Zamora Flores Mario

Rut:

Cargos:

Grado : Capitan

Rama : Ejército

Organismos : Dirección Nacional de Inteligencia (DINA)


Testimonio de Benjamín Teplisky, a la Comisión Internacional, de la Junta Investigadora de los Crimenes de la Junta Militar en Chile – Ciudad de Mexi

Fuente :Comisión Internacional, de la Junta Investigadora de los Crimenes de la Junta Militar en Chile , 1975

Categoría : Testimonio

El 8 de marzo de 1974 la Junta había decidido, por la presión internacional, trasladarnos hacía el centro del país a un campo de concentración que se estaría contruyendo en Colliguay.  El 5 de marzo se realizó un bestial allanamiento en el cual desde luego no se encontraron armas, ero sí los implementos facilitados por la dirección del campo para tallar las piedras que de una u otra manera los presos de Dawson –tanto los compañeros de Punta Arenas como de los dirigentes de la Unidad Popular han hecho un poco populares en todo el mundo-, esas escasas herramientos facilitadas por el taller del campamento por orden del comandante  Jorge Felay Fuenzalida, fueron calificadas al día siguiente por el teniente coronel Aquiles Cáceres como armas cortantes, contundentes y punzantes, y por ese hecho, a partir del reglamento penitenciario, los prisioneros de guerra de Dawson se vieron sometidos durante casi dos meses al tratamiento especial que nos brindó la Infantería de Marina, encabezada por el teniente primero Eduardo Carrasco Morenco y el subteniente Jaime Wainsdenlaufer, reservista incorporado a la Armada y jefe de “Patria y Libertad” en Valparaíso, un grupo armando en la provincia de Valparaíso, y el subteniente Mario Tapia.  Estos tres son auténticos criminales de guerra, estos tres funcionarios de la Marina de Punta Arenas llevaron a extremos inconcebibles, no sólo a los compañeros que ya he mencionado, sino que intentaron liquidar definitivamente al compañero Luis Corvalán.  Yo acuso a estos tres oficiales, más el capitán de Ejército Mario Zamora Flores de haberse negado a que el compañero Corvalán fuera ayudado a trasladar carretillas con 180 kilos de peso;cuando intentamos que un compañero con un alambre cogiera la carretilla por la parte de la rueda delantera, y pusimos para ello –los presos van ingeniándose en muchas cosas- al compañero Hernan Soto, ex Subsecretario de Minería, con una fortaleza física acentuada, y al compañero Orlando Cantuarias, ex Ministro de Minería, fueron castigadas por este hecho, encerrados en calabozos ambos, y el compañero Corvalán debió seguir trabajando solo, poniéndosele metas, haciendolo correr y siendo empujado por atrás por los propios oficiales a golpe de culatazos.  Este hecho es desconocido, por lo que yo he escuchado.  En una serie de oportunidades y en una serie de documentos, se negó, a partir del 5 de marzo, el hecho que trabajaran los enfermos y los hombres de la edad que ya he mencionado.


TESTIMONIO DE KIKA GONZALEZ DE ZANZI: HOMBRES Y RATAS

Fuente :dawson2000.com, Marzo 2002

Categoría : Testimonio

Trabajo  y aporte durante  la Unidad Popular (UP).

Cuando asumimos la tarea de coordinar el trabajo de COCEMA en la región, lo primero que se hizo fue cambiarle el rostro, que no sea una institución que entregue dádivas, que regalara las cosas en forma maternalista, lo que hicimos fue educar a las pobladoras para integrarlas al conjunto de la sociedad, a través de charlas sobre el tema de la salud, para que sepan aprovechar sus capacidades. Por ejemplo, hacer uso del famoso medio litro de leche que en ese tiempo fue tan criticado y que, sin embargo, tanto ayudo a la gente. Trabajamos con las mujeres capacitándolas en diversos cursos que realizamos. Recuerdo que integramos a la mujer campesina que estaba completamente abandonada, en resumen, nuestra labor social estuvo muy ligada a la educación y el grado de participación era bueno. Además, teníamos un negocio para vender las cosas a precio de costo a las mujeres y el grupo familiar. Se notaba un afán de saber, de cada día descubrir cosas nuevas.

