Mario Ricci, Augusto Cauchi y Giuseppe Calzona.         

El enfrentamiento fue violento, al final a balazos, con el resultado de dos muertos, cinco heridos a balas y más de cien lesionados. El triunfo fue para los hombres de Sixto de Borbón.

De regreso en Chile, Della Chiaie se sumió en los intereses de la DINA.         

El coronel Manuel Contreras, acompañado por los mayores Vianel Valdivieso y Hugo Prado, y el capitán Gerardo Urrich, sostuvieron varias reuniones con los italianos para medir sus talentos y luego les encomendaron la tarea de unificar y dar coherencia política a las innumerables fracciones en las que se encontraba dividido el nacionalismo chileno.         

Contreras no sólo quería preocuparse de la seguridad del régimen, sino que también de proporcionarle una base política de sustentación, cosa en la que al mismo tiempo estaban empeñados los sectores gremialistas encabezados por Jaime Guzmán, y los economistas neoliberales que trataban de aplicar un nuevo modelo de desarrollo para el país.         

Delle Chiaie se vió enfrentado entonces a la antigua militancia del Movimiento Revolucionario Nacional Sindicalista, MRNS, subdividido a su vez en los seguidores de Ramón Callis y los de Misael Galleguillos; el grupo ‘‘Tacna’’, que reconocía como mentor al abogado Sergio Miranda Carrington; el disuelto Frente Nacionalista Patria y Libertad, que aún estimaba como único líder a Pablo Rodríguez; a la Acción Nacionalista Revolucionaria, encabezada por Erwin Robertson; al grupo ’’Tizona’’, dirigido por Juan Antonio Widow y Juan Carlos Ossandón; además de una numerosa militancia nacionalista que no aceptaba conductores.         

En septiembre de 1976 tuvo lugar la primera reunión oficial de dirigentes nacionalistas locales con los fascistas peninsulares. Asistieron Misael Galleguillos, en representación del MRNS; un enviado no identificado de Franz Pfeiffer Richter, ‘‘comandante’’ del Partido Obrero Nacional Socialista Chileno; Juan Diego Dávila Basterrica, figura más bien simbólica del nacionalismo chilenos de los años 40-50; Gastón Acuña Mac Lean, nacionalista más bien solitario, próximo a Pablo Rodríguez Grez; Erwin Robertson Rodríguez, nacional socialista que empezaba por entonces a formar el centro de Estudios por una Alternativa Iberoamericana; Pedro Medina Murúa, hijo del coronel Pedro Medina, uno de los oficiales Orasa (Oficiales de Reserva Activa en Servicio Activo) más queridos por el general Pinochet, en representación de la Acción Nacionalista Revolucionaria, y algunas personas más.         

 

Para la mayor parte de los presentes quedó la sensación de que los italianos aspiraban a oficiar de mentores intelectuales de ‘‘personajes pintorescos y subdesarrollados’’.         

 

La expresión corresponde a Erwin Robertson, quien sostuvo un tenso diálogo con Alfredo, como llamaban a Delle Chiaie.         

– ¿Creen ustedes que el legado de Mussolini sea compatible con una de las expresiones más sucias del capitalismo, como es el gobierno del general Pinochet?-, planteó el abogado chileno.         

Hubo tensión entre los asistentes. Nadie desconocía que esa reunión había sido preparada por la DINA y que, con entera seguridad, había micrófonos ocultos o agentes de seguridad entre los presentes.         

-Tú estás equivocado camarada. Este gobierno no es capitalista, la línea económica es una opción pragmática. Tienes que mirar más allá de las apariencias: el manejo económico del gobierno es sólo instrumental-, respondió parsimoniosamente Alfredo.         

Robertson, ex integrante del grupo ‘‘Tacna’’ y dirigente oficioso de la Acción Nacionalista Revolucionaria, le replicó que cómo podría ser referente de la reacción nacionalista hispanoamericana y occidental ‘‘una de las formas más sucias del capitalismo’’, agregando que más de dos años de conducción política eran ya bastante ilustrativos de las pretensiones de Pinochet y de su equipo de asesores civiles.         

El intento fue un fracaso.        

El más entusiasmado en trabajar con los italianos era Pedro Medina, pero para casi todos los asistentes los italianos resultaron más bien petulantes           

Erwin Robertson diría después que los italianos comenzaron asumiendo que sus camaradas chilenos eran poco menos que indígenas sin ninguna solvencia doctrinaria y, por ende, que debían experimentar un proceso de concientización que partiera desde cero.         

Al parecer, los italianos sostuvieron cuatro o cinco reuniones de trabajo con los fascistas criollos, no habiendo surgido de ellas otro resultado que la decidida adhesión de Misael Galleguillos y del equipo de abogados de la DINA hacia sus propuestas.         

Los italianos aconsejaron a Contreras que la medida más inmediata a adoptar para unificar a los nacionalistas era la eliminación física de los elementos disidentes. Le insistieron en que nada conspira más en contra del monolitismo de un movimiento político que la heterodoxia y los afanes personalistas de liderazgo.         

