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Del Estadio Regional de Concepción a Chacabuco

 

Este miércoles 14 de enero se realizó en Santiago, una Tertulia cultural para recordar los 34 años de la apertura del Campo de Prisioneros de Chacabuco ubicado en el árido desierto norteño y al cual la Región del Bío Bío “contribuyó” con más de un centenar de presos políticos.

En ese marco, me he permitido, a petición de un amigo que está escribiendo un libro sobre las vivencias de muchos de nosotros en ese lejano territorio de la Región de Antofagasta, intentar un pequeño relato que sea un aporte para la memoria colectiva regional. 

El 18 de enero de 1974 el Estadio Regional de Concepción, que en esa fecha albergaba a cerca de un millar de prisioneros políticos vio alterada su siempre nerviosa rutina. Varias decenas de los transitorios habitantes del campo deportivo, en el que habían hombres y mujeres separados por una simple reja metálica, comenzaron a ser llamados y fichados por enésima vez, con la diferencia que esta vez fueron fotografiados y conminados a sacar sus pertenencias de las improvisadas celdas que constituían los camarines de este campo deportivo.

 La incertidumbre fue total. Luego del “fichaje” fuimos formados con nuestras vituallas, separados de nuestros compañeros y enviados a un camarín con piso de cemento, húmedo y con una verdadera plaga de pulgas que agregada al desconcierto de no saber que pasaría con nosotros, no nos permitió dormir en toda la noche.

Tal vez esa noche será una de las más difíciles de olvidar. Se nos informó que cada uno de nosotros podría escribir una carta a sus familiares más cercanos, lo que obviamente hizo que el panorama fuera más tétrico ya que de inmediato surgió la idea de que seríamos trasladados a otro lugar, de que nos fusilarían o que nos tirarían al mar…

Al darnos cuenta de que el grupo estaba compuesto fundamentalmente por lo que en esa época podría ser definido como la clase dirigente de la región, pensamos que nada bueno nos esperaba en el futuro inmediato, lo que sería confirmado muy temprano del día 19 de enero cuando separados del resto de los prisioneros políticos, fuimos subidos a unos buses que nos llevarían al aeropuerto de Carriel Sur. De allí a un avión Hércules que partió con rumbo desconocido incrementando las especulaciones que cada uno tenía y que no podía compartir con sus pares ya que estaba prohibido conversar.

Luego de un par de horas de vuelo, llegamos –como sabríamos más tarde- al Aeropuerto Cerro Moreno de Antofagasta en el norte de Chile, ubicado a más de 1.500 kilometros de Concepción.

Allí, además de un fuerte contingente militar, nos esperaban nuevos buses que luego de una rápida revisión nos trasladaron, por pleno desierto, a un antiguo campamento salitrero llamado “Chacabuco”, al que llegamos al caer la tarde norteña mientras aún estaba de día.

La impresión de ver reproducido, “en vivo y en directo” un campamento de prisioneros muchas veces visto en las películas sobre el nazismo alemán, con altas torres de vigilancia, doble fila de alambradas, tanquetas, fusiles y militares con orden de disparar ante cualquier intento de resistencia, nos hizo pensar que nuestra estadía allí no sería corta ni tranquila.

Nueva formación al estilo militar,  con la ficha de antecedentes en mano se nos revisó uno por uno, se nos dieron instrucciones para la convivencia cotidiana y se nos informó que no podríamos tener contacto alguno con los prisioneros de Santiago que ya se encontraban desde hacia algún tiempo allí. A su vez, a ellos se les notificó igualmente que no podrían relacionarse con “los de Concepción” ya que este era un grupo de alta peligrosidad.

Entre el “peligroso grupo de 59 extremistas y subversivos” llegados desde el sur del país, se encontraban Galo Gómez Oyarzún, Vicerrector de la Universidad de Concepción, los académicos Alejandro Witker, Aníbal Matamala, Mario Benavente Paulsen, Eugenio García y Orlando Retamal, los médicos Jorge Peña Delgado, Carlos Hinrich Olivares y Nazif Paluan, los dirigentes provinciales de la CUT Emilio Cisternas y Heriberto Krumm,  Tambien estaban dirigentes representativos de los Partidos de la Unidad Popular encabezados por quien fuera su Presidente, el abogado Marcel Cerda, además de Eliécer Carrasco del Partido Socialista, el Ex Intendente PC Luis Egidio Contreras, Gabriel Reyes Arriagada de la Izquierda Cristiana, Enrique Torres Zapata del MAPU   y el vocero público del MIR el abogado Pedro Henríquez.