Una vez, llegué a un asentamiento campesino y los hombres no querían que yo hablara con las mujeres. Ante mi insistencia logré conversar con un grupo de ellas y pude percatarme, porque ellas se fueron soltando, que vivían sometidas al hombre. Entonces, vislumbraban un despertar con nuestras iniciativas y estaban contentas de poder hacer algo. En el campo se da mucho esa forma de relación, la mujer en la cocina, el hombre, afuera; pero también es un fenómeno que ocurre en todos nuestros países. Nosotros formamos varios Centros en el campo y las mujeres se integraron. No fue tarea fácil, de por si la mujer campesina es muy callada y costaba que se integrara en forma rápida, era un proceso lento.

          Recuerdo la época de la UP porque el pueblo vivió esperanzado y pudo concretar esas esperanzas. Afirmo que nuestro pueblo nunca vivió mejor que en esa época. Había salarios dignos. Allende siempre venia a la región a pelear por los intereses de los trabajadores y decía con cariño que él quería a Magallanes porque aquí había empezado su carrera política. Durante muchos años mi marido y yo fuimos sus leales colaboradores. Hacia un culto de la amistad y nosotros siempre le respondimos.

 

Militares durante la Unidad Popular en Magallanes: General Torres de la Cruz  y Allende

Durante su gobierno tuvimos una excelente relación con los mi­litares, especialmente con el Intendente, General Manuel Torres de la Cruz,1 ya que mi marido era Vicepresidente de CORMAG y trabajaba directamente con él. Nosotros creímos que era leal al gobierno por­que siempre hablaba muy bien de Allende. Recuerdo que asistimos juntos a las bodas de nuestros hijos, con frecuencia comíamos con nuestras familias. Existía un vinculo estrecho que nos hacia con­fiar en él como persona.

          Es mas, cuando llego de visita Fidel Castro, me pidió que atendiera a la delegación cubana y que habilitara la residencia que para estos fines protocolares tenia el gobierno regional. Todos esos días el general estuvo al lado de Fidel, en las cenas que di en mi casa, en la Intendencia, se mostró como una persona muy leal al gobierno.

          Lo mismo cuando íbamos a Santiago. Almorzábamos en La Moneda, ahí le decía a Salvador Allende, Presidente estamos con us­ted, y eran fechas en que ya se hablaba de un golpe. Allendista no era, creo, dicen que era de tendencia demócrata cristiana.

Con Fidel hablamos de todo, recorrió los asentamientos, gran parte de la provincia, Fidel es una persona muy inquieta, tiene una gran personalidad, converso con los campesinos, con la CUT, con todos los sectores. Fidel sabia perfectamente que llegaba al fin del mundo y quedo encantado con Punta Arenas. Converse mucho con él porque ambos somos descendientes de gallegos e hicimos comen­tarios sobre la tierra de nuestros antepasados. Una noche en mi casa con un grupo de dirigentes nos quedamos hasta las cuatro de la madrugada y después de charlar sobre los más diversos temas a Fidel se le ocurrió ir a Fuerte Bulnes. No pudo ir a Puerto Natales pero prometió que para una próxima visita no dejaría de ir a Ultima Esperanza.

Cuando el tema de un posible golpe comenzó a comentarse con bastante insistencia nosotros no creímos posible una acción asi pues los mismos generales Berdichevski 2 o Torres de la Cruz, 1 nos decían que no podía ser, que ellos eran constitucionalistas, además, el general de la Fuerza Aérea habla sido piloto del Presidente cuando era un joven oficial y lo unían lazos de cierta amistad y consideración. Ahora pienso que fuimos muy ingenuos.

 

Golpe de Estado y Arresto de Esposo – Carlos Zanzi 
El día 10 tuvimos una conversación con el Presidente por teléfo­no y nos dijo que estemos tranquilos, que si bien es cierto las cosas no estaban bien, y había rumores de un posible golpe, él confiaba en poder mantener tranquila la situación. Dormí con cierta tranquilidad y al día siguiente tenia varias cosas pendientes en mi trabajo. Al levantarme me llevé el susto de ml vida pues al mirar por la ventana de mi departamento en calle Roca veo que estaba rodeado de uniformados con cascos y armas.