El primer blanco de la purga sugerida por los italianos iba a ser el entonces egresado de Derecho, Erwin Robertson Rodríguez, según contó más tarde el abogado Guido Poli         

Manuel Contreras finalmente no autorizó el plan de los italianos y al comenzar 1976 renunció a las aspiraciones políticas de la DINA.         

Los italianos, entonces, fueron instalados en cómodas oficinas y se les dotó de diversos elementos para que trabajaran en inteligencia y desarrollaran un proyecto de propaganda transcontinental, con bases en Portugal España y Francia.         

Contreras no sólo se preocupaba de la situación interna, sino que también de los crecientes indicios de aprestos bélicos en Perú. El coronel tenía varias aprehensiones sobre esos movimientos y en particular sobre el apoyo prestado por la URSS y Cuba.         

Envió entonces a los italianos, quienes obtuvieron valiosas fotografías aéreas de instalaciones de radar y de bases móviles de misiles tierra-tierra, en territorio peruano.         

En los primeros días de abril de 1978, los neofascistas que dirigía Delle Chiaie abandonaron rápidamente Chile a través del paso fronterizo de Puyehue, frente a Osorno.         

El grupo lo integraban Stefano Delle Chiaie (‘‘Alfredo Di Stefano’’), Mauricio Giorgi (’’Gino’’), Pier Luigi Pagliai (‘‘Gigi’’), Roberto Graniti y el francés Napoleón Leclerc (‘‘Jean’’), miembro del OAS, la Organización Ejército Secreto.         

Los cinco extranjeros eran guiados por Pedro Medina Murúa, militante de Acción Nacionalista Revolucionaria, hijo del coronel Pedro Medina Arriaza y sobrino de Jorge Medina Arriaza, uno de los implicados que terminó con el asesinato del ex comandante del Ejército, René Schneider, en octubre de 1970.         

La huida de los italianos obedecía a la salida del Ejército -en marzo de 1978- del general Manuel Contreras Sepúlveda, quien en julio de 1977 había sido marginado de la DINA y el general Héctor Orozco había entrado a los cuarteles de la policía secreta.         

Luego del nombramiento del coronel Odlanier Mena, éste les hizo saber a través del abogado Guido Poli, uno de los consejeros legales de la DINA, que no tenían nada que temer y que, por el contrario, la nueva CNI se interesaba en seguir contando con ellos.         

Hasta ahora se desconocen qué misiones pudieron haber cumplido en 1977, pero aparentemente el general Mena hizo algunos esfuerzos no muy entusiastas para que el grupo de italianos continuará prestando cierto grado de asesoría política a la CNI, preferentemente en tareas de análisis de inteligencia, aspecto en que tanto la DINA como la CNI presentaban falencias.         

En abril no pudieron seguir aguantando la tensión y decidieron salir hacia Argentina donde también tenían amigos.         

Los italianos y el francés, dirigidos por Della Chiaie, la ‘‘Pimpinela Negra’’ del terrorismo internacional, temían que la vertiginosa caída de Contreras también los arrastrara.         

Ellos sabían demasiado de Contreras, de Pedro Espinoza, de Vianel Valdivieso, de Jerónimo Pantoja, de Raúl Iturriaga Neumann y de otros jefes de la DINA.         

Townley estaba hablando ante el FBI y era posible que les contara sobre ellos y sobre sus operaciones para la DINA en España, en Portugal, en Francia, en Italia, en Perú, en Argentina, en Bolivia…         

Antes de abandonar el territorio nacional, Delle Chiaie y sus secuaces hicieron una escrupulosa entrega a Medina de gran parte del material que les había confiado la DINA primero y la CNI después: seis equipos de radio VHF-UHF, varios sets de fotografías aérea del sector sur del territorio peruano y un número impreciso de carpetas con otros antecedentes diversos.         

Todos esos materiales de inteligencia fueron celosamente guardados en la casa de uno de los oficiales de la Escuela de Ingenieros de Tejas Verdes.         

Medina se puso en contacto con el general Contreras, ya fuera de la DINA y del Ejército y le relató el episodio.         

Contreras, consciente de las muy sensibles informaciones que poseían los italianos, envió a uno de sus hombres de mayor confianza, el teniente coronel Rolf Wenderoth, subdirector de la Escuela de Ingenieros, a retirar todas las especies.         

Sobre la relación de Wenderoth con Contreras, Luz Arce entregó antecedentes ante la Comisión de Verdad y Reconciliación.         

No se volvió a saber de los italianos. Tan sólo Guido Poli afirmaría después haber seguido teniendo contactos epistolares con ‘‘Alfredo’’.         

Al paso del tiempo proliferaron las versiones de que los italianos eran agentes de la CIA. Sobre el particular, no hay más antecedentes concretos que la estimación de Erwin Robertson según la cual el grupo integraba desde 1970 una célula de la entidad de inteligencia estadounidense, encargada de desestabilizar a los gobiernos de España y de Portugal, propósito que se habría logrado exitosamente.         

Después, los dardos de la CIA habrían apuntado a los gobiernos militares sudamericanos, en particular al encabezado por el general Augusto Pinochet, bajo el supuesto de que estaba en ciernes un estallido del tercerismo que habría podido provocar un desequilibrio regional lesivo para los intereses de Washington.         