Otro grupo relevante de “extremistas” estaba integrado por la plana mayor de los sindicatos del carbón, los “Manueles” Sanhueza (por coincidencia los dos dirigentes tenían el mismo nombre y apellido), Jorge Chamorro y Juanito Alarcón. La zona minera, además de sus principales dirigentes, “aportó” con el regidor de la comuna de Coronel Ernesto Austin y con el paramédico José Riquelme, apodado “Cambise”. La provincia de Arauco tenía su propia “delegación”: el dirigente mapuche Juanito Neculqueo, y el entonces Alcalde de Arauco Jaime Gayoso  integraban parte de este selecto grupo “terrorista”.

También en el grupo estaban dos dirigentes del principal hotel penquista “El Araucano”, Joel Matamala y Luis Madrid, además de los  jóvenes dirigentes Dagoberto Reyes, el “negro” Godoy, Rodrigo Medina, Vasily Carrillo, Leonardo Archiles y el Nene Sanhueza quien llegó a Antofagasta sin zapatos. En “representación” de Los Angeles estaba el contador Jorge Munita, mientras que Chillán era representado por el joven Pedro Naranjo.

Un personaje cuyo verdadero origen nunca pudimos conocer era el “Cojo” Munita, quien se caracterizaba por una abundante verborrea y una excelente y curiosa relación con los militares a cargo de la cocina. Ningún Partido lo reconoció como militante y se rumoreaba que había caído detenido, como muchas personas, por denuncias no relacionadas con temas políticos.

Los momentos de angustia vividos en la recepción se borraron en pocas horas, ya que la fuerza de los hechos hizo imposible la prohibición de no relacionarnos con los prisioneros de Santiago entre los que reconocimos a amigos y camaradas de muchas luchas.

El Presidente del Concejo de Ancianos –organización de los presos políticos aceptada por los militares-  el ex diputado Patricio Hurtado, fue el primero, que la misma tarde de nuestra llegada,  tomó contacto con nosotros y nos informó en detalle cuándo y cómo llegaron los primeros “habitantes” del Chacabuco del oprobio y que en la gloriosa época del boom salitrero fuera una de las más importantes oficinas del norte chileno.

No tardamos mucho en organizar nuestra nueva vida. Ocupando lo que fueran las antiguas moradas de los mineros del salitre, nos distribuimos en grupos de 6 personas por casa, con un sistema de turnos para el aseo y el apoyo de la dieta alimenticia bajísima en calorías y que complementábamos con los alimentos que nos llegaban cada cierto tiempo desde Concepción.

Otro grupo relevante de “extremistas” estaba integrado por la plana mayor de los sindicatos del carbón, los “Manueles” Sanhueza (por coincidencia los dos dirigentes tenían el mismo nombre y apellido), Jorge Chamorro y Juanito Alarcón. La zona minera, además de sus principales dirigentes, “aportó” con el regidor de la comuna de Coronel Ernesto Austin y con el paramédico José Riquelme, apodado “Cambise”. La provincia de Arauco tenía su propia “delegación”: el dirigente mapuche Juanito Neculqueo, y el entonces Alcalde de Arauco Jaime Gayoso  integraban parte de este selecto grupo “terrorista”.

También en el grupo estaban dos dirigentes del principal hotel penquista “El Araucano”, Joel Matamala y Luis Madrid, además de los  jóvenes dirigentes Dagoberto Reyes, el “negro” Godoy, Rodrigo Medina, Vasily Carrillo, Leonardo Archiles y el Nene Sanhueza quien llegó a Antofagasta sin zapatos. En “representación” de Los Angeles estaba el contador Jorge Munita, mientras que Chillán era representado por el joven Pedro Naranjo.

Un personaje cuyo verdadero origen nunca pudimos conocer era el “Cojo” Munita, quien se caracterizaba por una abundante verborrea y una excelente y curiosa relación con los militares a cargo de la cocina. Ningún Partido lo reconoció como militante y se rumoreaba que había caído detenido, como muchas personas, por denuncias no relacionadas con temas políticos.