Eran como las nueve de la mañana. Yo miraba con cierta incre­dulidad, era algo inesperado, entonces ml marido me retiró de ahí porque empezaron a apuntar hacia nosotros. Prendimos la radio y escuchamos las ultimas palabras de Salva­dor Allende. Vi llorar a mi esposo. Ambos lloramos. Pensamos en Tencha, en sus hijas, en nuestro país. De todas formas empezamos a alistarnos para ir a trabajar cuando llegó un amigo a decirnos que habían detenido a Alberto Marangunic. 4

Esa noche salieron los bandos y en uno de ellos salía Carlos. No dormimos. Se había comunicado con nosotros gente del Partido para ver la posibilidad de que saliéramos hacia Argentina pues temían re­presalias por las responsabilidades que teníamos en el gobierno y por nuestra amistad con el Presidente.

Carlos me dijo que no tuviéramos miedo. Que él tenia las cuen­tas claras en su gestión, y que yo por ser mujer difícilmente iba a ser detenida. Hemos actuado con honradez, dijo, no hay que temer. Finalmente, él se presenta a Carabineros acompañado del aboga­do René Bobadilla, lo llevan a un regimiento y después lo devuelven a casa. El 15 de ese mes lo llevan definitivamente con un gran opera­tivo militar (Septiembre 1973).

Yo seguí trabajando en mi negocio y la gran preocupación era saber algo de nuestros hijos que estaban en Santiago. Por lo menos sa­bia que Carlos estaba detenido aquí. Hasta llegó el rumor que mis hijos estaban muertos. A las horas me dicen que no, creo que fue mi hermana quien me llamó para decirme que les había vistos y que esta­ban escondidos.    

Detención  e Incomunicación en la  Cárcel  Publica
Una tarde, había ido a dejarle comida a mi esposo a su lugar de detención cuando veo que el edificio estaba rodeado por efectivos militares. Le pregunto a un reservista y este dice que andan buscando a un tipo del MIR. Tuve el presentimiento que era para mí, ya que en ese lugar la única familia de izquierda éramos nosotros. Instruyo a mi empleada para que abran el negocio al otro día, que mantengan la casa, etc. cuando tocan el timbre. Era un coronel a quien yo conocía, y éste me dice, doña Kika, me tiene que acompañar para un interrogatorio. Puse mi abrigo. No, me dice, lleve una maleta. Ahí me di cuenta que no era un simple interrogatorio, sino que me llevaban por un tiempo.

-¿Qué van a hacer conmigo? —pregunto.

–                      ¡Silencio! —grita el coronel.

Llegamos a la cárcel. Dice que siente mucho tener que hacer es­to, pero son ordenes. Yo lo conocía a través de reuniones sociales y por amistades en común.

-¿Cómo viene esta señora? —pregunta el Alcaide.

-Incomunicada.

Fui llevada a un calabozo. Esa noche pasé frío porque estaba sin frazadas ni cama. Recuerdo que pasaban los ratones a mi lado. Estaba aterrada. Al otro día me llevan comida, era un preso cubier­to con un pasamontañas, se le veía nada más que los ojos. Cada ho­ra pasaba un gendarme, levantaba la mirilla y alumbraba con una interna. Perdí la noción del tiempo y no sé cuántos días estuve en a celda.

Después supe que al séptimo día me desmayé. Yo sufría del corazón. Llamaron al medico de prisiones y éste dijo que él no se hacia responsable. Que tenían que convocar a mí medico. Este llegó. Era el Dr. Araneda 6. De inmediato dio orden de trasladarme a la enfermería. Tres gendarmes me llevaron. El doctor indicó medicamentos y se inició mi tratamiento. Estaba totalmen­te alejada del resto de la población penal. Estuve ocho días hasta que ordenaron que me vistiera porque tenían que trasladarme. A la salida me encontré con dos compañeras que estaban en las mismas que yo:  Ema Osorio7 y Gladys Pozo.8 Nos abrazamos, pero un guardia dio la orden de no conversar. Abrieron las puertas y nos hacen subir a una tanqueta.