La historia de ‘‘Alfredo’’ y sus vínculos con Chile, aún distaba mucho de terminar. En Argentina y más tarde en Bolivia, trabajando con el criminal nazi Klaus Barbie, agregaría nuevos e importantes capítulos a su agitada vida.

por Manuel Salazar Salvo


El enfrentamiento de dos bandos

Fuente :revistaanfibia.cl, 17 de Agosto 2023

Categoría : Prensa

A comienzos de los años ochenta, con una crisis económica desatada y el comienzo de las protestas populares, los nacionalistas vieron una oportunidad para recuperar la influencia y los cargos que habían perdido a manos de los gremialistas, liderados por Jaime Guzmán. De acuerdo con documentos hasta ahora inéditos, basados en informantes y espionaje político, Guzmán y sus hombres proyectaban que la dictadura no sobreviviría más allá de 1985 y negociaban en secreto con la oposición una transición anticipada y “una salida honorable” para Pinochet. En ese estado de cosas, Puga denunciaba que los gremialistas “son ratas que abandonan el barco”.

Este artículo es parte de El primer civil de la dictadura, proyecto multimedia de Revista Anfibia y la Universidad Alberto Hurtado en conmemoración del 50 aniversario del golpe de Estado. 

Decía que casi no se tomaba vacaciones. Ni vacaciones ni feriados ni fines de semanas libres. Menos ese año de 1983, año convulso, en que asomaba un peligro pero también una oportunidad para que los duros del régimen como él, que habían quedado desplazados de los cargos altos y medios de la administración pública, volvieran a ocupar el lugar que creían merecer en el gobierno de facto. Su gobierno. De ahí que ese domingo 15 de mayo, cuatro días después de la primera jornada de protesta nacional contra la dictadura, el propagandista y asesor de inteligencia Álvaro Puga Cappa se sentó frente a su máquina de escribir y redactó un informe de “Evaluación Política” en que analizó “el golpe sorpresivo” de los actos de protesta de esa semana, “que no (sólo) están radicados en un sector de bajos ingresos de la población, sino que están diseminados en toda la ciudad de Santiago, con especial connotación en los barrios considerados de clase media y alta”.

Casi diez años después de que las Fuerzas Armadas asaltaran el Palacio de La Moneda, el país vivía una crisis económica sin precedentes desde 1929. Quiebra de cientos de empresas, intervención de la banca y entidades financieras y un desempleo que ese año llegó al 26 por ciento. En ese estado de cosas, “la desobediencia civil puede alcanzar grados insospechados, al mismo tiempo que puede desarrollar una velocidad inusitada que lleve al país a un estado de conmoción interna”, hace saber Puga en ese informe de mayo de 1983 que si bien no tiene destinatario, como otros en esa época puede suponerse dirigido a la dirección de la Central Nacional de Informaciones (CNI), con la que colaboraba. 

A su parecer, la dictadura estaba bajo amenaza, la dictadura y sobre todo el hombre que la encabezaba, porque el “enemigo político del régimen (…) lamentablemente hoy está más dentro del Gobierno que fuera de él”. Un enemigo “sectario y excluyente”, que a decir del suscrito respondía al liderazgo de Jaime Guzmán Errázuriz, ideólogo y asesor legislativo de la Junta Militar de Gobierno que dos décadas atrás había formado el movimiento gremialista y tenía a varios de sus discípulos ocupando ministerios y cargos de relevancia. 

Puga usaba la figura de los nacionalistas como amantes del dictador, en un escenario en que los gremialistas, y en particular Jaime Guzmán, eran la esposa oficial del régimen.

Como se desprende de ese y los siguientes informes que elaboró ese año, la crisis económica y las protestas tenían a la dictadura en vilo, con sus días contados. El cálculo de los dirigentes políticos de gobierno y de oposición era que la Junta Militar no sobreviviría más allá de 1985, anticipó otro informe del mismo asesor. En ese estado de cosas, Puga insistió en que los gremialistas conspiraban en contra del gobierno, en conjunto con otras fuerzas políticas, con el objetivo de “obtener el traspaso lo más pronto posible a los civiles del poder”. 

Era un nuevo capítulo de una guerra civil al interior de la dictadura que había comenzado hacia mediados de los años setenta. De un lado los llamados duros, con los que se identificaba Álvaro Puga, cercanos al movimiento nacionalista y a la CNI. Del otro, los que la prensa oficialista bautizó como los blandos, que no eran otros que los gremialistas afines a Jaime Guzmán y que en rigor, de blandos tenían poco. Como sea, los informes iluminan sobre las dos almas que pujaron por influir y obtener cargos en la dictadura. 

Ese domingo de mayo de 1983, cuando los ecos de las cacerolas aún resonaban en la ciudad, Álvaro Augusto Pilade Puga Cappa siguió martillando su máquina de escribir y se preguntó qué se podía esperar de los hombres de Guzmán. A fin de cuentas, sentenció, son “personas relevantes que hasta ayer apoyaban al gobierno y que hoy han abandonado el barco con una rapidez digna de ciertos roedores”.