Los momentos de angustia vividos en la recepción se borraron en pocas horas, ya que la fuerza de los hechos hizo imposible la prohibición de no relacionarnos con los prisioneros de Santiago entre los que reconocimos a amigos y camaradas de muchas luchas.

El Presidente del Concejo de Ancianos –organización de los presos políticos aceptada por los militares-  el ex diputado Patricio Hurtado, fue el primero, que la misma tarde de nuestra llegada,  tomó contacto con nosotros y nos informó en detalle cuándo y cómo llegaron los primeros “habitantes” del Chacabuco del oprobio y que en la gloriosa época del boom salitrero fuera una de las más importantes oficinas del norte chileno.

No tardamos mucho en organizar nuestra nueva vida. Ocupando lo que fueran las antiguas moradas de los mineros del salitre, nos distribuimos en grupos de 6 personas por casa, con un sistema de turnos para el aseo y el apoyo de la dieta alimenticia bajísima en calorías y que complementábamos con los alimentos que nos llegaban cada cierto tiempo desde Concepción.

La diaria rutina impuesta a imagen y semejanza de un regimiento, incluía una formación militar con el clásico canto de la canción nacional y el izamiento de la bandera patria. Luego desayuno, aseo de la casa y del pabellón e, inicialmente, trabajos forzados que permitieron a los militares limpiar una antigua sala de máquinas que se encontraba en el Campamento salitrero.

Con mucha rapidez los penquistas nos integramos a la “vida diaria” y participamos en los Show artísticos y de teatro que se realizaban semanalmente, nuestro aporte consistió en un coro dirigido por Nazif Pualuan y compuesto por casi el cien por cientos de “los de Concepción” por un lado,  y por otro, el profesor y poeta Enrique García y la voz inconfundible del ex locutor Emilio Cisternas marcaban la presencia sureña en pleno desierto chileno.

Con el objeto de pasar el tiempo, la mayoría de nosotros realizó actividades a las que no estábamos acostumbrados como artesanías en cobre, madera u onix. Otros se dedicaron a compartir sus conocimientos en la creada “Universidad de Chacabuco”, haciendo clases de idiomas, matemáticas, historia o estadísticas y/o simplemente siendo alumnos de estos cursos.

El deporte y los juegos de salón también contribuyeron a mantener el espíritu en alto. En el Pabellón de Concepción, se habilitó una casa para jugar ajedrez, damas, brisca, escoba o “carioca”. Un simpático juego de naipes que no recuerdo de donde salió se llamaba “La Muca”, se jugaba entre cuatro personas, con naipe inglés,  y consistía en entregar una carta “maldita”, la “quina de pique negra”, a uno de los jugadores, quedando los demás con el puntaje sumado de todas las cartas que tenían en la mano, los que juego a juego se sumaban, ganado el que obtenía menos puntos.

Una “cancha de tenis” construida con escasos elementos permitió a muchos compañeros mantener espíritu, mente y cuerpo en buen estado. El fútbol cumplió un importante rol de terapia de grupo, ya que permitía abstraerse del duro y largo periodo de reclusión obligatoria. También la rayuela aportó lo suyo y nos permitió conocer que este popular juego tenía sus particularidades dependiendo de la zona en que se practicara, resaltando el tipo de “tejo” con que se jugara, ya que mientras desde Santiago hacia el Norte se jugaba con tejos de forma cilíndrica, hacia el sur se jugaba con tejos planos.

La lejanía de los familiares y amigos hacían de la carta un medio de comunicación vital, una parte importante del tiempo de los “pp” (presos políticos) se destinaba a escribir a los suyos, contando con gran sabiduría para no ser censurados, las peripecias que debíamos pasar, las actividades que desarrollábamos o simplemente las esperanzas de una pronta libertad.

Debieron pasar varios meses en esta situación hasta que comenzó el retorno a la zona central, a Tres Alamos en Santiago primero y Puchuncaví y Ritoque en la actual Quinta Región después. Luego, volver a Tres Alamos y esperar el proceso de libertad que terminó con un importante grupo de penquistas expulsados a México.

Han pasado más de tres décadas de esos difíciles momentos y lo menos que podemos hacer es recordar los nombres de quiénes salieron del Sur rumbo al Norte, muchos de los cuáles hoy ya no están en este mundo.

Escrito por Gabriel Reyes   

Fuentes de Informacion:www.tribunadelbiobio.cl (Lunes, 12 de enero de 2009)

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