– ¿Qué te sucede? —dijo Ema.

– ¡Silencio, o disparamos! —contestó un soldado.

Estábamos sujetas a lo que ellos determinen. Anduvimos harto rato hasta que la máquina se detuvo y bajamos.

Regimiento Blindado Rene Schneider en Ojo Bueno: Reclusión y Recibimiento.

Es  Ojo Bueno—dijo Ema al oído. Yo lo conocía como el regimiento René Schneider.10 Paradojalmente lo había entregado el Presidente unos meses atrás

Llegamos a un espacio amplio. Como 30 camas para tres perso­nas. Por primera vez comí una sopa que ayudó a recomponerme. Estuvimos cuatro días a la espera. Unos conscriptos nos daban cigarros a escondidas. Una mañana dicen que tenemos que pre­pararnos porque nos van a interrogar. La primera en salir engrillada fue Gladys. Después me tocó a mí. Llegamos a una sala donde había mucha gente y olor a cigarro. Tenia una venda, así que no veía.

– Te vai a sacar las esposas y los grilletes y te vai a desnudar— dijeron.

Por pudor, por decencia, me negué. A tirones sacaron mi ropa. Hicieron preguntas relacionadas con mi cargo, con mi familia. Fue algo tan vejatorio que difícilmente podré olvidar. Tiritaba, tenia frío, miedo. Era mucha gente.

– Aquí está el Mayor Hernández— dijo alguien.

-Que bueno, dije yo. Mayor Hernández no permita que sigan vejándome. Ud. tiene familia, mujer, madre.

Yo lo conocía en las reuniones sociales de la región.

-Tú no eres ni mujer, ni madre, ni esposa. Eres una puta allen­dista —respondió un oficial.

Ese fue el recibimiento que tuve.

 

Ex Hospital Naval, Palacio de la Sonrisa:  Interrogatorios  y Torturas  con  presencia de General Torres de la Cruz

Por noviembre empezaron de nuevo. En una oportunidad me llevaron al ex-hospital naval de la calle Colon. Después de la antesala típica hicieron que beba un liquido muy amargo, espeso. Le he pre­guntado a muchos médicos estos años pero nadie tiene idea qué pudo ser.

Me amarraron en una cama, desnuda y perdí el conocimiento. Cuando regresé a Ojo Bueno las chicas dijeron que estuve fuera tres días. Recuerdo que antes de hacerme efecto él liquido en forma total pedía permiso para ir al baño. Como no me dejaban y era tanta mi desesperación hice mis necesidades ahí mismo. Cuando llegaron los tipos decían,  mira la puta allendista lo que se hizo. Apenas lleva unos días y mira lo que pasó. Con una manguera de agua fría me pusieron contra la pared y así me limpiaron. Era difícil determinar el tiempo. Estaba muy con­fundida.

– ¿Qué sabis del Plan Z? 12

-No tengo idea –

Seguía desnuda y mojada. Pude percatarme que estaba presente el general Torres de La Cruz, mi viejo amigo.

– ¿Por qué todo esto, general?

-Si habla no le va a pasar nada —respondió.

– ¿Pero de qué voy a hablar?

-Encontraron la correspondencia suya con Allende, en Santia­go— dijo un agente.

-¿ Qué tiene de malo? – respondí.

Yo me escribo con el Pre­sidente desde hace muchos años. Es amigo de mi familia. Carlos y él me ayudaron a entrar a los centros femeninos de la masonería. Como mi marido es malo para escribir hasta los días de hoy, siempre me dictaba su correspondencia con Salvador Allende. Además, uno de mis hijos vivía en su casa. También nos escribíamos con Tencha.

-Cuando lleguen las cartas las vamos a publicar porque son muy comprometedoras

— amenazaron.

-Por mí, pueden publicarlas— dije.