RATAS, RATONES, ROEDORES

Lo de los roedores no era algo nuevo en el léxico de Álvaro Puga. Ocho año antes, cuando la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) ejecutó la Operación Colombo, un montaje comunicacional tendiente a encubrir el asesinato y desaparición de 119 opositores, fue él quien distribuyó la información falsa a medios de prensa chilenos que derivó en el titular de La Segunda que esa tarde de 24 de julio de 1975 rezaba Exterminados como ratones. Su responsabilidad en el montaje quedó establecida en un fallo del Tribunal de Ética del Colegio de Periodistas de Chile.

Como se ve, en el universo del asesor de la CNI, esa denominación le cabía tanto a los opositores a la dictadura como a los seguidores de Jaime Guzmán. La disputa entre ambos se había desatado al poco de iniciada la dictadura, cuando Puga dirigía la oficina de Asuntos Públicos y tenía de subalterno a Guzmán. En principio parecían entenderse, si es que no estimarse, de lo que da cuenta una tarjeta de Navidad enviada por Puga en 1975. Sin embargo, el joven abogado pronto destacó con luces propias, tomó distancia del pensamiento nacionalista y se alzó en asesor favorito de Pinochet y la Junta Militar de Gobierno. 

Simpatizó con el desembarco de los Chicago Boys en el gobierno, precursores de las políticas neoliberales, gestionó cargos para sus cercanos y diseñó la arquitectura jurídica institucional que en parte sigue rigiendo hasta hoy en Chile. “Hondamente católico, de misa y comunión diarias, derechista visceral (pero sin partido) soltero con visos de solterón, parecía un «niño viejo» por la corta estatura, la calvicie avanzada y los gruesos anteojos de miope. Pero esa apariencia escondía cualidades amables —le gustaba la música, la buena mesa, la charla distendida con amigos, imitar magistralmente el habla de personajes famosos— y hasta inesperadas: así la pasión por el fútbol (era árbitro titulado) o por los Festivales de la Canción de Viña del Mar”, lo define el historiador y ex ministro de la dictadura Gonzalo Vial en Pinochet. La biografía (El Mercurio/Aguilar, 2002).

Una vez que se acomodó y encontró un lugar de privilegio desde el cual influir, no tardó en tomar distancia de Puga y los nacionalistas, que comulgaban con el viejo corporativismo y fueron perdiendo cargos y poder. Y había otra cosa: Puga era muy cercano a Manuel Contreras Sepúlveda, director de la DINA y simpatizante nacionalista, que aborrecía a Guzmán y desconfiaba de él y lo espiaba, con el propósito de enfrentarlo a Pinochet. 

Un informe secreto de la DINA sobre Guzmán, citado por Vial en su biografía, da cuenta de “un individuo brillante”, para quien la política “es un tablero de ajedrez donde maneja desde Su Excelencia el Presidente de la República, aunque él crea lo contrario”, hasta el último funcionario de gobierno. Lo que omite Vial de ese informe es que dice además que Guzmán estaba empeñado en “la búsqueda misionera de adeptos entre los hijos de personajes de poder empresarial y periodístico, obviamente para llegar a los padres”; y que con ellos “forma su grupo de ayudantes y admiradores” a los que “les da retiro” en su departamento de calle Galvarino Gallardo, que tiene “a disposición de sus «jóvenes amigos»”.

El informe está fechado en noviembre de 1976 y bien pudo haberlo escrito Puga. De hecho, tal como lo hizo una década después, en el mismo informe alerta que Guzmán y los suyos persiguen desplazar a Pinochet y la Junta “para ubicarse (ellos) físicamente en ese puesto” y lograr una “apertura política amplia”. Aún no estaba acuñado el término de los duros y los blandos al interior del régimen; comenzó a instalarse a partir de un titular de 1979 de la revista Qué Pasa que dio cuenta de las dos almas al interior del gobierno, a propósito del debate sobre el proyecto de una nueva Constitución. La denominación puede llevar a equívocos, si es que no a una mirada condescendiente de unos sobre otros. Como plantea Manuel Gárate en su libro La revolución capitalista de Chile (Ediciones UAH, 2002), el proyecto económico y social de los Chicago Boys, que hicieron suyo los gremialistas, “no podía llevarse a cabo sin un marco represivo acorde a la profundidad y rapidez de los cambios impuestos desde el poder central”, que implicó privatizaciones entre gallos y medianoche y la reducción profunda de gasto público y derechos laborales, entre otras medidas. 

Los blandos necesitaban de los duros, y según la ocasión, podían ser tanto o más duros que los otros. El mismo Guzmán, en una de sus primeras recomendaciones como asesor, planteaba en un memorándum que “el éxito de la Junta está directamente ligado a su dureza y energía, que el país espera y aplaude. Todo complejo o vacilación a este propósito será nefasto”. 