Golpeaban mis piernas con una manopla. Colocaban ratas en mi cuerpo, hasta me quisieron hipnotizar. Había un hipnotizador que utilizaban para sacar información. Cuente hasta tres me decía el hom­bre, pero le dije que no sabia nada, que todo lo había dicho  y que no tenía idea de armas. Mientras tanto, a mis compañeras les dijeron que me habían matado, así que cuando llegué se alegraron.

Cuando deshincha­ron mis piernas de nuevo me llevan a interrogatorio. Como esos días habla llegado a vernos el capellán yo iba con un rosario en la mano. En la patrulla que me llego a buscar iba el Mayor Bisquert, que era masón. Fue muy cariñoso, me trato de hermana. Fuimos conversando en la camioneta.

-Mire hermana —me dijo— aquí los interrogatorios son muy fuertes, pero si Ud. habla no le va a pasar nada. Yo quisiera que ha­ble, así la voy a defender como hermano, no se preocupe. Antes de llegar me vendó y todo fue igual. El mismo Mayor Bisquert se transformó en un torturador tre­mendo.

Uno de los agentes dice, tengo ganas de fumar, convidémosle a esta puta también. El cigarro me mareo y yo escuchaba sus voces y risas.      

-Así que ahora vienes católica—.

-A lo mejor me ha vuelto la fe que me enseñó mi madre desde niña, por eso ando con el rosario -dije.    

Pescaron el rosario, lo pusieron en el suelo y lo pisaron.

—No creas que un rosario te va a salvar, hoy vas a hablar o si no veremos qué hacemos contigo.

          Uno de los tipos dijo sigamos fumando, pero no hay ceniceros, dijo otro, pero si tenemos cenicero aquí, y empezaron a apagar los puchos en mi cuerpo. Hasta hoy tengo las marcas. En los pechos, en los brazos. Es terrible sentir el dolor cuando varias personas apagan objetos encendidos en tu piel. No sabia que hacer. Yo atinaba a gritar nada más, bien fuerte, pero no hacia ningún efecto en ellos. Estaban como inmunizados al sufrimiento.

-Ahora te vamos a conectar con el detector de mentiras, para ver si sabes o no del Plan Z.

          Me conectaron con unos alambres y los agentes decían que el detector indicaba lo contrario de mis afirmaciones. Estuve toda la noche sometida a sus arbitrariedades. Dormía desnuda en una cama y por la noche entraban a tirarme agua con baldes.  Al otro día era domingo y traen a Gladys Pozo.  Querían se­guir divirtiéndose.

-No pudimos ir al cine por culpa de ustedes, pero las dos van a protagonizar algunas escenas como de película. Una de amor.

          Ellos querían que Gladys hiciera el rol de hombre y yo de mu­jer y que hagamos el amor ahí. Parecía divertirlos mucho y reían a carcajadas.

          -Como toda las upelientas son lesbianas, esto no es ninguna novedad para ustedes.

          Las dos nos resistimos. Gladys los trató muy mal, ella tenía un carácter muy fuerte. Así que nos dieron una paliza del porte de un buque. Conmigo se les ocurrió jugar a la pelota y pateaban todo mi cuerpo obligando a subir y bajar una escala. Arriba y abajo había jóvenes esperando. ¡Imagínate cómo quedaron nuestros cuerpos!.

Amarrada y vendada a las aguas del Estrecho13 por ordenes del  Capitán Zamora.
Esa noche nos llevan con Gladys a Ojo Bueno. Faltaba poco para llegar cuando detienen el jeep y el Capitán Zamora 14  me hizo bajar.

-Vamos a hacer un jueguito muy entretenido —dijo. Esto es una pistola y como no has confesado, tu vida ya no vale mucho. Va­mos a jugar a la ruleta rusa.

Yo tenia que colocar la pistola en la sien y dispararme. Así lo hice, pero no estaba cargada el arma. Yo pensé que lo estaba y era consciente de que podía morir. Pero en esos momentos uno piensa solo en terminar de una vez con tanto sufrimiento. No pen­saba en otra cosa. El Capitán Zamora estaba serio y   muy altanero.

-Aho­ra te vamos a dar un baño en el Estrecho  dijo.

La Gladys gritó desde el jeep para defenderme y decirles que estaba enferma. Nunca me olvido de eso.

-No sean sinvergüenzas, son unos maricones, dejen a esa mujer que está delicada de salud, ya tiene sus años.

Después me contó que la tiraron contra el jeep a culatazos, mientras me internaban en el Estrecho de Magallanes con una soga amarrada al cuello. Ahí supe en carne propia lo que es el agua fría en esta parte del mundo.

Iba amarrada por las axilas y el cuello y me hicieron entrar unas ocho veces al mar. No pude ver los rostros de los agentes que hicieron esto porque iba vendada. Yo solo reconocía la voz del Capitán Za­mora. Cuando ellos veían que el agua estaba a punto de cubrirme en­tera tiraban la soga para que saliera a la playa y así sucesivamente.

En “Ojo Bueno” me tuvieron que hacer masajes varios días para recuperarme y bebía agüita caliente. Una vez que me recupe­raba, otra vez al ruedo.

Mas Torturas en el Palacio de la Sonrisa:

Llegaron las cartas de Santiago— dijeron.

Otra vez lo mismo. Leyeron todas las cartas de Salvador Allende, las mías, de mi familia. Fueron sesiones larguísimas. De a poco fueron entendiendo que en las cartas no había nada de malo.

– Pero aquí solo habla de sus hijos —dijeron. Del negocio, de la CORMAG. No hay nada para publicar. No hay nada sensacionalista como nosotros queríamos.

Igual leímos todas las cartas. De nuevo soy devuelta, hasta otro día, en que siguieron con sus métodos. Era algo de nunca acabar. A veces empezaban despacio y crecía el ritmo de la tortura vertiginosamente, en los genitales, en los tobillos, yo sentía que sal­taba, que llegaba no sé dónde, porque la corriente te hace perder los sentidos.

-Esta puta se nos muere, está en las ultimas— dijo alguien.

Llegó un medico, tengo la impresión que era un falso medico, por sus modales; empezó a hacerme respiración boca a boca y estaba hediondo a pisco. Enseguida, colocan ratas en mis órganos genitales, las introducían y ellos gozaban haciéndolo, eran verdaderos dege­nerados sexuales.

Ahora pienso que esa gente no eran seres norma­les y siento angustia al pensar que andan sueltos por nuestras calles.

Yo estaba a punto de enloquecer, escuché que pensaban llevar­me al hospital psiquiátrico. Cuando llegué a Ojo Bueno, la misma carcelera que antes había sido mala con nosotros se conmovió y les dijo a los militares  que ella me iba a cuidar. Licha se llamaba la carcelera. Fue un gesto noble. Yo tenia la boca reventada y no me dejaba beber agua por indicaciones del enfermero de  Ojo Bueno.

-Puede tener un schock— dijo. Le han colocado mucha corriente.

Pasaron muchos días. Cuando mostraba síntomas de recuperación de nuevo me llevaban a las sesiones acostumbradas. Una tarde de nuevo soy desnudada y me tienden en una cama. Me golpean con fuerza en las piernas, cuando veo a dos soldados en posición de violarme. Perdí el conocimiento de nuevo y siempre he quedado con la duda. Hasta los días de hoy tengo pesadillas con esa escena brutal. A esas alturas ya no requerían información, lo hacían por mal­dad, para saciar sus instintos bestiales.

Como, consecuencia de esto sufrí un ataque al corazón en el regimiento. Llegó el Dr. Araneda y dijo que tenían que llevarme a Punta Arenas, a un hospital, porque de lo contrario él no respondía por mi vida.

Estaba en muy mal estado, además me faltaban dos uñas le la mano izquierda que la noche anterior me habían sacado los agentes, con  un palito hacían palanca para forzar la extracción.

—Cuéntanos  qué opinaba Allende del general Torres, qué sabes de la masonería.