Como sea, la disputa entre ambos, que pareció haberse zanjado para siempre en la segunda mitad de los setenta, una vez que se asumió el modelo neoliberal, volvió a revivir a comienzos de la década siguiente. Una portada de noviembre de 1982 de la revista Hoy es elocuente al respecto. Retratados por un caricaturista que los sitúa de frente, desafiantes, en un duelo de gallitos, Puga y Guzmán aparecen en portada con el titular Dos oficialistas en pugna. En las páginas interiores se da cuenta de un ambiente de “antesala de un apocalipsis político”, producto de la crisis económica y el desprestigio de los Chicago Boys, a quienes hasta hace poco se atribuía un “milagro económico”. El país está próximo a estallar y Guzmán, en respuesta a una virulenta columna de Puga en La Tercera, identifica a este último entre los “exponentes del fascismo criollo”. De vuelta Puga responde con dureza, como sabe hacerlo. Guzmán y sus acólitos “son ratas que abandonan el barco”, dice. 

LOS AMANTES SECRETOS DEL RÉGIMEN

A la semana siguiente de la primera jornada de protesta nacional, el analista volvía a redactar un nuevo informe político. Y luego otro, y otro, y otro. La coyuntura política de esos días no daba tregua al asesor y su máquina de escribir. Como si no hubiera quedado claro en el informe anterior, este del 19 de mayo de 1983 da por hecho que “el desembarco del sector gremialista del Gobierno continúa de una manera tan precipitada que da la impresión de que creen que ha llegado la hora del fin del Gobierno”. Y tres días después, un domingo 22 de mayo, acusa una “confabulación de la derecha política con la Democracia Cristiana, la Social Democracia, el Partido Socialista y grupos como los gremialistas y otros, que están realizando un trabajo de unión en la cúpula que les permite, bajo el alero de la Iglesia Católica, llegar a poner al Gobierno en una disyuntiva fatal”. 

Para mayor abundancia, un mes después, informa de una “reunión conspirativa” celebrada en la casa del ex senador Fernando Ochagavía Valdés, a la que concurrió lo más granado de la antigua derecha chilena. Francisco Bulnes Sanfuentes, Julio Durán Neumann, Sergio Diez Urzúa, Juan de Dios Carmona Peralta y el dueño de casa. Y, claro, cómo no, Jaime Guzmán Errázuriz, que de acuerdo con el informe propone “una salida honorable” a un general Pinochet acorralado por las protestas y una economía en crisis. “En caso contrario”, reporta Puga, citando lo que habría dicho Guzmán, “el grado cada vez más creciente de descontento popular podía llevar al país a una guerra civil que indudablemente el general Pinochet desconocería hasta que ella se hubiera producido en sus narices”.   

Todos los que estuvieron presentes en esa reunión están muertos. Y todos los dirigentes políticos del gremialismo de ese entonces contactados que siguen con vida —Juan Antonio Coloma, Andrés Chadwick, Javier Leturia,  Hernán Larraín— no atendieron los llamados o declinaron hablar para esta serie de reportajes. En su biografía sobre Pinochet, al dar cuenta de este periodo, el historiador Gonzalo Vial dice que “se agrietaba el respaldo de que había gozado el régimen militar en aquellos sectores político-sociales que, hasta entonces, siempre estuvieron con él”. Y Guzmán, en su libro Escritos personales (Zig Zag, 1992), sitúa 1982 como el año en que se interrumpe “un trabajo bastante estrecho con diversos ministros de Estado”, sin entrar en detalles sobre los motivos del fin de esa colaboración. 

La llegada de Sergio Onofre Jarpa al Ministerio del Interior en agosto de 1983  fue una derrota para los gremialistas, que fueron desplazados de sus cargos junto a varios Chicago Boys, aunque no perdieron del todo su poder.

Quizás el distanciamiento definitivo está marcado por el cambio de gabinete que significó la salida del general de brigada Enrique Montero Marx como ministro de Interior, reemplazado en agosto de 1983 por un viejo político de derecha como era Sergio Onofre Jarpa. El líder de los gremialistas, escribe Puga, se opuso a ese cambio porque decía “que manejaba a Montero plenamente”. Según el biógrafo de Pinochet, Onofre Jarpa hizo “una razzia anti gremialista y anti Chicago Boys” apenas quedó instalado al frente del Ministerio del Interior, encomendado a abrir el diálogo con la oposición y flexibilizar la censura de prensa. El fin del régimen se veía cerca. 

En ese estado de cosas, los nacionalistas vieron una oportunidad para recuperar la influencia perdida al interior de la dictadura. Pero esa tarea no era nada fácil. El mismo Puga, en el citado informe del 22 de mayo de 1983, se quejó de que aún en el escenario descrito —cuando “la situación económica del país está siendo cada vez más grave y cuestionada” y “la calle pertenece a la oposición”—, “hasta los nacionalistas se sienten heridos en su apoyo, que ha sido rechazado reiteradamente, y frente a los cuales se mantiene una actitud poco menos que de secreta relación”. 

Los nacionalistas como amantes del dictador. Una relación no enteramente reconocida ni menos correspondida. Esa misma figura usó Puga tres décadas después, en una serie de entrevistas con el autor de este texto, cuando dijo que desde fines de los setenta solía reunirse con Pinochet en el Club Militar o en la oficina de la Comandancia en Jefe del Ejército, nunca en La Moneda, porque ahí podía encontrarse con Jaime Guzmán. “Ya se guiaba mucho por Guzmán, yo no sé, estaba encandilado por ese tipo, entonces yo era como el amante secreto”.