Tenían una verdadera obsesión por descubrir algo grande a través de mis declaraciones. No sabia de armas, las famosas cartas no tenían nada de interés, ¿qué querían ahora?. En la ciudad todo el  mundo sabe que Carlos es masón, que éramos amigos de la fa­milia Allende, todo era de dominio publico. Si querían desacreditarnos como personas difícilmente lo iban a lograr porque toda nuestra vida había  sido intachable y ahora este absurdo  inte­rrogatorio con golpes, doblemente cobardes por abusar de una mujer atada y vendada y más encima enferma del corazón, ¿qué clase de hombres eran? , ¿por qué tanta saña?.

Un día llegan con una grabación qué Fidel Castro hizo en nuestro hogar y con un disco o algo así de Carlos Altamirano. Debes imaginar como me pegaron por ambas cosas. De mas está decir que saquearon mi casa, se llevaron objetos de valor.  ¿Quién responderá por eso? Mi pelo estaba blanco. El encierro  y  la tortura estaban dejando sus huellas.

Inmovilizada durante Explosión del regimiento Blindado en Ojo Bueno: Enero 1974. 15

La  explosión del regimiento  me pilló totalmente inmovilizada. Quise salir, arrastrarme, pero no podía. Fueron dos conscriptos los que me sacaron.

-Abuelita, abuelita, apúrese, que nosotros la vamos a sacar – dijeron los muchachos.

Y me salvaron la vida. Yo  había bajado como quince kilos y ellos me alejan del lugar hasta  que, posteriormente, me reúno de  con mis compañeras.

Nos llevan a la cárcel. El Capitán Figueroa, de la marina, nos llevó en un camión y me da una patada, a pesar de las condiciones  en que me encontraba. En la cárcel recibimos la solidaridad de las presas comunes, quienes, a pesar de las amenazas del SIM 16 de no acercase, nos regalaban faldas, hicieron una cazuela, lo que fue toda una fiesta pues estábamos cansadas de tanto corner porotos.

En tanqueta nos devuelven a Ojo Bueno. Habíamos perdido todas nuestras cosas. Estábamos en un lugar más reducido y sin co­modidades. El Capitán Quiros17 tuvo gestos amables. Se preocupo de conseguirnos ducha, recuerdo que ese oficial se destaco del resto y es bueno consignarlo en este relato.

Hospital Naval: Prisioneros Políticos en mal estado.

Cuando llegué al hospital naval el Dr. Alejandro Babaic, director del establecimiento se portó muy bien, me dejaron aislada del resto y tuve una buena atención. El único problema que tenia era el aisla­miento ya que no podía hablar con nadie. Todo el santo día estaba sola. A través de los biombos veía que era un sector destinado a prisioneros. Así supe que estuvo Ramón Lastra, 19 Abel Paillaman 20, el ex canciller Orlando Letelier.21 Este ultimo iba a mi pieza a conversar unos momentos. No le importaba la guardia y los cosacos le tenían respeto. No te preocupes, me decía, esto va a pasar, vamos a salir todos. Bueno, nosotros salimos y él fue asesinado en Washington. También estuvo Jaime Tohá 22 quien me fue a abrazar. Estaba muy triste por la muerte de su hermano José. Otra noche llegó al hospital el ex senador Aniceto Rodríguez, 23 iba de paso a Santiago. Después supimos que fue desterrado a Venezuela.

 

El daño psíquico fue tremendo. Yo me empecé a dar cuenta porque de repente me encontraba hablando a solas puras tonteras. Come no podía leer ni escuchar radio porque estaba prohibido, me entretenía contando las tablas del techo. De allá para acá y vice-versa. Y nada más. Además, como mi pieza daba a una cancha de te­nis cercana sentía el pin-pon de la pelota come un sonido medio enloquecedor. Por esos meses tuve un problema ginecológico y en el sistema de interconsulta llegó a verme el Dr. Jorge Amárales. Como me vio en muy mal estado recomendó al Dr. Babaic que me liberaran.

-Estás a un paso de la locura —me dijo, voy a recomendar que te liberen.

-Ya me quisieron llevar al psiquiátrico — dije.