Pinochet pudo haber estado encandilado por Guzmán, pero en La historia oculta del régimen militar (La Época, 1988), de Ascanio Cavallo, Manuel Salazar y Óscar Sepúlveda, se dice que para 1984 las relaciones del abogado gremialista y La Moneda “habían llegado a su punto más bajo”. También se dice que un año antes Pinochet se allanó a integrar a algunos nacionalistas al gabinete, cosa que al final se frustró, y que por esas mismas fechas Pinochet celebró un almuerzo en su casa de Bucalemu con “algunos nacionalistas de relieve, que tenían una severa opinión sobre lo que estaba ocurriendo” y “acusaban al gremialismo de copar las subsecretarías y hacer la guerra contra los cambios que el gobierno requería”. El libro no da cuenta de los nombres de los presentes en el almuerzo, a excepción de uno en particular: 

“La velada tuvo un final gentil y amistoso gracias a que un joven capitán llamado Álvaro Corbalán la animó con la guitarra”.

El agente de la CNI Álvaro Corbalán tocó la guitarra en un encuentro de nacionalistas en la casa de Pinochet (CC BY 3.0 CL, via Wikimedia Commons)

LA LEALTAD ES NUESTRA HONRA

Además de músico aficionado, figura de la farándula nocturna y agente operativo de la CNI, el capitán de Ejército Álvaro Julio Federico Corbalán Castilla fue uno de los precursores de Avanzada Nacional, el movimiento que los nacionalistas chilenos fundaron en 1983 con el objetivo de proyectar la figura de Augusto Pinochet y dotarla de una base de apoyo popular para su permanencia en el poder. Un ejército de civiles incondicionales, no como los otros. De hecho, el lema del movimiento fue La lealtad es nuestra honra, fronterizo con el lema de las SS del nacionalsocialismo: Mi honor se llama lealtad.

Como se relata en uno de los reportajes de esta serie, el debut de Avanzada Nacional ocurrió el 10 de septiembre de 1983, en un acto en el cerro San Cristóbal de Santiago que fue transmitido en directo por Televisión Nacional de Chile, gracias a los oficios del agente Corbalán, que gestionó las transmisiones de la televisión pública. Mucho menor atención tuvo el evento en la prensa del día siguiente. En una nota breve de Las Últimas Noticias, se informó que “centenares de jóvenes pertenecientes al movimiento «Avanzada Nacional» realizaron anoche una vigilia y un acto de homenaje «en agradecimiento a los 10 años de Gobierno de las Fuerzas Armadas», en la cumbre del cerro San Cristóbal”. 

El agente de la CNI Álvaro Corbalán fue uno de los precursores de Avanzada Nacional, el movimiento que los nacionalistas chilenos fundaron en 1983 con el objetivo de proyectar la figura de Augusto Pinochet y dotarla de una base de apoyo popular para su permanencia en el poder. 

Sus orígenes se remontaban a la revista filo fascista Avanzada, creada por el abogado y colaborador de los servicios represivos de la dictadura Guido Poli Garaycochea. También al rumano Horia Sima, precursor de la Guardia de Hierro que apoyó a la Alemania nazi y luego a Francisco Franco. Según el periodista Manuel Salazar, Sima recomendó a los nacionalistas chilenos “fundar un partido político que aglutinara a los seguidores de Pinochet y proyectara su gobierno hacia el futuro”. La tarea le fue encomendada al agente Corbalán, con el beneplácito de los mandamases de la CNI, que que a la vez obedecían órdenes de Pinochet. Como era un movimiento formal, que aspiraba a fundar un partido político, Avanzada Nacional tuvo emblema, himno y una doctrina que Corbalán le encomendó escribir a su amigo Álvaro Puga. 

Esto último también lo narra Manuel Salazar en Las letras del horror. Tomo II: la CNI (LOM, 2012), que aborda el papel de Puga en los orígenes del movimiento y sus vínculos con la CNI. Puga era un hombre con iniciativa, acostumbrado a actuar en las sombras. Así, el 29 de agosto de 1983, en los diarios nacionales apareció un extraño inserto a página completa de una tal Alianza Independiente de la que hasta entonces nadie había escuchado hablar y que llamaba “a formar un gran movimiento cívico-militar (….) que proyectará fecunda y duraderamente hacia el futuro la labor del actual Gobierno”. 

En lugar de un nombre, el inserto estaba firmado únicamente por una cédula de identidad. Y claro, al día siguiente se supo que esa cédula pertenecía a Álvaro Puga Cappa. 

Aunque puede suponerse que ese inserto fue una suerte de manifiesto de los principios que inspiraron a Avanzada Nacional, un par de días después uno de los principales referentes del nacionalismo chileno, Pablo Rodríguez Grez, cuestionó la representatividad de la publicación y al mismo Puga. Y de vuelta, en el mismo artículo, como si se tratara de una comedia de equivocaciones, Puga “negó valor, credibilidad y plausibilidad a lo dicho por Rodríguez, o más aún, a la mera posibilidad de que lo haya dicho”. 