-No, yo voy a hablar a ver si conseguimos que te lleven aunque sea con arresto domiciliario.

A los quince días apareció el Director del Hospital Naval.

– Tengo una buena noticia para usted, se para su casa.

Me puse a llorar sobre el hombro del doctor. Tuve que irme en silla de ruedas, ya que no podía sostenerme en pie. Escondí en mi cuerpo unos escritos que tenia sobre mi experiencia ahí me subie­ron a una ambulancia. Era el mes de julio de 1974.

—Váyase calladita —dijo Babaic.

Dos jeeps me fueron custodiando. Pensaba en Carlos, en mis hi­jos. De mi esposo, sabia que permanecía en Dawson, porque nos autorizaban a mantener comunicación escrita. ¿Qué iba a pasar? ¿Cómo estaban mis cosas, mi familia?

En el sector hubo una gran expectación cuando llegué al edi­ficio. Estaban mis padres que eran muy viejitos. Entro Un pelotón  y a mi padre le dicen que yo venia con arresto domiciliario, que no podía salir.

-A esta mujer no la pueden ver en Punta Arenas. La gente no la quiere, así que para evitar problemas va a estar aquí encerrada.

Así estuve esos meses. Hasta septiembre, cuando salió mi marido. Recibí la visita del psiquiatra José Valenzuela y del Padre Goic 25 Este me explicaba la mentalidad de esta gente, una mentalidad bárbara, decía. Pero yo escuchaba poco. Una amiga, Lily Descourvie­res, dice que yo pasaba horas y horas sentada en una silla mirando un punto fijo. Ella había conseguido un permiso especial de los militares para irme a visitar.

Una mañana, la empleada estaba haciendo el aseo del departamento cuando grita:

–  Don Carlos baja de un camión! –

En ese momento todo cambió para mí. Fue una gran alegría. Cuando entró en el departamento pensé que había pasado un año sin vernos. El venia con mucho ánimo y más delgado, y con la orden de ser relegado a Ovalle. Ni siquiera alcanzó a ordenar sus asuntos comerciales en nuestra tienda, que estaba a cargo de unos primos y de mis padres.

Como yo estaba con arresto domiciliario le escribí a las autori­dades para solicitarles autorización para acompañar a mi marido. La respuesta fue positiva.

Hicimos nuestras cosas y partimos. Había que empezar de nue­vo, pensábamos en nuestros amigos, en la gente que seguía en los campos de concentración, pero había que sacar fuerzas por­que no sabíamos lo que venia. Todo era incertidumbre. Y el temor a lo desconocido es siempre duro.

– Por lo menos, estamos juntos, pensé
 

Lugares y personas mencionadas en el Testimonio de Kika de Zanzi

Centros de Detención:

Cárcel Publica de Punta Arenas,

Regimiento Blindado “Rene Schneider” en Ojo bueno.

Hospital Naval

 

Centros y Lugares de Tortura:

Regimiento Blindado Rene Schneider en Ojo Bueno.
Aguas del  Estrecho de Magallanes, costanera norte, antes de llegar a Ojo bueno.

Ex Hospital Naval en Avenida Colon

Torturadores  y Participantes en Tortura:
Mayor de Ejercito Bisquert – Palacio del Sonrisa

Capitán Figueroa, de la Marina.

Mayor de Ejercito  Hernández, Regimiento Blindado Rene Schneider.

Hipnotizador en el Palacio de la Sonrisa.

General de Ejercito Manuel Torres de la Cruz. (Presente  en torturas en el Palacio de la Risa).

Capitán de Ejercito Mario Zamora, Regimiento Blindado  Rene Schneider

Otros Militares y Agentes de Seguridad:
General  de Brigada Aérea José Berdichevsky
Dr. Guillermo Araneda,  Capitán de Ejercito.

Licha:  nombre  de carcelera en el Regimiento Blindado en Ojo Bueno.

Capitán Carlos Quiroz del Ejercito. Regimiento Blindado
Dr. Alejandro Babaic, Director del Hospital Naval Cirujano Guzmán