Ni los nacionalistas de ese entonces ni Puga se caracterizaban por su disciplina partidaria y espíritu de camaradería. En eso se diferenciaban por lejos de los gremialistas. Mucho más tarde, Puga reconoció que “en general me llevaba muy bien con los militares; mi problema era con algunos civiles”. Cómo no. A fin de cuentas, fueron los civiles adeptos a Jaime Guzmán quienes lograron sacarlo de la jefatura de la oficina de Asuntos Públicos, a fines de los setenta, luego de acusarlo de quedarse con un porcentaje de los avisos publicitarios que contrataba a nombre del gobierno. 

UN TENTÁCULO DE LA CNI

Aun cuando a mediados de los ochenta Jaime Guzmán estaba distanciado de las altas esferas del poder dictatorial, y aun cuando el historiador Gonzalo Vial asegura que la llegada de Sergio Onofre Jarpa al gobierno hubo una razzia gremialistas, los documentos de Puga dan cuenta de que los hombres de Guzmán se las arreglaron para seguir ocupando cargos de relevancia. Subsecretarías, alcaldías, jefaturas de servicios, cargos técnicos y directivos de las empresas públicas que aún no se privatizaban. En la práctica, de acuerdo con un informe de fines de 1983, eran “cientos de funcionarios públicos a quienes ellos (los gremialistas) colocaron en la administración mientras les duró el poder y que hoy defienden contra viento y marea, ejerciendo siempre ese poder de un modo bastante misterioso, porque nadie ha podido llegar a saber cuál es el puente que utilizan para convencer al Presidente de la República, de manera tan rápida (…) mientras los verdaderos partidarios son perseguidos y acosados permanentemente”.

Los verdaderos partidarios del gobierno estaban agrupados en torno a Avanzada Nacional, que se fundó con el propósito de perpetuar el poder de Pinochet, al tiempo que el ministro Jarpa llevaba a cabo un proceso de apertura y negociación política. Los gremialistas también hicieron lo propio, y por esas mismas fechas crearon la Unión Demócrata Independiente (UDI). Sergio Onofre Jarpa, escribe Puga, “sigue siendo para muchos partidarios del gobierno y ex partidarios la figura clave de los próximos meses, porque en él esperan encontrar el término medio que se requiere para adelantar el cronograma político y poner al país en un gobierno democrático antes de 1985”.

Con ese ánimo anticipatorio que lo impulsaba, ayudado por informantes y acciones de espionajes, el asesor se enteró de que hasta el mismo Jarpa y sus cercanos “están preparando el gran partido de derecha (…) que empezaría en el sur de Chile y con el cual proyectan reunir 1.000.000 de votantes”. Ese partido, que el memorando identifica como Alianza Nacional, bien pudo ser Unión Nacional, que a partir de 1987 fue inscrito con el nombre de Renovación Nacional. 

Aunque Avanzada Nacional se oponía al proceso de apertura política, en la agrupación se quejaban de ser excluidos de las negociaciones en La Moneda. De eso habla en parte un memorándum que se presume de 1984, relativo a una reunión convocada por el jefe de gabinete de Jarpa a la que fueron invitados todos los líderes políticos, a excepción de los de Avanzada Nacional, “porque según la expresión de uno de los integrantes de ese gabinete, ese movimiento sólo «es un tentáculo del CNI»”. 

Quién sea que haya dicho eso, estaba en lo correcto. En su primera directiva, por nombrar a los dos más visibles, estaban el cantautor Willy Bascuñán y el músico Óscar Olivares, uno de los dos integrantes del grupo Los Perlas. Una fachada de quienes estaban detrás, gobernando en las sombras, en favor de un proyecto que según un artículo de la revista Qué Pasa “rechaza por igual el marxismo y a la democracia tradicional de orientación liberal”.

Ni los nacionalistas de ese entonces ni Puga se caracterizaban por su disciplina partidaria y espíritu de camaradería. En eso se diferenciaban por lejos de los gremialistas.

En buenas cuentas, era un movimiento a la medida de Pinochet, que a decir del ex diputado y funcionario de la dictadura, Maximiano Errázuriz, solía encargarle tareas políticas a la CNI. Alguna vez le pidió incluso “un plan de desarrollo sobre cómo y hacia dónde debía avanzar el país”. En ese entendido, no es extraño entonces que le encargara también la fundación de un movimiento político como Avanza Nacional. Un partido “de mercenarios, vendidos al neoliberalismo”, dice hoy Roberto Thieme, uno de los fundadores del Frente Nacionalista Patria y Libertad, quien tomó distancia de la dictadura y los nacionalistas de su generación, que a su juicio terminaron “fanatizados” por la figura del dictador. 

De hecho, el 9 de julio de 1986, en el gimnasio La Tortuga de Talcahuano, Avanzada Nacional organizó un primer gran acto de masas en el que Pinochet recibió un carné simbólico que lo acreditaba como el primer militantante de ese partido, formalizado al año siguiente ante los nuevos registros electorales. 

Fueron reabiertos el 25 de marzo de 1987, y la mañana de ese día, Augusto Pinochet Ugarte, sonriente, vestido de civil, de traje color crema, zapatos blancos y una perla prendida a la corbata, fue el primer ciudadano chileno en inscribirse. 

JUNTOS Y REVUELTOS

En un reportaje de la revista Cauce, publicado en julio de 1986, se dice que Avanzada Nacional era controlada en las sombras por un agente de la CNI al que llamaban Álvaro Valenzuela y que el partido recibía recursos millonarios de ese mismo servicio represivo y de la Secretaría General de Gobierno. Más tarde se supo que Álvaro Valenzuela era la chapa de Álvaro Corbalán Castilla, ex agente operativo que hoy cumple cadena perpetua por varios crímenes en dictadura y que en 1989 llegó a dirigir el partido con su verdadero nombre. 

Aunque Avanzada Nacional se oponía al proceso de apertura política liderado por Jarpa, en la agrupación se quejaban de ser excluidos de las negociaciones en La Moneda.

En la misma revista se recoge el testimonio de un dirigente, que reconoce que, además de proselitismo, Avanzada Nacional realizaba atentados a parroquias y acciones de amedrentamiento a opositores, de modo de “ir creando un clima de terror en la población”. Y que en tanto grupo paramilitar, con fachada de partido, la agrupación postulaba en sus estatutos que “todo cuanto se hace al interior del movimiento tendrá siempre el carácter de secreto”. 

En paralelo a sus actividades secretas, en Avanzada Nacional reunían firmas para constituirse legalmente como partido político, de manera de afrontar las elecciones que se avecinaban a fines de los ochenta, en el comienzo de la transición a la democracia. Lo mismo hacían Guzmán y sus seguidores en favor de la Unión Demócrata Independiente, que una vez sorteada la crisis económica, volvieron a declarar lealtad a Pinochet y lo apoyaron en su postulación al plebiscito de 1988. En el fondo, nunca lo abandonaron del todo. Ni tampoco Pinochet los abandonó. Ya lo decía Álvaro Puga, en vísperas de la primera protesta nacional de mayo de 1983. Una y otra vez, pase lo que pase, “curiosamente quienes representan al gremialismo en sus ideas políticas y económicas son rehabilitados públicamente”.

por Juan Cristóbal Peña


Ministro en visita Vicente Hormazábal encabeza reconstitución de escena de homicidio de exintendente

Fuente :Poder Judicial, 22 de Febrero 2023

Categoría : Prensa

En la diligencia el ministro Hormazábal tomó declaración a la víctima sobreviviente, tres testigos de los hechos y a los militares en retiro acusados Gustavo Camilo Ahumada, Jerman Ocares Morales y Luis Pavez Silva; además de René Ojeda Caro, empleado civil y reservista del Ejército.

El ministro en visita extraordinaria para causas por violaciones a los derechos humanos de la Corte de Apelaciones de La Serena, Vicente Hormazábal Abarzúa, encabezó la reconstitución de escena del homicidio calificado del exintendente de Antofagasta, Daniel Acuña Sepúlveda, y el homicidio frustrado de su hijo, Roberto Acuña Araneda. Ilícitos perpetrados en agosto de 1979 por agentes de la Central Nacional de Inteligencia (CNI), en el sector de Tierras Blancas de la comuna de Coquimbo.

En la diligencia (causa rol 2-2010), el ministro Hormazábal tomó declaración a la víctima sobreviviente, tres testigos de los hechos y a los militares en retiro acusados Gustavo Camilo Ahumada, Jerman Ocares Morales y Luis Pavez Silva; además de René Ojeda Caro, empleado civil y reservista del Ejército.

“Esta es una causa en la que se está investigando el homicidio calificado de don Daniel Acuña y el homicidio calificado, pero en el carácter de frustrado, de su hijo don Roberto Acuña. Estamos ya en la etapa de plenario, en la etapa de medidas para mejor resolver, y en esa etapa del proceso decidí efectuar la reconstitución de escena para los efectos de prodigar el buen uso del derecho a defensa que tienen todos los acusados”, manifestó el ministro Hormazábal.

Con los antecedentes recopilados en la causa, el ministro en visita tiene por acreditado que en horas de la madrugada del 13 de agosto de 1979, llegó hasta el domicilio de Daniel Acuña Sepúlveda un grupo de agentes de la CNI de La Serena. En el portón del inmueble, dispararon en contra de su hijo Roberto Acuña, quien herido en el estómago logró huir del lugar y sobrevivir. Tres agentes ingresaron a la vivienda y, al ubicar a Acuña Sepúlveda, lo abatieron con disparos para, luego, destrozar su cuerpo con dinamita.

En la causa, también se sindica como autor del delito de homicidio calificado al otrora jefe de la Central Nacional de Inteligencia para regiones, Juan Viterbo Chiminelli Fullerton, quien dio la orden de eliminar a Acuña Sepúlveda; y como encubridor, al abogado Guido Poli Garaycochea, quien tras los hechos junto al jefe de la CNI local Patricio Padilla Villén, sobreseído definitivamente por fallecimiento en mayo de 2013, instruyó a los agentes que participaron directamente en los hechos sobre lo que debía declarar ante la justicia, maniobra destinada al encubrimiento de los ilícitos.

En la diligencia, el ministro Hormazábal Abarzúa contó con la colaboración de funcionarios de la Brigada de Derechos Humanos y peritos del Laboratorio de Criminalística de la Policía de Investigaciones.